viernes, 21 de diciembre de 2018

Historia del cuartel militar I


Víctor Cardona Galindo
 La historia del cuartel militar en Atoyac es la historia de la ocupación de pueblos, de casas particulares de escuelas y del curato de la iglesia. Pero también es la historia de la represión.
En la cima del Cerro El Calvario estuvo el cuartel de la federación, ahí  durante muchos años hubo un cañón que el pueblo conocía como El Niño. En sus Apuntes Patricio Pino y Solís en 1934 escribe que dicho cañón fue llevado, en cinco carretas, al Arenal del Paco, por el mayor Antonio Cárdenas López, jefe del tercer sector militar de Tecpan.
Casa del general Silvestre Mariscal en Atoyac, misma que en diferentes
momentos de la historia fue cuartel militar. Foto: Museo Casa de Carranza

El cronista de San Jerónimo don Luis Hernández Lluch también hablaba de ese cañón mismo que era disparado siempre que llegaba el general Silvestre Mariscal a la ciudad de Atoyac. Ahora esa pieza artillera se encuentra en la escuela Primaria Ignacio Manuel Altamirano, en el Arenal del Centro o de la Máquina, con una placa en donde está grabada la fecha: “Nov. 20 de 1947.”
Los militares siempre han estado presentes en la historia del municipio y han deambulado por toda la ciudad instalando en diferentes lugares el centro de su poder.
En 1911, cuando inició la revolución en la Costa Grande, el cuartel militar estaba en el Zócalo, en el  Ayuntamiento,  ahí fue atacado el ejército porfirista por el maderista Silvestre Mariscal y al derrotarlo lo expulsó del municipio.
Al llegar 1912, las fuerzas del mayor Perfecto Juárez y Reyes se instalaron en la Escuela oficial de Niños (Hoy Escuela Juan Álvarez) y en el Palacio Municipal. En enero de ese año el general Silvestre Mariscal acuarteló su tropa en su propia casa, en la calle Juan Álvarez Norte, en donde ahora está la tienda “Construrama”. Así estaban estacionadas las tropas maderistas cuando se enfrentaron entre sí, el 11 de enero de 1912, dejando un saldo sangriento en el centro de la ciudad.
Para 1923, los militares se establecieron en La Fábrica de Hilados y Tejidos “Progreso del Sur Ticuí”, pues estaban ligados directamente con la colonia española del puerto de Acapulco, dueños de esa factoría. En 1924 cuando estalló el movimiento agrarista se encontraban en el Palacio Municipal en el centro de la ciudad.
El 80 Batallón, al mando del general Adrián Castrejón, que en 1926 perseguía a los vidalistas, en combinación con las tropas de la coronela Amelia Robles se acantonaron en la casa del general Silvestre Mariscal.
Ese mismo año el 67° regimiento de caballería, al mando del coronel Jesús Merino Bejarano, instaló su cuartel en La Fábrica de Hilados y Tejidos de El Ticuí. Ese coronel murió en una balacera contra los vidalistas el 5 de febrero de 1927 en esta cabecera municipal. Su cadáver fue levantado y llevado a la fábrica donde fue sepultado en uno de sus salones.
En 1927 el cuartel fue instalado en El Calvario donde se dieron muchos combates con los vidalistas que defendían El Plan del Veladero, de esas hazañas se recuerdan a los revolucionarios Raymundo Barrientos, Felipe Reyes y Valentín Fierro que eran buenos para tirar y se tumbaban a los federales desde lejos.
El coronel Enrique Guzmán, quien luego fuera candidato a Presidente de la República,  tuvo su oficina en la casa del señor Eduardo Parra y la tropa se volvió a instalar en la Escuela Oficial de Niños. Este coronel que se portó arbitrario con la población amplió el cuartel, varios metros a la redonda, tomó el Zócalo, el Curato y la casa del coronel Alberto González, adonde ahora está la tienda de “El Buen Precio”.
En 1929 servía de campamento la casa del general Silvestre Mariscal, ahí, después, estuvo el hotel Herrera y ahora está la tienda de materiales que ya mencionamos; en ese lugar entregaron las armas Amadeo Vidales y Feliciano Radilla después de indultarse. Ese mismo año fue nombrado jefe del sector militar el coronel atoyaquense Alberto González, a quien le sirvió de cuartel su propia casa.
En la década de los cincuenta había partidas militares y pequeños campamentos en San Vicente de Benítez, en Cacalutla y Corral Falso.
En 1956 estando al frente de la administración municipal don Rosendo Radilla Pacheco, se construyeron  nuevas instalaciones castrenses en El Calvario, por eso durante ese año los soldados se ubicaron en donde se encuentra el salón de fiestas “El Paraíso Tropical”; ese destacamento militar estaba al mando del teniente José Calderón, a quien le rentaba la casa Pedro Galeana Peña. También durante  mucho tiempo estuvo un destacamento militar en la calle Aldama.
En 1972, cuando Lucio Cabañas les puso la primera emboscada, los soldados seguían en El Calvario y tenían destacamentos en el Instituto de Protección a la Infancia y en las instalaciones del Instituto Mexicano del Café. En 1973, ocuparon las instalaciones que están en la calle Prolongación Miguel Hidalgo, de la colonia Loma Bonita. La gente conoce ese lugar como “El Cuartel de la Mártires”, por estar ubicado a un lado de la colonia “Mártires del 30 de diciembre de 1960”.
Hasta 1994, a las seis de la mañana, se escuchaban los tambores a lo lejos, eran las dianas del 49 Batallón de Infantería, que despertaban a todos a la misma hora. Al Norte se escuchaban disparos a todas horas del día, era el campo de tiro donde la tropa hacía sus prácticas y en las instalaciones del cuartel había otro campo de tiro donde practicaban los oficiales. Ya todos estábamos acostumbrados a los sonidos de tambores y de disparos. Hasta que se fueron por un tiempo.   
Los tambores eran el despertador de la gente del pueblo, “levántate para que te vayas a la secundaria, ya están sonando los tambores”. “Ya iba llegando a la terminal cuando estaban los tambores”, eran comentarios que se escuchaban.
El sonido de tambores comenzaba temprano y duraba todo el día. La “diana”  a las 6 se escuchaba más fuerte por el silencio de la mañana;  a la 7 tocaban para llamar al desayuno. A las 8 otro toque para pase de lista. A las 9 de la mañana llamaban al personal que iba a Academia. A las 13 horas llamada a la tropa. A las 2 de la tarde toque de comida. A las 4 de la tarde daban orden del día y se daba otro toque para mandar a los arrestados. Y a las 21 horas se tocaba silencio y se apagaban las luces en el cuartel.
En 1994 los militares se fueron a Petatlán con sus dianas y toques y dejaron en manos del gobierno del estado “El cuartel de la Mártires”.
De ese viejo campo militar se cuentan muchas cosas: existe debajo de la explanada un sótano conectado por un túnel donde hay muchos cadáveres, que por las noches se escuchaban las máquinas trabajar donde enterraban a los muertos, de un pozo de agua adonde arrojaron muchos cadáveres, que enterraron cuerpos debajo de un puente, que a algunos presos les formaban el cuadro y los llevaban rumbo a La Pindecua donde eran fusilados. Esas y muchas más historias de muerte dicen que  ocurrieron en los tiempos de La Guerra Sucia.
Probado está que en los tiempos en que el poder militar estaba en su apogeo en Atoyac, fue un campo de concentración y que una o más de sus barracas sirvieron de salas de tortura. También hay certeza de que de esta explanada partieron helicópteros y camiones militares con cuerpos y prisioneros vivos rumbo a la desaparición.
De ese tiempo quedó la historia de don Isidoro Sánchez López “El Satélite” a quien los soldados por descuido arrojaron encostalado desde un helicóptero a la laguna. Cayó entre los lirios y no murió. Pidió auxilio y lo escuchó un campesino de Cacalutla que después de rescatarlo lo ocultó. Don Isidoro se quedó 7 años trabajando haciendo milpa cerca de la laguna escondiéndose de los militares. Hasta que Zohelio Jaimes lo rescató en 1981 y se lo llevó a trabajar a la Unión de Ejidos Alfredo V. Bonfil.
Don Isidoro fue activista de la Asociación Cívica de Guerrero. Era el encargado de citar a las reuniones por eso le pusieron El Satélite. Otros como guasa comentan que su sobrenombre de Satélite se debe a que cayó del cielo. Fue un distinguido luchador social, hombre muy serio y discreto por eso fue el enlace en la ciudad de la guerrilla de Lucio Cabañas y fue, también,  uno de los fundadores de la célula del Partido Comunista. “Los soldados lo detuvieron en 1974 y después de tenerlo preso en el cuartel, lo llevaban en un helicóptero a tirar al mar dentro de un costal, pero como los soldados estaban borrachos lo dejaron caer en la laguna de Mitla. Tuvo la gran suerte de que ese campesino llegara a desatar el costal”.
Con este testimonio se deduce que los helicópteros arrojaban bultos con cuerpos al mar. Mientras los camiones iban al cuartel de la Fuerza Aérea en Pie de la Cuesta donde había otro gran campo de concentración y también se practicaban los llamados “Vuelos de la Muerte”.
El “Cuartel de la Mártires” fue el lugar donde las madres, esposas y familiares de los detenidos por el Ejército en la década de los setentas llegaban hasta la pluma que está en la entrada y luego de preguntar por sus familiares un oficial les contestaba que ahí no era cárcel. Las viejas instalaciones traen los recuerdos de aquel tiempo cuando se movieron 7 batallones sobre la sierra apoyados con tanques de guerra, aviones y helicópteros como demostración de poder.
A los que cayeron prisioneros aquí a todos los acusaban de ser guerrilleros o “bastimenteros” de Lucio Cabañas y para sacarles información les daban toques eléctricos en los genitales y en los oídos. Les picaban con un cuchillo las partes nobles. Los mantenían boca abajo. Los bañaban con agua fría. Para dar testimonio de esto están todos los campesinos que cayeron presos en ese tiempo, el abogado Marcos Téllez y el líder de la Coalición de Ejidos Zohelio Jaimes Chávez.
El trato que daban a los prisioneros era incalificable, los golpeaban en el cuello, en el estómago y en las costillas. Les picaban las uñas con agujas. Todas las noches les aplicaban las mismas torturas. Cuando tenían sed les daban de tomar agua en un casco o les daban agua con jabón o de a tiro  del excusado. Algunos de los sobrevivientes a esta tortura lloran al recordarlo, otros quedaron con secuelas para siempre como es el caso de Alejandro Arroyo Cabañas y Enrique Chávez Fuentes.
Como responsables de esas torturas, la gente identifica a los capitanes Evencio Díaz Marroquín, otros de apellidos Barajas y Jacobo; así como a los tenientes Arturo Monroy Flores, Efrén y Abel Martínez todos del 32 Batallón de Infantería.
Les echaban cubetas de agua fría para que siempre tuvieran mojada la ropa, así los golpeaban y lo toques eléctricos eran más efectivos. A algunos vendados de los ojos, los colgaban de los testículos o de los dedos de los pies. Les llenaban el estómago de agua y se le subían encima o los metían de cabeza en un tambo de agua y los quemaban con cigarros. Esas torturas duraban 15 días.
Se dice que muchos no sobrevivieron cuando los aventaban de los helicópteros antes de aterrizar, los cuerpos rebotaban en el pavimento, ahí comenzaba la tortura cuando los traían por el aire. Esa fue la suerte de muchos que recogieron los helicópteros en las canchas de sus pueblos. Los sollozos en las barracas eran continuos, lloraban las mujeres, también los jóvenes y los hombres maduros, todos al sentirse abandonados, alejados del poder de Dios y en manos de estos hombres vestidos de verde.







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