domingo, 30 de octubre de 2016

Ciudad con aroma de café V

Víctor Cardona Galindo
Denise Dresser en su libro El país de uno, da una lista de razones para recuperar a nuestro México de la corrupción y la violencia, entre esas razones están: Las enchiladas suizas de Samborns, los huevos rancheros y los chilaquiles con pollo, el mole negro de Oaxaca, los tacos al pastor con salsa y cilantro, el helado de guanábana (si tiene semilla, si no, es guanábano) y los mangos con chile clavados en un palo de madera. Estoy de acuerdo, recuperemos a México.
La tienda de abarrotes Las Dos Costas que estuvo, en la primera
 mitad del siglo pasado, en la esquina donde ahora está Farmapronto.
El lugar siempre ha sido una esquina muy bulliciosa.
Foto: Archivo Histórico del municipio de Atoyac.

Y como seguimos hablando de comida y libros, les diré que el pasado jueves se presentó en el café Uno el libro: El banquete de Maciel, de Leonel Maciel, ahí se dijo que los pueblos somos lo que comemos y que de todas las culturas la esencia es su comida. Si es así los atoyaquenses somos: frijoles con arroz y chiles en vinagre, carne de cuche con arroz, aporreadillo y las tortillas de mano, iguana en chile verde, camarones en caldo y quien come los camarones de Atoyac, nunca más se va del pueblo. Somos armadillo entomatado, pancita de res, pozole, nejos con mole, calabaza en conserva, atole blanco con panocha, cuatete en caldo y carpa frita. La laguna de Mitla produce suficiente carpa para que las pescaderas caminen todas las calles y chillen los sartenes de muchos hogares del municipio de Atoyac. Somos nacatamales, por eso las nacatamaleras están por todos lados, en cada esquina del mercado y caminan por la tarde gritando y empujando sus carretillas, por eso se han reproducido los carros que, entrando la noche, anuncian los nacatamales, los tamales rojos, verdes de marrano y de pollo. Atoles de avena, de piña y champurrado.
Pero más que nada los atoyaquenses y los costeños, somos marrano, chuchito cuitero, chuchito longano, rellenero, por eso Francisco Solís organiza en Tecpan en Festival del relleno de cuche y Rubén Ríos Radilla anda organizando un encuentro de relleneros atoyaquenses, por eso alguien dice que si hacemos un ícono de la Costa Grande sería un bolillo con relleno. El sábado 22 de octubre, estuve precisamente en San Jeronimito municipio de Petatlán probando el delicioso relleno de allá.
Dicen que el relleno vino de Filipinas, pero Leonel Maciel anduvo un tiempo por allá y del relleno no encontró ni madre. Más bien el relleno es resultado de nuestro mestizaje. Es la conjunción de la aportación de la comida indígena, española, asiática y negra. Por eso el buen relleno se sirve con arroz blanco, al que llamamos morisqueta y su nombre se relaciona con “moros y cristianos” platillo de frijoles con arroz que se sirve en Cuba y que nosotros también acostumbramos.
Lamentablemente hay comidas típicas, que se cocinan con coco, como el guinatán que comienzan a perderse. Para una familia costeña un buen guinatán se guisa con cuatro cocos secos rayados, luego se muelen en la licuadora, molido se exprime para que salga la leche. Esa leche se pone a calentar en una cazuela, sola sin aceite, cuando se comienza a sofreír, se le agrega una salsa de chile guajillo molido con ajo y cebolla. Esta salsa se cuela antes de echarse. La salsa con la leche de coco se deja sazonar y luego se agrega pescado seco, puede ser cuatete, sierra o robalo. Se deja de hervir para que agarre consistencia y no quede muy aguado. Se le pueden agregar unos chilitos de árbol al gusto para que pique un poquito. Si usted viene en el camino de visita para Atoyac, en Espinalillo municipio de Coyuca de Benítez, Arturo Ríos guisa un delicioso y exquisito guinatán, puede pasar a visitarlo. O puede venirse de largo hasta la colonia Vicente Guerrero donde también encontrará buena comida.
Para el atole de mango con coco, se utiliza una docena de mangos sazones criollos, dos cocos y piloncillo blanco. Se pelan los mangos y se rebanan. Luego se cosen con suficiente agua. Se le tira la primera agua en que hirvieron y luego se les agrega más agua y se dejan hervir hasta que se cosen. Ya que están hervidos se machacan con el machacador de los frijoles. Se le dejan algunos huesos.
La carne de los cocos secos, se muelen en la licuadora, molido se exprime para que salga la leche. Ya cuando están machacados los mangos se le agrega la leche de coco, se endulzan al gusto con el piloncillo y luego se ponen a hervir con un poco de agua. Para guisar los frijoles con coco. Cuando los frijoles están cocidos y machacados, se le agrega la leche de coco y se les deja hervir.
También se están perdiendo la conserva de coacoyul, que era una de las golosinas que consumían los niños que ahora están pasando por la tercera edad. Para hacer ese dulce, se ponen a hervir los cayacos con cáscara, ya que están hervidos se secan, luego se golpean y se pelan. Se pone a hervir en agua con canela, ahí se le va agregando el piloncillo, se va cociendo a fuego lento, cuando se va espesando la miel y ya está sazonada se le agregan los cayacos pelados. Luego a degustarlos. En nuestros días una solitaria señora los vende frente al sitio de taxis Juan Álvarez.
A raíz de la contingencia del huracán Ingrid y de la tormenta tropical Manuel perdimos un buen sitio para comer. Estaba en el lugar llamado Huanacaxtle, ahí El Cachi, tenía de todo, además de una guitarra con la que hacía pasar un momento inolvidable.
La creciente del 15 de septiembre de 2013 se llevó la enramada, El Cachi se salvó de milagro, por pelito de rana calva y se lo lleva la corriente del enfurecido río Atoyac, el colchón quedó flotando dentro de su pequeña vivienda. Lo demás se fue. 
Desde entonces le dijimos adiós a sus tortillas de mano y a su sabroso sazón. Recuerdo que el 2005 celebramos ahí el nombramiento de Elizabeth Maya Paco como presidenta municipal interina de este pueblo comelón. Ahora en la orilla del río al sur de la comunidad de El Ticuí, funciona un lugar con música viva, se come y se bebe muy bien. Es atendido por un matrimonio de amigos ticuiseños. Los domingos llegan comensales de todos lados para pasar una tarde divertida e inolvidable.
En el centro también hay buenos lugares donde se puede con tranquilidad tomar una copa, antros que son atendidos por jóvenes que no son los lenones mafiosos del pasado. Tampoco pueden olvidarse de visitar a Milton en su pozolería que abre de jueves a sábados las 24 horas en la calle Palmas frente a la Coalición de Ejidos.
La calle principal de esta ciudad es la columna vertebral del municipio, aquí están los bancos y los comercios más importantes, esta calle es la más transitada y más caminada, aquí confluye todo, incluso se ven pasar camiones Torton llenos de troncos de pino, siguen acabando con la sierra que a pesar de la tala resiste enviándonos agua y oxígeno, ya como una forma de pedir auxilio.
Nuestra calle principal a lo largo de la historia ha cambiado de nombre, primero se llamó Rafael Bello, en memoria del asesinado ex presidente municipal de Acapulco, benefactor de Atoyac, quien instaló la primera industria textil en esta población. Luego cambió su nombre a El Centenario, por los festejos al centenario de la Independencia y posteriormente se llamó Avenida capitán Emilio Carranza en honor a ese gran piloto mexicano que hizo grandes hazañas en el aire y que murió precisamente en un accidente aéreo en 1928, actualmente es nuestra avenida Juan Álvarez. La calle que antes se llamaba Juan Álvarez pasó a llamarse José Agustín Ramírez y la que en un principio se era Guadalupe Victoria ahora se llama Arturo Flores Quintana, en honor a los dos fecundos creadores y compositores de la música guerrerense.
La zona de los bancos siempre fue muy concurrida, ahí estuvo la tienda de Alberto González y donde está en Farmapronto funcionó una tienda importante que se llamó Las Dos Costas. Arribita tenía su negocio el médico militar Luis Cadena, quien trajo a la ciudad el tercer carro que existió, hay quien recuerda una camioneta Ford, y trajo también el primer radio de bulbos, lo instaló en la calle Juan Álvarez 18 la gente hacía filas para oír esa caja que hablaba.
El cronista Wilfrido Fierro Armenta fecha la llegada del aparato el 10 de septiembre de 1932. “El médico práctico Luis Cadena Trejo, trae el primer aparato de Radio marca Emerson. Este aparato receptor puede considerarse como el primero en la Costa Grande. Era de onda larga y corta. Los habitantes de esta población solían asistir con frecuencia a oír los programas musicales, así como las noticias de la Segunda Guerra Mundial, preferentemente la civil de España. Unos meses antes y para su venta habían traído uno similar, siendo exhibido en la casa de doña Mariana Herrera, pero no funcionó”.
Dice también que el 8 de agosto de 1938 el señor Feliciano Ponce trajo a esta ciudad la primera Sinfonola marca Wurlitzer, que vendió a la señora Antonia Ayerdi viuda de Reyes. El aparato fue instalado en su salón de billares, ubicado frente a la puerta mayor de esta Parroquia, causando la admiración de los vecinos. Dice don Simón Hipólito Castro que con monedas de cobre de veinticinco centavos se podía escuchar una canción. “Una tarde de un sábado que bajé de la sierra, fui y le eché una moneda para que tocara La Calandria interpretada por Pedro Infante. Ingenuamente, una señora de avanzada edad se me acerca y me dice: ‘por favor dígale al señor que está dentro que vuelva a cantar La calandria’”.
Mi tía Rosita Santiago, a sus ya casi 100 años de edad, recuerda que pegado a donde Luis Cadena estaba una embotelladora de refrescos que se llamaba El Pato Pascual y que José Navarrete vivía atrás de la iglesia y tenía su tienda La Vencedora en la esquina donde estuvo el consultorio del doctor Orlando Santiago y donde venden ahora cartuchos para cacería. Y que el Jardín de niños Cuauhtémoc se fundó en 1946 en la esquina de Emilio Carranza y Aldama, donde ahora está Milano.
En la memoria está aquel médico japonés que llegó donde los Cadena, se emborrachó y a su mujer que estaba embarazada la abrió y le sacó el chamaco. Otro era el doctor Medina que andaba borrachito pero daba buenas recetas, era blanco con ojos azules, se quedaba tirado de borracho en los corredores y ahí lo iban a consultar. José Ferreira era médico de origen español y mucho usaba la camisa blanca y azul, como vestían los doctores de la época y tenía su consultorio donde ahora está Bancomer. Por cierto ese banco llegó el 16 de febrero de 1967, El Rayo del Sur reportó que se abrió una sucursal del Banco de Comercio de Guerrero y que las oficinas quedaron instaladas en avenida Juan Álvarez y callejón 5 de Mayo y su primer gerente fue Justino Hernández de la Cruz.
En esa zona se abrió la primer tienda OXXO el 2 de diciembre del 2011, quedó instalada debajo de la casa de la familia Galeana Luna, donde antes estuvieron las oficinas del agua lodable, perdón potable, igual se abrió otro frente al arco de entrada a la ciudad y en la gasolinera Quinto Patio.
Venta de conserva de coacoyul, en la calle principal
 de Atoyac; al fondo el ingeniero José Nogueda,
un chistero atoyaquense nato. Foto: Víctor Cardona Galindo.

Al caminar por el centro un vendedor de herbalife sale al paso con su folleto, se siente magnifico pregúntale como, mucho han proliferado esos negocios con cortinas verdes, que invitan a comer menos. La gente no les hace caso y todavía en Atoyac la carne de cuche es lo que más se vende y se consume. Por eso nada más imaginen como nos afectó en al ánimo la aparición de la influenza porcina.  
La zona de los bancos está saturada de carros. Sólo un día a la semana se ve despejado porque los huaracheros y los de la tienda El Buen Precio, son cristianos y cierran los sábados. El Buen Precio da barato todos quieren comprar ahí, con ellos se surten las tiendas de los barrios, muchos se paran a sacar dinero de los cajeros. Es un soberano desmadre, en los días de quincena.
Por cierto, cuando construyeron el supermercado El Buen Precio descubrieron un túnel. Doña Juventina Galeana, Judith Solís y yo nos metimos, estaba amplio y cabía una persona parada. Ahí fue la casa del coronel Alberto González, el eterno enemigo del general Silvestre Mariscal. La gente dice que los Fierro, propietarios de la tienda, encontraron un tesoro por eso ahora el Buen Precio abrió una sucursal atrás de la parroquia Santa María de la Asunción y otra al sur de la ciudad casi frente a la gasolinería. La verdad es que Los Fierro dan barato, ganan poco y venden mucho, yo diría que muchísimo. Y ya andando por el sur de la ciudad les comento que Saúl Pérez Juárez, El maestro Quico, abrió un restaurante frente al Buen Precio, probé la chanfaina y está sabrosísima.
Los días 14 y 28 de cada mes el centro de la ciudad se llena de patrullas de la policía del estado, los agentes polvosos vienen a cobrar sus quincenas. Llegan de La Guitarra, Puerto el Gallo, Linda Vista. Todos los policías de la sierra bajan ese día. El centro está invadido de azules, que recorren el mercado las tiendas, Elektra, comprando y enviando dinero a sus familias. Los R-15, adornan el paisaje.


sábado, 22 de octubre de 2016

Ciudad con aroma de café IV


Víctor Cardona Galindo
Hablando del mercado Perseverancia. Al entrar por el callejón de los chocomiles, están las relleneras, venden platillos de relleno, o relleno con bolillo. Al fondo están las enchiladas “de pollo ausente” muy sabrosas, dicen que quien las prueba, quiere más y cada vez que vuelve a nuestra tierra va por ellas. Cerca están los yerberos y los que venden santos. Quienes no faltan en todas las entradas son los vendedores de discos piratas. Lo bueno es que como son de aquí si un disco sale defectuoso nos lo cambian. Es piratería con garantía.
El nevero que recorría la ciudad gritando 
“La tengo pinta y tiesa”, “la traigo pinta”, 
“la traigo tiesa”, ya sus gritos no se 
escuchan y el sabor de sus nieves solo 
quedó en el recuerdo. Foto: Francisco Magaña. 

Por la mañana el callejón de los chocomiles está lleno, muchos son los que acuden a desayunar, un esquimo, jugos de zanahoria, de naranja, van a los deliciosos bolillos con tinga o de perdida a los de relleno. Los carretilleros gritan “va el golpe, va el golpe”. A Rudy un amigo alemán le gustaba que en Atoyac cerca de la casa encontraba jugos frescos de zanahoria y de naranja.
Por el callejón de los chocomiles, pasa rápido un hombre sin camisa cargando una costilla de res, va rumbo a las carnicerías, sudoroso, oreado por el sol, lleva la carne fresca. Mientras un carreterillero sale del mercado, con su carretilla llena de elotes, las camaroneras se estrujan para no ser atropelladas, huele a pan, vainilla, chocolate, a relleno, a barbacoa. Es un día cualquiera en el callejón de los chocomiles.
Cuando vamos al mercado nos damos cuenta de la triste realidad de los periódicos. El Campanita cuando voceaba El Objetivo, decía: “llegó el papayero, compre su papayero” y es que el periódico tabloide es especial para envolver papaya maradol. Igual que El Sur, El ABC de Zihuatanejo, El Despertar de la Costa y el ATL.
Los periódicos estándar como El Sol de Acapulco, Novedades, El Diario 17 y El Opina, son especiales para envolver flores o chiles guajillos. Vemos en los puestos de frutas y legumbres cual es el destino final del trabajo de tantos reporteros, editores y diseñadores; envolver frutas y especias en el mercado. Los voceadores de periódicos venden la devolución por kilo o los mismos lectores después se cierto tiempo los venden o los regalan. Luego de desenvolver los chiles guajillos rescato algunas noticias históricas para mi archivo. También las piñateras andan siempre en busca de los periódicos ya leídos o abandonados sin leer.
En la esquina del callejón Niños Héroes con calle Juan Álvarez se instalan las floreras: las que traen alcatraces y velos de novia de El Tambor y El Molote y girasoles de Cacalutla. En la esquina del callejón de los chocomiles un niño vendía unas ramas de hierba santa. Le pregunté -¿te puedo tomar una foto? –él se puso a llorar. A veces así de huraños nos hacen en la sierra.
Por la mañana en el centro de la ciudad, la calle Juan Álvarez está llena de taquerías, de barbacoa de res o de chivo. Los tacos Lute son los más sabrosos del rumbo y los de Migue no se quedan atrás. En todos lados se ven grupos gente alrededor de los carritos almorzando, por eso el tráfico es lento y hay mucha algarabía. La señora de los dulces de cayaco, papaya, calabaza, mango y plátano en conserva está cerca del callejón de los chocomiles, sus productos tienen mucha demanda.
En la calle principal está el sitio de Taxis Álvarez donde una mezcla fantástica maneja los coches. Los choferes son oleaginosas, delincuentes famosos, profesionistas, artistas populares, personajes de películas y de caricaturas. Ellos son los que nos mueven para todos lados. A muchos hemos llegado a estimarlos y los sentimos como de nuestra familia. Bueno algunos son de la familia: El Frijol, El Garbanzo y El Popeye son grandes amigos. En Atoyac hay un total de 85 Taxis.
Por eso al pedir un servicio no se asuste si se encuentra con que La Iguana verde maneja el taxi número 1, El Chaneque lo lleva en el 2 y El Manita está en el 3.
Aquí a veces no se conoce el nombre verdadero, solamente el apodo. Chespirito maneja el 4, El Bigotes trae el 5, Solovino está en el 6. Así podemos seguir mencionando, El Hermano trae el  9, El Huevoduro trae el 10, Rosendo Gavilán el 11, El Buitre el 12, El Royer el 13, El Pachaco el 14, La Pepa pig el 15, La Coneja el 16, Salomón el 17, El Fabuloso el 18, Zambrano el 19, El Avestruz el 20, Juan Tarola el 21, Don Gato el 22, El Botas el 23, La Perrona el 24, Pin el 25, La Tepacha el 26, El Desgraciado el 27, Tasmania el 28, El Chikungunya el 29, El Chupitos el 30, El Hermano falso el 31, Nico el 32, Cova el 34, El Memelas el 35, William Levy el 36, Bigotes maneja el 37, El Chicharrón el 38, La Iguanita el 39, La Jitomata el 40, Chalo el 41, El Sapo de mar el 42, El Patacorta el 43, Lala el 44, Tachidito el 45, El Jabalí el 46, Tragabalas el 47,  Santos el 48, La Iguana vieja el 49, La Doctora el 50, El Payaso el 51, La Eneida el 53, La Gárgola el 54, La Dormida o La Doctora el 55, Paquita la del barrio el 58, Pinky el 59, Mi Chulo el 60, María Cristina el 61, El Gallero conduce el 62, Carisauro trae el 64, La Mula el 65, Barny el 66, El Frijol el 67, La Liga el 68, Garfield el 69, Bulterrier el 70, Serafín el 71, El Simio el 72 y El Chucky trae el 73.
El sitio Álvarez distribuye sus unidades en el centro, la terminal de autobuses y la tienda Súper Che. Este año se formó el sitio número 2 de la Unión de Choferes Independientes de Atoyac que están afiliados a la Unión Transportistas Regionales del Estado de Guerrero (UTREG)  mismo que quedó formando el 7 de julio de 2016 por 12 choferes y se instaló frente a la Casa de la Cultura. El taxi 1 lo maneja La Marrana, el 2 Pelayo, el 3 Mario Besares, el 4 Serafín, 5 Popeye, 6 La garrocha, 7 Pato, 8 Charmín, 9 Upe, 10 Matute, 11 Chicharrón y el 12 El Rorro. Todos ellos se mostraron agradecidos con los líderes regionales de la UTREG, El Perrazo de la Rosa y El Hombre Verde por el apoyo que han recibido para formar su propio sitio.
Los sitios de taxis como en los demás bases del transporte local, tener apodo es estar integrado, quien lo rechaza a veces no se siente parte del gremio. Aquí padecer bullyng es no tener un alias.
La fundación del gremio se llevó  acabo en la década de los setentas, entre los primeros  taxistas que se recuerdan están: El Cuate Santiago, Concepción Hernández, Crispín Jacinto, José Galeana, Silvestre Ríos, Eleuterio Cebrero, Israel Ríos, Ramón La Cumbia, Cheque Galeana, Pedro El Cachetón, Martín El Calentano, Inocencio Calderón, Teodoro El Testigo, Isidoro Torres, Santana, Chucho Padilla y El Peludo. En aquellos tiempos eran puras unidades Ford unos coches largos de cuatro puertas los que daban el servicio.
En nuestra ciudad los sandilleros, meloneros y papayeros, no quieren abandonar la calle, se pelean con la Dirección de Reglamentos y con los comerciantes establecidos y ahí siguen. Los jicameros, cacahuateros y vendedores de fruta al menudeo ya no se quieren quitar de la entrada al Zócalo, hasta la Comisión de Derechos Humanos han ido a parar para defender su lugar.
Sandía, piña, melón, papaya, pepino y hasta mango con salsa venden los del carrito de cocteles en la esquina de los bancos o en la calles Agustín Ramírez. Con sus triciclos recorren las calles. Los carretilleros que venden mangos y jícamas con salsa se han multiplicados por todas la esquinas del centro. El chamoyero grita su promoción, “si usted se come dos chamoyadas en 15 segundos, le regalo tres”.
“La traigo pinta, la traigo tiesa, la traigo pinta y tiesa”, gritaba el nevero que vendía nieves de vainilla y de coco. La ponía en el barquillo y luego lo volteaba y no se caía. “Eso es para que veas que la traigo tiesa”. La vejez lo alejó del negocio ahora sólo queda el recuerdo.
Esta ciudad también es el rincón del buen sabor, en la cocina económica Jareth, hay carne de cuche y otros guisados con muy buen sazón, se ubica en la calle Aquiles Serdán y están seguras las aplaudidas. El escritor Ángel Carlos Sánchez subió unos kilitos cuando estuvo acá con nosotros y comía ahí con La Morena.
Para comer el menú es variado. En Atoyac hay casi de todo, para desayunar en la calle Nicolás Bravo y Agustín Ramírez encontrará de los más distintos platillos, desde una taza de café con pan o arroz, muchos guisos tradicionales, hasta los huevos con jamón, las albóndigas, el pollo a la jardinera y también un platillo raro que se llama bajareque.
En esa zona están doña Bertha, doña Emna y doña Mine que guisan muy rico. En la Agustín Ramírez se puede comer una buena carne de puerto en salsa verde, con granos de elote, un aderezo de frijoles blancos y una guarnición de tortillas moradas bien calientitas.
Pero si alguien se levantó temprano y está en el centro de la ciudad es recomendable que salga a dar una vuelta por el Zócalo. A las 7 de la mañana los tingüiliches, zanates y alondras que pernoctan en la plaza ya están remontando el vuelo y donde doña Viky se puede tomar un café negro acompañado de un rico arroz frito, con chilito de aporreadillo o entomatado de cuche y agregarle un pedazo de chicharrón, o de perdida un pedazo de queso, si no hay de otro aunque sea de San Luis, y puede pedir un café con leche de vaca.
En la calle principal está la cocina de Chavelona donde pueden encontrar un caldo de cuatete, aunque para esto hay que llevar una buena compañía porque recuerden que al cuatete le dicen “quiebra catre”, por sus propiedades afrodisíacas.
Y si buscan algo más cercano a la naturaleza y sin salir de la ciudad la opción es El Cuyotomate, donde encontrarán una variedad de comida mexicana, cerca de la frescura del río y donde también pueden bañarse en la poza. Si se les antojaron mariscos, pues vayan con Paty en la calle principal o con Blas que tiene su negocio cerca en la calle Aquiles Serdán. Hay un cevichero que se pone con su carrito en la calle 16 de septiembre, viene de San Jerónimo y a las 2 de la tarde ya se fue porque su ceviche, campechanas, tiritas y quesadillas vuelan. Hasta allá van a seguirlo lo que gustan de su sazón.
Para los que se les hizo noche y se van aquedar a dormir en Atoyac, cerca de la zona de hoteles y el centro, en el callejón Montes de Oca está doña Ruma, quien todas las noches saca su comal y vende una variedad de antojitos mexicanos, aunque las que ya se han vuelto internacionales, son sus sabrosas picadas o sopes como les quieran ustedes llamar, hay de champiñones, de tinga, de rajas, de pollo y queso Oaxaca.
Con Ruma han ido a comer norteamericanos, españoles, franceses e italianos, antropólogos, arqueólogos y defensores de los derechos humanos y todos se han llevado un buen sabor de boca. La Pagoda fue el restaurante precursor de comida china. Luego se abrió un expendio de esa comida asiática frente a la gasolineria, en la plaza Las Fuentes, donde ahora funciona el cine. También hay comida china en el centro en la calle principal cerca de la Casa de la Cultura. Se han duplicado las pizzerías que venden a domicilio y ahora los sabrosos helados de yogur en la calle principal y de esencias atrás del DIF municipal.
Si gustan de taquitos de cecina, de ubre, tripa o carne enchilada, les recomiendo que vayan a la calle Galeana, ahí a hay un pequeño negocio que se llama la Cebollita Roja, donde las salsas les van encantar y los ricos tacos. Susana Oviedo y Álvaro López Miramontes se fueron encantados y queriendo regresar después de cenar ahí. En esa calle también puede encontrar tamales y atole de plátano o de piña, depende de lo que gusten. Ahí mismo encontrarán dobladas, quesadillas y picaditas con muy buen sabor. Igual se come sabroso en la calle Independencia ya para bajar al arroyo Cohetero, una señora se pone con su comal en el corredor de su casa y más adelantito está doña Reyna con sus ricos tacos dorados. No se olviden de la taquería Lozano, los tacos de carnitas de Sigifredo instaladas en Quinto Patio y las carnitas michoacanas de la calle Agustín Ramírez. La Huerta y La Braza son buenas opciones para las carnes asadas. Por todos lados hay expendios de pollos asados y los pollos rostizados de Roberto Hernández tienen mucha demanda, con sucursales en diversas partes de la ciudad.
Se me olvidaba mencionar los taquitos de guisado de familia López, están instalados en el callejón Victoria, tienen de mole, tinga, champiñones, aporreadillo, sopa de arroz y carne de marrano acompañados de una ensalada de coliflor que es única en el orbe. También le recomiendo que prueben las ensaladas de Paty Nava con sus pechugas rellenas.
Los jueves las pozolerías. Ir con Alfonso de la O atrás de la iglesia es una buena idea, con Pedro Rebolledo en la calle Independencia ya en la colonia Sonora y probar sus chilitos capones, con Karina Quiñones en la calle Antonio Paco o de a tiro lanzarse hasta donde Noemí Vargas en El Ticuí cerca del cuartel militar. Paty Nava también tiene buen pozole y está en el centro.



sábado, 15 de octubre de 2016

Ciudad con aroma de café III


Víctor Cardona Galindo
“Toda ciudad es nuestra. Todo espacio, una geografía que nos define y nos confiere el derecho de contar y de contarla (…) Por que la vida de una ciudad siempre es compleja y en ella somos tránsito, momento, instante (…) Pero antes de ser ciudad, esta era nuestra tierra, el barro que ahora somos. Fachadas, aceras, gente, edificios, plazas cemento. Seguimos siendo polvo de su polvo; carne que se queja y se levanta, cuerpo que la exige, voz que la enaltece, fiebre que le canta. Esta ciudad nos duele, no porque sea un espacio desleído sino porque utópicamente siempre queremos una ciudad mejor”, dice la presentación del libro La ciudad es nuestra de Oliverio Arreola y Laura Zúñiga.
La ciudad de Atoyac después de huracán Ingrid
la tormenta tropical Manuel que provocaron grandes 
crecientes, que se llevaron un bosque de ceibas, 
sauces y ahuejotes que estaba en la orilla del río 
frente al mercado. Foto cortesía de Clévert Rea Salgado.

Las últimas semanas mí ciudad ha visto pasar por sus calles manifestaciones que exigen la presentación de Adela Rivas Obé. Hombres y mujeres de blanco piden a quien la tenga retenida que la regrese con vida. Ella está desaparecida desde el 22 de septiembre, a las 12:40 horas cuando fue vista por última vez saliendo de la clínica del Instituto Mexicano Seguro Social (IMSS) en Zihuatanejo.
Tiene que regresar, porque no es posible que en este país la gente buena desaparezca así como así, sin que nadie de una explicación de lo que pasa. Las autoridades encargadas de buscarla no se mueven, seguramente porque no hay dinero de por medio, lamentablemente es así, no quisiéramos que fuera así, quisiéramos ver buscándola, por la región, a legiones de policías como los que mandan en contra de las manifestaciones, pero no es así, eso desespera y duele.
Adela Rivas Obé es descendiente del inmigrante francés León Obé Penitoc, el mismo que vino a instalar la maquinaria que dio vida a la fábrica de hilados y tejidos Progreso del Sur Ticuí y se quedó a vivir acá casándose con una atoyaquense. Los Obé, cuya rama principal está en El Ticuí, son gente de trabajo. Son personas que desde que amanece están dedicada a su labor, son gente de paz que viven de su trabajo.
Conocí a la doctora Adela Rivas allá por 1988, yo era un joven preparatoriano de 17 años y ella una aguerrida dirigente estudiantil en la escuela de medicina dependiente de la Universidad Autónoma de Guerrero (UAGro). Ya era enfermera, y vivía por el rumbo de Ciudad Renacimiento en Acapulco, después se vino a vivir a la ciudad de Atoyac, en aquel tiempo esposa de Wilibaldo Rojas Arellano. Se incorporó al PRD donde siempre defendió con coraje y convicción su postura. Adela era una perredista pura y combativa consecuente con sus principios.
Fue regidora por su partido en el periodo de 1999 al 2002. Recuerdo que salió electa en una convención de perredistas, y cuando andaba buscando apoyo de los amigos y compañeros la acompañé  a la sierra, juntos recorrimos la ruta Atoyac-Paraíso. En ese recorrido hablamos de mis proyectos de vida, me aconsejó que debería enfocarme a una sola cosa, estuvo de acuerdo que debería ser al periodismo y a escribir. Después que ella ganara la regiduría, yo dejaría la política y así lo hice. Ese periodo que encabezó como alcalde priista Acacio Castro Serrano lo reporteé por entero. Recuerdo a la regidora Adela Rivas defendiendo a los campesinos de la sierra que cayeron en manos de la policía judicial y siendo inocentes fueron torturados severamente. Uno de ellos me contó que lo dejaron de torturar, por el rumbo de la presa derivadora, cuando se escuchó por radio que una regidora se lo estaba exigiendo al comandante. Los viejos trabajadores de limpia la recuerdan con cariño, porque como edil lucho por mejorar sus condiciones de vida. Igual dio la cara por los campesinos de El Quemado y otras comunidades de la sierra. Los trabajadores sindicalizados del Ayuntamiento le agradecieron su intervención para que se les otorgara el servicio del Seguro Social.
Adela Rivas, Guadalupe Galena, Ángeles Santiago, Lucía Chávez, María Manríquez y Angélica Castro, son de esas mujeres a quienes mucho debe el movimiento democrático de Atoyac. Después de concluir su periodo como regidora Adela se retiró del PRD y se dedicó a ejercer su profesión como médica, tanto en su consultorio particular como en el IMSS. No pocos son los que le agradecen su intervención para aliviar sus males.
Aunque los últimos años, ya teníamos mucho contacto con Adela, seguía todo lo que posteaba en su muro del Facebook, así encontré que estaba dedicada a la religión, pues mucho posteaba oraciones y reflexiones cristianas. Su último post, hecho casi una hora antes de que desapareciera, se refería a que la raíz de todos los males es el dinero: “Porque la raíz de todos los males es el amor al dinero, por el cual, codiciándolo algunos, se extraviaron de la fe y se torturaron con muchos dolores”, 1 Timoteo 6:10.
Adela Rivas Obé tiene 52 años, es médico cirujano, al desaparecer se desempeñaba como directora de la micro-zona en la región de la Costa Grande que incluye las clínicas de Papanoa, La Unión y Petacalco con sede en la cabecera municipal de Petatlán. Tiene una antigüedad en el IMSS de 25 años con 6 meses en el área médica, de joven fue socorrista de la Cruz Roja de Chilpancingo, enfermera en el Hospital General Regional número 1 “Vicente Guerrero”.
Ella nació en Acapulco el 8 de septiembre 1964, es acapulqueña hija de  Jesús Rivas Paniagua y de la señora Angelina Obé Rosas y es madre de Bolívar Darío de 23 y Emiliano Rojas Rivas de 19 años.
Adela estudió la primaria en el Instituto Victoria de Acapulco, la secundaria en la federal número 2, la licenciatura en enfermería número 2 de la UAGro en Acapulco, hizo su servicio social en el Centro Médico Chilpancingo y de la facultad de medicina también de la UAGro, en la generación 1987-1993, egresó como médico cirujano, cuya  cédula profesional es: 2597401. 
Hizo su internado en el hospital Vicente Guerrero del IMSS en Acapulco y su servicio social en la Clínica del IMSS de Papanoa municipio de Tecpan de Galeana en 1993-1994.
Adela es una profesionista al servicio de la gente y como como dice su familia “al servicio de Dios” por eso cada día se suman más personas a su búsqueda, porque la queremos de regreso y con vida.
Volviendo al tema que nos ocupa y hablando de los barrios de mi ciudad. Bajando por donde El Champurro en las orillas del río se encontraba un eterno basurero que se negaba a desaparecer. La producción de basura en esta localidad es mucha y a veces no se alcanza a recoger y se acumula. Dando un mal aspecto. El mercado solamente produce 10 toneladas diarias de desechos, es decir un promedio de 300 toneladas al mes. El 60 por ciento de esa basura es orgánica y en lugar de ir a un compostario va a parar al basurero municipal. Tiramos mucho dinero, porque eso podría convertirse en abono orgánico y abastecer a comunidades campesinas que requieren ese insumo.
Cerca de El Champurro, bajo una ceiba, todavía hasta el 2013, vivía un hombre viejo que se quedó ahí porque al salir de la cárcel, después de muchos años de estar encerrado, ya no encontró a su familia y no le quedó otra que construir una casa bajo ese frondoso árbol, que estaba rodeado por grandísimos ahuejotes. Otras familias también vivían cerca de ese basurero, en improvisadas casas. Pero las crecientes del río, provocadas por el huracán Ingrid y la tormenta tropical Manuel, arrasaron con todo ese bosque y de paso con un relleno de escombros que se estaba haciendo para construir un estacionamiento para el mercado.
Por ese rumbo está El Calvario, se llama así porque, en el pasado, ahí se montaba una representación de la crucifixión de Jesús. Por las noches son los dominios de la mujer de blanco, a la que Felipe Fierro hace alusión en un cuento de su libro El silencio del viento. Hay quien se ha encontrado a la mujer de blanco, caminando silenciosa en altas horas de la madrugada. Hay quienes han tenido el susto que los acompañe al caminar por las inmediaciones del mercado y que los abandone al salir del centro. Otros la han visto florando por encima de los tejados o caminando sola en los oscuros callejones. Otros comentan que la mujer de blanco ha subido a sus coches en las inmediaciones del rancho de Los Coyotes y se baja al llegar al centro de la ciudad. De pronto la ven sentada en el asiento trasero y luego sin avisar desaparece.
Y hablando de leyendas urbanas, Dagoberto Ríos Armenta escribió para la antología Agua Desbocada. Escritos atoyaquenses lo que le sucedió un 2 de noviembre a una vecina llamada Cundita.      “Cundita se levantó presurosa, pues en esta fecha se celebra el día de la Animas, de quien es ferviente devota. Se dispuso a prepararse para la misa de cinco, ya que estaba segura de haber oído la última campanada llamando a tan solemne acto. Rápidamente tomó su blusa y enagua y se vistió, cubriéndose con el rebozo y se dirigió a la iglesia.
La madrugada estaba fresca, con el frío bastante agradable, el aire que bajaba de la sierra se sentía confortante, presagiando un día sin el calor sofocante de la semana anterior. En el trayecto iba cavilando, de lo apresurado que iba no avisó a su hermana su asistencia a la misa.
Al llegar al callejón empedrado frente a la parroquia, avistó al grupo de fieles en la puerta mayor, rezando fervorosamente, iluminando con sus velas encendidas la oscuridad del próximo amanecer. Apretó el paso y por la prisa se dio un tremendo tropezón, inclinándose a darse un masaje en la parte adolorida, y al incorporarse se percató de que el vía crucis no se encontraba donde lo había visto.
Se acercó al campanario, y se encontró a Mónico Gudiño, el sacristán y le preguntó por el vía crucis, que si habían entrado a la iglesia, contestando el sacristán que se disponía a dar la primera llamada para la misa.
Cundita ante tal respuesta se demudó, al mismo tiempo que exclamaba presa de miedo, ¡Dios mío los fieles que vi, eran las ánimas del purgatorio!”
Cundita no es la única persona que se ha encontrado con un tumulto de mujeres de negro caminando por las calles oscuras de mi ciudad.
En el Calvario muchos años estuvo el cuartel militar, luego las oficinas del PRI. Por el día, antes de subir están las pescaderas, el rumbo todo huele a pescado seco. Luego siguen las verduleras con su particular alegría, esa esquina es muy concurrida para los que acuden a comprar sus encargos.
Pero la vida del mercado comienza por el callejón Victoria, esquina con Aldama. Esa es una esquina muy bulliciosa, ahí se estacionan las combis que hacen el servicio de pasaje rumbo al Ticuí, el 109 Batallón de Infantería y a la colonia Miranda Fonseca. Los domingos la barbacoa que traen de San Jerónimo, es tan sabrosa que los tamales vuelan y en dos horas ya no hay ni para remedio. Ahí se ponen los vendedores de queso que vienen de los sanluises.  Oscura la mañana también llegan los camiones de verduras, los que traen las flores y los vendedores de panocha que vienen de Potrero de Carlos.
En Aldama llegan, los domingos, los habitantes de Caña de Agua con su cargamento de escobas de palma que entregan en diferentes establecimientos. Luego se instalan en Aldama frente al villar a esperar a sus compañeros para retornar por la tarde a su pueblo que se encuentra en el cerro frente a El Ticuí. Los cañandongos, les llaman despectivamente los ticuiseños, son gente muy pacífica que vive de la agricultura, de la fabricación de escobas y de la cría de animales.
Por la mañana en los días hábiles, como dicen los burócratas; en las cuatro esquinas que hace la terminación de Aldama y comienza Insurgentes, el callejón y el puente de El Ticuí, se hacía un aglomeración. Faltando 15 para las ocho era la hora pico, una fila de carros esperaba entrar al puente, mientras los otros venían y salía por el único carril que el gobierno de Ruiz Massieu consideró que la gente necesitaba. Como si la ciudad nunca fuera a crecer. Aunque ese puente ya no está, se lo llevó la creciente de Ingrid y Manuel. Solo quedó el recuerdo y las fotos en el feis.
Ahora la aglomeración se hace más abajo. En las motos llegan montados de a tres, el joven o señor que va a su trabajo, la señora que lleva al niño a la escuela o va al mercado. Las motos descargan y salen disparadas por Insurgentes frente a donde estaba el viejo rastro y ahora es el lugar donde descansa el puente de dos carriles que se construyó después de la contingencia del 2013.
En Insurgentes muchas señoras se bajan de la combi y llevan casi arrastrando a sus hijos a la escuela y es que muchos aunque existe la primaria Valentín Gómez Farías en El Ticuí, prefieren traerlos a la Juan Álvarez, o a la Modesto Alarcón. Las escuelas de El Ticuí perdieron su fama de antaño. Incluso la escuela secundaria federal Enedino Ríos Radilla ahora apenas completa la matricula necesaria para sobrevivir.


sábado, 8 de octubre de 2016

Ciudad con aroma de café II


Víctor Cardona Galindo
Muchos son los trovadores que le han cantado a la ciudad de Atoyac, desde Ambrosio Castillo Muñoz, Héctor Cárdenas Bello, Agustín Ramírez Altamirano y Kopani Rojas Ríos. A ellos se suman compositores de menos trascendencia que también, enamorados del entorno, cantan hermosas melodías al terruño querido, a la matria.
A mediados de siglo pasado, la refresquería El Trópico estaba 
frente al Ayuntamiento, donde Wilfrido Fierro Armenta vendía
 nieves y aguas frescas o raspados en copa grande con popote
 y tenía siempre una sinfonola de lo más moderno. Las teclas 
tenían dibujos animados. Foto: Archivo Histórico de Atoyac.

Esta ciudad también ha tenido numerosos cronistas como: Patricio Pino y Solís, Justino Castro Mariscal, José Castro Reynada, Wilfrido Fierro Armenta, Juventina Galeana Santiago, Eduardo Parra Castro, Francisco Galeana Nogueda, Régulo Fierro Adame y ahora también tiene a Rubén Ríos Radilla, René García Galeana, José Hernández Meza y muchos más.
“Atoyac tierra hermosa suriana /a quien baña la brisa del mar /donde pinta la naturaleza /las cosas más bellas /que Dios sabe crear”, dice la primera estrofa de la canción “Atoyac mi cuna natal” de Bocho Castillo.
Ambrosio Castillo Muñoz, Bocho Castillo murió a los 68 años de edad, en la iglesia Santa María de la Asunción, hace 20 años, un domingo 10 de septiembre de 1996, después de cantar el Ave María en la misa, de pronto se fue para atrás y un infarto fue la causa que ya no siguiera cantándole a la virgen como lo hacía cada ocho días. “El tenor de la Costa Grande” como le llamaron en sus mejores tiempos de artista, cantaba muy bien a capela, a puro pulmón, tenía una voz muy fuerte que no necesitaba micrófono.
“Por su río caudaloso que baja /cual escarcha que adorna un jazmín /sus mujeres son bellas gardenias /que adornan un fresco jardín”.
“Las palmeras cual guardias te cuidan /con el viento empiezan a cantar /y la luna se viste de plata /mientras duerme mi lindo Atoyac”.
“Atoyac, Atoyac  /nunca, nunca te podré olvidar /porque sé que eres tú /linda tierra, mi cuna natal”.
“Se oye el eco de voces bravías /que estremecen la bella región /y al compás de esta lira sonante
/yo te canto con el corazón”.
Bocho era hijo de Crescencio Castillo Cabañas y de Celestina Muñoz Reyes, vivió casi toda su vida en la calle Independencia número 12, en el centro de la cabecera municipal. Su familia tenía huerta de café en el cerro del Zanate, arriba de San Martín de las Flores, donde resonaba su voz, con canciones que le apasionaban como “Bésame mucho”. Unas de sus composiciones “Tragedia en la jungla” quedó inédita a su muerte: “Voy sin rumbo por la vida /es tan grande mi dolor /por culpa del cruel destino /que mi alma destrozó /era mi única esperanza”, se le escuchó cantar.
A pesar de su talento musical nunca menospreció los trabajos del campo, era muy bueno para chaponar. Quienes lo conocieron consideran que comenzaba a tener éxito. En el tiempo que se fue a vivir a la Ciudad de México, lo llamaban “La voz romántica de Guerrero”, pero se vino del Distrito Federal porque añoraba a su familia y a su tierra.
Algunas giras las realizó acompañado de La Orquesta de los Hermanos Márquez, pero él dejó la fama para venir a cantar el Ave María todos los domingos, acompañado por el piano del maestro Margarito Flores Quintana. Se hizo costumbre que todas las noches, después de la siete, asistiera a la calle Nicolás Bravo para ensayar con el profesor Margarito Flores las canciones religiosas que luego interpretaban en las misas. Después del ensayo ya entonados Bochito cantaba “Bésame mucho” y otras canciones de Agustín Lara que interpretaba con magistralidad. Él cantaba y el maestro Margarito, otro apasionado de la música, lo acompañaba con el piano.
Los dos eran muy solicitados para cantar en las misas de San Jerónimo, Tecpan y se iban hasta Petatlán. Fueron populares en toda la Costa Grande, en cuyas parroquias resonó la voz potente y bien timbrada de Bocho Castillo. Su muerte fue muy sorpresiva porque no se sabía que estuviera enfermo, pues él mismo completaba sus ingresos vendiendo medicinas y vitaminas, por eso llegó a ser muy conocido en la sierra de Atoyac y de Tecpan de Galeana.
Ambrosio Castillo junto a Margarito Flores Quintana formaron parte del grupo Promotores del Arte en el Estado de Guerrero, AC (PROA). Bocho Castillo, como le llamaba la gente, llegó a presentarse en los teatros “Cristo Rey” y en “El Rosales” de la Ciudad de México, como cantante acompañó a Adolfo López Mateos en su gira de campaña por las delegaciones de la ciudad de México. Luego realizó diversas giras por el interior de la república en compañía de artistas de renombre en la mitad de siglo pasado.
Bocho Castillo nació en Atoyac de Álvarez el 7 de diciembre de 1927. Cuando sólo tenía 10 años descubrió que tenía talento artístico. Con la canción “Espérame en el cielo corazón” en 1954 obtuvo el primer lugar, en un concurso organizado por José Ortega y Alejandro Sotelo, en el Cine Álvarez, que en ese tiempo era el lugar de los grandes eventos.
Por esas mismas fechas hizo su debut en la radiodifusora XEBB de Acapulco, para luego en 1957 participar en la XEW en el concurso internacional de aficionados, donde con la canción “Mar y cielo” obtuvo el segundo lugar. Con el triunfo en este concurso comenzaron las giras por interior de la república que lo llevaron a la fama. En vida recibió reconocimientos de parte del gobierno estatal y municipal. Siempre participó en todos los eventos cívicos a los que fue invitado por la autoridad.
Ambrosio Castillo, El Tenor de Guerrero dejó su carrera artística porque prefirió vivir en la tierra que lo vio nacer, eligió cantarle a su tierra que seguir de gira con los artistas de la época con los que alternaba. Sus amigos lo recuerdan como un gran conversador, muy buen contador de chistes que, por más difícil que estuviera el momento, no perdía la compostura y nunca se enojaba. Las generaciones que lo conocieron, lo recuerdan con cariño, principalmente sus vecinos del centro de la ciudad.
Salvador Novo dijo que el “Cronista de una ciudad debe ser únicamente quien la ame y la conozca”. Alguien que la amó y la conoció bien en su tiempo fue Wilfrido Fierro Armenta quien nos legó ese documento invaluable que es la Monografía de Atoyac.
El hombre nació el 13 de noviembre de 1915 y falleció a los 81 años, el 5 de febrero de 1997. Como compositor, periodista, cronista, poeta y servidor público dejó una rica herencia digna de admiración. Porque sin duda, don Wilfrido se preocupó siempre por dejar testimonio de los acontecimientos más importantes en la historia de nuestro pueblo.
Como cronista y poeta Wilfrido Fierro Armenta nos dejó tres obras la Monografía de Atoyac que todavía sigue siendo referencia para todo aquel que quiera escribir e investigar el pasado de Atoyac; Apuntes biográficos que fue editado el 20 de marzo de 1993, donde narra la vida de los atoyaquenses ilustres y el libro de poemas La Lira del Trópico publicado por la editorial Cabildo en 1994, en este último destacan poemas “A la ciudad de Atoyac”, a las comunidades del Salto y el Rincón de las Parotas. Así como el canto a la reina del café y el corrido a Fernando Rosas.
Como compositor nos legó una obra diversa. Los corridos: “A José Agustín Ramírez”, “La muerte del Cirgüelo”, “Corrido a Pancho Vázquez”; los huapangos Costeñita, Fernando Rosas y La pobreza. Así como los boleros El lugar de la Cita, No debes recordar y otras canciones más, varias de ellas grabadas en discos Columbia, RCA Víctor y Vicky Carden, por artistas como Los arrieros, Dueto Caleta y Fernando Rosas. Los Brillantes de Costa Grande le grabaron melodías exitosas como Veredita, que le compuso a esa hermosa jovencita que fue Antonia Chávez. “Veredita que vas hacia el pueblo /donde mi adorada /suele caminar, /yo te pido /que regrese pronto /para que con sus besos /me venga a consolar”, dice la primera estrofa.
También ejecutaron melodías de Wilfrido Fierro La Orquesta Atoyac, que dirigía Margarito Flores Quintana y Los Hermanos Chino que dirigió el profesor Ethel Diego Guzmán.
El 15 de julio de 1945, ganó el primer lugar en un concurso de la canción en Acapulco, donde recibió como premio una foto de la artista de cine Esther Fernández. El 10 de mayo de 1946 en Acapulco obtuvo el segundo lugar en el concurso de poesía dedicado a la madre.
Como servidor público y gestor social, Wilfrido Fierro Armenta contribuyó en la gestión y construcción de la escuela primaria Juan Álvarez, donde fue presidente de la sociedad de padres de familia, siendo directora Julia Paco Piza y director de obras públicas en el estado, Francisco Valdés Medrano.
Durante 1953, presidió la junta de mejoras materiales, cuando se iniciaron los trabajos de la construcción del palacio municipal. En 1954, fue presidente de la Junta de Mejoramiento Moral, Cívico y Material, siendo presidente municipal Ceferino Nogueda Pinzón.
También en 1956, participó activamente como vocal del comité pro construcción del primer hospital de Atoyac. Durante el año de 1962 fue gerente de la oficina del Sistema Federal de Agua Potable.
Como periodista, el 15 de agosto de 1954, fundó y fue el primer director del semanario independiente El Rayo del Sur. El 15 de mayo de 1957 fundó y presidió El Círculo de Cultura “Ignacio Manuel Altamirano”.
Fue secretario del Club de Leones, en 1960, entre otras actividades sociales. En 1994 el gobierno municipal, que encabezó María de la Luz Núñez Ramos, le rindió un homenaje después de que el cabildo autorizó publicar el libro de poemas La Lira del Trópico. Wilfrido amaba esta ciudad, la recorría cada vez que podía y salía con su cámara colgada a tomar fotografías de todo aquello que valía la pena. Él documentó todas las guerras y guerrillas que se pelearon en la región desde la Independencia, la Reforma, las invasiones extranjeras, los pleitos internos de Guerrero entre los el general Jiménez y Diego Álvarez, la Revolución Mexicana, el agrarismo y el movimiento de Genaro Vázquez y Lucio Cabañas.
Hasta aquí rendimos homenaje a dos grandes que lo dieron todo por su ciudad.
A pesar de lo que se diga Atoyac es muy bonito y tiene algo que nos obliga a regresar. Como dice mi comadre: “Al llegar aquí nos sentimos seguros y sentimos bonito respirar ese aire que viene de la sierra por la noche, en diciembre”.
La ciudad tiene cosas que la hacen única. Las enchiladas del mercado “Las de pollo ausente”. Que son deliciosas hechas con la receta secreta de doña Francisca Castro Mesino. Son solamente unas tortillas enrolladas bañadas con una salsa de chile guajillo, rociadas de queso rallado y cebolla picada. Según su creadora lo sabroso consiste en la mano. Las personas que las prueban una vez, las vuelven a comer. Se llega a decir que quien no conoce las enchiladas del Mercado no conoce a Atoyac.
En El Mercado, Secundino Catarino Crispín y Marcos Loza Roldán, pintaron un mural que rememora todas las facetas de la lucha del pueblo mexicano, aunque ya quiere un retoque, está en las escaleras que suben a las fondas, donde por las mañanas los trasnochados deambulan buscando un desayuno. Muchos sierreños van buscando un café con leche y un plato de arroz frito.
Al fondo de las fondas tenía su cerrajería Poli, un gran amigo muy dicharachero y muy alegre que ya pasó a mejor vida, su esposa doña Tere y su hijo Fortino siguen que la tradición de la cerrajería. El mercado se llama “Perseverancia”, porque antes ahí estuvo la plazuela La Perseverancia y mucho antes la fábrica de mantas La Perseverancia propiedad del tixtleco Manuel Bello. Así se ha venido transmitiendo el nombre desde hace más de un siglo.
En una esquina de El Mercado se va para “El Champurro”, una casa de citas donde se puede tomar una cerveza y conseguir una chamacona, “un bolletín” decía Octavio  –“tengo que guardar para los bolletines” es la frase que dejó de recuerdo mi gran amigo. Donde Champurro siempre se pudieron conseguir baratos los “bolletines”. Se conoce así el lugar porque a su propietario le apodaban “Champurro”, de él se recuerda la anécdota: siendo fotógrafo fue a tomar una foto a un difunto de San Jerónimo, pero al imprimir las placas sólo le salieron los pies. La señora que le pidió el trabajo reclamó que sólo aparecían las extremidades, entonces Champurro contestó: “de gracias que le agarré aunque sea los pies, porque ya se iba al cielo”.


martes, 4 de octubre de 2016

Ciudad con aroma de café I


Para Adela Rivas Obé
Víctor Cardona Galindo
Amo esta ciudad, aunque en los primeros días que llegamos a ella un chamaco travieso y peleonero descalabró a mi hermana. Juré que mataría al descalabrador, pero hasta la fecha lo único que he matado son las ilusiones de mi madre, ella quería que fuera abogado y que tuviera un trabajo en la sombra, pero hasta ahora lo único que le doy son mortificaciones, ando puro de pateperro.
Ambrosio Castillo Muñoz, El Tenor de Guerrero
murió cantando el Ave María en la Iglesia 
Santa María de la Asunción. 
Foto: Archivo Histórico Municipal de Atoyac.

Amo esta ciudad, a pesar de que cuando llegamos nos rentaron un cuartucho, lleno de alimañas, que por las noches teníamos que pelearles a los marranos. Amo esta ciudad, a pesar de que los vecinos nos vendían la cubeta de agua a 20 centavos. Nosotros veníamos de una comunidad donde toda el agua era gratis, nadie le pagaba a los dos arroyos, que circulaban Los Valles, por su fresca y limpia bendición. Sin embargo amo está ciudad y no le veo ningún defecto, a pesar que digan que tenemos la costumbre de caminar a media calle y de invadir la banqueta con mercancías y puestos en los que venden cualquier cosa. Yo la disfruto y la vivo. Veo con gusto, al vendedor de elotes, al vendedor de cocos y a la señora de los aguacates. Todos le agregan algo a esta ciudad que la hace especial. Los vendedores de pipisa, de hierba santa y los plátanos de la sierra. Díganme que otra ciudad tiene los tacos de Lute o las enchiladas de pollo ausente.
Es difícil describir la tristeza que sentí cuando llegué a la ciudad de Atoyac. Aquella sensación de dolor que sentía en la medida que la camioneta de pasaje avanzaba por carretera, era como si en cada vuelta que daban las llantas se fuera quedando el alma. Llegamos a la ciudad y no bajamos en la primera parada, la del Tejabán.
Mi mamá fue a buscar alojamiento, y nos dejó, en la calle Florida, debajo de un cacahuananche cuyas hojas filtraban los rayos del sol, un sol que no quemaba, que parecía nuevo o triste, en esa hora indefinida en que el día comienza a envejecer. Los cuatro hermanitos, nos quedamos con el miedo en la garganta, temiendo que la autora de nuestros días nos abandonara en ese lugar desconocido.
Después de mucho tiempo mi madre volvió, ya llorábamos, los mocos nos escurrían confundiéndole con las lágrimas, ya había almas caritativas buscándola. Nosotros con la voz entrecortada por el llanto y por el miedo no alcanzábamos articular palabra. Los curiosos se fueron cuando ella llegó y nos llevó donde sería nuestra nueva morada.
Mamá encontró en la calle Corregidora ese cuarto rustico, sin piso, que por las noches servía de guarida a los marranos del dueño de la casa. El suelo era de tierra suelta, no tenía puertas y el adobe bruto sin revocar. En el rincón estaba un nido donde dormía la manada de puercos, era oscuro y polvoso aquel primer cuarto que rentamos, el techo de tejas estaba lleno de telarañas. La primera noche llegaron los marranos gritando cuii, cuii, cuii, reclamaban su espacio, pero mi madre los ahuyentó con un garrote. Esa noche no durmió peleando con esa manada de fieros y peludos contrincantes que nos sentían intrusos en su cálida morada.
No había comparación con nuestra vida pasada. Allá en la sierra había de todo, dos arroyos circulaban el terreno de la casa, bajo la sombra de los arboles de limones dulces los cangrejos se enfrentaban a duelo con sus fuertes tenazas. Lloré dos días exigiéndole a mi madre que me llevara de regreso a la casa de la abuela. No fue posible.
Hubo que vivir soledad, pobreza y mucho trabajo porque todo fue un descontrol. Mi papá se fue huyendo mientras se arreglaban las cosas. Allá en la sierra a pesar de nuestra pobreza éramos muy felices. Dejar Los Valles fue un calvario para todos. Mi madre trabajaba y trabajaba para darnos de comer, sufrimos mucho porque siempre estábamos solos y padecimos desprecios de los vecinos y hasta de los mismos parientes. Mi familia fue víctima de esa ocupación militar que trajo el combate al cabañismo, también del caciquismo, de las intrigas que hacen de un pueblo chico un infierno grande. Por eso tenemos una llaga por dentro que no cicatriza. Algunos nos llaman desplazados de la Guerra Sucia.
A pesar que luego, nos fuimos a vivir a El Ticuí, no hemos dejado la ciudad, siempre veníamos al mercado a vender los productos de mi padre, ya de regreso con nosotros: elotes, calabacitas, chiles, tomates, pipisa y huevos de gallina. Aun ahora aquí ejerzo mi oficio y mi hermano tiene su consultorio en el centro de Atoyac. He pasado más días de mi vida caminando sus calles que en mi propia casa.
Algunos le ricen Ranchoyac, otros Motayac, otros se quejan que nuestra gente “cucha” camina a media calle. Se escuchan expresiones: “La gente pendeja de Atoyac camina a media calle”, yo les contesto que es resistencia, porque antes de los automóviles, estuvo la gente y tiene la preferencia. Yo digo, que si en mis manos estuviera, cerraría las calles del centro al tránsito vehicular y solamente dejaría entrar los carros de los residentes. Cerraría a la circulación vehicular desde la calle Obregón hasta Hidalgo y de la calle Arturo Flores Quintana hasta el Río. Ni un carro pasaría por el centro para que la gente caminara libre. Habría más espacio para que la señora de los chiles y de los tomates, ponga su tendedero y que todos saquen sus mercancías. El centro sería como un tianguis. Creo que todos nos beneficiaríamos de alguna manera principalmente el gremio de los carretilleros, sería también una forma de reconstruir el tejido social, porque quien fuera a los cajeros automáticos, dejaría su auto en la calle Montes de Oca y tendrían espacio para pararse a platicar a media avenida con los amigos. Muchas ciudades del mundo tienen sus calles peatonales por ejemplo: La Florida y La Valle son dos hermosas calles peatonales de Buenos Aires Argentina.
Pero en fin, amo esta ciudad como es ahora, así la amaba aun cuando todavía no tenía sus calles pavimentadas. Que si la decisión fuera mía no habría pavimentado ni una sola. ¡Ah! y desaparecería el departamento de vía pública, aunque mi tocayo Víctor Mercado perdiera su empleo.
He caminado ésta ciudad, a toda hora, de día y de noche. Me da gusto que a las 3 de la mañana anden personas de bien caminándola. Los taqueros y otros trabajadores que a esa hora salen la circulan con sus motocicletas. A las 4 de la mañana por las calles se ven desfilar una que otra persona que camina rumbo a la terminal, a esa hora sale la primera corrida al puerto de Acapulco. He salido a la a la una, a las 2 y a las 3 hay quien barre las calles y se escuchan ruidos de zapatos presurosos mientras los gatos maúllan en los tejados. A las 4, me ha dado gusto encontrar, en los tiempos de la feria del café, familias que van con sus hijos a sus casas, después de bajarse de la combi que los dejó en el centro. Me da gusto que a pesar de la violencia, no nos han robado la ciudad, que la gente haga su vida normal. Aunque con miedo, la vida sigue y a todas horas podemos salir a la calle. La taquería de los Juárez cierra a las 3 de la mañana. Hacia el Sur ha crecido una zona de bares que abren todas las noches, toda la noche. Son bares que distan ser las cantinas de mala muerte de los años pasados. En el boulevard apenas Pedro Brito abrió un nuevo espacio con karaoke. Los taxistas de la terminal todas las noches mueven pasajeros hasta que entra el otro turno a las 5 de la mañana. Hay una intensa vida nocturna.
A las 7 de la  mañana frente a la terminal de autobuses es pura algarabía, ya despertaron los cascalotes que duermen en los almendros y se van sobre el festín de insectos que se acumulan en las luminarias de Coppel, decenas de aves negras revolotean la pared de esa tienda departamental. Aquí el que madruga Dios lo ayuda. A esa hora la comida es segura para zanates y zanatillas. A esa hora la lechuza, depredadora de las negras aves, pasa altísima huyendo de luz del sol que le va arañando los talones y mordiéndole las plumas de la cola.
Abajo, sobre la banqueta, la madrugadora señora que vende desayunos a los viajeros, ya se instaló. Ya se puede tomar un café negro como mi conciencia, o con leche, un atole de piña o de avena. Los bolillos con tinga son mi delirio. A la 7 sale el autobús para Chilpancingo, ya varias corridas se fueron, desde las 4 de la mañana, rumbo al Puerto de Acapulco. Mientras sube el sol abren los demás negocios. Leno pondrá su puesto con deliciosos tacos de chivo. “Si usted se quiere poner bueno, coma tacos Leno”, dirá entre sus bromas.
En mi ciudad el bocote florea en noviembre. Las atoyaquenses del pasado eran muy laboriosas y hacían las coronas para sus ofrendas con puras flores de bocote. Cuando las flores caen en la pila de agua, primero flotan y después se aplanan, que parecen diminutas estrellas de mar. Mi ciudad está rodeada de bocotales. Son los árboles que pueblan el panteón y vuelven blanco el camino a Todos los Santos. El ahuejote amarillo, alterna con el primavero, en enero, cuando otro año comienza, el bocote palidece.
Desde la altura de los cerros poco a poco la ciudad se va tornando plateada. Debido al calentamiento global, muchas familias no resisten el calor bajo las casas de azotea, por eso les construyen encima techos de láminas galvanizadas, para mitigar los rayos del sol. Por eso a lo lejos los techos refractan la luz, la ciudad asemeja una gran laguna, poco a poco la gente se va olvidando de los tejados.
Hace 39 años, cuando mi familia y yo llegamos a estos lares, toda la noche se oía el tronar de la quebradora triturando las piedras que utilizaron para construir los canales de riego y por la mañana, a las seis, se percibían los tambores a lo lejos, eran las dianas en el cuartel del 49 Batallón de Infantería, que despertaban a todos a la misma hora. Al norte se escuchaban disparos a todas horas, era el campo de tiro, donde la tropa de cuartel hacía sus prácticas.  Ahora ya no están esos sonidos. Aunque al nacer los Años Nuevos se escuchan una multitud de disparos, de todos los calibres habidos y conocidos, el AK-47 o Cuerno de Chivo es el favorito de los que gustan quemar pólvora en infiernitos, dice un amigo de la sierra que él tira todos los años para que vean los mañosos que hay con “queso las tortillas”.
La palabra Atoyac, proviene de los vocablos en lengua náhuatl atl-toyaui que, traducido al español, de acuerdo al departamento de lingüística del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), significa “Agua que se riega o se esparce”. Se le añadió Álvarez en honor al general Juan Álvarez, héroe de la independencia, de la revolución de Ayutla y presidente de la República en 1855.
Atoyac está situado en el corazón de la Costa Grande del estado de Guerrero, y se ubica geográficamente al Suroeste de la capital estatal; a 84 kilómetros de Acapulco sobre la carretera hacia Zihuatanejo. Su localización de acuerdo al Instituto Nacional de Geografía e Informática (Inegi) es al Norte 17° 33’; al Sur 17° 03’ de longitud Norte; al Este 100° 06’ y al Oeste 100° 32’ de longitud. La ciudad de Atoyac se encuentra a 40 metros sobre el nivel del mar. La temperatura media anual es de 28 grados centígrados. Como la nuestra existen otros Atoyac, en Jalisco, Oaxaca, Veracruz y Puebla. Y de acuerdo a las investigaciones de doña Juventina Galeana, nuestros dibujos toponímicos corresponden también a esos pueblos.
Hablando de amor a esta tierra, un equipo de músicos compiló un álbum de melodías sobre este solar, se llama “Atoyac  a través de mis oídos”. Para aquellos que reniegan de su tierra y para los que viven añorando el regreso, como los que viven en Estados Unidos, les hará derramar una que otra lágrima. Este CD está hecho por amor y con amor a nuestra tierra. Es el fruto del esfuerzo de un equipo encabezado por Carlos Ponce Reyes, auspiciado por la Unidad Regional de Culturas Populares que encabeza Gerardo Guerrero Gómez, por medio del Programa de Apoyo para las Culturas Municipales y Comunitarias (Pacmyc) este noble programa que apoya la preservación de la identidad de los pueblos.
El disco no es nuevo, pero yo lo escucho cada rato, porque es un recorrido musical por nuestra tierra, nos hace recordar lo que somos, nos asoma a nuestra identidad. Nos hace sentir orgullosos de haber nacido y vivir aquí. Nos hace recordar que somos un pueblo indómito que nunca se raja y que siempre está el pie de lucha por mejorar la vida de los mexicanos.
Nos recuerda que somos parte de una tierra encantada, llena de folklor y tradiciones, de leyendas y con mucha historia recorrida desde Juan Álvarez a la fecha. No hace sentir amor hacia nuestro olvidado y contaminado rio, que en su paso nos deja bellezas naturales como El Salto y el Cuyotomate.
En conclusión y en sintonía con la música del CD. Atoyac es un pedacito tierra encantador, cuna de hombres luchadores que nunca se dejan, un rincón entre el mar y las montañas, con aroma del café que llega de la sierra. Es un camino que lleva del mar a la ocotera, es el sabor del café de olla y el vaivén de las palmeras.