viernes, 31 de julio de 2020

El secuestro de Figueroa XIV


Víctor Cardona Galindo
El 8 de septiembre de 1974 el Ejército rescató al senador Rubén Figueroa en el lugar conocido como La Pascua, en la sierra de Atoyac, después de estar 103 días en manos de la guerrilla de Lucio Cabañas. Su familia había pagado 25 millones de pesos por su vida y los otros 25 esperaban depositados con el obispo de Cuernavaca Sergio Méndez Arceo. El grupo que lo custodiaba nada sabía de eso porque el Ejército había detenido a todos los correos y contactos.
El campesino Getulio Rebolledo Ocampo fue detenido por
los militares el 23 de septiembre de 1874, en San Andrés
 de la Cruz.

Un día antes, el 7 de septiembre el candidato del PRI a gobernador, intentó escapar, aprovechando la confusión que causó la caída de Juan, cuando una comisión de guerrilleros que exploraba el camino topó con el Ejército. Sobre este hecho Rubén Figueroa diría a Luis Suárez: “No cayeron los tres porque aquellos soldados no tenían armas automáticas, sino fusiles de cerrojo… Dije a Gloria que me fugaría en el camino, y que si el Ejército volvía a tener contacto correría hacia él. Se había conocido una carta de Lucio donde decía que había fracasado que no les darían a los presos. Por lo tanto nos liberaría, mandándonos a Acapulco. A Gloria le recomendaba que se cuidara de la flebitis, y a Febronio le expresaba las gracias por darle lecciones de marxismo. A sus tíos Luis y Pascual les pedía disculpas por las molestias… Añadía Lucio que empezarían los días difíciles y atribuía al ejército la intención de matarme para echarle la culpa a él, lo que entendimos al revés, como un plan para matarnos y culpar al ejército. La única forma que queda, dije a mis compañeros, es echarme sobre las balas de los soldados tratando de salvar la vida”. Así lo hizo al día siguiente.
Después de la escaramuza en La Polvosa, donde murió Juan, los guerrilleros caminaron custodiando a los secuestrados hasta La Pascua. Una pequeña planicie rodeada por dos arroyos, y en su exuberante vegetación destacan las frondosas palmeras de cayaco. En el sitio hay una gran laja, conocida como La Piedra Chorreada y su entorno está lleno de rocas y cuevas  naturales. Los brigadistas llegaron ahí en la madrugada del 8 y se dispusieron a descansar para seguir su camino al día siguiente. Pero por la detención de José y Pablo el Ejército ya conocía el rumbo que llevaban. El encuentro era cuestión de tiempo. El cerco estaba tendido.
Ese 8 de septiembre, el combate durante el cual rescataron a Rubén Figueroa comenzó como a las ocho de la mañana, fue en los terrenos de Víctorino Villegas.  “La barranca de La Pascua hervía de soldados, había en todo el monte desde El Cerro Prieto de los Pinos, hasta Agua Zarca”, recuerdan los lugareños.
De acuerdo a la versión del capitán Elías Alcaraz Hernández, los protagonistas de esta acción fueron 55 efectivos que pertenecían a las patrullas: Martín a cargo de subteniente Agustín Rivas Ramírez y  Vicente a cargo del teniente Arturo Flores Monroy.
Explicó que al ubicar el campamento guerrillero los soldados comenzaron a morterear en abanico a las 8:45 de la mañana a una distancia de 50 metros y en 15 minutos ya había acabado la operación. Figueroa había sido rescatado.
Dijo Alcaraz que “después de morterear el primero en salir fue Pascual García Cabañas y Figueroa llegó al único soldado que lo conocía cuando Sabás lo seguía de cerca disparándole, pero no le pudo dar por las carreras y lo escabroso del suelo. A veces se resbalaba el ingeniero y a veces Sabás. Pero intervino el soldado Romualdo Román Soto quien le pegó un tiro a Sabás en la garganta… En tercer lugar salió Gloria Brito que estaba embarazada, Luis Cabañas sangraba cuando lo sacaron. Más abajo el teniente Arturo Flores Monroy estuvo a punto de matar a Febronio que estaba herido de un brazo”. En la refriega el soldado Federico Villa Escobedo salió herido.
El capitán Elías Alcaraz dijo a Misael Habana, en una entrevista que le concedió para El Sur en septiembre de 2000, que ahí quedaron muertos los dos campesinos que los guiaron. “A Chema no le pasó nada estaba vivito y coleando y temblando de miedo”, dijo además que murieron 50 guerrilleros, que algunos cuerpos fueron trasladados a Atoyac otros por el temporal fueron sepultados ahí mismo. Los muertos nunca fueron identificados porque no llevaban nombre y que a los secuestrados los sacaron en helicóptero el mismo 8 de septiembre, entre 10 y 11 de la mañana. También subieron al helicóptero al soldado Federico Villa Escobedo que fue la única baja que tuvieron.
Otra versión es la de Febronio Díaz, quien tenía 54 años cuando acompañó a Rubén Figueroa a entrevistarse con Lucio y diría muchos años después, a la revista Proceso: “Lucio es el hombre a quien más le debe el estado de Guerrero, en estos últimos tiempos”. Y recordará que aquél 8 de septiembre, seis muchachas guerrilleras se pusieron a platicar con risotadas muy ruidosas, cuando una voz potente salida de un aparato decía “ríndanse hijos de la chingada están cercados” y sonó el primer bazucazo. “¡Cuidado!’ gritó Luis, pero en ese momento le tocó una bala a él; era mortal por necesidad, le entró a la altura del corazón, se rodó inmediatamente y empezó a vomitar sangre”. También rememoró Febronio que él recibió tres disparos, uno de ellos en el brazo. “Primero sacaron a Rubén, a Pascual y a Gloria, en un helicóptero. Después vivieron por Luis y por mi, que íbamos heridos”. Dijo que en ese día del rescate sólo murió Sabas, “Tres días después, según me dijeron, el Ejército les tendió una emboscada y mató a 18; después fueron detenidos varios”.
Por su parte Rubén Figueroa Figueroa relató a Luis Suárez: “Al sonar las nueve o nueve y media el primer bazucazo, cuando en el grupo íbamos cuarenta y ocho personas, entre custodios y prisioneros, de los que once eran mujeres… El grupo rebelde iba comandado por Ramón. A las siete de la mañana nos había sobrevolado un avión de fuselaje azul. Después del bazucazo vino el fuego cerrado de ametralladora, respondido débilmente. De nuestros custodios, sólo dos estaban a unos cuantos pasos. Uno era el Zacazonapan, hombre fuerte, dotado de un FAL. El otro era un hombre chaparro tipo oaxaqueño o chiapaneco, con fornitura en la cintura, que parecía uno de los desertores del Ejército, porque conocía lo toques y daba instrucciones de defensa personal, aunque luego corrió abandonando el arma… Mientras Pascual y yo fuimos al Ejército, Gloria y los otros se refugiaron en el tronco de un cayaco, árbol de la región. Gloria estuvo de pie, Luis en cuclillas y Febronio boca abajo. Cuando Zacazonapan quiso alcanzarnos, las balas lo mataron”.
Según Figueroa, Sabás disparó sobre Luis Cabañas y sobre Febronio, matando a Luis y dándole tres balazos a Febronio. “Seguía Sabás para alcanzarnos, cuando tropezó con un soldado que le dio un balazo en el cuello y estuvo agonizante hasta que llegó otro soldado, quien quiso disparar a Gloria ‘yo no soy guerrillera, sino prisionera’…Gloria dijo a los soldados que por ahí me buscaran, que yo llevaba pantalón y guayabera blancos (que ya eran negros). El soldado se encaminó a buscarme. Sabás fue acabado. Pascual y yo estábamos protegidos en una roca unos cuantos metros del soldado. Lancé un  grito: ‘Viva Echeverría, gusanos, hijos de la chingada’. Lo oyeron los soldados y el teniente coronel López Ortiz, comandante de aquel destacamento de sesenta hombres. Desde cincuenta metros me preguntó: ‘¿Es usted, senador?’, ‘Yo soy. Deme un arma para batir a nuestros enemigos que van corriendo”.
Rubén comentó que tenía tres días sin comer, cuando lo rescataron. Ya estando en el cuartel de Atoyac “llegó mi hijo Rubén conducido por el coronel Quiroz”.
También al enterarse de los hechos el Secretario de la Defensa Nacional, general Hermenegildo Cuenca Díaz, se trasladó hasta Ato­yac para llevarse al senador Figueroa en un helicóptero al puerto de Acapulco y después trasladarlo a la ciudad de México en un avión militar. De la acción, el Ejército mostró hermetismo y no quiso dar información a la prensa de Acapulco.
Con el tiempo hemos llagado a saber la versión de dos guerrilleros de lo ocurrido aquel día. Por ejemplo Moisés dice que un día antes, “se acordó que en caso de una balacera cualquiera de todos nosotros quebrara al viejo, pues adelante teníamos que pasar por un camino muy andable y pensábamos que podía haber problemas… Por la tarde los responsables del grupo discutieron junto con los compañeros Samuel y Rufino, que eran los responsables del grupo reagrupado recientemente y que se había incorporado a nosotros. Ese día se acordó que la gente que quisiera podría salir, pues dentro de poco al viejo se le tenía que ajusticiar y la gente de Samuel se encargaría de soltar a los que acompañaban al viejo, o sea a Luis, Gloria, Febronio y Pascual y la gente que quedara iba continuar atacando al enemigo”.
En su testimonio publicado en el libro Lucio Cabañas y el Partido de los Pobres. Una experiencia guerrillera en México, comenta Moisés: “A la una de la mañana los guardias descubrieron resplandores de focos que se regaban por distintos lugares, avisaron a los responsables pero no les creyeron y pensaron que era mentira, así amanecimos y la mayoría seguíamos sin creer lo que los compas de guardia habían dicho (…) Ya a las 8 de la mañana los cocineros del otro grupo hacían sus alimentos y nosotros también, al empezar a juntar la lumbre se formó una vela de humo tanto de nosotros como de los otros compañeros y fue en ese momento cuando pasó un helicóptero y se contuvo un poco de tiempo y muy bajo arriba del campamento, nos observaban de arriba con binoculares y nosotros también. Cuando el compañero Samuel se decidió a tumbarlo en ese momento se fue y ya no se pudo. Tardó poco de tiempo para que salieran los compañeros que habían solicitado permiso y nosotros arreglábamos nuestro equipo para retirarnos también del lugar”.
“Los compas se estaban despidiendo de nosotros, habían avanzado como 15 metros cuando estalló el primer obús de mortero que nos tumbó a la mayoría. Los compañeros se regresaron y tomaron sus rifles y corrieron desesperados. El compañero Ramón trató de organizar a la gente y ésta no le hizo caso, porque las ráfagas de Fales y estallidos de granadas y obuses están bastante tupidos y nos gritaban que nos rindiéramos, que estábamos cercados, que no saldríamos vivos y muchos más se desesperaron, yo también. Las primeras ráfagas sonaron cerca de donde estaba el viejo, quien corrió hacia el lugar donde venían los disparos más tupidos, Sabás fue el persecución de él, las balas le impidieron ajusticiar al viejo, cayó abatido cuando contestaba con su M-2 los disparos de los guachos”.
Por su parte la guerrillera Rosario entrevistada por Eneida Martínez comenta que ya en la madrugada El Chango, El Gato avisaron que habían visto luces del otro lado del cerro. “Nosotros como ya sabíamos que eran miedosos no les creíamos porque andaban con el puro miedo”, dice Rosario. Por eso se quedaron a dormir y al otro día tempranito, el jefe Salomón Ríos García, Ramón, a quien le tocaba la cocina, les dijo “levántense a comer” y Xóchitl le contesta “todavía van a comer ustedes, estamos rodeados del gobierno”. Rosario le dice a Martha “a lo mejor es cierto, estamos rodeados del gobierno”.
Rosario no se quería mover de ahí porque tenía esperanzas que por algún lado saliera Juan. Dijo Ramón “se va a poner más feo”. Comenta Rosario, “lo malo que hizo Ramón fue que nos puso a limpiar las armas… Nos dijo, compañeros, limpien las armas”. Alguien le contestó “mira Ramón nos van a agarrar con las armas desempatadas”, pero Ramón insistió porque había otras armas.
En ese momento salían de permiso 25 guerrilleros entre ellos Kalimán. Entregaron las armas que quedaron recargadas en una palma. No tenían ni veinte minutos que habían salido cuando comenzaron los primeros disparos, algunos guerrilleros estaban con las armas desarmadas otros apenas las iban a desarmar. Rosario nada más cargaba una pistola y con ella hizo frente al Ejército, Marta ya había desarmado, Ramón también había desarmado su rifle. Al primer balazo Ramón creyó que se le había ido a alguno de los brigadistas. Pero le siguió una ráfaga, dice Ramón “¡esto ya valió madres, es el gobierno!”. Dicen los otros compañeros “ya ven, no les creíamos a los que tenían miedo, les hubiéramos creído”. Se oía la balacera y luego un helicóptero, comenzaron a caer granadas “que nos tapaban de tierra y nosotros nos revolcábamos y peleamos. Nada más tirábamos al rumbo donde estaba el gobierno, qué le hacíamos si ellos estaban bien y nosotros estábamos desprotegidos, estábamos entre unas palmas”.
Rosario vio regresar a Matilde y a Kalimán, cree que fueron los únicos que volvieron de los que habían pedido permiso. Marquina Ahuejote Reyes, Matilde, una jovencita de 17 años, dijo “yo me voy a morir peleando”. Al tiempo que tomaba una de las armas que habían dejado los que salieron y se dio el gusto de morir peleando de frente contra el Ejército mexicano.  Rosario le gritó “Matilde no te acerques” .Estaba cerrado el fuego, “nos caían las ramas, hojas, tierra, nos tapaban”. Kalimán intentó hacerla regresar pero ésta no le hizo caso y se fue disparando de frente hasta topar a los soldados donde encontró la muerte.


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