martes, 23 de julio de 2019

Nuestro café III y última parte)


Víctor Cardona Galindo
La historia del café en Atoyac quedó plasmada en diversos textos escritos por propios y extraños, empezando por la biografía del introductor de ese aromático grano Gabino G. Pino que fue redactada por René García Galeana (Rega). Otro libro al respecto es el de Arturo Martínez Nateras, El lado oculto de una taza de café.
Cafetos antes de ser cortados. Foto. cortesía de Julio César Ocaña

José Carmen Tapia Gómez dio a conocer en 1996, Economía y Movimiento Cafetalero. Del Inmecafé a la Autogestión en la Sierra de Atoyac de Álvarez (1970-1984) una publicación de la Universidad Autónoma de Guerrero. Andrea Radilla Martínez, escribió: Poderes Saberes y Sabores. Una historia de resistencia de los cafeticultores Atoyac 1940-1974 editado por la UAG en 1998 y La organización y las nuevas estrategias campesinas. La Coalición de Ejidos de la Costa Grande de Guerrero, 1987-2003 auspiciado por UNORCA el 2004.
Julio César Ocaña sacó a la luz el 2007: Café de Guerrero. Identidad y orgullo  y Alfonso Romero de la O con Julio César Cortés Jaimes publicaron el 2008 con, el apoyo de UNORCA, el libro Una aproximación a los costos de producción del café. Simón Hipólito Castro,  Arturo García Jiménez y Decidor Silva Valle han dado amplia difusión al mundo del café en sus colaboraciones para los periódicos. A eso también se han sumado Evodio Argüello de León y Bertoldo Cabañas Ocampo.
Sin duda son muchas la publicaciones hechas sobre el café, pero hoy únicamente nos referiremos a los textos literarios sobre el tema que se compilaron en Agua Desbocada. Antología de Escritos Atoyaquenses publicada el 2007, lo que Felipe Fierro publicó en El Silencio del Viento el 2010 y Enrique Galeana Laurel en El Nacaiqueme ese mismo año.
En Agua Desbocada doña Fidelina Téllez Méndez al escribir la biografía de su padre Rosendo Téllez Blanco muestra las peripecias que vivía un cafetalero para sembrar las huertas: “El propósito de mi papá era adentrarse en la sierra porque sabía que había tierras propicias para el cultivo del café, así siguieron hasta el paraje denominado El Ocotal, en  donde había ya unas cinco familias establecidas; ellos por su parte fincaron su campamento a unos dos kilómetros de ahí. Así empezó la lucha contra las adversidades; por principio mi mamá acostumbrada al clima caluroso de la costa tenía que soportar el frío de la Sierra Madre del Sur, y mi papá por su parte, ya acostumbrado a esas temperaturas, empezó a trabajar sin tregua en la meta que se había fijado”. “Para iniciar construyó una pequeña cabaña para guarecerse del frío y de los animales salvajes que merodeaban, ya que por la noches se dejaban oír los rugidos de tigres y leones; después se dio a la tarea de limpiar y desmontar todo lo que serían sus sembradíos de café; cuando la situación se lo permitía alquilaba a uno o dos trabajadores entre los vecinos para que le ayudaran, pero la mayor parte del tiempo lo hacía solo. Cuando preparaba una buena porción de terreno lo sembraba de pequeños cafetos y seguía preparando otras más. En esa época las tierras estaban ociosas y cada quien podía extenderse hasta donde quisiera, siguiendo el lema de Zapata; “La tierra es de quien la trabaja”. Sembró también plátano de distintas variedades, mientras el café comenzaba a producir.”
Dice que “recién llegados a ese lugar, un día que caminaba por una vereda se encontró con un tigre, y al disponerse a luchar por su vida se acomodó el gabán y levantó su machete en alto mientras la fiera lo observaba imperturbable. Él se encomendó a Dios y se dispuso a esperar el ataque, pero el animal después de observarlo optó por darse la vuelta e internarse en la maleza”.
Doña Fidelina escribió “La vida de mi padre fue de trabajo y esperanza, pasando el tiempo llegó por fin la recompensa: los cafetales comenzaron a dar frutos y en cada cosecha con más abundancia, por lo que hubo necesidad de contratar trabajadores, al principio venían gente de Los Arenales, y más tarde hubo que contratar trabajadores que venían de la región de La Montaña y pronto los asoleaderos se llenaron de café, que se ponía a secar y luego se encostalaba para llevarlo al mercado”. 
También en Agua desbocada y luego en Café de Guerrero Identidad y Orgullo, Julio César Ocaña publicó “Tormentosa” un cuento con el que ganó el primer lugar del Concurso de Cuentos del café, convocado por René García Galeana, mismo que comienza diciendo “Vengo aquí todos los años, justo cuando los cafetos visten su blanco y oloroso huipil de flor en primavera; y sólo vengo a eso, a mirar ésta blanca blancura y a beber café caliente en la sierra”.
La protagonista Tormentosa García “fue hija de ricos hacendados que luego de la revolución y del reparto agrario, a pesar de haber perdido la posesión de inmensos territorios, no carecieron de dinero, de poder y de relaciones. Si bien, dejaron de ser dueños de toda la tierra de cultivo de Acatengo el Grande, (lugar imaginario de Ocaña) también es cierto que su familia era la única que tenía el dinero necesario para construir y mantener los beneficios de café y para comprar y mover los pesados camiones que bajaban el grano aromático del pueblo a la ciudad y de ahí al puerto de Santa Lucía de los Carrizos para su exportación”. En la casa de Tormentosa el hábito ritual del café se repetía cinco veces al día, “porque hay que decirlo también: en la casa de Torme se tomaba café a lo largo de toda la jornada y es que, como ella acostumbraba a decir; -‘El que quiera seguir igual de güilo que no tome café”.
También en Agua Desbocada. Antología de escritos atoyaquenses, Juan Martínez Alvarado da a conocer una muy bien escrita biografía de Eliserio Castro Ríos “Cheyo” quien era ciego, versero nato, músico y buen amigo: “Por muchos años tuvo como oficio el pilar café capulín en un ancestral pilón de madera semejante a dos conos truncados opuestos por el corte, triturando en éste los granos de café con un mazo de palo liso por tanto golpe, en forma de dos bastos unidos por el puño. También en un molino de mano molía y molía hasta el cansancio sacos de café tostado”. Cheyo murió en 1977 atropellado por un camión de la flecha roja.
Andrea Radilla Martínez en Agua desbocada publicó el texto “Dagoberto, un cacique más” donde la trama circula en torno al café, al reparto de tierras, el saqueo de madera, la falta de sentido común de los campesinos que se dejan manipular por líderes corruptos. En algún momento de la trama se puede identificar en Roberto uno de los protagonistas de este escrito la personalidad de su padre Rosendo Radilla Pacheco y la lucha que dio a mediados del siglo pasado por mejorar la vida de los cafeticultores.
También en Agua Desbocada se recoge una crónica de Luis Ríos Tavera que se llama “Pescado Fresco” donde habla del ambiente que se vivía durante la bonanza del café en la ciudad de Atoyac. En donde comenta: “si el quintal de café, pongamos el caso, abre en el mercado cuando se inicia la temporada de 150 a 200 pesos; el campesino ya lo tiene comprometido en menos de la mitad, ¡y hay que pagar! Para quedar bien, porque luego se ofrece… el año que entra lo mismo”.
Habla del pueblo fiestero gastándose el resultado de buenas cosechas y de los compradores que arreglaban “la romana para robar de peso, y les quede algo por kilo”. Y retrata bien el tiempo. “De allí el desequilibrio, la división de los hombres. El monopolista del grano, el succionados del sudor, el criminal que manda a matar, el bandido que roba con la pesa; y la injusticia del que manda en la vida pública”.
Y es que en los mejores tiempos del café todos querían una tajada de la riqueza, los compradores al tiempo, los pleitos por las herencias de las huertas que terminaba a veces con uno o dos muertitos, ahí ganaban los pistoleros a sueldo, los que compraban arreglando la báscula para que les quedara algo también a ellos. Se rumora que algunas de las grandes fortunas que existen en Atoyac se hicieron precisamente robándoles a su patrones. Y las autoridades poniéndoles gravámenes al café, hasta el Ayuntamiento quería una tajada.
Hay quien me ha dicho que en las páginas anteriores sobre “Nuestro Café” debí mencionar que los mejores tiempos le tocaron al sacerdote Isidoro Ramírez, quien subía con ayudantes y animales de carga a la zona del café donde recogía en especie el diezmo para la iglesia. Llegaba a los campamentos y llenaba los costales para cargarlos a los caballos. Donde tenía confianza ni lo pedía, solo los llenaba y donde no, tenía que pedirlo pero nadie se negaba a compartir con la iglesia parte de lo que era una bendición de Dios.
También se recuerda que el doctor  José Becerra Luna daba consulta a cuenta de café y cuando llegaba el tiempo de la cosecha contrataba peones y con recuas de mulas y caballos mandaba a cortar el café que ya le debían, es decir se cobraba a lo chino.
Pero volviendo a la literatura del café, Felipe Fierro Santiago obtuvo el segundo lugar de los cuentos del café convocado por René García Galeana con el texto “Asoleadero”, trabajo que después publicó en su libro El Silencio del viento. Ese texto comienza con la imagen de dos cuerpos meciéndose por el viento, con los ojos saltados y la lengua de fuera, colgados de un amate: “Alrededor las plantas de café sostenían los últimos granos limonados de la cosecha, la lata por medir el corte del café de cada peón quedó arrumbada, hojas secas y granos de café despulpados por los picos de los pájaros le hacían compañía, varios costales se mantenían en posición de cama”.
Los cuerpos de un jovencito y una jovencita después de ser bajados de donde estaban, fueron velados en el asoleadero: “Los hachones de ocote encendidos, le dieron vida a la noche, la muerte en ese lugar era un contraste, la costalera de café pergamino sirvió de asiento, al centro del asoleadero, el café amontonado despedía el olor a miel, mientras algunas mujeres repartían entre los peones café de olla con un poco de alcohol”.
El jato era sostenido por viejos horcones de encino: “Sobre sus morillos colgaban las tirinchas, las bolsas repletas de trapos de color, parecían piñatas; a su alrededor las camas de vara permanecían enrolladas durante el día, pero cada noche se desenrollaban para tenderse sobre largos bancos de madera… Tres semanas después de aquel suceso, los peones rastrillaban por la mañana y por la tarde el café en el asoleadero, otros encostalaban el café seco, unos más cargaban las bestias que llevaban el café al pueblo… El jato y el asoleadero quedaron solos, la ropa del patrón se veía colgada en los horcones de la choza, aunque entre las ramas del amate había un cuerpo colgado moviéndose por el viento”.
Enrique Galeana Laurel, por su parte escribió Nacaiqueme: un libro de cuentos, trova y poesía. En esta publicación sobresale el cuento “El Gamito” escrito en honor a la primera finca cafetalera que se existió en Atoyac. Aquí Galeana Laurel recuerda: “En el mes de mayo, los campesinos subían a la Sierra Cafetalera para ver la floración de los cafetos y calcular cuanta producción tendrían; seducidos por el aroma de las flores, se recostaban en cualquier árbol para saciarse de ese perfume indescriptible y a la vez escuchar el canto de los pájaros perros (tucanes) y el chillido del revolotear de las palomas fronjolinas”.
“El Gamito” es una imagen de cómo era la vida del cafetalero, de como después del 12 de diciembre los camiones llamados “Los Colorados” llegaban llenos de jornaleros que venían de la región de La Montaña, vestidos con cotones de manta y las mujeres con sus faldas y blusas bordadas de vivos colores: “Ya en la casa del ‘patrón’ les tenían que preparar el almuerzo que consistía en tortillas, frijoles, queso seco, chiles en vinagre y su buena jarra de café; almorzados los cortadores iniciaban ese peregrinar para llegar a los cafetales antes de que oscureciera. El primer día había fajina general reparando ‘los jatos’ (las casas provisionales); haciendo la limpieza de los patios asoleaderos. Al término de esas actividades se entregaba a cada uno de los peones sus ‘tirinches’ para la recolección de grano… Con las primeras ‘latas’ cortadas, el patrón se iba al barrio para entregar el café que ya había vendido ‘al tiempo’ a los mentados acaparadores, con el sobrante iba a comprar los alimentos para la manutención de los cortadores”.
Mientras tanto en el Encanto ante el embate de la baja producción y la caída del precio del café: “sus habitantes se sintieron desdichados y quisieron morir, se olvidaron de todos los sueños de un cafetalero, como oler las flores de los cafetos, el olor del café cereza, escuchar el dulce sonido del cantar del pájaro guaco, el constante aleteo de las chachalacas, aquel olor del café hirviendo al amanecer, y sobre todo de poder observar cada mañana el verdor del campo”, escribió Enrique en otras de sus piezas que se llama “El viejo cafetalero”. Al que yo únicamente le agregaría ese olor a resina de ocote, el sonido del viento entre las ramas de los árboles y el canto de la chachalacas que parecen decir: “barre tu casa, barre tu casa, vieja cochina, bárrela tú, bárrela tú”.


  

domingo, 21 de julio de 2019

Nuestro Café II


Víctor Cardona Galindo
Entre noviembre y diciembre los arrieros llegaban a vender sus recuas de 20 a 30 burros. Vestían sombrero de ala ancha, listón negro y gabán. Venían de Tierra Caliente.
En esos tiempos, recuerda El Prieto Serafín que el café lo bajaban a lomo de burros y mulas. También había muchos arrieros calentanos que venían con sus recuas a trabajar en la temporada, portaban unas bolsas negras al frente a la altura de la cintura a las que les llamaban güichos, ahí traían su dinero y son de alguna manera antecedente de las cangureras.
estibador de sacos de café. Foto de Francisco
Magaña

Algunos viejos arrieros se acuerdan que en la Cuesta del Santo, llegaron a encontrar una recua y un arriero invisible. Sentían como los iban atropellar las mulas y el movimiento de los caballos, se quedaban estáticos en el camino pero sólo pasaba el sonido de las sillas, los cascos, el resoplido de los animales y los gritos del arriero que los apuraba. Otros dicen haberse perdido entre las huertas, en una especie de encanto, que no los dejaba salir.
Más bien el encanto se acabó cuando a partir de 1987 comenzó a caer el precio internacional y la crisis llegó a su clímax en 1989. Fue cuando muchos comenzaron a sembrar otra cosa o a emigrar a los Estado Unidos.
Durante mucho tiempo se mantuvo la producción entre los 280 mil a los 300 mil quintales, luego se fue más abajo y en 1995 cuando se creó el Consejo Estatal del Café tuvo un ligero repunte; llegaron a producirse 230 mil quintales.
Durante la existencia del Instituto Mexicano del Café  y en su apogeo había subsidio y apoyo para los productores. Llegaron a cultivarse 50 mil 600 hectáreas en el estado, de las cuales 34 mil estaban en la sierra de Atoyac.
Dentro de las alternativas para resolver la problemática de los cafetaleros se tiene que fomentar el consumo interno, para salir del estancamiento en que se encuentran. Los mexicanos consumimos muy poco café. Si en México dicho producto se consumiera más los productores no tendrían problemas aunque el precio internacional bajara, la producción nacional no se daría abasto para surtir a toda la población.
Otro de los problemas es que además del bajo consumo, nuestro país está muy desprestigiado en el mercado internacional. Los productores de México tienen fama de mandar la muestra de buena calidad y cuando entregan el pedido de café la calidad es menor.
La sierra de Atoyac se ha caracterizado por producir cafés de buena calidad, los más famosos son los cafés naturales de Atoyac, que se cotizan a mayor precio que los cafés naturales de los otros 11 estados productores. Aunque han cambiado las circunstancias porque las empresas de café soluble que antes compraban ese café natural de Atoyac por la buena calidad ahora lo importan bajo el argumento que es más barato.
En la historia del café de Guerrero está la creación del Instituto Mexicano del Café (Inmecafé) mismo que desapareció en 1993, al desaparecer esta institución también desaparecieron los subsidios y la regulación de precios. El monopolio nacional e internacional se benefició, porque comenzaron a importar café de baja calidad de otros países y afectaron el precio del café local.
En 1973 cuando estaba en su auge la guerrilla y la militarización de Atoyac, el gobierno federal de alguna manera operó para que los beneficios privados pasaran a manos del Inmecafé. Por ejemplo el de La Soledad era propiedad de Domingo Ponce Cedeño;  el de Los Tres Brazos, de Raúl Galeana Núñez; el de El Plan del Carrizo de Los Vargas y el de Río Santiago de Carmelo García. Luego el programa PIDER construyó el beneficio de Santo Domingo que nunca funcionó. El Inmecafé convertía el café en oro natural pero tenía maquinaria para trabajar todos los procesos. En ese tiempo todos los acaparadores dieron paso al Inmecafé. Sólo Francisco Castaño y los Quiñones nunca dejaron de comprar.
Al desaparecer el Inmecafé, por toda la sierra quedó abandonada la infraestructura que en su momento fue utilizada para beneficiar el grano. Las organizaciones de productores han venido exigiendo que el beneficio de café ubicado en los Tres Brazos, que actualmente está en manos del Ejército pase a ser propiedad del Consejo Estatal del Café, algo que no ha podido concretarse.
En un esfuerzo por reactivar el sector, después de las crisis de 1989, el 29 de marzo de 1994, mediante el decreto número 47, se creó el Consejo Estatal del Café, cuyo primer proyecto estuvo a cargo del ingeniero Gregorio Juárez Zamora y el gobernador Rubén Figueroa Alcocer lo instaló en Atoyac, donde hasta la fecha funciona y su titular es Erasto Cano Olivera.
Por su cuenta los cafetaleros han hecho esfuerzos por construir una organización fuerte que defienda sus intereses, pero las profundas y ancestrales diferencias políticas y la corrupción de los líderes han dado al traste con cualquier intento de mejorar su vida.
Allá por 1952 se constituyó la Asociación Agrícola Local de Cafeticultores, en 1963 la Unión Regional de productores de Café del Suroeste del Estado de Guerrero y en 1965 la Unión Mercantil de Cafeticultores, esa podría considerarse como una primera etapa en el intento por organizarse. Una segunda inicia el 6 de diciembre de 1978, cuando se constituye la Unión de Ejidos Alfredo V. Bonfil, en la casa de don Gabino Blanco; entre otras personas estaba don Pedro Magaña Ruiz a la cabeza. El 6 de julio de 1984, fue fundada la cooperativa La Pintada por don Fidel Núñez Ávila. Luego el 9 de noviembre de 1987 surge la Coalición de Ejidos de la Costa Grande, después de un movimiento que los campesinos iniciaron para exigir que les pagaran un excedente que se logró de la venta del café en ese año. El líderes emblemáticos de esta organización fueron Zohelio Jaimes Chávez y Arturo García Jiménez, al interior de la Coalición nació un grupo de cafetaleros llamado “Los Orgánicos de Pacífico” encabezados por Antonio Miguel Chávez quienes llegaron a exportar café a países europeos, claro que con las dificultades que esto implica.
Existe también la Red de Agricultores Sustentables y Autogestivos que encabeza Arturo García Jiménez, agrupación que se formó con gente que en su momento militó en la Coalición de Ejidos de la Costa Grande.
Los cafetaleros han dado muchas luchas para mejorar sus condiciones, una de ellas fue la gran movilización que realizaron el día 22 de enero del 2001, cuando mantuvieron por varias horas bloqueada la carretera Acapulco-Zihuatanejo por la demanda de subsidios para el sector, esa vez lograron un apoyo del gobierno estatal y federal para reactivar su economía pero no fue suficiente y la crisis siguió.
En los campamentos, el café se mide por Lata que equivale a 13 kilos de café cereza (maduro, recién cortado). Esa lata se convierte cuando el grano ya está seco en siete kilos de café capulín. En la cosecha 2012-2013 la lata cortada se pagó entre 25 y 30 pesos. A 25 pesos cuando el productor puso la comida y 30 cuando los peones llevaban su alimentación. El jornal de chapona cuando los peones pusieron su comida se pagó a 150 pesos y a 100 pesos cuando el productor los alimentó, considerando que los jornaleros comen tres veces al día. Una hectárea de cafeto se chaponó con un poquito más de mil pesos.
En cuanto a los precios, en el mercado local los compradores comenzaron pagando el kilo de cereza a 5 pesos con 50 centavos y lo terminaron pagando alrededor de tres pesos. El kilo de café capulín abrió a 12 pesos y terminaron pagándolo a 11 pesos. El café oro abrió a 24 pesos y después estuvo a 22. Fabriciano Mesino vendió su café oro en el mercado local en esos precios. Por su parte Esteban Castro Sánchez vendió el café en oro natural a 50 pesos el kilo a un comprador de Monterrey. El no entregaba su producto a los acaparadores, “porque vender al mercado local atrasa”, comentó.
Los torrefactores cobraron un promedio de 2 pesos con 50 centavos el morteado por kilo para el productor que quería darle mayor valor agregado convirtiendo el café capulín en café oro natural. Ese año compró Marcos Galeana, Francisco Castaño Quiñones (Pacheli), Leticia Galeana, Jacobo Flores, Fidel Téllez, Antonio Miguel Chávez y Salvador Benítez que cada año llegaba a comprar 50 toneladas en Atoyac. Pacheli, Leticia y Jacobo, compraban para Marcos Galeana que también estuvo captando el grano en La Montaña por eso su industria acaparaba la mayor parte de la producción del café en el estado.
Zohelio Jaimes Chávez consideró que éste fue uno de los tiempos más malos para el café por la total desorganización de los productores. Mucha gente se fue por su lado haciendo sus grupitos y provocó una gran dispersión de cafetaleros, fue el problema principal. No había una organización que puediera defender una propuesta clara. Aunque la Coalición de Ejidos hizo esfuerzos por reorganizarlos y vender café a Diconsa.
En la evaluación que hizo Zohelio comercializar en el mercado local salía a mil 100 pesos el quintal y las huertas estaban produciendo un promedio de tres quintales por hectárea, aunque había gente que tenía buenas huertas y sacaban ocho quintales por hectárea.
Las medidas andaban más o menos así. Un quintal equivalía en cereza a 245 kilos, capulín 92 kilos, pergamino 57. 5 kilos, en oro natural 46 kilos, oro lavado también 46 kilos y ya tostado y molido rinde hasta 37. 5 kilos. De un kilo de café arábiga salen 120 tazas.


viernes, 19 de julio de 2019

Enrique Hernández Meza, Enricón


Víctor Cardona Galindo
Lo que más me gusta de Enrique Hernández Meza es oírlo cantar Puerto de Barranquilla porque hay un verso que dice: “Y una iguana que sale a pasear allá en el cocotal”, quizá porque el término iguana me trae muy sabrosos recuerdos. Es grato escuchar otras canciones que son de su autoría y que grabó con Los Chey, como Palo de Guayaba y Cacharifas.
Enrique Hernández Meza en sus tiempos mosos.

Enrique forma parte de una familia de artistas, entre los que están sus hermanos José y Salvador. Nació en la calle Hidalgo de nuestra ciudad, el 15 de julio de 1948, o sea ya no se cuece al primer hervor. Es hijo de Mardonio Hernández García y Bertha Meza Valente, le pusieron Enrique porque en el Calendario del muy antiguo Galván marcaba el día de San Enrique Emperador cuando llegó al mundo. Es el tercero de siete hermanos seis hombres y una mujer: José, Luis, Enríquez, María Inés, Salvador, Juan y Juan Fausto. Se casó con Rosa Garibay Guillén con quien procreó dos hijas mujeres: Cintia y Rosa  Kenia, quienes le dieron cinco nietos.
Después de terminar el kínder cursó hasta quinto año de primaria en la escuela Modesto Alarcón, le dio flojera y no quiso estudiar. Ya traía bien marcada la vocación de cantar. Mucho le cantaba a Luis Urioste su abuelo de crianza, timbraba muy bien canciones de moda como Quien será. A los 9 años meciéndose en la hamaca deleitaba a sus primos con su melodiosa voz entonando canciones de Javier Solís, muchas de dominio público, como Que bonito amor.
En un viaje que su abuelo Luis hizo al estado de Jalisco buscó los contactos para enviarlo a la escuela de Los Niños Cantores de Guadalajara, quería que fuera cantante. Lamentablemente don Luis Urioste murió ese año, 1958, y ya no pudo enviarlo. A los 14 años se sabía muy bien un buen repertorio de canciones y se integró al naciente grupo Los Flyers integrado por Esaú Rebolledo, Alfonso García Fierro, Enrique Hernández Meza y Francisco Galeana Chame, en ese grupo duró un año, luego vendría su incorporación a Los Cheys donde estuvo con: Efraín Galeana Chame, Rogelio Romero, Adrián Galeana Chame y Javier Correa Radilla.
Su paso por Los Chey fue su mejor momento musical porque las canciones son recordadas por su generación como: Cacharifas, Palo de Guayaba, Jugo de Uva, Eres mi vida y Decepción. La palomilla seguía al grupo donde fuera. Salieron a tocar a las principales ciudades del estado y tuvieron el gusto de alternar con los grandes grupos de moda como: El Grupo Indio, Fredys, Ángeles Negros, Los Aragón, Los Chicanos y La Tropa Loca, hizo muy buenas amistades en el ambiente musical.
Los Sheak’s hicieron época en Atoyac y son parte del recuerdo de los años setentas. Ahí iniciaron su carrera musical voces como Efraín Méndez que se incorporó en 1970 y fue integrante hasta 1974. Ese grupo fue conocido popularmente como Los Chey, Efraín grabó melodías como Te llevo en mi mente, de un álbum que también se escuchó bastante: Eres mi vida de Enrique Hernández Meza. Efraín grabaría con Los Chey cuatro canciones Esperándote, Nuestra dicha, Rubí y Te llevo en mi mente.  
Enrique Hernández sería integrante de La Rebelión dos años y con Carmelo Santiago formaron Musical Atoyac y después tocaría con Efraín Galeana, El Conde, hasta la fecha, más de 25 años llevan haciendo dúo. Enrique ha incursionado en la música folklórica y vernácula en El Ensamble Acústico Romántico, que después se convirtió en Tecomates, y el trío Juventud Añeja.
Como compositor obtuvo regalías por canciones como Palo de Guayaba y Jugo de Uva, iba a cobrar esas prerrogativas a la Ciudad de México en la compañía Discos Rex que después despareció, en esa compañía también grabó el grupo Caribe. Enrique ha compuesto más de 25 canciones, muchas de ellas inéditas. En el próximo disco que pondrá en circulación Tecomates vienen tres canciones de su autoría: El Son de Tarima, El Melao de Caña y El Arriero.
Don Enrique no tontea
hace monos al vapor
uno los contrabandea
otros se los vende al doctor
Entre otras de sus facetas, desde los 12 años trabaja las artesanías. En un principio su hermano Salvador era su agente de ventas. Enrique confeccionaba figuras prehispánicas de barro que vendía entre los ricos de Atoyac entre ellos el doctor José Becerra Luna. Era un adolescente aun cuando comenzó detallar raíces a las que le encontraba forma. Su mayor satisfacción es que sus figuras han salido del municipio. En eventos llevaba las piezas y las vendía a muy variados clientes. Sigue tallando máscaras de tipo prehispánico, en eso hace mancuerna con su hermano Salvador.
En la muestra artesanal de la Feria del Café todos los años se hacen presente los hermanos: Enrique y Salvador Hernández Meza quienes presentan su material tallado en madera y con semillas de diferentes árboles de la región. Los dos se dedican al tallado a mano de artesanías en concha de cayaco y coco, para construir una vasija ocupan cinco horas tallando con lijas de agua y le dan brillo a base de manta blanca y brazo.
Trabajan las figuras que se les vienen en mente como caras del preclásico, mayas o aztecas. Trabajan collares, dijes, llaveros, cascabeles con diversas incrustaciones, anillos con incrustaciones de piedras semipreciosas. Tallan desde hace más de 30 años. Ellos solamente aprendieron y consideran que el don lo traen de nacimiento. Los dos han soñado con poner una tienda de artesanías en Atoyac
Su hermano Fausto Hernández Meza también tiene talento, filma con su cámara de video, desde hace 30 años, las actividades más importantes de nuestra ciudad. No me imagino una procesión de Semana Santa sin Fausto, ya es parte de la tradición misma.
Enrique Hernández Meza formó parte del Grupo Convivencia Cultural que se dedicó a la investigación sobre la historia de Atoyac, estuvo formado por Juventina Galeana Santiago, el presbítero Pedro Rumbo Alejandri, Guadalupe Anahí Xóchitl García Galeana, Eduardo Parra Castro, Paloma Torreblanca García, Mireya Ma. de la Gracia García Galeana, Patricia Parra Cabañas, Margarito Ríos Orbe, Rafael Hernández Guerrero, José Hernández Meza, Dagoberto Ríos Armenta y Evodio Argüello de León. Del trabajo de este grupo surgieron los libros Modismos Atoyaquenses y Medicina Tradicional. También realizaron investigaciones sobre el origen de Atoyac, sobre la vida del general Juan Álvarez, el café y una Breve historia de fábrica de hilados de El Ticuí. Ese grupo rescató de la tradición oral la historia de la familia Álvarez.
Enrique forma parte de una pléyade de artistas como su sobrino: José Alberto Hernández Radilla, Rafael Martínez Ibarra, Audel Hipólito Blanco, Juan Gabriel Pérez Lozano y los hermanos Rea que han destacado pintando cuadros de calidad. Poetas como Jesús Bartolo Bello López y escritores como Judith Solís Téllez y Felipe Fierro Santiago, músicos como Kopani Rojas y Ricardo Martínez Castro.


domingo, 14 de julio de 2019

Nuestro café I


Víctor Cardona Galindo
“En las profundidades de nuestra exótica selva y a la sombra de altivos olmos, las manos fuertes de hombres laboriosos, en franca y armoniosa convivencia con jaguares, pumas, cascabeles, tucanes y faisanes… producen aromas y sabores aprisionados en granos oro para deleite de los más estrictos gustos y refinados paladares: Café de Guerrero para delicia del Sur para México y el Mundo”, escribió Julio César Ocaña en su libro Café de Guerrero Identidad y orgullo.
Un beneficio de café en San Vicente de Benítez.

Cuando se habla de café en Guerrero se habla de Atoyac. Este aromático grano fue traído por primera vez a nuestro sierra por Claudio Blanco y sembrado en El Porvenir en una finca que se llamó El Gamito eso sirvió como prueba de que el café si se daba en estos contornos. Esa finca que estaba sembrada de muchos árboles frutales, en su mayoría plátano, después fue vendida a Gabino Pino González.
Durante el porfiriato los Pino eran dueños de una gran porción de terrenos en la sierra. Eran los tiempos en que la colonia española de Acapulco dominaba el comercio del algodón en las costas, los criollos de estas tierras tenían que buscar otra forma de salir adelante. Por medio de publicaciones llegaban noticias de que en Europa había mucha demanda de café y don Porfirio Díaz impulsaba el cultivo para traer divisas al país. Por eso Gabino Pino González se aventuró a viajar a Chiapas donde el café florecía. Recorrió en barco hasta puerto Madero y luego fue al Soconusco en donde recibió instrucciones del beneficiado del café.
A Gabino Pino González cada año se le rinden honores, se hizo célebre por haber introducido el café al municipio de Atoyac. Es uno de los personajes que más han trascendido en la historia de nuestra matria como le llama al terruño o a la patria chica don Luis González y González.
Gabino Pino tuvo el mérito de haber comenzado de manera formal el cultivo del café en estas latitudes. Por ello la mitad del siglo pasado este municipio tuvo un repunte económico importante y fue conocido como “La tierra del café”.
Don Gabino nació el 19 de febrero de 1856, en el pueblo de Atoyac y murió el 17 de julio del 1921. Fue presidente municipal siete veces, dice su biógrafo René García Galeana que en uno de esos periodos que estuvo al frente del municipio, le tocó la ingrata tarea de dar fe del levantamiento de los cuerpos de los hermanos Pinzón, cuando fueron fusilados después de su fallida revuelta.
Fue un hombre de dos siglos y de grata memoria, pues cuando disfrutamos una taza de un café natural de Atoyac, recordamos que fue gracias a ese atoyaquense visionario, que allá por el año de 1891 inició un ambicioso proyecto viajando a Chiapas para conocer del cultivo del aromático grano. Por medio de los escritos que dejó ahora conocemos su peregrinar por la selva de Chiapas. De los puertos que visitó y de su paso por Oaxaca, retratando con sus crónicas los lugares por los que transitó.
Allá en Chiapas le presentaron a un guatemalteco llamado Salvador Gálvez, quien lo acompañó y le enseñó a cultivar las plantas del aromático grano. Compró los primeros viveros y los trajo vía marítima para sembrarlos en la sierra de Atoyac. Cuando vieron que esta planta si producía a mayor escala y que era negocio, otros se atrevieron a iniciar la aventura, hasta que la selva se fue llenando de cafetos.
Gálvez sembró un extenso plantío en su finca a la que denominó El Estudio y en ese lugar se instaló el primer beneficio de Café. Dice Wilfrido Fierro que construyó él mismo la maquinaria y aprovechando las aguas del arroyo que corría por la finca, puso en movimiento una enorme turbina que sirvió para el desarrollo de la industria.
Las tierras del Estudio, muy cerca de La Soledad, después de la Revolución fueron usufructuadas por el coronel agrarista Francisco Vázquez, La Perra brava.
El siguiente en emprender la aventura en la búsqueda del oro verde fue don Manuel Bello, quien tenía la fábrica de hilados y tejidos La Perseverancia en el lugar donde ahora está el mercado, la dejó para dedicarse al cultivo del café que por esos tiempos prometía ser un negocio rentable. Manuel Bello instaló su finca, a la que bautizó como La Siberia punto que todavía existe muy cerca de El Paraíso.
Por investigaciones de doña Juventina Galeana Santiago se sabe que don Gabino G. Pino no sólo trajo a Gálvez como técnico, también vinieron con él Nicandro Corona y Jerónimo Loza. Don Nicandro puso una finca cafetalera que denominó el Zafir y don Jerónimo instaló otras plantaciones que llamó El Porvenir.
Pero el mayor empuje de la siembra del café comenzó a darse después de 1927 cuando los campesinos medieros habitantes de la sierra comenzaron a tomar las tierras por la fuerza. Don Isaías Gómez Mesino a sus 89 años recordó que su papá se metió a sembrar en los terrenos de Juana Fierro sin que todavía se autorizara la ley agraria, ahí sembró café, después de cosecharlo lo pilaba y lo traía en bestias a la cabecera municipal para venderlo a Gabriel Zahar y a Lorenzo Lugo. Gabriel Zahar tenía su compra en el Zócalo, donde los Parra. Don Lorenzo compraba en la esquina de la plaza a donde ahora están oficinas del DIF municipal. Recordaba don Isaías que en ese tiempo se pilaba el café a puro pilón y lo despulpaban manualmente. A un tronco le hacían un hoyo en medio, le metían un palo con canales y le daba vuelta; así lo despulpaban.
Don Simón Hipólito Castro escribió que los primeros comerciantes en la rama del café fueron los árabes Gabriel y Regina Zahar y los chinos Lorenzo y su esposa de Apellido Lugo. Este último matrimonio era cojo, ambos cojeaban de una rodilla. El matrimonio de árabes vendía chaquetas de mezclilla y compraba café. Se sabe que después el matrimonio Zahar construyó en el puerto de Acapulco un edificio de departamentos bautizado como San Antonio y que el matrimonio chino se trasladó a la ciudad de México donde montaron un almacén de ropa.
El café se descascaraba en pilones; trozos de madera que trajeron a la Costa Grande los chinos y filipinos que en un principio sólo era para pilar arroz. Era una gracia pilar entre tres, con las manos pesadas daban los golpes y no chocaban, llevaban bien el ritmo. “Era una chingonería ver tres gentes pilando. No todos lo podían hacer porque era difícil”,  recuerda Concepción Eugenio Hernández (Chon Nario).
De los primeros artefactos para beneficiar el café, nuestro cronista José Hernández dice: “Los granos de café cereza, frescos o del llamado ‘capulín’ eran despulpados en pilones de troncos de árbol de parota. Se utilizaba un mortero de madera dura llamado mano de pilón. También se usaron molinos rústicos fabricados de un tronco hueco en el cual se introducía un engrane largo o gusano de madera, colocándole en la parte trasera una manivela del mismo material y una tolva en la parte superior para poder llenar de café su interior. Este  molino se montaba en dos troncos delgados con sus respectivas horquetas”.
Aunque desde antes que los campesinos encontraran la formas de beneficiar el café las ratas y los tlacuaches fueron los primeros que comenzaron a procesar el café. Estos animalitos se comen la cáscara y la pulpa del café maduro y el grano muy peladito lo van acumulando en sus madrigueras. Los productores le llaman minitas a estos montoncitos de café que se encuentran entre las ramas secas y cuevas. Entre febrero y mayo las mujeres de los barrios o familias que no tienen huertas van a recoger ese café y encuentran montoncitos hasta de dos kilos en las cuevas de estos animalitos; granos que usan para su consumo o para vender e ir a la feria. La ventaja es que ya no se tiene que pilar. “De hecho el primero que comenzó hacer café pergamino fue el ratón”, dice un campesino.
El tejón y la zorra se tragan el café en cereza y defecan el grano entero sin cáscara. Cuando encuentran “popó” de zorra de puro grano de café es de buena suerte, porque luego se hallan muchas minitas cuando la gente va a recoger.
De los tiempos de la bonanza del café Chon Nario recuerda que Ecliserio Castro Ríos, Cheyo, aventaba el café frente al viento con una bandeja de palo y no se le caía ni un grano a pesar de que era invidente y la gente lo contrataba para pilar café en sus casas. Ventura y Liberato Fierro Barrientos inventaron una máquina para tostar café e hicieron un molino de madera. El tostador era un tambo de fierro con una manivela con la que le daban vuelta, sobre el fuego hecho con conchas de coco.
El primero que comenzó a mortear café en Atoyac fue Wadi que tenía su morteadora en una barda grande de la calle Reforma, donde ahora están las instalaciones de Cable Costa. Una vez la máquina se desgobernó y comenzó a temblar la tierra, se escuchaba el estruendo muy feo. La gente salió de sus casas corriendo y en el centro se hizo mucho escándalo, nadie sabía que hacer, esa maquinaria era desconocida por todos. El héroe fue Flores Zedeño, quien sin medir el peligro se metió y apagó la máquina mientras todo el mundo corría asustado.
Wadi Guraieb llegó a Atoyac en 1937. Él y sus dos hermanos, Sebastián y Salomón Guraieb Guraieb llegaron a Veracruz en 1922 procedentes de Dair Elama, Líbano. Escribió Anituy Rebolledo. Vivió seis años en Atoyac donde conoció sus pueblos e instaló el primer beneficio seco para comerciar café capulín comprado a los sierreños.
En 1944 Wadi y su esposa doña Rosa Guraieb se instalaron en Acapulco, donde abrieron su negocio “Café Atoyac”. A partir de 1960 se llamó Casa Wadi, ubicada en la esquina de Mina y Velázquez de León, según los datos de Anituy.
Después en la ciudad llegaron a tener beneficios de café: José Carmen García Galeana, José Navarrete Nogueda, Raúl Galeana Estévez, Onofre Quiñones, Miguel Ayerdi, Sotero Fierro, Francisco Castaño y Fortino Gómez. Ahora hay muchas torrefactoras pero de eso hablaremos después.
La superficie sembrada de café, el 60 por ciento era de la variedad Típica o Criolla, un 30 por ciento Bourbón y el 10 por ciento, de Caturras, Mundo Novo y Catuaí.  
En estos tiempos la sierra está quedando olvidada. Se calcula que hay 42 mil hectáreas sembradas de café de las cuales el 60 por ciento está en abandono. Sólo se cultivan el 40 por ciento, el resto se encuentra entre el monte padeciendo de las plagas que provocan las malas prácticas de cultivo. Los mejores tiempos del llamado oro verde ya quedaron atrás; sin embargo urge seguir manteniendo las plantas en pie, por el bien de todos.
El café en Atoyac, a diferencias de otras latitudes, se produce bajo sombra. Cuidar el café es cuidar los riachuelos que todavía nacen en las laderas de esta parte de la Sierra Madre del Sur.
Hay quienes dicen olvidémonos del café y busquemos otras alternativas. Pero destruir los plantíos de cafetos significa acabar con un pulmón importante del estado de Guerrero, con el hábitat de muchas especies como el jaguar, que se encuentra en peligro de extinción; la mayoría de estos felinos que existen en Guerrero se encuentran precisamente en la zona del café.
La tierra se ve triste y la vegetación es raquítica si vas del bajo a la sierra, hasta el Rincón de las Parotas los cerros se muestran pelones. Siguiendo la carretera rumbo al Paraíso, después de San Andrés comienza a verse la exuberancia de la vegetación porque ahí inicia la Selva Cafetalera y si seguimos la ruta rumbo al Filo Mayor nos encontraremos que después del Edén, de nuevo los cerros lucen pelones. Es que ahí termina la zona cafetalera.
El café tuvo su bonanza en dos periodos. El primero fue a mediados de los cincuentas y el otro  entre los años de 1978 a 1982, cuando se llegaron a producir 352 mil quintales; en todo el estado, el 60 por ciento de esta producción salía de Atoyac.  Fue cuando las sinfonolas se daban gusto repitiendo a todas horas la canción “Mi cafetal”:
“Porque la gente vive criticando /me paso la vida sin pensar en nada /pero no sabiendo que yo soy el hombre /que tengo un hermoso y lindo cafetal… Nada me importa que la gente diga que no tengo plata /que no tengo nada /pero no sabiendo que yo soy el hombre que tengo mi vida bien asegurada… Yo tengo mi cafetal y tú no tienes nada”.
#Atoyacmimatria



jueves, 11 de julio de 2019

Corral Falso, tierra de músicos


Víctor Cardona Galindo
Atoyac tiene tradición musical. El maestro Margarito Damián Vargas enseñó a Rafael Flores quien fundó la Orquesta Flores. Sus  hijos: Margarito, Arturo y Gobén Flores Quintana lograron figurar como buenos ejecutantes, compositores y dirigentes de orquestas. Arturo organizó la orquesta “Embajadores de la Alegría” y formó cuartetos para música fina. Fue compositor de varias melodías, valses, marchas, paso dobles y tangos. Gobén enseñó solfeo en Corral Falso y dirigió la orquesta de los Hermanos Chinos en Espinalillo en la que también tocó Hipólito Benítez.
Glorieta en la entrada de Corral Falso

El maestro Margarito Flores dirigió, en 1944, la orquesta de Filiberto Méndez llamada Ritmo Tropical en El Ticuí la cual contaba con miembros del mismo lugar, a iniciativa del profesor Benjamín Rivera y subsidiada por la cooperativa David Flores Reynada, donde había una escuela de música y se enseñaba solfeo.
Luego fundó y dirigió la orquesta “Atoyac”, la que figuró como una de las mejores de la región, por su buena armonía, ejecución y su repertorio fino y variado. En 1958 en Los Valles se fundó la Orquesta de los hermanos Galindo y Efrén Gómez tenía la suya en Zacualpan.
En la historia musical de Atoyac está gente que en su momento trascendió, como Juan Figueroa Rodríguez (Juanello), el tenor Ambrosio Castillo Muñoz y nuestro nuevo valor Kopani Rojas Ríos que ahora ocupa lugares importantes en la cultura de Guerrero. De paso podemos nombrar a: Gonzalo Ramírez, Manuel Armenta Sánchez, Efraín Méndez Blanco y grupos como Los Brillantes de Costa Grande.
Por ahora hablaremos de una de las betas artísticas que existe en Corral Falso (municipio de Atoyac) un pueblo de músicos. En este lugar, cada 22 de noviembre se lleva a cabo  una reunión de varias generaciones de talento, de música de calidad. Artistas de antaño que hicieron suyos, el mambo, el cha cha cha y el danzón. Algunos que triunfaron en las mejores épocas de Acapulco. Llegan también los integrantes de los grupos tropicales, norteños y tríos románticos, todos a tocar una melodía en honor al día de músico y a Santa Cecilia su patrona. El profesor Hipólito Chuk Uk juega un papel importante como organizador y la fiesta es hasta que el cuerpo aguante.
En la entrada de la comunidad encontramos una glorieta con un letrero que dice: “Bienvenidos, Corral Falso” y arriba una clave de sol disfrazada de un músico. Es un monumento diseñado por el arquitecto Pedro Ramos Ríos. En este sitio Rubén Ríos Radilla con su movimiento cultural “Tingüiliche” comenzó a organizar homenajes a los músicos más destacados de la población. Homenajeó a Ignacio Nogueda Reyes de quien se develó una placa y se le montó una guardia de honor.
El año 2013 tocó el turno a Zenón Abarca Rendón, quien fue la cabeza de una importante familia de artistas y sembró el semillero de los músicos de Corral Falso que hasta la fecha siguen tocando. También se develó una placa, se colocó una ofrenda floral y se montó una guardia de honor con familiares, autoridades locales y amigos.
En el evento destacó la presencia de: Diógenes Díaz Abarca, la comisaria Yessica Marlén Suárez Ríos, los hijos del homenajeado: Roberto y Juan Abarca Ramos y Miguel Ángel Serrano presidente del comisariado ejidal. El acto estuvo amenizado por La Banda Corral Falso que hizo bailar a los presentes y cerró su actuación con el danzón “teléfono a larga distancia”.
El homenajeado Zenón Abarca Rendón formó parte de la Orquesta Lira Costeña integrada allá por 1926. Fundó la Orquesta Abarca, la Orquesta Ramos y Juveniles de Abarca. Llegó a grabar con Los Príncipes de  Abarca. Desciende de una familia de músicos, su abuelo Vicente Abarca tocaba el arpa y su padre Crisóforo Abarca ejecutaba varios instrumentos.
Nació el 11 de julio de 1911 en Nuxco Guerrero y desde muy  joven llegó a Corral Falso donde murió el 9 de agosto de 2010 después de dejar su legado musical como compositor y director de orquestas. De recuerdo quedó también el danzón “Eliana” que grabó en un disco con Los Príncipes de Abarca y dejó muchos boleros de su autoría sin grabar.
Tocó también con La orquesta Atoyac que se fundó en 1946 y dejó de existir en 1961 e iba de suplente con otras orquestas que lo invitaban, además formó parte de una importante Orquesta en Acapulco.
Zenón abarca se casó con Rosalía Ramos Hernández con quien procreó 10 hijos: Celina, Roberto, Juan, Antonieta, María de Jesús, Inocencia, Esther, Guadalupe, Bertha y Eliseo Zenón. De los cuales, Roberto y Juan son músicos.
Zenón aprendió notas musicales de Gobén Flores Quintana quien fue su maestro. Luego él se convertiría en mentor de muchos, como los integrantes de la Orquesta Hermanos Ramos y la Orquesta Hermanos Abarca. Y más tarde de la Orquesta Juvenil de Abarca.
Fue maestro también de Ignacio Nogueda Reyes músico que trascendió en el ámbito sindical y formó la escuela de música en Acapulco.
En el evento la encargada de leer la semblanza de Zenón Abarca fue la regidora Leonor Bello Ríos quien dijo que con éste homenaje “no sólo elogiamos la labor de don Zenón Abarca si no también a toda la tradición musical que sigue vigente en Corral Falso tierra de músicos”.
Sin duda muchas generaciones bailaron al son que les tocó Zenón Abarca y lo recuerdan con cariño. El cronista de Atoyac Wilfrido Fierro Armenta dejó registrado que el 17 de mayo de 1963: “Los señores Juan García Galeana, Jerónimo Luna Radilla y Raymundo Fierro Pino, ofrecieron una cena en el edificio de la Escuela “Gral. Juan Álvarez” al presidente municipal Luis Ríos Tavera, con motivo de su cumpleaños. El Convivio estuvo animado por la Orquesta de Zenón Abarca, terminando hasta en la madrugada del día siguiente”.
Como dije antes el año pasado se hizo un homenaje a otro hijo de ésta comunidad, a Ignacio Nogueda Reyes, el más destacado alumno de Zenón Abarca, quien supo sortear el ámbito y los obstáculos que le imponía su terruño para ir en busca de mejores oportunidades.
La vida de Ignacio Nogueda Reyes fue trascendente, era un gran trompetista que hacía mancuerna con el tecpaneco Macario Luviano. Por su labor en Acapulco se fundó una escuela de música que lleva su nombre. Por su excepcional talento fue invitado para tocar en una orquesta de España pero rechazó el ofrecimiento, prefirió seguir al lado de sus paisanos, porque primero estaba su gente y después la fama y la fortuna. Muchos hijos de Corral Falso le siguieron en su camino y ocuparon lugares importantes en grupos musicales del puerto de Acapulco y en nuestra región.
Nogueda Reyes llegó a ser el secretario general del Sindicato de Músicos en Acapulco y la relevancia que tiene el gremio en gran parte se debe al ilustre hijo de Corral Falso. Los adultos mayores de la población lo recuerdan aprendiendo sus primeras notas con el maestro Zenón Abarca y tocando en su orquesta. Cuando vivía en Acapulco frecuentaba Corral Falso y apoyaba todas las obras en beneficio de la comunidad. Con un baile que regaló a la comunidad ayudó a construir la escuela primaria y para que se introdujera la energía eléctrica vino con su orquesta para amenizar otra fiesta y así se pudieron juntar los fondos que faltaban para tan importante obra.
Fue un hombre que jamás rompió su relación con Corral Falso, fue sencillo y le gustaba convivir con sus paisanos. Nogueda Reyes estuvo a la altura de otros grandes directores de música como Margarito Flores Quintana y Catarino Hernández Olea, hombres que dejaron un gran legado musical para las futuras generaciones.
En Corral Falso hablamos de casi un siglo de historia musical, porque fue en el año de 1926 cuando se formó la primera orquesta con el nombre Orquesta Lira Costeña, encabezada por don Crisóforo Abarca e integrada por sus hijos: Horacio (violín) Zenón (trompeta). También participaban, Ignacio Nogueda Reyes (trombón de pistones) Merced Ríos (bajo) Adrián Hernández (guitarra) Juvencio Abarca (cornetín) y Angelito Pano con la batería.
El 22 de noviembre 2013 se cumplieron 63 años del primer festejo del día del músico aquí en Corral Falso. Fiesta que fue promovida por primera vez por la Orquesta Los Hermanos Ramos. De acuerdo con los datos proporcionados por Tomas Pérez Cabañas, los integrantes de la orquesta “Hermanos Ramos” comenzaron a festejar el día del músico en 1949, cuando fueron a tocar a la iglesia Santa María de la Asunción de la cabecera municipal. Estaba como párroco el sacerdote Isidoro Ramírez, quien después de tocar les invitó un pozole. Luego tocaron en el Zócalo de la ciudad y se fueron al río a tomarse una foto con los compañeros músicos de Atoyac, Flaviano Sánchez y Margarito Flores Quintana.
Don Leonel Ramos Hernández nos explicó que al siguiente año en 1950 el día del músico lo festejaron por primera vez en Corral Falso con la presencia de  cuatro orquestas: Hermanos Ramos, la orquesta de Efrén Gómez de Zacualpan, Hermanos Barrientos de San Jerónimo y otra orquesta de Hacienda de Cabañas que dirigía Brígido García.
En 1951 cuando era comisario Rafael Hernández hicieron de nuevo la fiesta en Corral Falso, con ese baile cooperaron para la construcción de la Escuela Rural “Cuauhtémoc”, así se inauguró la costumbre de cooperar cada año para las demás obras de la comunidad y hasta la fecha no se ha perdido la tradición, porque todos los años, los días de Santa Cecilia, regalan el recurso que se junta por la entrada de los bailes para beneficio de la comunidad.
Wilfrido dice que el 16 de diciembre de 1962 en la noche fue inaugurado el Centro Social "Paraíso Tropical" propiedad de Pedro Galeana Peña, con una suntuosa posada organizada por alumnos de la Escuela Secundaria de la cabecera municipal. Amenizaron el ambiente las orquestas: Hermanos Ramos y Atoyac.
Marcial Calderón Godoy ha publicado que la Orquesta Hermanos Ramos, se organizó en el año de 1946 y culminó con sus actuaciones musicales en 1973. La integraban su director Leopoldo Ramos, su hermano Leonel en la trompeta, José Radilla (trompeta) Baltazar Palacios (trompeta) Tomás Pérez (sax tenor) Carlos Ramos (sax tenor) Miguel Ávila (sax alto) Prisciliano Hernández (guitarra) Filiberto Radilla “El Ruso” (bajo o tololoche) y Merced Ramos en la batería. Después de la orquesta Los Hermanos Ramos, se formó el grupo Los Originales y luego Sentimientos Ocultos.
Siguiendo los datos de Calderón Godoy en 1958, Zenón Abarca Rendón formó otra Orquesta con el nombre: “Zenón Abarca y su orquesta”, tocando el sax alto con sus hijos Roberto y Juan Abarca Ramos, con el sax tenor y sax alto; además de Dionicio Abarca (trompeta) Heriberto Reyes (trompeta) Juvencio Bello (trompeta) Gumersindo Bello (bajo) José Luis Ramos (Sax tenor) y Marcial Calderón con la batería; además de Petronilo Ramos en las congas.
Leonel Ramos Hernández tiene 89 años, nació el 11 de noviembre de 1924 desde muy chamaco le gustó la música y Zenón Abarca fue su cuñado y maestro. Comenzó como trompetista a los 13 años y tocó con la orquesta de Los Hermanos Flores, con la Orquesta de Efrén Gómez de Zacualpan, la orquesta Hermanos Barrientos y una orquesta de Tecpan, dejó de tocar cuando tenía 76 años.
Corral Falso tiene músicos que han tocado desde Estados Unidos hasta Hong Kong. Carlos Ramos Calderón es muy buen músico que ha destacado en Acapulco. Sin duda este pueblo de la parte baja de Atoyac es tierra de músicos. Hasta el famoso cacique Crispín Ocampo Bello tocaba la guitarra, el violín y la mandolina, también cultivó la poesía; pero ese será otro tema para estas páginas de mi matria.