lunes, 28 de enero de 2019

Crónicas del Palacio XV


Víctor Cardona Galindo
En 1997 en esos días de tensión y miedo, me prestaron para vivir un cuarto que tenía una puerta de madera, ya casi podrida, que daba a un callejón. Coloqué un foco arriba de la puerta para que estuviera prendido toda la noche e iluminara el callejón. Desde la primera noche que dormí ahí comencé a escuchar pasos afuera, me asomé por una rendija y vi unos burros que comían en el patio. Pero como a las 12 de la noche me comenzaron a tocar la puerta. Pregunté varias veces ¿Quién? —Nadie contestó.
Manifestación de cafetaleros, el día 22 de enero del 2001. Los campesinos
 mantuvieron por bloqueada la carretera Acapulco-Zihuatanejo, a la
 altura de la Y Griega,  por varias horas en demanda de subsidios
 para el sector. Esa vez lograron un apoyo del gobierno estatal y 
federal para reactivar su economía. Foto: Francisco Magaña.

Ta-que-tac, ta-que-tac, ta-que-tac, se escuchaba. Me asomé por la rendija y nada. Así comenzó el martirio de todas las noches. Dejaban de tocarme la puerta o me quedaba dormido rendido de cansancio.
Una noche escuché que le subieron el tiro a una pistola en el callejón, trac-trac se dejó oír ese sonido fino del metal, al recorrer la recámara del arma.
Los toquidos seguían, hasta que un día dejé la puerta emparejada y al escuchar los primeros golpecitos la abrí bruscamente con el machete en la mano. No había nada, la noche era oscura, al fondo solamente se miraba la silueta del chacuaco en las ruinas de la fábrica de hilados y en la primera grada un sapo me observaba con los ojos brillosos. Entrecerré la puerta y vi como el sapo saltaba para alcanzar los insectos que revoloteaban alrededor del foco y al hacerlo con sus patitas tocaba la madera de la puerta, ta-que-tac, ta-que-tac, ta-que-tac.
***
Una columna del Ejercito Popular Revolucionario (EPR) se presentó en la comunidad de Caña de Agua. Al día siguiente, por la mañana, pasó por mi casa Baltazar Mayo que en ese tiempo se desempeñaba como agente de gobernación estatal. A Mayo lo conocí en las marchas y mítines del PRD, nunca negó que tenía la encomienda del gobierno estatal de informar sobre las actividades del partido. Ese día Baltazar Mayo me contó lo que sabía, de la incursión del EPR en Caña de Agua y me pidió lo acompañara, a mí me convenía porque Mayo traía una vieja camioneta que nos llevaría hasta esa población. Yo necesitaba sacar la nota. Nos pusimos en marcha, a medio día llegamos al pueblito que está enclavado en las faldas de los cerros, frente a El Ticuí. Caña de Agua es una pequeña cuadrilla dispersa entre árboles de gran fronda, como parotas y amates. Platicamos con el comisario, nos dijo que una columna de hombres vestidos de verde y encapuchados habían rodeado la comunidad. Llamaron a todos a una asamblea en la cancha. Los guerrilleros les hablaron de la necesidad de cambiar el gobierno de nuestro país y que la única forma era peleando con las armas en la mano.
Platicamos con los vecinos de esa experiencia y el miedo que sintieron ante la presencia de los armados. Muchos pensaron que esos encapuchados, vestidos de verde, eran del gobierno.
En el patio de uno de los jacales había mucha carne seca asoleándose. También el cuero de un felino colgaba de unos mecates distendido por unas varas. Mayo preguntó ¿Y ese cuero qué? El campesino dueño del jacal dijo que era un leoncito que había matado días atrás. “la carne también es de lion”. Los campesinos de la región le llaman León al puma americano. Véndame el cuero le dijo Mayo. El campesino se mostró huraño, pero al final accedió a entregar el cuero por 500 pesos. Luego en una bolsa azul polvosa echó unas tiras de carne seca, que nos regaló  —llévensela aquí nada más yo como de ésta carne, mi familia no la quiere. Llegando al Ticuí Mayo me dejó la mitad de la carne. La lavé, la piqué en trocitos y la freí para luego echarle chile, jitomate y cebolla. Guisada a la mexicana quedó muy sabrosa y la cominos entre Víctor Jesús y yo. Nora llegó por la noche calentó tortillas y se sirvió carne. Me preguntó ¿De dónde sacaste ésta carne? Me la regalaron en Caña de Agua, es de León contesté. Nora no creyó y siguió comiendo. Ya le había agregado un poquito de frijoles refritos.
El Triángulo de las Bermudas
En el fondo del Corralón está el Triángulo de las Bermudas. Es un neón modelo 95 azul con franjas guindas. Era un carro en el que se movía personal de inteligencia de la 27 Zona Militar. Un agente de gobernación estatal conocido como El Fantomas lo bautizó como “El Triángulo de Las Bermudas”,  porque decía que quien subía a ese carro ya no bajaba. Desaparecía.
Yo conocí el Triángulo de las Bermudas el día que acompañé una comisión del PRD, encabezada por Mario Valdez Lucena, que fue a platicar con el jefe del 49 Batallón de Infantería, cuando una sección regresó en 1996 para ocupar las instalaciones del Instituto Mexicano del Café (Inmecafé). Ese día un joven entró al cuartel manejando ese coche. Y el martes 7 de junio de 1988 cuando se dio la masacre de El Charco en Ayutla de los Libres, yo andaba repartiendo El Sur, que se editaba cada semana, parece mentira pero me encontré el Triángulo de las Bermudas 12 veces. Ese día ese auto no dejó de recorrer nuestra ciudad.
Con los días ese auto daría más de que hablar. Dos agentes de Inteligencia adscritos a la 27 Zona Militar, por conducir a exceso de velocidad, impactaron el Triángulo de las Bermudas contra un taxi del sitio Juárez y causaron la muerte de la jovencita Nélida Hernández Hernández de 15 años, estudiante del Centro de Bachillerato Tecnológico Industrial y de Servicios (CBTIS), originaria de la comunidad de Corral Falso, y dejaron heridas a dos personas más.
El percance ocurrió 25 de marzo de 1999 a las siete de la mañana de cuando Nélida se bajó frente a su escuela del taxi número 24 del sitio Juárez de San Jerónimo conducido por Humberto Solís Armenta. En el momento que le pagaba al chofer, el coche Neón 95 color azul con franjas guindas, placas 23HCV del Distrito Federal conducido por Bernardo Reyes Salas, se estrelló contra el taxi que se salió de la carretera y arrastró a la jovencita que murió en ese momento.
Bernardo Reyes Salas y su acompañante Oscar Martínez Herrera se dieron a la fuga rumbo a la colonia Lomas del Sur, hasta donde fueron alcanzados por miembros de la Policía Preventiva al mando del comandante Neftalí Ponce Vélez quien luego declaró a la prensa que los detenidos no traían nada que los identificara.
Además de la estudiante muerta quedaron en el taxi destrozado dos mujeres heridas: Araceli Rendón Guzmán, lesionada de gravedad y que tuvo que ser internada de urgencia en el hospital general, mientras que Rosa Rodríguez Zamora solamente resultó golpeada. El percance consternó a la ciudadanía y a las 10 de la mañana más de 300 personas, entre estudiantes, maestros y padres de familia, se manifestaron frente al Ayuntamiento para exigirle a las autoridades se tomaran medidas para evitar que se siguieran dando este tipo de accidentes frente a las instalaciones del CBTIS, ya que antes se habían producido accidentes menores, pero ésta vez perdió la vida una alumna.
El director del CBTIS, Efraín Garibo Pino, dijo que la administración municipal nunca mostró interés, porque llevaban tiempo solicitando que se regulara el tráfico frente a ese plantel colocando topes y ampliando la carretera. Algunos manifestantes manifestaron que los tripulantes del auto que causó el accidente, a los que identificaba como agentes federales, ya habían agarrado las calles de Atoyac como autopista.
El agente de Inteligencia Militar Bernardo Reyes Salas fue enviado al Centro de Readaptación Social de Tecpan de Galeana, mientras frente al CBTIS plantel donde estudiaba la víctima comenzaron las labores para construir un paradero del transpone colectivo.
Según la información que proporcionó el titular de la Agencia del Ministerio Público de Atoyac, Ernesto Jacobo García, el militar Bernardo Reyes Salas desde el sábado 27 de marzo de 1999 se encontraba a disposición del juez de primera instancia del ramo penal Leoncio Molina Mercado.
Mientras que el otro agente de información de la 27 Zona Militar, Oscar Martínez Herrera quedó en libertad bajo las reservas de ley, toda vez que se comprobó que el que manejaba el vehículo Neón 95 con placas 234HCV del Distrito Federal era Bernardo Reyes, quien al momento de ser detenido por la Policía Preventiva dio un nombre falso, dijo llamarse Fernando Solís Osuna. Fuentes del Ejército dijeron que los soldados involucrados en el percance hacía días que habían desertado de la institución.
Tuvieron que pasar tres años más, después de que una camioneta conducida con exceso de velocidad le pegó a otra conducida por don Vicente Adame Reyna donde murió su peón, fue entonces cuando colocaron topes en ese lugar, que aun así sigue siendo un cruce peligroso.
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Recorría las calles ofreciendo botas, unas negras y otras amarillas, andaba el short y con botas, montado en una bicicleta pequeña, hablaba como machín y era machín. Aparecía principalmente cuando había manifestaciones de la Organización Campesina de la Sierra del Sur. Nunca supimos si era del Grupo de Inteligencia de Zona o de cualquier otra corporación de espionaje mexicana, que se movía por aquí en los tiempos del EPR. Pero siempre nos quedamos con la sospecha de que era Oreja.
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El Hermano Yansel se anunciaba en la radio como adivinador, muchas personas acudían a consultar su suerte, tardó con su consultorio en una de las calles principales de ésta ciudad. Un día Fantomas, Gustavo y otro agente de inteligencia lo fueron a ver. Al llegar Fantomas le preguntó Si eres adivino dinos a que venimos-. Ya me vienen a chingar hermanos contestó el charlatan. Fantomas comentó tu si eres adivino y de los buenos.
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El Fantomas tenía la costumbre de asustar a todos los vendedores ambulantes que venían de otro lado. Sacaba su credencial de gobernación estatal y se las mostraba, al tiempo que les decía que andaban ilegales porque no pagaban impuestos. Les quitaba una bolsa de cacahuates a los cacahuateros, una hamaca a los hamaqueros y una bolsa jícamas a los jicameros. Un día se encontró a uno que andaba vendiendo lentes en el centro de la ciudad. Se le acercó y le dijo hermanito andas mal, andas vendiendo lentes, enséñame tu permiso porque aquí está prohibido el ambulantaje. Al tiempo que le mostraba su credencial de Gobernación, lo detenía suavemente del hombro. Ahora si no quieres tener problemas me vas a dar unos lentes. El vendedor le dijo lo que quieras hermanito, pero déjame trabajar y le dio los lentes que Fantomas escogió, unos negros imitación Rayban. Luego regresó donde estábamos un grupo de periodistas para presumirnos Miren los que me acabo de chingar.
A los pocos días lo volvió a ver y se fue sobre él diciéndole con que sigues en las andadas, te vas a tener que mochar con otros lentes. El vendedor le contestó mira manito no me gusta ser mitotero, pero yo ando en una comisión y le sacó un credencial de la Policía Federal y le mostró la pistola Súper que traía en el morral. Fantomas al ver la credencial, a la pistola no le hizo mucho caso, dijo no hombre manito tu puedes vender lo que quieras.
Se vino dónde estaban sus amigos diciendo aquél vendedor de lentes trae una charola más grande que la mía. “Está cabrón, cuando se la vi por poco y le doy las nalgas”.
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En los tiempos de Rubén Figueroa Alcocer los agentes de gobernación andaban desatados. Uno de ellos se vino, en su vochito blanco, matando caballos todo el camino desde Chilpancingo. Pero al salir el libramiento lo vio un agente de la Federal de Caminos y lo siguió. Lo alcanzó hasta casi al llegar a los Bajos del Ejido. El agente federal le preguntó que porque mataba caballos y porque se dio la fuga cuando lo vio. Le contestó —soy gente del gobernador y me mandó a matar caballos porque hay mucho accidente y ustedes no hacen nada. Sacó tremenda placa de agente de Gobernación y mostró la pistola nueve milímetros que lo acompañaba. El federal de camino lo dejó ir. Así de locos estaban los tiempos.

lunes, 21 de enero de 2019

Las hojas de guayabo


Los que tienen experiencia dicen que sufres colitis corta siete hojas tiernas de guayaba para ponerlas a hervir en una taza de agua por 10 minutos, luego se cuela y el té se bebe tibio dos veces por día. En pocos días tu estomago estará desinflamado y sin gases.
El mismo te de las siete hojas tiernas del guayabo sirven para cortar la diarrea.

Simón Hipólito Castro


Víctor Cardona Galindo
El escritor y periodista atoyaquense Simón Hipólito Castro tiene 84 años y vive en San Francisco California: “Ahí llegué con mi familia en 1987, huyendo de quienes no aceptaron mi pluma crítica”. Nació en la sierra de Atoyac el 28 de septiembre de 1928, en su libro Cuentos para niños preguntones explica a sus nietos: “Yo nací en un paraje serrano llamado La Mona. Bautizado así por la gente del lugar porque hay una piedra grande de color negruzco que tiene cincelada una mujer acostada, con las piernas entreabiertas y el rostro mirando al oriente. Nadie sabe en que siglo la cincelaron. Sus senos también fueron esculpidos a la perfección”.
Simón Hipólito Castro

Pasó su niñez en la comunidad de Los Tres Pasos, en esos tiempos no había escuelas en esos lugares recónditos de la selva cafetalera de Atoyac por eso aprendió las primeras letras en el silabario de San Miguel y cuando tenía 12 años: “su padre contrató a un maestro particular, llamado José Morales Ulloa, originario de Oaxaca; éste le dio clases por las noches, junto con sus hermanos, por espacio de seis meses, alumbrados con hachones, luego que regresaban del campo y cenaban”, escribió Irene Ortiz en la presentación del libro De albañil a preso político mismo que don Simón Hipólito escribió durante su estadía en una cárcel de Morelos acusado de ser guerrillero.
Don Simón Hipólito como escritor tiene en su haber los libros: De Albañil a preso político; Guerrero, Amnistía y Represión y El paciente Cero, Cuentos para niños preguntones, Virgen y viuda que son las historias que cuenta sobre su tierra y en el 2010 dio a conocer Carmelo Cortés Castro, su lucha, sus FAR, la traición… Su muerte. Como periodista ha ejercido su oficio en El Rayo del Sur y La Verdad, fue director de La Voz del Ejido un tabloide que salió a la luz pública en Atoyac el 15 de enero de 1964, colaboró en El Correo del Sur y en El Correo de Iguala, fue corresponsal de El Unomásuno y jefe de información de Notimex en Cuernavaca.
Simón Hipólito tiene el mérito de haber sido de los primeros escritores que se atrevieron a denunciar la represión que se vivió en la sierra en la década de los setentas, con su libro Guerrero, Amnistía y Represión publicado en 1982, en donde escribe la biografía precursora sobre Lucio Cabañas Barrientos y da a conocer la primera lista de los desaparecidos a raíz de la represión que desarrolló el gobierno federal contra los pueblos de la sierra para combatir a la guerrilla.
La doctora Judith Solís Téllez quien investiga la literatura de la Guerra Sucia en Guerrero, le hizo una entrevista vía internet. Ahí el escritor y ex preso político dijo su sentir y dejó clara cual fue su participación en la guerrilla de los setentas: “Me gustaría volver a Atoyac, pero las nuevas generaciones me verían como extranjero después de cerca de 50 años que abandoné el terruño. Cuando voy, los taxistas me preguntan si soy calentano o veracruzano por mi sombrero de Tlapehuala o por mi acento costeño”. Dijo que tiene entre los desaparecidos algunos sobrinos y primos. “Todos los desaparecidos me duelen hayan participado o no en la guerrilla que comandó el maestro Lucio Cabañas”.
Habló de su relación con los personajes más conocidos de la lucha de Guerrero: “Solamente en una ocasión me entrevisté con el maestro Genaro Vázquez Rojas. Esto fue en Atoyac en casa de Rogelio Juárez Godoy, que eran compañeros de lucha. Genaro formó  en  el Ticuí una organización que llamó “Liga Agraria Revolucionaria del Sur Emiliano Zapata”. En uno de sus puntos daba como una opción la lucha armada. Yo colaboraba en el semanario El Rayo del Sur, cuyo director era Rosendo Serna. En un espacio hice una crítica a la lucha armada de la organización recién creada por el maestro Genaro, quién a través de un primo hermano mío, Jesús Rebolledo Hipólito, me mandó llamar: ‘Compañero Simón, tengo en mis manos El Rayo del Sur  y he leído tus señalamientos. Si no comulgas con mi causa, no me critiques, por favor’. Y le prometí ya no criticarlo. Y hablamos de su causa revolucionaria”.
“La relación con Carmelo Cortés Castro la describo en mi libro Carmelo Cortés Castro. Su Lucha, sus FAR. La Traición… su Muerte. Mi relación con el maestro Lucio Cabañas Barrientos fue muy amplia. Fui miembro del Partido de los Pobres. No participé en alguna acción armada, mi trabajo, con el maestro Vicente Estrada Vega, que era miembro de la Dirección Político-Militar fue aglutinar miembros de comunidades de los estados de Morelos y Puebla. Ya como rebelde, solamente dos veces me entrevisté con el profesor Cabañas. Una en la sierra cuando cargaba secuestrado a Rubén Figueroa; la otra, en mi casa en Cuernavaca, Morelos”.
“En ninguno de mis libros, menciono que participé en la guerrilla socialista del Partido de los Pobres, mucho menos que por dos veces llevé a la ciudad de México comunicados guerrilleros a la revista Por Qué? que tenía sus oficinas en un extremo del Parque Lira. De los desaparecidos no llevé la denuncia a ningún tribunal nacional o internacional, envié ejemplares de mi libro Guerrero, Amnistía y Represión a los grupos de Amnistía Internacional de Alemania, Nueva York, Suiza e Inglaterra. En éste último país, AI lo tradujo al inglés y lo publicó, yo no recibí regalías, les dije que las enviaran a un preso político en Angola, a otro en Kenia y a otro en Rusia. También envié algunos ejemplares a la Federación Internacional de Juristas, cuya sede estaba en Francia y su presidente era el abogado Daniel Jacoby, entonces Procurador General de Justicia en  aquel país”.
Explicó como vive en Estados Unidos dijo que trabajó 18 años y pagó sus impuestos. Ahora, recibe una pensión de 800 dólares mensuales. Sus dos hijas y un hijo que son profesionistas le surten el refri con alimentos para cada semana. Es miembro de la Asociación Nacional de Periodistas Hispanos; pero como no habla inglés, no ha aceptado los trabajos que le han ofrecido diarios de San Francisco, de Chicago, Miami y de Texas. Esporádicamente, colabora en los semanarios Tiempo Latino, de San Francisco; El Mundo, de la ciudad de Oakland y Nueva Alianza, de San José. Viaja a su querido México dos veces al año.
Leer De albañil a preso político es echar un vistazo al mundo doloroso de la vida carcelaria de los años 70, observar como vivía la comunidad interna y las deficiencias del sistema pero sobretodo ver de cerca la represión de la que eran objeto los presos políticos. El libro comienza con la narración de su detención el 6 de agosto de 1975, como fue torturado e incomunicado por cuatro corporaciones policíacas en una cárcel clandestina ubicada en la casa número 10 de la calle Paricutín del fraccionamiento Los Volcanes de Cuernavaca Morelos, para que se declarara culpable de diversos delitos que lo vinculaban con la guerrilla.
Da detalles de las luchas de los presos para mejorar su vida en la cárcel. Dice que: “Cuando llega uno a la prisión anda con ‘la cola entre las patas’, tímido, buscando alguien conocido y haciendo este trabajo, aquel otro, o ése que los guardias ordenan, ya que a todo recién llegado, los guardias le dan ‘carrilla’, es decir lo castigan con trabajos forzados”.
En este libro don Simón da su opinión sobre la supuesta readaptación y comenta que “cárcel aumenta la perversidad en vez de disminuirla; combatir los efectos y no las causas (del delito) es como nadar torpemente contra la corriente… vemos multitud de jóvenes perdidos en la delincuencia, envejecer prematuramente en las cárceles y aprender en éstas toda la gama del delito, absorbiendo el medio que engendra odio y venganza hacia la sociedad”.
Hipólito Castro da su testimonio desde dentro de las mazmorras en las que estuvo: “El sonido de candados y cadenas se graba en el subconsciente como mancha indeleble cuando se encuentra uno esposado y vendado en los separos judiciales y se escucha el rechinido por las noches cuando sacan al detenido a torturarlo”.
El maestro albañil y preso político fue amnistiado el jueves 21 de diciembre de 1978, después de permanecer privado de la libertad por espacio de tres años, cuatro meses, quince días y nueve horas y media: “Luis Echeverría Álvarez le pidió al español Luis Suarez escribiera un libro a su favor y escribió: Lucio Cabañas Barrientos, el guerrillero sin esperanza. (Dice en la entrevista con Judith Solís) Por decir la verdad, tan pronto abandoné la prisión subí a la Sierra de Atoyac, recogí más de 150 datos de desaparecidos y escribí mi libro Guerrero, Amnistía y Represión que publicó la Editorial Grijalbo. No pude recabar todos los datos de desaparecidos porque fui en la época de la recolección del café y las familias estaban en sus campamentos. Subí a la Sierra en enero de 1979 y huyéndole al Ejército que todavía desaparecía, recorrí muchos poblados”.
Uno de los méritos de ese libro es que entrevista a doña Rafaela Gervasio Barrientos madre de Lucio Cabañas quien narró su detención y cautiverio: “Nos subieron a un coche, nos encapucharon y nos llevaron al campo Militar Número 1, donde permanecimos en piezas separadas por los muros, por más de un año. Nos golpearon los soldados, sólo a mi nuera no la rebajaban de ser mujer de un bandido, de un delincuente. Uno de los soldados que nos custodiaban también estaba arrestado y se portaba muy bien con nosotros, nos llevaba mandados que le pedíamos, nos quitaba la capucha cuando queríamos hacer del baño y nos decía que se dio de alta por necesidad, que estaba muy de acuerdo con las ideas de lucha de mi hijo. Cuando nos llevaban a investigación con un general, nos ponían las capuchas, a las mujeres de color azul, a los hombres las de color blanco”. Durante su cautiverio le preguntaban por las actividades de su hijo, y ahí fue donde se enteró de la muerte de Lucio.
El libro Carmelo Cortés Castro. Su lucha, sus FAR. La traición…Su muerte, dice Simón Hipólito que tiene dos fines: uno es dar a conocer la lucha traición y muerte del último jefe guerrillero de la década de los setentas de la sierra del municipio de Atoyac de Álvarez: “La lucha en la que me vi envuelto sin ser miembro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias que comandó mi paisano y amigo Carmelo Cortés Castro. Como se preparó y llevó a cabo el asalto a Banamex La Selva, el viernes 25 de julio de 1975, en la ciudad de Cuernavaca Morelos” y dos, exhibir la política neoliberal del gobierno mexicano.
Después del asalto Carmelo Cortés se refugió en el Cerro de las Tetillas, junto con Pedro Helguera, pero por un descuido de Valentín Ontiveros Abarca que abandonó un saco en uno de los taxis robados que se usaron en el asalto la policía siguió la pista de la prenda y comenzaron a dar con los guerrilleros. Luego de su detención y la de Pedro Helguera, la policía sitió al líder de las FAR en el Cerro de las Tetillas, por eso don Simón está convencido que Carmelo Cortés murió el 5 de agosto de 1975 en el cerro de las Tetillas y que la policía lo fue a tirar al D.F. para quedarse con el dinero del asalto que Carmelo cargaba en una mochila de piel color café.
En cuanto a los otros textos: Cuentos para niños preguntones, Virgen y Viuda y sus colaboraciones en la página de los atoyaquenses en El Sol de Acapulco que dirige René García Galeana, leerlos es sumergirse en la vida de la sierra y la ciudad de Atoyac de los años 30 a los 50, ver su río limpio, la llegada del radio de pilas, las primeras sinfonolas y la carretera: “En 1940 se abrió la carretera. Cuando la brecha se acercó a Atoyac, tarde con tarde la población iba a observar las máquinas que abrían la tierra. Máquinas que algunos pobladores bautizaron con el apodo de cuchas”.
Escribe sobre las leyendas urbanas y sobre los decires que conforman el imaginario colectivo local de la época de sus años mozos, que si doña Mariana Herrera se volvió rica porque un albañil encontró en las viejas paredes de su casa un tesoro. Con ese dinero la señora se inició en la hotelería. Así nació la “Casa de Huéspedes Herrera”. Describe “que hasta principios de la década del 40, el río Atoyac era toda una belleza natural: “En el Playón del río amarilleaban las flores de los ahuejotes”. Por las mañanas hileras “de jóvenes mujeres llegaban por agua que recogían en botes que se llevaban en sus cabezas amortiguando el peso con yaguales. Del río nacieron grandes romances que terminaron en el altar de la iglesia del pueblo”. Pero eso es otra historia como dice la nana Goya.



viernes, 18 de enero de 2019

Crónicas del Palacio XIV


Víctor Cardona Galindo
Escribir sobre la violencia política, que se dio en mi pueblo en la década de los noventa, siempre me causa cierto dolor. Sufro al recordar a los amigos caídos y a los que tuvieron que abandonar su tierra natal. En el 2012, gracias al apoyo de la doctora Judith Solís Téllez y de Carlos Armando Bello Gómez pude viajar tres meses a Europa. Tumbado en una cama del hotel Praga en Madrid me vino una idea: “¿Y si todo lo vivido desde de 1989 a la fecha fuera irreal?”. ¿Si todo fuera fruto de mi imaginación? Sentía todo tan lejano, como si Atoyac no hubiera existido nunca y que todos los personajes, que conviven en estas crónicas, eran inventados. Pero la realidad es muy cruda. Vivo en una zona violenta y de miedo.
El padre Máximo Gómez Muños de la parroquia 
El Dios Único fue un fiel defensor del Ejército Popular
 Revolucionario, le compuso un corrido y exigió los 
cuerpos de los caídos en el enfrentamiento de San 
Juan de las Flores. Foto: Archivo Histórico Municipal.

En 1991 llegó a mis manos, por primera vez, un ejemplar de la novela Guerra en el Paraíso de Carlos Montemayor. Nunca la pude leer. Cada vez que la empezaba terminaba teniendo terribles pesadillas por las noches. Venían a mi mente recuerdos de la infancia, cuando mi familia hablaba en secreto por las noches, cuando aquellas sombras armadas emergían de la oscuridad exigiendo comida. Cuando no comíamos porque faltaba maíz y porque no había leche. En algunos pasajes de la novela terminaba llorando o con mucha rabia, con mucho coraje contenido.
Pero acá en el 2012 ¿Quién podría saber en el extranjero que los personajes y hechos que narra la novela Guerra en el Paraíso fueron reales? y que sucedieron en una zona tan hermosa como es la sierra de Atoyac. Está claro, leer Guerra en el Paraíso me causaba pesadillas porque esos hechos me afectaron directamente. Viví la ocupación militar. Así que solamente la pude terminar de leer en Berlín, muy lejos de mi pueblo, muy lejos de la geografía, los vientos y el ambiente donde ocurrió la historia. Al terminar de leer regalé el libro a un amigo peruano que conocimos allá y que nos facilitó la vida, en nuestra estancia en Berlín.  
Aun después de los acontecimientos de Guerra en el Paraíso, ésta, la llamada Tierra del Café produce muchos acontecimientos dignos de novela. Esta orografía que fue la fortaleza natural para el ejército insurgente de Morelos y que cubrió con su verde manto a los agraristas de Feliciano Radilla, Silvestre Castro, Amadeo Vidales, a los guerrilleros de Lucio Cabañas Barrientos y últimamente al Ejército Popular Revolucionario (EPR).
Por eso temas como lo que publico ahora también me lastimaban. Por eso escribí el borrador de éstas Crónicas del Palacio en los días que estuve en Europa. En la lejanía el recuerdo se vuelve más nítido y las palabras fluyen con más facilidad. Pero además me percaté que a la distancia los acontecimientos duelen menos. Estando en Berlín también leí todas las fichas de las versiones públicas de Lucio Cabañas Barrientos y Genaro Vázquez Rojas, que el Archivo General de la Nación (AGN) puso a disposición de los investigadores, y que mi amigo Francisco Ávila Coronel me facilitó en un archivo PDF.
***
El 27 de mayo de 1997 comenzaron los chingadazos. Los helicópteros volaban tronando las hélices y las avionetas pasaban rosando los cerros. En las inmediaciones de El Guanábano estaba el enfrentamiento. Se escuchaba el tableteo de los fusiles, las bombas caían desde las avionetas y los helicópteros cobra, probados en Vietnam, ametrallaban los cerros. Cuando el primer helicóptero oscuro surcó el cielo, yo caminaba por la calle Juan Álvarez. Un campesino me dijo ya se están chingando, por el camino a la sierra pasan muchos guachos, parece que le dieron a varios hay muchas avionetas. Él venía de Cacalutla en el camino se encontró muchos camiones repletos de soldados que iban a toda velocidad. También subían por la carretera de Las Trincheras y por el rumbo de San Martín de las Flores.
No tenía mucho tiempo que había llegado a mi casa cuando sonó el teléfono, era una reportera que preguntaba que había, creo que hay chingadazos contesté, por el camino al Quemado hay muchos militares. Todo era confusión, yo no se sabía qué hacer.
A media noche me contaron que los de la agencia del Ministerio Público, después de pasar varios retenes militares, llegaron al lugar de los hechos, vieron los cuerpos tirados, dos militares y un guerrillero. Se decía que había más hombres muertos dentro de la maleza, pero al entrar al bosque fueron recibidos por una ráfaga de ametralladora. Iban dos mujeres junto con el perito forense que se replegaron porque los disparos les pasaron silbando por sus cabezas. Los militares respondieron la agresión y se volvió a entablar otra balacera, después se hizo un silencio porque los guerrilleros aprovecharon la noche para escapar por las laderas. Hasta el día siguiente pudieron recoger los cuatro cuerpos.
Al otro día ya enterado de la que ocurría, por la mañana, busqué la manera de llegar al lugar del enfrentamiento, pero junto a los compañeros Rafael Arzeta y Francisco Magaña nos retuvieron en un retén militar saliendo de Cacalutla. Pero luego de un rato me dejaron pasar, junto a Heriberto Ochoa Tirado, por debajo de las trincheras que los soldados habían acondicionado. Pasamos agachados por una zanja. Cuando iba agachado vi que un joven moreno se acercó a un oficial para decirle algo al oído. Conocía a ese joven moreno, tenía ya varios días siguiéndome desde que salía de El Ticuí hasta la plaza Atoyac. Cuando los periodistas estábamos tomando café en la plaza de Atoyac, él siempre estaba escuchando la conversación. También antes de entrar vi a una agente del Centro de Inteligencia y Seguridad Nacional, con anteojos negros, platicando con los militares. Éste último, llegó a tener una gran amistad con los corresponsales locales hasta que el gobierno de Vicente Fox lo jubiló.
Después supe que el soldado vestido de civil le dijo a su superior que el reportero Víctor Cardona Galindo estaba siendo investigado porque tenía nexos con la guerrilla. Eso me dijo un agente de Inteligencia Militar que fue mi amigo en la infancia. “No quiero saber que estés involucrado con esos cabrones, porque yo mismo voy a venir por ti y me a doler mucho”. Ese mismo agente le pidió a Rafael Arzeta que nos tomara fotos, de medio cuerpo, a todos los corresponsales de medios estatales. Nuestro amigo Rafa lo hizo como si fuera cualquier trabajo fotográfico. Luego Francisco Magaña sería objeto de una sesión de fotos, por jóvenes de Inteligencia Militar, cuando cubría un evento en la agencia del Ministerio Público. Cuando bromeábamos con nuestro amigo de la infancia, le decíamos que ellos no eran Inteligencia Militar sino Negligencia Militar. De ahí que Francisco Magaña los bautizara como los chicos de negligé. Y esa fue la clave para avisarnos entre nosotros que había un militar de incognito, “es un chico de negligé”, decíamos. 
Ese 28 de mayo de 1997, con Heriberto Ochoa, camínanos primero hasta Poza Honda, ahí alcanzamos a Maribel Gutiérrez, a quien se le había pegado Juan Francisco Rodríguez, que nunca explicó que hacía ahí. En el camino encontramos la camioneta que traía los muertos, se alcanzaban a ver las botas. De todos modos caminamos hasta El Guanábano. Como caminé más rápido llegué sólo al lugar conocido como Los Mangos, ahí tenían ya un campamento Fuerzas Especiales del Ejército. Como no vieron de donde salí por poco me desnudan. Pero por suerte arriba de una piedra estaba un soldado del 49 Batallón de Infantería que estudió conmigo la preparatoria y les dijo: “Es Víctor Cardona, es periodista”, los oficiales de élite ya mero se lo comían, lo bañaron de preguntas. Yo aproveché que discutían con él para irme de ahí lleno de miedo. Juré que nunca me metería en esos pedos “me hubiera quedado con Rafa y Paco allá abajo”, decía para mis adentros mientras le rezaba a la Sombra del señor San Pedro. Llegué al lugar de la balacera, había sangre humana, huevos de gallina y carne seca regada por todos lados. En lugar no cantaba ni un solo pájaro, estaba todo en silencio y al tratar de mirar a la profundidad del bosque me percaté que había soldados tirados pecho tierra. Por eso me fui de ahí como llegué. En el poblado alcancé a Misael Habana de los Santos con quien nos regresamos, para encontrar a Maribel Gutiérrez en el ranchito de Eduardo Pino. Jorge Arriaga ya transmitía desde el lugar de los hechos para TV Azteca.
Mero donde fue la balacera tenía su ranchito Eduardo Pino, quien al escuchar la balacera huyó para refugiarse en las casas de El Guanábano y dejó las gallinas amarradas, al otro día, cuando llegamos ahí con Maribel Gutiérrez, Heriberto Ochoa, Misael Habana, Jorge Arriaga y ex secretario del Ayuntamiento de Coyuca de Benítez Juan Francisco Rodríguez desatamos las gallinas, porque se estaban muriendo de hambre y sed. Con el tiempo Juanito Rodríguez se convertiría en periodista y sería asesinado junto a su esposa en su negocio de Coyuca de Benítez. Después supimos que en el enfrentamiento de El Guanábano salió herido el general Juan Alfredo Oropeza Garnica el mero jefe de la 27 Zona Militar con sede en El Ticuí. Que los soldados tomaron prisionero a Paulino Padilla y que a manera de tortura le echaron hormigas negras de carnizuelo en la espalda. Le exigían que les dijera donde estaban las cuevas donde se ocultaba el EPR. Paulino no sabía nada y los llevó a la primera cueva que le ocurrió. Ignacio Martínez estaba trabajando en su milpa con su pequeño hijo. Al escuchar los primeros balazos salieron corriendo de su parcela, al pasar el corral niño quedó atrapado por una púa del alambre y pegó el grito al sentir que su padre lo dejaba. Nacho pensó que le habían pegado un balazo y por el susto le cayó la azúcar. Esa enfermedad lo minó Nacho perdería con el tiempo sus piernas y le vendría ceguera.
Cuando salieron francos los soldados del 49 Batallón de Infantería se conocerían, en el pueblo, más detalles del enfrentamiento. Los soldados les platicarían a sus familias “que fulano le volaron la hombrera de un balazo, que zutano es valiente y merengano temblaba de miedo”. Por esa indiscreción el 49 Batallón de Infantería, que tenía en ese momento su sede en Petatlán, fue cambiado a La Paz Baja California, lejos de la tierra que los formó. 
***
Un día llegando a la calle principal, el agente de inteligencia militar que fue mi amigo en la infancia, me preguntó ¿No has visto a El Globero? Le dije que no. Ya más tarde en la plaza me encontré a unos campesinos de la sierra que me platicaron que una columna del EPR visitó su comunidad y que El Globero anduvo saludando a la gente con el cuerno de chivo colgado y sin capucha.  
Por la noche llegue a la casa y al fondo vi a una familia que dormía en el suelo, le pregunté a mi mujer quienes eran me dijo es Virginia la esposa de El Globero, se vino a dormir aquí porque dice que anoche unos hombres armados le rodearon la casa—. En ese momento me llené de miedo y le dije a mi compañera, nada más hoy que mañana busquen otro lugar donde dormir.
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Con mi hijo Víctor Jesús fuimos a la cancha a jugar futbol como a las ocho de la noche, estuvimos tirando penaltis, cuando debajo de un tamarindo que estaba en el zócalo de El Ticuí descargaron una pistola calibre 9 milímetros en los primeros días de 1998. En ese rato Víctor Jesús tomó la pelota y nos fuimos a la casa. Las cosas se pusieron muy raras y se veía mucha gente extraña en Atoyac, otra ocasión estando en la cancha dentro de la fábrica “chaquetearon” una escopeta.
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Otro día iba caminando por la calle Independencia cuando se me aparejó un Neón azul con rallas guindas. Dentro del auto un hombre comenzó a limpiar con una franela roja un revólver al parecer era una pistola 38 especial. El tipo era moreno y desconocido. Apuntando hacía mi limpiaba el arma tranquilamente, mientras el coche transitaba despacio a mi par. Iba viendo de reojo como limpiaban la pistola, hasta que las combis, que iban atrás, comenzaron a tocar sus claxon protestando por la lentitud del Neón y fue que el conductor aceleró la marcha y se perdió pasando el puente de la colonia Sonora.
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Donde vivía mi mamá entraban, todas las noches, un grupo de hombres armados que vestían ropas oscuras y portaban armas largas. Mi madre los desterró echando agua bendita de San Judas Tadeo en las huellas que dejaban las botas. Un día mi hermano encontró a un miembro de las fuerzas especiales del Ejército asomado por una rendija de la puerta de la casa. El militar vivía relativamente cerca y argumentó que por su borrachera se había perdido.



sábado, 12 de enero de 2019

Crónicas del Palacio XIII


Víctor Cardona Galindo
El Ejército Popular Revolucionario (EPR) hizo su aparición el 28 de junio de 1996 en el primer aniversario de la masacre de Aguas Blancas. Ese día siendo director de Comunicación Social del Ayuntamiento de Atoyac acudí al vado para acompañar a Wilibaldo Rojas Arellano quien fungía como síndico. Entre otros, iba la directora de la Participación Social de la Mujer Angélica Castro Rebolledo, recuerdo también a don Cipriano de la colonia Cuauhtémoc.
Ranferi Hernández Acevedo siendo diputado
 local por el PRD, fue perseguido duramente 
después de la aparición del EPR y tuvo que 
exiliarse unos años en Francia. Foto: tomada
 de Internet.

Marchamos desde la salida de Aguas Blancas al vado, en el camino saludé algunos reporteros de Acapulco como Heriberto Ochoa Tirado y Javier Trujillo. Entre la gente iban jóvenes que hablaban por radio. Uno de camisa roja pedía sacar de la marcha a un infiltrado que ya tenían identificado. Al llegar al vado observé que había vigilancia al fondo arriba de unas gigantescas piedras.
Al llegar al evento, como no llevaba comisión específica, me dediqué a platicar con los reporteros, también me encontré a la defensora de los derechos humanos Aurelia Pérez Cano que colocaba unas mantas y comentamos asuntos de Atoyac. En el presídium hablaba el padre Máximo Gómez Muñoz y no supe que dijo Cuauhtémoc Cárdenas. Luego comencé a buscar a Lucio Castillo Gervasio para enfrentarlo, en los albures, con un fotógrafo de nombre Urbano. En eso estaba cuando la gente comenzó a correr, miré hacia el cerro y vi hombres armados caminado rápido hacia la multitud con Cuernos de Chivo en la mano. Pensé que había caído el Ejército a masacrarnos. Mi primera reacción fue correr rumbo a una zanja, pero unos hombres de camisa blanca y gorra amarilla que estaba tomados de la manos decían: “no corran, son compañeros”, entonces regresé a buscar a los míos. No se podía dejar el lugar, los hombres de gorras amarillas eran muchos y habían formado una cadena humana en torno a la concentración. Ya nadie puso salir. Una mujer de Aguas Blancas decía: “Yo solamente vine a la misa, ya me quiero ir”.
Confieso aquí que yo nunca fui cardenista. Me incorporé al cardenismo y después al PRD porque pensé que era la vía para cambiar la vida de los pobres de éste país. Nunca simpaticé con la personalidad del líder más importante de la izquierda de México en los últimos años. Es más nunca le puse atención a sus discursos y nunca los leí cuando los encontré impresos. Pero ese día lo vi solo, parado en la orilla del mitin, rumbo a la salida, y dije entre mí: “bueno si me van a matar aquí, que me maten cerca de Cárdenas” y me le acerqué lo saludé por primera vez y hasta lo abracé. El viejo correspondió a las muestras de afecto pero sin mover ningún músculo de la cara. Cuando volví los ojos al presídium ya hablaban los encapuchados y las columnas guerrilleras estaban apostadas a los lados. Entonces me regresé donde estaba la muchedumbre escuchando los discursos. Confundido, al principio pensé que los rifles AK-47, conocidos como Cuernos de Chivo, eran de plástico. Pero al acercarme al primer miliciano que estaba a un costado del presídium ya supe que eran de verdad, me di el lujo de darle un toquecito con el dedo en el cargador. El guerrillero no se movió. Mientras escuchaba “La primera declaración de Aguas Blancas” un líder campesino se me acercó me saludó y me dijo: “Ahora sí, el pueblo tiene quien lo defienda”. 
Ya sabiendo que se trataba de una guerrilla de verdad, quise acercarme a la columna que estaba a la izquierda con relación al presídium, pero resbalé y cuando ese grupo de guerrilleros abandonó el lugar, un eperrista chaparrito me dijo a Dios. Pensé que a lo mejor ese guerrillero tenía miedo o quería darme algún recado para su familia. “A lo mejor se trata de un amigo”, reflexioné.
Después de su presentación pública los guerrilleros se fueron y pudimos salir. Al llegar al puente de Coyuca los atoyanqueses, que veníamos en una camioneta de redilas, nos bajamos para tomar un refresco, recuperarnos de la impresión y esperar que su sumaran los compañeros perdidos, porque algunos por miedo se subieron a la primera camioneta que encontraron. Nos reorganizamos. Hasta ahí me alcanzaron cuatro reporteros de Acapulco que se movían en un coche Suru blanco, entre ellos iba amigo Cecilio Molina Martell, querían que les dijera quienes eran los que aparecieron en el vado. Yo les contesté entre risas nerviosas que no sabía. Uno de ellos fue muy duro me dijo: “Tu sabes, te haces pendejo si son de tu gente”. Me sentí acosado.
Luego partimos rumbo al Zócalo de Acapulco donde el PRD haría un mitin. El presidente del partido Octaviano Santiago Dionicio dijo que se avecinaban tiempos oscuros y llamó al gobierno a respetar los derechos humanos de los civiles. Por la noche nuestro contingente regresó para Atoyac, en el camino fue revisado dos veces por los militares. Ya había soldados bien pertrechados, con casco y todo, custodiando la carretera. Ya era muy noche cuando llegamos a Atoyac y lloviznaba. Me quedé a dormir en la casa de Fortunato Hernández y Angélica Castro Rebolledo. No me pude ir a El Ticuí. Entre nosotros todo era un mar de confusiones, no atinábamos en un análisis serio. No asimilábamos lo ocurrido durante el día. Ya pasaba la emoción comencé a recorrer el casete. Entonces ya fui sincero conmigo mismo. La verdad es que yo ya esperaba la irrupción de un grupo guerrillero en cualquier momento. Ya lo habíamos comentado con algunos cuadros experimentados de la izquierda. Algunos compañeros del PRD me dijeron que había rastros de un campo de adiestramiento al sur de La Remonta y que, después de la masacre de Aguas Blancas, habían visto atravesar el río un grupo numeroso de hombres armados. “No son guachos”, me dijeron.
Recordé que un día, parece que de 1988, alguien deslizó un periódico Proletario por debajo de la puerta de un vecino en El Ticuí. Me lo mostró. Los ticuiseños siempre se han mantenido ajenos a ese tipo de cosas, para él ese periódico era extraño. Yo lo leí, hacían un análisis de la realidad nacional e internacional, hablaban del concepto Guerra Popular Prolongada (GPP) y esas cosas. Llamaban al pueblo a formar comités de autodefensa armada en contra de la oligarquía.
También fui dirigente estudiantil de la preparatoria número 22 en la generación 1987-1990. Como me formé en la izquierda era el único estudiante que intentaba adoctrinar a mis compañeros a favor del socialismo, y en las “saloneadas” hablaba de burguesía, de proletariado, oligarquía, Estado burgués e imperialismo. Un día en las butacas de varios salones aparecieron ejemplares del periódico Proletario que editaba la alianza Procup-Pdlp. Mi novia levantó varios ejemplares y me dijo ¿por qué dejaste esto en los salones? Yo tomé uno y lo leí. Fui a ver a un viejo maestro de izquierda y le pregunté sobre eso. Me expresó su concepto del Partido Revolucionario Obrero Clandestino Unión del Pueblo (Procup) decía que era una organización guerrillera muy radical surgida en la Universidad de Oaxaca y que el Partido de los Pobres (Pdlp) eran lo que había quedado el grupo de Lucio Cabañas Barrientos, que habían secuestrado a Arnoldo Martínez Verdugo y asesinado a Francisco Fierro Loza en Chilpancingo. Había que tener cuidado con esas organizaciones. Tener una idea sobre esas estructuras políticas no evitó que yo fuera el principal sospechoso de repartir esos folletos. Cursaba el segundo año en la tarde y ese día estaba ahí muy temprano “que casualidad” dijo un estudiante del grupo contrario. La verdad es que llegué temprano, a la preparatoria, acompañando a mi novia que iba en la mañana. En 1989 un joven estudiante me confió que platicó con un encapuchado que le habló de socialismo y de seguir la vía armada para cambiar el sistema. En 1990 después de realizar una reunión del PRD, en una comunidad sin energía eléctrica, un hombre desconocido se me acercó en la oscuridad de la cancha de basquetbol para decirme que un jefe de la alianza Procup-Pdlp quería platicar conmigo.
Le respondí que no podía porque en ese momento abandonaría la comunidad y le dije que si querían me salieran en el camino y platicábamos. La verdad es que tuve mucho miedo, pero formalmente le dije que volvería. Esa noche acompañado de Ramoncito Pino, caminamos en la oscuridad y dormimos en la comunidad siguiente arropados por unos costales. El compañero que nos dio posada era muy pobre, solamente pudo compartir un zarape y nos tendió unos costales en el suelo del corredor de su casa. Luego nos dimos cuenta que el zarape también era muy pequeño. Pasamos mucho frío porque la casa del campesino estaba a la orilla de un arroyo.
El encuentro con los hombres encapuchados del monte no se dio porque me fui al puerto de Acapulco dizque a estudiar. Encontré trabajo repartiendo periódicos en El Suriano de Carlos Yáñez, después me habilitaron como reportero. En esa época nos llegaba por correo personalizado nuestra suscripción del Proletario. Recuerdo que un día dormitaba en la sala de redacción de la oficina de comunicación social del gobierno del Estado en La Garita, llegó Rodrigo Huerta y dijo: “Está dormido el guerrillero”. Supongo que por ser de Atoyac me hacían esa broma. Pero los “Orejas” se lo tomaron en serio. El día primero de enero de 1994 cuando apareció en Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en Chiapas hubo periodistas que me llamaron para preguntar mi opinión. El primero que me llamó, y me dio la noticia del levantamiento, fue Leodegario Aguilera Lucas, me dijo: “prende la tele y me dices que opinas”. La verdad la irrupción del EZLN en Chiapas me confundió, al principio pensé que eran de la ETA de España. Luego, el 10 de abril de 1994, enviado por la agencia de noticias IRZA de Chilpancingo, estuve todo el día en Ayutla cubriendo un evento de campesinos. Recuerdo que bajito el agua se hablaba de un posible levantamiento armado ese día. No se dio.
Por eso esa madrugada del 29 de junio de 1996, tirado en la hamaca de la casa de Fortunato Hernández y Angélica Castro comencé a sentir miedo. Ya casi al amanecer llegó El Boris un huracán devastador, sus vientos destrozaron la Costa Grande. Después de pasada la tormenta y de ayudar a mis vecinos afectados por ese fenómeno natural, escribí éste verso: “Se fueron con el rayo /y antes de la tempestad /enverdecieron con la sierra /en busca de la libertad.
***
El Ejército Popular Revolucionario (EPR) apareció en siete estados pero principalmente en Oaxaca y Guerrero. En este estado su mayor actividad la ejecutó en Atoyac donde visitó ocho comunidades de este municipio, y realizó pintas en casi todas las colonias de la cabecera y poblaciones del bajo como Cacalutla. La primera aparición del grupo armado fue en la colonia 18 de Mayo, el miércoles 4 de diciembre de 1996, como parte de su campaña de propaganda armada “Lucio Cabañas Barrientos”, el EPR llamó a un mitin en ese núcleo poblacional. Eso obligó al presidente municipal Javier Galeana Cadena declarar que los guerrilleros eran sus amigos “si buscaban beneficio para el pueblo”. Galeana Cadena emitió un discurso el 2 de diciembre por la radio en honor a Lucio Cabañas buscando un acercamiento con los sectores de izquierda.
A raíz de la aparición de esa nueva guerrilla del Movimiento Armado Socialista los conflictos sociales de El Cucuyachi, Cacalutla y Agua Fría se agudizaron. Se vino la militarización y el hostigamiento permanente a los perredistas en las diferentes comunidades. Por esas fechas también comenzaron a caer asesinados algunos líderes priistas. Los “Orejas” agentes de gobernación estatal y federal se multiplicaron. Había informantes del Centro de Inteligencia y Seguridad Nacional (CISEN), soldados de civil del Grupo de Inteligencia de Zona (GIZ), un grupo de militares de inteligencia que venía directamente de la Ciudad de México, de la Policía Federal Preventiva, de la PGR, Policía Judicial Militar, de la Policía Motorizada y muchos “madrinas de la Judicial”. La cosa se puso cabrona.
***
Cuando terminó el gobierno de María de Luz Núñez Ramos me reincorporé al periodismo, me abrieron las puertas en El Sur. Un día un “periodista” me citó en un pasillo que había en el cine Playa Hornos de Acapulco. Me dijo emocionado que le habían filtrado una lista de los guerrilleros del Ejército Popular Revolucionario. Me invitaba a compartir la información por si le pasaba algo al publicarla. Me entregó la copia de una lista de nombres escrita a máquina, era una copia simple sin logotipos. Comencé a leer encontré muchos nombres conocidos de políticos y luchadores sociales de izquierda de la Costa Grande. Le dije “ésta lista no es confiable”, me dijo “si, es buena la fuente que me la dio”. Le alegue que no era confiable porque mi nombre aparecía en el número trece de la lista.

domingo, 6 de enero de 2019

Crónicas del Palacio XII


Víctor Cardona Galindo
En 1991 me dio por vender libros. Gil Mendoza me pasó libros para vender en abonos, yo cobraba el enganche y le pasaba las letras firmadas para que él cobrara los abonos. Siempre cuando inicio una empresa, soy tenaz, dice mi madre que tengo “entrada de caballo bueno y salida de burro flojo”. Comencé a vender libros, iba a los pueblos y en todas las casas bonitas entraba a ofrecer los volúmenes y mostraba los catálogos. La gente escogía, y a veces, llevaba las pesadas obras conmigo. 
Los corresponsales de los medios locales cubriendo
 los destrozos del huracán Ingrid y la tormenta 
tropical Manuel octubre de 2013, de izquierda 
a derecha: Jorge Reynada de ABC de Zihuatanejo
Francisco Magaña de El Sur, Marcos Villegas de 
El Sol de Acapulco, Adrián Jacinto de Cable Costa
Pablo Alonso de El Diario 17. Foto: tomada del
 muro Facebook de Pablo Alonso.

Una vez cargando una Enciclopedia Universal me aventuré a El Paraíso. En una de las calles secundarias del pueblo encontré una casa color rosa muy bonita, y afuera conversaban dos hombres bien vestidos. La vivienda tenía, en su librero, libros que parecían de yeso o de unicel. El dueño me dijo que esos libros eran solamente para adornar la casa. Entonces el otro amigo que escuchaba la conversación tomó los volúmenes que les mostraba de La Enciclopedia Universal y los empotró en el espacio vacío del librero diciendo Mira vale se ven bien, yo reforcé el comentario, sí se veían bien y la enciclopedia era muy completa para que los niños la utilizaran en la escuela.
El dueño de la casa respondió pues si se ven bien, hay déjalos vale y sacó de la cartera los mil setecientos pesos que costaba la obra y me la pagó. Me vine muy contento y emocionado con esa venta me pareció fantástico vender una enciclopedia tan cara de un solo golpe.
Seguí yendo a vender libros a El Paraíso, vendí algunas obras. Un día estaba esperando el camión en la salida de la comunidad, pasó en su camioneta un Técnico que venía de arreglar un refrigerador. Me dijo súbete vámonos y nos venimos platicando. Después de pasar San Vicente Benítez comenzó a pelear con los baches. Veníamos casi a vuelta de rueda. De pronto, sin saber de dónde, salieron dos hombres encapuchados que nos encañonaron con fusiles R-15, obligaron al Técnico a desviar la camioneta por una brecha que nos condujo a un asoleadero. En el camino había más hombres con armas largas. Nos obligaron a bajar de la camioneta. Ya tenían alrededor del asoleadero varios vehículos entre ellos un camión de pasaje. Al bajarme me jalaron la camisa para atrás y con ella me amarraron las manos. Igual que a los demás me tiraron en la tierra boca abajo. “El primero que se levante se muere”, dijeron. Mientras estábamos tirados siguieron metiendo carros. Antes de cerrar los ojos vi que los individuos se movían de manera coordinada y todos traían botas nuevas. Los R-15 me llamaron mucho la atención. Luego el silencio, nadie decía nada ni se atrevía a dar el primer paso. Yo no me movía por temor a que me dispararan y mantenía los ojos cerrados. Hasta que una joven me fue a desatar, “Ya se fueron”, comentó al momento que deshacía en nudo de mi camisa. Después que habló la mujer nos levantamos todos. Abordamos los vehículos y seguimos nuestro camino a la cabecera municipal, sin ningún peso en la bolsa. Nos quitaron todo. Me dejaron todos empolvados y revueltos los catálogos de los libros dentro de la cabina de la camioneta del Técnico. En esos días los asaltantes actuaban impunemente, incluso en el Arroyo Oscuro colocaron un letrero: “Asaltos de 8 a 5 de la tarde, descansamos los domingos”. La gente atribuía loa asaltos a la policía Motorizada que en tiempo de José Francisco Ruiz Massieu estaba hasta el la sopa.
***
El camión salió de Lázaro Cárdenas como a las diez de la noche. Yo tenía la costumbre se salir a esa hora y bajarme en Coyuca de Benítez para esperar el camión que venía de Acapulco a las cuatro de la mañana para llegar a la seis a la ciudad de Atoyac.  Esa vez me dormí casi todo el camino, abrí los ojos cuando pasábamos por Zacualpan, y cuando los volví abrir fue porque el camión daba tumbos al querer esquivar un tronco de palma que estaba atravesado en la carretera, pero el camión no fue muy lejos, adelante estaba parado un hombre a media carretera que disparó contra el chofer. El disparo le rozó el hombro y la bala se fue a incrustar en la frente de una pasajera que cayó boca abajo en el asiento sobre su hijo que quedó bañado en sangre. Un hermanito mayor decía con que se golpeó Manuel y lloraba. El niño más pequeño no sabía que decir, mientras el camión se balanceaba por una carretera de terracería hacia donde fue desviado por los asaltantes. Luego se escuchó una voz que ordenaba que saliéramos de uno por uno.
Cuando fuimos saliendo, unos hombres encapuchados nos apuntaban con armas largas. Nos obligaron a que pusiéramos nuestras pertenencias en unas bolsas, yo eché todo el dinero que traía. Luego nos fueron colocando, a los hombres atrás del camión y apartaron a las mujeres. Éramos seis hombres entre ellos dos militares. En voz baja me comentaron que días atrás asaltaron un camión y violaron a las mujeres. Uno de ellos dijo: “yo no voy a dejar que violen a nadie” y el otro contestó “yo tampoco”. Un hombre armado nos vigilaba de frente apuntándonos. Ese día tuve la certeza de que moriría ahí. Cuando todos terminaron de bajar, un hombre alto subió al camión. Quiso bajar a los niños que lloraban pero no pudo, salió del camión y algo les dijo a los dos que cuidaban la entrada. Todos se fueron para atrás del camión, al momento que gritaban: “el que se mueva se muere”. Ahí estuvimos un rato. Luego entre todos comenzamos a ayudar al chofer para salir de ahí. Pero ya que vimos a la herida llegamos a la conclusión de que había muerto. Amanecía cuando estábamos en la carretera. Luego llegó un policía Federal de Caminos al que le dimos el reporte.
La mujer quedó boca abajo, con una caja de cigarros Salem agrazada, se alcanzaba a ver la cajita verde. Como a las ocho de la mañana llegó la Policía Judicial con el agente del Ministerio Público, comenzaron las diligencias y todos nos quedamos para declarar. Levantaron el cadáver, estaba tieso y los niños que lloraban fueron llevados en una patrulla de la Policía Federal de Caminos para buscar a su familia. Mientras todos los pasajeros fuimos trasladados en patrullas de la Policía Judicial a la ciudad de Atoyac para que declaráramos ante el agente del Ministerio Público. Era un domingo y todo el día nos lo pasamos declarando. Nadie se pudo ir hasta el último dio su versión. 
El doctor Romero
Llegué temprano a la comandancia y pregunté por las novedades. Un jefe de grupo de la Policía Preventiva me dio un gajo de hojas donde estaban las tarjetas informativas. Leí en el reporte: “Una unidad de esta corporación, sostuvo durante la madrugada un enfrentamiento con asaltantes de camiones en la comunidad de Zacualpan”. No había mayor información, únicamente se decía en el cuerpo de la nota que se habían disparado 20 cartuchos de escopeta calibre 12 y “al parecer algún delincuente salió herido en la refriega” y ya se le seguía el rastro.
Como me gusta corroborar la noticia, me dirigí a Zacualpan para investigar que se sabía del enfrentamiento entre policías y asaltantes. Chequé mis fuentes. Algunos sólo habían oído los disparos y otro me dijo Anoche intentaron matar al doctor Miguel Romero. Entonces corrí a ver al doctor, porque es mi amigo desde hace muchos años.
Miguel Romero estaba encerrado dentro de su clínica. Sus familiares me reconocieron y abrieron la puerta, me hicieron pasar. El doctor de inmediato me dijo oyes cabrón que bueno que vienes quiero denunciar que anoche me quisieron matar.
Me explicó Anoche me llamó doña María diciéndome que en una esquina de su corral andaba una venadita que tengo encerrada acá en el patio. Salí a ver y sí efectivamente la venadita se había salido, me fije que alguien le habían abierto la tranca. Entonces me metí y me ganché la 45 y me fui a buscarla. Apenas iba atravesando la calle, cuando me gritaron “párate hijuelachingada o te mueres”, al momento brinqué a donde estaba más oscuro y entonces oí un disparo, pomm, cuando sentí el fogonazo ya estaba atrás de un cuyotomate, el tronco de ese palo es grueso, entonces les contesté con la 45, pomm, en eso vi que un bulto negro se dejó caer del otro lado de la carretera y que contestan, pomm. Así estuvimos un rato, tirándolos nada más al tanteo, hasta que se me acabó la carga corrí y me metí a la casa. Ya cuando estaba en la casa oí que un carro entraba al barrio y recorría las calles. No sé quién me quiso matar. Le dije creo que fue la policía, porque hay reporte de tiroteo anoche. No te preocupes.
Me regresé a la jefatura de policía y me informó el comandante que ellos acudieron a Zacualpan porque el chofer de un camión de pasajeros había pasado a módulo de la Y Griega para reportar un asalto. Pero ya cuando la ronda iba en camino, se recibió una llamada telefónica donde denunciaban que habían visto pasar a un hombre armado por la calle y esto se les comunicó por radio a la patrulla que se dirigió al lugar. De ahí el tiroteo.
El doctor estuvo escondido y asustado por unos días. A mí me quedó la duda ¿Quién fue el que llamó a la policía, para denunciar el hombre armado? y ¿Quién le abrió la cerca de la venadita? ¿No sería que de verdad se querían “escabechar” al doctor?
***
Los trajeron en la ronda, Él era un jovencito, y como Ella no rebasaba los 18 años. Él traía puesta una camisa a rayas y pantalón de mezclilla, era de otra ciudad tal vez, porque no lo conocí. Ella si era paisana traía una blusa blanca y falda a cuadros, lloraba al momento que los bajaron de la patrulla. Atrás venía un preventivo manejando un Volkswagen blanco y lo estacionó frente a la comandancia.
Eran las ocho de la noche, la alcaldesa aún estaba ahí. Cuando vio bajarlos, preguntó al comandante ¿Capitán? ¿Capitán? ¿Capitán? Diga señora respondió el capitán. ¿A estos muchachitos porque los traen detenidos? Preguntó Por faltas a la moral contestó el capitán. ¿Cómo es eso? inquirió la alcaldesa. El capitán agregó Los encontramos haciendo el amor atrás de un muro en la cancha Olea.
La alcaldesa se sorprendió ¿Cómo en mi gobierno se detiene a la gente por hacer el amor? Así lo dice el Bando de Policía y Buen Gobierno, señora, señaló el capitán.
Sonriendo la alcaldesa ordenó Mire capitán olvídese del Bando y ponga inmediatamente en libertad a estos muchachitos, déjelos que hagan el amor, si no estaban delante de la gente y estaban escondidos en lo oscuro, déjelos hacer el amor. Eso es muy romántico. Durante mi gobierno a nadie se le va a detener por hacer el amor. Póngase a hacer el amor capitán, y dirigiéndose a los policías dijo Pónganse a hacer el amor muchachos, ustedes también. Ojala todos hicieran el amor el mundo sería más feliz. Los jóvenes corrieron donde estaba la alcaldesa, le besaron la mano, luego abordaron el cochecito blanco y se fueron.
Pablo Alonso
A principios de mayo de 2015, el fenómeno Mar de Fondo atacó las costas de Guerrero,  habitantes de las comunidades de Cayaquitos, Ojo de Agua, Michigan y Boca Chica, fueron afectados por el alto oleaje.
Ese día la marea alta devastó más de 50 viviendas en las comunidades de Boca Chica, Michigan, Puerto Escondido y El 20, en algunos casos la gente se quedó con lo que llevaban puesto encima. Olas de hasta cinco metros se produjeron en las playas de Boca Chica y Michigan en este municipio; en la primera, el mar atravesó la franja de arena y llegó al estero, lo que ocasionó pérdidas económicas a los prestadores de servicios que se encuentran en la zona.
Al día siguiente la noticia se supo en Atoyac, una veintena de reporteros de la Costa Grande caminaron por la mañana rumbo a la playa de Boca Chica para conocer los daños del siniestro. En lancha llegaron hasta el islote que separa el mar con la laguna, caminaron por esa franja de tierra buscando las afectaciones. Allá a lo lejos perdido entre mangles y sauces encontraron un almendro. El sol ya había subido y estaba en su punto. Los demás reporteros caminaron, Pablo Alonso se quedó atrás, entonces asomándose debajo de una hoja encontró una solitaria almendra. No era un almendra cualquiera, era casi roja, perfecta sin ningún golpe de la caída, pero sobre todo sorprendía que no tuviera ni siquiera un rasguño de los quirópteros que acostumbran estas frutas por alimento. Pablo sintió miedo que alguno de sus compañeros la hubiera visto, porque además tenía un tamaño superior de las almendras comunes. Se sintió afortunado que fuera él quien la haya encontrado, por eso la envolvió en una servilleta y la metió discretamente en la bolsa de su camisa. Durante el recorrido la cuidó como un tesoro, a cada rato la tocaba y la sentía cerca de su corazón para cerciorarse que no se hubiera caído. Sintió un singular placer no decirle a nadie de su hallazgo, no quiso comerla, porque le parecía demasiado bonita para tener ese destino y la cuidó celosamente durante el día. Llegando a su casa, por la tarde, se la dio a su cotorra.