Mostrando entradas con la etiqueta Escritores. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Escritores. Mostrar todas las entradas

jueves, 25 de enero de 2018

Mi pueblito y María La Voz

Víctor Cardona Galindo
El Ticuí, con una población de alrededor de cinco mil habitantes, está ubicado a escasos tres minutos de Atoyac, su cabecera municipal. En el Ticuí por cada casa construida con cemento y varillas hay 10 de adobe y tejas. A mediados del siglo pasado los ticuiseños se sentían superiores a los habitantes de la ciudad de Atoyac, “indios” les llamaban, porque tenían la seguridad de que su población había sido fundada por españoles.
El Ticuí, con la fábrica de hilados y tejidos, en los tiempos de María la Voz

A decir verdad, este pueblo es el que tiene más familias de origen extranjero. Cerca del pequeño zócalo viven los Obé de raíces francesas, los Alonso de origen español y los Ludwig de ascendencia alemana.
El Ticuí fue el primer pueblo de la Costa Grande en tener energía eléctrica y su orgullo siempre ha sido la Fábrica de Hilados y Tejidos “Progreso del Sur Ticuí” instalada en 1904 por la firma española Fernández Quirós y Compañía. Esta factoría, de la que ahora sólo quedan las ruinas, fue entregada en 1938 por el presidente de la república Lázaro Cárdenas a los obreros que formaron la Cooperativa “David Flores Reynada”, la cual trajo progreso y desarrollo a la región. En ese tiempo El Ticuí suministró de energía eléctrica a la cabecera municipal.
En idioma ñuu savi (mixteco) “Ticuí” quiere decir agua. Los purépechas llaman Tinkui al correcaminos. El Ticuí es un pájaro de plumaje azul en el pecho con las alas y cola color  café, que habita en las selvas de Tabasco y Venezuela.
Cuando, el que esto escribe, cursaba tercero de secundaria dejaron de tarea investigar el nombre de nuestra comunidad y le fuimos a preguntar al adulto mayor más sabio del pueblo, en ese entonces don Antonio Galeana nos contestó que la palabra Ticuí significaba “lugar de pájaros”. Otro compañero comentó que su abuelito le aseguró que los españoles que fundaron la Fábrica de Hilados y Tejidos traían consigo un pájaro que se llamaba Ticuí,  querían tanto al ave que bautizaron con su nombre este lugar.
Eres tú lindo pueblito
Eres tú  pueblo bendito
donde yo nací.
Viejos pobladores de El Ticuí le informaron a doña Juventina Galeana Santiago, Doña Yuve  que “a los españoles que fundaron la fábrica les fascinó el canto del luicillo, el pájaro con alas cafés y pecho amarillo, por eso le pusieron Ticuí al pueblo. Aunque escuchando bien el canto el luicillo dice “Luis, Luis” por eso se llama luicillo. El pájaro que dice “ticuí, ticuí, ticuí” es el chicurro, al cual también se le conoce como garrapatero o Pijuy.
Octavio Navarrete Gorjón dice que “Ticuí” es la onomatopeya del sonido que produce el ave del mismo nombre: “En la mayor parte del país se le conoce como Ticuí  a ese pájaro que abunda en los establos y lugares donde hay animales y que se alimenta de garrapatas”. Aquí en la Costa Grande se le conoce como chicurro y en la Tierra Caliente como Chiscuaro. 
Aunque en estos parajes también había mucha ticuiricha (El tecolote albino), ave que no es otra que la lechuza a la que se le dan atributos de mal agüero.
Es, pues, innegable que el nombre de la comunidad de El Ticuí tiene que ver con pájaros y con agua. Algunos cronistas locales aseguran: “antes de que los españoles le cambiaran el nombre este pueblo se llamó Cuajinicuil”.
Eres tú mi encanto
que yo quiero tanto
por eso te canto.
Querido Ticuí.
Aunque yo en lo personal considero que no fueron los españoles fundadores de la fábrica los que bautizaron al pueblo. En El Ticuí había unas cuantas casitas de bajareque con techos de zoyate y casi junto estaba la cuadrilla del Cuajinicuil. Así que el Ticuí y el Cuajinicuil ya existían cuando llegaron los españoles de Fernández, Quiroz y Compañía. Concluyo esto por dos noticias publicadas en 1903. En el mes de octubre de ese año el Periódico Oficial del Estado de Guerrero informaba de la muerte de Felipe Hernández subcomisario del Cuajinicuil municipio de Atoyac por una mordedura de víbora. Y en diciembre del mismo año el mencionado medio informativo publicaba la noticia del hundimiento de la lancha “Perla” que llevaba material para la construcción de la Fábrica de Hilados que se construía en ese momento en El Ticuí, en el lugar conocido como El Real. Las noticias se referían a dos lugares distintos.
Tú eres en mi vida
la estrella divina
que cuando estoy lejos
me acuerdo de ti.
El Ticuí es un pueblo bonito rodeado de lomas, palmeras y de dos canales, aunque un tanto melancólico que ha inspirado muchas canciones como “Mi Pueblito” de Rubén Ríos Radilla (las estrofas que se presentan separadas corresponden a dicha canción) y “Veredita” una canción muy hermosa que don Wilfrido Fierro Armenta le compuso a la siempre estimada Antonia Chávez. Dichas melodías las hicieron famosas Los Brillantes de Costa Grande, grupo que a pesar de haber desaparecido sigue siendo orgullo musical de esta comunidad.
Otra melodía es “Ticuiseña” muy sonada en los años setentas y ochentas, muy rítmica y guapachosa, que emociona a todo aquel que esté enamorado de una ticuiseña y tenga que dejarla: “Yo ya me voy ticuiseña, llorando estarás, ticuiseña…” Ha de ser muy escuchada por los paisanos que están en los Estados Unidos, porque los vínculos que hay en Youtube de los Brillantes de Costa Grande son muy comentados.
Eres tú
quien tiene mi preferida
la que es dueña de mi vida
y tú la envuelves Ticuí.
Filiberto Méndez García en su libro Mis dos pueblos llama al Ticuí “el pueblito más pintoresco y bello de la región”, lugar donde vino al mundo el 8 de marzo de 1920. La primera impresión que se llevó Filiberto Méndez de la vida “llegó confundida por ese ensordecedor ruido de las máquinas textiles, por el traqueteo constante de las poleas y por la pelusa que se levantaba poco a poco hasta formar una espesa bruma, que para mí terminaba a la cinco de la tarde con el silbatazo que anunciaba la salida de los obreros”. Son los recuerdos de su infancia, cuando dormía en los telares de la fábrica.
Eres tú
un orgullo de mi costa
por tus tropicales pozas
para bañarse de ti.
El Ticuí es la tierra de María La Voz, a quien Juan de la Cabada le hizo un cuento. La voz que lloraba dentro de la casa y decía: “María si yo hubiera estado no te hubieran matado”.
María Sixta Gallardo Margara nació en El Ticuí. Una tarde jugando muñecas se le incrustó en el abdomen la voz de un hombre que la acompañó hasta la muerte. Era una mujer bravía. Le gustaba cabalgar. Con su marido tenían un ranchito donde ahora es la colonia Los Llanitos. A su esposo Eusebio Cabañas, hermano del general Pablo Cabañas, lo mataron los rurales en San Jerónimo.
Ella se mantenía dando consultas, adivinando y contestando con la voz que le salía de la barriga. Por eso le llamaban María, la Voz.
Tuvo seis hijos y cuando mataron a Eusebio ella se dedicó a sacarlos adelante. Como al mes de haber muerto su marido, un hombre la comenzó a enamorar; ella lo rechazó. Había periodos que la voz que tenía en el estómago salía de su cuerpo y no hablaba. En una ocasión la voz le dijo que sentía que si salía algo le iba a pasar. Y así iba a ser. En un momento en el que la voz se ausentó el hombre que la enamoraba la asesinó a puñaladas en el Barrio del Alto de El Ticuí. “Si no eres mía, no serás de nadie”, le dijo en el momento que le clavaba las puñaladas.
En el velorio, los que estaban presentes, sintieron la llegada y escucharon la Voz que juró vengar la muerte de María. Posteriormente el asesino murió hecho pedazos, sólo llegó la cabeza en el caballo, los demás miembros quedaron regados por el camino. Tal vez el caballo enloqueció, explicaron los vecinos. Aunque todos quedaron convencidos calladamente que fue la Voz quien vengó a María.
Este episodio de la vida cotidiana de El Ticuí, le fue contado a Juan de la Cabada, por la luchadora social Benita Galeana Lacunza, este escritor campechano hizo un cuento y más tarde un guión de cine que se hizo película y se llamó María la Voz.
Este filme fue dirigido por Julio Bracho en 1955. Presenta a  una María huérfana de madre, quien vive con su tía en un pueblo del Istmo de Tehuantepec, en donde se dedica a vender flores en la estación de ferrocarril. Las otras vendedoras la envidian y dicen que está embrujada porque habla con una voz que no es la suya y sin mover los labios.
Aunque la película está ambientada en Oaxaca se mencionan los pueblos de San Jerónimo, Atoyac y El Ticuí, incluso la escenografía se asemeja a las ruinas de la vieja fábrica de hilados y tejidos, el reparto estuvo integrado por Marisa Belli, Miguel Inclán, Rosenda Monteros y Víctor Manuel Mendoza.
De los tiempos de María La Voz sólo queda el recuerdo entre los más viejos. Cuando la veían caminar hacia el canal de la fábrica en donde lavaba su ropa y de las muchas personas que llegaban de pueblos vecinos y lejanos a preguntarle por sus animales o prendas perdidas. “Ella no era como los charlatanes de ahora, siempre decía la verdad,  la voz ronca le salía de la barriga”, así se recuerda a María La Voz, y el cuento de Juan de la Cabada con ese título sigue siendo apasionante y habrá que volverlo a leer.

jueves, 9 de julio de 2015

Heroínas de mi pueblo en la literatura


Víctor Cardona Galindo

Esta participación la titulé así, porque de lejos se ve que el escenario de esta novela Flor de Café es la sierra de Atoyac. Esa tierra de exuberante vegetación en la que también se extasió Carlos Montemayor para escribir Guerra en El Paraíso. En ese precioso río de El Edén que baja por las inmediaciones de El Paraíso, hacia Coyuca de Benítez. Ese río donde Lucio Cabañas dejó correr sus pensamientos y sus recuerdos, según la novela de Carlos Montemayor.
Esta otra Novela de Julio César Ocaña Martínez, toda, dibuja esa hermosa sierra que le inspiró a Kopani Rojas esa bella melodía titulada “El Cafetalero”.
Esta novela es el reino de la vegetación, del agua y el café, donde la soberana es Dolores Bravo Galeana, la protagonista, que sintetiza el aroma de las flores, la delicadeza de una paloma, pero también la fuerza y la destreza de un jaguar. A partir de esta novela Flor de café y Dolores Bravo Galeana se convierte en una heroína de mi pueblo en la literatura y hablaremos de ella como hablamos de María La Voz, Benita Galeana y Tirsa Rendón.

Y platicando de mujeres de nuestra tierra en la literatura, Celia, Rosario, Hortensia, Matilde, Minerva, Rosalba, Estela, Martha, Carmen, Nidia, Beatriz, Bertha, Adela, Hilda, Lidia, Elvira, Guadalupe y María, son las  militantes guerrilleras del Partido de los Pobres que aprendieron amar diferente en la selva. Supieron que eran iguales a los hombres, que tenían los mismos derechos y las mismas obligaciones. Ahí vieron a sus compañeros lavar la ropa y echar tortillas, mientras ellas montaban guardias en los campamentos, iban por la leña y limpiaban sus armas. Donde igual manera echaban discursos e iban a esperar el convoy de militares para emboscarlos. Muchas de estas mujeres fueron retratadas en las bellas letras por Carlos Montemayor y otros escritores que le han dedicado sus obras a la guerrilla de Atoyac.

Por su parte María Sixta Gallardo Margara nació en El Ticuí. Una tarde jugando muñecas se le incrustó en el abdomen la voz de un hombre que la acompañó hasta la muerte. Era una mujer bravía que le gustaba cabalgar y después de que los rurales mataron a su marido en San Jerónimo, se mantuvo atendiendo un pequeño rancho y dando consultas. La Voz que le salía de la barriga daba respuestas a todas las preguntas que le planteaban personas que buscaban objetos perdidos o saber quién les había asesinado al ser querido. Por eso le llamaban María, La Voz.
Este episodio de la vida cotidiana de El Ticuí, se lo contó a Juan de la Cabada, la luchadora social Benita Galeana Lacunza, el escritor campechano hizo un cuento y más tarde un guión de cine que se hizo película. Se llamó María la Voz.
Este filme fue dirigido por Julio Bracho en 1955, donde María, huérfana de madre, vive con su tía en un pueblo del Istmo de Tehuantepec; vende flores en la estación de ferrocarril. Las otras vendedoras la envidian y dicen que está embrujada, porque habla con una voz que no es la suya y sin mover los labios.

Aunque la película está ambientada en Oaxaca se mencionan los pueblos de San Jerónimo, Atoyac y El Ticuí, incluso la escenografía se asemeja a las ruinas de la vieja fábrica de hilados y tejidos.
También La Isla de la pasión es una película que salió a la luz pública en 1941, dirigida por Emilio Fernández, sobre la tragedia de la Isla de Clipperton, donde una de las protagonistas de la verdadera historia fue doña Tirsa Rendón Hernández, quien vivió y murió en la colonia Sonora de la cabecera municipal. Doña Tirsa, originaria de Tecpan de Galeana, fue a dar a la Isla de Clipperton como esposa del sargento del ejército federal, Secundino Ángel Cardona. Fue la valiente que, en la verdadera historia, le dio muerte al ladino que las tenía sometidas.
También Laura Restrepo escribió esa hermosa novela La Isla de la Pasión.
Mientras Agustina en la novela del mismo nombre de Salvador Téllez Farías, es una mujer de los años 30 del siglo pasado, que le tocó vivir todas las desventajas de las mujeres de esa época, es raptada en la orilla de ese río encantador, donde todos acudían a bañarse por las tardes y las mujeres acarreaban agua antes del oscurecer.
Agustina fue llevada a la selva donde el bandido que la robo la mantuvo escondida llenándola de hijos hasta que pudo escapar, después de pasar unos meses prostituyéndose en Acapulco, escapó rumbo a la ciudad de México donde la suerte le sonríe y se vuelve refinada. Luego con dinero y siendo toda una señora, esposa de un importante médico, vuelve en busca de sus hijos y se interna en esa sierra llenas de bandidos donde termina por sacarlos y llevarlos hacia una mejor vida. No sé por qué esta novela me hace pensar en la vida de Benita Galeana.

Rosario López en Ahuido el pueblo que irás y no volverás, novela de Gustavo Ávila Serrano narra la historia de Juan Cruz y del pueblo Ahuindo con su comisario que duró en el cargo 30 años.
Ahuindo, puede ser cualquier pueblo de la Costa Grande, en los tiempos anteriores a luz eléctrica, cuando la vida circulaba alrededor del billar y de los eventos que se llevaban a cabo en el patio de la escuela, como las funciones de cine los domingos, con maquinaria sostenida por una bomba de gasolina.
Y Faustina Benítez es la abnegada esposa de Juan Álvarez en la novela Entre el Zorro y la pantera de Mauricio Leyva.
Por su parte Flor de Café es una novela que está escrita como los comunicados guerrilleros, en algún lugar de la sierra de Guerrero. Donde más hay un cerro de Dios y los graciosos palos rey, el olmo mexicano endémico de nuestra tierra. ¿Cuál puede ser aquel pueblito verde, enclavado al pie de empinadas y azules montañas?
Ese pequeño pueblito en la parte media de la sierra en cuyo centro se alzaba imponente la casa de Dolores Bravo Galeana. Ese jardín del Edén siempre oloroso a café recién tostado. Con frondosos árboles frutales. Rodeado por ese inmenso mar de huertas de café, meciendo sus ramas cargadas de florecitas blancas.
Un lugar donde Dolores Bravo Galeana es la hija predilecta. Aquella que fuera la infaltable presencia en todas las fiestas y en todos los velorios; la primera en las listas de invitados a lo que fuera. Crítica implacable de los presidentes municipales en turno y de los politiquetes de la región, combatiente incansable de talamontes y traficantes perniciosos, benefactora mayor de las arcas parroquiales, amiga íntima del arzobispo disidente Antolino Méndez Romero; conocida de los políticos en la capital y mayordoma indiscutible de templo de La Virgen del santo parto. La rebelde que murió cuando no debía.
El día de su muerte lloraron hasta las piedras y se cayó el cielo en pedazos. El cortejo fúnebre llegaba desde el atrio parroquial hasta el borde de la tumba.
Dolores Bravo Galeana La Flor de Café, ésta siempre olorosa a lima mujer. Es la conjunción de todas las heroínas de mi tierra, era altiva, bravía y extremadamente culta a quien le gustaba la música de Beethoven, en cuya casa se tomaban café a lo largo de toda la jornada, “el que quiera seguir igual de güilo que no tomé café”, decía.
En esta novela hay tres personajes que me llaman especialmente la atención, el extremadamente culto tío Clementino y Nicolás el tuerto. Uno rodeado de libros y el otro productor de hermosos alcatraces. Y la presencia fugaz del capitán Chaparro. Por eso digo que cualquier parecido con la ficción es pura coincidencia.





domingo, 24 de mayo de 2015

El silencio del viento

Víctor Cardona Galindo

El silencio del viento, es el tercer libro de Felipe Fierro Santiago. En 1998 publicó Tierra Mojada, y el haber vivido de cerca la represión de los campesinos de la sierra en la década de los setentas lo llevó a escribir en el 2006 sobre la guerrilla del Partido de los Pobres (PDLP) y de su fundador Lucio Cabañas, cristalizándose el proyecto en el libro: El último disparo. Versiones de la guerrilla de los 70´s.
Felipe Fierro es maestro en educación y tiene también una maestría en matemáticas. Es profesor de escuelas secundarias, periodista, catedrático de la Universidad Autónoma de Guerrero. Ha dirigido durante varios años el periódico Atl y participó en el encuentro Poetas y Narradores en la Selva Cafetalera del cual se editó una memoria. Los trabajos de Felipe Fierro reflejan el amor por su tierra, pues los personajes de sus crónicas, cuentos y leyendas son extraídos de la vida cotidiana, de la sierra y de los pueblos de Atoyac.
Nació en 1962 en la parte alta de la sierra cafetalera, en la comunidad de Plan del Carrizo su padre es Tomás Fierro Zarco y su madre Severina Santiago Serrano. Estudió en la Escuela Primaria Rural Federal “Benito Juárez García” de la comunidad de Agua Fría y los estudios de la secundaria los realizó en la Escuela Técnica Agropecuaria 174, de Río Santiago, de donde egresó en 1978 cuando estaba por terminar ese periodo doloroso al que se llamó “Guerra Sucia”.
Felipe es un hombre como pocos, maestro de secundaria, de preparatoria, periodista, escritor y músico. Es un hombre que se educó bajo la disciplina del campo, donde no se vale  amanecer dormido. Los campesinos amanecen afilando el machete, Felipe amanece pegado a su escritorio escribiendo, haciendo los cuadros de su escuela o preparando clases.
Esta disciplina le ha permitido publicar sus artículos en diversas revistas, editar desde ya hace 15 años el periódico ATL periodismo en transición, asistir a foros donde ha presentado ponencias y darnos tres libros en donde se plasman los temas recurrentes de nuestra tierra Atoyac, como el café, la guerrilla y la guerra sucia. Así como sus leyendas y la vida campirana.
Felipe Fierro, forma parte de una generación de escritores atoyaquenses, a quienes la Guerra Sucia, los marcó profundamente. Como es el caso de Jesús Bartolo Bello que escribió el poemario No es el viento el que disfrazado viene y de Enrique Galeana Laurel que en Tempestades recoge varias crónicas sobre la guerrilla de Lucio Cabañas y la violencia que el gobierno ejerció sobre el pueblo de Atoyac. También Judith Solís Téllez mediante sus ensayos ha ido rescatando los “ecos de la guerra sucia en la literatura guerrerense”.
Felipe Fierro, Jesús Bartolo y Judith Solís son lo mejor que en letras ha dado Atoyac, porque muchos de sus escritos han trascendido el ámbito local y su trabajo tiende a ser más universal, han dejado de ser los escritores improvisados y le han dedicado tiempo a su formación, para darnos piezas de calidad.
En el libro El silencio del viento el personaje principal es la exuberancia de la sierra. Esa orografía que sube y que baja pero más sube que baja. Esa tierra que ha sido fertilizada por la sangre de sus hijos, muertos en combate o llevados por la fuerza de sus casas para nunca más volver.
El libro de Felipe refleja las estampas de nuestra tierra, de la sierra de Atoyac, desde el maestro que llegó a la sierra desafiando las inclemencias del tiempo, que luchó no solo contra la ignorancia del pueblo, sino también en contra de las enfermedades, que durmió en el suelo y comió pobremente como comen todos los campesinos. En este libro se hace presente el cacique pueblerino que le entró a todo, no sólo a las filas del partido oficial, sino además a la siembra de amapola y que expulsaba a los maestros de los pueblos, porque nos les convenía que los niños se educaran.
Las leyendas que se cuentan en los pueblos, que muchas veces tienen a sus moradores, encerrados en sus domicilios a temprana hora. El Silencio del viento es un libro que retrata al pueblo de Atoyac, pero que puede ser cualquier pueblo que tenga, calles que se llamen, Miguel Hidalgo y Guadalupe Victoria, en donde se siembre café y se sienta su aroma. Donde haya hombres indómitos dispuestos a escribir su propia historia.
Los que somos de Atoyac nos sentiremos identificados con este libro, porque los cuentos y crónicas que aquí encontramos, son parte de nuestra cultura. Este libro de Felipe Fierro es para disfrutarlo sentado en el quicio de la puerta, tomando una taza de café, o bien para leerlo en la hamaca, antes de ir a dormir.

El libro de Felipe Fierro desmiente aquellos que dicen que la cultura de Atoyac languidece. Obras como estas fortalecen nuestra cultura, la hacen más sólida y podemos decir que en Atoyac hay escritores sólidos, con oficio y que amenazan con ser los mejores escritores de Guerrero, y quizá, algún día, de México.

domingo, 26 de abril de 2015

Vientos de la Costa hacia la sierra


Víctor Cardona Galindo

Se dice que en Atoyac, somos café, guerrilla y guerra sucia.  Que los atoyaquenses miramos hacia el río que  nos da vida, pero también nos mete grandes sustos de vez en cuanto con esas estruendosas avenidas, por eso Ignacio Manuel Altamirano cuando anduvo por aquí le hizo dos preciosos poemas: “Al Atoyac” y  “el Atoyac en una creciente”.
El domingo 19 de abril a las cinco de la tarde presenté en la casa de la cultura de Zihuatanejo  mi libro Vientos de la Costa hacia la sierra, publicado por la Secretaría de Cultura y la editorial Praxis. En Acapulco el 31 de marzo se presentó toda la colección Juan García Jiménez que consta de 10 libros. 

En estos textos se encuentran relatos que tienen que ver con el río, donde está el Salto Grande, por donde llegan los cocodrilos, pero  también leyendas que se niegan a desaparecer. Cuentan que el Diablo que tiene una vivienda en cada camino desde donde influye males y bienes sobre los individuos. El Cuera Negra camina por las noches, montado en su caballo negro, en busca de aquellos que tienen compromisos con él.
Aquí se narra la vida de personajes populares que hacen más interesante la vida en los pueblos, la exuberancia de caminos y de zonas arqueológicas como la Ciudad Perdida.
Hablamos de ese Atoyac donde doctor Antonio Palos Palma vino desde España para instalar su consultorio, donde hacía milagros curando a la gente y se daba tiempo para conspirar en bien de la humanidad. El cura rebelde Máximo Gómez Muñoz llegó desde Jalisco para proteger al pueblo en estas tierras, Máximo en la defensa de los derechos humanos y Máximo en la defensa de los pobres.
Los cafetaleros llegaron a tener tanto dinero que viajaban en avioneta, riqueza que dilapidaron en los “burros” de la zona de tolerancia. La vida era beber después de pasar tres meses en románticos campamentos limpiando y cortando café en nuestra selva exuberante, llena de encantos y rica en flora y fauna. En esos campamento donde se escuchaba el rugido del jaguar, el sonido de la cáscara de los árboles donde afilaba sus garras por las noches. El grito estridente de la martica que se acercaba a los palos de zapote a comer en la oscuridad.
Más arriba de la zona del café están esos preciosos, coloridos y peligrosos jardines de la sierra donde se produce gran parte de la riqueza de Guerrero de manera ilícita. Esa goma que ha dejado, llanto y dolor, pero también felicidad para los que han sabido aprovechar sus beneficios.
Hablamos del Atoyac aquel que ha estado presente en las luchas épicas desde siempre, desde los primitivos cuitlatecos, la resistencia india a los españoles, la independencia, la reforma, la revolución y el movimiento cívico que concluyó con la famosa masacre del 18 de mayo de 1967. Luego la lucha guerrillera de Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, de donde se desprenden las vidas ejemplares de muchos luchadores sociales, que hacen de Atoyac una tierra indómita.
En el entorno está la Escuela Real, la preparatoria número 22. El folklorismo de la danza de El Cortés, el Carnaval y la Feria del Café.
En este libro hablamos de la fábrica de Hilados y Tejidos de El Ticuí, de escritores como Simón Hipólito Castro y de los corridos como el de “los hermanos Zequeida”.

En vientos de la Costa hacia la sierra, encontraremos dos personajes de película: María La Voz una ticuiseña que hizo famosa adivinando y luego fue asesinada a puñaladas. Benita Galeana le contaría la historia a Juan de la Cabada quien la hizo cuento, luego guión de cine y después llevaron a la pantalla grande. También está el caso de Tirsa Rendón la protagonista de la verdadera historia de la isla de Clipperton, tragedia de la que se han escrito muchos libros, se han realizado documentales y se hicieron películas, mientras Tirsa Rendón moría abandonada y olvidada en la colonia Sonora de Atoyac adelantito de Arroyo cohetero.

domingo, 12 de abril de 2015

Linderos de Viky Enríquez

Víctor Cardona Galindo
Linderos es una apasionante novela escrita por Victoria Enríquez y publicada por la editorial Garrobo en el año 2001. Aquí la revolución se vive dentro de una casa de una familia aristocrática de Chilpancingo. Los balazos suenan por doquier y mientras las mujeres rezan el indio Cayetano cura a Tofi, con hierbas. Después: “El tiempo se detuvo, no había viento, ni pájaros, ni ruidos, no se escuchaba ni el fragor de la guerra nadie hablaba y nadie se movía”.
En esta novela están presentes los Temblores, no únicamente los sociales, balaceras, fantasmas, y aparecidos, La Llorona, el Charro Negro. Las Sihuatatoyotas que salían de los troncos de los árboles para peinar sus largas cabelleras y así atrapar a los incautos.

Dice Alejandra Cárdenas: “En Linderos son especialmente interesantes los personajes femeninos. Mujeres solas, sin pareja, que rezan el Ángelus a las seis de la tarde y para quienes el viento del sur derrama noches temblorosas sobre sus camas solitarias”.
Por su parte Aida Amar comenta: “La novela hace actuar esta cultura de familias porfirianas y la hace actuar bajo las sombras de las montañas de Guerrero, alrededor de tlacololeros, pozole y tías sabias que flotan en el aire, frente a unos niños boquiabiertos –unos amados niños- que tuvieron la ocurrencia de nacer en un espacio que comenzaba a morir”.
“La historia está relatada a través de la mirada contemplativa de unos niños. Sueños recuerdos voces, ecos de imágenes y asombros sensoriales en que la familia Valbuena permanece y dura”, dice José Gómez Sandoval.
Después de leer la novela, rescato algunas imágenes, “Morir es irse, es la gente hablando en secreto, caminando de puntitas, el olor de la velas y las flores, las flores que se cortan, se marchitan. Despedirse para no volver”. Después del temblor de 1907 “una nube de polvo se quedó por varios días detenida sobre Chilpancingo.
Zapata que estaba abriendo el camino para una sociedad nueva basada en la igualdad, atacó a las tropas de Cartón, por eso “el 25 de marzo amaneció en silencio, electrizado y oprimido por el ronco ulular de los cuernos”. El relato de la toma de Chilpancingo por los zapatistas transcurre dentro de una casa con jardín, me imagino una casa de adobe con cocina interior, donde cabían galerones y diversos cuartos, con una fuente o noria al centro, con naranjos y toronjos a los lados. Y en un rincón un horno para el pan.
“En esas madrugadas de estar como esperando no se sabía bien que, nos daban te de toronjil y los señores se echaban un traguito de mezcal con ‘prodigiosa’ para que no se les derramara la bilis y nosotros, los niños, nos poníamos hacer palomitas de papel de esas que si les jalas la cola mueven las alas”.
“Si me acuerdo es del miedo, del miedo de las mujeres rezando, del olor a pólvora y del silencio. Muchos días cominos tortilla con chile porque no se podía prender el fogón” y el pan duro remojado con café.
Es un relato triste, donde la incertidumbre siempre está presente, de sueños donde se escucha “el rítmico e hipnótico sonar de la flauta y el tambor tlacololero bajando por San Mateo. La muerte siempre presente: “Con el tiempo el cuerpo se vuelve demasiado pesado para el alma”.
En fin. Linderos es una novela apasionante, indispensable para vivir el Chilpancingo de la segunda década del siglo XX. Su magia, sus olores, sus sabores y sonidos.


lunes, 30 de marzo de 2015

Fortunato Hernández Carbajal


Víctor Cardona Galindo
Fortunato Hernández Carbajal, más conocido como El Baby (Beibi, en español) nació en Intzcuinatoyac municipio de Chilpancingo el 14 de octubre de 1952. Estudió en la escuela primaria “Himno Nacional”, los tres primeros años, y el resto en la escuela “Unificación Proletaria” y la Secundaria en la “Raymundo Abarca Alarcón”. Luego en la Preparatoria número 1. Para pasar después a la Escuela Superior de Agricultura, donde se graduó como Ingeniero Agrónomo.
En 1977 vino a Atoyac invitado por Justino García Téllez a impartir las materias Biología, Química, Botánica y Zoología en la preparatoria número 22. El 18 de mayo de 1979 participó en la movilización para romper el silencio, “había miedo” −dice el Baby− quien recuerda que aquella fue una marcha silenciosa que salió de la calle Ignacio Zaragoza: “En ese tiempo era un ambiente militarizado y policíaco y se le tuvo que notificar al ejército de la marcha”.
Fortunato Hernández Carbajal

El discurso de Pedro Rebolledo Málaga en el que se pidió democracia y libertades para el municipio, fue escrito por Fortunato, quien después participó en el Movimiento Estudiantil Revolucionario Proletario (MERP) a inicios de los 80, ese grupo más tarde se  convertiría en la  Coordinadora de Lucha Universitaria (CLU) ya a finales de esa década.
Fortunato, como varios maestros de la prepa 22, se ha involucrado en el movimiento social. Fue uno de los entusiastas que se integraron al trabajo para tomar las tierras en las que se fundó la colonia 18 de mayo, formó parte el campamento del Inmecafé, pero ahí “los líderes impedían que los colonos se afiliaran al PRD, porque querían dar una visión apartidista. Nada más querían nuestra presencia, pero no querían nuestras ideas”, consideró Fortunato.
El Baby nos inculcó a muchos el amor a la poesía, al periodismo, a la política y a la academia. Sus alumnos vamos por el mundo con el peso de sus palabras: “La educación es la única tablita de salvación que tenemos los pobres”, “El poder es como el violín se toma con la izquierda y se toca con la derecha”, “La poesía nos hace sensibles y más humanos”, “La mejor explicación del mundo ahora no la dan los filósofos, la dan los poetas”.
“Todos admiran al Che pero nadie está dispuesto a seguirlo”. “El hombre debe aspirar a la perfección”, “Debemos ser sujetos y no objetos”.
Nos enseñó muchas cosas y nos preparó bien. Algunos de sus cuadros han ocupado las direcciones de Facultades de la misma UAG, como la de Contaduría donde Julio César Cortés Jaimes, fue el director; Jesús Bartolo Bello López es uno de los mejores poetas de Guerrero y ha obtenido premios nacionales e internacionales; Wilibaldo Rojas Arellano  está ahora dedicado a la administración y a la academia y es uno de los políticos de izquierda más consecuentes. Armando Mariscal Pablo, que es lo mejor que tiene el grupo del PRD que gobernó Atoyac el último periodo, sin duda tiene influencias del Baby en su discurso. Muchos alumnos de la 22 motivados por Fortunato ahora cursan maestrías y doctorados, como es el caso de Eusebio Hernández Radilla.
Sin duda, varios recordarán a Fortunato a la hora de tomar decisiones, sus ideas son parte de nuestra formación, va siempre como nuestro Pepe Grillo hablando a nuestras conciencias. Sabedores que nacer pobres no fue nuestra elección, pero ser ignorantes sí es nuestra responsabilidad. El Baby nos inculcó que es la cultura la que nos sacará adelante y que organizados somos más fuertes. De eso puede dar constancia Joel Iturio Nava, Eusebio Hernández y otros destacados hijos de Atoyac.
Siempre recuerdo sus dichos: “En un país de corruptos ser honesto es peligroso”. “En un país de mentirosos buscar la verdad es peligroso”.
Fortunato fue miembro del Comité de Lucha de la Escuela Superior de Agricultura a mediados de los setentas. En ese tiempo se dio la desaparición de Victoria Hernández Brito, una de las dirigentes estudiantiles de esa escuela, cuando Rubén Figueroa Figueroa despojó a la Universidad de instalaciones de esa escuela y los universitarios dieron la lucha para recuperarla.
Siendo estudiante se vinculó al Frente Independiente de Casas de Estudiantes de Provincia en donde estaban más de 70 casas de estudiantes de los estados de la república. En la Universidad desde 1973 en adelante militó en la izquierda independiente que fue el polo integrador del proyecto Universidad Pueblo del que Fortunato sigue siendo férreo defensor.

El primero de septiembre de  1977 llegó a la escuela preparatoria número 22. Fue fundador de la escuela preparatoria abierta en San Francisco del Tibor. En 1984 se involucró en el movimiento por la defensa de las escuelas preparatorias, en esa ocasión los universitarios estuvieron en resistencia cuando el gobierno del estado las quiso desaparecer. En 1988 se incorporó al Frente Democrático Nacional con Cárdenas y en 1989 participó en la fundación del PRD y también en la fundación de la colonia 18 de mayo, últimamente milita en Morena de la cual es su candidato a diputado local por el distrito 10. Como académico a formado muchas generaciones y ahora nos acaba de legar ese importante libro de poesía que se llama Permanencia Onírica.