sábado, 30 de enero de 2016

Los cuitlatecos


(Tercera parte)
Víctor Cardona Galindo
No solo las enfermedades y los maltratos de los españoles diezmaron a la nación cuitlateca, también contribuyeron a ello los movimientos revolucionarios. Hay que recordar que en nuestra región cada 25 años se presenta un movimiento armado. Después de la guerra de Independencia, en las primeras décadas del México independiente se vino la guerra de castas, luego los pleitos internos entre los caciques regionales y la lucha ente liberales y conservadores. En todos estos conflictos los indios fueron carne de cañón y en muchos casos sufrieron vejaciones simplemente por ser indígenas.
Fue el general liberal Eutimio Pinzón quien les mandó a cortar las trenzas. Un informante de Pedro R. Hendrichs le dijo que “recordaba que en tiempos del sitio de Cutzamala ocurrido en 1862, el general Pinzón ordenó a sus soldados cortar las trenzas a todos los indios cuitlatecos del municipio de Ajuchitlán”. El mismo general prohibió el uso de las camisas largas de colores oscuros, de algodón que hasta entonces acostumbraban ponerse los indios. Todavía en 1941 Hendrichs logró tomar una fotografía de un niño varón de unos seis años de edad con trenzas en Ajuchitlán.
Vestigio arqueológico encontrado en la parte norte
 de la ciudad de Atoyac. Esta pieza pertenece a 
una colección privada, registrada ante el Instituto 
Nacional de Antropología e Historia (INAH). 
Foto Archivo Histórico Municipal de Atoyac

Yendo más atrás, Fray Toribio Motolinia en su Historia de los indios de la Nueva España, aunque nunca los llama por su nombre, habla de los cuitlatecos. “Todos los niños cuando nacían tomaban nombre del día en que nacían, ora fuese flor, ora dos conejos… Y a el séptimo día (de haber nacido) dábanle el nombre del día en que había nacido”.
“No es de maravillar de los nombres que estos indios pusieron a sus días de aquellas bestias y aves, pues los nombres de los días de nuestros meses y semanas los tienen de los nombres de dioses y planetas, lo cual fue obra de los romanos”.
Dice Francisco Javier Clavijero en la Historia antigua de México que el territorio que ocupaban los cuitlatecos en la época prehispánica se denominaba Cuitlatecapan, designación nahua que significa “sobre los cuitlatecas” o “lugar de cuitlatecas”. “Los cuitlatecas habitaban un país que se extendía este-oeste por unas ochenta leguas desde las cercanías de Michoacán hasta el mar del Pacífico. Su capital era la grande y populosa ciudad de Mexcaltepec en la costa de la cual apenas han quedado algunas ruinas”.
Dice el cronista de Tecpan de Galeana Ramón Sierra López: “Antes de la llegada de los españoles, se caracterizaban por ser gente laboriosa y cultos hasta cierto punto”. Los cuitlatecos que poblaron la Costa Grande llegaron a explotar las salinas de Juluchuca y Potosí y tuvieron enfrentamientos con los tepoztecas de Tlacotepec.
En Atoyac los llamados naturales, entre los que se encontraban nahuas y cuitlatecas eran muy numerosos hasta la guerra de independencia, cuando un grupo importante se sumó al ejército de Morelos y lo acompañaron en asedio a Acapulco. Todavía hasta el inicio de la Revolución Mexicana Atoyac se consideraba un pueblo indígena. Así lo dicen los primeros informes sobre el movimiento revolucionario en 1911.
En la Costa Grande, específicamente en Atoyac la lengua cuitlateca fue hablada por algunas familias hasta 1911 y después de la revolución desapareció, pero sobrevivió en Tierra Caliente hasta mediados del siglo pasado donde investigadores como Pedro R. Hendrichs se preocuparon por rescatar parte de ese idioma antes que desapareciera totalmente. Cuando realizó sus primeros estudios, Hendrichs, encontró que ya únicamente unos 80 habitantes conocían del cuitlateco, aunque solamente unos seis lo hablaban de vez en cuando.
Hendrichs encontró registro que “había muchos cuitlatecos en Ajuchitlán alrededor de 1860; y hacia principios de 1900, en una cuadrilla ubicada sobre la margen izquierda del río Balsas, llamada Changata”. Luego fueron desapareciendo hasta reducirse a un pequeño número en Ajuchitlán y San Miguel Totolapan.
Don José Márquez indio cuitlateco de San Miguel Totolapan, le dijo a Hendrichs que toda su gente siempre tuvo la creencia de que sus antepasados emigraron del pueblo de Atoyac, pero perseguido durante la revolución cruzó con muchas penalidades la sierra y al llegar a Atoyac enfrentó con honda desilusión que acá nadie se acordaba de su idioma.
Los múltiples viajes que Hendrichs realizó a la tierra Caliente y la Costa Grande dieron como resultado un artículo para la revista México Antiguo que se llamó Estudio Preliminar de la Lengua Cuitlateca de San Miguel Totolapan Guerrero y los dos tomos del libro Por tierras ignotas. Viajes y observaciones en la región del río de las Balsas. Ambos publicados en la década de los cuarenta, en el último texto integró un diccionario de mil 221 palabras del cuitlateco.
En la biblioteca del Instituto Nacional de Antropología e Historia de Chilpancingo, encontramos una copia del Estudio Preeliminar de la Lengua Cuitlateca de San Miguel Totolapan Guerrero, que Hendrichs realizó en 1939 dice que… “la literatura sobre la antigua nación cuitlateca, su territorio, sus costumbres y su historia, es muy escasa. Casi queda limitada a las ‘Relaciones’ de los años 1578 y 1579 y algunos escritores del siglo XVII. Entre las ‘relaciones’ que he podido tener a la vista se destaca la número 114, intitulada: ‘Asuchitlán-Michoacán de su Magestad, en lo tocante a la descripción de las Yndias, por Diego Garces, corregidor de Asuchitlán. Asuchitlán 1579’ ”.
Hendrichs asegura que con la llegada de los españoles, el modo de vivir de los cuitlatecos tuvo que sufrir grandes trastornos y pronto sucumbieron porque ya no pudieron acostumbrarse al duro trabajo del labriego y a la disciplina pedantesca de las nuevas autoridades. Muchos se echaron a huir con toda su familia y se remontaron a los cerros, donde vivían con muchas penalidades, “andan como gitanos con sus hatillos, mujeres y con los hijos a cuestas”, dice la Relación de Ajuchitlán.
“Entre los pocos supervivientes cuitlatecos hay -dice Hendrichs- algunos de raza pura cuyo tipo físico demuestra rasgos muy característicos: son de cuerpo alto, robusto, huesudo y de cara grande y carnosa, boca ancha, labios delgados y nariz ancha en su base pero no larga y más bien achatada. Su color es más o menos, de cobre puro mate”.
El maestro Fortunato Hernández ha comentado a sus alumnos que todavía en la década de los setentas había gente en Atoyac que tenía los rasgos que Hendrichs encontró en Ajuchitlán y San Miguel Totolapan. Por lo tanto es indudable que la genética de los cuitlatecos sigue presente entre los atoyaquenses, sobre todo entre los Castro, Martínez, Fierro, Flores, Marques, Aguirre, Salgado, Navarrete que son familias criollas de la región.
Pero volviendo a Tierra Caliente las mujeres cuitlatecas, hacía poco, todavía acostumbraban llevar su quesquemetl típico que, “según descripciones que me han dado, debe haber sido muy suntuoso por sus muchos colores y su estilo peculiar. Algunas personas en San Miguel Totolapan saben todavía hilar el algodón y tejer cosas sencillas como servilletas y morrales”, dice Hendrichs.
La ropa y mantas eran tejidas por las mujeres en el antiquísimo telar de cintura. Cuando Hendrichs visitó la Tierra Caliente en 1939 encontró que esta actividad había desaparecido casi por completo. El nombre de la tela que tejían, todavía y sin dibujo era el chisú, seguramente derivada de la palabra castellana hechiza, es decir, hecha a mano y el de los dibujos dijpé, mientras que toda la tela con dibujos se llamaba iláli, ambas palabras cuitlatecas, o pátacua, palabra purhépecha que significa “telar de cintura”, aludiendo a la manera de obtener la tela.
La costumbre de los hombres de usar las túnicas largas y las trenzas prevaleció hasta más allá de mediados del siglo antepasado.
Hendrichs, llega “a la conclusión de que en ninguna época, los cuitlatecas hayan sido muy numerosos, sino que sólo hayan formado núcleos de población relativamente pequeños que en orden disperso vivían entre gente de habla diferente”.
En 1937, cuando el investigador Pedro Hendrichs hizo su primera visita al pueblo de Totolapan, había unas seis personas que recordaban con precisión lengua cuitlateca, y el autor señala a la señora Constancia Lázaro como una de las que más sabía sobre el cuitlateco. Pero en 1958 cuando la lingüista Evangelina Arana llegó a este pueblo en busca de otro informante, pues la señora Constancia había muerto, encontró a Juana Can, quien es la última informante de la lengua.
Se había considerado que la lengua cuitlateca formaba, por sí misma, la familia lingüística cuitlateca; sin embargo, estudios más recientes le encuentran parentesco con la lengua náhuatl, habiéndose por tal motivo cambiado el nombre de éste último grupo por el de nahua-cuitlateca. Confirmando esto nos dice Leonardo Manrique Castañera que:
…..es posible que hubiera anteriormente en la región otros idiomas de la misma familia, tal vez algunos de los que solamente sabemos el nombre, y que la expansión de los cuitlatecas primero y después el enfrentamiento que en sus terrenos tuvieron los mexicas y los tarascos las hayan hecho desaparecer. No tiene el cuitlateco parientes lingüísticos cercanos; parece que tiene cierta lejana afinidad con la familia yutoazteca y la familia centroamericana y sudamericana, la chibcha.
Para abundar sobre el tema de la lengua cuitlateca transcribimos íntegramente lo que dice Raúl Vélez Calvo en el libro Historia General del Estado de Guerrero… Referente a la familia cuitlateca nos dice Manrique que “solamente conocemos una lengua, el cuitlateco, de esta familia ahora extinta que se hablaba en gran extensión del actual estado de Guerrero (los municipios de San Miguel Totolapan, Ajuchitlán y Atoyac de Álvarez), sobre las márgenes del Río Balsas”.
Se supone que hacia el año 2 mil 500 antes de Cristo coexistían en territorio guerrerense dos lenguas importantes: la protocuitlateca y la prototlapaneca, antecedentes de las lenguas cuitlatecas y tlapaneca, respectivamente. La primera se hablaba al sureste de Michoacán y de ahí se introdujo al estado de Guerrero, ocupando inicialmente los municipios de Zirándaro, Coahuayutla, La Unión y José Azueta.
La lengua prototlapaneca, se cree, ocupaba un área muy grande: por el norte llegada hasta los municipios de Acapetlahuaya y Arcelia; por el sur hasta el Océano Pacífico; por el poniente hasta el municipio de Petatlán y por el oriente rebasaba los límites de los estados de Guerrero y Oaxaca en donde se estaba gestando la lengua prototlapaneca-subtiaba.
Cerca del año mil 500 antes de Cristo se supone que la lengua protocuitlateca había sido desplazada por la lengua prototarasca o protopurhépecha y ya no estaba presente en Michoacán. Toda la Costa Grande, hasta Coyuca de Benítez estaba ocupada por la lengua protocuitlateca, llegando por el norte hasta Zirándaro. Por esta época la prototlapaneca se había replegado por el poniente hasta el municipio de Acapulco y por el oriente hasta los municipios de Tlapa e Igualapa. Sus límites norte a sur permanecían prácticamente igual que en el año 2 mil 500 antes de Cristo.
Alrededor del año 600 antes de Cristo el idioma protocuitlateco cubría los municipios costeños de Petatlán a Acapulco, llegando por el norte hasta Ajuchitlán, Tlapehuala y San Miguel Totolapan. Los hablantes del prototlapaneco se repliegan notablemente por el norte bajando hasta el río Mezcala o más al sur. Hacia el año 400, de nuestra era, el idioma cuitlateco subió al norte transponiendo incluso los límites de los estados de Guerrero y México.
Ramón Sierra López en su libro Tecpan, historia de un pueblo heroico dice que la lengua cuitlateca alcanzó gran extensión territorial, pues se hablaba en casi todos los pueblos de tierra caliente; abarcaba desde Acapulco hasta Ajuchitlán; en su parte occidental comprendía los que hoy son los municipios de Cutzamala, Pungarabato, Tlapehuala, San Miguel Totolapan, Ajuchitlan del progreso, Coyuca de Catalán, Coahuayutla, La Unión, Apaxtla, Petatlán, Tecpan de Galeana, Benito Juárez y Atoyac de Álvarez, entre otros.
Sierra López, rescata algunas palabras que se hablan hasta nuestros días en la Costa Grande y Tierra Caliente que son derivadas del cuitlateco como:
Ajá: afirmación
Bembo: inútil, tonto
¡Épale!: cuidado
Memela: tortilla


lunes, 18 de enero de 2016

Los cuitlatecos

(Segunda parte)
Víctor Cardona Galindo
La primera cabecera de Atoyac fue Mexcaltepec. Según algunos autores, en los mejores tiempos de los cuitlatecas, llegó a tener 150 mil habitantes. Pero con la llegada de los españoles quedaron poquitos después de las sublevaciones indígenas que fueron continuas hasta 1540. Mexcaltepec también fue cabecera de la encomienda de Juan Rodríguez de Villafuerte y de una república de indios.
Antes de la llegada de los españoles, los conquistadores purépechas ponían, en las provincias conquistadas, señores llamados ocámbechas, había uno en cada barrio. A su vez los conquistadores aztecas nombraban sus tlacachtecuhtlis. Estos jefes locales se encargaban representar a: Caltzontzin  o en su caso al Tlatoani. Eran los encargados de contar a la gente, juntarla para la obra pública y recoger el tributo correspondiente. También se sabe que, los grandes señores de Michoacán y de México, nombraban señores a personajes cuitlatecas que se encargaban de impartir justicia entre los suyos.
Metate prehispánico encontrado en alguna 
parte de Atoyac. Foto Archivo Histórico de Atoyac. 

Alejandro Wladimir Paucic, en su mapa de “Zonas de dominio y provincias tributarias” señala una zona de operaciones azteca-tarasca que ocupaba parte de los municipios de Arcelia y San Miguel Totolapan. Era un territorio que sufría constantes cambios de dominio de acuerdo a los avances de uno u otro grupo beligerante. Esto confirma que los cuitlatecas, antes de sufrir el exterminio español, se enfrentaron entre sí sirviendo los señores indígenas que los tenían sometidos.
Como dije en la entrega anterior, Las relaciones geográficas del siglo XVI son los documentos que mayor información arrojan sobre los cuitlatecas. La relación de Tetela, fechada el 16 de noviembre de 1579, al hablar de los indios que habitaban en ese tiempo la provincia de Zacatula dice: “hablan lengua cuitlateca, no tenían rey, había principales a los que respetaban, mismos que en tiempos de guerra eran capitanes. Después de que Ahuezotín (Ahuízotl) los mandó amenazar había un capitán azteca al que obedecían”.
Que no tributaban cosa alguna a los reyes de México, más bien servían de guerreros en la guerras que tenían contra los purépechas. Adoraban a un Dios que se llamaba Nenepiltatapach Tecuhtli cuyo nombre quería decir “señor de la lengua áspera”, representado en piedra por un ídolo con figura de persona. Había viejos que eran sacerdotes y “entre ellos había uno que era más respetado porque era casto, y este no salía de estar junto al ídolo”. Siempre estaba ahí y hablaba con él. Estaba cuatro años al servicio del ídolo y no salía del templo. Al ídolo le ofrecían mantas e incienso, las ofrendas quedaban en el templo hasta que el tiempo las corrompiera.
Tenían su propio calendario, de 260 días, lo que quiere decir que tenían un conocimiento avanzado de astronomía y matemáticas. Todos los días del año tenía un nombre y a los niños le ponían en nombre del día en que nacían. A los siete días que le daban el nombre también le asignaban pareja. Ya cuando estaban grandes los llevaban frente al ídolo de su Dios y les ponían mantas y huipiles. Los parientes del varón le daban huipil a la desposada y los parientes de ella le daban al desposado una manta. Luego venia el sacerdote ataba el huipil con la manta y ya quedaban casados y se iban a sus casas.
Cuando morían, los llevaban a sus templos donde cavaban hoyos redondos, los enterraban sentados, les ponían comida y mantas, con toda la ropa que tenía. Si era principal enterraban con él a sus esclavos.
Sus leyes eran radicales. A los adúlteros les cortaban las narices, sus bienes y las hermanas pasaban a manos del ofendido. A los ladrones los hacían esclavos. Eso los diferenciaba en cuanto a castigo se refiere de los demás pueblos de Mesoamérica.
Andaban vestidos con unas mantas atadas al hombro y pañetes con los que cubrían sus partes íntimas. Algunos usaban camisas largas sin cuello, que les arrastraban. Las mujeres vestían huipiles y naguas. Cuando iban a la guerra al servicio de los aztecas, iban en escuadrón y ponían una línea cuando iban arremeter contra el enemigo. Llevaban arcos, macanas y rodelas.
En el tiempo que se redactó la relación de Tetela, había en la región árboles de guamúchiles, mameyes, plátanos, zapotes, aguacates, naranjas y piñas silvestres. Los granos y semillas que cultivaban eran: maíz, chía, frijoles, pepitas, chile y quelites. También sembraban cacao, melón y calabaza. Los animales que habitaban las selvas de los cuitlatecas eran: tigres, gatos cervales, leoncillos, venados y conejos. En sus casas tenían perros y gallinas. En cuanto al comercio, eran recolectores de algodón, hacían mantas, criaban gallinas e iban a los trueques de cacao a la costa.
Por otro lado la relación de Zacatula es un documento redactado por el alcalde Juan Ruíz de Mendoza y los regidores: Baltazar de Trujillo, Andrés Gómez y Melchor Vargas de La Villa de la Concepción en el año de 1580. Y el 25 de febrero de 1581 el alcalde mayor Hernándo de Vascones envió al Virrey Suárez de Mendoza la relación de la provincia de Zacatula en la que dice que “casi todos los pueblos muchas veces mudados de una partes a otras…” solo había en lo que es el municipio de Atoyac: Chiantepeque, Cacalutla, Mexcaltepeque, Cacahuatlán, Atoyaque, Santiago, Cacahuapisca y Cintapala.
En esa relación se dice que la provincia fue descubierta por el capitán Juan Rodríguez de Villafuerte en 1523. Y que Chiantepeque está a cuatro leguas: “son pueblos de la sierra”. El pueblo de Cacalutla está en llano a dos leguas del mar; tiene por sujeto a Quauxilutla que está a tres leguas, en sierra. El pueblo de Mexcaltepeque está en sierra: tiene por sujetos a Cacahuatlán, que está a dos leguas y Atoyaque, a otras dos; Santiago, a otras dos; Cacahuapisca, a una legua; Cacalotepeque, que está a tres leguas en sierra. Hay que recordar que una legua en los reinos españoles equivalía a 5 mil 572 metros.
Zapotitlán que sería el antepasado de Caña de Agua era sujeto de Tecpan y estaba a tres leguas de ese lugar. Cintapala también era sujeto de Tecpan y estaba a dos leguas de su cabecera.
Se hablaba lenguas: cuitlateca y tepuzteca. Los cuitlatecos se asentaban de Cayaco a Juluchuca, vivían de la siembra de maíz, frijol y calabaza. La relación describe los árboles frutales de aquella época: “son ciruelos, a que los naturales llaman xocotes, y otros que llaman quazapotes, que son a los que llamamos mameyes. Hay otros que se llaman ilamazapotes, que quiere decir ‘zapotes de viejas’, del tamaño de unos melones chicos; es buena fruta. Hay plátanos, y anonas y guayabas. No se dan en ésta provincia ni un árbol de España, si no son naranjos, que se dan bien a causa de ser la tierra muy cálida”.
La gente se sustentaba de maíz, frijol y chile; en algunas partes había melones y pepinos. Y “los naturales comen muchos géneros de yerbas, a que comúnmente llaman quilites (…) Hay árboles de copal, que es una goma como incienso; y hay otra goma a que llaman suchicopal, que es muy olorosa; sirve para sahumerios, como el incienso, y es medicinal para todo dolor de cabeza. Hay otra goma a que llaman tecomahaca, que es medicinal para toda frialdad, puesta como bilma”.
Cuenta de jade encontrada en una parcela en la 
comunidad de La Florida. Foto Víctor Cardona Galindo.

Las viviendas eran de bajareque. “Son todas, casas bajas, armadas sobre unos horcones de madera, con una varas atravesadas y embarradas que hacen pared, y son cubiertas, todas, de paja. La tierra no sufre otras casas, a causa de los grandes temblores de tierra”. Los españoles que había en la provincia cultivaban cacao. También muchos naturales tenían huerta de cacao en Tecpan y Mexcaltepeque.
De la relación de Zacatula, rescatamos que el pueblo de Cayaco, “que es el corregimiento, está asentado en llano, a una legua del mar, dependen de él Tepetlapan que está a dos leguas y chiantepeque (Hoy Cerro Prieto del municipio de Atoyac) está a cuatro leguas; son pueblos de la sierra”. También dependía de este corregimiento Panutla que está a 15 leguas en llano.
El pueblo de Cacalutla, está en llano a dos leguas del mar; dependen de él Quauxilutla que está a tres leguas en la sierra. El pueblo de Mexcaltepeque está en la sierra, dependen de él Cacahutlán, que está a dos leguas de Atoyaque a otras dos Santiago, a otras dos leguas Cacahuapisca, a una legua Cacalotepeque, que está a tres leguas en la sierra.
Señala que en los pueblos de Cayaco a Soluchuca, territorio cuitlateca, “el hábito que traían eran unas mantillas de algodón; peleaban con arco, flecha y macana”. Además agrega “no llega el indio de esta provincia a edad de 50 años, porque aunque sea muy mozo y recio, dándole cualquier enfermedad, luego desmaya y muere”.
Dice que en esta provincia hay árboles de copal, que es una goma para incienso; y hay otra goma que se llama suchicopal, que es muy olorosa; sirve para sahumerios, como incienso y es medicinal para todo dolor de cabeza. Hay otra goma a que llaman Teco-mahuana, que es medicinal para toda frialdad, puesta como bilma y Nenepilcual que quiere decir “lengua de culebra” porque tiene la hoja arpada, es contra toda ponzoña. El iztacpatle, que quiere decir “medicina blanca”; es buena purga. “Hay en esta provincia muchos tigres, leones, coyotes, gatos cervales, puercos monteces que tienen el ombligos en el espinazo, de muy mal olor y bravos”. De esta relación se desprende el dato que en Mexcaltepec había muchas huertas de cacao.
La relación de Ajuchitlán fechada el 10 de octubre 1579 y firmada por el corregidor, Diego Garces, dice que en este lugar se hablaba legua tarasca y cuitlateca. Señala que los indios “andan como gitanos con sus hatillos, mujeres y con los hijos a cuestas. Son de malas inclinaciones, amigos de novedades, maliciosos y mentirosos, torpes, tardos para el bien, muy hábiles y solícitos para el mal”.
Para desherbar sus milpas o caminos y al barrer su casa, siempre están en cuclillas, lo mismo en la iglesia. “Este nombre, Ajuchitlán, es en la lengua mexicana, y en la materna, que es la cuitlateca, se llama Tlitichuc Umo”, que lo uno y lo otro quiere decir en lengua castellana “Agua Florida”. Se llama así porque antiguamente, dicen solían andar, hombres y mujeres, principales, muy galanos, con muchas flores y rosas de colores tejidos por las vestiduras, y con ramos y guirnaldas de flores en la cabeza y en las manos.
Los cuitlatecos de la Costa Grande se surtían de sal de las lagunas que se formaban con agua de mar. En el volumen 88 del archivo Paucic que está en custodia del gobierno del estado de Guerrero encontramos los siguientes datos: Los cuitlatecos explotaban las minas de cobre de Cacalotepec y Ahuacatitlán. Hablaban la lengua cuitlateca y mientras unos usaban mantas atadas al hombro y taparrabos, otros vestían camisas largas que le llegaban hasta el tobillo. Las mujeres vestían enaguas y huipiles.
Dice don Luis Hernández Lluch el gobierno lo representaba un Consejo integrado por personas distinguidas llamados principales. En la guerra utilizaban el arco, la flecha, macanas y escudos. Tuvieron varios enfrentamientos con algunas tribus vecinas. Los principales traían ropas largas hasta los pies tejidas de algodón, de muchos colores y unas capas que les llegaban hasta las rodillas, con su cabello largo trenzado. La gente común: los hombres, andaban desnudos y algunos con mantillas que les servían de capas. Las mujeres, todas, traían naguas y huipiles de colores, con cabello largo tendido sobre los hombros.
Otras fuentes dicen que andaban vestidos con mantas atadas al hombro y unos pañales para cubrir las partes nobles. Otros traían camisas largas, sin cuello que les arrastraban. Las mujeres con sus huipiles y enaguas. La ropa y mantas eran tejidas por las mujeres en el telar de cintura.
Sus viviendas eran de bajareque, con techos de paja. Los cuitlatecas sometidos por los purépechas eran regidos por un gobernador y los que estaban en el dominio azteca por un capitán, quienes se encargaban de cobrar tributo, había además principales que contaban con el visto bueno de los conquistadores.
Llevaban trenzas. De acuerdo al Archivo Paucic en 1860 por órdenes del general Luis Pinzón se mandó que se cortaran las trenzas y quitarse el camisón largo de colores oscuros que usaban los hombres.



Los cibercafés


Víctor Cardona Galindo
En materia de comunicaciones los atoyaquenses hemos avanzado lento, en 1991 se inauguró con la presencia del gobernador José Francisco Ruiz Massieu la estación de radio XHAYA Estéreo Sol en el 100.9 FM. En 1996 llegó cablevisión a este lugar. Para el 2001 inició la telefonía celular y la fibra óptica de internet. Antes si querías conectarte al ciberespacio tenías que hacer una llamada de larga distancia.
Cuando comencé a reportear allá por 1991, sólo había fax en la terminal de la Flecha Roja y en las oficinas de la Cámara Nacional de Comercio (Canaco) donde el doctor Miguel Ángel Ponce Jacinto era presidente y Rafael Arzeta Cervantes era el administrador quien, a veces de mal humor, nos hacía el favor de mandar las notas por fax a nuestros periódicos, siempre que llamáramos por cobrar.
En la terminal de autobuses Flecha Roja, Gildo nos enviaba a 10 pesos la hoja. Por eso había que ser escueto en nuestras notas. Luego Nereo Galindo corresponsal del Novedades y Leonel Aguilera de El Sol de Acapulco tenían una oficina que también les servía de habitación en la calle SARH donde contaban con un fax y a veces lo prestaban, a los demás corresponsales, siempre que llamáramos por cobrar.
Recuerdo que Leonel pernoctaba pegado a la ventana con una pistola 38 especial como almohada, mientras que Nereo dormía en la cama. Los dos escribían en la tarde. Leonel siempre estaba haciendo bromas. Era un gran amigo.
El fax fue el pretexto para que Graciela Radilla como corresponsal del Diario 17 llegara a la Canaco y de ahí naciera el romance que la llevó a casarse con Rafael Arzeta. Luego vivieron en la calle Agustín Ramírez donde en un momento estuvieron las oficinas de la primera delegación del Sindicato Nacional Redactores de la Prensa (SNRP) que encabezó Nereo Galindo.
Ya para 1994 había fax en las casetas telefónicas Fantasy y en la farmacia Central con mi madrina Charlotte. Nos cobraban tres pesos por hoja siempre que llamáramos por cobrar o lo que tardara la llamada al pasar la hoja por el aparato del fax. Todos escribíamos a máquina y luego íbamos corriendo a mandar nuestros textos por fax. Luego ya casados Graciela y Rafael nos siguieron prestado el fax que instalaron en su casa cuando ellos publicaban la revista La Costa.
Luego vino el Internet y el primer Cibercafé lo instalaron en la calle Álvaro Obregón en la casa de Leticia Arevalo, cobraban 30 pesos la hora, teníamos que redactar a mano primero para después ir a capturar y mandar nuestras las notas. A Marcos Villegas, El Campanita, lo envicie en eso del internet enseñándole unos videos pornográficos que llegaron a mi dirección de correo electrónico. Después, cuando tenía dudas en el manejo de la máquina le preguntaba a Marcos que llegó saber más que yo. Luego el maestro Abonce abrió el cibercafé Payolita que fue muy famoso a principios del 2000, aquí ya costaba 10 pesos la hora.
El problema que nos encontramos cuando comenzamos a mandar nuestras notas por internet fueron los famosos virus. A Rafael Arzeta le llegó vía internet la foto de un pene de medio metro que era un virus muy infeccioso. El travieso de Rafa domesticó el virus y lo guardó en un disquete y luego como no queriendo infectaba, con tamaño pizarrín, las máquinas donde trabajaba. Y siempre que abríamos un archivo infectado aparecía. Lo llamábamos en virus de Rafa. Un día, alguien me mandó un virus que era también un órgano reproductor masculino que caminaba con sus testículos tras el  puntero del mouse, queriéndoselo comer. Era una lata cada vez que aparecía porque se movía sin control por toda la pantalla, hasta que un día encontré la manera de eliminarlo y le dije adiós.
Todo eso para nosotros era novedad, íbamos aprendiendo en la marcha. Muchas dudas desparecieron hasta que Pablo Alonso Sánchez como líder del SNRP nos trajo una maestra cubana que daba clases en la escuela de comunicación de la Universidad Autónoma de Guerrero que nos enseñó a manejar los programas y hacer de la computadora una herramienta poderosa para nuestro trabajo.
En el cibercafé de la calle Álvaro Obregón, un día, policías de la Agencia Federal de Investigaciones (AFI) estuvieron dictando datos de su parte de novedades para mandarlos por correo electrónico y nosotros los corresponsales de los medios de comunicación estábamos escuchando todo. Creo que no se imaginaron que en Atoyac los periodistas escribían en un cibercafé. Luego en Payolita unos agentes federales estuvieron bajando la información de una página de internet del Ejército Popular Revolucionario (EPR). Los reporteros locales nos esteramos de todo, después tendríamos problemas con el comandante. Nos quiso involucrar con el narco y con la guerrilla, principalmente a Pablo Alonso y a mí. Nereo Galindo buscó la asesoría del abogado Luis Pablo Solís Verdín y nos defendió con mucha valentía.




domingo, 17 de enero de 2016

Los cuitlatecos

(Primera parte)
Víctor Cardona Galindo
Hace más de mil 500 años ya había gente en lo que ahora es Atoyac. Se encontraron registros de una etnia desaparecida llamada “cuitlateca” o “cuitlatecos”. Una cultura que, si bien no escapaba a las influencias del resto de Mesoamérica, tenía su propio calendario, una lengua diferente y su propio Dios.
Wilfrido Fierro Armenta escribió en la Monografía de Atoyac en 1972,  que aún no se sabía con exactitud el origen de los primeros pobladores de Atoyac, “se cree que los primeros fueron cuitlatecos, ya que esta tribu en sus luchas había dominado a los Matlazingas, a los Xope o Xopu y a los Coicas, instalando su centro político en Matzaltepetl (hoy Mexcaltepec), lugar donde hasta la fecha existen vestigios de construcciones que habitaron. Después… extendieron sus dominios a Atoyac y Tecpan”.
Vestigios arqueológicos que son utilizados como
 bebederos de agua para gallinas. 
Foto: Víctor Cardona Galindo. 

Algunas fuentes dicen que el pueblo cuitlateco, fue un grupo prehispánico que, se asentó en el territorio que comprende lo que ahora es Cayaco municipio de Coyuca de Benítez a Juluchuca, comunidad de Petatlán y desde el océano Pacífico hasta el río Balsas. Aunque está comprobado que habitaron toda la Costa Grande. Hablaban su propio idioma, el cuitlateco, mismo que, según el diario de Patricio Pino y Solís hasta 1911 todavía había en Atoyac familias que se comunicaban con esa lengua, mientras que en la Tierra Caliente se dejó de hablar hasta 1940, año en que murieron los últimos ancianos cuitlatecos.
Los cuitlatecos tuvieron como vecinos a los tepuztecos, pantecas, chumbias y tolimecas. Dice Moises Ochoa Campos que los tepuztecos poblaron el vecino municipio de Tlacotepec, que abarca una parte montañosa de la Sierra Madre de Sur. “Los tepuztecos ocuparon la provincia llamada Citlaltomahuacan y sus diversas tribus formaron los pueblos de Utatlán, Citlatomagua, Anecuico, Tepetistla y Xahualtepec”.
Otros datos dicen que el pueblo de “los pantecas, el de los chumbias y el de los tolimecas, convivían con los cuitlatecas de la región de Atoyac y con los tepuztecas de la parte norte de Coyuca de Benítez, en donde se asentaban Citlaltomagua y Anecuilco”.
Se habla también de la presencia de una tribu nahua que arribó a la Costa Grande por Michoacán y un grupo de ellos se estableció en Zacatula, Atoyac y Tlacotepec. A estos últimos nahuas se les llamó coixcas, que quiere decir llanura de culebras.
Cuitlateca significa “gente de excremento” o “gente de cieno”. Que aparentemente tiene el sentido figurado de “gente bastarda” o puede interpretarse como “gente de atrás”. El nombre probablemente haya sido impuesto por los mexicas, quienes acostumbraban a denominar de manera despectiva a grupos minoritarios que eran dominados por ellos. Hay quien dice que el nombre podría significar “los hombres del oro” porque en el pasado el oro era el excremento de Dios. 
Raúl Vélez Calvo, en la Historia General del Estado de Guerrero, habla de los Cuitlatecas y dice que el nombre de cuitlateca, literalmente significa “gente de excremento” o “gente de cieno” (de cuitlatl-excremento, cieno, nata de lagunas y técatl-gentilicio) y explica que Pedro Hendrichs asienta que cuitlatl “tiene un sentido figurado de “bastardo” en palabras compuestas como cuitlateconetl-hijo bastardo; cuitlamiztli-león bastardo, mientras que Víctor M. Castillo Ferreras afirma que también la palabra cuítlatl se refiere a la espalda de la persona, a la parte de atrás, por lo que puede significar gente de atrás.
La enciclopedia de México define a los cuitlatecos como un grupo prehispánico establecido en un vasto territorio que se extendía desde la Costa Grande hasta Cerca del Valle de Toluca. Un reducido número de ellos, asentado en San Miguel Totolapan Guerrero, conservó su lengua hasta tiempos muy recientes. En 1939 vivían todavía cinco personas que hablaban cuitlateco y gracias a las cuales Pedro R. Hendrich Pérez y Norman A. McQuown pudieron realizar estudios de esa lengua, hoy ya desaparecida.
Algunos historiadores dicen que los cuitlatecos provienen de Michoacán y llevaban como destino Oaxaca y como les gustó este lugar se quedaron. Sin embargo, muchos  estudiosos señalan a los cuitlatecos como una cultura local del preclásico, fundada 2 mil 500 años antes de Cristo, que logró su esplendor en el periodo clásico y su centro político fue Mexcaltepec, lugar que según Gutierre Tibón quiere decir “el cerro del templo de la luna”.
De acuerdo con los estudios realizados por Raúl Vélez Calvo, los cuitlatecos vinieron del sureste de Michoacán y, por el año 2 mil 500 antes de Cristo, se introdujeron a territorio guerrerense. Pero fue hasta el mil 500 antes de Cristo que los purépechas acabaron de expulsarlos de Michoacán y ocuparon el territorio que ahora es Costa Grande, después se extendieron hasta el Río Balsas y hay quien dice que llegaron hasta el Valle de Toluca.
Por su parte don Luis Hernández Lluch, en su Monografía de San Jerónimo de Juárez nos comenta que al norte de ese lugar se asentó una tribu poderosa y organizada; “fueron los cuitlatecos, que tuvieron su asiento político en Mexcaltepec y hablaban un ‘dialecto’ parecido al náhuatl”.
Cuentas de jade encontradas en un cerro 
de la comunidad de La Florida. 
Foto: Víctor Cardona Galindo.

La Monografía de Zihuatanejo, que publica la Enciclopedia de los Municipios de México señala que los cuitlatecos como la mayoría de las etnias que poblaron la costa occidental de Guerrero, no se interesaron en las obras que perduraran y se contrajeron a cultivar los campos y a producir artesanías singulares, como las mantas de algodón leonado que les dio fama en el altiplano y las veneras (conchas de mar talladas) que fue un adorno apreciado por los mexicas.
Para el historiador Moisés Ochoa Campos en su Historia del Estado de Guerrero la Costa Grande sirvió, como sitio de cruce de las migraciones primitivas, aun no se iniciaba la era cristiana, cuando ya se registraban en el sur el paso de las primeras tribus, que venían de la costa de Michoacán.
El mismo autor señala que los cuitlatecas habitaban lo que es hoy Atoyac, Tecpan,  San Miguel Totolapan y Ajuchitlán y que sobrevivieron hasta principios del siglo XX. El lugar que ocupaban se llamaba Cuitlatecapan que significa “sobre los cuitlatecas o lugar de cuitlatecas”.
Las investigaciones de los etnólogos sobre los cuitlatecas se basan principalmente en las Relaciones Geográficas del Siglo XVI redactadas en 1578 a 1579. Estas “relaciones” eran una especie de informes que autoridades de la Nueva España, enviaban a su majestad y también sirve como base el estudio que Pedro R. Hendrichs realizó en tierra caliente en 1939.
Se desprende de estas Relaciones Geográficas del Siglo XVI, que la provincia cuitlateca abarcaba la totalidad de los actuales municipios de Atoyac, Benito Juárez, Tecpan y Petatlán, así como la porción occidental del municipio de Coyuca de Benítez en la Costa Grande. En la Tierra Caliente los cuitlatecas estaban establecidos en los municipios de Ajuchitlán del Progreso, San Miguel Totolapan y en Tetela del Río, al norte del municipio de Heliodoro Castillo.
El ingeniero austriaco Alejandro Wladimir Paucic recopiló información, señala que en su migración los cuitlatecos siguieron un río inmenso hasta su desembocadura, sitio que no fue de su agrado por la abundancia de alimañas y por no haber encontrado metales. Por eso algunas de sus hordas siguieron su camino hasta donde encontraron las condiciones para establecerse.
Los que se quedaron un tiempo, para subsistir tuvieron que dedicarse a la agricultura y aprender el cultivo del algodón, pero los viejos tuvieron buen cuidado de no dejar perder las habilidades manufactureras en cuanto a los metales y las salineras. Paucic habla también que los cuitlatecos rendían culto a los caimanes.
Para el año de mil 500 antes de Cristo los purépechas o tarascos ya habían expulsado a las cuitlatecas del actual estado de Michoacán, por eso se vieron en la necesidad de ocupar toda la Costa Grande, hasta el municipio de Coyuca de Benítez, llegando por el norte hasta el municipio de Zirándaro.
Para el año 400 después de cristo, la lengua y, consecuentemente el grupo cuitlateca, alcanzó su máxima expansión que traspasó los límites de Guerrero. Hendrichs afirma, que llegaron a los límites del Valle de Toluca. Además de los municipios arriba citados, es posible que en aquellos tiempos los cuitlatecas hayan tenido pequeños asentamientos en los actuales municipios de Pungarabato y Cutzamala.
Hendrichs también opina que los cuitlatecas “no formaban una sola unidad política sino que vivían en pequeñas repúblicas independientes, diseminadas entre otros pueblos de diferentes lenguas y costumbres”.
A la llegada de los españoles, los cuitlatecas ya habían sido sometidos por guerreros de la Triple Alianza. Después de la incursión del tlatoani Ahuízotl en 1498, por esta parte de Guerrero, quedó integrada la provincia tributaria de Cihuatlán, que correspondía lo que ahora es Costa Grande, con cabecera en San Luis de la Loma y aparece en la lámina 18 de la Matrícula de Tributos. Estaba formada por los municipios de Coahuayutla, La Unión, José Azueta, Petatlán, Tecpan y parte de Atoyac.
Cihuatlán tributaba pieles, animales vivos y fauna marina para ofrendas ceremoniales o para la alimentación. Según dicha Matrícula de Tributos, el cuatro por ciento de los productos agrícolas recibidos en México-Tenochtítlan procedían de Cihuatlán y Tepecoacuilco, al igual que el 60 por ciento de la miel, el 18 por ciento del algodón, casi el siete por ciento de la ropa de mujer, el 99 por ciento del incienso llamado ecozahuitl y el 50 por ciento del copal.
Aunque de las Relaciones Geográficas del Siglo XVI, se desprende que muchos pueblos cuitlatecas no pagaban tributo al Tlatoani, más le servían de soldados en la guerra que traían con los purépechas. Es decir que nuestros pueblos originarios fueron guerreros bravos y el tributo era su valor como materia prima principal.
Por su parte los purépechas o tarascos lograron someter a los cuitlatecas de los municipios de Ajuchitlán y San Miguel Totolapan. Por lo que se denota que los cuitlatecas se enfrentaron entre sí, sirviendo tanto a los mexicas como a los purépechas. Luego entonces que gran parte de los cuitlatecos de la costa fueron triturados paulatinamente por el forcejeo de dominio entre los mexicas y los tarascos. En la guerra empleaban arcos, flechas, macanas y escudos.
El viajero Pedro R. Hendrichs hizo una descripción de cómo debieron ser los cuitlatecos: “cuerpo bajo y grueso, piernas cortas y hombros anchos, sobre los que se levantaba una cabeza grande con cara ancha y carnosa, ojos pequeños, nariz chata y una boca que algunas veces es ancha con labios un poco abultados. Su tez de color cobre mate. De jóvenes tenían constitución atlética”.
“Los cuitlatecos constituían una raza fuerte e inteligente, opulenta y de porte altanero. Su extinción se ha debido probablemente a su mala suerte de tener sus asientos en un territorio disputado durante largos años por dos grandes naciones enemigas: los aztecas y los Tarascos. Vivían exactamente en la zona que constituían el escenario para las sangrientas luchas entre dos poderosos ejércitos, y así fueron obligados a hacerse soldados mercenarios de uno u otro bando”, dice Hendrichs.
Los pueblos cuitlatecos llegaron a ser muy numerosos y tenían una capital que era Mexcaltepec. Pero las guerras, las epidemias y los maltratos de los españoles los diezmaron. Según los cálculos que hacen los historiadores la población cuitlateca pudo haber ascendido a 300 mil individuos en toda la región. 

Es Fray Juan de Torquemada quien menciona como gran centro cuitlateca a Mexcaltepec, hoy pueblo ya muy reducido, ubicado en el actual municipio de Atoyac y nos dice que a la llegada de los españoles tenía más de 150 mil vecinos, cantidad que algunos historiadores consideran exagerada. Pero para 1579 a 1581 los indígenas se encontraban muy diezmados. La población cuitlateca en la segunda mitad del siglo XVI era de unos 15 mil.

sábado, 9 de enero de 2016

Apicultura


Víctor Cardona Galindo
Debido al cambio climático que ha traído, huracanes, lluvias atípicas y sequía; la apicultura está pasando por una crisis que afectará al 80 por ciento de los apicultores de la Costa Grande. Las flores que se dieron esta temporada están deshidratadas y las abejas no llevan miel a las colmenas, a este problema se le suma el uso de pesticidas en el cultivo de mango que está matando poblaciones completas de estos insectos que nos endulzan la vida.
Las abejas siempre han estado presentes en nuestra cultura. Para el poeta Jesús Bartolo existen sonrisas de miel. Héctor Cárdenas en su canción Lindo Atoyac trovó: “Dame a probar un jarrito de café /que no he perdido la fe, de volverme a enamorar /y saborear, limón dulce, rica miel /de tus labios, de tu piel quiero la esencia libar”.
Ignacio Manuel Altamirano en ese poema hecho a nuestra tierra que se llama Los naranjos dice: “Del mamey el duro tronco/picotea el carpintero, / y en el frondoso manguero/canta su amor el turpial; /y buscan miel las abejas/en las piñas olorosas, /y pueblan mariposas/el florido cafetal”.
Apicultores revisan las colmenas para constatar
 la falta de miel en los bastidores, nadie cosechará esta
temporada y están buscando mecanismos para alimentar
 los apiarios suministrándoles azúcar.
Foto: cortesía de Dimas Arzeta García.

Cuentan nuestros abuelos que El Nacaxqueme, un gigante legendario, cubierto totalmente de pelos, con las orejas grandes, que vive en las hondonadas de la Sierra Madre del Sur, se alimenta de miel. La gente de la sierra lo conoce como El Nacaiqueme, es escurridizo y al verse descubierto se esconde en la espesura de la selva. Si la leyenda es cierta ¿Que será de El Nacaxqueme ahora que escaseó la miel?
Estas tierras, antes que a nosotros, les pertenecieron a los cuitlatecas, un pueblo prehispánico que habitó la zona. Después de varios siglos de su llegada a la Costa Grande, los cuitlatecas fueron sometidos por los aztecas quienes se llevaban de aquí plumas, pieles de animales feroces como el jaguar y miel, mucha miel.
La miel es ancestral, todas las poblaciones indígenas de Guerrero usaban miel como ungüento en heridas, labios agrietados e infecciones de la piel. También la usaban para endulzar el atole blanco hecho de masa de maíz. En el México prehispánico no se conocía la caña de azúcar y usaban la miel también para elaborar bebidas alcohólicas. Ahora esta miel se usa contra las molestias de la gripe y la garganta, padecimientos de los ojos, moretones, dolores durante el embarazo y debilidad general después del parto.
Las culturas mesoamericanas lograron cultivar diversas variedades de abejas de las conocidas como Trigona y Melipona, que son pequeñas y no tienen ponzoña. Tuvo particular importancia la especie Melipona beecheii. Para su cultivo los indígenas buscaban un árbol hueco, en el cual cortaban un tramo recto de unos 60 centímetros de largo. A la mitad del pedazo de tronco le hacían un orificio para la entrada y salida de la colonia. El tronco se cerraba en ambos extremos, con lodo o con pequeñas puertas circulares que se incrustaban en la madera, de modo que pudieran quitarse fácilmente. Este método se utiliza todavía y la colmena se cuelga horizontalmente de un árbol.
Actualmente en la sierra nuestros campesinos han logrado domesticar la abeja melipona, que produce la curativa, miel de palo. Antes para poder acceder a un litro de miel había que derribar un árbol que muchas veces era centenario, ahora se cultiva en los corredores de las casas de pueblos de la sierra, donde la abeja que no tiene aguijón encargada de polinizar las plantas de café convive en armonía con los campesinos.  
En la cultura mexica los productos apícolas eran tan apreciados que los tributos se cobraban con miel de abeja. Se apreciaba la abeja por su miel y la cera. En Teotihuacán la cera se ocupó en las ceremonias religiosas. Los mayas hicieron figuras de animales, de hombres y de dioses, fabricaron velas para alumbrar los recintos religiosos. Además de sus propiedades curativas, la miel fue utilizada como moneda y como objeto de un intenso comercio.
Mortandad de abejas en los apiarios
 debido a la fumigación excesiva de pesticidas 
en los cultivos de la región. 
Foto: cortesía de Dimas Arzeta García.

Existe en el Códice Mendocino una larga lista de las cantidades de miel que aportaban los pueblos sometidos a Moctezuma. Se dice que los aztecas acostumbraban tomar bebidas alcohólicas preparadas con miel de abeja en las fiestas de defunción.
Después de la incursión del tlatoani Ahuízotl en 1498, por esta parte de Guerrero, quedó integrada la provincia tributaria de Cihuatlán, que correspondía lo que ahora es Costa Grande, y aparece en la lámina 18 de la Matrícula de Tributos. Estaba formada por los municipios de Coahuayutla, La Unión, José Azueta, Petatlán, Tecpan y parte de Atoyac.
Cihuatlán tributaba pieles, animales vivos y fauna marina para ofrendas ceremoniales o para la alimentación. Según dicha Matrícula de Tributos, el cuatro por ciento de los productos agrícolas recibidos en México-Tenochtítlan procedían de Cihuatlán y Tepecoacuilco, al igual que el 60 por ciento de la miel, el 18 por ciento del algodón, casi el siete por ciento de la ropa de mujer, el 99 por ciento del incienso llamado ecozahuitl y el 50 por ciento del copal.
Se sabe que la llegada de Apis mellifera a la Nueva España no fue directa. Esas abejas fueron introducidas primero por los colonos europeos de América del Norte. En 1622 ya había abejas en la colonia Inglesa de Virginia y fue hasta 1711 que fueron llevadas La Florida, en esos tiempos colonia de España. Luego entró la abeja melífera en La Isla de Cuba. En 1834 fueron llevadas a Uruguay, en 1848 a Chile, en 1855 a Argentina, 1858 a Bolivia y luego llegó a Yucatán de donde se extendió por la región central del país. Durante el mandato de Porfirio Díaz la apicultura recibió un gran impulso y apoyo económico.
Desde entonces la producción de miel en México mantuvo una tendencia de crecimiento hasta 1986, cuando se alcanzó la producción récord de 75 mil toneladas. Pero comenzó a decrecer  debido al arribo de la abeja africana, que se trajo al continente buscando una mejora genética para resistir enfermedades, y de la presencia de la varroa, un ácaro que ataca a las abejas desde su estado larvario.
El impacto de huracanes y las sequías prolongadas en diversas partes del país, han provocado que un importante número de apicultores abandonen la actividad, con un decremento en los niveles de producción nacional.
A finales de 1950, las abejas africanas escaparon accidentalmente de Brasil, en poco tiempo avanzaron hacia el norte del continente y llegaron al sur de Estados Unidos. Los enjambres mostraban una conducta fuertemente agresiva y su picadura podía tener consecuencias mortales. Ahora hay abejas que son resultado de una cruza de razas europeas y las melíferas africanas. Los apicultores aprendieron a tratarlas, cuando son agresivas se les mata la reina y se les pone una reina mansa europea.
En el caso de Atoyac la producción de miel, en colmenas con abeja europea, fue iniciada por Salvador Maya Suárez, oriundo del estado de Michoacán, pero casado con la atoyaquense Guadalupe Obé Quiñones. Wilfrido Fierro en la Monografía de Atoyac anotó que  Salvador Maya instaló los primeros apiarios en su parcela de la Y Griega, el lado poniente de la carretera nacional Acapulco- Zihuatanejo, el 13 de julio de 1961.
En la revista La Costa, número 3 de marzo de 1995, se lee: “Don Aurelio Maya trajo las primeras cajas de abejas a la Costa Grande las puso en la barda de su casa, después don Chava hizo lo mismo y las puso en la Y Griega y en el racho de Los Coyotes de don Benjamin Luna Venegas”.
Debido al interés que despertó el experimento del señor Maya, la compañía Acapulco Miel S.A. instaló en la carretera desde el Pie de la Cuesta hasta Tecpan de Galeana, nuevos y numerosos apiarios. Señala Wilfrido Fierro que al fomentarse la industria, y cuando estaba obteniendo magníficos resultados, apareció en los palmares de la región costera, una plaga conocida como Fungosis, un hongo que era transmitido por insectos, ocasionando la caída prematura del coco dejando una pérdida del 50 por ciento de la cosecha. Ante tan alarmante noticia los campesinos productores de copra, se quejaron ante las autoridades y “antes de que esta resolviera lo conducente del caso, obraron por su propia cuenta y fuera de ley, quemando los apiarios con gasolina, tanto de la referida compañía como los del señor Maya”.
Salvador también tenía apiarios en la carretera y la sierra, el huracán Tara le afectó mucho, pero no tanto como él un hongo conocido como Fungosis, porque algunos líderes lo utilizaron como arma política al decir que la abeja provocaba las muertes de las palmas y eran nocivas. Un individuo, que en el texto de La Costa, identifican como el Vivillo 8 “engañó, alborotó y utilizó a los copreros y medios de comunicación para desatar una guerra de quema de cajas por todos lados empezando por la Y Griega”.
Luego “vinieron especialistas de la SARH y Alemania a dar conferencias para desengañar a la gente, pero el rumor ya estaba más esparcido que el mismo hongo, por lo que sólo se salvaron las cajas que estaban en el rancho de Los Coyotes”. En 1985 también quemaron apiarios en la sierra porque pensaban que la abeja tumbaba la flor del café.
La apicultura es también un cultivo trágico, muchos han muerto por el ataque de abejas, como es el caso de Juan Zambrano Santiago, que fue atacado por un enjambre en la comunidad de La Florida. El 24 de marzo de 1995, Zambrano se iba a bañar cuando pasó un carro con colmenas, lo atacaron y le picaron muchas. Otros han muerto cuando intentaron cosechar apiarios que no eran de su propiedad. También animales domésticos han sido víctimas de sus picaduras. El apicultor Evodio Argüello comenta que donde pica una abeja suelta una feromona que avisa a las demás y todas se van hacia lo que consideran intruso.
Aquí la principal producción apícola ha sido la miel de abeja, seguida en menor escala por la cera, propóleo, polen y jalea real. Actualmente los mieleros de Atoyac se han multiplicado hay alrededor de 150 y han diversificado la actividad, elaborando productos vitamínicos y de belleza a base de miel. Se elaboran jabón, champú, cremas, paletas, palanquetas, jarabes y spray de propóleo. El polen se utiliza para mascarillas, el veneno de abeja para los dolores musculares y Bernabé Ávila pone piquetitos de abejas en las rodillas para contrarrestar los dolores articulares.
Evodio Argüello dice que el color de la miel depende del floreo. En la parte baja del municipio se produce una miel oscura que es de flor de campanilla, palmeras y mango; en la parte media es ámbar y más aromática extraída de la flor de cacahuananche y en la parte alta es clara, es una miel que los apicultores le llaman multiflora.
La problemática que vive el sector va desde los incendios forestales que se han registrado en la sierra y en la parte baja del municipio. La sequía y en otros momentos las lluvias destruyen las cajas colmeneras. Con la llegada de la telefonía celular se dijo que las abejas se desorientaban causando mortandad en las colmenas. Luego los apicultores hicieron un llamado a las autoridades municipales y estatales para que regulen la aplicación de insecticidas en épocas de floración de mango. La enorme cantidad de abejas muertas causó estupor y alarma en el sector, quienes no entienden porque los productores de mango prefieren matarlas, cuando las abejas son un instrumento imprescindible para la polinización de sus cultivos.
Luego el cambio climático ha provocado la baja producción de miel y temen la migración masiva de abejas de las colmenas por la falta de floreo para alimentarse, ya que la escasez de lluvias causó deshidratación en las plantas. Por eso el 9 de diciembre de 2015, el presidente del Consejo Estatal de Apicultores de Guerrero, Santos Goicoechea Antúnez informó que se cayó totalmente la producción de miel en la entidad, debido a que los cambios climatológicos alejaron a las abejas de las colmenas. Los productores efectuaron las técnicas de costumbre en los apiarios como en cada temporada, sin embargo, cuando acudieron a levantar la cosecha de miel se encontraron con la sorpresa de que las abejas se habían ido o no había producto.

La situación es crítica porque 80 por ciento de los productores dependen completamente de la producción de miel para mantener a sus familias. Aquí el Ayuntamiento de Atoyac dotó de ocho toneladas de azúcar, a los apicultores, para alimentar en esta temporada los apiarios y evitar que las abejas se mueran o emigren a otros lugares.