miércoles, 29 de julio de 2020

El secuestro de Figueroa XII


Víctor Cardona Galindo
Ignacio Zamora Román fue detenido el 17 de agosto de 1974 por soldados del 19 Batallón de Infantería que lo bajaron de un camión Flecha Roja en el retén de El Súchil municipio de Tecpan Galeana, una persona lo señaló como miembro de la guerrilla y fue llevado por personal militar al cuartel de Atoyac que funcionaba como un campo de concentración y tortura.
Una montaña de Atoyac. Foto: Cuauhtémoc Contreras

También el 17 de agosto de 1974 toda la comunidad de Corrales de Río Chiquito abandonó sus casas. Se fueron todos del lugar. La mayoría se dirigió a San Juan de las Flores y a El Ticuí donde tenían familiares. Dejaron todas sus pertenencias. No quedaron civiles únicamente militares. Después todo el barrio fue ocupado por el Ejército. Las tropas al mando del mayor Francisco Escobedo se metieron a las casas, se comieron los marranos, desaparecieron el café, quemaron la ropa, se llevaron los sarapes nuevos que había, se abastecieron de las vacas, no dejaron nada de maíz y frijol que los campesinos tenían para el sustento. No permitieron regresar a trabajar las huertas, las cosechas de ese año se perdieron y los animales se extraviaron en el monte. Quemaron casas, cavaron hoyos en los patios y solares para hacer trincheras. Cuando la mitad del pueblo regresó en enero de 1975 el lugar estaba destruido.
A mediados de agosto de 1974, los bombardeos continuaban. “El Otatillo es un lugar que está al norte de Los Tres Pasos, en el ejido de Los Valles… El 17 de agosto de 1974 elementos del ejército lo sometieron a un bombardeo, principalmente el lugar conocido como Los Cajones que se encuentra entre los ejidos de El Camarón y Los Valles. Se escucharon treinta y ocho explosiones, tal vez de bazucas, tal vez de morteros. Después, columnas de soldados descendieron, protegidos por helicópteros y aviones. Creían haber copado a la guerrilla, pero no encontraron nada; solo unos jabalíes muertos, que allí mismo desollaron, asaron y comieron; eso lo comentó después un soldado”, asentó Simón Hipólito.
De San Martín de Las Flores se llevaron también a José Flores Serafín el 19 de agosto de 1974, su mujer Florentina Abarca García se quedó sola con sus seis hijos. Ella los mantuvo haciendo servilletas y cazuelas. Cuando se lo llevaron José estaba cultivando una milpa que pronto daría elotes y los domingos bajaba con burros cargados de cazuelas y servilletas para venderlos en la cabecera municipal.
Lo apresaron en su casa cuando estaba cenando, a las seis de la tarde, lo sacaron sin camisa y así se lo llevaron. Le ataron las manos hacia atrás y lo trasladaron a la cancha de basquetbol donde tenían a otros cuatro prisioneros que trajeron de El Nanchal. Toda la noche los tuvieron en la cancha. A las cinco de la mañana a los cinco cautivos los cargaron de cosas y amarrados de las manos se los llevaron rumbo a Ixtla. Y en Ixtla los vieron pasar rumbo al Suspiro. De José Flores Serafín nacido el 18 de septiembre de 1942 nada se supo después. Florentina sostuvo a sus hijos trabajando en la cabecera municipal en casas particulares y de cocinera en huertas de café en Santo Domingo y en Cerro Prieto con los Blanco.
Por otro lado la columna de los 13 guerrilleros, después de dejar la zona del Río Chiquito se fue rumbo a El Pará municipio de Tecpan de Galeana. “Íbamos bajando al río cuando oímos el ruido de un helicóptero que sobrevolaba cerca de nosotros, dando varias vueltas y bajando más y más; buscamos donde atrincherarnos y prepararnos para el combate, pues sabíamos ya que los helicópteros militares sólo descienden donde hay cerca soldados en tierra”, dice Carlos en Diario de un combatiente II.
Al llegar a El Pará los guerrilleros encontraron que el pueblo estaba lleno de soldados y en las orillas del monte andaban preparándose para dormir. Al día siguiente acosados por dos helicópteros llegaron a Fincas Viejas donde la mayoría de los habitantes los recibió con júbilo, llevándoles al campamento mucha comida con tortillas calientes, panochas, azúcar, sal, pan, dos paquetes de cerrillos y cigarros. Ahí “se hizo un plática con la gente y oímos junto con el pueblo la grabación de la emboscada (del 9 de agosto). No querían creer que nosotros hubiéramos participado, nos verían demasiado chamacos, no decían, pero finalmente se convencieron y se pusieron muy contentos”.
“En ese lugar dejamos ocultas las armas que traíamos de sobra: un FAL, un M1 y el 7.62. El compañero al que se las encargamos, tiempo después fue detenido y desaparecido por las fuerzas represivas, perdiéndose junto con las armas un valeroso militante revolucionario”.
De Fincas Viejas la guerrilla salió rumbo a La Caña de Agua, ahí sus colaboradores, además de darles de comer, les informaron que en las primeras casas del pueblo estaban los soldados. Por eso instalaron el campamento a prudente distancia de la comunidad. Fue de ese lugar de donde se bajaron: Santiago Hernández Ríos, Leoncio y Ricardo, rumbo a la ciudad para conseguir dinero y botas, pues la mayoría de los guerrilleros ya andaban casi descalzos.
Al parecer estos dos guerrilleros cayeron en una emboscada del Ejército de la cual únicamente Ricardo logró escapar. Leoncio fue detenido y se convirtió en colaborador de los militares y participó en la detención de muchas personas. Ricardo se volvió a unir al grupo de Lucio Cabañas cuando ya andaba en la sierra de Tecpan de Galeana.
Pasaron los días convenidos y los comisionados no regresaron, por eso los 11 guerrilleros que quedaban se cambiaron de campamento, “pensando que los compañeros habían caído en manos del enemigo”. Y efectivamente un comisión de brigadistas que vigilaba el antiguo campamento pudo ver: “Ahí traían a Leoncio vestido de guacho y con las manos amarradas a la espalda; al momento de retirarnos se me pega una rama en la espalda; y el ruido hace que los guachos se vuelvan a donde estábamos, nuestras armas estaban listas para dispararse, pero los guachos siguieron de largo y nosotros nos alejamos del lugar”, recuerda Carlos.
A la mañana siguiente los guerrilleros abandonaron el cerro de Caña de Agua y mientras caminaban rumbo a la costa se percataron de la enorme cantidad de rastros que dejaban los militares por su paso. Lucio calculó que cuando menos cinco mil andaban tras ellos.
Los batallones iban y venían, cerca del arroyo de Caña de Castilla los guerrilleros pasaban el camino cuando vieron que había soldados por todos lados, pensaron que era un cerco, así que dispararon para que les diera tiempo huir. Los soldados retrocedieron y se soltó la balacera. Fue el combate más encarnizado del que se tenga memoria, las granadas hacían pedazos los arboles y sonaban las armas de alto poder, se oía hasta El Ticuí. Era terrible el combate, los guerrilleros salieron del cerco sin novedad, pero los disparos siguieron algunas horas. Se dice que por la oscuridad, los soldados de un batallón no se percataron que otros subían y se pelearon entre ellos. Al otro día fueron recoger los muertos, puros soldados y que buscaron en vano cuerpos de guerrilleros.
De aquel combate, en el pueblo, quedó de recuerdo aquel chiste: “Mi capitán, mi capitán, ¿De que color es la sangre?, preguntó un soldado en medio de la balacera, –color de mierda, contestó el capitán, - Ay, entonces ya me dieron, gritó el soldado”. La gente se desquita los agravios, de alguna manera, con el humor.
Fue el 21 de agosto de 1974 al oscurecer cuando se dice chocaron dos batallones del Ejército mexicano en un paraje entre las Palmas y Huerta de las López, aquí los soldados se mataron entre ellos por falta de coordinación. Una versión dice que a las 10 de la noche, más de 100 soldados iban de El Ticuí rumbo a la Caña de Agua. La gente de Lucio dejó pasar tres pelotones y luego dispararon sus ráfagas contra de los uniformados, y se retiraron con rapidez.
La versión del guerrillero Carlos dice: “Bajamos hasta muy cerca de la costa y ya al atardecer atravesamos un camino ancho que va de Atoyac a Caña de Agua; de pronto empezamos a oír fuerte pisoteo, al parecer de mucha gente; mientras más tiempo pasaba, más cerca se oían las pisadas. La sorpresa fue muy grande cuando nos los encontramos de frente; eran los guachos. Nuestras armas vomitaron fuego, generalizándose el combate; en eso sentimos que a nuestras espaldas también disparaban, era otro grupo de guachos. Pudimos romper el cerco y retirarnos inmediatamente, quedándose los guachos tirándose entre ellos mismos (...) El resultado de la confusión fue que les causamos 29 bajas”.
El 27 de noviembre de 1974, la Brigada Campesina de Ajusticiamiento da a conocer su último comunicado, donde reconoce su primera derrota militar y las dos primeras bajas que sufriera en combate. “De diez acciones guerrilleras, nueve son victorias para el pueblo”, la segunda acción de la que habla el comunicado fue en El Ticuí como a las 10 de la noche del 21 de agosto de 1974, “más de cien soldados entrarían en la emboscada, por lo que los tres primeros pelotones que venían adelante los dejamos pasar para atacar a más de 80 que venían atrás a 150 metros; los rociamos con ráfagas durante un minuto y nos retiramos con rapidez, ya que nuestros ataques proyectados tendrían carácter de desgaste para distraer las tropas que perseguían a la comisión que secuestraba al tirano Rubén Figueroa… En esta acción hubo 29 bajas, 14 muertos y 15 heridos. Creemos que varias bajas se las causaron entre los mismos soldados, porque después de nuestra retirada los dos grupos de soldados tardaron tirando una hora aproximadamente”.
Al día siguiente los militares desquitaron su coraje con cinco jóvenes que camaroneaban en el lado sur del arroyo Caña de Castilla. Los golpearon hasta dejarlos sin sentido. Luego se los llevaron al cuartel donde los interrogaron. Del combate los jóvenes nada sabían, ellos únicamente buscaban de comer para sus hijos.
El Cronista de Atoyac Wilfrido Fierro asentó el 21 de agosto, “En la madrugada de hoy, cerca del poblado de El Ticuí, fueron emboscados por fuerzas federales unos pescadores en la que resultó herido el agente de ventas de almacenes Salinas y Rocha, Adauto Olea. La fe­deración con motivo de la persecución del guerrillero Lucio Cabañas Ba­rrientos, desde hacía varios días tenía copados los caminos que conducen a ese lugar, confundiendo a los pescadores por guerrilleros abriendo fuego so­bre ellos, con el resultado descrito”.
El día del enfrentamiento, cinco campesinos fueron al arroyo buscando la vida. En la tarde se ataron sus morrales con cuerda a la cintura, tomaron sus linternas y los machetes. Caminaron rumbo al arroyo de Caña de Castilla a camaronear. Ellos eran: Adauto Olea Hernández, Sergio y Marcelo Tabares, Adolfo Solís, y Olé en ese tiempo marido de Aleja Gallardo. Mariano Radilla les había prestado una lámpara de carburo. Ya venían de regreso con los camarones, cuando salieron al camino de Huerta de la López, se desató la balacera y ellos quedaron en medio del combate.
Así mojados como venían, con sus machetes escarbaron con ansiedad y se enterraron entre la basura, para cubrirse de los disparos. Ahí permanecieron enterrados entre las hojas hasta el Ejército los sacó a golpes y se los llevó detenidos. Adauto jamás regresó.
Se comenta que Adauto se puso a discutir con los soldados y estos lo golpearon mucho. Al día siguiente el 22 de agosto cuando los del pueblo fueron encabezados por el comisario para pedir su libertad, encontraron que en el lugar había mucha sangre regada, los casquillos se recogían por puños. Doña Bucha Hernández se echaba en el mandil, pero el comisario no la dejó traer ninguno. También los soldados no dejaron pasar a los ganaderos que ordeñaban por ese rumbo hasta que recogieron todo.
El 25 de agosto en el transcurso del día surcaron el cielo de Atoyac, ocho helicópteros de la Fuerza Aérea Mexicana, que venían a sumarse a la persecución del guerrillero Lucio Cabañas Barrientos y en busca del senador Rubén Figueroa. Ese día soldados del 27 Batallón detuvieron en la cabecera municipal a Pedro Castro Nava, Mardonio Flores Galeana, y Rosalío Castrejón Vázquez. Y en la carretera en un retén caía en manos de los militares el Cívico Rosendo Radilla Pacheco.
Rosendo Radilla Martínez declaró que su padre y él fueron detenidos cuando viajaban a Chilpancingo, tras haber sido parados en un retén militar instalado en la colonia Cuauhtémoc. “En ese tiempo bajaban a todos los pasajeros de los autobuses y a nosotros ya no nos dejaron subir; mi padre les preguntó que por qué nos detenían y le dijeron que porque componía corridos de la guerrilla de Genaro Vázquez Rojas y de Lucio Cabañas”.





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