Víctor Cardona Galindo
Resumen: En la Monografía de Atoyac, Wilfrido Fierro Armenta dice que
el café fue traído y sembrado en el año de 1882, por el señor Claudio Blanco,
en su finca El
Gamito (Hoy
El Porvenir), usando semillas que le regaló un amigo de Michoacán. La citada
finca, del señor Blanco fue vendida a Gabino G. Pino en 1887, estaba sembrada
en su mayor parte de plátano.
Pero
ya para establecer con formalidad las plantaciones, el café fue introducido a
Atoyac por el señor Gabino Pino González, desde Tapachula, Chiapas en 1891,
donde recibió instrucciones sobre el proceso de producción y beneficio, sembró
el café en una finca cercana a La Soledad. Gabino G. Pino invitó al técnico
guatemalteco Salvador Gálvez, quien vino con él y realizó estudios de la tierra
en un campamento al que bautizó con el nombre de El Estudio. Cuando las huertas estaban en
producción, construyó unas máquinas de madera para despulpar y secar el
producto.
Por
investigaciones de doña Juventina Galeana Santiago se sabe que Don Gabino G.
Pino no sólo trajo a Gálvez como técnico, también vinieron con él Nicandro
Corona y Jerónimo Loza. Don Nicandro puso una finca cafetalera que denominó El Zafir y Don Jerónimo instaló otras
plantaciones que llamó El
Porvenir.
Actualmente
de la superficie sembrada de café, el 60 por ciento es de la variedad Típica o Criolla, un 30 por ciento Bourbón
y el 10 por ciento están sembradas de Caturras,
Mundo Novo y Catuaí.
I
“En las profundidades de nuestra exótica selva y a la
sombra de altivos olmos, las manos fuertes de hombres laboriosos, en franca y
armoniosa convivencia con jaguares, pumas, cascabeles, tucanes y faisanes…
producen aromas y sabores aprisionados en granos oro para deleite de los más
estrictos gustos y refinados paladares: Café de Guerrero para delicia del Sur
para México y el Mundo”, escribió Julio César Ocaña en su libro Café de Guerrero Identidad y orgullo. Y cuando
se habla de café en Guerrero se habla de Atoyac.
Durante el porfiriato los Pino eran dueños de una gran
porción de terrenos en la sierra. Eran los tiempos en que la colonia española
de Acapulco dominaba el comercio del algodón en las costas, los criollos de
estas tierras tenían que buscar otra forma de salir adelante. Por medio de
publicaciones llegaban noticias de que en Europa había mucha demanda de café y
don Porfirio Díaz impulsaba el cultivo para traer divisas al país. Por eso
Gabino Pino González se aventuró a viajar a Chiapas donde el café florecía.
Recorrió en barco hasta puerto Madero y luego fue al Soconusco en donde recibió
instrucciones del beneficiado del café.
A Gabino Pino González cada año se le rinden
honores, se hizo célebre por haber introducido el café al municipio de Atoyac.
Es uno de los personajes que más han trascendido en la historia de nuestra matria como le llama al terruño o a la
patria chica don Luis González y González.
Gabino Pino tuvo el mérito de haber comenzado de
manera formal el cultivo del café en estas latitudes. Por ello la mitad del
siglo pasado este municipio tuvo un repunte económico importante y fue conocido
como “la tierra del café”.
Don Gabino nació el 19 de febrero de 1856, en el
pueblo de Atoyac y murió el 17 de julio del 1921. Fue presidente municipal
siete veces, dice su biógrafo René García Galeana que en uno de esos periodos
que estuvo al frente del municipio, le tocó la ingrata tarea de dar fe del levantamiento
de los cuerpos de los hermanos Pinzón, cuando fueron fusilados después de su
fallida revuelta.
Fue un hombre de dos siglos y de grata memoria,
pues cuando disfrutamos una taza de un café natural de Atoyac, recordamos que
fue gracias a ese atoyaquense visionario, que allá por el año de 1891 inició un
ambicioso proyecto viajando a Chiapas para conocer del cultivo del aromático
grano. Por medio de los escritos que dejó ahora conocemos su peregrinar por la
selva de Chiapas. De los puertos que visitó y de su paso por Oaxaca, retratando
con sus crónicas los lugares por los que transitó.
Allá en Chiapas le presentaron a un guatemalteco
llamado Salvador Gálvez, quien lo acompañó y le enseñó a cultivar las plantas
del aromático grano. Compró los primeros viveros y los trajo vía marítima para
sembrarlos en la sierra de Atoyac. Cuando vieron que esta planta si producía a
mayor escala y que era negocio, otros se atrevieron a iniciar la aventura,
hasta que la selva se fue llenando de cafetos.
Gálvez sembró un extenso plantío en su finca a la
que denominó El
Estudio y en ese lugar se instaló el primer beneficio de
Café. Dice Wilfrido Fierro que construyó él mismo la maquinaria y aprovechando
las aguas del arroyo que corría por la finca, puso en movimiento una enorme
turbina que sirvió para el desarrollo de la industria. Las tierras del Estudio, muy cerca
de La Soledad, después de la Revolución fueron usufructuadas por el coronel
agrarista Francisco Vázquez, La
Perra brava.
El siguiente en emprender la aventura en la
búsqueda del oro verde fue don Manuel Bello, quien tenía la fábrica de hilados
y tejidos La
Perseverancia en el lugar donde ahora está el mercado, la dejó
para dedicarse al cultivo del café que por esos tiempos prometía ser un negocio
rentable. Manuel Bello instaló su finca, a la que bautizó como La Siberia punto que
todavía existe muy cerca de El Paraíso.
Por investigaciones de doña Juventina Galeana
Santiago se sabe que don Gabino G. Pino no sólo trajo a Gálvez como técnico,
también vinieron con él Nicandro Corona y Jerónimo Loza. Don Nicandro puso una
finca cafetalera que denominó el Zafir y don
Jerónimo instaló otras plantaciones que llamó El Porvenir.
Pero el
mayor empuje de la siembra del café comenzó a darse después
de 1927 cuando los campesinos medieros habitantes de la sierra comenzaron a
tomar las tierras por la fuerza. Don Isaías Gómez Mesino a sus 89 años recuerda
que su papá se metió a sembrar en los terrenos de Juana Fierro sin que todavía
se autorizara la ley agraria, ahí sembró café, después de cosecharlo lo pilaba
y lo traía en bestias a la cabecera municipal para venderlo a Gabriel Zahar y a
Lorenzo Lugo. Gabriel Zahar tenía su compra en el Zócalo, donde los Parra. Don
Lorenzo compraba en la esquina de la plaza a donde ahora están oficinas del DIF
municipal. Recuerda don Isaías que en ese tiempo se pilaba el café a puro pilón
y lo despulpaban manualmente. A un tronco le hacían un hoyo en medio, le metían
un palo con canales y le daba vuelta; así lo despulpaban.
Don
Simón Hipólito Castro ha escrito que los primeros comerciantes en la rama del
café fueron los árabes Gabriel y Regina Zahar y los chinos Lorenzo y su esposa
de Apellido Lugo. Este último matrimonio era cojo, ambos cojeaban de una
rodilla. El matrimonio de árabes vendía chaquetas de mezclilla y compraba café.
Se sabe que después el matrimonio Zahar construyó en el puerto de Acapulco un
edificio de departamentos bautizado como San Antonio y que el matrimonio chino
se trasladó a la ciudad de México donde montaron un almacén de ropa.
El café se descascaraba en pilones; trozos de madera
que trajeron a la Costa Grande los chinos y filipinos que en un principio sólo
era para pilar arroz. Era una gracia pilar entre tres, con las
manos pesadas daban los golpes y no chocaban, llevaban bien el ritmo. “Era una chingonería ver tres gentes pilando. No
todos lo podían hacer porque era difícil”,
recuerda Concepción Eugenio Hernández (Chon
Nario).
De los primeros artefactos para
beneficiar el café, nuestro cronista José Hernández dice: “Los
granos de café cereza, frescos o del llamado ‘capulín’ eran despulpados en
pilones de troncos de árbol de parota. Se utilizaba un mortero de madera dura
llamado mano de pilón. También se
usaron molinos rústicos fabricados de un tronco hueco en el cual se introducía
un engrane largo o gusano de madera, colocándole en la parte trasera una
manivela del mismo material y una tolva en la parte superior para poder llenar
de café su interior. Este molino se
montaba en dos troncos delgados con sus respectivas horquetas”.
Aunque desde antes que los campesinos encontraran
la formas de beneficiar el café las ratas y los tlacuaches fueron los primeros
que comenzaron a procesar el grano. Estos animalitos se comen la cáscara y la
pulpa del café maduro y el grano muy peladito lo van acumulando en sus
madrigueras. Los productores le llaman minitas a estos montoncitos de café que
se encuentran entre las ramas secas y cuevas. Entre febrero y mayo las mujeres
de los barrios o familias que no tienen huertas van a recoger ese café y
encuentran montoncitos hasta de dos kilos en las cuevas de estos animalitos;
granos que usan para su consumo o para vender e ir a la feria. La ventaja es
que ya no se tiene que pilar. De hecho el primero que comenzó hacer café
pergamino fue el ratón, dice un campesino.
El tejón y la zorra se tragan el café en cereza y
defecan el grano entero sin cáscara. Cuando encuentran
“popó” de zorra de puro grano de café es de buena suerte, porque luego se
encuentran muchas minitas cuando la gente va a recoger.
De los
tiempos de la bonanza del café Chon
Nario recuerda que Ecliserio Castro Ríos, Cheyo,
aventaba el café frente al viento con una bandeja de palo y no se le caía ni un
grano a pesar de que era invidente y la gente lo contrataba para pilar café en
sus casas. Ventura y Liberato Fierro Barrientos inventaron una máquina para
tostar café e hicieron un molino de madera. El tostador era un tambo de fierro
con una manivela con la que le daban vuelta, sobre el fuego hecho con conchas
de coco.
El
primero que comenzó a mortear café en Atoyac fue Wadi que tenía su morteadora
en una barda grande de la calle Reforma, donde ahora están las instalaciones de
Cable Costa. Una vez la máquina se desgobernó y comenzó a temblar la tierra, se
escuchaba el estruendo muy feo. La gente salió de sus casas corriendo y en el
centro se hizo mucho escándalo, nadie sabía que hacer, esa maquinaria era
desconocida por todos. El héroe fue Flores Zedeño, quien sin medir el peligro
se metió y apagó la máquina mientras todo el mundo corría asustado.
Wadi
Guraieb llegó a Atoyac en 1937. Él y sus dos hermanos, Sebastián y Salomón
Guraieb Guraieb llegaron a Veracruz en 1922 procedentes de Dair Elama, Líbano.
Escribió Anituy Rebolledo. Vivió seis años en Atoyac donde conoció sus pueblos
e instaló el primer beneficio seco para comerciar café capulín comprado a los
sierreños.
En
1944 Wadi y su esposa doña Rosa Guraieb se instalaron en Acapulco, donde
abrieron su negocio “Café Atoyac”. A partir de 1960 se llamó Casa Wadi, ubicada
en la esquina de Mina y Velázquez de León, según los datos de Anituy.
Después
en la ciudad llegaron a tener beneficios de café: José Carmen García Galeana,
José Navarrete Nogueda, Raúl Galeana Estévez, Onofre Quiñones, Miguel Ayerdi,
Sotero Fierro, Francisco Castaño y Fortino Gómez. Ahora hay muchas
torrefactoras pero de eso hablaremos después.
Actualmente de la superficie sembrada de café, el
60 por ciento es de la variedad Típica o Criolla, un 30
por ciento Bourbón y el 10
por ciento, de Caturras, Mundo
Novo y Catuaí.
En estos tiempos la sierra está quedando olvidada.
Se calcula que hay 42 mil hectáreas sembradas de café de las
cuales el 40 por ciento está en abandono. Sólo se
cultivan el 60 por ciento, el resto se encuentra entre el monte padeciendo de
las plagas que provoca no cortar el grano. Los mejores tiempos del llamado oro verde ya
quedaron atrás; sin embargo urge seguir manteniendo las plantas en pie, por el
bien de todos.
El café en Atoyac, a diferencias de otras
latitudes, se produce bajo sombra. Cuidar el café es cuidar los riachuelos que
todavía nacen en las laderas de esta parte de la Sierra Madre del Sur.
Hay quienes dicen olvidémonos del café y busquemos
otras alternativas. Pero destruir los plantíos de cafetos significa acabar con
un pulmón importante del estado de Guerrero, con el hábitat de muchas especies
como el jaguar, que se encuentra en peligro de extinción; la mayoría de estos
felinos que existen en Guerrero se encuentran precisamente en la zona del café.
La tierra se ve triste y la vegetación es raquítica
si vas del bajo a la sierra, hasta el Rincón de las Parotas los cerros se
muestran pelones. Siguiendo la carretera rumbo al Paraíso, después de San
Andrés comienza a verse la exuberancia de la vegetación porque ahí inicia la Selva
Cafetalera y si seguimos la ruta rumbo al Filo Mayor nos encontraremos que
después del Edén, de nuevo los cerros lucen pelones. Es que ahí termina la zona
cafetalera.
El café tuvo su bonanza en dos periodos. El primero
fue a mediados de los cincuentas y el otro
entre los años de 1978 a 1982, cuando se llegaron a producir 352 mil quintales; en todo el estado, el 60 por
ciento de esta producción salía de Atoyac.
Fue cuando las sinfonolas se daban gusto repitiendo a todas horas la
canción “Mi cafetal”:
“Porque
la gente vive criticando /me paso la vida sin pensar en nada /pero no sabiendo
que yo soy el hombre /que tengo un hermoso y lindo cafetal… Nada me importa que
la gente diga que no tengo plata /que no tengo nada /pero no sabiendo que yo
soy el hombre que tengo mi vida bien asegurada… Yo tengo mi cafetal y tú no
tienes nada”.
II
Entre
noviembre y diciembre los arrieros llegaban a vender sus recuas de 20 a 30
burros. Vestían con su sombrero de ala ancha, listón negro y gabán. Venían de
Tierra Caliente.
En
esos tiempos, recuerda El Prieto
Serafín que el café lo bajaban a lomo de burros y mulas. También había muchos
arrieros calentanos que venían con sus recuas a trabajar en la temporada,
portaban unas bolsas negras al frente a la altura de la cintura a las que les
llamaban güichos, ahí traían su
dinero y son de alguna manera antecedente de las cangureras.
Algunos
viejos arrieros se acuerdan que en la Cuesta del Santo, llegaron a encontrar
una recua y un arriero invisible. Sentían como los iban atropellar las mulas y
el movimiento de los caballos, se quedaban estáticos en el camino pero sólo
pasaba el sonido de las sillas, los cascos, el resoplido de los animales y los
gritos del arriero que los apuraba. Otros dicen haberse perdido entre las
huertas, en una especie de encanto, que no los dejaba salir.
Más bien el encanto se acabó cuando a partir de
1987 comenzó a caer el precio internacional y la crisis llegó a su clímax en
1989. Fue cuando muchos comenzaron a sembrar otra cosa o a emigrar a los Estado
Unidos.
Durante mucho tiempo se mantuvo la producción entre
los 280 mil a los 300 mil quintales, luego se fue más abajo y en 1995 cuando se
creó el Consejo Estatal del Café tuvo un ligero repunte; llegaron a producirse
230 mil quintales. Ahora se cultiva un 60 por ciento de la superficie y la
producción anda en los 135 mil quintales en todo el estado.
Durante la existencia del Instituto Mexicano del
Café y en su apogeo había subsidio y
apoyo para los productores. Llegaron a cultivarse 50 mil 600 hectáreas en el
estado, de las cuales 34 mil estaban en la sierra de Atoyac. Ahora se habla
oficialmente de que se cultivan 40 mil 122. 89 hectáreas en 14 municipios de 4
regiones productoras. La mayor superficie está en La Costa Grande con 30 mil
942. 81 hectáreas de las cuales al municipio de Atoyac corresponden 24 mil 245.
51 hectáreas. En La Montaña se cultivan 6 mil 788. 41 hectáreas, en La Costa
Chica 2 mil 3. 98 hectáreas y en El Centro 253.
Durante la bonanza cafetalera había 10 mil 300
productores y ahora cuando la producción y superficie cultivada ha disminuido,
ha aumentado el número de productores. Son 22 mil 544 productores. Sólo en La
Costa Grande hay 9 mil 606; de los cuales 7 mil 201 son de Atoyac. En La
Montaña 7 mil 471, en la Costa Chica 3 mil 508 y en la Zona Centro 253
productores.
Este aumento de productores podría explicarse en
parte por los subsidios que el gobierno ha otorgado al sector y para allegarse
más apoyos, los cafetaleros dividen sus parcelas entre las esposas e hijos; aún
muchos campesinos no entienden que es mejor cultivar tres hectáreas bien
beneficiadas, que tener 20 abandonadas.
Se habla de un rendimiento de 3.36 quintales por
hectárea. Los problemas que tienen los productores son principalmente las
viejas plantaciones, la descapitalización para renovar cafetales, las malas
condiciones de los beneficios, la escasa mano de obra, la alta incidencia de la
broca del café, la baja calidad y el mercado local acaparado por únicamente
tres compradores, la comercialización de pequeños volúmenes con bajo valor
agregado. Hablamos que sólo el uno por ciento se vende tostado y molido, el 99
por ciento se comercializa como café verde a muy bajo precio.
Actualmente en el estado de Guerrero existen más de
30 marcas de café, aunque esto no es muy efectivo porque hay mucha competencia
entre los cafetaleros, lo mejor sería tener una sola marca para todos los
productores de la entidad, bien cuidada y bien promocionada.
Dentro de las alternativas para resolver la
problemática de los cafetaleros se tiene que fomentar el consumo interno, para
salir del estancamiento en que se encuentran. Los mexicanos consumimos muy poco
café. Si en México dicho producto se consumiera más los productores no tendrían
problemas aunque el precio internacional bajara, la producción nacional no se
daría abasto para surtir a toda la población.
Otro de los problemas es que además del bajo
consumo, nuestro país está muy desprestigiado en el mercado internacional. Los
productores de México tienen fama de mandar la muestra de buena calidad y
cuando entregan el pedido de café la calidad es menor.
La sierra de Atoyac se ha caracterizado por
producir cafés de buena calidad, los más famosos son los cafés naturales de Atoyac, que se
cotizan a mayor precio que los cafés naturales de los otros 11 estados
productores. Aunque han cambiado las circunstancias porque las empresas de café
soluble que antes compraban ese café natural de Atoyac por su calidad, ahora lo importan bajo el
argumento que es más barato.
En la historia del café de Guerrero está la
creación del Instituto Mexicano del Café (Inmecafé) mismo que desapareció en
1993, al desaparecer esta institución también desaparecieron los subsidios y la
regulación de precios. El monopolio nacional e internacional se benefició,
porque comenzaron a importar café de baja calidad de otros países y afectaron
el precio del café local.
En 1973 cuando estaba en su auge la guerrilla y la
militarización de Atoyac, el gobierno federal de alguna manera operó para que
los beneficios privados pasaran a manos del Inmecafé. Por ejemplo el de La
Soledad era propiedad de Domingo Ponce Cedeño;
el de Los Tres Brazos, de Raúl Galeana Núñez; el de El Plan del Carrizo
de Los Vargas y el de Río Santiago de Carmelo García. Luego el programa PIDER
construyó el beneficio de Santo Domingo que nunca funcionó. El Inmecafé
convertía el café en oro natural pero tenía maquinaria para trabajar todos los
procesos. En ese tiempo todos los grandes compradores dieron paso al Inmecafé.
Sólo Francisco Castaño y los Quiñones nunca dejaron de comprar.
Al desaparecer el Inmecafé, por toda la sierra
quedó abandonada la infraestructura que en su momento fue utilizada para
beneficiar el grano. Las organizaciones de productores han venido exigiendo que
el
beneficio de café ubicado en los Tres Brazos, que actualmente está en manos del
Ejército pase a ser propiedad del Consejo Estatal del Café, algo que no ha
podido concretarse.
En un esfuerzo por reactivar el sector, después de
las crisis de 1989, el 29 de marzo de 1994, mediante el decreto número 47, se
creó el Consejo Estatal del Café, cuyo primer proyecto estuvo a cargo del
ingeniero Gregorio Juárez Zamora y el gobernador Rubén Figueroa Alcocer lo
instaló en Atoyac, donde hasta la fecha funciona y su titular es Erasto Cano
Olivera.
El CECAFÉ sigue operando con pocos recursos, en su
capacidad sigue brindando asesoría y apoyo a los productores, aunque puede
considerarse como un institución en peligro de extinción, pensando que a nivel
nacional desapareció el Consejo Mexicano del Café y en su lugar se creó la Asociación
Mexicana de la Cadena Productiva del Café (Amecafé) que es la instancia que opera
con deficiencia los asuntos relacionados con el mundo del café.
Por su cuenta los cafetaleros han hecho esfuerzos
por construir una organización fuerte que defienda sus intereses, pero las
profundas y ancestrales diferencias políticas y la corrupción de los líderes
han dado al traste con cualquier intento de mejorar su vida.
Allá por 1952 se constituyó la Asociación Agrícola
Local de Cafeticultores, en 1963 la Unión Regional de productores de Café del
Suroeste del Estado de Guerrero y en 1965 la Unión Mercantil de Cafeticultores,
esa podría considerarse como una primera etapa en el intento por organizarse.
Una segunda inicia el 6 de diciembre de 1978, cuando se constituye la Unión de
Ejidos Alfredo V. Bonfil, en la casa de don Gabino Blanco; entre otras personas
estaba don Pedro Magaña Ruiz a la cabeza. El 6 de julio de 1984, fue fundada la
cooperativa La Pintada por don Fidel Núñez Ávila. Luego el 9 de noviembre de
1987 surge la Coalición de Ejidos de la Costa Grande, después de un movimiento
que los campesinos iniciaron para exigir que les pagaran un excedente que se
logró de la venta del café en ese año. El líder emblemático de esta
organización ha sido Zohelio Jaimes Chávez al interior de la Coalición nació un
grupo de cafetaleros llamado “Los Orgánicos de Pacífico” encabezados por
Antonio Miguel Chávez quienes llegaron a exportar café a países europeos, claro
que con las dificultades que esto implica.
Existe también la Red de Agricultores Sustentables
y Autogestivos que encabeza Arturo García Jiménez, agrupación que se formó con
gente que en su momento militó en la Coalición de Ejidos de la Costa Grande.
Los cafetaleros han dado muchas luchas para mejorar
sus condiciones, una de ellas fue la gran movilización que realizaron el día 22
de enero del 2001, cuando mantuvieron por varias horas bloqueada la carretera
Acapulco-Zihuatanejo por la demanda de subsidios para el sector, esa vez
lograron un apoyo del gobierno estatal y federal para reactivar su economía
pero no fue suficiente y la crisis siguió.
En los campamentos, el café se mide por Lata que
equivale a 13 kilos de café cereza (maduro, recién cortado).
Esa lata se convierte cuando el grano ya está seco en siete kilos de café capulín. En esta cosecha
2012-2013 la lata cortada se pagó entre 25 y 30 pesos. A 25 pesos cuando el
productor puso la comida y 30 cuando los peones llevaban su alimentación. El
jornal de chapona cuando los peones pusieron su comida se pagó a 150 pesos y a
100 pesos cuando el productor los alimentó, considerando que los jornaleros
comen tres veces al día. Una hectárea de cafeto se
chaponó con un poquito más de mil pesos.
En cuanto a los precios, en el mercado local los
compradores comenzaron pagando el kilo de cereza a 5 pesos con 50 centavos y
luego bajo a tres pesos. El kilo de café capulín abrió a 12 pesos y a la hora
de redactar esta crónica lo estaban pagando a 11 pesos. El café oro abrió a 24
pesos, después estaba a 22. Fabriciano Mesino vendió su café oro en el mercado
local en esos precios. Por su parte Esteban Castro Sánchez vendió el café en
oro natural a 50 pesos el kilo a un comprador de Monterrey. El no entrega su
producto a los acaparadores, “porque vender al mercado local atrasa”, comenta.
Los torrefactores, en esta cosecha 2012-2013, cobraron
un promedio de 2 pesos con 50 centavos el morteado por kilo, para el productor
que le quiere dar mayor valor agregado convirtiendo el café capulín en café oro
natural. Compraron Marcos Galeana, Francisco Castaño Quiñones (Pacheli),
Leticia Galeana, Jacobo Flores, Fidel Téllez, Antonio Miguel Chávez y Salvador
Benítez que cada año llega a comprar 50 toneladas en Atoyac.
Pacheli, Leticia y Jacobo, compraron para Marcos Galeana quien también captó el
grano en La Montaña por eso su industria acopia la mayor parte de la producción
del café en el estado.
Zohelio
Jaimes Chávez considera que éste es uno de los tiempos más malos para el café
por la total desorganización de los productores. Mucha gente se fue por su lado
haciendo sus grupitos y provocó una gran dispersión de cafetaleros, ese el
problema principal. No hay una organización que pueda defender una propuesta
clara. Aunque la Coalición de Ejidos hace esfuerzos por reorganizarlos y ahora
están buscando vender café a Diconsa.
En la
evaluación que hace Zohelio comercializar en el mercado local sale a mil 100
pesos el quintal y las huertas están produciendo un promedio de tres quintales
por hectárea, aunque hay gente que tiene buenas huertas y sacan 8 quintales por
hectárea.
Las
medidas andan más o menos así. Un quintal equivale en cereza a 245 kilos,
capulín 92 kilos, pergamino 57. 5 kilos, en oro natural 46 kilos, oro lavado
también 46 kilos y ya tostado y molido rinde hasta 37. 5 kilos. De un kilo de
café arábiga salen 120 tazas.
En esta cosecha la
gente que puede lo guarda y los vende tostado y molido. Por ejemplo en la
Coalición de Ejidos están dando a 150 pesos el kilo de café lavado molido y a
130 el kilo de café natural.
III
La historia del café en Atoyac ha quedado plasmada en
diversos textos que han escrito propios y extraños empezando por la biografía
del introductor de ese aromático grano Gabino G. Pino que fue redactada por
René García Galeana (Rega). Otro libro al respecto es el de Arturo Martínez
Nateras, El lado oculto de una taza de
café.
José Carmen Tapia Gómez dio a conocer en 1996, Economía y Movimiento Cafetalero. Del
Inmecafé a la Autogestión en la Sierra de Atoyac de Álvarez (1970-1948) una
publicación de la Universidad Autónoma de Guerrero. Andrea Radilla
Martínez, escribió: Poderes Saberes y Sabores. Una historia de resistencia
de los cafeticultores Atoyac 1940-1974 editado por la UAG en 1998 y La
organización y las nuevas estrategias campesinas. La Coalición de Ejidos de la
Costa Grande de Guerrero, 1987-2003 auspiciado por UNORCA el 2004.
Julio César Ocaña sacó a la luz el 2007: Café de
Guerrero. Identidad y orgullo y Alfonso Romero de la O con Julio César Cortés Jaimes
publicaron el 2008 con el apoyo de UNORCA el libro Una aproximación a los costos de producción del café. Simón Hipólito Castro, Arturo García Jiménez y Decidor Silva Valle
han dado amplia difusión al mundo del café en sus colaboraciones para los
periódicos. A eso también se han sumado Evodio Argüello de León y Bertoldo
Cabañas Ocampo.
Sin duda son muchas la publicaciones que se han hecho
sobre el café, pero hoy únicamente nos referiremos a los textos literarios
sobre el tema que se compilaron en Agua
Desbocada. Antología de Escritos Atoyaquenses publicada el 2007, lo que
Felipe Fierro publicó en El Silencio del
Viento el 2010 y Enrique Galeana
Laurel en El Nacaiqueme ese mismo
año.
En Agua
Desbocada doña Fidelina Téllez Méndez al escribir la biografía de su padre
Rosendo Téllez Blanco muestra las peripecias que vivía un cafetalero para
sembrar las huertas: “El propósito de mi papá era adentrarse en la sierra
porque sabía que había tierras propicias para el cultivo del café, así
siguieron hasta el paraje denominado El Ocotal, en donde había ya unas cinco familias establecidas;
ellos por su parte fincaron su campamento a unos dos kilómetros de ahí. Así
empezó la lucha contra las adversidades; por principio mi mamá acostumbrada al
clima caluroso de la costa tenía que soportar el frío de la Sierra Madre del
Sur, y mi papá por su parte, ya acostumbrado a esas temperaturas, empezó a
trabajar sin tregua en la meta que se había fijado”. “Para iniciar construyó
una pequeña cabaña para guarecerse del frío y de los animales salvajes que
merodeaban, ya que por la noches se dejaban oír los rugidos de tigres y leones;
después se dio a la tarea de limpiar y desmontar todo lo que serían sus
sembradíos de café; cuando la situación se lo permitía alquilaba a uno o dos
trabajadores entre los vecinos para que le ayudaran, pero la mayor parte del
tiempo lo hacía solo. Cuando preparaba una buena porción de terreno lo sembraba
de pequeños cafetos y seguía preparando otras más. En esa época las tierras
estaban ociosas y cada quien podía extenderse hasta donde quisiera, siguiendo
el lema de Zapata; “La tierra es de quien la trabaja”. Sembró también plátano
de distintas variedades, mientras el café comenzaba a producir.”
Dice que “recién llegados a ese lugar, un día que
caminaba por una vereda se encontró con un tigre, y al disponerse a luchar por
su vida se acomodó el gabán y levantó su machete en alto mientras la fiera lo
observaba imperturbable. Él se encomendó a Dios y se dispuso a esperar el
ataque, pero el animal después de observarlo optó por darse la vuelta e
internarse en la maleza”.
Doña Fidelina escribió “La vida de mi padre fue de
trabajo y esperanza, pasando el tiempo llegó por fin la recompensa: los
cafetales comenzaron a dar frutos y en cada cosecha con más abundancia, por lo
que hubo necesidad de contratar trabajadores, al principio venían gente de Los
Arenales, y más tarde hubo que contratar trabajadores que venían de la Región
de La Montaña y pronto los asoleaderos se llenaron de café, que se ponía a
secar y luego se encostalaba para llevarlo al mercado”.
También en Agua
desbocada y luego en Café de Guerrero
Identidad y Orgullo, Julio César Ocaña publicó “Tormentosa” un cuento con
el que ganó el primer lugar del Concurso de Cuentos del café, convocado por
René García Galeana, mismo que comienza diciendo “Vengo aquí todos los años,
justo cuando los cafetos visten su blanco y oloroso huipil de flor en
primavera; y sólo vengo a eso, a mirar ésta blanca blancura y a beber café
caliente en la sierra”.
La protagonista Tormentosa García “fue hija de ricos
hacendados que luego de la revolución y del reparto agrario, a pesar de haber perdido
la posesión de inmensos territorios, no carecieron de dinero, de poder y de
relaciones. Si bien, dejaron de ser dueños de toda la tierra de cultivo de
Acatengo el Grande, (lugar imaginario de Ocaña) también es cierto que su
familia era la única que tenía el dinero necesario para construir y mantener
los beneficios de café y para comprar y mover los pesados camiones que bajaban
el grano aromático del pueblo a la ciudad y de ahí al puerto de Santa Lucía de
los Carrizos para su exportación”. En la casa de Tormentosa el hábito ritual
del café se repetía cinco veces al día, “porque hay que decirlo también: en la
casa de Torme se tomaba café a lo largo de toda la jornada y es que, como ella
acostumbraba a decir; -‘El que quiera seguir igual de güilo que no tome café”.
También en Agua
Desbocada. Antología de escritos atoyaquenses, Juan Martínez Alvarado da a
conocer una muy bien escrita biografía de Eliserio Castro Ríos “Cheyo” quien
era ciego, versero nato, músico y buen amigo: “Por muchos años tuvo como oficio
el pilar café capulín en un ancestral pilón de madera semejante a dos conos
truncados opuestos por el corte, triturando en éste los granos de café con un
mazo de palo liso por tanto golpe, en forma de dos bastos unidos por el puño.
También en un molino de mano molía y molía hasta el cansancio sacos de café
tostado”. Cheyo murió en 1977 atropellado por un camión de la flecha roja.
Andrea Radilla Martínez en Agua desbocada publicó el texto “Dagoberto, un cacique más” donde
la trama circula en torno al café, al reparto de tierras, el saqueo de madera,
la falta de sentido común de los campesinos que se dejan manipular por líderes
corruptos. En algún momento de la trama se puede identificar en Roberto uno de
los protagonistas de este escrito la personalidad de su padre Rosendo Radilla
Pacheco y la lucha que dio a mediados del siglo pasado por mejorar la vida de
los cafeticultores.
También en Agua
Desbocada se recoge una crónica de Luis Ríos Tavera que se llama “Pescado
Fresco” donde habla del ambiente que se vivía durante la bonanza del café en la
ciudad de Atoyac. En donde comenta: “si el quintal de café, pongamos el caso,
abre en el mercado cuando se inicia la temporada de 150 a 200 pesos; el
campesino ya lo tiene comprometido en menos de la mitad, ¡y hay que pagar! Para
quedar bien, porque luego se ofrece… el año que entra lo mismo”.
Habla del pueblo fiestero gastándose el resultado de
buenas cosechas y de los compradores que arreglaban “la romana para robar de
peso, y les quede algo por kilo”. Y retrata bien el tiempo. “De allí el
desequilibrio, la división de los hombres. El monopolista del grano, el
succionados del sudor, el criminal que manda a matar, el bandido que roba con
la pesa; y la injusticia del que manda en la vida pública”.
Y es que en los mejores tiempos del café todos querían
una tajada de la riqueza, los compradores al tiempo, los pleitos por las
herencias de las huertas que terminaba a veces con uno o dos muertitos, ahí
ganaban los pistoleros a sueldo, los que compraban arreglando la báscula para
que les quedara algo también a ellos. Se rumora que algunas de las grandes
fortunas que existen en Atoyac se hicieron precisamente robándoles a su
patrones. Y las autoridades poniéndoles gravámenes al café, hasta el
Ayuntamiento quería una tajada.
Hay quien me ha dicho que en las páginas anteriores
sobre “Nuestro Café” debí mencionar que los mejores tiempos le tocaron al
sacerdote Isidoro Ramírez, quien subía con ayudantes y animales de carga a la
zona del café donde recogía en especie el diezmo para la iglesia. Llegaba a los
campamentos y llenaba los costales para cargarlos a los caballos. Donde tenía
confianza ni lo pedía, solo los llenaba y donde no, tenía que pedirlo pero
nadie se negaba a compartir con la iglesia parte de lo que era una bendición de
Dios.
También se recuerda que el doctor José Becerra Luna daba consulta a cuenta de
café y cuando llegaba el tiempo de la cosecha contrataba peones y con recuas de
mulas y caballos mandaba a cortar el café que ya le debían, es decir se cobraba
a lo chino.
Pero volviendo a la literatura del café, Felipe Fierro
Santiago obtuvo el segundo lugar de los cuentos del café convocado por René
García Galeana con el texto “Asoleadero”, trabajo que después publicó en su
libro El Silencio del viento. Ese
texto comienza con la imagen de dos cuerpos meciéndose por el viento, con los
ojos saltados y la lengua de fuera, colgados de un amate: “Alrededor las
plantas de café sostenían los últimos granos limonados de la cosecha, la lata
por medir el corte del café de cada peón quedó arrumbada, hojas secas y granos
de café despulpados por los picos de los pájaros le hacían compañía, varios
costales se mantenían en posición de cama”.
Los cuerpos de un jovencito y una jovencita después de
ser bajados de donde estaban, fueron velados en el asoleadero: “Los hachones de
ocote encendidos, le dieron vida a la noche, la muerte en ese lugar era un
contraste, la costalera de café pergamino sirvió de asiento, al centro del
asoleadero, el café amontonado despedía el olor a miel, mientras algunas
mujeres repartían entre los peones café de olla con un poco de alcohol”.
El jato era sostenido por viejos horcones de encino:
“Sobre sus morillos colgaban las tirinchas, las bolsas repletas de trapos de
color, parecían piñatas; a su alrededor las camas de vara permanecían
enrolladas durante el día, pero cada noche se desenrollaban para tenderse sobre
largos bancos de madera… Tres semanas después de aquel suceso, los peones
rastrillaban por la mañana y por la tarde el café en el asoleadero, otros
encostalaban el café seco, unos más cargaban las bestias que llevaban el café
al pueblo… El jato y el asoleadero quedaron solos, la ropa del patrón se veía
colgada en los horcones de la choza, aunque entre las ramas del amate había un
cuerpo colgado moviéndose por el viento”.
Enrique Galeana Laurel, por su parte escribió Nacaiqueme: un libro de cuentos, trova y
poesía. En esta publicación sobresale el cuento “El Gamito” escrito en honor a
la primera finca cafetalera que se existió en Atoyac. Aquí Galeana Laurel
recuerda: “En el mes de mayo, los campesinos subían a la Sierra Cafetalera para
ver la floración de los cafetos y calcular cuanta producción tendrían;
seducidos por el aroma de las flores, se recostaban en cualquier árbol para
saciarse de ese perfume indescriptible y a la vez escuchar el canto de los
pájaros perros (tucanes) y el chillido del revolotear de las palomas
fronjolinas”.
“El Gamito” es una imagen de cómo era la vida del
cafetalero, de como después del 12 de diciembre los camiones llamados “Los
Colorados” llegaban llenos de jornaleros que venían de la región de La Montaña,
vestidos con cotones de manta y las mujeres con sus faldas y blusas bordadas de
vivos colores: “Ya en la casa del ‘patrón’ les tenían que preparar el almuerzo
que consistía en tortillas, frijoles, queso seco, chiles en vinagre y su buena
jarra de café; almorzados los cortadores iniciaban ese peregrinar para llegar a
los cafetales antes de que oscureciera. El primer día había fajina general
reparando ‘los jatos’ (las casas provisionales); haciendo la limpieza de los
patios asoleaderos. Al término de esas actividades se entregaba a cada uno de
los peones sus ‘tirinches’ para la recolección de grano… Con las primeras
‘latas’ cortadas, el patrón se iba al barrio para entregar el café que ya había
vendido ‘al tiempo’ a los mentados acaparadores, con el sobrante iba a comprar
los alimentos para la manutención de los cortadores”.
Mientras tanto en el Encanto ante el embate de la baja
producción y la caída del precio del café: “sus habitantes se sintieron
desdichados y quisieron morir, se olvidaron de todos los sueños de un
cafetalero, como oler las flores de los cafetos, el olor del café cereza,
escuchar el dulce sonido del cantar del pájaro guaco, el constante aleteo de
las chachalacas, aquel olor del café hirviendo al amanecer, y sobre todo de
poder observar cada mañana el verdor del campo”, escribió Enrique en otras de
sus piezas que se llama “El viejo cafetalero”. Al que yo únicamente le
agregaría ese olor a resina de ocote, el sonido del viento entre las ramas de
los árboles y el canto de la chachalacas que parecen decir: “barre tu casa,
barre tu casa, vieja cochina, bárrela tú, bárrela tú”.
Que buen texto, me interesa conocer más de este tema
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