miércoles, 26 de julio de 2017

Los verdaderos dueños de la casa

Víctor Cardona Galindo
Poco a poco me convencí que los verdaderos dueños de la casa son los cables. Es más, los cables son los dueños de nuestro temperamento y ordenan toda nuestra vida.
Están por todos lados, principalmente aquellos que nos traen electricidad, sin ellos simplemente no funciona nada, ni el refrigerador, el horno de microondas, la licuadora, el televisor ni la lavadora. Que los cables de la electricidad estén por toda la pared como venas ocultas es entendible. Pero luego pasan por encima de nuestras cabezas los del internet y los de cablevisión. Como si fuera un camino de termitas va el del teléfono, de una mesa cuelga el de la plancha. En el cajón del escritorio asoman cables de la Tablet, de los cargadores del celular y de la cámara.

Ocultos y silenciosos están el cargador de la computadora, un cable de un viejo mouse amarra la pata de un mueble. Son tantos los cables que están por la casa que mi mujer ya los usa como tendederos. Son los amos y señores. Son a veces tiranos y escurridizos, si los dejas en la mesa sin ninguna protección suelen colgarse de las primeras manos conocidas o desconocidas que pasen. No son fieles, se van y te privan un día sin música en el coche. Sin los cables de los audífonos no puedes salir a correr, a veces se esconden debajo de una insignificante sábana y se aparecen cuando ya calentó el sol. Pero lo peor de todo es cuando desaparece el cable RCA de donde tú lo tenías y haces el coraje del mundo. Lo buscan en un cajón llenos de cables que ya no te acuerdas para qué sirven, pero que están ahí espiándote y gritándote en la cara que los necesitas. Cuando el RCA no aparece y te echa a perder la película del sábado, terminas mentándole la madre hasta al perro, que ya se aficionó a roer cables que llegan descuidados e inocentes hasta su rincón.

domingo, 23 de julio de 2017

La Guaca IV


Víctor Cardona Galindo
Un día mi compadre Toño Peralta le metió unos balazos a un cabrón borracho que lo fue a insultar a su casa. Se vino de la sierra, y triste, ya de malas, se ocultó cerca de la playa, andaba buscando la forma de sobrevivir. Pero allá en los manglares le dieron ganas de hacer de sus necesidades, así que se metió tantito entre el monte. Colocó el sombrero en el suelo y se sacó la pistola calibre 25 que traía fajada en la cintura y la puso sobre el sombrero. Terminando sus necesidades quiso tomar la pistola, pero no pudo porque la había agarrado con sus tenazas un cangrejo que le apuntaba con precisión, con una maniobra lo quiso desarmar pero inmediatamente el cangrejo se hizo para atrás y le siguió apuntando. Sin dejar de enderezar el cañón el cangrejo se perdió entre los manglares desarmando a mi compadre sin remedio. “Mejor me voy para mi tierra, no quiero que me mate un cangrejo lejos de los míos”, dijo mi compadre derrotado.
Panorámica de la comunidad de El Paraíso tomada 
por el maestro Salvador Morlet Mejía en 1953. 
Foto: Colección de Esteban Hernández Ortiz.
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En la Agencia del Ministerio Público había un jovencito, chofer del titular, que traía siempre fajada en la cintura una pistola calibre 9 milímetros Smith & Wesson plateada. Desde el primer día que llegó con ella el licenciado le dijo está bonita tu pistola aquí la traemos mi jefe, para una necesidad.
Cada día le preguntaba su jefe ¿y la pistola? aquí anda, jefe, para cualquier necesidad.
Y un día no la llevó al trabajo y el jefe preguntó ¿y la pistola? Él contestó la empeñé, mi jefe, se me presentó una necesidad.
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Cuentan que en Santo Domingo vivió un hombre llamado Prócoro. Un día en una asamblea a Prócoro se le salió un sonoro pedo. Después de eso era la comidilla de todos, por eso avergonzado se fue del pueblo. Pero con el tiempo le entró la nostalgia por su tierra. Pensó que ya eran muchos años y que tal vez ya nadie se acordaría de aquél vergonzoso momento. Llegó de regreso y el primer día, después de limpiar su casa y de instalarse, se fue a dar una vuelta por la cancha. Todo mundo lo saludaba con cariño “ya nadie se acuerda”, dijo para sí. Pero llegó a la cancha del pueblo y vio a un joven que observaba jugar basquetbol. Prócoro le preguntó ¿cómo te llamas? Clevert contestó —¿y cuántos años tienes? preguntó Prócoro. Clevert se quedó pensando y contestó pues no sé, pero mi mamá dice que cuando el pedo de Prócoro yo tenía tres días de nacido.
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En los años noventa, eran los tiempos del Ejército Popular Revolucionario. Un día hubo una balacera en el centro de la ciudad, dos jóvenes campesinos, que habían intentado asaltar una tienda, yacían en el suelo atravesados por las balas de la Policía Preventiva. Los dos portaban Cuernos de Chivo nuevecitos. Había llegado el Ejército y tenía acordonada el área. Los curiosos se aglomeraban en torno a las calles de Reforma y Álvaro Obregón. Hasta la multitud llegó bien “pedo” Cuauhtémoc Romualdo y como es chaparrito se alzó entre los demás y al ver los muertitos dijo en voz alta eso no es nada, se va a poner más feo”. Al escuchar eso los soldados se le fueron encima y lo detuvieron. Dicen que había muchos testigos de lo contrario hasta lo hubieran desaparecido. Lo maniataron y lo entregaron a Neftalí Ponce que en ese momento era el comandante de la policía, con las estrictas órdenes que no lo soltaran hasta que el Ejército terminara de investigarlo. En ese tiempo todos éramos sospechosos se ser guerrilleros.
Por la mañana éste cronista llegó a la comandancia de la policía, afuera se encontraba un activo agente de Inteligencia Militar que sólo conocíamos por el apodo de El Titi. A boca de jarro me dijo hey tú que le has hecho entrevistas a la guerrilla ¿conoces al comandante Cuauhtémoc? Le dije que no. Las entrevistas han salido en mi periódico, pero yo no las hice. Pero dicen que tú eres el contacto… pásale quiero que veas un cabrón que tenemos detenido, parece que ya agarramos el comandante Cuauhtémoc. Es chaparro, es fornido y parece que tiene entrenamiento. Por curiosidad entré a ver al supuesto jefe guerrillero y me encontré a Cuauhtémoc Romualdo temblando de la cruda. Le dije ¡ora comandante Cuauhtémoc! Se sonrió y me dijo avísale a la maestra Lupe que estoy detenido.
Ya alguien le había dicho a la maestra Guadalupe Galeana Marín quien llegó rápido y dialogó con el síndico Elías Salomón. No se lo quería entregar porque el detenido estaba a disposición del Ejército. Era reo federal. Lupe respondió por él y lo dejaron ir. Le dijo a Elías para cualquier aclaración yo lo presento. El síndico, por la amistad que había con la maestra, se echó la bronca y lo entregó. Quien sabe por cuantos días investigarían a Cuauhtémoc Romualdo a quien ahora con los años le recordamos, como guaca, lo que le hizo el Ejército, diciéndole “Eso no es nada, se va a poner más feo”.
Y hace poco alguien, que se oculta tras el anonimato de las redes sociales, le hizo la guaca de señalarlo como un peligroso narcotraficante. Él solamente se ríe con su carácter apacible y bonachón. Cuauhtémoc es de los hombres que nunca le harían mal a nadie. Es común encontrarlo guaqueando en los pasillos del Ayuntamiento. No deja títere con cabeza.
Tancho
El tío Atanasio Galindo también es un buen guaquero y cuenta muchas guacas de Los Valles. Una de sus favoritas son las aventuras de Tancho el curandero del pueblo.
Cuando Tancho curaba le rezaba a los espíritus recoquetones y les pedía que salieran del cuerpo de su paciente. “Espíritus recoquetones salgan del cuerpo de esta mujer”. “Espíritus recoquetones salgan del cuerpo de este hombre”, se escuchaba entre los rezos que solamente él entendía.
Un tiempo, En Los Valles, dieron por caer las jovencitas quinceañeras. Caían desmayadas y no se sabía porque, entonces mandaban a traer a Tancho, quien las curaba con flores y ramazos. Cierto día mientras curaba, un murciélago se metió a la casa y entre todos lo espantaron a sombrerazos, pero llegando con Tancho de un golpe lo mató y lo colocó en la esquina de la casa y le pidió a la familia que no lo fuera a mover de ahí si no querían que su hija recayera y habiendo terminado el ritual la jovencita se levantó muy sana y fresca.
Al día siguiente cuando se preparaba para ir a su milpa, corriendo le fueron a decir, que la nieta consentida de Bernardo Reyes había caído en un desmayo pesado y no había fuerza posible que la hiciera volver. La niña estaba desguanzada tirada en un catre. Tancho se volvió del camino para curar la nieta del hombre más rico del pueblo, pensó que ganaría una fortuna si la sanaba. Que Bernardo lo llenaría de gratificaciones. Pero por más esfuerzos que hacía dándole ramazos y rezando a los espíritus recoquetones. Nada, nada y nada. Entonces fue cuando se acordó del murciélago que estaba en la esquina de la casa del día anterior. Le dijo al papá de la muchacha que fuera a traer el murciélago.
El papá fue y lo trajo. Tancho frotó el murciélago por todo el cuerpo de la desmayada y al poco rato la muchacha revivió. Entonces mandó a enterrar el murciélago al panteón y la muchachita quedó sana. En eso salió Bernardo Reyes y le dijo cuanto te debo muchacho. Tancho como no queriendo contestó que sean doscientos pesos patrón. Entonces Bernardo Reyes dijo No, ¿pero cómo?, me estás robando, ¡eso es mucho dinero! Y sacando unas monedas, le dio quince pesos. Tancho abandonó la mejor casa del pueblo lamentando la tacañería de su dueño.
Los rezos a los espíritus recoquetones eran efectivos. Tancho con su primo peleaban un árbol de aguacate que estaba en la cerca. Su primo decía que era de él porque su papá lo había sembrado y Tancho aseguraba que fue el suyo el que lo plantó. Un día Tancho subió al árbol para bajar los frutos. En eso su primo lo vio que andaba arriba y le dijo —¡ha! Cabrón con que robándome los aguacates. Buscó el hacha y comenzó a dar de golpes al árbol con Tancho arriba. El árbol se movía, Tancho sin poder bajarse y su primo muy enojado trozando la corteza. Entonces comenzó a rezar “espíritus recoquetones que moran en el cuerpo de este hombre, hagan que se apacigüe”. Sólo rezó tres veces cuando ya su primo dejó el hacha y se metió a su casa. Entonces Tancho sintió que el alma le volvía al cuerpo. Se bajó y corrió metiéndose en su vivienda. El árbol de aguacate se secó poco a poco.
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El general Tomás Gómez Cisneros siempre fue enemigo de los revolucionarios de Atoyac y los de acá contaban que después de una batalla en Técpan, Gómez salió derrotado y en su huida rumbo a San Jerónimo le dijo a su asistente revísame creo que me dieron un balazo algo me escurre. Mi general es mierda. tope en eso mi teniente.
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Durante la guerrilla de Lucio Cabañas en Las Palmas muy cerca de El Ticuí dos batallones militares se confundieron y chocaron entre ellos. La batalla duró como una hora se tiraron muchos balazos y hasta granadas. La gente cuenta que un soldado gritaba ¿mi capitán, mi capitán, de qué color es la sangre? El capitán enojado y tratando de dar ánimo contestó color de mierda. ¡Ay entonces ya me dieron, mi capitán.
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También de la guerrilla se cuentan guacas. Dicen que por la mañana llegó la guerrilla y se quedó a acampar cerca de un pueblo. Por la noche el guerrillero de guardia se escandalizó por la cantidad de luces que estaba viendo. Corrió a dar la voz de alerta “estamos rodeados, estamos rodeados por los guachos”, gritaba. Pero cuando todos corrieron a ver se dieron cuenta que se trataba del alumbrado público del pueblo, que era una de las primeras veces que se encendía en esa comunidad.
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Otra ocasión cuando caminaban cerca de una carretera los guerrilleros cayeron pecho tierra y se escondieron entre los arbustos porque pensaron que se acercaba un avión. Así permanecieron largo rato, el sonido se seguía escuchando y el avión no aparecía, hasta que un guerrillero se percató de que se trataba de la resonancia de un transformador de la energía eléctrica que apenas el gobierno había mandado a colocar por esos rumbos. Es que pasó que algunos guerrilleros se subieron a la guerrilla y dejaron sus casas alumbrándose con candil. Pero el gobierno estaba tan apurado en quitarle banderas a la guerrilla, que cuando regresaban ya había carretera, centro de salud, tienda Conasupo y hasta luz eléctrica en su casa. Muchos no creían lo que estaban viendo.
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También el ex presidente municipal Luis Ríos Tavera en su libro El Guerrerense escribió un texto que se llama “Pescado Fresco” donde da luz sobre una guaca que se cuenta en la sierra, precisamente en la zona donde viven los Cabañas.
Se comenta que cuando comenzaba la guerrilla, un teniente de nombre Eustaquio Aguilar llegó con un destacamento de soldados y judiciales a San Vicente de Benítez para perseguir a Lucio Cabañas Barrientos. Le preguntaba a la gente si lo habían visto, la gente contestaba que no. Para hacer más efectiva su labor formó un grupo de voluntarios con campesinos enemigos del guerrillero. Pero por más que salían hacia los cuatro puntos cardinales de la sierra nada más no lo encontraban. De pronto el teniente comenzó a recibir pescado fresco y camarones de río para almorzar. Él seguía buscando a los guerrilleros y los pescados y camarones no dejaban de llegar.
Un día, en un campo abierto avistaron a los rebeldes, los voluntarios querían ir de una vez a los trancazos, pero el teniente Aguilar los contuvo, tal vez pensando en su hermosa mujer que lo esperaba en la ciudad. Los voluntarios se enojaron y lo mandaron a la chingada. Llegando a San Vicente de Benítez el teniente se encontró con una carta donde le pedían se presentara a la Ciudad de México para un curso de promoción.
Subió a su Jeep para abandonar la comunidad, en la salida se encontró a Luis Cabañas y se detuvo para despedirse. Le dijo don Luis, si alguna vez llega a ver al maestro Lucio dígale que me hubiera gustado conocerlo, en otras circunstancias y saludarlo como amigo. Qué bueno mi capitán contestó Luis Cabañas en cambio él dice que le dio mucho gusto conocerlo y quiere saber si le gustaba el pescado fresco que le mandaba todos los días.
El teniente dejó caer con afecto un golpe al hombro de Luis, al momento que el chofer arrancaba el motor del Jeep y el teniente se iba rumbo a la ciudad de Atoyac con la esperanza de no volver.



domingo, 16 de julio de 2017

La Guaca III


Víctor Cardona Galindo

Hipólito Cárdenas Deloya en su libro El caso de Ayotzinapa o la gran calumnia, registra algunas guacas de la zona de Tixtla y les llama “cuentos ingenuos de hombres buenos”. Un campesino de nombre Marcelino cuenta: Una vez fui con mi padre a la huerta, que estaba por el zanjón, a pixcar el maíz para acarrearlo a la casa. Llevamos tres mulas. En el terreno soltamos las mulas para que comieran libremente. Ya por la tarde, me dijo mi padre: tráete las mulas. ¿Dónde están?, pregunté. ¡Búscalas!, han de andar por allá abajo del zanjón entre el calabazal. Fui corriendo… volví… di otra vuelta y ¡ni sus luces de las mulas! Pues no están, papá, le dije. No se pueden haber perdido puesto que estando cerrado, ¡no se pueden salir! Esto es grande. ¿Cómo voy a creer que no las encuentres? ¡Búscalas bien! Volví al Zanjón. Oí ruidos como que roían… puse atención y seguía oyendo. Di vuelta a una calabaza que las mulas habían roído hasta hacerles un gran agujero por donde se metieron para comerse las semillas. ¡Nomás imagínense como eran del grandes las calabazas! 
Nuestros jóvenes grafiteros todo el tiempo están actualizando
 sus murales en los muros de la ciudad de Atoyac. Son muy 
creativos, y siempre están mejorando su técnica. 
Foto: Víctor Cardona Galindo


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En su libro Atoyacadas Enrique Galeana Laurel escribe las aventuras de Carmelo Ríos quien siendo joven se fue a la revolución y como se la pasaban peleando no había tiempo para comer ni para dormir. Hubo una batalla donde tenían el enemigo cerquita que no les daba cuartel y “de tantos balazos el cañón del rifle se ponía colorao… colorao… entonces cada quien sacaba su pedazo de carne o tortilla y sobre el cañón calentábamos nuestro itacate”.
Carmelo fue un revolucionario muy bragado y muy temido. “Me tenían miedo porque en lugar de tener una mula o un caballo yo domé un toro y en él andaba y el toro bramaba en el monte y la gente escuchaba y decía ahí viene Carmelo Ríos”.
En tiempo de paz Carmelo se dedicó a sembrar maíz y calabazas en 50 hectáreas de tierra que tenía. Iba darle vueltas a la milpa montado en su yegua la Pisaflores, porque a pie se hacía tres días, “pero ese día la yegua no aparecía entonces por la noche me puse a lamparearla y de pronto entre surco y surco vi que una calabaza se movía y poco a poco me fui acercando con mi 30-30 y alumbré dentro de la calabaza… pos que creen ahí estaba la yegua comiéndose el pipián. La calabaza era más grande que la casa de mi tía Cayita”.
Los vecinos de su huerta de café estaban bien rajados porque en los montes andaba una culebra grande que hasta aullaba por las noches. Un día la culebra le robó un cuche cuino (gordo), así que agarró su 30-30, pero como dicen que a esas culebras no les entran las balas, entonces se llevó su machete bien filoso como un aguatito. Aquí el relato se pone muy sabroso con el aderezo que le agrega Enrique Galeana quien también es un guaquero de marca.
Entonces… “que me topo con la culebra estaba bien grande como 35 metros y de inmediato me tiró como 15 mordiscos… y como la tenía cerca empecé a pelear con ella desde las doce del día… eran las cuatro de la tarde y no podía matarla, eso si cada colazo que me botaba para tumbarme… zas con el machete le cortaba como metro y medio y así seguí hasta como a las ocho de la noche y ¿Qué creen? Cuando la culebra se regresó a ver cuánto le quedaba de cola vio que nada más era un zunquete y oí que la culebra dijo seguro tu eres Carmelo Ríos y se fue corriendo con su puro zunquetito y san se acabó”.
Cuenta Enrique que Carmelo Ríos andaba de cacería, a los pocos días en que el huracán Tara desoló la región y no había nada que comer. Traía solamente dos balas para su riflito calibre 22 y de pronto en el campo descubre dos grandes venados pastando tranquilamente “pensé tengo que matar los dos de un solo tiro. Entonces saqué mi cuchillo y se lo puse en la punta del rifle y al jalar el gatillo pos la bala se partió en dos y en la pura tatema (cabeza) le di a los dos venados, pero ya venía caminando y en un palo de camuchín vi como 80 chachalacas, pero como no soy bembo les apunté para que una sola bala atravesara varias y cayeron como 15, pero déjate de eso salí con ganancia por que la bala pegó en un palo de campincerán y rebotó hacia el arroyo y la misma bala mató un robalón (pescado) como de cien kilos y medio”.
Pero un día por traer su pistola fajada lo agarraron los rurales y se lo llevaron preso a la cárcel de Tecpan de Galeana, que era una galera de tejas y adobe. En ese tiempo los guardias dejaban pasar todo tipo de frutas “ y como llevaba en mis bolsillos como kilo y medio de billetes, compré 50 piñas y le di de comer a todos los presos con una condición, que como con la piña dan ganas de miar, que se miaran en la esquina de la barda y así obedecieron mis órdenes porque sabían que yo era más malo que las espinas de carnizuelo… ya muy noche esa parte de la barda estaba muy humedecida tanto orín y llegué le di una patada y esa parte se derrumbó y por ahí nos fugamos, al otro día que iban pasar revista no había nadie. Me llevé a todos para la sierra a cada quien le di un terreno grande para que sembrara café y desde entonces hay cafetales, si no fuera por mí ni siquiera se conocieran las matas”.

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Enrique Galeana dice que Anselmo Martínez, El Chulo, quien participaba en la danza de El Cortés, la danza del macho y los 12 pares de Francia, siempre tenía una forma especial de disfrazarse. Cuando todavía no había luz eléctrica en la ciudad se colocaba en el arroyo Cohetero rumbo a la colonia Sonora y se cubría con un cuero de vaca para espantar a todas las personas que atravesaban el arroyo camino a su casa.

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Un día que Carlitos Morlet andaba de cacería por el rumbo de Río Verde, cuenta Enrique en Atoyacadas, se le descompusieron las luces de la camioneta “entonces pensó como regresar a El Paraíso y como llevaba más de tres kilos de parque para una pistola, cada quince metros disparaba y con ella se iba alumbrando”. Al escuchar la balacera un venado salió a ver qué pasaba y Carlitos lo mató con la camioneta.

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Dice Carlitos que en una ocasión dos pistoleros se enfrentaron a balazos en El Paraíso, parapetados duraron cinco horas tirándose, pero como eran buenos tiradores y se tiraban al mismo tiempo no se mataron, porque las balas chocaban. “Al otro día fui a recoger todas las balas y las derretí para ponérselas de plomada a mi tarraya”.

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Un paisano se fue a vivir a Chilpancingo y allá desesperado por no tener novia, acudió con un brujo quien le vendió unos polvos del amor y un perfume para que con el “solo roce”, las mujeres cayeran en sus brazos. Caminaba con los polvos en la mano buscando la mujer de sus sueños, cuando se encontró una patrulla. Como los elementos de la policía preventiva creyeron que esos polvos eran cocaína, lo detuvieron para investigación. Al final, el polvo resultó ser talco. No era ningún menjurje diabólico ni droga. No pudo enganchar la mujer de su vida y todo quedó en el susto que le metió la policía.

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En Los Valles La Maitra era una mujer indígena y muy católica, trajo a bautizar a su hijo a la ciudad de Atoyac. El padre Isidoro Ramírez la recibió y antes de ir a la pila del bautizo le preguntó ¿Y cómo le piensas poner al niño hija?, ella contestó Yo creo que Usebio, Padre. El párroco quiso corregir hija es con e, es con e. Cuando ya estaban frente a los padrinos le vuelve a preguntar ¿Hija cómo me dijiste que se iba a llamar?, Pues Usebio padre. El padre vuelve a corregir es con e, hija es con e. Bueno póngale así como usted dice padre  dijo resignada.  
Cuando llegó al pueblo la gente le preguntó que como le había puesto a su hijo ella contestó Coné, así dijo el padre que se llamaba. Para todo le gritaban Coneee, esto. Conee lo otro. Todo el mundo siempre lo llamó Coné, como le había puesto el padre. Solamente cuando entró a la primaria se dio cuenta que se llamaba Eusebio.

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“Desde que Hildalgo /prendió la mecha /no hay un hijoelachingada /que la apague hasta esta fecha”, Fortina Rojas.

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El matrimonio de Gabriel y Regina Zahar, eran árabes, vivían en la casa donde vivió Eduardo Parra. En uno de los costados de la plaza principal de Atoyac. Como en ese tiempo no había bancos tenían todo el dinero en bolsas de lona. Una ocasión se les metió un ladrón del que se decía tenía pacto con el diablo. Ese mismo una ocasión se robó El Santísimo, cuando estaba encargado de la parroquia el padre Isidoro Ramírez, lo encontraron en el río todo aplastado, solamente se llevó las piedras preciosas que tenía incrustadas. Ese ladrón se metía a las casas y no lo sentían. Por eso muchas familias colocaban recipientes con agua debajo de las camas para que absorbiera el somnífero que echaba el ladrón.
Cuando sintió que el ladrón estaba dentro de la casa, Gabriel Zahar le gritó a su esposa pásame la pistola, pásame la pistola. Doña Regina sabiendo que no tenían pistola contestó ­— y de dónde quieres que te agarre la pistola de la cacha pendeja contestó él.

Aquilino Salas, La Laura

Aquilino Salas fue uno de los mejores peluqueros de la región. Enrique Galeana lo recuerda porque se caracterizaba por andar vestido impecablemente de blanco. En su juventud fue aventurero, anduvo en un barco carguero recorriendo el mundo. Era muy ágil se echaba las maromas, hacia atrás, con mucha facilidad. Yo lo recuerdo siempre de blanco y tenía la característica de aguantar mucho tiempo sentado de cuclillas. Así se colocaba durante horas en una esquina del mercado Perseverancia.
Cuentan que una ocasión cuando trabajaba de minero en la mina Los Tres Brazos, donde extraían tungsteno, en lo profundo de la tierra encontró una pepita de oro. Los demás trabajadores le dijeron, deja esa piedrita de todas maneras de la van a quitar al salir. Me la quitan madres —contestó y se dedicó a limarla durante el turno. A la hora de la salida antes de llegar a la boca mina se la metió en el ano. Ahí la escondió. Cuando los supervisores lo revisaron no le encontraron nada. Aquilino también se hizo famoso por los pedos que cobraba a peso.
En día llegó bien crudo donde Juanche Galeana y éste no quiso fiarle una copa de mezcal, para curársela. Aquilino enfureció y le dijo vas a ver cabrón ahorita te voy a matar. Se fue a El Ticuí y llegó al billar donde estaban todos los amigos de Juanche. Entrando suspiró y dijo triste. Hay amigo se murió Juanche Galeana. Todos preguntaron ¿A qué horas? Yo lo acabo de ver comentó uno. Aquilino dijo ahorita vengo de allá. Ponía la cara de compungido, al tiempo que de dejaba querer por los asombrados amigos que le acercaban unas cervezas frías para la tristeza. Se tomó tres y con eso curó la cruda. Se fue para su casa prometiendo que nada más iba cambiarse para regresar al velorio. Los amigos comenzaron a correr, compraron veladoras y flores. Llegaron a la casa de Juanche y lo encontraron acostado en la hamaca meciéndose.
Cuando Juanche le reclamó Aquilino se rió te dije que te iba a matar por ojete y lo cumplí.

***
Aquilino pasaba a cortarle el cabello a Francisco Olea y a veces Francisco se lo cortaba a él. Un día Francisco le dice oyes se me antoja un caldo de guajolote. Aquilino dijo ahorita hombre. Se fue y en el callejón encontró un guajolote de su mamá, lo agarró y le amarró una liga en el pescuezo, el guajolote comenzó a contraerse queriéndose librar de la liga. Aquilino presuroso llamó a su mamá y le dijo –amá venga, vea ese guajolote tiene peste mire como le hace. Su inocente madre contestó –de veras mijo, anda llévatelo lejos de aquí, tíralo padre, antes que me vaya contagiar a los demás animales.
Aquilino tomó el guajolote, se lo llevó donde Francisco Olea e hicieron un festín al que concurrieron todos los borrachos de El Ticuí.


domingo, 9 de julio de 2017

La guaca II


Víctor Cardona Galindo
Los guaqueros hacen de las suyas queda vez que tienen oportunidad, aprovechan cualquier reunión social para contar sus historias, ya sea una asamblea de la comunidad, una velada o velorio. Son buenos para arrancar carcajadas. Aquilino Salas, La Laura, era un gran guaquero, lo es Elías Ríos y Jesús Ríos Vargas, El Fantomas, quien mejor cuenta las aventuras de Toño Peralta. Los Galindo y Los Maldonado son buenos guaqueros. También era muy divertido charlar con Francisco Serrano de Las Salinas y Matilde Valeriano Parra, La Pachaca, de La Remonta. Los dos ya fallecidos.
Josafat Galeana Serafín, El Pechu, se dedica a tirar basura
 todos los días y no falta a ningún velorio en Atoyac y sus
 alrededores, por más lejos que esté él llega y acompaña
 toda la noche. Tampoco se pierde una sola procesión
de Jesús de Nazaret durante la cuaresma.
Foto: Víctor Cardona Galindo.

Anselmo Martínez El Chulo, un señor muy picaresco, un guaquero, que se hizo famoso porque cantaba el verso: “Estos guaraches que traigo yo /Lucio Cabañas me los compró /y con el dinero que le sobró /un chicle motita me regaló”. Ahora esa rima se ve muy simple, pero El Chulo la cantaba cuando estaba en pleno apogeo la Guerra sucia y de esa manera se burlaba de los soldados que en ese tiempo estaban hasta en la sopa.
A El Chulo le decían La Güampira, porque se vestía de mujer y asustaba a las parejas románticas que se escapaban por las noches al río. También tapado con una sábana blanca se le aparecía a los albañiles que por las noches hacían gavetas en el panteón municipal. Un día se puso a gritar “hice una muerte, hice una muerte”, un vecino llamó a la policía porque pensó que don Anselmo estaba confesando algún delito. Cuando los “cuicos” llegaron encontraron que El Chulo había fabricado una muerte de madera y la hacía caminar por sus brazos. Es que también era buen artesano.
Y volviendo con los otros guaqueros. El otro día mi compadre Toño Peralta me contó que iba caminando por la orilla del río, ahí por Las Juntas, “cuando veo que del otro lado del río estaba una hilera de chachalacas. Que agarro mi riflito 22 y les tiré, de un sólo balazo maté a las seis. Les atravesé a todas el pescuezo. Es que yo tengo buena puntería usted sabe compadre”.

***
Compadre, mi fama de cazador trascendió las fronteras, no sé cómo supieron los gringos que yo era un buen cazador. Un día llegaron a tu humilde casa en San Francisco del Tibor un grupo de güeros que me buscaban para retarme a un concurso de cacería en África. ¡No hombre compadre! Yo nunca subiéndome a un avión, ese día volé desde la Ciudad de México hasta África compadre. Pinches güeros parecían Rambo, tanta arma que sacaron de las maletas. Yo llevaba mi cuaxtlera.
Dije entre mí, con esta les voy a ganar a los pinches gringos, me la colgué y nos fuimos al monte de cacería. Por la tarde llegaron los gringos al campamento y no habían cazado nada. Yo me chingué, dos elefantes, tres leones y dos tigres, un pinche jabalí y cinco gacelas.
Los gringos no cabían del asombro, tantos animales cazados y ellos nada. Me trajeron de regreso a San Francisco del Tibor me dieron mi trofeo. Los cueros de los animales que cacé ahí los tengo. —Verdad vieja —Si viejo si —contesta mi abnegada comadre.

***
Compadre —dice Toño Peralta— un día andaba por el rumbo de La Pintada, iba rumbo a El Camotal, cuando me encuentro un tigre, al verlo que le tiro con la escopeta y que me sigue, que le tiro el machete y el tigre atrás de mí. Ya me llevaba cerquita, pero al subir cuesta arriba el tigre se resbalaba, ya casi me alcanzaba y el tigre se resbalaba, sentía que me arañaba los pies y el tigre se resbalaba.
Que intervengo y le digo — ¡No hombre compadre! si a mí me sigue un tigre yo me cago, —Porque crees que se resbalaba el tigre compadre —Contestó sereno mi compadre Toño.

Otra de Tigre
Un día me avisaron que un compadre mío estaba enfermo en San Juan de las Flores, le dije a mi vieja vamos a ver a mi compadre. Nos fuimos, llegamos, mi compadre estaba encamado y la comadre tenía ya varios días comiendo puros frijolitos. Mi vieja me dice  —Toño te hubieras de ir por ahí a ver si te encuentras un venado para que la comadre coma un poquito de carne.
Agarré la escopeta de mi compadre y mi machete envainado y me fui por el monte rumbo al Río Chiquito, iba listo para tirarle a cualquier animar que saliera. Pensaba que a lo mejor un tejón o jabalí se aparecieran, pero de pronto al salir a un claro del monte, me saltó un tigre de bengala. Me llevé el susto de mi vida compadre, pero reaccionando que le tiro un balazo, creo que por el susto no le pegué, entonces que se enoja el tigre y que me sigue, no alcancé a cargar la cuaxtlera y que le tiro con la varilla, pero le jerré y siguió atrás de mí, que corro y ya que lo vi cerquita que le tiro con la escopeta, el tigre esquivó el golpe y que corro y el tigre atrás de mí. Que llegó a un arroyo y que veo que de una cascada caía un chorro de agua blanco, blanquísimo, que me subo por el chorro de agua y cuando llegué arriba veo que el tigre también va subiendo por el chorro de agua; entonces que sacó el machete y de un machetazo trocé el chorro de agua, entonces el tigre cayó y se desnucó al golpearse con una laja. Ahí tengo el cuero, cuando quiera verlo compadre, vaya a la casa —verdad vieja —Si viejo si, —contesta la santa de mi comadre.

El Tío Fermín Galindo
El tío Fermín se metió un día por necesidad al monte. Estaba sentado bajo un matorral cuando llegó una chachalaca y se sentó en una rama casi encima de él, rápido la agarró de la pata y la metió a su morral, “que digo estas no andan solas, y sí, nada más esperé tantito cayó la otra y que la agarro y la meto al morral, llegando a la casa mi vieja estaba feliz, las peló y las cenamos en estofado”.

El Tio Lencho Galindo
Un año se me olvidó limpiar la milpa. Cuando fui estaba toda llena de monte. Comencé con la tarecua y no avanzaba, en un palo de ocote estaba un guaco que cantaba y cantaba, yo no le hacía caso. Hasta que le puse atención porque parecía decir mi nombre Lenchoo, Lenchoo, bríncale al bolo, al bolo, al bolo, dale puro bolo, y volvía a decir Lenchoo, Lenchoo, al bolo. Dije entre mi este guaco está pendejo, seguí con la tarecua, pero me cansaba y que le brinco al bolo, y al bolo. Mientras al guaco gritaba, al bolo dale puro bolo. Con el bolo acabé de limpiar la milpa, gracias al guaco.

Oscar Blanco Patiño
Fui al palenque, ya ves que soy gallero. Había un gallo colorado emplacao que las ganaba todas, soberbio el dueño del gallo, dijo le doy diez mil pesos al que me gane una pelea, pero es más le doy los diez mil pesos al que me entable una pelea. Le dije espérame te voy a entablar la pelea. Fui a la casa y me llevé un gallo “rodailo”, pescuezo pelón, pero antes le di de comer puro nixtamal y ya lleno, acabando de comer me lo llevé al palenque. Cuando llegué con mi gallo pelón todos se carcajearon y gritaban burlándose. Me le paré enfrente al gallero fanfarrón, y le dije con este gallo te voy a entablar la pelea. Me soltaron al emplacao y en el primer navajazo, le rompió el buche a mi gallo. Al navajazo volaron los granos nixtamal y quedaron regados por todo el piso del palenque. El gallo fino ya no siguió peleando porque se puso a comer nixtamal. Como antes de la pelea no les dan de comer a los gallos finos para que estén bravos, tenía hambre ese pobre animal. Mi gallo pelón, a pesar de que no tenía buche, siguió caminando y cantó a medio palenque. Los jueces entablaron la pelea y me dieron mis diez mil pesos.

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Oscar dice que un día para atrapar palomas, se llevó un bule lleno de mezcal y llenó una jícara de cirián y la puso a la orilla de una ajonjolinal. Las palomas bajaban de los palos a beber y caían de lado bien pedas. Ya no podían volar. Entonces las agarraba y las amarraba de las dos patas con mecate de rafia y las colgaba en la silla del burro. ¡Zanca! estaba tan enviciado agarrando las palomas borrachas que se me fue el rato, cuando veo que volaron las que agarre primero y mi burrito se levantó en el aire, para detenerlo me colgué de la reata, pero las palomas eran muchas y me levantaron con todo y burro, cuando vi iba volando por arriba de los cerros. Pero la santa de mi mujer, siempre, cuando voy de cacería me echa unas panochas en el morral, para que no pase hambre. Con el sol las panochas se derritieron y se formó un hilito, por ese hilito me bajé. De mi burro quien sabe hasta dónde se lo llevaron las palomas.

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Francisco Pérez Fierro era investigador, le gustaba indagar sobre las costumbres de los pueblos y los casos extraordinarios que ocurrían en las comunidades costeñas. Un día alguien le avisó que en Cacalutla se presentaba el fenómeno del nagualismo. Presto fue en busca de un viejito que se transformaba en animal. Pérez Fierro preguntó por el señor y salió un viejito dicharachero que lo atendió en una mesa vieja, manchada y sin mantel.  —Nos dijeron que usted se transforma —dijo Pérez Fierro. —Claro que si —respondió el viejito. — ¿Se puede transformar para mí? —Preguntó el investigador —Claro que si —contestó aquel.
Pérez Fierro se puso listo. Preparó la cámara. El campesino se instaló en un costado de la mesa y se puso a mirarlo encorvado como simulando un toro. Estuvo así quince minutos. Entonces Pérez le preguntó — ¿A qué horas se va a transformar? —Me estoy transformado —contestó. Pasada media hora Pérez Fierro le dijo — ¿A qué hora se va a transformar pues? —Me estoy transformando, me estor transformando —volvió a contestar. — ¿Pero a qué hora? —Dijo con más energía. Entonces contestó —No ves que me estoy haciendo güey.

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En Atoyac los pendejos no mueren. Un hombre de la sierra subía disparando su pistola por la loma de colonia Villita. Acababa de darse de balazos con la policía. Al verlo Antonio Abarca desabrochándose la camisa y enseñando el pecho le gritó Hey tú, tantas ganas tienes de matar, mátame a mí. El hombre con la pistola humeante en su mano derecha volteó y al verlo contestó Yo no mato pendejos. Luego prosiguió su camino rumbo a la 18 de mayo.

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Fortina Rojas cuenta que había un hombre que tenía una hija y era muy celoso. No le dejaba salir ni al pan, y para podérsela llevar un enamorado inventó un truco. Mientras un amigo pescaba en un terreno seco, el otro se sacó a la muchacha por la cocina. Cuando los padres fueron a ver que pescaba, éste les dijo “Soy pescador sequero y si no pesco yo pescará mi compañero”.

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Hubo un tiempo que en el camino que conduce a la colonia Miranda Fonseca asaltaban todos los días. Se hizo costumbre que un grupo de encapuchados rodeara la combi y desvalijara a todos los pasajeros.
Cierto día salieron los asaltantes a la combi en que viajaba Rubén Ríos Radilla. Comenzaron asaltando de atrás para adelante y cuando llegaron al chofer le quitaron todo. En eso Rubén quiso quitarse el reloj pero un asaltante que apuntaba con una escopeta le dijo usted no Profe.

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El tenor Ambrosio Castillo contaba que realizó una gira por Europa y cuando estuvo en Francia le llamaron Ambrossie del Castillee y cuando estuvo en Italia le llamaron Ambrosini del Castillini y cuando estuvo en Rusia le llamaron Ambrososko del Castillosko, muy finas y distinguidas personas hay en esos países. Pero cuando regresó a Atoyac, su pueblo natal, al bajarse de camión flecha roja escuchó que la gente cucha decía ahí va Bocho el joto.


domingo, 2 de julio de 2017

La Guaca I


Víctor Cardona Galindo
Salomón García Jiménez en su libro Jerga y modismos de Guerrero México, define el termino Guaca como relajo, burla. Para nosotros los costeños la guaca es cotidiana, es una forma de llevarse la vida de manera divertida. Por eso la guaca es una broma, es una mentira, un cuento o cualquier anécdota divertida.
El hombre del costal. Se llama Bernabé
 Gervasio y camina por las calles de
 Atoyac ya está viejo, algunos le llaman 
Karma otros El Caminante. Cuando 
éramos niños nos decían que era un 
robachicos y nos asustaban con que 
nos iba a llevar en su costal, solamente 
el tiempo nos enseñó que era inofensivo. 
Foto Víctor Cardona Galindo

Canuto Nogueda Radilla además de ser El rey del amparo, era también El rey de la guaca, eso salió a la luz pública cuando dijo que Lucio Cabañas Barrientos le pidió 300 pesos como cooperación para sacar a Genaro Vázquez de la cárcel, “como pensé que iba a contratar un abogado se los di, nunca pensé que lo sacara a balazos”, comentó a la prensa aquella vez. Es obvio que Lucio nada tuvo que ver con el rescate de Genaro.
Enrique Galeana Laurel, El Indio camaronero, escribió el libro Atoyacadas, donde narra las guacas de Carmelo Ríos, de Carlos Morlet, de El Chulo y muchos otros atoyaquenses que tienen la fama de guaqueros.
Por otro lado Oscar Blanco inventó una tecnología para que los papayos parieran casi al nacer. Pero al crecer las papayas arrancaban las plantas y se le murió todo el papayal. Luego aprendió, y comenzó arrancándoles la primeras papayitas que iban brotando. Solamente así su tecnología fue exitosa.
Rómulo Ocampo Juárez está promoviendo la formación de otro país, México del Sur cuya capital sería San Juan de las Flores. Tendría su propio himno y una moneda con águila por los dos lados, para cuando nos echemos un volado ganemos todos.

Gumersindo Suástegui “Gume”

Era un adolescente cuando se fue a la revolución, en uno de los combates recibió un balazo en la clavícula que le salió por la espalda. Luego en una batalla de Coyuca de Benítez estuvo escondido en un horno con El Carnecuche tomando un tequila, salieron a festejar ya cuando sus compañeros habían ganado la batalla. Aunque en otras ocasiones salieron corriendo a toda velocidad hacia el monte cuando habían perdido. Muchas veces fue el encargado de llevar la comida, de donde estaban las mujeres echando tortillas hasta las trincheras, sentía la lluvia de balas.
Cuando terminó la revolución a Gume le tocaron unas tierras en el repartimiento que hizo el gobierno. Decidió hacerse ganadero, y compró unos picheles, le decía la gente: Bueno Gume para que quieres picheles. Él contestaba para mis vacas pero si tú no tienes vacas pero las voy a tener argumentaba.
Después que compró las reatas y se iba todas las tardes, a gritar al potrero, ¡acas!, ¡acas! ¡acas hijas de la chingada¡ Después de gritar un buen rato, regresaba a su casa atravesando el barrio con las reatas y los picheles en el hombro.
A Gume le dio también por sembrar palmas de coco, desde oscura la mañana acarreaba agua en palancas para regar una a una las palmeras, hasta que crecieron y dieron frutos. Para ese tiempo ya tenía sus vacas y ordeñaba. Fue en el tiempo de bonanza de la copra. Se convirtió en un hombre rico, fue el primero en tener un carro en el pueblo, con el que sacaba el coco e iba a ordeñar y movía sus vacas. Pero siendo rico comenzó a beber con frecuencia. Las mujeres que lo conocían estaban pendientes a donde iba al baño don Gume Suástegui, porque se limpiaba con puros billetes.

Toño Peralta

Mi compadre Antonio Peralta es un campesino y cazador nato. Le han pasado muchas cosas y las cuenta cada que tiene oportunidad. Vamos a escucharlo.
Compadre un día me llegó una invitación para la boda de mi sobrino en la tierra caliente de Michoacán. Pensé en irme en camión de Chilpancingo a la Tierra Caliente, o de Zihuatanejo al pueblo de mis mayores, sin embargo para ahorrarme el dinero y porque no me gusta dar vuelta, decidí que me iría en mi cuaco, atravesando la sierra. Le dije a mi vieja que me diera las espuelas de plata que tengo para la ocasión y monté el caballo. Me hice tres días atravesando el Filo Mayor, llegue hasta el río Balsas.
Pero como tenía que atravesar el río y estaba crecido, solté el caballo, para que pastara, me quedé con el freno en el hombro. Para descansar y luego buscar donde vadear el río, me senté en un tronco. Pero el tronco se movió y me di cuenta que era un enorme cocodrilo que caminaba hacia el río. Como no me había quitado las espuelas, apreté al cocodrilo con las espuelas de plata y al abrir el hocico le metí los frenos del caballo, el cocodrilo se quiso resistir pero con todas mis fuerzas lo sometí. ¡No hombre compadre!, montado en él me pasé el río. Llegué a la boda de mi sobrino montado en el cocodrilo y la gente me admiraba. Lo dejé amarrado debajo de un cirían, le dije -ahí te quedas hijuelachingada para que me pases de regreso, es que el río estaba muy crecido compadre. La gente que me vio llegar montado en el cocodrilo se tomaba fotos conmigo, ya ni pelaron a los novios. Era tan grande la novedad que salí retratado en National Geographic.

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Compadre, un día de estos te voy a invitar a San Francisco del tibor, para que comas camarones. ¡No hombre compadre! esos si son camarones. Una vez el toro suizo que me llevé pa’ semental, esa vez que vino el gobernador a entregarlos, se arrimó al arroyo a beber agua, un camarón lo agarró con las tenazas de las narices lo jaló y lo estaba ahogando, nomás bufaba el toro y no se podía soltar, ¿verdad vieja? Sí viejo, sí, contesta su mujer.
¡No hombre compadre! para quitárselo tuve que agarrar el mango del hacha, le di un garrotazo en la cabeza al camarón y se apendejó, lo saqué afuera del agua y ahí anduvo brincando, lo maté a garrotazos compadre. Mi mujer lo cocinó. Un solo camarón compadre, no cabía en el tambo del Nixcome y de la pura tenaza comimos tres días, y eso que somos siete de familia compadre. De la cola y la cabeza todavía tenemos carne. ¡No hombre compadre, eso sí son camarones!, no pendejadas.

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Allá en la sierra, cerca de mi pueblo encuentras muchas cosas. Un día me bajé a cazar rumbo de La Remonta, había caminado un poquito, cuando veo un oso polar, compadre, ¡Un oso polar¡ Que le digo no chingue compadre y que andaba haciendo un oso polar por la Remonta. Eso mismo le preguntaba yo compadre, ¿qué andas haciendo papacito, que andas haciendo?, cuando le clavaba mi daga en el pecho. ¡No hombre compadre! lo pelé y ahora tengo el cuero de alfombra en mi cuarto. Cada vez que me levanto lo primero que piso es la piel del oso polar.

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El otro día andaba de cacería y acababa de tirar un balazo, ya sabe compadre que mi escopeta es cuaxtlera. Ya no tenía pólvora y cuando veo un venado de esos que parece que tienen ramas en la cabeza, ¡compadre!, no tenía con que tirarle que le tiro con la varilla y que le atravieso el pescuezo, cayó el venado, y lo arrastre al camino y ahí lo dejé, como la varilla le había atravesado el pescuezo no estaba, me regresé a buscar la varilla, la busqué ahí entre la maleza, debajo de un tronco secó, en eso sin querer que agarro un conejo de la orejas que me araño los brazos, así brincando, vivo lo metí a mi morral. No estaba ahí la varilla y vi la trayectoria que llevaba, ¡No hombre compadre!, había atravesado un palo seco que estaba chorreando de miel. Que agarro el bule y lo pongo a capear la miel, me saqué cuatro tambos de miel de ese único palo. Seguí buscando la varilla, había caído en un arroyo, la encontré, la jale, compadre traía una docena de camarones ensartados, dos truchas y una guevina. Tuve que echar varios viajes a la casa para llevar todo lo que agarre ese día de un solo varillazo.

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Fuimos con mi hijo a chaponar para hacer milpa. Cuando vemos una iguanota, que se metió en una cueva, le dije a mi hijo tráete el diésel, ahorita vamos a sacar esta hija de la chingada. Le rociamos de diésel la cueva, luego le aventé un cerillo y no prendió, y que le aviento el otro y nada. Le aviento el otro y nada. Le aviento el cuarto y me asomo. Bueno compadre la pinche iguana antes que cayera el cerillo le soplaba, fussss, fusss y lo apagaba. Por eso no prendía el diésel. Agarro el quinto y como no hay quinto malo, se lo aventé muy cerquita que no tuvo tiempo de apagarlo. ¡No hombre compadre! salió esa iguana prendida y corrió con las llamas por todo el corral, dio tantas vueltas que me quemó toditito el potrero. La seguimos y quería subirse a una palma, varias veces lo intentó pero no pudo, porque se resbalaba, a la pinche iguana ya se le habían quemado las uñas. La agarramos y la trajimos para la casa, del puro pescuezo le salieron cinco docenas de albóndigas. No te imaginas compadre la cantidad de carne que le salió del mazo de la cola. Todavía estoy comiendo carne iguana, compadre, la tengo congelada en el refri.

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El otro día me bajé de San Francisco rumbo a La Remonta me colgué la cuaxtlera iba a ver si mataba un venado, cuando veo que por la carretera venía un león corriendo a toda velocidad. Compadre, le volaba la melena y digo ahorita me voy a chingar ese animal, que me bajo al camino y que me pongo en una curva a esperarlo, apuntando, venía tan recio ese animal que al salir de la curva me vio que lo tenía apuntado, iba a dispararle cuando vi que frenó, enterró las uñas en la tierra y se detuvo, pero venía tan recio ese animal que todo el cuero se le arremango para adelante, ya no hubo necesidad de dispararle porque él solito se ahorcó con el culo que le apretó el pescuezo. Ahora el cuero enterito sin ningún rasguño está de tapete, en el suelo, del lado de donde se baja mi mujer cuando se levanta de la cama.

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El Firulais es un perro que siempre me acompaña, cuando voy de cacería, ya ves compadre que mí me gusta cazar, íbamos caminando por el monte cuando el Firulais, encontró un armadillo, que lo sigue y el pinche armadillo que se encueva y el Firulais que lo sigue en la cueva nada más se oía el ladrido donde lo iba siguiendo. Yo escarbé con una barretilla pero no encontré ni a Firulais ni al armadillo. Nomás se oía el ladrido debajo de la tierra. Me cansé de escarbar y lo dejé. Me vine triste para la casa pues Firulais ya no volvió, se lo tragó la tierra junto con el armadillo.
Eso ya tenía tres meses compadre, pero el domingo mis hijos me dijeron —papá vamos a la playa, Les dije vamos que chingaos pues todavía andaba triste por lo del Firulais. Llegué a la Hacienda de Cabañas. Tendí una toalla en la playa y me acosté a tomar el sol. ¡No hombre compadre! cuando siento que se mueve la tierra, dije ¡hay madres un tsunami! Pero en eso veo que sale un armadillo de la arena y atrás iba el Firulais, y se fueron corriendo por toda la playa, yo creo que todavía va siguiendo al armadillo compadre.  Es bueno ese Firulais.

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Me quedé sin rifle compadre y a su comadre, se le antojaron las palomas, fui de cacería pero sin rifle, me fui cerca de un ajonjolinal y me senté debajo de un palo donde se sentaban las palomas, y vi que en una laja había un charquito donde bajaban a tomar agua muchas palomas. Entonces se me ocurrió una idea. Le saqué el agua al charquito y en su lugar le puse el medio litro de mezcal que llevaba para curarme la cruda, ahí bajaban las palomas a tomar agua, pero como era mezcal se quedaban dormidas. Se emborrachaban las palomas compadre, y bien pedas yo las agarraba y las  amarraba de la silla de mi burro que había dejado suelto comiendo en la orilla del camino. Eran tantas las que llegaban que me envicié agarrando palomas y no me di cuenta que las que agarré primero ya se les había pasado la borrachera y que vuelan. Eran tantas compadre que al volar se elevaron con todo y burro, ahí se fue mi burro volando colgado de las palomas, quien sabe a dónde me lo irían a jondear.