sábado, 1 de agosto de 2020

El secuestro de Figueroa XV


Víctor Cardona Galindo
El Ejército logró construir una red de soplones reclutados a veces con engaños y amenazas de entre los jóvenes desempleados, a los cuales el gobierno les prometió empleos en actividades culturales y deportivas. Después de ser enganchados los sacaba de las comunidades y los integraba a la tropa para al finalmente regresarlos clandestinamente al interior de sus pueblos de origen como orejas y madrinas. Aunque también  hubo soplones que únicamente lo hicieron para recibir una palmadita en el hombro de algún oficial. Creían que estar bien con los soldados era estar bien con “el gobierno”.
Montañas de la sierra de Atoyac. Foto: Carlos Téllez

“Durante los primeros 26 días de operaciones independientemente de la acción militar; se han efectuado reuniones con los comisarios municipales, comisariados ejidales, asociados del Instituto Mexicano del Café, maestros que trabajan en escuelas del área y con los campesinos de sus propias comunidades, con lo cual se ha logrado que la actitud de la población civil, que antes se mostraba hostil, altanera y expresaba apoyo al gavillero, haya cambiado, ya ahora se reciben muestras de solidaridad al gobierno y la gente empieza a cooperar con informes; además el cabecilla ya no se atreve a llegar a los poblados”. Lo anterior son  los resultados de la Operación Atoyac que informaba el comandante de la 27 zona militar Eliseo Jiménez Ruíz el 5 de septiembre de 1974 a un mes de haber tomado posesión del cargo.
A estas alturas las tiendas Conasupo eran manejadas por el Ejército, que repartía propaganda en contra de la guerrilla. Era imposible para los guerrilleros conseguir comida y no podían acercarse a los pueblos. Muchos soldados se hacían pasar por locos y pordioseros. En Los Valles había un loco al que le decían La Borrega que hablaba con los postes de la luz, besaba los arboles porque decía que eran sus novias, al pasar por un arbusto le decía “¿como estas mi amor?” Se introducía en las casas donde había niños y pedía permiso para jugar con ellos. También se metía en las viviendas de familiares de Lucio Cabañas. Otros soldados trabajaban como coimes en los billares, como peluqueros y había también aquellos que compraban lo robado.
Con toda esta logística desplegada y el rescate de Figueroa el Ejército mexicano vivió su momento de gloria, antes del 8 de septiembre de 1974, la imagen del Ejército se había deteriorado por su fracaso para rescatar a Figueroa y eliminar a Lucio Cabañas. La mayor parte de los comentarios y versiones que circulaban entre todos los sectores de Guerrero eran que el Ejército estaba haciendo el ridículo en la sierra.
Finalmente la llamada Operación Atoyac tuvo éxito. “Como resultado de esta operación, fue liberado el citado senador y las personas que lo acompañaban cuando fue plagiado, señora Gloria Brito de Díaz, Luis Cabañas, Febronio Díaz Figueroa y Pascual Cabañas, resultando heridos los dos últimos nombrados; entre los maleantes muertos, se identificó a Sixto Huerta (a) Sabás uno de los principales gavilleros; por parte del personal militar resultó herido un elemento del 27 Batallón de Infantería”, informaba el comandante de la 27 zona militar. Ese mismo día, a las ocho de la noche, Jiménez Ruíz informó telefónicamente a Cuenca Díaz que se había tenido un nuevo contacto con la gavilla de Lucio en las inmediaciones del poblado colonia Benito Juárez, “combatiendo desde las 18:00 horas hasta oscurecer”. El capitán Francisco Meza Castro encabezaba la patrulla del Ejército que emboscó a la gente de Martín Nario Organes, Samuel.
En un informe del 10 de septiembre de 1974 enviado al Presidente de la República, Luis Echeverría Álvarez, el general Hermenegildo Cuenca Díaz habla que en el enfrentamiento del 8 de septiembre a las 18:30 horas “resultaron siete guerrilleros muertos” que se recuperó un FAL, se recogió una carabina M-1, tres escopetas de diferentes calibres y dos rifles calibre 22, no hubo herido por el personal militar. También dice que en reconocimiento por el área donde se rescató a Rubén Figueroa “Se localizaron dieciséis gavilleros muertos”.
Como ya hemos dicho que los soldados llegaron al campamento, guiados por tres guerrilleros que fueron detenidos con anterioridad. No hay mucha certeza en los nombres,  pero se sabe que José María era delgado, alto y morenito de pelo largo, salió con Pablo al Cucuyachi para informarse donde estaba el maestro Lucio y recibir nuevas órdenes. Antes de salir a las poblaciones más grandes fueron a cortarse el pelo, ahí los agarraron y los torturaron por eso ellos llevaron al Ejército a La Pascua. Donde acuerdo a la versión de Rosario murieron El Águila, Sixto Huerta, Sabás; Mano Negra y Marquina Ahuejote Reyes, Matilde.
Carlos Bonilla Machorro para su libro Ejercicio Guerrillero entrevistó Pascual Cabañas quien habló del momento del rescate. “Yo me di el arrancón y el Senador me siguió; a veces se retrasaba, pero yo volvía hacia él, lo animaba y le hablaba en voz alta. Lo iba sacando en dirección del Ejército. El respiraba hasta por la boca, resbalaba, se enredaba entre las ramas, pero seguía. Entonces nos colocamos junto a una gran piedra.”
En ese relato Bonilla comenta: “Si, Vicente (se refiere a un guerrillero) me dijo que te vio correr con el senador y que nadie pensó en tirarles, sino más bien en cubrirlos, porque habían recibido instrucciones de Lucio de ofrecer máxima protección al ingeniero, porque lo querían asesinar para echarles la culpa”. A lo que Pascual agrega: “Me parece que así fue, de lo contrario nos matan fácilmente”.
Pregunta Bonilla ¿Y sus bajas... de qué bando las obtuvieron? Responde Pascual “De los güachos. Ellos hirieron a Febronio en un brazo y a Luis de gravedad. Yo los vi. Si a Luis lo hubieran atendido pronto, no muere. Pero no lo recogieron. Lo dejaron mucho tiempo abandonado después de terminada la batalla”. “Pascual –le pregunté-, las noticias afirman que les disparó un guerrillero, ¿es cierto?” Responde: “Eso es mentira yo no puedo callar. Mi hermano es mi hermano… En ese infierno de balas y pólvora, cerca del Quemado, murieron como veinte, entre hombres y mujeres, pero también soldados. Creo que el grupo completo era como de cuarenta y cinco o más guerrilleros entre los que se encontraban una diez mujeres y algunos muchachos casi niños”.
Eloy Morales Gervasio dijo a don Simón Hipólito: “Por la mañana del día 8 pasó muy cerca de ahí un campesino, que no acordaron detenerlo y que creen que él fue el que los delató. (...) Como a las nueve o nueve y media empezaron helicópteros y aviones a sobrevolar la zona. No tardó mucho tiempo para que uno de nuestros vigilantes llegara corriendo a decirnos que sigilosamente se nos acercaban elementos militares para tendernos un cerco. Rápidamente unos se quedaron al cuidado de Figueroa y acompañantes y otros nos dispusimos a enfrentarnos con ellos. Al tratar de abandonar la casa, recibimos una ráfaga de fusil seguida por descargas de granadas. Vimos como Sabás caía herido; igual caía otro compañero. Ambos eran los que cuidaban a Rubén Figueroa. Vimos también como Figueroa se escondía entre unas piedras y un árbol caído; vimos también como una granada alcanzó a Luis Cabañas y caía herido de muerte. Nosotros quisimos rescatarlo protegidos por el fuego de cuatro compañeras guerrilleras, pero una lluvia de granadas oscureció el lugar y tuvimos que salir cuesta arriba, por un lugar donde todavía nos cercaban los guachos. 
Rosario se cubrió pecho tierra atrás de una palma y se acordó lo que le dijo Juan “si a mí me matan en esto, tú no te despegues de Ramón y Martha ellos te van a sacar, él conoce bien el camino aquí, sólo con ellos vas a salir” por eso ella no les quitaba la vista a Ramón y Martha. “Entonces, se cerró el fuego pues de una parte y otra, pero pues nosotros no le hacíamos nada al gobierno, porque ellos ya estaban en sus lugares escondidos…según que al primero que mataron fue a Sabás  y al Gallo Negro y El Águila, eran los que hacían guardia, ya no supimos de ellos, porque fueron los primeros que mataron”.
Los guerrilleros tuvieron que huir disparando “era mucho gobierno y no alcanzábamos agarrar tiro, tuvimos que correr cada quien por su lado como pudiera y nosotros salimos juntos porque brincábamos, nos revolcábamos y caíamos y ya se fue la bolita junta rodando, peleando y tirando. Daniel andaba matando la misma gente tiraba sobre la misma gente, le dijo Ramón  ‘nos vas a matar, tírale al gobierno’. Ya de ahí ya no supimos de Samuel para dónde salió, con quién salió, nada más la gente que salimos fuimos: Ramón, Martha, Esteban, Kalimán, Rosario, Celia, Minerva y Germán, fuimos ocho que salimos juntos”. A los demás Rosario les perdió la pista.
Dice Moisés que Valente se encontró con Dukan y luego con Solín, se reagruparon, avanzaban para romper el cerco, él quiso seguirlos pero las balas se lo impidieron caminó hacia otra dirección donde “me encontré con Silvano, Martha, Celia, Minerva, Rosario, Kalimán y Ramón, avanzamos protegiéndonos unos con otros, abriéndonos paso hasta romper el cerco. Muchos de los compañeros le hicieron frente a los guachos y también les costó salir como el grupo de nosotros… Silvano iba adelante abriendo paso, tendía su FAL y rociaba a la posición que esta enfrente, Martha ganaba terreno y protegía nuestro avance, Ramón pasaba de largo y ganaba una posición”. Así salieron los ocho, perseguidos por un helicóptero artillado.
Eloy confió a don Simón que cuando llegaron a la cima de un cerro cercano al enfrentamiento y vieron para abajo una nube de humo negra, producida por tantas granadas; que fueron éstas las que dispararon los soldados, más que sus fusiles de alto poder. De acuerdo a los datos recogidos por don Simón ahí cayeron Sabás y El Zarco.
El grupo de los ocho avanzó con Ramón al frente cerca de una carretera volvieron a encontrarse con los soldados. Se escondieron ya no pudieron hacerle frente porque eran pocos y con pocas municiones. “Todos llevábamos armas, porque alcanzamos a agarrar las que habían dejado los compañeros que salieron, unos llevaban pistolas, otros llevaban rifles, yo no alcancé a agarrar rifle, yo nada más llevaba la pistola”, dice Rosario.
Un testigo presencial, entrevistado por Simón Hipólito, le relató que después de que terminó la batalla, “como a los veinte minutos, pasaron o llegaron adonde él estaba arrancando su frijol ocho jóvenes, cuatro hombres y cuatro muchachas, todos venían armados y cargando mochilas; las muchachas vestían pantalones. Le pidieron algo de comer y sólo pudo ofrecerles elotes asados que devoraron así de rápido. Le pidieron agua y les dio... Una de las muchachas lloraba; le preguntó a un joven qué le pasaba y le  contestó: ‘es que allí en el enfrentamiento le mataron a El Zarco, su marido’”.
Los ocho sobrevivientes, de los que se tiene noticas, se refugiaron en un  cerro cercano al Cucuyachi. “Por ahí en unas palmas, en un arroyo, ahí tardamos un mes enterito sin comer, salíamos nada más... comíamos hojas de ciruelo, era la único que comíamos y agua del arroyo, sin probar tortilla sin probar nada, lo único que salimos a una milpa a comer elotes crudos”, comenta Rosario.
Luego contactaron a un campesino, “un viejito que nos llevó ropa, que no le conocí el nombre, nos llevó pollo en un traste y ese fue él que salió a comprar. Ramón  le dio dinero para que nos comprara ropa”, recuerda Rosario. De ese cerro cercano al Cucuyachi salieron el dos de noviembre Kalimán, Minerva, Celia y Rosario, dejaron allá a Ramón, Martha, Esteban y Germán. “y salimos a la carretera, nada más nosotros, cuatro personas y ellos se quedaron. En Atoyac cambiamos los billetes que nos había dado Ramón y cada quien le dio por su lado”. De ahí Rosario se quedó en Atoyac y no ha vuelto a ver a sus compañeros.
Febronio recordaría muchos años después que pasó después que salieron de ahí: “Nos llevaron a un hospitalito de Atoyac; había dos planchas de concreto nada más. Nos pusieron suero glucosado, nos dormimos desde las nueve de la mañana hasta las tres de la tarde. Después nos trajeron a la Base Naval de Acapulco y de allí, en avión ambulancia, al Hospital Militar de la Ciudad de México. Fue en ese momento cuando Luis me dijo balbuceando: ‘Febronio, quien sabe si me muera. Quiero que vayas a ver a mi madre y le digas que mi último pensamiento fue para ella’. Cuando volábamos a la altura de Cuernavaca, empecé a sentir frío. Entonces le quitaron la sábana a Luis y les digo: ‘Oigan, también él viene herido, no se la quiten’. Y me dicen ‘Ya murió’. Efectivamente, había muerto en esos instantes”.






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