viernes, 26 de mayo de 2017

50 años de aquel 18 de mayo


Víctor Cardona Galindo
Este 18 de mayo se cumplieron 50 años de aquella masacre de 1967, cuando cinco campesinos murieron a manos de la policía estatal del gobernador Raymundo Abarca Alarcón, quien en lugar de atender las peticiones de los manifestantes, envío a la policía judicial y montada que disparó contra el pueblo, dando muerte en la plaza principal de Atoyac a Feliciano Castro Gudiño, Arcadio Martínez Javier, María Isabel Gómez Romero, Prisciliano Téllez Castro y a Regino Rosales de la Rosa. En la gresca resultaron heridos Juan Reynada Victoria, Gabino Hernández Girón y Juvencio Rojas Mesino.
La joven María Isabel Gómez Romero (a la derecha), 
siendo ya una mujer murió el 18 de mayo de 1967. 
Al ver que un judicial le pegaba de culatazos a su 
esposo Juvencio Rojas Mesino, ella se le fue encima
 con un verduguillo, logró herirlo pero otro agente
 le disparó dándole muerte. Su cuerpo quedó tirado
 en la plaza de Atoyac mientras se le movían 
los gemelitos que llevaba en su vientre. Ahora 
en su honor una colonia lleva su nombre. 
Foto Archivo Histórico Municipal.

El gobierno del estado responsabilizó a Lucio Cabañas Barrientos de los hechos y giró en su contra 13 órdenes de aprehensión. Eso motivó que el maestro normalista se remontara  a la sierra para formar el Partido de los Pobres y su Brigada Campesina de Ajusticiamiento (BCA), organización que realizó secuestros de comerciantes y hombres prominentes, también ataques a la policía estatal y al Ejército federal escribiendo las páginas más importantes del Movimiento Armado Socialista en México.
El descontento había comenzado en 1959 con el movimiento cívico que derrocó al gobernador Raúl Caballero Aburto. En Atoyac los cívicos además de pelear el Ayuntamiento organizaron a los solicitantes de vivienda para tomar tierras y en 1961 fundaron la colonia Mártires de 1960, que se convirtió en reducto del movimiento popular.
Al mismo tiempo el Partido Comunista Mexicano (PCM) venía desarrollando un fuerte trabajo de organización, integró a los campesinos en la Central Campesina Independiente (CCI) que a nivel nacional encabezaba Ramón Danzós Palomino, los maestros se agrupaban en el Movimiento Revolucionario del Magisterio (MRM) dirigidos por Othón Salazar Ramírez. La Unión Nacional de Mujeres también logró importantes avances bajo la dirección local de la maestra Hilda Flores Solís y la Juventud Comunista organizó el Club de Jóvenes Democráticos.
El movimiento comunista se fortaleció con la llegada de Lucio Cabañas Barrientos a Mexcaltepec, quien pronto se enfrentó a los talamontes y a los acaparadores de café. Fue en una reunión con cafetaleros que exigía mejores precios donde Octaviano Santiago Dionicio lo escuchó hablar por primera vez. Los maestros democráticos ya habían ganado la delegación sindical cuando comenzaron a luchar contra los directores. El proyecto era democratizar todos los ámbitos de la educación desde el sindicato hasta las escuelas. Lograron cambiar a la directora de la escuela primaria Modesto Alarcón que era la maestra Genarita Reséndiz de Serafín.
Los maestros y algunos padres de familia de la escuela primaria Juan Álvarez también quisieron cambiar a la directora Julia Paco Piza que estaba ligada al poder municipal y a los grupos de comerciantes locales más poderosos. Sin embargo los maestros democráticos perdieron la discusión interna, fue entonces cuando pidieron el apoyo del comité del Partido Comunista que los apoyó hasta el final con Lucio Cabañas y Serafín Núñez a la cabeza. Ya cuando iban ganando, los padres de familia se radicalizaron aún más, pidiendo la salida de los maestros que estaban a favor del gobierno. Los comunistas deciden apoyarlos hasta el final. Entonces el gobierno envió a la policía.  
Aquel 18 de mayo, colonos de la Mártires de 1960, pequeños comerciantes, campesinos de la CCI y maestros de MRM realizaban un mitin en apoyo a los padres de familia y maestros democráticos de la escuela Juan Álvarez. La plaza estaba repleta había padres de familia de diferentes escuelas principalmente de la Modesto Alarcón donde daban clases Lucio y Serafín.
Ese día también en la escuela Juan Álvarez iban a festejar a los maestros. Por el conflicto, en la dirección no les prestaban el sonido a los maestro disidentes, por eso Alberto Martínez Santiago envió a dos alumnas a conseguir el aparato de la Modesto Alarcón. Al pasar por el mitin Ángeles Santiago Dionicio, cargando el cerebro del sonido en la cabeza, se le acercó a Lucio Cabañas para invitarlo al festejo. Había dado  algunos pasos cuando se soltó la balacera. Alguien la jaló y la resguardó de las balas. Luego todo fue confusión. Era un jueves, a los niños pequeños de la escuela los sacaron por la iglesia y el maestro Alberto Martínez salió para su casa y como Lucio ya no regresó al aula de clases. Esa generación de la escuela Juan Álvarez no tuvo clausura. Recibieron sus certificados en las casas de los maestros.
Después de la balacera, en la plaza quedaron tirados los cuerpos de cinco campesinos y un judicial. Otro agente herido se encerró en las oficinas de Ministerio Público donde murió, mientras otros policías levantaban a sus compañeros heridos y los trasladaban, en camionetas del sector salud, al puerto de Acapulco. Muchos padres corrían desesperados buscando a sus hijos, otros auxiliaban a los heridos y los llevaban con los médicos. El doctor Antonio Palós Palma llegó presuroso a prestar auxilio.
Cubierto por la gente Lucio Cabañas salió rumbo a El Ticuí, luego a San Martín y desde entonces se mantuvo en la sierra como guerrillero hasta que murió el 2 de diciembre de 1974 en El Otatal. La guerrilla recordaría de diversas maneras el 18 de mayo. Por ejemplo cada año ese día se cambiaba la dirección BCA. El comando que secuestró a Cuauhtémoc García Terán se llamó 18 de mayo y Felipe Ramos Cabañas encabezó la Brigada 18 de Mayo integrada por unos 10 elementos, misma que se movió paralela a la BCA.
También el miércoles 30 de enero de 1974 las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) secuestraron al comerciante Vicente Rueda Saucedo en Acapulco. La acción fue efectuada por los comandos Arturo Gámiz y el 18 de mayo.
Las organizaciones civiles comenzaron a conmemorar la fecha aquel 18 de mayo de 1979 que se dio la primera marcha, nadie se manifestaba desde 1967. Asistieron todos los trabajadores y alumnos de la escuela preparatoria número 22. La manifestación fue organizada por la célula del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), que dirigía Roberto Cañedo Villareal y estuvo encabezada por Rosario Ibarra de Piedra y Rosalío Wences Reza, antes de esa marcha daba miedo manifestarse. La macha universitaria rompió con más de una década de oscurantismo y dio espacio a la libre expresión.
El 18 de mayo de 1979 participó en la movilización para romper el silencio, “había miedo” –dice Fortunato Hernández Carbajal, El Baby− quien recuerda que aquella fue una marcha silenciosa que salió de la calle Ignacio Zaragoza. “En ese tiempo era un ambiente militarizado y policíaco y se le tuvo que notificar al ejército de la marcha”.
El discurso principal lo pronunció Pedro Rebolledo Málaga, se pidió democracia y libertades para el municipio. Pedro fue el primer orador estudiante que rompió en silencio a 13 años de la masacre. “Fue una marcha silenciosa de unas 500 personas”, dice Pedro Rebolledo quien recuerda que participaron Félix Hernández Gamundi y Justino García Téllez y que se vivía un ambiente tenso. Se tenía miedo que el Ejército fuera a disparar en contra de los manifestantes.
Rebolledo Málaga era mozo de oficio en el Ayuntamiento y sufrió la represión del alcalde Alfonso Vázquez Rojas quien los despidió de su trabajo, después de su participación en el mitin tuvo que abandonar el municipio.
Pedro Rebolledo, quien ahora es director de tránsito municipal, recuerda que el discurso se lo redactó el maestro Fortunato Hernández Carbajal, mismo que quemó al día siguiente de pronunciarlo, porque además de que lo corrieron del Ayuntamiento, su papá lo sacó de la preparatoria y lo mandó a la Universidad Michoacana de San Nicolás Hidalgo. A los 15 días se regresó en una actitud de rebeldía ante su padre y el presidente.
Para organizar la primera marcha, Celso Villa pidió permiso al Ejército por escrito y le contestó el coronel Mario Pérez Alarcón, del 49 Batallón de Infantería, que con ellos marcharía una columna de soldados. No cumplió su amenaza. Las siguientes manifestaciones las hicieron sin permiso y marchaban desde el Arroyo Ancho por las calles Aquiles Serdán, Nicolás Bravo, Vicente Guerrero, Miguel Hidalgo, Juan Álvarez y entraban al Zócalo.
Como se ve, antes que las organizaciones políticas, fue la preparatoria 22 la que mantuvo vivo el movimiento por reivindicar a los caídos del 18 de mayo de 1967, por ejemplo en 1981 el cronista Wilfrido Fierro Armenta escribió en la Monografía de Atoyac: “A las 4:00 horas de la tarde de hoy, con motivo del 14º Aniversario del zafarrancho registrado con demandas del Profr. Lucio Ca­bañas Barrientos y las Fuerzas Públicas del Estado, se llevó a cabo un grandioso mitin, que partió de la Escuela Preparatoria recorriendo varias calles de la ciudad hasta terminar en la Plaza Cívica de este lugar. En el acto inter­vinieron varios oradores y muy principalmente el Dr. Wences Reza, Ex Rector de la Universidad de Guerrero. El mitin fue para pedir la libertad de 450 presos políticos que se encuentran desaparecidos y elogiar el movimien­to de Cabañas Barrientos. Terminó este acto a las 7:40 horas de la noche, todo en el más completo orden”.
Más tarde se sumaría la comunidad del padre Máximo Gómez a estas movilizaciones y agrupaciones del Concejo Central de Lucha del magisterio, así como los comités del Partido Socialista Unificado de México (PSUM).
Pasado los años, el 26 de marzo de 1989 cerca de 2 mil familias pertenecientes al Movimiento Popular 18 de Mayo de 1967, encabezados principalmente por Pedro Rebolledo Málaga, entre otros muchos dirigentes sociales, se posesionaron en forma pacífica de más de 50 hectáreas de tierra cultivables a fin de asentar sus viviendas. Eran  terrenos ubicados en la entrada de esta cabecera municipal que desde hacía 30 años eran utilizados por diversas personas, pero al final resultaron propiedad de Vicente Adame Reyna. Con quien se realizaron las negociaciones para legalizar la colonia que ya cumplió 28 años de existencia.
Todos los años, el 18 de mayo, se han congregado los grupos de izquierda en Atoyac. A veces unidos, otras ocasiones en diversas horas del día rendían honores a los caídos. Por ejemplo el año 2000, con la presencia de Rosario Ibarra de Piedra, se presentó el libro: Crónica de la violencia política, editado por la fundación Ovando y Gil.
Luego el 18 de mayo del 2001 se dio a conocer el Consejo Cívico Comunitario Lucio Cabañas Barrientos. Ha sido un día para que los grupos de izquierda den a conocer sus proyectos de lucha o la integración de importantes frentes de izquierda. Acá han venido los macheteros de Atenco, importante líderes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) y representaciones de Consejo de Ejidos y Comunidades Opositores a la presa La Parota (Cecop).
Esta vez, al cumplirse 50 años de la masacre,  no hubo las grandes marchas que se realizaban en el pasado, ni los políticos de izquierda desfilaron por el obelisco a Lucio Cabañas. Ahora la oferta fue cultural y la desarrollaron organizaciones sociales que integran el bloque Fuerza Ciudadana Atoyaquense en el que están, entre otras, la Organización Campesina de la Sierra del Sur y el Frente de Defensa Popular.
Las actividades comenzaron con un homenaje a la Bandera que organizaron los alumnos de la Preparatoria Popular de El Quemado que encabeza la directora Juanita Guzmán Reyna y luego se colocó una ofrenda floral en la que estuvieron presentes: el autor del documental Acuérdate de Guerrero, Daniel Varela Gasque; la hija de Lucio Cabañas, Micaela Cabañas Ayala; el fundador de la Organización Campesina de la Sierra del Sur, Hilario Mesino Acosta; la dirigente de la Frente de Defensa Popular, Clemencia Guevara Tejedor; el regidor Carlos Mesino Mesino, la líder de la OCSS Norma Mesino Mesino, por la Coalición de Ejidos de Costa Grande estuvo Teresa Flores Radilla y María de los Ángeles Santiago Dionicio como representante del grupo México Hoy. Durante el homenaje se recordó a la maestra Hilda Flores Solís quien mientras vivió no dejó de asistir a la conmemoración de la muerte de sus compañeros.
Por la mañana, el auditorio de la Casa de la Cultura de esta ciudad se proyectó el documental Acuérdate de Guerrero. El olvido no detendrá la violencia, que describe la lucha del pueblo de Guerrero. En la tarde con la presencia de una delegación del municipio de Ayutla de los Libres, se realizó un amplio programa conducido por el regidor Carlos Mesino Mesino, donde se leyó la reseña de los acontecimientos de aquél 18 de mayo de 1967. Con cuadros regionales participó el grupo de danza del Centro cultural Yestli que dirige Eliester Castro Piedra, declamó Miguel Ángel Godínez Mejía, también conocimos el talento de Clemencia Guevara Tejedor quien nos sorprendió con una poesía. Felipe Fierro Santiago leyó parte de su novela Jicotes.

Y ya por la noche se proyectó el video Guerrero de Ludovic Bonleux que describe la lucha de los Otros desaparecidos, del Frente Unido para la Seguridad y Desarrollo del Estado de Guerrero (FUSDEG) y el movimiento popular en Tlapa.

Héctor Cárdenas Bello

Víctor Cardona Galindo
Héctor Cárdenas Bello compuso esa hermosa canción que se llama Lindo Atoyac, inspirado por la exuberancia de la sierra, sus cafetales y aromáticos limoneros. Estuvo en esta tierra un año, aunque en su autobiografía no lo dice, seguramente se enamoró de una linda musa costeña que le inspiró estos versos.
Héctor Cárdenas Bello en su actuación aquél 31 de enero
 de 1999 en el auditorio municipal Juan Álvarez. 
Foto Francisco Magaña de Jesús.

“En Atoyac, hay un sol en primavera /lindo lugar, de la costa y de la sierra /Un cafetal entre pinos y palmeras /y el palapal donde mi costeña espera.
Dame a probar un jarrito de café /que no he perdido la fe, de volverme a enamorar /y saborear, limón dulce, rica miel /de tus labios, de tu piel quiero la esencia libar.
En Atoyac, hay un río caudaloso /corre hacia el mar, con su canto presuroso /se oyen gritar, los pericos en parvadas /bajo el jazmin, que al crecer forma enramadas.
Quiero amar, costeñita di que sí /soy costeño del Ticuí que te quiere enamorar /y saborear agua dulce, coco y miel /de tus labios, de tu piel quiero la esencia libar.
En Atoyac hay murmullos de la costa /para cantar a la hembra que me gusta /voy a pasear en sus noches de lunada /en mi carreta, por dos bueyes tirada.
Voy a llegar, hasta Ixtla y San Martín /luz de luna en mi confín de estrellado palpitar /y saborear agua dulce, tuba, miel /de tus labios, de tu piel quiero la esencia libar.
En Atoyac hay un sol en primavera… donde mi costeña espera”.
El maestro Héctor Manuel Cárdenas Bello nació el 27 de noviembre de 1938 en Chilpancingo. Fue hijo único del matrimonio compuesto por Artemio Cárdenas Deloya y Cristina Bello Bonilla. Tuvo el privilegio de que Agustín Ramírez fuera su maestro de música en la primaria, aunque eso no influyó en su vida como compositor. Empezó a componer canciones a los 18 años cuando era estudiante de la escuela normal y un chofer le contó su vida, conmovido Héctor hizo su primera composición y no dejaría hacerlo hasta su muerte, acumulando más de dos mil canciones. De él se recuerdan sus composiciones como Mi lindo Atoyac, Allá en la Quebrada, Tata Jesucristo y Bodas Costeñas. También le compuso a Chilapa, Chichihualco, Zitlala y Ometepec. Nuestro compositor falleció el 21 de noviembre del 2006 y fue sepultado el 22 en su natal Chilpancingo, el mero día de Santa Cecilia la patrona de los músicos. “Santa Cecilia te recibió con sus enormes pechos de luna”, le cantó Isaías Alanís.
El libro El Sendero de un Bohemio. Héctor Cárdenas Bello pintor musical de Guerrero escrito a cuatro manos entre el mismo Héctor, Ismael Catalán Alarcón, Juan Sánchez Andraca y Tulio R. Estrada C. y publicado por el Programa de Apoyo a las Culturas Municipales y Comunitarias (PACMyC), arroja muchos datos sobre su vida. Ismael Catalán y Juan Sánchez Andraca escribieron sobre él en diversos medios. La Enciclopedia guerrerense también le hace justicia.
Juan Sánchez Andraca dice en la introducción del libro El Sendero de un Bohemio. Héctor Cárdenas Bello pintor musical de Guerrero que “el campo, los pueblos con sus tradiciones y costumbres, las ciudades, la gente, las flores fueron su constante inspiración”. En la Costa Chica principalmente en Cuajinicuilapa se le recuerda por esa hermosa composición Tata Jesucristo, que retrata el paso por la región de Francisco Goitia ese pintor de talla internacional que vivió entre los afrodescendientes de San Nicolás y Montecillos. Sin duda Boda Costeña es la canción de Héctor Cárdenas más conocida en la Internet, “No se enoje, doña Chucha, /y baile con doña Berta /y si no puede, haga la lucha /como su nieta Ruperta”.
Dice la Enciclopedia guerrerense que hay canciones que “por su contenido son consideradas emblemáticas y distintivas de ciertas regiones: Chilapa, Azoyú, A San Jerónimo, Canción de Ometepec, Vámonos a Mochitlán, Petaquillero, Allá en la Quebrada, Taxco Colonial y Tata Jesucristo, Corrido a Iguala, Soy zumpangueño, Novia de Tlapa, Nuevo Chilpancingo, Pie de la Cuesta, Lindo Atoyac, y Boda costeña, son ejemplo de algunas de ellas. Destacando significativamente aquellas hechas a algunas ciudades europeas, como Venecia y París, y a las que viajó, como a muchas, a través de la lectura”.
Nunca usó su segundo nombre. Su formación académica la hizo en Chilpancingo: cursó el jardín de niños Bertha von Glümer, la primaria la inició en la escuela Primer Congreso de Anáhuac y la terminó en la escuela Vicente Guerrero; la secundaria y la normal en el Colegio del Estado. Además cursó dos años en un seminario católico  de la Ciudad de México, “después se bautizó con los mormones, acudiendo a las ceremonias religiosas durante algún tiempo para luego alejarse definitivamente de esas prácticas”, recoge la Enciclopedia guerrerense.
Al divorciarse sus padres quedó bajo la protección de sus tías Graciela y Ramona, a quienes correspondió su cariño cuidándolas hasta que fallecieron. “Desde muy joven se despertó en él la pasión por el arte; la vena artística proviene de ambos padres: su padre pintaba, componía canciones y tallaba figuras de madera, mientras que su madre tenía por orgullo el ser sobrina de Margarito Damián Vargas”, este último un gran músico tixtleco.
“Inicialmente comenzó a pintar –pasión que nunca abandonaría–, recibiendo buenas e importantes críticas por parte de artistas plásticos de la talla de Leopoldo Estrada, pero su carácter introspectivo y reservado le impidió mostrar su obra a la luz pública; sólo pudo ver uno de sus cuadros colgando en la casa del escritor Herminio Chávez, en Tepecoacuilco”.
El mismo Héctor Cárdenas nos cuenta que sus primeros años transcurrieron en Chilpancingo en la calle empedrada llamada Doctor Liceaga, en el barrio de San Mateo, vivía en una modesta vivienda con muros de adobe y techumbre de palma. “Mis padres fueron Artemio Cárdenas Deloya y Cristina Bello Bonilla, ambos estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa (cuando era mixta); ahí se enamoraron, se casaron y me engendraron como hijo único, siguiendo después caminos divergentes. Me pusieron por nombre Héctor Manuel Cárdenas Bello, aunque siempre omití mi segundo nombre”.
Dice que pasó su niñez jugando a “las canicas, el trompo, el balero, el avión (que pintábamos en el piso y sobre el que saltábamos), el yoyo, los carritos (algunos de los cuales nosotros construíamos con cartón o madera) y andar en zancos. Un poco mayor: los papalotes, las rayuelas (filosas corcholatas aplastadas que hacíamos girar mediante un hilo) y el burro fletado, aparte de ‘agarradoras’, ‘encantados’ y muchos más”.
Como maestro estuvo “en un bellísimo lugar de la sierra de Atoyac de nombre Santo Domingo, donde me tocó andar en los tiempos en que Lucio Cabañas se había levantado en armas con su movimiento guerrillero”.
José Agustín Ramírez fue su maestro de música en sexto grado de primaria en la escuela Vicente Guerrero. “Agustín Ramírez si tenía conocimientos musicales, sabía solfeo y tocaba más de un instrumento, entre los que se contaban en forma sobresaliente el piano y la guitarra. Perteneció al cuarteto Los Trovadores Tamaulipecos, del que también formaban parte Lorenzo Barcelata, Ernesto Cortázar y Carlos Peña. La obra musical del Ramírez fue conocida y reconocida a nivel internacional, siendo también fondo musical de algunas películas nacionales como las actuadas por María Antonieta Pons y Lilia Prado, entre las que tengo presentes”, nos dice Héctor Cárdenas.
“Producto de mi estancia en el municipio de Atoyac, es mi canción Lindo Atoyac. Fui comisionado a la escuela de Santo Domingo, bellísimo lugar con un caudaloso y cristalino río que se divide al llegar al poblado, dándole semejanza a un islote, al que se arribaba a través de un puente colgante.
Para llegar ahí, tuve esperar una semana en San Juan de las Flores, esperando la cabalgadura y el guía que me llevaría a mi destino, recibiendo mientras hospedaje y alimentos que amablemente me obsequiaron en San Juan. Como no llegaba mi transporte, el que no quería utilizar por ser poco afecto a cabalgar y siendo –por el contrario- muy bueno para caminar, decidí iniciar mi andadura al punto que me habían designado. En el trayecto, encontré un arriero con una recua de mulas cargadas con sal, que iba a Sierra Preciosa, adecuado nombre pues tiene hermosa vegetación donde abundan (o abundaban) limoneros, cafetales, cotorras, pericos y ardillas, así como cristalinas corrientes de agua. Como se venía la lluvia, el arriero empezó a proteger la sal con hules y otros recubrimientos. Pero una de las mulas salió corriendo, por lo que fue tras de ella, pidiéndome que condujera la recua por el camino y que nos encontraríamos más adelante. Como no sé de esas cosas, me concreté a seguir a los animales, hasta encontrar a su dueño. Al poco trecho, encontramos a un jinete que llevaba jalando otro caballo. Presintió que yo era el maestro para quien llevaba la montura, y al preguntarme que si era el maestro de Santo Domingo y al confirmarlo, me dijo que él seguiría a su destino y que yo montara el caballo que era para mí servicio, el que era mansito y conocía el camino, por lo que me llevaría a mi paradero sin problema. A querer o no tuve que aceptar el transporte, al que de malas, se le rompió uno de los estribos y el que tuve que montar casi a fuerzas, teniendo en el camino que ir librándome de las numerosas ramas que obstaculizaban el paso y sintiendo un malestar por las largas horas de cabalgar, al grado de que al llegar al pueblo y descansar, soñé que me había quedado con las piernas arqueadas, como el charrito de Pémex.
Aprecié mucho este encantador entorno en el que permanecí durante un año, así como la alegría y el movimiento comercial de su cabecera municipal: Atoyac, donde tenía que trasladarme periódicamente con el fin de recoger mi sueldo. Y es de todas estas vivencias de donde brota la canción. Como ya lo he mencionado, eran los tiempos de la guerrillas de Lucio Cabañas y había en muchas comunidades destacamento de soldados, así como grupos guerrilleros que llegaba uno a encontrar, como me sucedió en una ocasión en la que iba solo y encontré cuatro o cinco de ellos armados, a los que saludé sin que me respondieran. Cometí el error de voltear a verlos y considerando que los espiaba, me detuvieron, revisando todos mis haberes, entre los que afortunadamente no encontraron nada comprometedor, aclarándoles por mi parte, que era el maestro de Santo Domingo. Me dejaron ir, advirtiéndome que me anduviera con cuidado porque a partir de ahí ya me conocían. Desde entonces evité viajar solo por la sierra. Muchos años después, tuve la satisfacción de saber que mi canción (Lindo Atoyac) había tenido muy buena difusión en esta zona y que hasta la habían tomado como fondo musical de la feria del café”.
Al final de su vida Héctor Cárdenas vivía solo en un cuartito rentado en la ciudad de Chilapa, al morir dejó varias cajas de escritos que fueron recogidas por Ismael Catalán. El más grande compositor sobre Guerrero dejó inéditas muchas canciones entre ellas una que se refiere a la muerte de río Huacapa. 

La Casa de la Cultura

El 29 de enero de 1999 el presidente Javier Galeana Cadena inauguró las instalaciones de la Casa de la Cultura, para tal efecto se desarrolló una semana cultural el 31 estuvo Héctor Cárdenas en el auditorio Juan Álvarez, cantó sus éxitos y contó la historia de su estancia en Atoyac durante su juventud. La primera directora de nuestra Casa de la Cultura fue Sandra Castro Nogueda y Francisco Magaña de Jesús el subdirector.
Desde entonces la Casa de la Cultura funciona en el edificio que fue del Cine Galápagos propiedad del ex presidente municipal Ladislao Sotelo Bello, de alguna forma el edificio pasó a ser posesión de la Secretaría de Hacienda misma que lo cedió en comodato al Ayuntamiento de Atoyac, después de que la alcaldesa María de la Luz Núñez Ramos realizó una marcha a la ciudad de México para exigir la destitución del gobernador Rubén Figueroa Alcocer.
Ese edificio tiene 22 años en manos del Ayuntamiento y 16 años siendo Casa de la Cultura, ya han sido directores: Isaac Rendón Reyes, Tomás Radilla, Graciela Radilla Rivera, Carlos Ponce Reyes, Rubén Ríos Radilla, Adrián Saucedo y Agustín López Flores. En ese lugar se imparten clases de música, danza, teatro y pintura.  
Antes en Atoyac funcionaron dos casas de la cultura. La prepa 22 tiene el mérito de ser la primera institución en instalar una casa de la cultura. Años más tarde funcionaría en el castillo del doctor Antonio Palós Palma la casa de la cultura “Romualdo García Alonso”, también auspiciada por la prepa 22 y encabezada por Secundino Catarino Crispín. Donde se enseñó: fotografía, pintura y técnicas de grabado.






jueves, 11 de mayo de 2017

Ciudad con aroma de café XXXII y última parte


Víctor Cardona Galindo
Laurentino Santiago cuenta que un ordeñador pasaba todos los días montado en su caballo por el caudaloso río Atoyac. El patrón tenía la medida de cuanta leche producían sus vacas cada día. Al ordeñador se le ocurrió en cierta ocasión que al pasar por el río, le echaría un litro de agua a los picheles. Así, todos los días pasaba y tomaba un litro de las cristalinas aguas de nuestro río, por eso la leche rendía un litro más. Fue juntando los centavos que le daban por ese litro y cuando tuvo lo suficiente se compró un elegante sombrero. Pero luego se posesionó de él la ambición y pensó agregarle dos litros de agua a los picheles. Pero ese día al agacharse desde el caballo, para recoger agua a medio el río, el sombrero se le cayó y rápido se lo llevó la corriente. “Por eso lo que es del agua, al agua”, remata Laure.
Una tarde de los años cincuenta en el río Atoyac. 
Foto colección de Dagoberto Ríos Armenta.

Pronto de ese hermoso río Atoyac quedarán solamente las anécdotas, que los vehículos atravesaban en grandes balsas sus embravecidas corrientes, de los robalos grandes que se capturaban y que un tiempo se pescaba con dinamita porque había infinidad de peces. Desde hace mucho tiempo se dio la voz de alerta. Lo estamos acabando, pero no ponemos atención, ahora por primera vez desde que tengo memoria el río Atoyac se secó. En la parte del puente de El Ticuí la mitad del agua que corre está limpia y la otra mitad es pura agua negra. En el puente de San Jerónimo, hasta el viernes 5 de mayo, no llegaba nada de agua, el río era un desierto, solamente algunos “pacholes” de lirio luchaban por sobrevivir en algunas partes húmedas. Mientras los cerros siguen tapados por el humo de los incendios forestales.
El río comienza a secarse desde que nace, en las laderas de los pequeños riachuelos que lo abastecen los campesinos construyen presas para regar sus cultivos: amapola, jitomate, chile, maíz y frijol, la gente busca que comer y aprovecha el pequeño afluente que tiene cerca. Ha esto le súmanos el cambio de uso de suelo, los campesinos tumban los renovales para sembrar milpa o para hacer potreros, los pequeños manantiales pagan las consecuencias. Se busca el beneficio a corto plazo y no se ve la afectación que vendrá con el tiempo. La poca agua que baja se desvía antes de llegar a la cabecera municipal mediante la presa derivadora Juan Álvarez que la envía hacia potreros y campos de cultivo. El agua termina regándose en el tular de Monte Alto.
Desde su fundación la vida de Atoyac está marcada por su río. Las tribus primitivas que se asentaron en estas tierras dependieron de él para sus cultivos y alimentación; así como dependemos nosotros. Mi abuela contaba que en su niñez, todas las mañanas, las mujeres enfilaban hacia el río para traer agua, y los domingos la algarabía de las costeñas del rumbo alegraba el día. Todas acudían a lavar a las cristalinas pozas del río. Los cuajinicuiles, amates y ahuejotes eran altísimos y frondosos. Los posquelites y zarzales adornaban la ribera.
Los hombres amarraban sus caballos, cerca del pasto verde y de los estanquillos de agua para que comieran y bebieran durante el día. Los mangos que sombreaban los caminos prodigaban sus frutos a los transeúntes. Los cañales y platanales le daban un aspecto paradisiaco al entorno.
Y mientras las mujeres lavaban usando un bejuco aromático, los hombres atrapaban camarones en las frescas aguas y se deleitaban con cantos y escandalosas pláticas. Los niños y adolescentes jugaban en las amplias y profundas pozas a los clavados y zapotazos.
Pero ahora los efectos del calentamiento global están llegando ya, y bien duro. Todavía no nos reponíamos de los daños que dejó el huracán Ingrid y la tormenta tropical Manuel en el 2013, y nos llegó, el fenómeno Mar de Fondo y después una profunda sequía en el temporal, luego las lluvias atípicas y granizadas que se llevaron la esperanza de cosechar el poquito de café que estaba madurando en la sierra.
Luego la roya afectó el 90 por ciento del café. El año pasado la laguna Mitla sufrió una tremenda sequía y las flores que se dan en los campos están deshidratadas, tanto que las abejas no llevan miel a sus colmenas. Hay quien dice que desapareciendo las abejas el hombre no tardará en perecer.
En la región siempre hemos visto el calentamiento global como un tema muy lejano, como si fuera un asunto de naciones industrializadas. De lo contrario haríamos todo lo que estuviera en nuestras manos para contrarrestarlo, pero todos permanecemos apáticos mientras sufrimos sus efectos. No nos damos cuenta que poco a poco nos va faltando agua. Los ríos y arroyos no son los mismos cada año.
Cada vez que puedo les recuerdo que cuando los de mi generación éramos niños, allá por 1980, bebíamos agua directamente de la sangría del riego, el agua que venía del canal era limpia y cristalina. Los que un tiempo fuimos aguadores en El Ticuí, nuestros clientes nos mandaban a traer agua, para tomar, del canalón por donde ahora está el cuartel del 109 Batallón de Infantería.
Ahora las cosas van cambiando y no hacemos nada por defender nuestro río. Lo contaminamos sin ninguna consideración. Le arrojamos basura y por si fuera poco también los envases de fungicidas. El grito de alerta es que el río languidece y está muriendo. Desde el año 2003 Arturo García Jiménez promovió, sin mucho eco, la formación del Consejo Ciudadano para el rescate de la cuenca del Río Atoyac, que hizo muchas actividades buscando hacer conciencia para cuidarlo. Un grupo de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) realizó investigaciones en la cuenca del río Atoyac, se hicieron recomendaciones que nadie ha seguido.     
Ya he dicho aquí que muchas variedades de peces desaparecieron, como los blanquillitos, esos peces que con el sol reflejaban los colores del arcoíris. Ahora hay pocos pegas pegas, ese pez que se adhiere con sus ventosas a las piedras y es difícil de quitar. Se acabó la guevina. Aunque todavía hay truchas que se ven nadar junto a la carpas. En cantidad, reina el popoyote. Los bobos quedan pocos: ese pez feo parecido al cuatete que no se puede agarrar porque su piel es babosa.
Don Simón Hipólito que vivió su juventud en la época de los cuarenta, comenta: “muchos chamacos de mi edad acarreábamos agua en dos botes sostenidos por palancas que descansaban en los hombros. Las señoras acarreaban agua del río en botes que descansaban en sus cabezas amortiguadas por yaguales. Igual lo hacían las jóvenes, quienes haciendo girar graciosamente sus cabezas hacían que saliera el agua de sus botes para mojar a los jóvenes intrusos que se les apareaban para enamorarlas y que no eran de su agrado. Era habitual acarrear agua del río desde las cuatro hasta las seis horas de cada mañana, antes que llegaran señoras o lavanderas a lavar ropas”.
Zeferino El Prieto Serafín es de los años cincuenta y recuerda: “cuando no había agua entubada en las casas había que irla a traer al río, para esto lo hacían los jóvenes, hombres y mujeres; los hombres adaptaban un palo con unas cadenas a los extremos y ahí enganchaban las latas o botes para transportar el agua, el palo se colocaba encima de los hombros y le llamaban palanca. En cambio las mujeres se colocaban la lata de agua sobre la cabeza, para amortiguar un poco el peso y lo duro de la lata, un trapo lo enrollaban en forma circular y se lo ponían en la cabeza y encima del trapo acomodaban la lata. Al trapo enrollado que se ponían en la cabeza le llamaban yagual. Cuando algún joven quería enamorar o cortejar alguna muchacha que andaba acarreando agua, decía me voy a echar un ‘norte’, y el ‘norte’ consistía en seguir a la muchacha cuando iba al río y andarla acompañando ida y vuelta cada viaje que hacía para aprovechar y enamorarla, había ocasiones en que se detenían un rato en algún lugar ya fuera un rincón o callejón y ahí permanecían platicando y la muchacha con el bote o lata lleno de agua sobre la cabeza y ni el peso del agua sentían, todo por amor”.
Los hombres de mi generación también acarreamos agua en palancas, en la década de los ochenta. Todos desfilábamos con nuestras cubetas en palancas hacia el canal y las mujeres con sus cubetas en la cabeza. Mucho antes de irnos a la escuela, llenábamos los tambos para que nuestras madres cocinaran y lavaran. Por la tarde cobrábamos 50 centavos por viaje de agua y un peso cuando era para la tinaja, porque entonces íbamos por ella hasta arriba del canalón.
En ese tiempo el río nos daba para comer camarones reales y cuando mi madre lavaba en el río, entonces mis hermanos y yo nos pasábamos el día tirados de panza en las pocitas para atrapar con cerda camarones de castilla y antes de irnos a casa metíamos el anzuelo entre las piedras del lavadero y pescábamos unos bobos grandes.
En esos años, en temporada de lluvia, la gente iba por agua al río. Se hacían pocitos en la arena y el agua salía limpia, filtrada lista para tomar. No había contaminación, ahora al hacer un pocito a la orilla del río encontramos la suela de una sandalia, un pañal desechable, ropa o un vidrio. Ya no es apta para el consumo humano. Incluso si nos metemos a la corriente el agua tiene un olor a podrido ya no huele a limpio, esto es alarmante. Ahora el agua que llega a las casas huele a podrido, igual que la del canal, donde ahora nadamos en agua caliente, entre bolsas de sabritas, ropa vieja o todo tipo de envases.
Para los que vivimos en El Ticuí cabría recordar, como ejemplo, la poza que estaba en el bombeo, en el año 2000 todavía podíamos irnos a bañar ahí. Ahora es un charco. ¿En el pueblo donde ustedes viven cual sería la referencia que la falta de agua nos está alcanzando?
Otro daño que sufre el río es la explotación irracional del material pétreo. Hace poco se generó un descontento en el ejido de Mexcaltepec porque la empresa que construía el puente, estaba sacando material para vender. De ese lugar desde hace mucho tiempo han sacado material para diversas obras, destruyendo el ecosistema sin ningún miramiento. Por eso no es la primera vez que se inconforman sus habitantes por este tipo de explotación de los recursos. Es notable que cuando se extrae arena se hacen grandes hoyos donde el agua se estanca y no corre normalmente por su cauce, provocando sequía en otras partes. 
En la cabecera municipal se sacó material pétreo, para hacer el bordo, que con recursos del Fondem se construyó para defender la colonia Las Palmeras de futuras inundaciones. Con esa extracción de materiales se afectó un arroyuelo, sin embargo no hubo sanciones a la empresa. En nombre del bienestar común se afectan los ecosistemas que nunca más se reponen.
Así se han venido haciendo obras sin ver cómo afectan. Al Zócalo se le quitó el adoquín y se le cambió por concreto estampado, sin reparar que con eso se dañaban los mantos freáticos. Se siguen pavimentando calles sin considerar que con eso se incrementa el calentamiento de las casas. Al medio día no se aguanta el calor. Con eso también se afecta los mantos freáticos. Últimamente pavimentamos hasta los patios, luego nos quejamos porque se secan las norias y porque hace mucho calor. Es necesario cambiar de rumbo, comenzar a pavimentar lo necesario y pensar que tenemos que dejar espacios por donde se reincorporen las aguas a la tierra. Luego las calles parecen ríos y nos que quejamos de las inundaciones, pero es que el agua como cae se va. Nada la retiene.
También el daño que está sufriendo la selva cafetalera es alarmante, se están acabando las maderas preciosas, hace poco el campinceran fue sometido a una explotación irracional, a este árbol también se conoce como granadillo es famoso porque con él se elaboran instrumentos musicales como guitarras y marimbas, lapiceros decorados que son muy caros. En el mercado asiático es altamente cotizado porque con él se decoran yates de lujo. El granadillo es muy resistente como poste, en la cerca, expuesto al sol, a la tierra y a la lluvia dura cuarenta años.
La gente ha perdido los escrúpulos, hay quienes prenden fuego a los potreros sin hacer guardarrayas, campesinos que le prenden fuego a sus tlacololes y se van a sus casas o lo dejan ardiendo durante la noche sin vigilar el fuego. Estamos acabando con el bosque, además de que los drenajes de todos los pueblos grandes del municipio van a dar al río Atoyac.
Se está acabando nuestra identidad, ya casi no hay café y la raíz etimológica de Atoyac viene del náhuatl Atl, agua; toyaui, regarse, esparcirse. Si no cuidamos nuestro río, pronto no quedará ni una gota de agua que se riegue o se esparza.