Víctor Cardona Galindo
En la cima del Cerro El Calvario estuvo
el cuartel de la federación, ahí durante
muchos años hubo un cañón que el pueblo conocía como El Niño. En sus Apuntes
Patricio Pino y Solís en 1934 escribe que dicho cañón fue llevado, en cinco
carretas, al Arenal del Paco, por el mayor Antonio Cárdenas López, jefe del
tercer sector militar de Tecpan.
Casa del general Silvestre Mariscal en Atoyac, misma que en diferentes momentos de la historia fue cuartel militar. Foto: Museo Casa de Carranza |
El
cronista de San Jerónimo don Luis Hernández Lluch también hablaba de ese cañón
mismo que era disparado siempre que llegaba el general Silvestre Mariscal a la
ciudad de Atoyac. Ahora esa pieza artillera se encuentra en la escuela Primaria
Ignacio Manuel Altamirano, en el Arenal del Centro o de la Máquina, con una
placa en donde está grabada la fecha: “Nov. 20 de 1947.”
Los
militares siempre han estado presentes en la historia del municipio y han
deambulado por toda la ciudad instalando en diferentes lugares el centro de su
poder.
En
1911, cuando inició la revolución en la Costa Grande, el cuartel militar estaba
en el Zócalo, en el Ayuntamiento, ahí fue atacado el ejército porfirista por el
maderista Silvestre Mariscal y al derrotarlo lo expulsó del municipio.
Al
llegar 1912, las fuerzas del mayor Perfecto Juárez y Reyes se instalaron en la
Escuela oficial de Niños (Hoy Escuela Juan Álvarez) y en el Palacio Municipal.
En enero de ese año el general Silvestre Mariscal acuarteló su tropa en su
propia casa, en la calle Juan Álvarez Norte, en donde ahora está la tienda
“Construrama”. Así estaban estacionadas las tropas maderistas cuando se enfrentaron
entre sí, el 11 de enero de 1912, dejando un saldo sangriento en el centro de
la ciudad.
Para
1923, los militares se establecieron en La Fábrica de Hilados y Tejidos
“Progreso del Sur Ticuí”, pues estaban ligados directamente con la colonia
española del puerto de Acapulco, dueños de esa factoría. En 1924 cuando estalló
el movimiento agrarista se encontraban en el Palacio Municipal en el centro de
la ciudad.
El
80 Batallón, al mando del general Adrián Castrejón, que en 1926 perseguía a los
vidalistas, en combinación con
las tropas de la coronela Amelia Robles se acantonaron en la casa del general
Silvestre Mariscal.
Ese
mismo año el 67° regimiento de caballería, al mando del coronel Jesús Merino
Bejarano, instaló su cuartel en La Fábrica de Hilados y Tejidos de El Ticuí. Ese
coronel murió en una balacera contra los vidalistas el 5 de febrero de 1927 en
esta cabecera municipal. Su cadáver fue levantado y llevado a la fábrica donde
fue sepultado en uno de sus salones.
En
1927 el cuartel fue instalado en El Calvario donde se dieron muchos combates
con los vidalistas que defendían El Plan del Veladero, de esas hazañas se
recuerdan a los revolucionarios Raymundo Barrientos, Felipe Reyes y Valentín
Fierro que eran buenos para tirar y se tumbaban a los federales desde lejos.
El
coronel Enrique Guzmán, quien luego fuera candidato a Presidente de la República,
tuvo su oficina en la casa del señor
Eduardo Parra y la tropa se volvió a instalar en la Escuela Oficial de Niños.
Este coronel que se portó arbitrario con la población amplió el cuartel, varios
metros a la redonda, tomó el Zócalo, el Curato y la casa del coronel Alberto
González, adonde ahora está la tienda de “El Buen Precio”.
En
1929 servía de campamento la casa del general Silvestre Mariscal, ahí, después,
estuvo el hotel Herrera y ahora está la tienda de materiales que ya mencionamos;
en ese lugar entregaron las armas Amadeo Vidales y Feliciano Radilla después de
indultarse. Ese mismo año fue nombrado jefe del sector militar el coronel
atoyaquense Alberto González, a quien le sirvió de cuartel su propia casa.
En la
década de los cincuenta había partidas militares y pequeños campamentos en San
Vicente de Benítez, en Cacalutla y Corral Falso.
En 1956 estando al frente de la
administración municipal don Rosendo Radilla Pacheco, se construyeron nuevas instalaciones castrenses en El
Calvario, por eso durante ese año los soldados se ubicaron en donde se
encuentra el salón de fiestas “El Paraíso Tropical”; ese destacamento militar
estaba al mando del teniente José Calderón, a quien le rentaba la casa Pedro
Galeana Peña. También durante mucho
tiempo estuvo un destacamento militar en la calle Aldama.
En
1972, cuando Lucio Cabañas les puso la primera emboscada, los soldados seguían
en El Calvario y tenían destacamentos en el Instituto de Protección a la
Infancia y en las instalaciones del Instituto Mexicano del Café. En 1973, ocuparon
las instalaciones que están en la calle Prolongación Miguel Hidalgo, de la colonia
Loma Bonita. La gente conoce ese lugar como “El Cuartel de la Mártires”, por
estar ubicado a un lado de la colonia “Mártires del 30 de diciembre de 1960”.
Hasta
1994, a las seis de la mañana, se escuchaban los tambores a lo lejos, eran las
dianas del 49 Batallón de Infantería, que despertaban a todos a la misma hora.
Al Norte se escuchaban disparos a todas horas del día, era el campo de tiro donde
la tropa hacía sus prácticas y en las instalaciones del cuartel había otro
campo de tiro donde practicaban los oficiales. Ya todos estábamos acostumbrados
a los sonidos de tambores y de disparos. Hasta que se fueron por un tiempo.
Los
tambores eran el despertador de la gente del pueblo, “levántate para que te
vayas a la secundaria, ya están sonando los tambores”. “Ya iba llegando a la
terminal cuando estaban los tambores”, eran comentarios que se escuchaban.
El sonido de tambores comenzaba
temprano y duraba todo el día.
La “diana” a las 6 se escuchaba más
fuerte por el silencio de la mañana; a
la 7 tocaban para llamar al desayuno. A las 8 otro toque para pase de lista. A
las 9 de la mañana llamaban al personal que iba a Academia. A las 13 horas
llamada a la tropa. A las 2 de la tarde toque de comida. A las 4 de la tarde
daban orden del día y se daba otro toque para mandar a los arrestados. Y a las
21 horas se tocaba silencio y se
apagaban las luces en el cuartel.
En
1994 los militares se fueron a Petatlán con sus dianas y toques y dejaron en
manos del gobierno del estado “El cuartel de la Mártires”.
De
ese viejo campo militar se cuentan muchas cosas: existe debajo de la explanada un
sótano conectado por un túnel donde hay muchos cadáveres, que por las noches se
escuchaban las máquinas trabajar donde enterraban a los muertos, de un pozo de
agua adonde arrojaron muchos cadáveres, que enterraron cuerpos debajo de un
puente, que a algunos presos les formaban el cuadro y los llevaban rumbo a La
Pindecua donde eran fusilados. Esas y muchas más historias de muerte dicen que ocurrieron en los tiempos de La Guerra Sucia.
Probado
está que en los tiempos en que el poder militar estaba en su
apogeo en Atoyac, fue
un campo de concentración y que una o más de sus barracas sirvieron de salas de
tortura. También hay certeza de que de esta explanada partieron helicópteros y
camiones militares con cuerpos y prisioneros vivos rumbo a la desaparición.
De
ese tiempo quedó la historia de don Isidoro Sánchez López “El Satélite” a quien
los soldados por descuido arrojaron encostalado desde un helicóptero a la laguna.
Cayó entre los lirios y no murió. Pidió auxilio y lo escuchó un campesino de
Cacalutla que después de rescatarlo lo ocultó. Don Isidoro se quedó 7 años
trabajando haciendo milpa cerca de la laguna escondiéndose de los militares.
Hasta que Zohelio Jaimes lo rescató en 1981 y se lo llevó a trabajar a la Unión
de Ejidos Alfredo V. Bonfil.
Don
Isidoro fue activista de la Asociación Cívica de Guerrero. Era el encargado de
citar a las reuniones por eso le pusieron El
Satélite. Otros como guasa comentan que su sobrenombre de Satélite se debe
a que cayó del cielo. Fue un distinguido luchador social, hombre muy serio y
discreto por eso fue el enlace en la ciudad de la guerrilla de Lucio Cabañas y
fue, también, uno de los fundadores de
la célula del Partido Comunista. “Los soldados lo detuvieron en 1974 y después
de tenerlo preso en el cuartel, lo llevaban en un
helicóptero a tirar al mar dentro de un costal, pero como los soldados estaban
borrachos lo dejaron caer en la laguna de Mitla. Tuvo la gran suerte de que ese
campesino llegara a desatar el costal”.
Con
este testimonio se deduce que los helicópteros arrojaban bultos con cuerpos al
mar. Mientras los camiones iban al cuartel de la Fuerza Aérea en Pie de la
Cuesta donde había otro gran campo de concentración y también se practicaban
los llamados “Vuelos de la Muerte”.
El
“Cuartel de la Mártires” fue el lugar donde las madres, esposas y familiares de
los detenidos por el Ejército en la década de los setentas llegaban hasta la
pluma que está en la entrada y luego de preguntar por sus familiares un oficial
les contestaba que ahí no era cárcel. Las viejas instalaciones traen los recuerdos
de aquel tiempo cuando se movieron 7 batallones sobre la sierra apoyados con
tanques de guerra, aviones y helicópteros como demostración de poder.
A los que cayeron prisioneros aquí a todos los acusaban
de ser guerrilleros o “bastimenteros” de Lucio Cabañas y para sacarles
información les daban toques eléctricos en los genitales y
en los oídos. Les picaban con un cuchillo las partes nobles. Los mantenían boca
abajo. Los bañaban con agua fría. Para dar testimonio de esto están todos los
campesinos que cayeron presos en ese tiempo, el abogado Marcos Téllez y el
líder de la Coalición de Ejidos Zohelio Jaimes Chávez.
El
trato que daban a los prisioneros era incalificable, los golpeaban en el
cuello, en el estómago y en las costillas. Les picaban las uñas con agujas. Todas
las noches les aplicaban las mismas torturas. Cuando tenían sed les daban de
tomar agua en un casco o les daban agua con jabón o de a tiro del excusado. Algunos de los sobrevivientes a
esta tortura lloran al recordarlo, otros quedaron con secuelas para siempre
como es el caso de Alejandro Arroyo Cabañas y Enrique Chávez Fuentes.
Como responsables
de esas torturas, la gente identifica a los capitanes Evencio Díaz Marroquín,
otros de apellidos Barajas y Jacobo; así como a los tenientes Arturo Monroy
Flores, Efrén y Abel Martínez todos del 32 Batallón de Infantería.
Les
echaban cubetas de agua fría para que siempre tuvieran mojada la ropa, así los
golpeaban y lo toques eléctricos eran más efectivos. A algunos vendados de los
ojos, los colgaban de los testículos o de los dedos de los pies. Les llenaban
el estómago de agua y se le subían encima o los metían de cabeza en un tambo de
agua y los quemaban con cigarros. Esas torturas duraban 15 días.
Se
dice que muchos no sobrevivieron cuando los aventaban de los helicópteros antes
de aterrizar, los cuerpos rebotaban en el pavimento, ahí comenzaba la tortura
cuando los traían por el aire. Esa fue la suerte de muchos que recogieron los
helicópteros en las canchas de sus pueblos. Los sollozos en las barracas eran continuos,
lloraban las mujeres, también los jóvenes y los hombres maduros, todos al
sentirse abandonados, alejados del poder de Dios y en manos de estos hombres
vestidos de verde.
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