martes, 18 de diciembre de 2018

La compañía minera Los Tres Brazos


Víctor Cardona Galindo
Las décadas de los cuarenta y cincuenta fue la época de oro del municipio de Atoyac. Los cafetaleros prendían su cigarro con un billete y viajaban en avionetas. Fue cuando se construyeron las grandes fortunas de algunas familias originarias de aquí. En ese tiempo muchos extranjeros vinieron en busca de riquezas, había españoles, árabes, alemanes, libaneses, chinos y sirios viviendo en esta tierra de oportunidades.
Don Luis Bello, un ex trabajador de la compañía minera
Los Tres Brazos. Foto: Víctor Cardona Galindo.

Los extranjeros en Atoyac se reunían en la farmacia “Germana”. En la casa de Manuel Radilla Mauleón y Sofía Ludwig Reynada improvisaban sus tertulias. La vivienda de los Radilla Ludwig era muy concurrida, era farmacia, restaurante y funeraria, ahí llegaron los primeros camiones de la Flecha Roja y la Estrella de Oro allá por 1953.
El árabe Gabriel Salum tenía una bonetería, de él descienden los dueños de la tienda café Wadi de Acapulco. Marcos Senado era sirio. Ferreira era un español que siempre andaba de pantalón negro y camisa caqui. Francisco Baumgartner y Luis Bremen, eran alemanes y se dedicaban a la agricultura.
También vivían en ese tiempo los árabes Gabriel y Regina Zahar, a quienes don Simón Hipólito considera como los primeros comerciantes en la rama del café, seguidos por los chinos Lorenzo Lugo y su esposa.  El matrimonio de árabes vendía chaquetas de mezclilla además de comprar café.  
El centro de la ciudad estaba lleno de negocios importantes destacaban: la farmacia “Centro” de don Chano Luna, la farmacia “Cruz Roja” de Carmelo García, la “Guadalupana” de Silvestre Hernández y la “Del Perpetuo Socorro” de Yolanda Ludwig.
Era importante el restaurante “Germano” donde estaba colgado un cuadro de Porfirio Díaz, frente a él comió Juan de la Cabada cuando vino a dar una conferencia. José Navarrete Nogueda construyó el primer edificio de dos pisos para su tienda comercial “La Competidora” en 1950 y ese año visitó la ciudad Miguel Alemán Valdés, segundo presidente de la república que venía por estos lares. En su tiempo vino Lázaro Cárdenas del Río.
En ese contexto de prosperidad se explotó al norte de la ciudad, cerca de donde está la presa derivadora “Juan Álvarez”, una mina llamada “Los Tres Brazos” cuyos vestigios van siendo borrados por el tiempo. De esa mina se extraía tungsteno un mineral que se usaba para hacer los filamentos de lámparas.
Se sabía que en la sierra había yacimientos importantes minerales que hacían muy rica la región. Se habla  de que a principios del siglo pasado el químico alemán originario de Hamburgo, Herman Wolff Ludwig explotó una mina de oro en Los Tres Pasos y muchos más lejos cerca del Filo Mayor están Las Fundiciones donde hay vestigios de que en ese lugar se explotó un mineral parecido al hierro, aunque no se tengan antecedentes de quien lo hizo.
Una vista de la calle principal de Atoyac a mediados del siglo pasado.
Foto: Cortesía de Omar Eugenio.

En el caso de La mina “Los Tres Brazos” fue explotada por capital español aunque tenía socios mexicanos, como la familia Larequi Radilla de Acapulco. Cerró en 1958 porque los inversionistas no quisieron dar prestaciones de ley a los trabajadores y al primer indicio de inconformidad se llevaron la maquinaria a la ciudad de México, poco a poco. “Lo que les costó más trabajo fue el compresor porque era lo más pesado” dicen testigos.
La historia comenzó el 10 de febrero de 1943 cuando se instaló la maquinaria bajo la dirección del  ingeniero José Suárez Fernández. Se le denominó Compañía Minera “Los Tres Brazos” porque así se le llamaba al paraje donde se ubicó, recordemos los tres brazos del río y el Arroyo los Tres Brazos que está arriba de la colonia El Chico.
Su gerente fue el hispano José Garmendia y hubo trabajadores de distintas partes del país, pero principalmente de los pueblos cercanos como El Ticuí y Corral Falso. Fueron mineros Norberto Quintero Meza, Luis Bello, José Castro Navarrete y Alberto Bello Hernández, quienes compartieron sus testimonios con nosotros.
En el tiempo que el español Miguel José Garmendia explotaba la mina “Los Tres Brazos”, la Fábrica de Hilados y Tejidos “Progreso del Sur Ticuí” era trabajada por el también ibérico Antonio Esparza. Al decaer la mina el terreno donde se localizaba pasó a ser propiedad de Miguel de León Loranca, quien se lo vendió a Sergio Tabares; éste a Antonio Rosas y Toño Rosas al Ejército, por lo que el predio donde estaba la mina ahora es propiedad de la 27 zona militar.
Norberto Quintero Meza recuerda que la mina era un túnel recto, con tres ramales. Las tolvas estaban al pie del río y prendían con diesel los calderos.
Luis Bello trabajó en la mina en el año 1957, en el primer turno, secando los metales. Su jefe era el ingeniero Ricardo Cero Cero, nos platicó que la piedra de tungsteno salía del túnel por una vía de tren; la vaciaban al molino que la quebraba hasta hacerla polvo y luego se iba por una “canoíta” que funcionaba a base de aire, diesel y agua. Una vez quemado el hierro y el cobre, sólo quedaba el tungsteno. Sacaban 110 kilos por turno, era muy pesado, “una lata de 20 kilos no la podían levantar”.
“Convenía trabajar en la mina, porque cuando en la fábrica de hilados les pagaban a los obreros siete pesos al día, en la mina les daban a los mineros ocho pesos y además les proveían de una comida”.
Don Luis entraba a las cinco de la mañana y salía a la una de la tarde. Salía de su casa a las cuatro de la mañana y cuando iba llegando a la mina se veían las luces de las linternas de los trabajadores del tercer turno que salían del pozo.  A las 9 de la mañana pitaba el silbato para almorzar, doña Daría Pinzón los atendía muy bien en su fonda.
Había dos comedores uno de obreros y otro de los empleados del más alto rango. Feliciana Flores Navarrete era la encargada del comedor de los empleados y las encargadas del comedor de los obreros eran: Daría Pinzón, Isabel y Tayde Hernández.
José Castro Navarrete contaba con 21 años de edad cuando entró a trabajar, fue almacenista, tenía bajo su responsabilidad los fierros, las pistolas, la pólvora, los barrenos; los víveres como: papas, cebollas y huevos.
José llevaba la contabilidad de los obreros para pasar la lista a don Antonio Ramos que era el pagador. Cuando se iba Garmendia quedaba al frente de la industria el ingeniero minero Joaquín Bernal. Eran como 100 trabajadores en tres turnos, vinieron muchos de fuera había de Guadalajara y Puebla. Eran como 32 empleados por turno.
El tungsteno apestaba como pólvora. Después de quemarlo quedaba una cosa como el cemento, volátil, por eso Jesús Ramos de Corral Falso se infectó de los pulmones. El producto lo transportaban hasta el puerto de Acapulco, llevaban al Malecón 12 botes cada 3 meses, donde se embarcaba “el polvito” y se lo llevaban hasta Inglaterra.
A los trabajadores les pagaban según la producción. A los del pozo les pagaban el metro a un peso con 20 centavos, en un día se hacían hasta 25 metros; cada minero por turno cobraría alrededor de 30 pesos a la semana. En el pozo había 16 mineros, más lo sacadores. Casi todos trabajaban dos turnos, los perforistas se echaban un turno a las cuatro de la tarde y otro como a la una o dos de la mañana.
Cuando detonaban la dinamita dentro del túnel se cimbraba el cerro, el mineral lo sacaban con malacates. Los carros salían de la mina por rieles y descargaban en la tolva y de la tolva el mineral iba al molino. El molino hacía polvo la piedra que venía por manguera a las mesas donde salía el polvo blanco que pasaba a las secadoras y de ahí se envasaba.
La mina paró sus labores en 1958 porque Luis y Genaro Ávila Juárez querían formar un sindicato. Por eso el español José Garmendia se llevó la maquinaria y cerró. Aunque la versión de don José Castro es que la mina cerró por falta de mercado. Como 15 años después volvieron hacer limpieza pero no se concretó su reapertura.
Por su parte Alberto Bello Hernández tenía 25 años cuando entró a trabajar a la mina en 1956. Trabajó como peón dos semanas, después fue almacenista. Entró como peón perforista pero lo sacaron “aguado” del túnel, le hizo daño estar dentro. Un día faltó el almacenista porque bebía mucho y Antonio Ramos se fijó en él y le preguntó si sabía leer y escribir, contestó que sí, por eso lo pusieron a cargo de toda la herramienta. “Molían con agua y en cantidades mínimas extraían plata y oro. En ese tiempo estaba muy solicitado el tungsteno, por la Segunda Guerra Mundial”.
Don Alberto dice que el administrador Antonio Ramos traía una camioneta para transportar a los que salían lesionados en la mina, pero alguien aconsejaba a los trabajadores para pedir sus derechos. Por eso un señor de apellido Ávila logró convencer al personal que debían de exigir. Se hizo una huelga y no aguantó la empresa.
En ese tiempo todavía trabajaba la fábrica donde pagaban por metro de tela, pero convenía más trabajar en la mina. Había mecánicos de la fábrica laborando como mineros. El ingeniero Maning fue el último jefe que trabajó cuando quebró la mina. “Maning hizo una alberquita donde tenía un perro de agua”.
Hace poco Decidor Silva Valle “El Negris”  realizó indagaciones sobre la mina y encontró la leyenda, algunos lugareños afirmaron haber visto “a personajes semejantes a como describen los extraterrestres” que por las noches llegan en naves extrañas al pie de la mina. Especulan que los alienígenas “han estado sacando el mineral”. Otros sólo se aventuraron a decir que ya muy noche “se escuchan extraños ruidos al interior del túnel”.
La gente inventa sus historias sobre la mina. Lo cierto es que el túnel ha sido cubierto por la vegetación y por los deslaves de la ladera. Había pedazos de rieles que poco a poco han desaparecido por la depredación humana. Muchos añoran la apertura de ese centro de trabajo y los mineros que todavía viven recuerdan sus años mozos. Entonces había mucho dinero y cuando salían de trabajar de la mina se iban a echar una cervecita, la Superior estaba abriendo camino “en El Ticuí existían las cantinas de Emigdio Méndez, Justina Juárez, doña Santos Cisneros, Antonio Pano y Lico Saligán en cada cantina había tres o cuatro mujeres”. Buenos tiempos aquellos.

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