Víctor
Cardona Galindo
Se
dice que el pueblo de Los Valles se llama así porque está asentado en tres
pequeños planes, pero mi tía Filomena Galindo que nació en 1929 me comentó que
su nombre original fue Los Bayos, por las barrancas de tierra roja que hay a su
alrededor. Con el tiempo y por la intervención de los funcionarios que midieron
el ejido se le denominó como se conoce ahora: Los Valles.
La piedra del mono. En el camino a Los Valles. |
El
pueblo fue fundado en los terrenos de Octaviano Peralta, por Tomas Lugardo,
Fortino Galindo, Bernardo, Felipe y Agustín Reyes. Los Castro tenían tierras en
Tlacolulco, y los Dionicio vivían en La Frondosa antes de asentarse en Los
Valles. Vicente Dionicio y sus hijos eran peones del terrateniente Octaviano
Peralta, uno de ellos Luciano Dionicio Reyes anduvo en la revolución, fue maestro de música y
perteneció a la banda que traía el batallón del general Silvestre Mariscal.
Todas
las familias que se asentaron en el lugar eran arrendatarias, por eso en Los
Valles, Zacarías Martínez comenzó un solitario movimiento agrarista. Con pedazos
de cartón y carbón ponía letreros: “el que cobre renta lo mato y al que pague
renta lo mato”. El terrateniente le tenía miedo por que Martínez era valiente.
Ir
caminando a Los Valles es muy bonito, pero también muy riesgoso. El camino
tiene mala fama, de él se cuentan muchas historias y han sucedido casos que
ahora vamos a comentar.
La
carretera a Los Valles se construyó en 1972 cuando tenía yo un año de nacido. A
Pancho Gómez se le hizo un nudo en la garganta cuando el gobernador Israel
Nogueda Otero le dijo a un subalterno, “ponga atención a la demanda del juez
menor: se le va conceder todo lo que pida”; con la brecha llegó la luz y luego
el agua potable.
En el
tiempo que se abrió la carretera los trabajadores encontraron muchos monolitos
y figuras de barro, que los ingenieros se llevaron, otros los vendieron a las
familias pudientes de Atoyac que completaban su colección de la cultura mezcala
y olmeca. Una brecha que se abrió en gran parte a pico y pala, sin mucha
planeación porque tenía el objetivo de cercar a la guerrilla de Lucio Cabañas
que se movía por esos cerros encantados de la sierra.
Es un
camino poblado de cacahuananches,
unos árboles mágicos, de cuyas flores se alimentan las iguanas y al reventar sus
vainas emiten un sonido similar al disparo de un rifle calibre veintidós. Son
los asoleaderos preferidos de los chicurros, porque sus hojas curan la sarna
que suelen padecer esos tordos. Cuando los chicurros toman el
sol sobre la hiedra que crece en la cima de un cacahuananche, forman una gran
alfombra negra que se desbarata con desparpajo a la menor amenaza de peligro. Un baño de agua en que se hirvieron hojas de
cacahuananche sana la fiebre. Sus flores son moradas y dulces, de ahí las
abejas extraen una miel morena agridulce que no se cristaliza.
Es un árbol que a veces sólo tiene vainas, a veces
sólo flores y a veces sólo hojas. No sirve para sombra porque la mitad del
tiempo está pelón. Pero sí es bueno para cerca viva, porque sembrando un tronco
en la humedad pronto echa raíces. Florea en enero, como el mango y la retama.
El ciruelo muestra sus pequeñas hojas, el zazanil está amarillo, la retama se
enciende y brotan los primeros manguitos, mientras el cacahuananche está
morado.
En el camino a Los Valles está La Piedra del Mono, así
le llama la gente, pero parece la imagen de un guerrero que nuestros
antepasados esculpieron en esa roca, en la cabeza se ve un penacho. Seguramente
tiene un significado que los antiguos pobladores quisieron transmitirnos: tal
vez marca la llegada de los aztecas que vinieron a conquistarlos en 1498, pero
también se ve que la imagen carga algo, por eso tal vez represente una antigua
ruta de los viajeros. La piedra está adelantito de San Andrés, en la primera
lomita donde ya se divisan Los Valles y las palmeras de cayaco crecen
majestuosas entre los potreros.
Arribita de ahí encontraron una cueva, con muchas
ollas llenas de piedras preciosas. Tenía dibujadas figuras alrededor y había
restos humanos. Los cazadores que la descubrieron quisieron guardar la riqueza
sólo para ellos y nada dijeron de la ubicación, iban y venían a ella
furtivamente hasta que el huracán Tara
tapó la entrada. Se deslavó el cerro y se perdió el rastro. Así quedó sepultado
un vestigio de las antiguas civilizaciones que habitaron esta selva.
Desde
la piedra del Mono se ven Los Valles, da la impresión que cortando por el monte
se llega más rápido, pero meterse a los potreros ni pensarlo: es el reino de
las pinolillas y las conchudas de tigre que se meten entre los dedos y en los
testículos. Sólo con agujas se sacan, una vez ya padecí de eso y me dio hasta
fiebre.
Lo más
seguro es seguir por esta carretera de mariposas hurañas y de riegos
incipientes. Camino de parotas y de grandes piedras que en algunos tramos
parecen venirse encima. Este es un camino donde El Diablo no pasa porque en
cada tramo espera una cruz, testimonios quietos de la violencia, esa violencia
nuestra que nunca nos deja y que venimos heredando desde nuestros abuelos. De
todos los que han perecido en camino sólo algunas cruces sobreviven por el
cuidado de los familiares. La primera que se encuentra es la de Efraín Castro
quien murió asesinado el 9 de noviembre de 1977. Sus familiares le pusieron una
jaula de fierro a la cruz, por eso se conserva blanca en el cerrito. Una
reciente y reluciente cruz blanca es la de Rubén Dircio Saldaña, muerto a tiros
por un grupo de encapuchados el 20 de agosto del 2012. Luego en la descolgada
está la cruz de Adela Castro asesinada el mismo día que su hermano Efraín.
La
cuarta de esas cruces marca el lugar donde cayó abatido Sabás Peralta y a su
lado nace una flor de cempaxúchitl, fiel a su destino de flor de muertos.
Sabás
Peralta Juárez murió peleando, un día
miércoles 13 de noviembre del 2002 por la mañana. Él era comandante de la
Policía Comunal y líder político de Los Valles. Los testigos dicen que en la
camioneta pasajera de la línea Transportes Unidos de la Sierra de Atoyac (TUSA)
viajaba Sabás y al llegar al paraje conocido como La Curva de la Parota, se
encontraron con un obstáculo de piedra en la carretera. De todos lados salieron
asaltantes encapuchados que portaban armas de grueso calibre e iban vestidos de
civil. En un arrebato de valor el líder campesino sacó una pistola 380 y se dio
de balazos con un asaltante cercano, pero otro le disparó de lo alto de la
barranca dándole muerte a un lado del camino. Cuando llegaron los policías
comunales con los que venía Alejandro Galindo Cabañas, sólo encontraron unas
gotitas de sangre que fue dejando uno de los asaltantes herido por Sabás.
Siguieron la huella y la perdieron al llegar a Mexcaltepec. El cuerpo fue
levantado por Enrique Rodríguez Álvarez, comisario de Los Valles, y llevado en
una camioneta a su casa donde fue velado. De Sabás sólo quedó el recuerdo: de
cuando representaba a Mahoma en la danza de Los
doce pares de Francia, su trayectoria como político y esa cruz en el
camino.
Más adelante, está el lugar donde murieron los policías
judiciales que fueron emboscados el viernes 7 de octubre de 1994.
Este hecho puso a Los Valles en la mira de la opinión pública nacional y la
gente vivió en la zozobra. Todo comenzó el miércoles 5 de octubre cuando el
comisario municipal de La Cebada, Pablo Guerrero Adame y su acompañante el
campesino Catalino Galeana Zamora fueron asesinados por un desconocido comando
armado.
En se
tiempo a La Cebada se iba por la carretera San Andrés-Camarón, por eso el
viernes 7 de octubre, un grupo de judiciales comandado por Nicasio Galeana
Contreras subió por la mañana a ejecutar órdenes de aprehensión y auxiliar a la
familia de los campesinos asesinados que buscaban abandonar la comunidad.
Cuando venían de regreso a las siete de la noche un grupo armado los emboscó en
el lugar conocido como El Chorrito. En la balacera resultaron muertos los
agentes judiciales: Nicasio Galeana Contreras, Armando Ignacio Díaz, así como
la señora Perfecta Jiménez de los Santos de 60 años de edad esposa de comisario
asesinado. Los heridos fueron Sandra
Castro Guerrero de siete años de edad, quien recibió un balazo en la pierna,
así como los judiciales: Sergio Téllez Navarrete, Alejo Téllez Navarrete y José Luis Victorino Castro.
Únicamente el agente Rodolfo Núñez Ochoa salió ileso. Mientras el comisario
suplente de La Cebada, Cruz Castro García, fue herido de un pie por un balazo
que le dio un moribundo agente de la judicial.
Alejo
Téllez Navarrete y José Luis Victorino
Castro, aun lesionados se metieron al monte y durmieron en los árboles
protegiéndose de sus atacantes. Por la noche 25 judiciales acompañados de 80
campesinos de Los Valles peinaron la zona, en la búsqueda de dos agentes que
estaban en calidad de desaparecidos. En el lugar de los hechos se encontraron
más se cien cascajos de Cuernos de Chivo
y 38 súper.
El
agente José Luis Victorino Castro llegó a la comandancia en Atoyac a las 11 y
media de la mañana del sábado gravemente herido de tres impactos de bala.
También aparecieron con vida Josefa Jiménez Guerrero Jiménez y su hijo recién nacido,
quienes viajaban en la camioneta de la judicial. La alcaldesa María de la Núñez
Ramos informó que la niña herida era nieta del comisario de La Cebada recién
asesinado y que los civiles eran trasladados a la ciudad de Atoyac en la
camioneta de la judicial.
“Los
elementos de la policía judicial habían subido a la sierra con la finalidad de
darle cumplimiento a una orden de aprehensión y de regreso, el grupo de hombres
armados que mantiene la zozobra en la sierra los acribillaron sin darles la
oportunidad de defenderse”, escribió Pablo Alonso Sánchez el 9 de octubre en el
Diario 17.
De
inmediato la policía judicial responsabilizó de la emboscada a Cayetano de la
Cruz Galeana y oficialmente informó que los dos agentes desaparecidos, José
Luis Victorino Castro y Alejo Téllez, fueron encontrados caminando por la
carretera que conduce a Mexcaltepec.
Por
eso ir a pie a Los Valles es caminar con miedo, aunque las campanitas o quiebra
platos, como le llamamos a esas flores blancas y moradas, salgan a rozarnos los
pies. Es encontrar milpas entre peñascos, lagartijas que salen a saludar y
chicurros que atraviesan a cada momento volando. Escurrimientos de agua por
doquier. Porque en el camino a Los Valles nadie se muere de sed. Para mayor
dato diré que lo cruzan cuatro arroyos chiquitos: El arroyo de David Rebolledo,
el de Las Mariposas, El arroyo del Tejón, El Chorrito, que está donde mataron a
los judiciales, y casi al llegar el Arroyo Grande. Se escucha el líquido caer y
pasar por las alcantarillas, mientras los pericos cantan desordenados en los árboles.
Me
viene el recuerdo el comentario que Evelia Jacinto fue comida por un animal
salvaje en el cerro de La Frondosa, no lejos del camino a Los Valles. Se dice
que encontraron la pura ropa entre los riscales de los terrenos de Francisco
Fierro Galindo y que hace poco Artemio Márquez mató un jaguar que se movía
hambriento por esos lugares.
A
medida que uno se acerca al pequeño caserío asoman los árboles de limones
dulces, guanábanos, muchos guanábanos y las aves con su colorido vuelan
atravesando el camino. En las laderas abundan flores rojas, blancas y moradas
que adornan los pedregales en cuyo centro crecen majestuosas las palmeras de
cayaco.
Y
mientras se avanza cambia el panorama. Canta alegre el Luis en la copa de los
mangles y la melodía del jilguero parece surgir de lo profundo de la fronda, el
cafetal crece en silencio y deja ver sus lunares rojos de cereza, los pájaros
carpinteros dejan escuchar su sonora sinfonía probando los tonos de los
árboles: no suena igual el mangle, el encino o el ocote. La urraca vuela
escandalosa, las hormigas negras conocidas como tumecas cruzan con calma el
camino arriesgándose a las pisadas y a las llantas de los carros. Un gavilán
canta lastimero en la loma, la caña agria crece esplendorosa y el guarumbo
despunta compitiendo con la parota.
Las
mariposas con sus flores blancas crecen en la ribera del arroyo grande. Las
cristalinas aguas me hacen pensar que tal vez ese sea el reflejo de la
comunidad, porque así como en el arroyo grande confluyen todos los arroyitos de
las hondonadas para formar el caudal que después se incorpora al río Atoyac.
Así en el pueblo confluyen muchas historias de vida que van buscando su cauce,
y tal vez el pueblo también esté secándose como el arroyo que envejece con
nosotros.
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