sábado, 9 de noviembre de 2019

El Tara


Víctor Cardona Galindo
“La palabra huracán se deriva de Huraken, dios de las tormentas, adorado por los indios ribereños del mar Caribe y aplicado a los vientos tropicales de violencia catastrófica. Esta palabra fue adoptada por los españoles y portugueses, los anglosajones la interpretaron como ‘hurricane’ y los franceses como ‘orugan”. Se lee en la página web del Centro Nacional de Prevención de Desastres (Cenapred).
Así quedó el río Atoyac después de El Tara

Cuando sucedió el huracán Tara en la sierra no paraba de llover durante muchos días, era un “tapaquiague dicen los testigos. Los arroyos bufaban, se oía nada más el estruendo de los árboles y el ruido de las piedras arrastradas por la fuerza de la corriente. Frente a la ciudad de Atoyac todas las huertas de la orilla del río se miraban en el agua. La gente abandonaba las partes bajas y buscaba donde guarecerse de tanta lluvia. “Cayó una culebra de agua” comentaron los viejitos. Los vientos soplaron todo el día. Cuando pasó la tempestad varios pueblitos habían desparecido y los cerros quedaron como si una fiera gigantesca los hubiera arañado. Desde lejos se veían los deslaves. En el río donde hubo pozas hondas el agua daba a los tobillos, quedaron playones.
Don Luis Bello a sus 76 años recuerda que tenía como ocho días lloviendo y antes que se viniera El Tara llegó un fuerte olor a pólvora que traían los vientos del mar, luego comenzó a oler a lodo y posteriormente cayó ceniza como cuando quemaban El Tular, la gente que salía a la calle regresaba con la cabeza blanca. A las ocho de la noche comenzó el viento que arrasó con todo, “por arriba de El Ticuí, pasaban volando los manojos de ajonjolí”. 
Todos los terrenos planos estaban llenos de agua, “se escuchaba aquel bugido y toda la gente gritaba que se iba a perder el mundo y se escuchaban los tronidos de los cerros. La gente creía que el mar ya venía saliéndose por el norte”. Ya que se calmó la tormenta los vecinos fueron a sacar a los de Boca de Arroyo que después se refugiaron en El Ticuí. Desde entonces una parte de gente de Boca de Arroyo se salió y fundó la colonia Lázaro Cárdenas. Los ticuiseños no sufrieron hambre porque tenían en sus casas parte del maíz que acababan de cosechar. Desde entonces quedó el dicho entre los vecinos “Eres peor que El Tara” para referirse a aquellos que todo lo acapararan o son muy destructivos.
El Cenapred tiene registrado a El Tara como uno de los ciclones tropicales más destructivos de México el cual causó 435 decesos en Guerrero por encima de Paulina del que se cuantifican 250 pérdidas humanas.
Una descripción precisa de lo que fue El Tara nos la dejó don Wilfrido Fierro Armenta el mejor cronista que ha tenido Atoyac. Por eso hoy ofrecemos un resumen de su texto sobre ese fenómeno meteorológico que tanto daño causó y marcó a toda una generación… 
Era domingo 12 de noviembre de 1961, desde la tarde del sábado, se acentuó un fuerte y torrencial aguacero. A las seis de la tarde comenzaron a sentirse las primeras rachas huracanadas procedentes del Océano Pacífico cortando el servicio telegráfico. La radio informaba la formación del “Ciclón Tara” con altas y turbulentas marejadas frente a la Costa Grande del estado de Guerrero.
La tempestad aumentaba poco a poco su intensidad; a las 12 de la noche se cortó el servicio eléctrico debido a que el poste de fierro que estaba instalado en el paso del río fue arrancado por la corriente junto con el muro que le servía de soporte. La población quedó en la oscuridad y el ciclón agudizó su furia entre las 12 de la noche y las dos de la madrugada de ese domingo. Los muros de ladrillo del segundo piso de la escuela, en construcción, “Gral. Juan Álvarez” fueron arrancados por la fuerza del viento, el agua de la lluvia se colaba en la mayoría de las viviendas, los vecinos permanecían despiertos llenos de pavor. El huracán fue menguando su fuerza a medida que amanecía. Ya con la luz de día cundió la alarma por el desastre: la carretera Acapulco-Zihuatanejo estaba destrozada en su totalidad y estaba suspendido el servicio de camiones, no se podía salir de la ciudad.  Al mismo tiempo el pueblo se enteraba de la tragedia que estaba viviendo la familia del maestro albañil Armando García Alarcón en el islote donde tenían su casa. La familia se defendía en el muro del brocal de un pozo de agua propiedad del señor Luis Urioste. Su pequeña vivienda había sido arrastrada, en el transcurso de la noche, por la corriente del embravecido río que cada minuto aumentaba su avenida ante el descomunal aguacero que caía a torrentes, ocasionando el desgaje de los cerros que circundan la ciudad y parte de la costa, dando el aspecto –después que pasó el ciclón– de haber sido arañados por un gigantesco animal.
Los vecinos trataron de auxiliar a la familia Alarcón, formada por don Armando, su esposa Isabel Pérez y sus hijos, Jorge de 8 años, Armando de 7 y uno de pecho. Los esfuerzos fueron inútiles pues la impetuosa corriente imposibilitaba toda maniobra. La corriente poco a poco iba rebasando el muro de protección y a las 10 de la mañana, ante el grito desgarrador de todo un pueblo que se había congregado en la orilla a contemplar esta horrible tragedia, un enorme árbol cortó de tajo el reducto que los protegía lanzándolos al agua. Muchas personas lloraban, otras se postraron de rodillas rogando al Todo Poderoso que salieran vivos, y mientras tanto en las turbulentas aguas se debatían nadando el maestro Alarcón y sus dos hijos, no así la señora que a los pocos minutos fue sumergida por la aguas llevando en brazos a su niño para no salir jamás. Su cadáver y el de su niño fueron buscados por toda la ribera del río y nunca fue encontrado. El maestro Alarcón mostrando serias contusiones logró salir frente al poblado de Corral Falso donde le dieron albergue; sus dos hijos lograron también salvarse  milagrosamente, uno de ellos alcanzó a cogerse del mismo árbol que los tiró, llevándolo hasta la orilla. Las familias del lugar les brindaron hospedaje; el doctor Raymundo Benavides les proporcionó los primeros auxilios y los mantuvo en su consultorio bajo observación. Después de las 12 del día fue disminuyendo el aguacero despejándose por la tarde. La carretera Acapulco-Zihuatanejo quedó trozada desde Zacualpan a San Luis, en los siguientes lugares: El Camalote, Las Salinas, Quinto Patio, puente de San Jerónimo, Monte Alto, Granja del Cerrito hasta el Arroyo del Juquiac, cortando el puente de Tecpan del extremo poniente. Entre Tecpan y San Luis hubo siete trozaduras. El río Atoyac en algunas partes alcanzó una altura de 6 a 8 metros encima de su nivel normal y una extensión de anchura de doscientos metros. A su paso destruyó parte del nuevo Rastro Municipal arrancando de cuajo varias casas ubicada al Sur del Calvario.
Después de El Tara quedó un playón que se veía desde Atoyac hasta la fábrica de hilados, Rafael Martínez Ibarra pintó un cuadro de cómo se veía la fábrica por atrás desde su casa.
El canal de la fábrica de el Ticuí fue totalmente azolvado en una extensión de cuatrocientos metros desde la boca toma. Las islas cubiertas de palmeras que había en su curso desaparecieron. A su paso el río inundó el poblado de El Humo, donde junto con el Arroyo del Japón tiraron cinco casas. En La Sidra y en Los Arenales donde fue mayor el número de casas arrastradas por la corriente muchas de las familias emigraron hacia la colonia Buenos Aires y otras se refugiaron en la azotea de la Gasolinera “Santa Rosa”, algo parecido le ocurrió a La Hacienda de Cabañas y Las Tunas en donde hubo otro ahogado. En San Jerónimo de Juárez, cortó el aproche poniente del puente de unos 8 metros de ancho, entrando la corriente por el centro de la cuidad en donde hubo partes que alcanzó un nivel de 2 a 3 metros de altura, arrancando más de 40 casas, por fortuna  no hubo pérdidas humanas que lamentar. En Corral Falso, el barrio quedó rodeado por las aguas del río, el Arroyo del Cuajilote y Caña Castilla.
Muchos años más tarde Gustavo Ávila Serrano en su novela Ahuindo, el pueblo al que irás y no volverás tratará sobre los destrozos que causó El Tara en siembras que estaban a punto de cosecharse, en árboles frutales, palmeras y animales que murieron ahogados. Y como vivió la gente aquella situación.
En la ciudad de Atoyac, la furia del ciclón tiró la casa de la señora Francisca Rendón quién murió al caerle el tirante. Las casas que estaban a la vera del Arroyo Cohetero se inundaron causándoles serias averías. Las aguas se desbordaron por las calles de Arturo Flores Quintana, Reforma, Juan Álvarez y Francisco I. Madero. En el “Cine Álvarez” el nivel del agua subió unos tres metros.
Las noticias procedentes de la Sierra decían que el Arroyo Grande se desbordó arrasando el pequeño poblado del mismo nombre y causando la muerte de una señorita y resultó herido por el derrumbe de un cerro el señor Julián Fierro. En El Cucuyachi, el río se desbordó tirando varias casas y causando una víctima. Zacualpan estuvo a punto de desaparecer por la inundación que causó la Laguna de Mitla, varias casas se cayeron, por fortuna se abrió una barra de 300 metros de ancho en el lugar conocido por Boca de Mitla llevándose la compuerta que servía de puente hacia Costa de Plata. En Alcholoa fue necesario cortar la carretera para descongestionar el agua del arroyo que entró al poblado ocasionando el derrumbe de la escuela y varias casas. El Tomatal, nuevamente fue inundado por el arroyo tirando las pocas casas que había dejado la creciente del año 1955.
También en la Colonia Buenos Aires y en Cacalutla hubo casas tiradas por el ciclón, en este último poblado se desbordó el arroyo del mismo nombre arrasando uno de los tres barrios que lo forman. Las pérdidas ascendieron a varios millones de pesos entre palmeras, siembras, casas y ganado vacuno, porcino y caballar.
Como decía anteriormente, en Tecpan el río se llevó la mitad del puente y a su paso arrancó de cuajo la escuela “Hermenegildo Galeana”, haciendo cauce por el centro de la ciudad, tirando parte de las casas que servían de cuarteles al 3er. Batallón e inundando los centros sociales “La Riviera” y “Río Escondido”. Entre este lugar y San Luis hubo siete trozaduras en la carretera y fue arrancado el puente del Arroyo de Marcelo. La vía a Tenexpa quedó inservible y el poblado fue inundado por las aguas del río que alcanzaron niveles de 3 a 4 metros de altura llevándose la mayoría de las casas y ocasionando 35 víctimas entre hombres, mujeres y niños. En Tetitlán también arrasó muchas casas. En el poblado de Nuxco tal parece que el meteoro concentró toda su furia.; aquí el arroyo se desvió de su cauce en la parte norte entrando por en medio del poblado en la madrugada del domingo 12 de noviembre. La corriente embravecida del arroyo, la fuerza torrencial del aguacero y el desenfrenado ciclón en aquella oscuridad parecía el juicio final, imposibilitaba mantener en pie a los que trataban de salvarse; pereciendo ahogadas más de 70 personas y escapando un número reducido; 35 milagrosamente se salvaron refugiándose en el techo de la casa de señor Ramón López Rendón que fue la única que soportó el embate del aluvión. Enormes árboles fueron arrastrados por la corriente y represados en lo que fuera un barrio alegre y pintoresco hoy convertido un playón con hoyancos y “arronsaderos”. Las pocas familias que lograron salvarse andaban semidesnudas, sus ropas mojadas  y pegadas al cuerpo hechas girones; lloraban incansablemente la pérdida del papá, la mamá, el hermano o el hijo. Las innumerables palmeras, en las cuales estaba fincada la riqueza de ese pueblo, fueron arrancadas por la furia del ciclón y la corriente de las aguas, las pocas que quedaron en pie fueron hechas trizas de sus potentes penachos como si un remolino gigantesco las hubiera batido. Era un panorama sólo descrito en el Apocalipsis.
Desde entonces quedó el dicho “Más se perdió en Nuxco” cuando alguien pierde una apuesta, le roban u olvida algo.  
Al segundo día comenzaron a llegar las primeras brigadas de auxilio a través de avionetas, arrojaban víveres, ropa y medicinas por medio de paracaídas y a la vez hacían vuelos de reconocimiento para ver los estragos causados por el ciclón, así como para poder localizar a posibles sobrevivientes en las partes pantanosas de la laguna. Desde el aire reportaban numerosos cadáveres que se encontraban tirados en la playa, cuyo hedor, junto con el de los animales que perecieron, era insoportable. La falta de comunicación por tierra dificultaba trasportar víveres y otras cosas indispensables. De Atoyac partió hacia Tecpan una brigada de médicos encabezada por el doctor Juventino Rodríguez García, la gente se organizaba para llevar víveres y el día 4 de diciembre de 1961, la esposa del Presidente de la República, Eva Sámano de López Mateos, llegó hasta la zona siniestrada con ayuda y empezaron la construcción de un nuevo Nuxco con los sobrevivientes.