martes, 4 de agosto de 2020

18 de mayo de 1967 VI y última parte

Víctor Cardona Galindo

Isabel Gómez Romero nació en Las Patacuas, una comunidad ya desaparecida que estaba ubicada en el centro de la sierra cafetalera, fue hija de Modesta Romero Meza y Onésimo Gómez Serafín, estaba casada con Juvencio Rojas Mesino un campesino nacido en la ciudad de Atoyac.

Prisciliano Téllez Castro, Leonor Téllez Pino, 
Ángela Pino Vargas y Josefina Téllez Pino.

El 18 de mayo don Juvencio fue herido de un balazo en la nuca y al caer un policía le daba culatazos en la cabeza. Por eso doña María Isabel se le fue encima al agente y lo ensartó con un verduguillo, a ella otro policía le disparó con un M-1, el balazo la atravesó de costilla a costilla. Tenía cuatro meses embarazada de gemelos, la gente con susto y dolor veían como se le movía el vientre cuando estaba muriendo. Dejó huérfanos a tres hijos: Julia que ya estaba casada, Hilario de 13 años y Fermina de cinco.

El verduguillo que llevaba ese día era su arma habitual, lo traía para todos lados, cuando iba a lavar al río o al campo, a la leña. Doña María Isabel que tenía 35 años cuando murió se dedicaba a las labores del hogar y vivía en la calle Montes de Oca número 29 en la cabecera municipal donde fue velada, para luego ser sepultada en el panteón viejo. Donde cada año, el 18 de mayo, su hijo Hilario Rojas Gómez le llevaba flores. Hilario ya murió.

Mientras don Juvencio Rojas fue atendido de sus heridas por el doctor Antonio Palós Palma, quien lo ayudó para que no cayera preso. Los demás: Gabino Hernández, Juan Reynada y Franco Castillo heridos de bala fueron trasladados al penal de Tecpan y estuvieron detenidos. Con el tiempo Juvencio murió a causa de las heridas recibidas aquel funesto día.

Cuando sucedió la masacre, Hilario Rojas hijo de doña María Isabel estaba en casa con su hermana. Estudiaba el quinto año en la escuela Juan Álvarez con el maestro Celestino Lévaro. Se había espinado la rodilla por eso no fue a clases ese día.

Don Juvencio era campesino, cultivaba dos huertas de café en El Ocotal y en el lugar que ahora ocupa la colonia El Parazal tenía un corral donde trabajaba. Las huertas apenas eran plantillas y se perdieron en el abandono. Los dos hermanos menores: Hilario y Fermina, ya huérfanos,  quedaron a cargo de su abuela Modesta y su abuelo Onésimo que los llevaron a vivir a La Vainilla.

En 1989, cuando se fundó la Colonia Popular 18 de Mayo un campamento se llamó María Isabel Gómez Romero y ahora una colonia que fue fundada en el predio conocido como El Rondonal lleva el nombre de esta valiente mujer. “Más en fin, ya me despido, /ya voy a finalizar, /sólo una cosa les pido, /no se nos vaya olvidar /la muerte de doña Isabel, /heroína de Atoyac”, remataba en su corrido don Rosendo Radilla.

Prisciliano Téllez Castro nació el 4 de enero de 1922, en la comunidad serrana de La Florida. Era hijo de Rosendo Téllez Blanco y Ángela Castro, estaba casado con Ángela Pino Vargas. Tenía 45 años cuando murió en la plaza. Su esposa Ángela se quedó a cargo de sus seis hijos: Pablo de 23 años, Leonor de 22, Jesús de 20, José Luis, Matías y Josefina Téllez Pino de 8 años.

Se le recuerda siempre con ropa de campo y muy juguetón con sus hijos. Corría atrás de ellos simulando que era robachicos: “era muy cariñoso”, rememora Josefina Téllez. Pilaba el café de la huerta de su padre Rosendo Téllez Blanco y cargaba la camioneta para entregar el producto. Se involucró en el movimiento asistiendo a las reuniones en la escuela Modesto Alarcón. Ahí estudiaban sus hijos; uno de ellos, José Luis era alumno de Lucio Cabañas.

Era alto, delgado y rollizo, no usaba sombrero. Iba todos los días a la huerta de coco que tenía en Quinto Patio, donde hacía milpa y en la temporada de secas trabajaba su huerta de café que tenía en El Ocotal. Sus hijos nunca lo vieron enfermo: “era puro trabajo, en eso se entretenía, no era borracho ni fiestero. Tenía un caballo que usaba para el mismo trabajo del campo. El 18 de mayo andaba con una punzada en la cabeza por eso no fue a su huerta de Quinto Patio. No tenía pensado acudir al mitin.”

Salió a comprar unos cigarros, no encontró en la tienda cercana, luego buscó en la calle Independencia tampoco encontró y tuvo que ir hasta el Zócalo a una dulcería que estaba al poniente de la plaza. Después de comprar sus cigarros encendió uno y se paró en la orilla del Zócalo cuando vio que un policía le estaba dando a su compadre Gabino Hernández. Como era costumbre en los hombres de ese tiempo, Prisciliano siempre cargaba un puñal que igual le servía para su defensa, para hacer un cocol de sus hijos, pelar un mago o partir un limón.

Su hermano Cristino Téllez Méndez escribió en el periódico ATL (número 23, junio del 2000) que Gabino Hernández, compadre de Prisciliano fue alcanzado por un motorizado, quien le disparó y luego lo comenzó a golpear con su rifle, al ver esto Piche, como le llamaba su familia de cariño, salió gritándole desafiante al motorizado; “deja a mi compadre, yo te voy a enseñar a tratar a la gente. El policía soltó a Gabino y trató de encañonar a Piche, muy tarde, ya Piche le sujetaba el arma con tanta fuerza que ambos luchaban por quedarse con ella y en su desesperación cayeron sobre las piedras haciéndose pedazos el rifle. Piche rápido como un rayo, deslizó su brazo alrededor del cuello del policía, sujetándolo fuertemente, al mismo tiempo buscó atrás de su cintura un cuchillo con cacha de hueso, repetidas veces lo hundió en el cuerpo del agente que se desplomó sin vida”. Más otro motorizado acudió al auxilio de su compañero y le disparó en varias ocasiones al valiente campesino dejándolo muerto en el lugar.

Su cuerpo fue levantado por sus hijos con el auxilio del coronel Olvera Fragoso y velado en la casa de su padre en la calle Vicente Guerrero y al otro día fue sepultado en el panteón viejo.

Después de la masacre todo quedó en silencio. No se supo nada, nadie investigó nada y tampoco se esperaba nada del gobierno. Todos los hijos de Prisciliano trabajando salieron adelante. Pablo el mayor se puso al frente de la familia y siguieron con los trabajos de la milpa, el cocotero y el café.

Doña Fidelina Téllez Méndez escribió en Agua Desbocada. Antología de Escritos Atoyaquenses que su hermano Piche “era muy audaz y temerario, una vez un leoncillo se llevó del patio a su perro preferido, cogió su machete y persiguió al animal hasta que éste lo soltó y regresó a la casa con el perro en brazos, casi muerto, pero con sus cuidados volvió a ponerse bien”.

Sobre el mismo caso Cristino Téllez Méndez escribió en el ya citado periódico ATL: “Don Rosendo y sus hijos solían platicar en el patio los sucesos del día alrededor de una fogata o junto a una ‘pata de gallo’; rudimento hecho con tres palos cruzados y sujetos casi en un extremo, sosteniendo una piedra que a su vez sirviere de base a ocotes encendidos sobre ella… De pronto un león [así se le conoce en la región al puma] saltó al patio y al pasar cerca de ellos tomó en sus fauces a un perro chaparrito que descansaba cerca de Piche, dirigiéndose hacia un arroyo cercano, Piche como era su perro favorito, con rápidos reflejos tomó su machete afilado y una raja de ocote encendido y corrió tras él gritándole ¡deja mi perro! Por el arroyo lleno de peñas el león saltaba sin soltarlo entre los dientes y desconcertado veía como Piche lo seguía cuesta abajo, duró la persecución un rato al cabo del cual el león soltó al perro y de un salto se perdió en la espesura del monte y de la noche. Piche abrazó a su perro y regresó al campamento. Fueron necesarios varios días y varios remedios para cerrar aquellos agujeros dejados por el león en el cuerpo del perro”.

Como dije en otro momento los caídos el 18 de mayo de 1967 eran actores de primera línea de la vida atoyaquense y participaban en sus tradiciones y costumbres. En el caso de Prisciliano Téllez dice su hermano Cristino: “Cuando un año nuevo u otro festejo El Cortés hacía acto de presencia, Piche pedía prestada una cuchilla y un zarape a los toreadores y enfrentaba por gusto al enmascarado, éste trataba una y otra vez de aporrearlo con una y otra mano pero no lograba tocarlo siquiera, en medio del griterío de la gente. Al final Piche solía darle uno o dos golpecitos en las pantorrillas del Cortés como diciéndole ¡Te gano! Y regresaba cuchilla y zarape que le habían prestado”.

 

Los alumnos de Serafín

 

El maestro Gabriel Salones era el director de la escuela “Modesto Alarcón” y cuidaba el Sexto “A” que era el grupo de Serafín Núñez Ramos, quien había ido por los cheques del pago de los trabajadores al puerto de Acapulco. Les estaba platicando la clase, cuando se oyeron los disparos, los alumnos pensaron que eran cohetes. En eso llegó corriendo la maestra Rita Solchaga –diciendo “¡profesor Gabriel, profesor Gabriel!, mataron al profesor Lucio y a Serafín”. Al oír esto los alumnos se pararon de los asientos y el director se puso en la puerta para atajarlos, pero no pudo porque todos los niños brincaron el muro del aula, no respetaron, volaron la cadena de la puerta de la escuela y salieron a toda prisa a la calle.

Quien se los encontró dice que los muchachitos iban bañados en llanto porque la noticia era: ¡Mataron al profesor Lucio y a Serafín!

Llegaron al Zócalo con piedras en las manos, pero solamente encontraron a los muertos. Estaba en el piso el cuerpo de don Regino Rosales con su sombrero zapatista en la cara, era un sombrero de ala ancha y de copa abultada. Ayudaron a levantar el cuerpo de doña María Isabel y lo llevaron rumbo al camposanto donde vivía su familia.

La gente estaba alborotada y les dijeron que donde el doctor Chico (doctor Silvestre Hernández) estaba un herido. Era don Gabino Hernández que convulsionaba, brotándole sangre de un costado, estaba taponeado con gasa, aun así le salía sangre con espuma. Le habían dado un balazo en el abdomen a la altura del ombligo y le salió por la espalda.

Los alumnos de Serafín salieron a pedir dinero a la gente, ya que juntaron un poco se llevaron a don Gabino en un coche a San Jerónimo donde lo atendió el doctor Sotelo.

Luego que los ejecutores de la masacre se fueron los militares llegaron a la plaza en posición de combate. A esa hora, algunos ciudadanos simpatizantes del movimiento venían con las camisas amarradas y armados, pero los judiciales ya habían salido despavoridos y se llevaron a sus heridos en las camionetas que se usaban para el combate al paludismo.

Serafín Núñez Ramos recuerda que en la escuela Modesto Alarcón tenían un club de maestros para evaluar el trabajo de la semana. Innovaban en la enseñanza y no caían en la rutina. Con alumnos de sexto año editaron un periodiquito mimeografiado que se llamó Vanguardia Infantil, se imprimía en un mimeógrafo que el propio Serafín había fabricado. Educaba con la poesía de Pablo Neruda y García Lorca.

En su grupo la poesía era un instrumento de expresión del sentimiento, no sólo el contenido ideológico. Al final de la clase dejaban un hueco para cantar, recitar poesías y leer textos. Era un grupo en el que mucho se aplaudía. Serafín dice que él no les metió en la cabeza el camino de la política, lo hizo el ambiente. Muchos de sus alumnos se integraron al primer club de la Juventud Comunista, al movimiento social y algunos a la guerrilla.

Ese 18 de mayo por presión de los maestros de la sierra, como era el habilitado, Serafín tomó un taxi acompañado de un niño y fue a recoger los cheques al puerto de Acapulco. De regreso al tomar el camión en la Flecha Roja ya se comentaba de la masacre. En el tramo Acapulco-Coyuca encontraron unas ambulancias que iban a toda velocidad. Y al llegar a Coyuca ya lo estaban esperando en la terminal tres maestros de San Jerónimo que habían sido sus compañeros en la normal. Se lo llevaron a un domicilio donde le comentaron de la masacre y le dijeron que no sabían si habían matado a Lucio, pero que a él lo andaba buscando la policía. Se quedó en Coyuca y los cheques los mandó con el niño que lo acompañaba para que los entregara en la supervisión previo recibo. Su padre Fidel Núñez Ávila llegó a Coyuca y tomaron una camioneta rumbo a Tepetixtla. Mientras una tía se fue a cubrir su plaza en la Escuela Modesto Alarcón.  Él estuvo un tiempo en Tepetixtla trabajando en el campo con sus abuelos.

Serafín ya no volvió a Atoyac porque tenía orden de aprehensión, regresar era como llegar a la cárcel. Después de eso el Partido Comunista buscó la manera de protegerlo y lo envió a estudiar a la Unión Soviética. Don Fidel Núñez visitó a Lucio Cabañas en la sierra, el profesor convertido en guerrillero después del mitin del 18 de mayo de 1967, estuvo de acuerdo con la salida de Serafín Núñez del país. Dijo que era bueno que se fuera a estudiar al extranjero porque una vez triunfando la revolución socialista se necesitarían cuadros preparados para gobernar.

 

 

 

  


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