martes, 31 de marzo de 2020

18 de mayo de 1967 (Cuarta parte)


Víctor Cardona Galindo

Lo que sobrevino el 18 de mayo de 1967 es crucial para el destino de Atoyac. En su historia se puede hablar de un antes y un después. A partir de esa fecha, simplemente la vida no fue la misma.
Circulan testimonios acerca de que un judicial se le acercó a Lucio para preguntarle si tenía orden de hacer el mitin. Lucio se metió la mano a la bolsa de la camisa y sacó un papel entregándoselo. El policía se fue, pero ya no regresó. Sólo se llevó la orden. Allá arriba en el Ayuntamiento y en las casas de alrededor había hombres armados que apuntaban hacia la gente.
El joven Lucio Cabañas Barrientos

El capitán, comandante del grupo de la Policía Motorizada entró a la oficina del presidente Manuel García Cabañas, primo de Lucio, y le exigió que saliera a parar el mitin que había comenzado. El presidente se negó, entonces el jefe policíaco se descolgó el M-1 del hombro y dijo: “entonces vamos a proceder”.
La maestra Hilda Flores se encontraba con el alcalde en ese momento y encaró al policía: “como que va a proceder”. Pero el capitán la ignoró y salió.
“Voy a cantar un corrido /señores pongan cuidado, /yo les contaré la historia /de lo que en Atoyac ha pasado. /Se regó sangre inocente /por las fuerzas del estado”, así comienza diciendo el corrido que compuso don Rosendo Radilla Pacheco, alusivo a esa fecha.
Lucio arengaba a la gente con el micrófono en mano; el comandante se abrió paso entre la multitud con dirección a donde estaba el maestro. Y sin palabra alguna lo agarró del cuello de la camisa y lo empezó a sacudir. La gente se arremolinó al pie del tamarindo, el policía intentó matar a Lucio, pero la mano oportuna de una jovencita desvió el cañón del arma y el disparo se fue al cielo.
Y como si ese balazo fuera una señal empezó la balacera. Se escucharon más disparos. La multitud se convulsionó, unos corrían, otros forcejeaban con los policías. Llovían balas de todos lados. La gente caía al suelo. Luego otro judicial apuntaba a Lucio a punto de dispararle, como a dos metros de distancia, alguien le brincó y otro disparo dirigido al maestro se clavó en el suelo. Mientras un agente más daba un balazo en la nuca a Juvencio Rojas esposo de doña Isabel Gómez Romero y lo estaba moliendo a culatazos. Doña Isabel pensó que tal vez ya lo habían matado, entonces sacó su verduguillo y se lo clavó al judicial. Al ver aquello otro judicial le disparó con un M-1 a la señora y la atravesó de costilla a costilla. Doña Isabel murió ahí tenía un embarazo de cinco meses y cuando estaba en el suelo los gemelos se movían en su vientre.
“Continúo la balacera /con armas de alto poder, /a los primero balazos /se murió doña Isabel /en defensa de su pueblo /y su inocente también”, cantó don Rosendo.
“Parte del objetivo del capitán, además de evitar la manifestación, parecía la vida de Lucio Cabañas; pero varios cuerpos de padres de familia, maestros y simpatizantes lo cubren. Se forma a su alrededor una burbuja humana que le ayuda a escapar de los tiros. Los gritos de terror de la multitud se escuchan por todas partes. Hay quienes se enfrentan a los policías, la desbandada, la confusión, la sorpresa de ver varios cuerpos tendidos en el piso, gritos de dolor, angustia y el impacto de la muerte desintegran la manifestación”. Escribe Fritz Glockner.
“Fue un 18 de mayo, /como a las 11 sería, / en la plaza de Atoyac /toda la gente corría /de ver a sus camaradas /que unos tras otros caían”.
De azoteas caían las balas y entre la balacera varias mujeres jalaron a Lucio, doña Rosalía Bello López lo tapó con su rebozo, y junto con las fonderas lo sacaron y salieron por un costado de la plaza, pasaron frente a la Iglesia. Cuando Fidelito Castro los encontró Lucio caminaba junto a Aquilino Salas, La Laura, quien se lo llevó a esconder a una casita que tenía a las afueras de El Ticuí. Iban tragándose el coraje y sintiendo el compromiso con los muertos. En esa casita humilde de El Ticuí se planteó por primera vez el camino de la guerrilla.
En la plaza hubo siete personas muertas, cinco del pueblo y dos policías. Uno de esos policías había quedado herido, corrió hacia las oficinas del Ministerio Público, donde cayó muerto al cruzar la puerta. “Pasada la sarracina –asienta Wilfrido- la policía salió inmediatamente hacia el puerto de Acapulco, llevándose un muerto y a los heridos, dejando a otro compañero muerto en la oficina de la Agencia Auxiliar del Ministerio Público”.
Después de la balacera, sólo quedaron los muertos en la plaza, la gente se replegó a las casas de alrededor. Frente a la entrada de la escuela “Juan Álvarez”, un agente de la montada tardó con la pistola en mano amenazante mientras otro policía levantaba a su compañero herido y lo jalaba hacia una esquina de la plaza. Mientras unos judiciales tiraban a un policía muerto arriba de un jeep y acomodaban a sus heridos.
“Uno fue Arcadio Martínez /otro Regino Rosales, /también Donaciano Castro, /y don Prisciliano Téllez, /porque el gobierno de Abarca /todo arregló con las muelles”, continúa en otro verso don Rosendo.
Una vez pasada la masacre hubo acontecimientos que pasaron inadvertidos, como el caso de que algunos ciudadanos abandonaron sigilosamente la ciudad; uno de ellos fue Anselmo Alcaraz, un maestro que se convirtió en cartero, quien se fue del pueblo porque era miembro del grupo de su comadre Julita. Otro fue el delegado de tránsito Alberto Divicino González, quien fue acusado de dar el silbatazo para que iniciara la masacre y de disparar hacia la multitud junto a otros notables atoyaquenses, miembros del grupo que apoyaba a Julia Paco.
De pronto Atoyac se vio lleno de reporteros. Al otro día la noticia salió en todos los periódicos, algunos no muy veraces, que dan nombres equivocados, pero nos da una idea del ambiente que se vivió:
“Hoy cuando a las 11:00 horas se reanudaron los mítines, el capitán Enrique García Castro trató de quitar el micrófono al orador. Se suscitó un forcejeo y el agente sacó su pistola y se la vació al manifestante. Así se inició un tiroteo de ambos bandos que duró media hora”.
“La XXVII zona militar, al mando del general Salvador del Toro, mandó al 32 Batallón de Infantería, al saberse que los agentes policíacos estaban a punto de ser linchados. Igualmente se trasladaron elementos de la fuerzas estacionarias en Tecpan de Galeana”, informaba El Universal en su edición del 19 de mayo de 1967.
“Los caídos en el campo de batalla fueron Héctor Avilés de la Policía Judicial, un capitán no identificado de la policía motorizada; tres policías heridos, de la judicial, no identificados; civiles muertos: Regino Rosales de la Rosa, Ma. Isabel Gómez; Prisciliano Téllez; Arcadio Martínez, Feliciano Castro. Los heridos fueron Juan Reynada Victoria; Gabino Hernández Girón y Juvencio Mesino”, se lee en la cabeza del Rayo del Sur (21 de mayo de 1967). En esta edición el periódico publica en su primera plana la foto de Héctor Avilés con su cuerpo ensangrentado tirado en el zócalo.
“El tamarindo que estaba en la esquina Suroeste de la plaza cívica, Anastasio Flores Cuevas lo bautizó como el árbol de la victoria, el 10 de mayo de 1967”, escribe Rosendo Serna en su columna ¿A mi qué? Publicada en El Rayo del Sur (21 de mayo del 67) menciona como herido en el zafarrancho a Bonifacio Gómez Acosta.
A continuación reproduzco la noticia publicada por El Trópico, escrita por el enviado Enrique Díaz Clavel la cual considero que fue la que más se acercó a la realidad de ese momento:  

Trópico, Diario Independiente de Información 19 de mayo de 1967, pág., 1
9 muertos y más de 20 heridos en el zafarrancho

***Fue feroz el encuentro entre padres de familia y policías estatales en Atoyac
***Restableció el orden el ejército pero hay un clima de indignación contra el régimen local

E. Díaz Clavel
Enviado

     Nueve muertos y más de 20 heridos arrojó el encuentro entre policías estatales y padres de familia de la escuela “Juan Álvarez”, de esta población, por haber faltado energía del gobierno, al principio del conflicto, cuando se pedía la destitución de la directora del plantel, Profa., Julita Paco Piza, que al final se retiró mediante una licencia ilimitada.
     Los de la Asociación Cívica Guerrerense, que aprovecharon el asunto para sus móviles de agitación, después de una serie de dificultades desde el 18 de abril pasado, unidos con los padres de familia, en un mitin celebrado hoy, ya no querían solamente la salida de la maestra, si no de 18 de sus compañeros a quienes consideró adictos a la maestra destituida.
     Luis [Lucio] Cabañas Barrientos y la Profa. Hilda Flores Solís, aparentes dirigentes de este problema, sin autorización celebraron un mitin en la plaza de Atoyac, frente a la escuela y palacio municipal, en que el primero de ellos comenzó a hablar de que no cejaría hasta sacar a los 18 profesores cómplices de Julita.
     Veinticinco elementos del cuerpo motorizado de la Dirección de Seguridad Pública y ocho agentes de la Policía Judicial que fueron a reinstalar a los 18 maestros y al nuevo director, cuando se congregaban las gentes de pueblo, los provocaron y así se originó el zafarrancho, con el trágico saldo de que hablamos al principio.
     El alcalde de Atoyac Manuel García Cabañas, nos decía esta tarde en el palacio municipal; “llegó ante mi el comandante de Cuerpo Motorizado y me dijo que iba a parar el mitin”, y agrega “le contesté, haga lo que crea conveniente”, y puntualiza más adelante, “de inmediato vino el encuentro a tiros, con el resultado que ya conocemos”.
     Según una afirmación, los disparos partieron de los cuerpos policíacos, en que el primer herido fue Cabañas Barrientos, quien cuando tuvo oportunidad huyó hacia la sierra, cercana a Atoyac.
     Uno de los civiles que también rodó por el suelo herido a balazos fue Juvencio Mesino. La esposa de este sacó un puntiagudo puñal y se lo sepultó en la región intestinal al Cap. Enrique Carvallo Castro, comandante del Cuerpo Motorizado. La mujer que esta grávida, murió de un balazo.
     Así caían muertos los padres de familia y de la Asociación Cívica, Regino Rosales, Arcadio Martínez, Prisciliano Téllez y Feliciano Castro. Por los policías murieron los agentes de la Policía Judicial, Héctor Avilés González  y Genaro Ángel Navarrete, y el motorizado Ángel Moreno Villegas.
     Todo este cuadro, en dos encuentros de cinco minutos cada uno, sucedía cuando los niños de la escuela “Juan Álvarez” comenzaban a disfrutar del recreo. Del pueblo resultaron heridos de consideración Juan Reynada, Franco Castillo, Tirso Gómez Durán y Silvestre Dimas Padilla.
     Por los policías caían machacados en sangre, muy graves, el subcomandante motorizado José Luis Álvarez, el subteniente Donaciano Carpio Bardo y el agente de la judicial, Genaro Gutiérrez Quiroz. Los policías cuando vieron que todo el pueblo de Atoyac salía a proteger a sus amigos o parientes, salieron despavoridos, en el momento que hacía su aparición una sección de 32 Batallón de Infantería que pidió cordura.
     Como el pueblo está indignado, la fuerza federal por indicaciones del Gral. Salvador del Toro Morán ha impedido la entrada de agentes y demás policías y quedan bajo la custodia de la 27 zona militar, para que no se repita otro zafarrancho, originado por la falta de acción del gobierno del estado, que directa o indirectamente es el único culpable.
Por su parte otro reportero del mismo periódico Andrés Bustos Fuentes publicó: “El general Manuel Olvera Fragoso, jefe del primer Sector Militar con sede en Atoyac, está colaborando con el general del Toro Morán y será probablemente él quien continúe la vigilancia en tanto no se normalice la situación… A las 19 horas de la noche arribó el procurador de Justicia del Estado, Lic. Horacio Hernández Alcaraz con el objeto de volver a instalar a la Policía Judicial, cosa de que desistió a sugerencia del Comandante de la XXVII Zona Militar, debido al elevado estado de ánimo de los “cívicos”; hasta la hora citada, era imposible que soldados pertenecientes a los grupos de Seguridad Estatal, pudieran entrar a la población”. (Trópico, 19 de mayo 1967, p. 1)
“Lástima de hombres valientes /que no conocieron miedo, /en defensa de su pueblo /hasta la vida perdieron, /mataron dos judiciales /e hirieron sus compañeros”. Sigue la composición de don Rosendo Radilla Pacheco que más tarde sería desaparecido precisamente por componer corridos donde narraba la lucha del pueblo.


lunes, 30 de marzo de 2020

18 de mayo de 1967 (Tercera parte)


Víctor Cardona Galindo
Lucio Cabañas Barrientos y Serafín Núñez Ramos estaban de regreso reinstalados en la escuela “Modesto Alarcón”, cuando los maestros y padres de familia de la “Juan N. Álvarez” fueron a pedirles el apoyo. Ellos y los demás maestros del Movimiento Revolucionario del Magisterio habían logrado en su plantel cambiar a la directora y poner un director más sensible con la situación de los padres de familia. Tanto Lucio como Serafín aceptaron apoyar al naciente movimiento de la antes llamada Escuela Real y el movimiento incluyó al pequeño comercio, campesinos y colonos.
Serafín Núñez recuerda que fue Alberto Martínez Santiago y Anastasio Flores Cuevas quienes se reunieron con ellos para pedirles el apoyo.
El Zócalo de Atoyac, al centro el tamarindo llamado El árbol de la Víctoria,
donde se hacían los mítines en los años sesenta.

En el tiempo de los acontecimientos, Lucio moraba en la casa que fue de su abuela materna, Enedina Barrientos, donde vivía su tío Antonio Onofre Barrientos con su esposa Florentina Gudiño y sus hijos. A este domicilio llegaron los docentes de la escuela “Juan N. Álvarez”. Se dice que platicaron como una hora y se pusieron de acuerdo. Mientras su tío Antonio miraba todo aquello con desconfianza y aconsejó a Lucio “ya no te hubieras de meter en ese problema, no es asunto tuyo, no pertenece a tu escuela. Mejor déjalo”. Pero Lucio estaba comprometido con las luchas del pueblo y no le prestó atención a la advertencia. Algo parecido opinaba Serafín quien pensaba que los maestros de la escuela Juan Álvarez deberían de vivir su propia experiencia y foguearse al calor de la lucha. Sin embargo la opinión de Lucio se impuso y terminaron con firmeza encabezando el movimiento.
A partir del 20 de abril iniciaron las marchas con antorchas a las que llamaron cabalgatas. El 21 se llevó a cabo un mitin en el zócalo en el que se pidió la salida de la directora Julia Paco y el regreso de Martínez Santiago. Desde ese día los mítines se hicieron cotidianos y el 22 tomaron las instalaciones de la escuela y montaron guardia permanente. Hubo ligeros enfrentamientos con la gente de la directora y se fue radicalizando el movimiento.
El domingo 23 a las 13 horas se presentó a la escuela el subprocurador de justicia Humberto Romero Palacios y el Director de Educación en el Estado Prisciliano Alonso Organista. Al tratar de entrar a la escuela con la directora y la directiva de la Sociedad de Padres de Familia fueron sacados a empujones. Se dice que en este altercado a Julia, la directora, las mujeres que estaban de guardia, la tiraron al suelo y en el forcejeo le desgarraron la ropa. Por eso la reunión se trasladó al Palacio Municipal y los enviados del gobierno amenazaron a los manifestantes con meterlos a la cárcel, porque tomar la escuela era delito.
Los alumnos del profesor Martínez Santiago se juntaban con él por las tardes. Reuniones a las que asistían Serafín Núñez Ramos y Lucio Cabañas Barrientos. Los niños participaban en la elaboración de la propaganda, mantas y pancartas que se exhibían en las cabalgatas que salían por las noches. “Era impresionante ver el gran número de personas que pedían la salida de la directora y que salían a manifestarse alumbrándose con hachones”. Dice Elizabeth.  
El primero de mayo se realizó una cabalgata con antorchas, los manifestantes recorrieron las calles con lo que festejaron el día del trabajo y de paso pidieron el regreso de Martínez Santiago y la salida de Paco Piza. Al frente de esta movilización iba Lucio Cabañas Barrientos. Lo mismo ocurrió el 5 de mayo y casi todos los días había mítines en el zócalo.
“La sociedad ha mantenido cordura porque no quiere igualarse con la plebe y sólo prefiere mantener vigilado que no sea saqueado el edificio tomado desde el viernes 20 (de abril) por los alborotadores, ya que la construcción de este edificio lo costeó dicha sociedad y paga para su mantenimiento y conservación” publicaba El Rayo del Sur el 30 de abril.
“El 27 de abril de 1967 Hilda Flores y Roberto Arceta encararon al enviado del gobernador. El 4 de mayo en la sala de Cabildos hubo una discusión ríspida entre Manuel García Cabañas y Lucio Cabañas. Manuel quería que aceptaran como director a Ramón Díaz Pantaleón […] Los padres de familia que están posesionados de la escuela Juan N. Álvarez, en Atoyac, se muestran decididos a no desocupar el plantel mientras no sea reinstalado el profesor Alberto Martínez Santiago, que está comisionado en una escuela de Coyuca”. Da a conocer el Trópico, Diario Independiente de información el 7 de mayo de 1967.
Al crecer el movimiento se fue la directora y el gobierno del estado nombró como director sustituto al maestro Ramón Díaz Pantaleón, desde el 3 de mayo; sin embargo al no volver el maestro Alberto Martínez Santiago la lucha continuó y las cosas siguieron igual.
“En lugar de Julita nombraron director a Ramón Pantaleón López. Ya que más de 400 alumnos estaban sin clases” dice El Rayo del Sur en su edición del 7 de mayo de 1967.
En mi opinión en la escuela Juan Álvarez se reprodujo el mismo esquema del movimiento de la Modesto Alarcón. Movieron a Lucio y a Serafín y cayó la directora. Los padres siguieron movilizándose regresaron a Lucio y Serafín. En la Juan Álvarez cayó la directora y regresó Alberto Martínez Santiago. Pero aquí con el agregado que después los padres querían que se fueran todos los maestros que apoyaron a la directora.
“El día de la madre, los manifestantes reciben la buena noticia de que, por órdenes del gobernador del estado, se decreta la salida de la directora… Así como la reinstalación del maestro removido”, escribe Fritz Glockner, en Memoria Roja. Historia de la guerrilla en México (1943-1968).
De acuerdo a un acta que Rene García desempolvó de los archivos, a las 9 de la noche del 10 de mayo de 1967 las demandas iniciales quedaban resueltas, se llegaba a los acuerdos: de entregar la escuela, se quedaba como nuevo director Ramón Díaz Pantaleón, regresaba a la escuela Alberto Martínez Santiago y el gobierno del estado se comprometía a no ejercer acción penal en contra de los manifestantes. Se firmó el acta. Por parte de los docentes: Anastasio Flores Cuevas, Miguel Sánchez Tolentino, Sebastián López Luna, Celestino Lévaro Ocampo, Margarito Flores Quintana, Guillermina Nava Pineda, Hilda Ríos Pérez, Cenelia Salgado Salas, Teresa Damián Bahena, Felipa Cabañas y Alberto Martínez Santiago.
Firma también el director Ramón Díaz Pantaleón, Alberto E. Camacho Agente del Ministerio Público y como testigo el Presidente Municipal Manuel García Cabañas.
Como los mítines se hacían bajo un tamarindo que estaba en un extremo de la plaza, los maestros inconformes lo bautizaron como “el árbol de victoria”, porque habían logrado sacar a la directora. Bajo ese árbol colocaban el aparato de sonido para arengar a los ciudadanos que asistían a las concentraciones. Eso fue el 12 de mayo cuando festejaron el triunfo de la salida de Julia Paco. “Año con año conmemoraremos éste acontecimiento bajo la sombra de éste tamarindo, hoy árbol del triunfo”. Dijo el maestro Anastasio Flores Cuevas.
Glockner también subraya que durante la asamblea del 12 de mayo se expone que también deber salir de la escuela aquellos maestros que apoyaran a Julia Paco Piza: “la limpia se antoja completa, pues si han conseguido la caída de la directora, ahora desean terminar la tarea. La autoridad se niega a considerar siquiera aquella nueva solicitud y con el fin de vigilar el buen desempeño de la escuela, es enviado un grupo de policías judiciales de la motorizada”.
 “Ahora piden el cese de otros maestros los revoltosos de Atoyac y sigue el lío” cabeceaba el Trópico el 13 de mayo de 1967 y agregaba en la nota “Quienes creían que el problema de la escuela primaria Juan N. Álvarez había llegado a su fin con la renuncia de la maestra Julia Paco Piza, se equivocaron pues los ‘cívicos’ no entregaron el plantel como se comprometieron y ahora están exigiendo la renuncia del resto de los mentores que estuvieron apoyando la conducta de la profesora destituida”.
Por eso el 17 de mayo muy temprano arribaron a esta ciudad el Procurador de Justicia del Estado Horacio Hernández Alcaraz y el director estatal de educación Prisciliano Alonso Organista, acompañados del capitán Enrique Arellano, comandante de la Policía del Estado, dependiente de la Dirección de Seguridad Pública y del jefe del grupo de agentes de la Policía Judicial con sede en Petatlán Rafael Radilla Maganda.
Dice Wilfrido Fierro que los funcionarios se dirigieron a la escuela “General Juan Álvarez”, para darle posesión al nuevo director y a los maestros: Javier Alonso Sagal, Martiniano Cantú, Juan Rivera, Fortunato y Clemente Díaz, Malaquías Pérez Alejo, Andrés Rabadán, María del Socorro Montoya, Mario Martínez, Antonia Nava Zamora y Teófilo Salas que habían permanecido leales a Julia Paco. Luego de cumplir su cometido a las tres de la tarde regresaron a Chilpancingo, dejando al capitán Enrique Arellano Castro como responsable del orden. Los policías se hospedaron en las oficinas del PRI ubicadas en Nigromante 3.
La noche de ese 17 de mayo, los integrantes del movimiento se reunieron en la escuela “Modesto Alarcón” donde organizaron el mitin del día siguiente a las 10 de la mañana. Fue una asamblea popular en la que se pedía el apoyo de la población.
Dice Ángeles Santiago Dionicio que los policías que vinieron a reprimir eran “puros escogidos, fornidos y con cascos blancos”. Días anteriores había llegado un dispositivo policiaco. Porque la escuela “Modesto Alarcón” donde trabajaba Lucio ya estaba vigilada, había guardias de civil apostados alrededor, que se asomaban a la escuela para enterarse de lo que ocurría al interior. En ese contexto se dio la reunión de la noche anterior a la masacre. Laura Castellanos en su libro México Armado 1943-1981 (2008) recoge el testimonio de Octaviano Santiago Dionicio que escuchó que un viejo le dijo a Lucio Cabañas:
“-No salgas Lucio. Hay informes de que si te ven en la calle te van a matar –dijo el señor.
-Si me quisieran matar ya lo hubieran hecho –respondió Lucio.
-No, no vayas –insistió el viejo.
-Sí, si voy a ir. Y voy a ir porque no creo que se atrevan a mucho. A lo más que se pueden atrever es a darnos unas pescozadas, quitarnos el aparato de sonido, y a meternos unas horas a la cárcel. Pero por si las moscas –dijo al final-, quien pueda llevar una piedra, que se las lleve, y allá nos vemos.”
El 18 de mayo, Hilda Flores Solís estaba en su casa cuando unas mujeres del mercado la fueron a ver, porque estaban preocupadas por la presencia de los policías, por eso ella antes de que comenzara el mitin se fue a ver el presidente Manuel García Cabañas para convencerlo de que se retiraran los agentes policíacos.
Según Laura Castellanos, le dijo “–Oye Manuel, a ver como está esta gente ahí.
Él le contestó –Yo no puedo hacer nada, ésta gente está por órdenes del gobernador, lo que pueden hacer ustedes es retirarse”.
Ese día Lucio salió por la mañana de la casa de su tío Antonio Onofre, como lo hacía diario, a dar clases a la escuela Modesto Alarcón. Era jueves y se sentía el ambiente pesado, había un silencio misterioso y la familia Onofre Gudiño estaba en tensión. Lucio llegó a la escuela como era su costumbre, era muy responsable en el horario. Faltaban 15 minutos para las 10 de la mañana de aquel fatídico jueves, cuando abandonó la escuela.
Era la hora del recreo, dejó a sus alumnos jugando salió de la escuela primaria Modesto Alarcón, caminó por la calle 18 de marzo, acompañado por algunos padres de familia, luego por Obregón y Arturo Flores Quintana. Al pasar por la calle Agustín Ramírez, le gritó al administrador de correos: “Córdoba vente para que te tiemblen las corvas”, luego subió por el callejón Melchor Ocampo y Nigromante para finalmente llegar a la Plaza Morelos, que estaba rodeada de policías judiciales y de la montada. Algunos estaban apostados como francotiradores en las azoteas. La gente lo vio llegar por un costado del Ayuntamiento.
El mitin se llevaba a cabo frente a la presidencia municipal, en el Zócalo, el sonido estaba bajo un árbol de tamarindo que había sido bautizado como “árbol de la victoria”. Había mucha gente del pueblo. Lucio Cabañas tomó el micrófono y subió a una silla para dirigir el mitin. Comenzó su incendiario discurso que movía las fibras más profundas del pueblo presente.



sábado, 28 de marzo de 2020

18 de mayo de 1967 (Segunda parte)



Víctor Cardona Galindo
La Escuela Primaria Urbana del Estado Juan Álvarez, se localiza en la Plaza Morelos en el centro de la ciudad colinda con el edificio, que alberga al Ayuntamiento y el DIF municipal. Es la escuela más antigua del municipio, se fundó en los tiempos de gubernatura del general Juan Álvarez como Escuela de Niños, en 1886 se le denominó Escuela Real, luego pasó a ser durante el porfiriato Escuela Oficial de Niños, más tarde se llamó Escuela Primaria Mixta del Estado Juan N. Álvarez y ahora se llama Escuela Primaria Urbana del Estado Juan Álvarez. La N se le suprimió al comprobarse que el general atoyaquense nunca la utilizó en su nombre y no tenía razón de ser.
Así era la escuela primaria Juan Álvarez en 1959, antes que se derrumbara parte
 de la construcción.

En los años sesenta del siglo pasado en la escuela Juan Álvarez se vivía una tiranía, la directora Julia Paco Piza, era excesivamente exigente, con el pago de las cooperaciones, los hijos de los padres que no cumplían con sus requerimientos eran regresados a sus casas. Además que les exigía rigurosamente el uniforme. Niño que iba sin zapatos era devuelto sin miramientos hasta que cumpliera el requisito.
“Había también la exigencia de dos uniformes; uno para el uso diario y otro uniforme que pomposamente le llamaban ‘de gala’ para eventos especiales. En todos los casos quien no cumpliera de los alumnos se hacía acreedor de no tener derecho a entrar a clases” escribió Pedro Martínez Gómez en el Diario 17 el viernes 11 de abril de 2008. A lo anterior se sumaba que la compra de los uniformes debería ser exclusivamente en la casa comercial seleccionada por la directiva de la escuela.
Otro testimonio es el de Elizabeth Castro Otero “Es que había una escuela donde se exigía ir de zapato y tobilleras, con tres uniformes diferentes. Se les exigía muchísimo estando la gente pobre. Teníamos un uniforme del diario de mascotita roja, con su moño rojo y su cinturón, zapatos blancos y tobilleras blancas. Había un uniforme de gala y era el que llevábamos los lunes y los días de fiestas. Además del uniforme que se utilizaba en los desfiles”. Había vigilancia en la entrada que ejercía el maestro de guardia, el niño que no llevaba el uniforme era regresado a su casa.
Además la sociedad de padres de familia se había perpetuado en el poder, ya tenia 10 años que no se cambiaba. Había un sistema de cuotas: se cobraban tres pesos por mes a cada alumno y 10 pesos de inscripción, les daban determinada cantidad de boletos para funciones de cine para que los vendieran y si no los vendían había que pagarlos. Además tenían que consumir productos dentro del plantel en la cooperativa escolar para generar fondos en beneficio de la institución. Había dos comités: uno encargado de la construcción del edificio y el de la sociedad de padres de familia. Ambos estaban en manos de miembros prominentes de la sociedad local.
Así estaban las cosas, cuando en enero de 1967 se organizó el certamen de la Reina de la Primavera y se lanzaron dos niñas para el cargo y se organizaron actividades para recabar fondos y construir la cancha de basquetbol al interior de la escuela. Concursaron para el cargo las niñas: Mercedes Parra Otero y Norma Gayosso Estévez. El periódico El Rayo del Sur publicó las fotos en la primera plana de su edición del 29 de enero de 1967.
Los padres de familia y los maestros de la escuela apoyaron a los comités pro-candidaturas y para allegarse fondos organizaron rifas, bailes y ventas de fotografías de las candidatas. El objetivo fue crear equipos del personal docente para trabajar, pero eso provocó que los maestros se dividieran. De ahí se vino agudizando el conflicto hasta que explotó.
Dice René García Galeana (Rega) que en febrero “los comités de las candidatas empiezan a tener problemas y se tergiversan el fin y los objetivos del certamen infantil. Para el 10 de febrero ya hay dos grupos antagónicos, la candidata de los ‘pobres’ que es Mercedes Parra y la candidata de los ‘ricos’ Norma Gayosso”.
Algunas versiones dicen que el conflicto se agudizó el 7 febrero de 1967, cuando el presidente municipal Manuel García Cabañas suspendió el baile de disfraces que se había organizado en apoyo a la candidata a reina de la primavera Mercedes Parra Otero. Dice Wilfrido Fierro en La Monografía de Atoyac “que los organizadores perdieron más de cinco mil pesos”.
El Rayo del Sur el 12 de febrero de 1967 publicó en su primera plana: “La cueva del Club de Leones estaba abarrotada cuando ya eran las 21 horas del día 7 (de febrero) hora en que la Orquesta de los Hermanos Chinos tenía que comenzar actuar. (Pero no llegaban) Corrían los minutos y los concurrentes tras la impaciencia comenzaban a protestar. Una hora antes había salido una comisión de maestros a saber el porqué hasta El Espinalillo y como llegadas las 12 de la noche no regresara, la concurrencia fue desalojando el campo… Unos 60 pollos rostizados quedaron sin venderse, al no llevarse a cabo el baile porque el alcalde Manuel García Cabañas lo suspendió por medio del oficio número 164”.
El hecho provocó que la familia de Mercedes retirara su candidatura. Lo mismo hizo la familia de Norma Gayosso. Fue el 17 de marzo, cuando el señor Ernesto Gayosso Flores en una reunión dio a conocer el retiro de su hija de la contienda y entregó el dinero que había recaudado hasta ese momento al jefe de la subalterna Federal de Hacienda, Raúl Álvarez Cano.
Por otro lado en el grupo de sexto año el maestro Alberto Martínez Santiago le abría los ojos a los alumnos, porque les cobraban a los padres tres pesos mensuales. Los directivos les decían que era para los implementos de limpieza, “pero nosotros cooperábamos siempre con 50 centavos por alumnos, para tener escoba y trapeador” dice la ex alumna Elizabeth Castro Otero.
Al profesor Alberto Martínez Santiago le parecía un abuso que la directora Julia Paco Piza sacara a los alumnos de clases porque sus padres no habían dado la cooperación mensual, “iba con su lista y alumno que no estaba cubierta su mensualidad lo regresaba y les decía que no volvieran hasta que llevaran el dinero”. Cada vez que se ocupaba una escoba daban los 50 centavos. Pero nunca llegaba una cubeta o un trapeador de la dirección.
En las clases de matemáticas el maestro Martínez Santiago los ponía a multiplicar los tres pesos por la cantidad de alumnos que tenía la escuela y se preguntaban ¿tanto dinero que se cobraba mensualmente a donde se iba? En esos días el profesor Alberto llevó a sus alumnos a la bodega donde encontraron guardados muchos vestidos de noche, mismos que, concluyeron, eran comprados por la directora a escondidas de su familia.
Elizabeth recuerda que en ese tiempo su papá ganaba 10 pesos diarios, significaba que los ingresos de los padres de familia eran lesionados mensualmente al pagar ese dinero que no se sabía en que se estaba utilizando.
“El profesor Alberto nos fue enseñando a defendernos, porque hubo un momento en que todos los alumnos, de mi grupo nos fuimos poniendo de pie y le fuimos exigiendo cuentas a la directora. Les dijimos que en nuestras casas no tenían dinero nuestros padres para estarle dando y que no nos íbamos a salir de clases. Ella se dio cuenta de que era el maestro el que nos había abierto los ojos, se enojaron y se pelearon”. Después de eso cambiaron al profesor Alberto Martínez a Coyuca de Benítez. Provocando inconformidad en un importante grupo de maestros.
La reunión del 4 de abril de 1967 convocada por el Presidente de la Sociedad de Padres de Familia Wilfrido Fierro Armenta fue crucial. Estuvo presente el supervisor de la zona escolar número tres, el profesor Alfonso Oviedo Domínguez; el jefe de la subalterna Federal de Hacienda, Raúl Álvarez Cano y el director del periódico El Rayo del Sur, Rosendo Serna Ramírez.
Ahí Wilfrido dijo (según lo que él mismo dejó escrito en La Monografía de Atoyac) “Tenemos conocimiento de la Dirección de la Escuela de la labor de desorientación que ha venido realizando el profesor Alberto Martínez Santiago, sembrando la discordia, así como inculcar a los alumnos ideas rojillas, siendo ésta la razón para ser removidos de éste plantel a Coyuca de Benítez”.
Acusó “Que los profesores Anastasio Flores Cuevas, Margarito Flores Quintana, Miguel Sánchez Tolentino, Celestino Lévaro Ocampo, Guillermina Nava Pineda, Cenelia Salgado Salas y Felipa García Cabañas obstaculizaron la realización de las fiestas de la reina de la primavera, además se han ensañado en contra de la dignidad de la directora de la Escuela profra. Julia Paco Piza, diciendo a través del periódico Tribuna del Atoyac que dirige el profesor Raúl Vázquez Miranda que los dineros que se recaudan en los festivales de la escuela son para ella”.
En el uso de la palabra la maestra Julia Paco Piza se defendió diciendo que el sueldo que percibía como directora le era suficiente para cubrir sus necesidades y además que sus padres tenían medios de que vivir y que por tal razón ella no tenía ninguna necesidad de robar, que sí estaba cobrando tres pesos a cada padre y no por alumno, como se le acusaba. De paso responsabilizó a Alberto Martínez Santiago del rezago educativo.
Flaviano Sánchez Meza, dijo que los padres de familia de la Escuela Juan Álvarez, no querían en su seno a profesores comunistas, y de igual forma habló su hijo el profesor Salvador Sánchez Nogueda. Esto provocó mayor encono entre los maestros.
Siguiendo la versión de Wilfrido. Referente a los cargos del profesor Alberto Martínez Santiago, los padres de familia José Nogueda, Gilberto Radilla, Ranulfo Ríos, José Parra Castro y Juventino G. García, manifestaron que sus hijos les habían informado de las clases comunistoides que les estaba impartiendo el citado profesor, y ellos pedían a la dirección de la escuela que tuviera más cuidado, ya que a sus hijos los mandaban a recibir instrucción laica y no esa clase de enseñanza, y que por tal motivo no debería volver al plantel.
La profesora Guillermina Nava Pineda pedía a los padres de familia presentes, que ya era justo que cambiaran la directiva de la Sociedad de Padres de Familia porque tenía más de 10 años y también el comité pro-construcción. Denunció a Julia Paco de tratarlos despóticamente y como esclavos. Al final de esa reunión “mayoritearon” a los maestros y padres inconformes, hasta aplaudieron a la directora. Y nunca recibieron una explicación adecuada de la remoción de Alberto Martínez que no sea que venía haciendo una labor de desorientación y que inculcaba a los alumnos ideas rojillas a los alumnos.
Como no encontraron respuesta favorable, a partir de ahí los padres comenzaron a exigir por otros medios cuentas claras y cambios en la directiva de la escuela, entonces se formó un comité de lucha denominado “Comité Pro-defensa de los Intereses de la Escuela Juan N. Álvarez” el 5 de abril, integrado por: El presidente, Nicolás Manríquez; el secretario, Juan Castro Blanco; como tesorera estaba Rosalía Bello López. Pero también lideraban Juana Dionicio, Cirila Valle, Esperanza Galeana, Juan Dionicio y Yolanda del Río.
Se comenzaron a organizar para hacer reuniones la gente se fue sumando a la lucha. Exigían el regreso del profesor Alberto Martínez Santiago, la renuncia de Julia Paco Piza y el cambio de la directiva de la Sociedad de Padres de Familia.
Según Pedro Martínez “Un grupo de maestros pugna por cambios democráticos en la mesa directiva de la sociedad de Padres de familia y en contra de la corrupción, es decir, porque se rindan cuentas claras del dinero recabado por la escuela y que los alumnos no fueran objeto de abuso para obtener dinero”.
A partir de aquí los maestros se dividieron en dos bandos antagónicos. Los que fueron leales a la directora Julia Paco Piza eran: Salomón Sánchez, Melquiades Pérez Alejo, Antonio Santiago Zamora, Andrés Rabadán, María del Socorro Montoya, Fortunato Radilla Santiago y Javier Alonso.  Los que seguían a Alberto Martínez Santiago y que eran simpatizantes y militantes del Movimiento Revolucionario del Magisterio, estos eran Anastasio Flores Cuevas, Guillermina Nava Pineda, Celestino Lévaro Ocampo, Margarito Flores Quintana, Miguel Sánchez Tolentino, Cornelio Salgado, Cenelia Salgado Salas, Felipe Cabañas. En la versión de Pedro Martínez Teófilo Salas Cervantes perteneció a este grupo.
El Rayo del Sur de 9 de abril de 1967 publica “Pero vino el cambio del profesor Alberto Martínez y con él se pusieron en juego las pasiones, pues Alberto Martínez había agrupado a ocho maestros y con ellos se disponía a desplazar a la profesora Julia Paco Piza, para ocupar él la dirección, cosa que había venido gestionando por medios sindicales”.


jueves, 26 de marzo de 2020

18 de mayo de 1967 (Primera parte)


Víctor Cardona Galindo

Para entender el movimiento político que concluyó con la masacre del 18 de mayo de 1967 es necesario explorar cuatro líneas históricas: la primera sería la estructura que había venido construyendo en el estado el Partido Comunista Mexicano, la segunda, el movimiento de la Asociación Cívica Guerrerense, la tercera es la formación que se daba a los estudiantes de la normales rurales del país y la última la tradición de lucha que ha tenido el pueblo de Atoyac.
Perfil del profesor Lucio Cabañas Barrientos

Aunque también es necesario marcar las condiciones sociales que ese tiempo se vivían: una alta marginación, Atoyac era un municipio con 32 mil habitantes en cuyas comunidades no había carreteras, energía eléctrica ni centros de salud. En ese tiempo cuando un habitante de la sierra se enfermaba, le picaba un animal ponzoñoso o sufría un accidente de trabajo era bajado por los hombres del pueblo en improvisadas camillas hechas con hamacas colgadas en grandes morillos. La gente sólo sabía que existía un gobierno porque el Ejército llegaba a maltratarlos. Se carecía de los más elementales servicios.
En cuanto a las condiciones políticas, el PRI era el partido hegemónico, no había derecho al disenso ni a la libertad de expresión. Se tenía el antecedente de la Asociación Cívica Guerrerense que se opuso de forma pacífica al PRI-gobierno y fue brutalmente reprimida y Genaro Vázquez, su líder, perseguido. Si algún ciudadano repartía un volante o  pintaba una consigna en una barda, era detenido y llevado a la cárcel.
Por otro lado, los acaparadores se ponían de acuerdo en el precio que le comprarían el producto al campesino, el cual siempre era a un muy bajo y ellos lo vendían en las grandes ciudades a un precio mucho mayor quedándose con cuantiosas ganancias. En ese tiempo se amasaban grandes fortunas que todavía existen pero que se gastan o se invierten en otras ciudades. Por eso había pocas personas muy ricas en un pueblo muy pobre.
Para que este movimiento creciera también influyó el enfrentamiento entre los maestros conservadores, apoyados por el charrismo sindical que existía “hasta niveles de gansterismo” como lo dijo Othón Salazar y los progresistas, integrados ya al Movimiento Revolucionario del Magisterio (MRM).
Los maestros de la vieja ola (le llamaremos así) pensaban que la letra con sangre entra y los de la nueva ola pensaban que se tenía que ser más compresivo y tolerante con los alumnos, pero además estaban muy comprometidos con el despertar de las conciencias y el movimiento social.
Los maestros de la vieja ola exigían riguroso uniforme y zapatos a los alumnos. Mientras que maestros de la nueva ola como: Lucio Cabañas Barrientos, Serafín Núñez Ramos y Alberto Martínez Santiago pensaban que no importaba como vistiera el niño, lo trapos no aprendían, pensaban que los niños podían entrar a la escuela con guaraches, aunque sea con ropa remendada siempre que vinieran limpios y desayunados.
Los maestros de la vieja ola pensaban que los pueblos debían construir sus escuelas, por eso la primaria “Modesto Alarcón” y la “Juan Álvarez” se construyeron con la cooperación económica de los Padres de Familia y muy poca participación del gobierno. Las cuotas eran elevadas para un pueblo pobre. Parecían escuelas privadas sobre todo en la “Juan Álvarez”, en donde sólo los ricos podían dar las cooperaciones que se asignaban y por eso se sentían dueños del edificio. Mientras que los maestros de la nueva ola pensaban que era obligación del gobierno dar la educación gratuita y construir las escuelas. De ahí se dio la confrontación en todos los sentidos y se buscó democratizar las escuelas expulsando a los directivos de la vieja ola y democratizando el sindicato para que estuviera en manos de los trabajadores progresistas.
Ya había núcleos de maestros trabajando para democratizar el sindicato, pero los trabajos se reforzaron cuando se le asignó a Lucio Cabañas Barrientos, en septiembre de 1963, su plaza en la comunidad de Mexcaltepec.
La historiografía de Atoyac registra el primero de mayo de ese año una movilización fuerte de maestros federales. En su Monografía de Atoyac,  dice Wilfrido Fierro: “organizaron un desfile cívico por las calles de la ciudad terminando en el Palacio Municipal. La mayoría de los maestros en sus candentes discursos atacaron a los yanquis, al clero y al gobierno actual, pidiendo al mismo tiempo la libertad de los presos políticos ‘cívicos’, destacándose la verba del Profr. Jesús Astudillo García, de la Escuela Federal “Modesto Alarcón”.
Luego el 20 de noviembre de 1963, en el desfile de ese día para conmemorar la Revolución Mexicana, maestros y alumnos de la escuela Modesto Alarcón montaron un carro alegórico con un cuadro de encadenados al que le colgaron un texto que decía: “La Revolución se hizo, pero ¿Para quién?” En otro cartel se pedía la libertad de los presos políticos. Este cuadro causó expectación porque no era usual que en Atoyac se vieran escenas como ésta. 
El movimiento magisterial se fortaleció más cuando Lucio Cabañas fue bajado de Mexcaltepec a impartir clases a la escuela Modesto Alarcón.
“El maestro de la Modesto Alarcón se convierte en una referencia. Atiende demandas, aconseja, organiza, discute, recibe grupo de campesinos que desean conversar con él. Para Lucio, ésta es una actividad casi normal, práctica que no ha dejado de ejercer desde sus años de estudiante; estar atento, saber lo que sucede a su alrededor, escuchar, intentar descubrir cómo se puede ayudar, cómo canalizar, de que manera organizar”. Dice Fritz Glockner en su libro Memoria Roja. Historia de la guerrilla en México (1943-1968), editado en el 2007.
Del libro anteriormente mencionado, por acercarse a la realidad que se vivía, reproducimos lo siguiente:
Las inscripciones se abren para el curso 1964-1965 en la escuela Modesto Alarcón, Lucio se encuentra en su salón de clases dispuesto a iniciar el nuevo ciclo. Hasta él llegan unos cuantos padres de familia desesperados: no tienen dinero, apenas les alcanza para comer y resulta que la directora Genara Reséndiz, Genarita, como la llamaron todos, ha dicho que no podrá inscribirse ningún niño si no lleva uniforme… El maestro consuela a los padres de familia, se extraña de aquella situación y se compromete a intervenir en su favor.
Discúlpeme maestro, pero usted no es nadie para venir a darme órdenes a mí; es la respuesta que recibe Lucio cuando intenta hacer ver lo ilógico de exigir uniforme y zapatos a los alumnos, si la mayoría proviene de familias de escasos recursos.
La maestra se indigna, se molesta; colérica insiste que es una decisión tomada y que él no tiene porqué intervenir. Cabañas pone ejemplos le enumera con nombre y apellido en cuantas ocasiones han llegado hasta su salón de clases niños sin nada en estómago, le enumera el lugar de trabajo de cada uno de los padres de sus alumnos, le pide que comprenda a las familias, y que según este punto de vista un uniforme sería irrelevante.
-Al contrario maestro, con el uniforme no se notarán las diferencias económicas entre los alumnos. Ésta medida pretende que todos nuestros estudiantes se vean igual, que nadie se crea más por tener mayor condición económica.
-Profesora, no es necesario pedir uniformes a los niños, porque no con buena ropita se va a educar, y no exigir solamente calzado, si no dejarlos hasta descalzos que vayan a la escuela, nada más con que vayan limpios, como pueda ir el niño.
Lucio fracasó en este intento de apoyar la petición de los padres de familia, no hubo forma de hacer cambiar de parecer a Genarita, quien de inmediato puso una queja ante la SEP sobre el supuesto comportamiento indisciplinado del profesor Cabañas. Era la segunda queja que llegaba hasta las oficinas estatales de educación, pero la simpatía que había despertado ya entre los padres de familia le otorgaba un poder que la directora aún no sopesaba. Hasta aquí lo dicho por Glockner.
También José Natividad Rosales en su libro ¿Quién es Lucio Cabañas? Editado en 1973 se refiere al tema y escribe: “Quieren hacer colegir al sentimiento ciudadano a la vanidad lugareña, que ellas son buenas directoras por el hecho de que sus chicos anden limpios, uniformados, enzapatados y abrillantinados, por más que los piojos resbalen por tan enceradas pistas. El contraste de la vanidad sobrevendría en los desfiles escolares cuando se juzga la calidad de la escuela por la portabandera más piernuda; por los uniformes con más botones de latón y por la bandera de más nailon.
“Él quería que sus chicos fuesen ‘chanchuditos’ y harapositos, pero limpios, que no es mucho pedir en una tierra por cual pasa un ancho río”, dice Rosales de Lucio.
El movimiento de padres de familia logró triunfar y expulsaron a la directora, pero las autoridades mandaron a Lucio a dar clases en una apartada comunidad del Estado de Durango.  El 5 de febrero de 1964, Wilfrido registra que “Por instrucciones de la Dirección de Educación Pública en el Estado, asume la dirección de la escuela federal “Modesto Alarcón” el Profr. Francisco Guerrero, en sustitución de la Profra. Genara Reséndiz de Serafín; maestra que desde su fundación venía prestando sus servicios como directora”. Pero el 11 de abril vuelve a su puesto Genarita a petición de los padres de familia que eran sus partidarios.
Luego viene la respuesta el 17 de mayo ese mismo año los profesores de la Modesto Alarcón: Jesús Astudillo García, Salvador Castro Navarrete, J. Guadalupe Ortega Estrella, Francisco Javier Navarrete Nava, Tomasa Bello, Lilia Palacios Genchi y Rita Solchaga hicieron uso de los medios de comunicación de Acapulco para denunciar la incapacidad de Genarita para manejar el cargo de la dirección. Wilfrido no menciona aquí a Lucio ni a Serafín como firmantes del comunicado.
Casi al mes el 14 de junio, a las 10 de la mañana tuvo lugar un mitin de protesta contra actos del alcalde Luis Ríos Tavera frente al Palacio Municipal. Eran maestros de la tercera zona escolar encabezados por Lucio Cabañas Barrientos, Raúl Vázquez Miranda, Carlos Alcaraz, Serafín Núñez y Héctor Acosta Gallardo. Wilfrido registra que Lucio Cabañas dijo: “Venimos a protestar contra el alcalde Ríos Tavera, porque nos tildó de comunistas en una reunión de presidentes municipales en Zihuatanejo, con el despectivo concepto de que éramos una caterva de aprendices comunistas. Que somos enemigos de México e introductores de ideas exóticas. Los maestros somos mexicanos y respetamos la constitución”. Lucio también acusó a Tavera de ser protector de la tala inmoderada de bosques y de boicotear los trabajos en la fábrica de hilados de El Ticuí.
El 21 de Agosto de 1965, Lucio participó como orador en el evento conmemorativo de la muerte del general Juan Álvarez. Y a principios de diciembre de 1966 fungió como maestro de ceremonias en un programa organizado para recibir al gobernador Raymundo Abarca Alarcón, quien vino a la ciudad a inaugurar unas aulas. Eso demuestra que Lucio cumplía cabalmente con sus funciones institucionales y con las comisiones que se le asignaban en la escuela. 
El Cronista de la Ciudad Wilfrido Fierro Armenta asienta el 4 de diciembre de 1965: “Con ésta fecha fueron retirados los profesores Lucio Cabañas Barrientos y Serafín Núñez, de la escuela “Modesto Alarcón” acusados –según el decir de los padres de familia del referido plantel- de estar impartiendo a los alumnos doctrina comunista”. La respuesta de los padres de familia y alumnos no se hizo esperar y el 15 de diciembre tomaron las instalaciones de la escuela y montaron guardia permanente. Exigieron que se revocara la decisión y los maestros volvieran a la escuela. A finales del mes el gobernador Raymundo Abarca Alarcón vino a esta ciudad a atender el conflicto.
Doña Tita Radilla Martínez recuerda que los alumnos de Serafín Núñez tenían muchos problemas con unos padres de familia, porque decían que los estaban volviendo comunistas: “A una compañera la querían excomulgar de la iglesia por estar en el grupo. Ese fue el motivo por el que al profesor Serafín se lo llevaron de la escuela, porque había protestas de algunos padres de familia”.
Serafín se despidió de mano de uno por uno de sus alumnos. Todos se agachaban en su butaca a llorar, pero cuando salió el profesor se paró Octaviano Santiago Dionicio y comenzó a organizar el movimiento por el retorno de los maestros con los consejos de don Rosendo Radilla Pacheco. Los alumnos se fueron a la ciudad de México y las alumnas se pusieron a pedir cooperación casa por casa y con la lucha se logró que los maestros regresaran.