domingo, 23 de agosto de 2020

El Plan del Veladero I

 Víctor Cardona Galindo

En la cañada del Morenal, un paraje de la sierra muy cercano a Los Valles, las tropas del Plan del Veladero encabezadas por el general Amadeo Vidales casi acabaron con un batallón de federales. Aquella batalla sangrienta del 28 de octubre de 1926 dejó muchos soldados muertos. Las aguas del arroyo del Morenal bajaban rojas porque en su cauce quedaron muchos heridos que se desangraban, algunos se acercaban a tomar agua y ahí morían. Con el paso del tiempo y como testigo de aquella fecha quedó un conjunto de cruces esparcidas por todo el lugar.

La calle Nicolás Bravo en 1921

El Plan del Veladero que estaba dirigido contra la colonia española de Acapulco se proclamó en el cerro con ese nombre, pero las más cruentas batallas se pelearon en Atoyac porque el jefe de ese movimiento el general Amadeo Sebastián Vidales Mederos instaló su cuartel general en la sierra cafetalera, primero en Los Valles y después en El Fortín del Cerro Plateado.

En los años veinte del siglo pasado las haciendas más grandes de la Costa Grande eran propiedad de las casas españolas del puerto de Acapulco, Baltazar Fernández, Uruñuela, Alzuyeta, Quiroz y Compañía, quienes también tenían las fábricas de hilados y tejidos de El Ticuí y Aguas Blancas. En Acapulco eran dueños de una industria de jabón llamada “La Especial”. Contaban con bodegas en diferentes partes de la región por medio de las que controlaban el mercado de algodón, la copra y los granos básicos. El sometimiento de los costeños, al dominio y la explotación de los comerciantes españoles eran casi completos.

La casa comercial Alzuyeta y Compañía fue fundada en 1821, paradójicamente el año de la consumación de la independencia; B. Fernández y Compañía, fue fundada en 1824 y Fernández Hernández (La ciudad Oviedo), constituida en 1900. Sus propietarios eran vascos, en el caso de la primera y asturianos, sin parentesco entre sí, en el caso de las dos últimas. Las cabezas de las casas eran Marcelino Miaja (B. Fernández y Cía.) Jesús Fernández (Fernández Hnos.) y Pascual Aranaga (Alzuyeta y Cía.)

Esas empresas españolas ocuparon el lugar que había dejado vacante la Nao de China, que dejó de venir en 1821. El control comercial de los españoles era absoluto, así lo contó el cronista de San Jerónimo de Juárez don Luis Hernández Lluch: “El medio de transporte era la arriería; venían cientos de recuas de Morelia, Oaxaca, Puebla y Cuernavaca. Traían mercancía del lugar de origen y llevaban productos ultramarinos a diferentes partes de la república, estas compañías progresaron mucho; en el tercer tercio del Siglo XIX llegaron a controlar a las autoridades del estado y en los 30 años del porfiriato las empresas gachupinas eran muy poderosas, estaban bien organizadas y en la década de 1890 se fusionaron creando la firma Alzuyeta, Fernández, Quiroz y Compañía, quienes planearon construir un complejo textil para evitar traer las telas de Europa y ahorrarse los gastos de importación y de paso aprovechar la gran cantidad de materia prima barata que existía en ese momento en las dos costas de Guerrero”.

Mario Gil en su libro El Movimiento escuderista de Acapulco describe como los españoles se fueron apoderando poco a poco de todas las riquezas de la región y controlaban todas las actividades productivas. Controlaban el poder político, acaparaban la producción agrícola, tenían las industrias, controlaban la comunicación, el crédito, Bancos, seguros y telégrafos. Las mulas que cruzaban la sierra eran controladas por sus agentes.

Esos consorcios extranjeros habían llegado a controlar en forma absoluta la economía de ambas costas –la Costa Grande y Costa Chica- donde se halla la riqueza de Guerrero. Al iniciarse la segunda década del siglo XX el dominio de los gachupines era completo, como el que ejercían en todo el país al iniciarse la guerra de liberación nacional en 1810.

Rogelio Vizcaíno y Paco Ignacio Taibo II relatan en su texto Socialismo en un solo puerto: “El control gachupín del puerto se vino acompañado por un tipo de dominio aberrante que apelaba a la violencia, el fraude, la intriga y el crimen”.

El principal punto de apoyo del monopolio, se encontraba en el aislamiento del puerto. Desde Chilpancingo por tierra no había carretera, se contaba con un peligroso y escabroso camino de herradura que se recorría en una semana. Por mar la comunicación era por medio de pailebotes que prestaban servicio permanente entre Acapulco-Salina Cruz y Acapulco-Manzanillo.

Las tres firmas, dueñas de la mayor parte del transporte por recuas de mulas, impidieron en incontables ocasiones la construcción de la carretera México-Acapulco sobornando a los ingenieros y técnicos que el gobierno federal comisionaba para realizar los estudios de las posibilidades de realizarla. Los enviados se regresaban con talegas de dinero informando que era imposible trazar una vía en esa serranía.

Los españoles eran dueños de una flotilla de barcos y en el comercio aniquilaban cualquier competencia: “Las tres casas españolas poseían una flotilla de pailebotes que hacían el servicio de cabotaje entre Acapulco y Manzanillo, Col. hacia el norte, o hasta Salina Cruz, Oax. por el sur, siendo ellos los armadores de esos buques, ningún competidor comercial podía proveerse directamente de mercancías. Poseían el servicio de carga y descarga desde los barcos a la costa, pues no había muelles” comenta Mario Gil.

Con esa infraestructura ellos controlaban el movimiento de mercancías y de los productos de la región. Cuando algunos comerciantes mexicanos se organizaron y compraron barcos para transportar mercancías, los españoles compraron a los capitanes para inducirlos a hacer naufragar los buques. Fue lo que ocurrió con “El Progreso” de 9 toneladas, y “La Otilia”, de 6 toneladas propiedad de los hermanos Vidales, que bajo la excusa de alguna tormenta fueron encalladas. También crearon un fondo para hacer quebrar a sus competidores árabes. Por eso José Saad llegó a simpatizar con la lucha de Juan R. Escudero.

En Pie de la Cuesta las tres casas españolas poseían grandes almacenes y bodegas destinados a guardar las cosechas compradas a un precio muy ventajoso que les permitía determinar el precio del maíz, el frijol, la harina y la manteca. Habían adquirido grandes extensiones de tierra en las costas. Al inicio de la revolución en 1911, la hacienda Los Arenales era propiedad y residencia de Baltazar Fernández, descendiente directo del fundador de B. Fernández y Compañía. Las firmas eran propietarias de las haciendas de San Luis, Aguas Blancas, El Mirador y la Testadura y mantenían relaciones cordiales con otros latifundistas españoles como los hermanos Guillén, los hermanos Nebreda y Francisco Galeana.

En Atoyac de Álvarez había  terratenientes y latifundistas que vivían en la cabecera municipal y eran: Germán Gómez, Andrés Pino, Octaviano Peralta, el coronel Alberto González, Gabino Pino González, Herman Ludwig y el guatemalteco Salvador Gálvez, quienes ya contaban en sus extensiones con plantaciones de café en la sierra.

Pero en la Costa Grande los más voraces eran los hacendados españoles, cualquier campesino que viviera en las haciendas y no fuera del agrado de los propietarios o de los administradores era obligado a salirse bajo cualquier pretexto. Sí les prestaban tierras a los campesinos pero en los terrenos altos infértiles y en cantidades mínimas, no más de tres hectáreas, mediante el pago de una renta. Las cosechas se levantaban tan pronto ordenaban los administradores para darle el pasto al ganado, aun cuando el maíz o frijol estuviera todavía secándose.

De acuerdo a lo recogido por Crescencio Otero Galeana en su libro El Movimiento agrario costeño y el líder Profr. Valente de la Cruz, el aviso era intempestivo y cuando los campesinos estaban levantando su producto, los caporales metían el ganado a pastar y se comían los cultivos que casi siempre era las semillas básicas para la subsistencia de las familias: maíz y frijol.  Los campesinos no podían sembrar árboles frutales de vida larga. Los esbirros de los hacendados sí tenían ese privilegio, pero únicamente podían plantar una o dos palmeras de coco, cuando mucho dos árboles de mango y algunas plantas de plátano. Esa era la condescendencia por los servicios prestados, de ésta manera muchos se volvían serviles a los hacendados que así formaban su pequeño ejército de guardias blancas y pistoleros.

Al campesino que criaba ganado, sólo se le permitía tener cinco animales, porque aun las pasturas del campo libre también pertenecían a las haciendas. El campesino no tenía derecho a tomar para sus vacas ni un solo manojo de pasto del que nacía en el campo libre y quien desobedecía era expulsado, y si intentaba defenderse inmediatamente era aprehendido por las guardias blancas de la hacienda y remitido a Tecpan la cabecera de distrito, donde residía el tirano Prefecto Político y tenían su sede las autoridades judiciales que estaban al servicio de los hacendados y latifundistas españoles.

“Cuando los españoles levantaron sus fábricas de hilados y tejidos –El Ticuí y Aguas Blancas- exigieron a los campesinos que se sembrasen algodón el cual les compraban a precios arbitrarios. Para aprovechar las cosechas de copra que adquirían a precios ridículos construyeron una fábrica de jabón La Especial, cerca de Acapulco”, asienta Mario Gil.

“Los campesinos eran además obligados a sembrar lo que convenía a las casas comerciales, forzando, como lo hicieron en la hacienda El Arenal, a destruir la siembra de ajonjolí para sembrar algodón”, escribieron Vizcaíno y Taibo.

Las casas españolas además de tener en la nómina a los regidores del Ayuntamiento, pagaban a la policía del puerto de Acapulco que era un cuerpo de guardias blancas a su servicio, por eso no se descarta que los gendarmes hayan asesinado a Rafael Bello, dueño de la fábrica de hilados y tejidos La Perseverancia, por órdenes de la colonia española a principios del porfiriato.  El 11 de mayo de 1876 falleció en Acapulco el Sr. Rafael Bello, propietario de la fábrica de mantas “La Perseverancia” de Atoyac. “Bello nació en Tixtla y fue Presidente Municipal de Acapulco. Fue asesinado por la Policía de Acapulco”, informaba El Fénix en su edición número 31 publicada el 17 de junio de 1876, la sociedad se indignó por el asesinato porque se dijo que fue una celada preparada con antelación; un grupo de ciudadanos de Atoyac pidieron al Juez de Primera Instancia, el 20 de mayo de 1876, castigo para los policías que lo asesinaron, porque era benefactor de esta municipalidad. La carta fue enviada por Rómulo Mesino.

En el mismo periódico El Fénix número 31, en la página 4, donde se habla de los movimientos de pasajeros del puerto se asienta que salió el 3 de mayo hacía el puerto de Zihuatanejo en el pailebot nacional “Mexicano” el ciudadano español D. Alzuyeta.

Para los que se oponían a los españoles estaba la famosa leva, los rebeldes eran aprehendidos para ponerles el uniforme militar. En los años 20 del siglo antepasado muchos que huían de la mala justicia, buscaban protección en la sierra; algunos construyeron jacales cerca de otras cuadrillas y sembraban maíz, frijol y pequeños cañales, para allá, en la serranía, no era fácil que fueran los rurales, los pistoleros de los dueños y caciques políticos.

Otero Galeana escribe que los hacendados españoles y sus administradores, eran dueños de vidas, honras e intereses. Eran intocables y manejaban a las autoridades a su antojo porque las tenían compradas o ellos las ponían directamente. El campesino sólo tenía a su favor el aire que respiraba, el sol que lo alumbraba, el agua que tomaba y la leña seca que en esos tiempos había en abundancia en esta región. Se pagaba renta por las siembras de maíz, ajonjolí, arroz, tabaco, frijol y otros muchos cultivos. Los labriegos vivían pobres vistiendo huaraches de tres agujeros, calzón y cotón de tosca manta y sombreros de palma. Y para acabarla de amolar a principios de los veinte se vivieron algunos años de sequía y se perdieron las cosechas por falta de lluvias. Los españoles acaparaban el grano y lo guardaban en sus bodegas de Acapulco y Tecpan. Se vino la hambruna y mucha gente murió por falta de alimentos. Por eso fue a principios de los años veinte cuando se organizaron los primeros grupos solicitantes de tierras y los comités agrarios. Los hacendados y terratenientes respondieron con la persecución y el asesinato.

 

 

3 comentarios:

  1. Un abrazo Victor.
    Sabes de antemano que miles de lectores estan ocupados leyendo los chismes del futbol y la farnadula pero que muy pocos siguen la riqueza del pensamiento racional y la historia que aqui se redacta. Me alegro que por sentido comun esto no te desanima ni a nadie en la profesion de la ciencia historica y la cronica. (disculpen la falta de acentos, la culpa la tiene el ordenador). Te mando un abrazo y quedo a tus ordenes en pinzonx@gmail.com

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  2. Saludos amigo, esas casa conerciales dominaron las costas cien años, y cayeron ante la Independencia llego cien años despues.

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