domingo, 5 de julio de 2020

El secuestro de Figueroa II



Víctor Cardona Galindo

El 28 de mayo de 1974 en el campamento de Los Alacranes, la guerrilla inició la preparación de mochilas para abandonar el lugar y llevar a cabo “El plan grande”. Desde ese paraje las comisiones se desplazaron hacia la ciudad. El combatiente Carlos buscaría dos choferes, para mover una camioneta con víveres y Sabás haría el primer contacto con Rubén Figueroa en San Jerónimo.
Marcelo Serafín Juárez, Roberto; fue detenido el 2 de diciembre de 1974. En
El Otatal, después del combate en que murió Lucio Cabañas. Hasta la fecha
está desaparecido.

En el libro Lucio Cabañas y el Partido de los Pobres. Una experiencia guerrillera, un combatiente, al que le dan el seudónimo de Juan, y del que queda claro se trata del mismo Carlos, explica: “El 28 de mayo se me comisiona para salir al medio urbano con el fin de conseguir una camioneta y dos choferes y subir el 30 de mayo por la carretera que va de Tecpan al Aguacatoso-Cabeceras, llevaría bolillos y queso para los compañeros de la comisión que marcharían hasta un lugar de la carretera para ‘recibir’ al viejo. Yo tendría que salir temprano, ir atento viendo la carretera hasta encontrar una contraseña que consistía en dos varas atravesadas en la carretera, ahí estarían los compañeros, me bajaría con un chofer y el otro se regresaría con la camioneta. Por esa misma carretera subiría más tarde el compañero Sabás con los ‘visitantes’”.
Ese mismo día 28 de mayo la guerrilla avanzó hacia lo profundo de la sierra, donde se dividió en dos grupos: uno de 26 miembros fue a esperar a Figueroa en la brecha que conduce al Aguacatoso y el otro con un número mayor se dirigió al norte para ubicar un punto de reunión. “Se presentaba la caída de la tarde, cuando la guerrilla empezó a escalar la montaña con grandes cumbres, las cuales hacían pesado el avance. Decidimos pernoctar a orillas de un  arroyuelo y pasar ahí la noche para continuar al día siguiente. Agotados por el cansancio, se gozó de dicho descanso, el cual todo mundo aprovechó a sus anchas”, asentó Francisco Fierro Loza en el texto La verdadera historia de un secuestro.
Mientras el grupo mayoritario iniciaba su marcha para cumplir con su tarea, el grupo de los 26 a pasos forzados avanzó toda la noche del 29 de mayo, para llegar al amanecer a orillas del río  Tecpan, mismo que corre paralelo a la brecha por la que llegaría el precandidato a la gubernatura con su manojo de propuestas para que Lucio abandonara las armas.
Por su parte Rubén Figueroa salió, de las instalaciones de Autotransportes Figueroa ubicadas en Acapulco, a bordo de una combi roja propiedad de la Secretaría de Agricultura, adscrita al Centro de Investigaciones de Iguala. Inocencio Castro le había informado que Lucio Cabañas estaba enfermo y cansado, por eso el principal cacique de Guerrero pensaba que “valía la pena verse con él y tratar de llevarlo al terreno de la paz social”, diría después el también senador. Para que fuera parte de su comitiva invitó a su sobrino Febronio Díaz Figueroa, de 54 años, por que era profesor universitario de marxismo y consideró que le podía ser útil en las discusiones con Lucio.
Figueroa dijo a Luis Suárez que le preguntó a Inocencio Castro, “cuando ya me trajo la última comunicación de Lucio, si no caería yo en una celada. De ninguna manera, me dijo. Añadió que Lucio tenía confianza en mí para abanderar la vida nuestra”. Con el tiempo sabemos que Inocencio, no era ajeno a los planes que tenía Lucio para con Figueroa.
Eran  las 7: 45 de la mañana cuando el vocal ejecutivo de la Comisión del Balsas abandonó la casa que tenía al interior de la compañía de transporte en Acapulco, en el camino se detuvo para colocar los moños blancos a la camioneta, esa era la contraseña para que lo identificara la guerrilla. Ernesto, el chofer que llevaba, se quedó en el entronque de San Jerónimo y Febronio tomó el volante.
El primer contacto entre la gente de Lucio y Figueroa se dio el jueves 30 de mayo de 1974 en la vía que conduce de San Jerónimo a El Ticuí cerca del crucero con la carretera Acapulco-Zihuatanejo. A las 9 de la mañana llegó el senador y sus cuatro acompañantes, su secretaria Gloria Brito que iba para tomar nota de los acuerdos en taquigrafía, Febronio Díaz Figueroa el asesor de marxismo y dos tíos de Lucio, Luis Cabañas Ocampo y Pascual Cabañas Ocampo que habían servido como enlace para la entrevista.
Luis Cabañas Ocampo que había sido el principal líder de Los Cívico en Atoyac, únicamente tenía un pulmón, el otro se lo habían quitado en la ciudad de México, mediante un operación quirúrgica y se sofocaba al caminar, por eso muchas personas, que lo conocieron, dudan que haya andado en la sierra secuestrado con Figueroa y creen que todo fue un arreglo para aumentar la popularidad de “el viejo” dado que era precandidato a la gubernatura.
Figueroa recodaría después ante Luis Suárez que: “Como al cuarto de hora pasó un coche de sitio de San Jerónimo, donde iban el chofer y otra persona. Pasó. Pero a los 400 metros se detuvo. Bajó una persona. Un hombre chaparrito que llevaba en la mano izquierda una rama verde. Era el enlace. Subió a la camioneta. Esa persona esa Sabás, nombre que tenía en la guerrilla, y que era conocido de Luis y de Pascual Cabañas. Ellos sabían quien era en realidad Sabás”. Se trataba de Sixto Serafín Castro, pero el prefería que le llamaran Sixto Huerta, nació el 6 de agosto de 1936, en El Porvenir y su seudónimo en la guerrilla era Sabás y era uno de los guerrilleros más comprometidos del Partido de los Pobres.
Después de que Sabás subió a la camioneta enfilaron en dirección a Tecpan de Galeana y de ahí rumbo a El Aguacatoso, deberían pararse donde encontraran una rama verde atravesada en la carretera, pero al grupo que los esperaba se le olvidó poner la señal y tuvieron que irse de paso hasta lo alto de la sierra.
Mientras ellos iban en camino, para los 26 guerrilleros que los contactarían, “transcurrían las primeras horas del día 30 de mayo de 1974, cuando se buscaba el lugar adecuado para colocarse cada uno en su puesto, a manera de emboscada, por la desconfianza que se tenía a la llegada de Figueroa”, comenta Francisco Fierro Loza.
El tiempo pasaba. El comando de los 26, en sus puestos de combate, permanecía atento al reloj para checar la llegada a la una de la tarde, hora precisa de establecer el contacto. A esta hora había inquietud y desconfianza de que pudiera llegar Figueroa; todo era esperar. Los carros seguían pasando y no se lograba ver la camioneta roja o blanca con las respectivas contraseñas.
Narra Juan: “El 30 de mayo salimos el chofer que conducía la camioneta, el otro chofer y yo. Caminamos una hora, dos horas, tres horas y nada de contraseña. Llegamos a un pueblo llamado El Aguacatoso, había ahí una cadena que impedía el paso, porque el aserradero que ahí había estaba embargado, precisamente por Figueroa; vino una persona, quitó la cadena y pasamos, seguimos caminando otro rato hasta llegar a otro pueblo, llamado El Seco, sin encontrar la contraseña. Emprendimos el camino de regreso, pasamos por Aguacatoso y más adelante encontramos una combi, ahí venía el viejo, Febronio, Gloria, Pascual y Luis, los traía el compañero Sabás. En cuanto reconocí al compañero brinqué de la camioneta (…) Le dije que tampoco había encontrado la contraseña”
“Nos pusimos de acuerdo de que diéramos otra vuelta a El seco, bajamos las cosas, el chofer (que al parecer era Inocencio Castro) se fue con la camioneta y junto con el otro chofer nos subimos a la combi. Ahí iba al volante Febronio, a un lado Figueroa, atrás Gloria, Pascual y Luis, me subí junto al viejo para en el trayecto ver mejor la contraseña. Pasamos por el Aguacatoso, llegamos al Seco sin encontrar nada. Nos bajamos de la combi un rato. Ahí estaba un rebaño de chivos, Figueroa intentó agarrar uno, el chivo se le fue sobre él envistiéndolo, cayo al suelo, Pascual corrió a levantarlo, le sacudió la ropa”.
Por su parte Figueroa recordaba “penetramos a una brecha que conduce al ejido de Pitos, Pitales y Letrados, donde está la explotación maderera de Alcibiades Sánchez. Por cierto, a este Alcibiades yo, en mi calidad de presidente del consejo de administración de la Descentralizada Forestal Vicente Guerrero, le había ordenado un embargo de su madera que tenía en el paraje del Aguacatoso, a donde llegamos ya en la sierra alta. Siguiendo la brecha, a unos 25 kilómetros, se pasaba el poblado de Letrados, luego el de Pitos o Pitales, no recuerdo bien, y finalmente El Aguacatoso, donde había una cadena con un candado para impedir el acceso a la madera de Alcibiades. Pedí permiso a los campesinos y a pie llegue al lugar sin encontrar a Lucio. Pero antes, entre Pitales y El Aguacatoso nos habíamos encontrado una camioneta Pick Up verde, nueva, Ford, que retornaba. Iban un chofer y un joven estudiante (calidad que supe luego) de una de las escuelas vocacionales de Instituto Politécnico Nacional de México, sobrino de Lucio, de apellido Iturio, de 16 ó 17 años, muy ágil. Este traía un bolso grande, de ixtle, lleno de tortillas. Al encontrarse con nosotros reconoció a los dos Cabañas, a quienes llamó tío. Ese joven se pasó a nuestra camioneta ‘combi’. Traía instrucciones. Pero nos confesó que no había encontrado la huella prevista para proceder al encuentro con Cabañas. Sin embargo dijo que siguiéramos así, aclaró, llegamos con éste joven a El Agucataso, y fue cuando vimos la cadena, etc. Entonces pasamos a pie por una brecha hasta un paraje muy lejano, donde vivía una mujer con sus hijitas, y con unos chivos. Era una casa aislada. El lugar mismo muy aislado en lo alto de la sierra”.
 “Serían las once y media de la mañana. Regresamos a pie a El Aguacatoso. Nos encaminamos a una tiendita a tomar un refresco. Yo sentía preocupación de que con tantas vueltas y revueltas se nos acabara el combustible. Pero advertí que abajo había dos camiones, en un pobladito que allá se divisaba, y propuse que fuéramos a verlos. La combi nos acercó hasta donde era posible y me acerqué a pie a los camiones. Dije a los choferes que nos vendieran veinte litros de gasolina, al precio que ellos quisieran. Los choferes estaban desollando una puerca que daba algunos gritos… Me dieron 20 litros de gasolina y les di 500 pesos. Puse el combustible a la camioneta. La señora que despachaba los refrescos estaba quejosa. Ella no me reconoció, pero decía que por causa del Ing. Figueroa, que había dispuesto el embargo, los trabajos estaban parados y a ella no le compraban. No me identifiqué y volví a la camioneta para regresar por el camino que ya había hecho”. 
“Emprendimos el camino de regreso, pasamos por El Aguacatoso, ahí el viejo compró 30 litros de gasolina y dio 500 pesos por ella. Salimos de ese lugar, situado en lo más alto de la sierra, empezamos a bajar (…) de pronto en la carretera vemos una rama atravesada, Febronio frena, nos bajamos Sabás y yo, chiflamos y luego contestaron la contraseña”, dice Juan.
Llegó la una de la tarde, que era la hora definitiva para contactar a Figueroa y compañía. Sin embargo, la desesperación y el desaliento hicieron crisis entre los guerrilleros al grado que decidieron abandonar sus puestos de emboscada. Ya fuera del terreno del peligro, como a la una y veinte minutos aproximadamente, se escuchó el ruido de un Volkswagen que pasó rápido, sin detenerse. En una curva lejana divisaron una combi color naranja que avanzaba en dirección a El Aguacatoso.
“Con la sospecha de que pudiera ser Figueroa, nos detenemos un rato. En estos momentos se pensaba en todo: que podía ser Figueroa o una exploración policíaca, pero además se había cometido el error de no tirar la rama verde a la carretera, que era la contraseña convenida. Sin embargo, inicia la discusión sobre si nos quedábamos a esperar más aún, en contra de las reglas disciplinarias…Unos éramos de la opinión de que se habían cometido muchos errores; por ejemplo, que se había esperado más del tiempo convenido y si bien es cierto todo podía salir bien, debíamos en estos casos ser rígidos, de lo contrario, se tomaría como costumbre siempre arriesgar un poco. Lucio, por el contrario, tenía el hábito, en esos casos, de romper con la disciplina que debe tener la guerrilla”, dice la versión de Fierro Loza.
Se dice que la mayoría optaba por alejarse del lugar, pero proponía que antes había que buscar comida, porque la camioneta con los víveres tampoco llegaba. Pero a pesar del acuerdo de alejarse del lugar en busca de alimentos, hubo quienes como Ramón y Daniel, que se auto propusieron para quedarse de manera voluntaria a checar el regreso combi para corroborar si era Figueroa.
Después de haber pasado un corto tiempo se escucharon silbidos de los dos guerrilleros que se habían quedado del otro lado del río, en espera de hacer contacto. Se informó al resto de la guerrilla que Figueroa ya estaba poder del Partido de Los Pobres. Lo habían contactado cuando regresaba de El Aguacatoso, como a las cuatro y media de la tarde.




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