Víctor Cardona Galindo
A
la izquierda, por la entrada a la comunidad de El Ticuí están los restos de lo
que fue un símbolo de prosperidad de la región. Las ruinas de la fábrica de
hilados y tejidos “Progreso del Sur Ticuí”, cuyas paredes poco a poco van
siendo corroídas por la lluvia y el tiempo. Ese monumento histórico se va
cayendo a pedazos.
A
las siete de la noche tres parvadas de murciélagos invaden el cielo del caserío.
Una parvada sale de la boca de El
Chacuaco y dos más de los tubos abandonados de las turbinas. Hubo un tiempo
en que esas ruinas abandonadas fueron hábitat de las lechuzas (“ticuirichas”
les dicen por acá) que perecieron al tener la desdicha de encontrarse con bien
orientadas balas calibre 22.
Desde que tengo uso de razón la fábrica estaba en
ruinas. De niño fui por una rueda que usé para hacer una carretilla de palos con
la que iba a la leña. Esa fue la parte de la fábrica que me tocó, una vez don
Filemón Pérez le dijo a papá que fuera por leña, hubo quienes se llevaron
grandes trozos de madera que hasta la fecha sirven de tirantes a las casas de
tejas.
Miembros de la colonia española de Acapulco
construyeron esa factoría para aprovechar las cosechas de algodón que eran
abundantes en la región y tener mejores ganancias en el comercio de telas.
La fabrica de hilados y tejidos en 1917 |
En
el contexto estatal las empresas españolas ocuparon el lugar que había dejado
vacante la Nao de
China, que
dejó de venir en 1821. El control comercial de los españoles era absoluto, así
lo contó don Luis Hernández Lluch: “El medio de transporte era la arriería;
venían cientos de recuas de Morelia, Oaxaca, Puebla y Cuernavaca. Traían
mercancía del lugar de origen y llevaban productos ultramarinos a diferentes
partes de la república, estas compañías progresaron mucho; en el tercer tercio
del Siglo XIX llegaron a controlar a las autoridades del estado y en los 30
años del porfiriato las empresas gachupinas eran muy poderosas, estaban bien
organizadas y en la década de 1890 se fusionaron creando la firma Alzuyeta, Fernández, Quiroz y
Compañía,
quienes planearon construir un complejo textil para evitar traer las telas de
Europa y ahorrarse los gastos de importación y de paso aprovechar la gran
cantidad de materia prima barata que existía en ese momento en las dos costas
de Guerrero”.
El
algodón es un cultivo ancestral, ya era cosechado por los pueblos de
Mesoamérica. Las telas de algodón eran parte de los tributos que los aztecas
obtenían de la provincia cuitlateca de Cihuatlán. Incluso Humboldt en 1803
escribió que en la Costa Grande florecía el algodón y que todavía no se
conocían las máquinas despepitadoras y recomendaba el cultivo de café cerca de
Chilpancingo. A mediados del siglo XIX se habían instalado algunas máquinas
escarmenadoras de algodón en la zona de Huertecillas y los Arenales.
Luego
vinieron los esfuerzos por explotar industrialmente el algodón. Antes que la del
Ticuí, hubo dos fábricas de hilados y tejidos en Atoyac que comenzaron a
funcionar en 1860. En 1865, una creciente del Río Atoyac en la madrugada del 29
de septiembre se llevó la industria propiedad de Rafael Bello y Antonio A. Pino
esa factoría estuvo instalada en el lugar conocido como El Rondonal en los
contornos de lo que ahora es la colonia Mariscal.
Luego,
en 1867, iniciaron los trabajos de otra fábrica dentro de la población, que
debido a la perseverancia de los trabajadores –dice doña Juventina Galeana– don
Rafael y don Antonio la llamaron La
Perseverancia, por
eso ahora el mercado municipal se llama así, porque en dicha zona estuvo la
industria que, posteriormente, se quemó. Silvestre Mariscal en sus memorias (en
1912) menciona las ruinas de esa factoría. De recuerdo también quedó el lugar
conocido como El Barreno ubicado en la parte norte de la ciudad, porque ahí
barrenaron el cerro para llevar agua a la fábrica.
El 11 de mayo de 1876 falleció en Acapulco el Sr.
Rafael Bello, propietario de la fábrica de mantas “La Perseverancia” de Atoyac.
“Bello nació en Tixtla y fue Presidente Municipal de Acapulco. Fue asesinado
por la Policía de Acapulco”, informaba El Fénix en su edición número 31
publicada el 17 de junio de 1876, la sociedad se indignó por el asesinato
porque se dijo que fue una celada preparada con antelación; un grupo de ciudadanos
de Atoyac pidieron al Juez de Primera Instancia, el 20 de mayo de 1876, castigo
para los policías que lo asesinaron, porque era benefactor de esta
municipalidad. La carta fue enviada por Rómulo Mesino.
En el mismo periódico El Fénix número 31, en
la página 4, donde se habla de los movimientos de pasajeros del puerto se
asienta que salió el 3 de mayo hacía el puerto de Zihuatanejo en el pailebot
nacional “Mexicano” el ciudadano español D. Alzuyeta. Los españoles eran dueños
de una flotilla de barcos y en el comercio aniquilaban cualquier competencia.
Ellos controlaban el movimiento de mercancías y de los productos de la región.
El grupo Convivencia Cultural que encabezaba doña
Juventina Galeana Santiago publicó en 1992, la Historia de la Fábrica Progreso
del Sur, primer trabajo que se hizo para rescatar los testimonios sobre esa
industria y después se han publicado algunas tesis sobre el tema. El cronista
de El Ticuí Armando Fierro Gallardo ha recopilado documentación y testimonios.
De ahí se desprenden algunos datos y otros más fueron proporcionados por don
Luis Hernández Lluch muchos años antes de su fallecimiento.
Corría
el año 1900, cuando arribaron técnicos de Alzuyeta, Fernández, Quiroz y Cía. a localizar un terreno para
construir una fábrica de hilados y tejidos, lo localizaron en el paraje de El
Ticuí. Comenzaron los trabajos en el año 1901. Se encontraron con el obstáculo
de cómo transportar la pesada maquinaria que requería la fábrica. Localizaron
en Francia una compañía que se
comprometió a traer los equipos mecánicos.
En
los predios localizados para la construcción ya habían comenzado a trabajar
albañiles y carpinteros, nada más faltaban las máquinas. A fines de 1902 llegó
un barco francés al lugar denominado Rancho del Real, hoy Llano Real esa playa era la
propicia según los marinos para desembarcar el material para la instalación de
la factoría.
En
1901 se terminó la construcción de la atalaya de 50 metros de altura, que los
habitantes del Ticuí llaman “el chacuaco”; sobre esta construcción funcionó el primer pararrayos que
hubo en la región, mismo que protegía hasta parte de la ciudad de Atoyac. El chacuaco sirvió de mirador durante la
revolución, al interior todavía existen restos de una escalera de fierro que
llegaba hasta la cima. Su estructura es de tabique rojo, cal, sin castillos de
varillas ni cemento, es de forma cilíndrica con cuatro metros de diámetro.
Los
lugareños recuerdan cuando Lucio Ochoa
Juárez, se subió al chacuaco porque
su novia Julia Bello había terminado con él. De ella se recuerda su carácter
duro. Borracho quiso ahogar sus penas tirándose de la atalaya, se colgaba y
bailaba un sainete en lo alto, en donde únicamente los zopilotes se sientan. Él
se colgaba y se volvía a subir. El pueblo estaba a punto del desmayo cuando
Gabino Mendoza y otro señor, cuyo nombre escapó de la memoria, lo agarraron de
los brazos y lo subieron al borde para bajarlo por dentro poco a poco.
Del chacuaco
alguna vez salió humo proveniente de la máquina pintadora de telas, pero una
vez que la vendieron el humo desapareció. Don Celestino Fierro recuerda que por
debajo de la fábrica había pequeños túneles que llevaban el humo al chacuaco que lo sacaba hasta arriba
evitando que el lugar de trabajo y el pueblo se contaminara.
Volviendo a la construcción de la fábrica, fue a fines de 1902 cuando se organizó un
equipo de hombres conocedores, entre ellos Fernando Lluch Jacinto, quien era
experto en maniobras marítimas porque había sido capitán del barco El Mexicano, propiedad de los Alzuyeta, por ello
él se encargó del desembarque de la maquinaria en compañía de otras 40
personas.
José
Diego con sus hijos Julián y Adulfo trasladaron por tierra la maquinaria,
encadenando 10 carretas movidas por 20 bueyes y así llegó la maquinaria al paraje
de El Ticuí. Para la instalación las empresas españolas trajeron a un ingeniero
de la región de Cataluña España, pero fracasó. Obdulio Fernández, uno de los
socios, recurrió al presidente
municipal de Acapulco, quien con la cooperación del cónsul francés, les ayudó
en la liberación de un preso de origen galo, que era ingeniero.
El preso liberado de la cárcel de Acapulco era León
Obé Penitoc, quien nació en una villa perteneciente a la ciudad y puerto de
Cherburgo, Francia. Había hecho sus primeros estudios en su tierra natal (en
1865) en donde estudió para mecánico textil, pero cambió de idea y pasó a la
escuela naval donde se graduó como ingeniero náutico; se ocupó en varios barcos
como jefe de mantenimiento de maquinaria naval, también trabajó en barcos de
guerra.
Este ingeniero estaba preso en Acapulco por haber
dado muerte al capitán de su barco, por haberle faltado a su esposa. Al ser
liberado por los empresarios españoles les instaló por primera vez la fábrica
de hilados y tejidos de Aguas Blancas y posteriormente la de El Ticuí. Por la
experiencia que tenía en los barcos de guerra, León Obé fabricó unos cañones
que fueron utilizados por los revolucionarios de Atoyac en las batallas de 1918,
contra los verdes de Rómulo Figueroa.
León Obé Penitoc se casó con Emilia Quiñones con
quien procreó a León, Irene, y María Guadalupe Obé Quiñones. León murió en 1917,
de tétanos, al lado de su esposa.
Entre las primeras obras que hicieron los españoles
estuvo la construcción del canal que tenía la función de traer abundante agua
del río hasta la industria para generar la energía eléctrica que diera
movimiento a la maquinaria, misma que posteriormente se proporcionó al pueblo.
El viejo canal tiene una longitud aproximada de 4 kilómetros por tres metros de
ancho y una altura aproximada de tres metros, que a partir de la compuerta se
viene reduciendo hasta llegar a la entrada de las turbinas. Está hecho de
piedra, arena y una mezcla de un material que parece cal.
Durante la construcción de la fábrica se enfrentaron
muchas eventualidades. El Periódico Oficial del estado de Guerrero en su
número 49 publicado en Chilpancingo el viernes 4 de diciembre de 1903 informaba:
“Con fecha 3 de octubre de 1903, en el punto conocido como El Real,
jurisdicción del municipio de Atoyac, se fue a pique la lancha ‘Perla’ con
matrícula de Acapulco, que conducía materiales para la construcción del
edificio de la fábrica de Hilados y Tejidos que se está estableciendo en el
barrio de El Ticuí municipio aludido. El accidente no causó desgracia a persona
alguna”.
Luego en enero de 1904: “Con motivo de la explosión
que hizo un cohete, en los trabajos de construcción del canal, para la nueva
fábrica de Hilados y Tejidos de El Ticuí, municipio de Atoyac resultaron gravemente
heridos los operarios Juan Villanueva y Bonifacio Mesino, el día dos de este
mes”, informaba el mismo periódico en su edición del 18 de marzo de 1904. Y el
día 5 de febrero se comentaba que el operario Felipe Fierro que trabajaba en la
construcción del canal para la nueva fábrica de Hilados y Tejidos de El Ticuí,
ubicada en el municipio de Atoyac, fue herido de un brazo por la explosión que
hizo un cohete de dinamita, se leía en
el Diario oficial el 22 abril 1904. Además de que los trabajadores
seguido se enfrentaban entre ellos, como
se pública en la edición número 58: “El 23 de julio de 1904, en el
trabajo de la fábrica de El Ticuí, fue gravemente herido el individuo Cruz
Ramona procedente de Chilapa, por Julián Gómez, quien mató a garrotazos a Ramona, capturaron al matador”.
El
cronista de El Ticuí, Armando Fierro Gallardo recuerda que los empresarios
españoles abrieron un brazo al río para que por ahí corriera el agua a través
de un canal, el cual estaba hechos de tabiques en algunas partes y en otras se
utilizaron los cauces naturales: “el agua procedente del río corría alegre y
alocada de tumbo en tumbo los casi cuatro kilómetros hacia su destino las
turbinas de la gran industria textil para después volverse a juntar en el río
Atoyac… Durante su recorrido las cristalinas aguas acariciaban las orillas del
canal, besaban con rapidez las hojas de las plantas silvestres, las rocas se
agachaban al paso de la corriente que se desbordaba de alegría entonando su música
natural, vigorosa y exótica se deslizaba por todo el canal”.
Al sur de la fábrica de hilados y tejidos donde
desembocaba el canal se hacía una cascada de ocho metros de altura que era conocida
como El Salto Artificial, en las orillas de las poza que se formaba lavaba la
ropa María Sixta Gallardo “María La Voz”, muy de mañana pasaba invitando a las
vecinas para ir al canal, pero nadie quería ir con ella porque le tenían miedo
a la voz de hombre que le salía del estómago.
II
En 1904, con el
objetivo de facilitar el tránsito entre Atoyac y la nueva fábrica de El Ticuí
durante la temporada de secas se construyó en el río un puente provisional de
madera, cuya mejora fue llevada a cabo por los empresarios de la citada fábrica
con el apoyo del Ayuntamiento y la ayuda del trabajo personal de los vecinos,
publicaba El Periódico Oficial del estado de Guerrero el miércoles 10 de
diciembre de ese año.
Durante el
periodo de lluvias los pangueros no se daban abasto para pasar a
los trabajadores que iban de Atoyac y a
la gente del Ticuí que necesitaba atravesar el río. Uno de los pangueros que se
recuerdan es Antonio Solís Hernández. Otros que en 1964 tenían pangos eran Luis
Galeana Hernández, Antonio Ávila y Victorio Garibo.
La tarea de construir un puente de madera se
desarrollaría todos los años hasta 1991. El comisario organizaba
a los habitantes de El Ticuí, se cortaban troncos, varas y lianas para hacer chundes que se llenaban con piedras y se
les colocaban encima troncos de palmas, luego les ponían tablitas encima y así
pasaba la gente. No se podía pasar corriendo, si alguien lo hacía tenía el
riesgo de rebotar e ir a dar al agua o romperse un hueso al caer sobre las
piedras.
En los tiempos de bonanza. |
A finales de
los años cincuenta construyeron en el río dos grandes muros, uno de cada lado
donde amarraron gruesos cables de acero que sostenían las balsas que cruzaban
el río, en tiempo de lluvias, llevando de ida camiones cargados de algodón y de
regreso grandes estibas de manta. La plataforma era de madera y era empujada
con palancas por un grupo de balseros.
Fue el
20 de agosto de 1904 cuando la fábrica quedó instalada y se
probó el 16 de noviembre de 1904, dando buenos resultados, por lo que se empezó
a trabajar regularmente el 1 de enero de 1905. Fue entonces cuando
se inició la producción de telas como la Indiana y Manta. Aquí llegó a
producirse una tela muy famosa conocida como Indio Atoyac. Según las
investigaciones de doña Juventina Galeana se produjeron: indiana, manta, fioco,
driles y sedas. Y en la década de 1905 a 1915 se fabricaron telas superiores a
las europeas. Había un equipo de ingenieros textiles de origen catalán y
francés. Las jornadas de trabajo eran de 14 horas diarias. Había turnos diurnos
y nocturnos y los salarios eran de 6 a 12 centavos. Ésta fue una de las
factorías que tuvo su impulso en la decadencia del porfiriato. Por lo que se trabajó
en ella con tranquilidad algunos años, pero la región comenzó a convulsionarse
por la Revolución Mexicana, tanto que el día 28 de abril de 1911 esta factoría
recibió los embates de los revolucionarios maderistas que buscaban de alguna
manera vengar los agravios que los españoles cometían contra la población
trabajadora, por este ataque la factoría suspendió temporalmente sus
trabajos, para posteriormente reanudar sus labores sin tropiezos hasta 1928.
Como
recuerdo de aquellas revueltas el
chacuaco luce un cañonazo que le dieron durante un combate. Es como una gran
cicatriz que se suma a los surcos profundos dejados por los rayos que lo enfrentan
cada año. Las cuarteaduras se ven desde lejos.
En el
levantamiento mariscalista de 1918 y durante la rebelión Delahuertista la
fábrica y sus alrededores fueron testigos de los enfrentamientos que se dieron,
el más sangriento fue el 19 de diciembre de 1923 a las 10 de la mañana cuando
fuerzas agraristas al mando de Pilar Hernández
atacaron esa industria de donde sustrajeron armas, parque y ropa. Además
ajusticiaron
a varios españoles, entre ellos al señor Federico Hormachea. Durante
la rebelión vidalista el guerrillero Gabino Navarrete Juárez se hizo famoso por
el asedio permanente que hacía a la tropa federal acuartelada en esas
instalaciones fabriles.
En el
salón de escarmenado, a un lado de donde estaba la despepitadora, colindando
con lo que ahora es El Centro de Salud, está sepultado el coronel Jesús Merino
Bejarano de la tropa federal que vino a combatir al general Amadeo Vidales.
Merino perdió la vida el 5 de febrero de 1927 en un combate en Atoyac y fue
sepultado en El Ticuí. Dicen que este oficial se convirtió en el fantasma de la
fábrica. Algunos obreros que trabajaron en el turno de la noche aseguraban
haberlo visto pasar. Su espectro beige
recorría los telares, el batiente y todas las áreas de trabajo.
Por la mañana la gente se despertaba al triple sonido
de la caldera a las cuatro y media de la mañana, faltando cuarto para las cinco
se oían dos silbatazos y a las cinco uno. Cuando no había calor en la caldera,
se tocaba en el corredor una gran campana, cuyo sonido se escuchaba hasta
Zintapala. El cronista Rubén Ríos Radilla recuerda “el tañer de la enorme
campana colocada en el corredor exterior y el pitido tradicional que hacía
volver a los obreros a su trabajo”. Esa campana junto con el cañoncito que
tenían para disparar salvas en los días festivos, fueron vendidos en San
Jerónimo por el último Consejo de Administración que encabezó don Cruz Valle.
Los españoles viajaban de Acapulco por medio de
embarcaciones que cruzaban la laguna de Coyuca y la de Mitla hasta Los Arenales
y de ahí en carretas hasta El Ticuí. Ese era el viaje de los ejecutivos de la
fábrica.
El 27 de
diciembre de 1933, se suspendieron las labores por un conflicto obrero-patronal,
pues los obreros pedían formar un sindicato que se integró más tarde con el
nombre de “Felipe Carrillo Puerto”. Los españoles pararon las actividades por
no estar de acuerdo con la creación de ese organismo gremial. Los protagonistas
de este movimiento sindical fueron Enedino Ríos Radilla, David Flores Reynada y
Lorenzo Fierro González. Pero en ese momento no únicamente la organización de
los trabajadores venía a cambiar el rumbo de la fábrica, también fue en ese año
cuando la mayoría de los campesinos costeños dejaron de sembrar algodón y
comenzaron a cultivar ajonjolí, se generalizaron las plantaciones de palmeras y
otros ya callejoneaban la sierra sembrando café.
Al
siguiente año, en 1934, llegó de gira buscando la Presidencia de la República
el general Lázaro Cárdenas y Enedino Ríos Radilla lo invitó a la fábrica
donde se reunió con el sindicato de trabajadores. “El general Lázaro Cárdenas
llegó caminando desde Atoyac”, recuerda el obrero José Solís. Los obreros le expusieron
el problema de la falta de recursos para el funcionamiento de la factoría. Cárdenas
les sugirió que se constituyeran en una sociedad cooperativa para que el Banco
Obrero les proporcionara un préstamo para iniciar la explotación de la
industria para el beneficio de los socios.
David
Flores Reynada y Enedino Ríos Radilla fueron los dos líderes que se preocuparon
porque esta industria continuara funcionando para bien de los trabajadores y
del pueblo. Llegando “El Tata” a la presidencia y con la
ayuda del Diputado Federal Feliciano Radilla Ruíz los
bancos de Fomento Cooperativo y Fomento Industrial dieron crédito a la nueva
cooperativa que se constituyó el 18 de abril de 1938.
Por tal motivo la fábrica de hilados y tejidos “Progreso del Sur” volvió a
funcionar el 20 de noviembre de 1938, fecha en que el Presidente de la
República Lázaro Cárdenas del Río la entregó al pueblo, ahora con la razón
social “Sociedad Cooperativa de Participación Estatal David Flores Reynada”, quedó
como gerente Enedino Ríos Radilla y como presidente del Consejo de
Administración, Lorenzo Fierro González.
El préstamo bancario de medio millón de pesos lo
utilizaron para desazolvar el canal y la reparación de la maquinaria que estaba
deteriorada por falta de mantenimiento. A la cooperativa se le llamó David Flores Reynada, en honor
al líder socialista y promotor sindical asesinado el 9 de abril de 1934 por los
reaccionarios del gobierno y del municipio en el campo de aviación hoy conocido
como “La pista”, en las inmediaciones del panteón.
En ese
tiempo se vino la Segunda Guerra Mundial y la demanda de manta para limpiar los
cañones de la armas aumentó, por eso se pudo exportar las telas fabricadas en
El Ticuí hasta Europa. Se vino la mejor época que tuvo esa factoría y la
prosperidad que se añora. Enedino Ríos Radilla como gerente de la cooperativa
era muy dinámico y con las ganancias embanquetó el jardín principal y dio
energía eléctrica a El Ticuí y a la ciudad de Atoyac. Impulsó la escuela
primaria Valentín Gómez Farías, trajo la Misión Cultural, donde se daban clases
de artes y oficios, ahí aprendieron solfeo muchos músicos que con los años
destacarían. Se instaló una Escuela de Capacitación Agrícola y la primaria
nocturna para los que no sabían leer ni escribir.
Con la
participación de los obreros se organizaban desfiles en los días de
festejos nacionales, como el 24 de
febrero, el primero de mayo, 5 de mayo, 16 de septiembre y el 20 de noviembre,
eventos en los que se repartía miles de refrescos. En el segundo piso de las
oficinas industriales se hacían suntuosos bailes donde las ticuiseñas y
jovencitas venidas de otros lugares lucían su belleza.
La
turbina y un gran transformador instalados al interior de la fábrica
abastecieron durante mucho tiempo de luz eléctrica a la cabecera municipal.
Eran los tiempos en que los ticuiseños veían de manera despectiva a los de
Atoyac, los llamaban “indios” porque ellos se sentían descendientes de
españoles. Desde que tomó posesión la cooperativa de la fábrica se instituyeron
tres turnos de ocho horas cada uno: de cinco de la mañana a una de la tarde, de
dos de la tarde a 10 de la noche y de 10 de la noche a cinco de la mañana.
Había obreros que trabajaban doble turno de cinco de la mañana a las 10 de la
noche para ganar más. El ruido de la fábrica era muy fuerte, el silbato tocaba
tres veces, al último silbatazo deberían de estar entrando a trabajar.
Un
obrero tejedor en 1940 ganaba por ocho horas de trabajo 14 pesos semanales.
Durante los días de paga se instalaba un gran tianguis al
frente de la fábrica, donde se compraba todo lo necesario.
Rosa
Santiago Galindo (“La tía Rosita”) trabajó en los telares, a fines de los años
30, dice que sacaban telas de 70 centímetros y de un metro. Recuerda que había
máquinas grandes escarmenadoras: “había máquinas moloteras que hacían
bolas el algodón. Luego máquinas donde salían recortes de algodón de unos 25
centímetros. En el telar tenía uno que estar alerta porque con un hilo que se
reventara se hacía la reventazón, teníamos que añadir el hijo con un nudo muy
fino para que no se notara en la manta”.
La tía Rosita a sus noventa años rememora: “a las
cuatro y media sonaba el primer pitido muy fuerte y el Chacuaco era un volcán
de humo, echaba bolas de humo”. Aunque hay quienes aseguran que esa chimenea
era solamente un emblema o un mirador, en la etiqueta para embarques de telas
que usaban los Alzuyeta, Fernández, Quirós y Cía. se ve el dibujo de la
factoría y el chacuaco echando humo. Don José Solís dice que el chacuaco echó
humo mientras existió la máquina para estampar las telas: “los vapores eran muy
dañinos para la población por eso salían hasta arriba”.
La tía Rosita, quien laboró ahí en 1937 cuando
tenía 14 años, se levantaba a toda prisa para poder llegar puntual a El Ticuí:
“Se escuchaba el primer pitido a las 4:30 de la mañana, otro a las 4: 45 y uno
más a las 5:05. Volvían a escucharse a las 13:30, 13:45 y 2 de la tarde cuando
la gente estaba entrando y saliendo por el enorme portón. La gente no cabía
saliendo y entrando a las dos de la tarde. Por la noche no se escuchaba el
pitido, el turno de las dos de la tarde salía a las 2 de la mañana y luego
volvían a entrar a las cinco”.
A las cinco
de la mañana estaba llegando la gente a trabajar. Chalío era el
panguero, les cobraba dos centavos o tres centavos por pasada, siempre le
pagaban de regreso. En ese tiempo don Pilar era el calderero, tenía los dos
pies de palo porque se había accidentado, él era el encargado de dar las horas
y nunca se le pasaban. La mayoría de los trabajadores de ese tiempo eran de El
Ticuí o se quedaban a dormir ahí. Eso hicieron en un tiempo la tía Rosita y sus
hermanos: Cliserio y María del Refugio, quienes rentaron una casita a la
familia Fierro. La tía Rosita recuerda que había personas que vigilaban la
labor y les pagaban por metraje. En los telares no había un sueldo fijo.
Su mamá Bernabé Santiago García les llevaba de
comer. El almuerzo era a las nueve de la mañana. Al salir la tía Rosita y sus
dos hermanos se iban caminando rumbo al río y comían donde encontraban a su
mamá, a veces en el playón debajo de los ahuejotes y guamúchiles. El Camino
Real se llenaba de gente que iba y venía de El Ticuí, los jovencitos y
jovencitas llevaban de comer a sus padres. En todas las sombras de los árboles
había obreros comiendo. Se pasaban 15 minutos corriendo y 15 minutos comiendo,
porque les daban media hora para tomar sus alimentos recuerda la tía Rosita.
III
Cuando había creciente del río, las aguas del canal
subían y en la reja que estaba a la entrada de la turbina quedaban atrapados
muchos camarones y distintas especies de peces. Los obreros del turno de la
noche llenaban hasta tres cubetas de langostinos, aloncillos, charritos,
gueveninas, truchas, cuatetes y hasta robalos. Ahora de esa
turbina que sirve de nido a miles de murciélagos sólo quedan atrapados en el
fondo de un foso los fierros viejos que los saqueadores no pudieron llevarse a
pesar de que usaron poleas.
Los
viejos recuerdan los mejores años de la fábrica, cuando se instaló un
consultorio médico gratuito; el primero en su género de la región. Había un
médico pasante que daba atención a obreros y a gente de El Ticuí. La fábrica
otorgó becas para que los jóvenes estudiaran para ingenieros y técnicos
textiles en las ciudades de México y Puebla. Con esas becas estudiaron: Antonio
Galeana Pano, Adolfo Carreto Bello, Efrén y Refugio Ríos, quienes egresaron de la Escuela Superior de
Ingeniería Textil del Instituto Politécnico Nacional. Antonio Galeana
(“Toñito”) se especializó en diseño textil y trabajó en importantes empresas
como gerente de diseño de telas para tapicería. De los demás hablaremos más
adelante.
El Ticuí
presume haber tenido la primera escuela federal de la región, la primaria
“Valentín Gómez Farías” en donde estudiaron muchos personajes destacados del
municipio y recuerda aquella cruzada de alfabetización que sacó de la oscuridad
a muchos obreros y campesinos. Pero de pronto esos tiempos de prosperidad se
vinieron abajo cuando el gerente Enedino Ríos Radilla murió en un trágico
accidente aéreo el 15 de diciembre de 1951, junto al industrial Elías Hanan y
el profesor Rómulo Alvarado.
La ruinas de la fábrica en el 2013. Foto Víctor Cardona Galindo |
Con la muerte del líder la empresa fue puesta en
manos de su hijo Efrén Ríos quien la administró de 1952 a 1956, pero por falta
de experiencia la dejó caer. Las actividades tuvieron que suspenderse porque no
se contaba con contratos para la producción y acabó por traspasarla al español
Antonio Esparza en 1956. Dicho empresario consiguió algodón y contratos para la
producción en los años de 1956 a 1958. Ya para entonces los obreros se
dividieron en dos grupos: los esparcistas y los que estaban en contra, por eso
muchos dicen que este español explotó a los obreros de manera injusta y violó
sus derechos como trabajadores, realizó los contratos sin tomar en cuenta a los
agremiados por medio de sobornos a los integrantes del Consejo Consultivo y
otros dicen que era un visionario que estaba remodelando la fábrica y comenzaba
a diversificar las actividades de la industria entrando a la comercialización
de copra y café que era la moda en ese momento.
Por cierto, el 22 de enero de 1956 a las cinco y
media de la tarde hubo un incendio en las instalaciones textiles, las alarmas
sonaron y con el apoyo de la población
lograron sofocar el siniestro.
En 1958, los obreros se organizaron y lograron
independizarse del español. Continuaron trabajando bajo la dirección del
gerente José Valdés. Nulificaron el contrato que existía ante la Secretaría de
Industria y Comercio; hicieron un nuevo contrato con la compañía “Costal-Mex”
SA, el 6 de mayo de 1960 con lo que recuperaron sus derechos como obreros y la
comunidad siguió siendo una de las más importantes de la región. El Ticuí era
considerado un lugar próspero, era notable la llegada de muchas personas otras
latitudes en busca de trabajo, destacaban los poblanos, muchos de ellos se
quedaron a vivir definitivamente en El Ticuí.
Armando Fierro Gallardo entrevistó a don Cruz
Valle, quien fue obrero y el último presidente de la cooperativa, él le explicó
cómo funcionaba la fábrica:
El algodón era llevado a una máquina despepitadora donde se
separaba la semilla; después pasaba a otra llamada batiente que a
través de un ventilador lo despicaba, se batía todo de manera que iba saliendo
y se enrollaba en un rodillo. Posteriormente pasaba a las cardas, una
máquina que afinaba el algodón hasta convertirlo en hilo grueso que luego era
llevado a los
manuales, un aparato de rodillos donde el hilo grueso era
adelgazado, después era dirigido a los veloces gruesos cuya
función era afinar más el hilo, de aquí entraba a otra máquina que se llamaba veloces finos, también
integrada por rodillos en los cuales se enrollaba el hilo y continuaba su
procesamiento de adelgazamiento que lo conducía a los trociles donde el
hilo terminaba su proceso y estaba listo para dar paso a la fabricación de la
tela.
Al salir de los trociles el hilo se
enrollaba en unos objetos de madera llamados canillas, después
pasaba al carretero donde era
enrollada en un cono para después ser trasladado a otra maquinaria de nombre hurdidor, aquí
pasaban los conos y se enrollaban en un solo carrete, para ser trasladados al engomador que tenía
forma de un cajón de metal donde se ponía a hervir el almidón, por el cual
pasaba el hilo para empaparse del líquido que le daba consistencia; al ir
pasando por la secadora, que era
como un tanque de cobre que contenía vapor, el hilo se secaba instantáneamente,
para posteriormente irse enrollando en unos carretes. De aquí al repaso, con
mallas agujeradas que servían para dividir el hilo y distribuirlo en los telares, encargados
de tejer para producir la manta.
Al ir saliendo la tela se enrollaba en otros
rodillos para ser cortados en rollos de 100 metros. Después era llevada a una prensa hidráulica que
formaba pacas de 500 metros y así se trasladaba al almacén para posteriormente
salir en camiones a la ciudad de México y a Puebla, donde se pintaba de
diferentes colores y finalmente se distribuía para su comercialización.
Durante 1961 y 1962 el presidente de la Cooperativa
fue Antonio Galeana Hernández y el gerente, José Valdés. Había 277 obreros de
los cuales 196 eran cooperativistas y el resto asalariados. Tenía la producción
de 45 mil metros de tela harinera que se maquilaba para la firma Costalmex, SA.
El contrato logrado con muchos esfuerzos permitió a la Sociedad Cooperativa
mover semanalmente 80 mil pesos para el pago de sueldos.
El 23 de febrero de 1963 Pedro Bello fue electo
presidente del Consejo de Administración de la cooperativa “David Flores
Reynada”, contendió contra Celestino Juárez que se inconformó generándose un
conflicto interno que paralizó las labores de ese centro de producción tanto
que el Presidente Municipal Luis Ríos Tavera tuvo que intervenir para unificar
a los trabajadores, sin embargo poco pudo hacerse.
Luego pasó a ser presidente de la cooperativa Juan
Pino y para 1964, Celestino Juárez. A partir de ese año la fábrica comenzó a
decaer, ya se tenían pocos obreros.
El 28 de octubre de 1963, la Fábrica de Hilados y
Tejidos “Progreso del Sur Ticuí” dejó de trabajar temporalmente debido a un
fuerte adeudo fiscal de más de 90 mil pesos, que tuvo con la Oficina Federal de
Hacienda. Ahí es donde entró en acción el ingeniero Adolfo Bello Carreto, quien
en compañía del industrial José Elías Hanan (hijo) se hicieron cargo de la
fábrica e intentaron una restructuración de la maquinaria y, el 11 de marzo de
1966 nuevamente la factoría abrió sus puertas, empezando así otra etapa con el
funcionamiento de nueva tecnología.
Fue el 2 de junio de 1965 cuando la fábrica de El
Ticuí dejó de abastecer de energía eléctrica a la cabecera municipal para dar
paso a la red que tendió por primera vez la Comisión Federal de Electricidad.
De 1965 a 1966, la presidencia de la cooperativa
estuvo a cargo de Cruz Valle. Fue en el año de 1966, cuando los trabajos de la
fábrica quedaron suspendidos definitivamente y la destrucción inició los estragos de la obra industrial más grande que
haya tenido la región. La sociedad cooperativa denominada “David Flores Reynada
S. C. L” se encuentra registrada en la Secretaría de Industria y Comercio con
el número 2468.
En los años
posteriores, el asoleadero de la fábrica fue
utilizado para secar coco y café, luego en
los setentas se hacían grandes bailes populares; ahí debutaron “Los
Tigros” que más tarde se darían a conocer como “Los Brillantes de la Costa
Grande”.
Muchos obreros viven y recuerdan el proceso de
destrucción. Dice don Celestino Fierro Olea que: “La quiebra
fue porque principalmente la materia prima se puso cara, traían el algodón
desde Monterey, porque el de la Costa Chica no abastecía. Se estaban robando el
fierro y lo vendían a los acaparadores de café. En Atoyac muchas poleas de la
fábrica se utilizaron para hacer piladoras. Hasta las ventanas se estaban
robando, por eso se decidió vender la maquinaria como fierro viejo para ayuda de
los obreros, de la venta donaron 100 mil pesos a la secundaria que lleva el
nombre de ‘Enedino Ríos Radilla’ ubicada en esta localidad. A cada socio le dieron 500 pesos. Ese fue el finiquito. Y Todavía
muchos vendedores de Fierro viejo van a ver que encuentran”.
José
García Salinas dice que “la quiebra de la fábrica se debió en parte a los daños
que produjo el huracán Tara que hundió toda la presa del río y el agua ya no
entró con fuerza al canal. No había agua suficiente para mover la turbina y la
fábrica no trabajaba al 100 por ciento. Otra es que se fueron acabando las
refacciones y se fueron desmantelando unos aparatos para reparar otros, de los
150 telares con los que contó la fábrica, en los años setentas, ya había
ochenta nada más. La maquinaria era obsoleta, un tejedor se pasaba todo el día
metiendo el hilo cuando se reventaba y el algodón lo traían de Coahuila”.
Bartolomé
Martínez Radilla atribuye el debacle de la fábrica a la división de los
obreros, a la corrupción de los líderes, a los malos administradores y el
saqueo del que fue objeto esta factoría por propios y extraños. Porque muchos
se quedaron hasta con los terrenos que eran de la factoría se apropiaron de
ellos sin ninguna resistencia y vendieron los mejores fierros sin ningún
control.
Don
José Solís dice que el último consejo de administración de fábrica comenzó
vendiendo los escritorios, las máquinas de escribir, las básculas y luego vendieron
la maquinaria como fierro viejo “se la llevaban de noche a México en tráiler, a
los socios les dieron una migaja, 100 pesos por certificado y los líderes se
repartieron con la cuchara grande”. Don José recuerda que él cambió sus dos
certificados que los acreditaban como cooperativista por dos millares de tejas.
Eso fue lo que alcanzó en el tiempo de Efrén Ríos.
Al
final tampoco se rendía cuentas de cuanto se cobraba por energía eléctrica en
la ciudad de Atoyac, había tantos líderes que no se ponían de acuerdo, aunque
se hicieron intentos de producir su propio algodón y durante algún tiempo se
sembró en las tierras que luego fueron de Gumersindo Suástegui, pero no era de
la calidad que se necesitaba para la producción de manta. El año de 1971 fue el
último año que trabajó la fábrica, paró por falta de contratos y de materia
prima. Se sumó a esto los actos de corrupción de los líderes que manipulaban el
dinero de la cooperativa a su antojo y desaparecieron de la noche a la mañana
la tienda de los obreros. Algunos líderes hasta pusieron una tienda en Acapulco
que les dejó muchas ganancias y se cimentaron algunas fortunas. Otros se fueron
a vivir a esa ciudad donde construyeron casas con los recursos que les redituó
desmantelar la fábrica.
Se
llevaron toda la maquinaria en camiones rumbo al puerto de Acapulco donde se
pesaba, pero nunca quedó claro ni se informó con detalle del peso y el costo
real de los fierros que fueron vendidos como desecho.
Ante
este panorama se concluye que fueron los opositores a Esparza los que trajeron
a Hanan, les hicieron creer a los
obreros que iban a modernizar la fábrica y comenzaron con demoler la maquinaria
más antigua, se llevaron los mejores fierros y todo el acero, en su lugar trajeron
maquinaria moderna pero muy endeble. Cuando Celestino Juárez fue presidente de
la cooperativa, todos apoyaron la venta de fierro, pero los más beneficiados
fueron los líderes.
Cuando yo era niño mi padre cantaba un corrido del
cual únicamente me acuerdo de un verso: “El señor Concho Villalobos/ grito un
día que andaba borracho/ mueran todos los fierreros/ y vivan todos los
guachos”. Hermilo Hernández (“Hermilo El Diablo”) compuso
también un corrido donde menciona el desvalijamiento de la fábrica.
Excelente crónica Víctor. Mi madre Maria Joel Pinzón trabajo enrollando hilo y me cuenta muchas cosas que vivió en la factoría. Soy de tú edad y ya nos tocó conocer solo las ruinas de lo que fue este gran complejo. Hagan un mercado ahi rn honor a la fábrica y su legado. El hermoso pueblo que tenemos.
ResponderEliminarel pueblo y gobierno deberian de rescatar esa historia, protejerla de la lluvia y si es posible utilizar los materiales que fueron usados en su epoca para asi darle lo mas parecido, deberia de hacer propaganda para turismo ya que hay una gran hstoria en ella, y tambien empezar a cultivar algodon, hemos desperdiciado tierra y tiempo en ser peresosos, yo soy del lineje Fierro a mucho Orgullo.
ResponderEliminarLei toda tu crónica y la narrativa me parece excelente, estoy preparando un video documental al respecto y este material me servirá de mucho, obviamente haré referencias... saludos
ResponderEliminarMe gustaría participar para que es lugar se convierta en un museo. Vale la pena rescatarlo antes de que se vaya a deteriorar más o incluso a derrumbarse.
ResponderEliminarGracias por toda la información. Soy de Asturias, en el norte de España, y descendiente directo de dos de los fundadores de la fábrica (Fernández y Quirós). En casa se hablaba de la fábrica y la época de "la revolución". Mi bisabuela precisamente nació allá y su madre, Susana Abarca, era nativa de allí.
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