Permanencia
Onírica
Víctor Cardona Galindo
El
libro Permanencia Onírica es el
mundo, tiempo y espacio, de Fortunato Hernández Carbajal.
Es
un mundo donde el universo tiene una armonía desordenada. El tiempo orilla y el
cuerpo de mujer esquinas redondas, donde las muchachas visten su inocencia con
tentaciones ocultas.
Permanencia Onírica es un
mundo donde las noches tienen alas perfumadas, y son desveladas por la luna. Y
una noche cualquiera es un poema incansable de agonía silenciosa y con una
nomenclatura indescifrable.
En
este libro Fortunato Hernández le da belleza a los momentos y hasta las espinas
invitan a ser tocadas con sensibilidad. Las palabras son gotas de agua que
fluyen una tras otra, hasta formar el río en que se convierte Permanencia Onirica donde el pasado es
una fecha fallecida y la esperanza es una calle interminable. Los pasos
dispersan el polvo persiguiendo el futuro en esos callejones de ladrillos
mordidos por el tiempo. El café está saturado de insomnios y las olas de mar
buscan la orilla, en un cielo de gaviotas ausentes.
Este
mundo de Fortunato, en el que duerme por las tardes de tedio, la luz del día se
esconde en el pelo de esa mujer presente, ausente. Amada.
Pero
en las mañanas la sonrisa iluminada de una mujer, es una flor y los ojos un espejo perfecto, el viento canta,
revienta el tedio de las hojas de los árboles cuando les besa los bordes. El sol besa las palmeras y las flores de
bocote. Las flores del jardín son bocas de mujeres quinceañeras.
En
este mundo, Fortunato, contempla las flores amarillas de los primaveros, las
buganvilias encendidas de carmín intenso. Las acacias de mayo son recuerdos, en
las tardes de junio, cuando ya la enredadera se prendió a la cintura de los
árboles y los escarabajos caminan bajo el refugio intocable del yoloxóchitl. Tiempo
de las orquídeas silvestres, y los encinos de cascaras sedientas en el corazón
de la floresta.
Un
colibrí de violenta ternura participa de la humedad prisionera de las flores,
donde se convocan mariposas. Las burbujas son espejos caídos del sol. El musgo
de invierno será el nido en primavera de calandrias desvestidas por el sol.
El
color de la tarde se pierde donde las montañas quisieron alcanzar el cielo. La
tarde tiene olor de mujer que trae en la cintura las fragancias de las flores
amarillas de la primavera. Que perfuma los sueños. Una flor desparrama su
perfume en silencio cuando el verano y las aguas del río se quejan.
El
maestro Fortunato Hernández Carbajal, que es formador de poetas, nos ha legado
ya este libro: Permanencia Onírica
que fue publicado por la Secretaría de Cultura del Estado de Guerrero y que se
presentó este martes 31 de abril de 2015 en el auditorio de la Casa de la Cultura de
Atoyac, congregando un importante público.
Linderos de Viky Enríquez
Víctor Cardona
Galindo
Linderos es una apasionante novela escrita
por Victoria Enríquez y publicada por la editorial Garrobo en el año 2001. Aquí
la revolución se vive dentro de una casa de una familia aristocrática de
Chilpancingo. Los balazos suenan por doquier y mientras las mujeres rezan el
indio Cayetano cura a Tofi, con hierbas. Después: “El tiempo se detuvo, no
había viento, ni pájaros, ni ruidos, no se escuchaba ni el fragor de la guerra
nadie hablaba y nadie se movía”.
En
esta novela están presentes los Temblores, no únicamente los sociales,
balaceras, fantasmas, y aparecidos, La Llorona, el Charro Negro. Las
Sihuatatoyotas que salían de los troncos de los árboles para peinar sus largas
cabelleras y así atrapar a los incautos.
Dice
Alejandra Cárdenas: “En Linderos son especialmente interesantes los personajes
femeninos. Mujeres solas, sin pareja, que rezan el Ángelus a las seis de la
tarde y para quienes el viento del sur derrama noches temblorosas sobre sus
camas solitarias”.
Por
su parte Aida Amar comenta: “La novela hace actuar esta cultura de familias
porfirianas y la hace actuar bajo las sombras de las montañas de Guerrero,
alrededor de tlacololeros, pozole y tías sabias que flotan en el aire, frente a
unos niños boquiabiertos –unos amados niños- que tuvieron la ocurrencia de
nacer en un espacio que comenzaba a morir”.
“La
historia está relatada a través de la mirada contemplativa de unos niños.
Sueños recuerdos voces, ecos de imágenes y asombros sensoriales en que la
familia Valbuena permanece y dura”, dice José Gómez Sandoval.
Después
de leer la novela, rescato algunas imágenes, “Morir es irse, es la gente
hablando en secreto, caminando de puntitas, el olor de la velas y las flores,
las flores que se cortan, se marchitan. Despedirse para no volver”. Después del
temblor de 1907 “una nube de polvo se quedó por varios días detenida sobre
Chilpancingo.
Zapata
que estaba abriendo el camino para una sociedad nueva basada en la igualdad,
atacó a las tropas de Cartón, por eso “el 25 de marzo amaneció en silencio,
electrizado y oprimido por el ronco ulular de los cuernos”. El relato de la
toma de Chilpancingo por los zapatistas transcurre dentro de una casa con
jardín, me imagino una casa de adobe con cocina interior, donde cabían galerones
y diversos cuartos, con una fuente o noria al centro, con naranjos y toronjos a
los lados. Y en un rincón un horno para el pan.
“En
esas madrugadas de estar como esperando no se sabía bien que, nos daban te de
toronjil y los señores se echaban un traguito de mezcal con ‘prodigiosa’ para
que no se les derramara la bilis y nosotros, los niños, nos poníamos hacer
palomitas de papel de esas que si les jalas la cola mueven las alas”.
“Si
me acuerdo es del miedo, del miedo de las mujeres rezando, del olor a pólvora y
del silencio. Muchos días cominos tortilla con chile porque no se podía prender
el fogón” y el pan duro remojado con café.
Es
un relato triste, donde la incertidumbre siempre está presente, de sueños donde
se escucha “el rítmico e hipnótico sonar de la flauta y el tambor tlacololero
bajando por San Mateo. La muerte siempre presente: “Con el tiempo el cuerpo se
vuelve demasiado pesado para el alma”.
En
fin. Linderos es una novela apasionante, indispensable para vivir el
Chilpancingo de la segunda década del siglo XX. Su magia, sus olores, sus
sabores y sonidos.
Vientos
de la Costa hacia la sierra
Víctor Cardona Galindo
Se
dice que en Atoyac, somos café, guerrilla y guerra sucia. Que los atoyaquenses miramos hacia el río
que nos da vida, pero también nos mete
grandes sustos de vez en cuanto con esas estruendosas avenidas, por eso Ignacio
Manuel Altamirano cuando anduvo por aquí le hizo dos preciosos poemas: “Al
Atoyac” y “el Atoyac en una creciente”.
El
domingo 19 de abril a las cinco de la tarde presenté en la casa de la cultura
de Zihuatanejo mi libro Vientos de la Costa hacia la sierra,
publicado por la Secretaría de Cultura y la editorial Praxis. En Acapulco el 31
de marzo se presentó toda la colección Juan García Jiménez que consta de 10
libros.
En
estos textos se encuentran relatos que tienen que ver con el río, donde está el
Salto Grande, por donde llegan los cocodrilos, pero también leyendas que se niegan a desaparecer.
Cuentan que el Diablo que tiene una vivienda en cada camino desde donde influye
males y bienes sobre los individuos. El Cuera Negra camina por las noches,
montado en su caballo negro, en busca de aquellos que tienen compromisos con
él.
Aquí
se narra la vida de personajes populares que hacen más interesante la vida en
los pueblos, la exuberancia de caminos y de zonas arqueológicas como la Ciudad
Perdida.
Hablamos
de ese Atoyac donde doctor Antonio Palos Palma vino desde España para instalar
su consultorio, donde hacía milagros curando a la gente y se daba tiempo para
conspirar en bien de la humanidad. El cura rebelde Máximo Gómez Muñoz llegó
desde Jalisco para proteger al pueblo en estas tierras, Máximo en la defensa de
los derechos humanos y Máximo en la defensa de los pobres.
Los
cafetaleros llegaron a tener tanto dinero que viajaban en avioneta, riqueza que
dilapidaron en los “burros” de la zona de tolerancia. La vida era beber después
de pasar tres meses en románticos campamentos limpiando y cortando café en
nuestra selva exuberante, llena de encantos y rica en flora y fauna. En esos campamento
donde se escuchaba el rugido del jaguar, el sonido de la cáscara de los árboles
donde afilaba sus garras por las noches. El grito estridente de la martica que
se acercaba a los palos de zapote a comer en la oscuridad.
Más
arriba de la zona del café están esos preciosos, coloridos y peligrosos
jardines de la sierra donde se produce gran parte de la riqueza de Guerrero de
manera ilícita. Esa goma que ha dejado, llanto y dolor, pero también felicidad
para los que han sabido aprovechar sus beneficios.
Hablamos
del Atoyac aquel que ha estado presente en las luchas épicas desde siempre,
desde los primitivos cuitlatecos, la resistencia india a los españoles, la
independencia, la reforma, la revolución y el movimiento cívico que concluyó
con la famosa masacre del 18 de mayo de 1967. Luego la lucha guerrillera de
Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, de donde se desprenden las vidas ejemplares de
muchos luchadores sociales, que hacen de Atoyac una tierra indómita.
En
el entorno está la Escuela Real, la preparatoria número 22. El folklorismo de
la danza de El Cortés, el Carnaval y la Feria del Café.
En
este libro hablamos de la fábrica de Hilados y Tejidos de El Ticuí, de escritores
como Simón Hipólito Castro y de los corridos como el de “los hermanos Zequeida”.
En
vientos de la Costa hacia la sierra, encontraremos dos personajes de película:
María La Voz una ticuiseña que hizo famosa adivinando y luego fue asesinada a
puñaladas. Benita Galeana le contaría la historia a Juan de la Cabada quien la
hizo cuento, luego guión de cine y después llevaron a la pantalla grande. También
está el caso de Tirsa Rendón la protagonista de la verdadera historia de la
isla de Clipperton, tragedia de la que se han escrito muchos libros, se han realizado
documentales y se hicieron películas, mientras Tirsa Rendón moría abandonada y
olvidada en la colonia Sonora de Atoyac adelantito de Arroyo cohetero.
La
lucha de los campesinos ganaderos de la Costa Grande de Guerrero. Caso de la
URUEPG 1980-1982.
Víctor Cardona Galindo
El
libro de Silvestre Pacheco León: La lucha
de los campesinos ganaderos de la Costa Grande de Guerrero. Caso de la URUEPG
1980-1982, es un testimonio, es una denuncia, es una enseñanza de lo que
puede hacer un pueblo organizado, y un ejemplo de cómo puede influir un grupo
de profesionistas comprometidos con su gente.
Es
un ensayo, pero también podría ser una novela, donde el héroe protagonista es
el pueblo campesino y el villano antagonista es el gobierno y sus instituciones,
incluyendo los cacicazgos. Es una historia que tuvo un final feliz, con el
florecimiento de organizaciones colectivas trabajando en armonía. Aunque aquí
Silvestre Pacheco nos deja abierto el destino. No sabemos hasta cuando duró ese
final feliz.
Este
libro deja constancia de ese proyecto que se desarrolló entre los años
1980-1982, obra de 10 jóvenes de izquierda con una profunda vocación de
servicio a favor de los campesinos. La experiencia que involucró a casi mil 500
campesinos ejidatarios de 11 ejidos en tres municipios, donde se constituyeron
Unidades Ejidales de Producción Ganadera que dieron vida a la Unión Regional de
Unidades Ejidales de Producción Ganadera de la Costa Grande (URUEPG).
Este
libro me hizo recordar la lucha de los campesinos cafetaleros de Atoyac y su
resistencia. Me hizo pensar en la historia de la Coalición de Ejidos de la
Costa Grande, que surgió como respuesta a las instituciones burocráticas y
corruptas. Me hizo pensar en la respuesta oficial hacia los organizadores, con
lo que finalmente terminó creando organizaciones cenecistas paralelas que
únicamente fueron un elefante blanco más del gobierno.
Entiendo
que, en la región de Zihuatanejo, para 1980 se habían constituido a iniciativa
del gobierno 39 empresas ganaderas, pero los recursos que se canalizaron no
trajeron el fortalecimiento de los ejidos ni ayudaron a elevar el nivel de vida
de los campesinos. La forma de cómo se encauzaron los recursos fortaleció a los
grupos de poder que había y otros nuevos surgieron con el control de los apoyos
y créditos oficiales.
Luego
con este proyecto del gobierno, vino algo así como la dictadura o la dominación
del banco. Quedaron los campesinos, en manos y al libre albedrío de los
empleados del banco. El Banco Rural del Pacífico Sur, sobre quien recayó la
encomienda gubernamental de promover la ganadería colectiva ejidal en la Costa
Grande, fue el responsable de los
créditos y de los apoyos oficiales para los proyectos.
Al
nombrar el Consejo de Administración de estas empresas auspiciadas por el
gobierno, se produjo dualidad de poderes entre esos consejos de administración
y los comisariados ejidales. El apoyo oficial canalizado mediante la creación
de empresas provocó división y ayudó a profundizar la desigualdad en los
núcleos ejidales. Aparecieron nuevos cacicazgos y los que ya existían se
fortalecieron. A todo esto le sumamos que el banco decidía donde comprar y a
quien comprar todos los insumos y materiales de esas empresas ejidales
incluyendo los pies de cría del ganado.
Con
esto: “Los fraudes cometidos con los recursos del gobierno federal dieron
cuenta de inversiones fracasadas y de nuevos ricos que crecieron de los
escombros de aquellos”.
El
Banco rural negoció la construcción de las obras con contratistas privados
venidos de otras regiones que en muchos casos no dieron empleo a los
ejidatarios. Cuando digamos que las reglas de operación planteaban dar empleos
a los campesinos de los ejidos.
Ante
tal situación la respuesta de los campesinos fue organizarse y crear el primero
de mayo de 1981 la Unión Regional de Unidades Ejidales de Producción Ganadera
de la Costa Grande de Guerrero. A partir de ahí comenzaron a apropiarse de todo
el proceso productivo de sus empresas, hasta una carnicería instalaron en un
mercado de Zihuatanejo. Este libro es una lectura obligatoria para todos
aquellos que aun trabajan con campesinos y a nosotros, a todos, nos aporta un
importante conocimiento sobre la historia regional.
El
silencio del viento
Víctor
Cardona Galindo
El silencio del viento, es el tercer libro de Felipe Fierro Santiago. En
1998 publicó Tierra Mojada, y el haber
vivido de cerca la represión de los campesinos de la sierra en la década de los
setentas lo llevó a escribir en el 2006 sobre la guerrilla del Partido de los Pobres
(PDLP) y de su fundador Lucio Cabañas, cristalizándose el proyecto en el libro:
El último disparo.
Versiones de la guerrilla de los 70´s.
Felipe Fierro es maestro en educación y tiene
también una maestría en matemáticas. Es profesor de escuelas secundarias,
periodista, catedrático de la Universidad Autónoma de Guerrero. Ha dirigido
durante varios años el periódico Atl y participó
en el encuentro Poetas
y Narradores en la Selva Cafetalera del cual se
editó una memoria. Los trabajos de Felipe Fierro reflejan el amor por su
tierra, pues los personajes de sus crónicas, cuentos y leyendas son extraídos
de la vida cotidiana, de la sierra y de los pueblos de Atoyac.
Nació en 1962 en la parte alta de la sierra
cafetalera, en la comunidad de Plan del Carrizo su padre es Tomás Fierro Zarco
y su madre Severina Santiago Serrano. Estudió en la Escuela Primaria Rural
Federal “Benito Juárez García” de la comunidad de Agua Fría y los estudios de
la secundaria los realizó en la Escuela Técnica Agropecuaria 174, de Río Santiago,
de donde egresó en 1978 cuando estaba por terminar ese periodo doloroso al que
se llamó “Guerra Sucia”.
Felipe es un hombre como pocos, maestro de
secundaria, de preparatoria, periodista, escritor y músico. Es un hombre que se
educó bajo la disciplina del campo, donde no se vale amanecer dormido. Los campesinos amanecen afilando
el machete, Felipe amanece pegado a su escritorio escribiendo, haciendo los
cuadros de su escuela o preparando clases.
Esta disciplina le ha permitido publicar sus
artículos en diversas revistas, editar desde ya hace 15 años el periódico ATL periodismo en transición, asistir a
foros donde ha presentado ponencias y darnos tres libros en donde se plasman
los temas recurrentes de nuestra tierra Atoyac, como el café, la guerrilla y la
guerra sucia. Así como sus leyendas y la vida campirana.
Felipe Fierro, forma parte de una generación de
escritores atoyaquenses, a quienes la Guerra Sucia, los marcó profundamente.
Como es el caso de Jesús Bartolo Bello que escribió el poemario No es el viento el que disfrazado viene y
de Enrique Galeana Laurel que en Tempestades
recoge varias crónicas sobre la guerrilla de Lucio Cabañas y la violencia que
el gobierno ejerció sobre el pueblo de Atoyac. También Judith Solís Téllez
mediante sus ensayos ha ido rescatando los “ecos de la guerra sucia en la
literatura guerrerense”.
Felipe Fierro, Jesús Bartolo y Judith Solís son lo
mejor que en letras ha dado Atoyac, porque muchos de sus escritos han
trascendido el ámbito local y su trabajo tiende a ser más universal, han dejado
de ser los escritores improvisados y le han dedicado tiempo a su formación,
para darnos piezas de calidad.
En el libro El
silencio del viento el personaje principal es la exuberancia de la sierra.
Esa orografía que sube y que baja pero más sube que baja. Esa tierra que ha
sido fertilizada por la sangre de sus hijos, muertos en combate o llevados por
la fuerza de sus casas para nunca más volver.
El libro de Felipe refleja las estampas de nuestra
tierra, de la sierra de Atoyac, desde el maestro que llegó a la sierra
desafiando las inclemencias del tiempo, que luchó no solo contra la ignorancia
del pueblo, sino también en contra de las enfermedades, que durmió en el suelo
y comió pobremente como comen todos los campesinos. En este libro se hace
presente el cacique pueblerino que le entró a todo, no sólo a las filas del
partido oficial, sino además a la siembra de amapola y que expulsaba a los
maestros de los pueblos, porque nos les convenía que los niños se educaran.
Las leyendas que se cuentan en los pueblos, que
muchas veces tienen a sus moradores, encerrados en sus domicilios a temprana
hora. El Silencio del viento es un
libro que retrata al pueblo de Atoyac, pero que puede ser cualquier pueblo que
tenga, calles que se llamen, Miguel Hidalgo y Guadalupe Victoria, en donde se
siembre café y se sienta su aroma. Donde haya hombres indómitos dispuestos a
escribir su propia historia.
Los que somos de Atoyac nos sentiremos
identificados con este libro, porque los cuentos y crónicas que aquí encontramos,
son parte de nuestra cultura. Este libro de Felipe Fierro es para disfrutarlo
sentado en el quicio de la puerta, tomando una taza de café, o bien para leerlo
en la hamaca, antes de ir a dormir.
El libro de Felipe Fierro desmiente aquellos que
dicen que la cultura de Atoyac languidece. Obras como estas fortalecen nuestra
cultura, la hacen más sólida y podemos decir que en Atoyac hay escritores
sólidos, con oficio y que amenazan con ser los mejores escritores de Guerrero,
y quizá, algún día, de México.
Heroínas
de mi pueblo en la literatura
Víctor Cardona Galindo
Esta
participación la titulé así, porque de lejos se ve que el escenario de esta
novela Flor de Café es la sierra de
Atoyac. Esa tierra de exuberante vegetación en la que también se extasió Carlos
Montemayor para escribir Guerra en El
Paraíso. En ese precioso río de El Edén que baja por las inmediaciones de
El Paraíso, hacia Coyuca de Benítez. Ese río donde Lucio Cabañas dejó correr sus
pensamientos y sus recuerdos, según la novela de Carlos Montemayor.
Esta
otra Novela de Julio César Ocaña Martínez, toda, dibuja esa hermosa sierra que
le inspiró a Kopani Rojas esa bella melodía titulada “El Cafetalero”.
Esta novela es el reino de la vegetación, del agua y el café,
donde la soberana es Dolores Bravo Galeana, la protagonista, que sintetiza el
aroma de las flores, la delicadeza de una paloma, pero también la fuerza y la
destreza de un jaguar. A partir de esta novela Flor de café y Dolores Bravo Galeana se convierte en una heroína de
mi pueblo en la literatura y hablaremos de ella como hablamos de María La Voz,
Benita Galeana y Tirsa Rendón.
Y platicando de mujeres de nuestra tierra en la literatura, Celia,
Rosario, Hortensia, Matilde, Minerva, Rosalba, Estela, Martha,
Carmen, Nidia, Beatriz, Bertha, Adela, Hilda, Lidia, Elvira, Guadalupe y María,
son las militantes guerrilleras del
Partido de los Pobres que aprendieron amar diferente en la selva. Supieron que eran
iguales a los hombres, que tenían los mismos derechos y las mismas
obligaciones. Ahí vieron a sus compañeros lavar la ropa y echar tortillas,
mientras ellas montaban guardias en los campamentos, iban por la leña y
limpiaban sus armas. Donde igual manera echaban discursos e iban a esperar el
convoy de militares para emboscarlos. Muchas de estas mujeres fueron retratadas
en las bellas letras por Carlos Montemayor y otros escritores que le han
dedicado sus obras a la guerrilla de Atoyac.
Por su parte María Sixta
Gallardo Margara nació en El Ticuí. Una tarde jugando muñecas se le incrustó en
el abdomen la voz de un hombre que la acompañó hasta la muerte. Era una mujer
bravía que le gustaba cabalgar y después de que los rurales mataron a su marido
en San Jerónimo, se mantuvo atendiendo un pequeño rancho y dando consultas. La
Voz que le salía de la barriga daba respuestas a todas las preguntas que le
planteaban personas que buscaban objetos perdidos o saber quién les había
asesinado al ser querido. Por eso le llamaban María, La Voz.
Este episodio de la vida
cotidiana de El Ticuí, se lo contó a Juan de la Cabada, la luchadora social
Benita Galeana Lacunza, el escritor campechano hizo un cuento y más tarde un
guión de cine que se hizo película. Se llamó María la Voz.
Este filme fue dirigido por
Julio Bracho en 1955, donde María, huérfana de madre, vive con su tía en un pueblo del Istmo de
Tehuantepec; vende flores en la estación de ferrocarril. Las otras vendedoras
la envidian y dicen que está embrujada, porque habla con una voz que no es la
suya y sin mover los labios.
Aunque la película está
ambientada en Oaxaca se mencionan los pueblos de San Jerónimo, Atoyac y El
Ticuí, incluso la escenografía se asemeja a las ruinas de la vieja fábrica de
hilados y tejidos.
También La Isla de la pasión es una
película que salió a la luz pública en 1941, dirigida por Emilio Fernández,
sobre la tragedia de la Isla de Clipperton, donde una de las protagonistas de
la verdadera historia fue doña Tirsa Rendón Hernández, quien vivió y murió en
la colonia Sonora de la cabecera municipal. Doña Tirsa, originaria de Tecpan de
Galeana, fue a dar a la Isla de Clipperton como esposa del sargento del
ejército federal, Secundino Ángel Cardona. Fue la valiente que, en la verdadera
historia, le dio muerte al ladino que las tenía sometidas.
También Laura Restrepo escribió
esa hermosa novela La Isla de la Pasión.
Mientras
Agustina en la novela del mismo
nombre de Salvador Téllez Farías, es una mujer de los años 30 del siglo pasado,
que le tocó vivir todas las desventajas de las mujeres de esa época, es raptada
en la orilla de ese río encantador, donde todos acudían a
bañarse por las tardes y las mujeres acarreaban agua antes del oscurecer.
Agustina fue llevada a la selva donde
el bandido que la robo la mantuvo escondida llenándola de hijos hasta que pudo
escapar, después de pasar unos meses prostituyéndose en Acapulco, escapó rumbo
a la ciudad de México donde la suerte le sonríe y se vuelve refinada. Luego con
dinero y siendo toda una señora, esposa de un importante médico, vuelve en
busca de sus hijos y se interna en esa sierra llenas de bandidos donde termina
por sacarlos y llevarlos hacia una mejor vida. No sé por qué esta novela me
hace pensar en la vida de Benita Galeana.
Rosario
López en Ahuido el pueblo que irás y no
volverás, novela de Gustavo Ávila Serrano narra la historia de Juan Cruz y
del pueblo Ahuindo con su comisario que duró en el cargo 30 años.
Ahuindo, puede
ser cualquier pueblo de la Costa Grande, en los tiempos anteriores a luz
eléctrica, cuando la vida circulaba alrededor del billar y de los eventos que
se llevaban a cabo en el patio de la escuela, como las funciones de cine los
domingos, con maquinaria sostenida por una bomba de gasolina.
Y
Faustina Benítez es la abnegada esposa de Juan Álvarez en la novela Entre el Zorro y la pantera de Mauricio
Leyva.
Por
su parte Flor de Café es una novela
que está escrita como los comunicados guerrilleros, en algún lugar de la sierra
de Guerrero. Donde más hay un cerro de Dios y los graciosos palos rey, el olmo
mexicano endémico de nuestra tierra. ¿Cuál puede ser aquel pueblito verde,
enclavado al pie de empinadas y azules montañas?
Ese
pequeño pueblito en la parte media de la sierra en cuyo centro se alzaba
imponente la casa de Dolores Bravo Galeana. Ese jardín del Edén siempre oloroso
a café recién tostado. Con frondosos árboles frutales. Rodeado por ese inmenso
mar de huertas de café, meciendo sus ramas cargadas de florecitas blancas.
Un
lugar donde Dolores Bravo Galeana es la hija predilecta. Aquella que fuera la
infaltable presencia en todas las fiestas y en todos los velorios; la primera
en las listas de invitados a lo que fuera. Crítica implacable de los
presidentes municipales en turno y de los politiquetes de la región,
combatiente incansable de talamontes y traficantes perniciosos, benefactora
mayor de las arcas parroquiales, amiga íntima del arzobispo disidente Antolino
Méndez Romero; conocida de los políticos en la capital y mayordoma indiscutible
de templo de La Virgen del santo parto. La rebelde que murió cuando no debía.
El
día de su muerte lloraron hasta las piedras y se cayó el cielo en pedazos. El
cortejo fúnebre llegaba desde el atrio parroquial hasta el borde de la tumba.
Dolores
Bravo Galeana La Flor de Café, ésta
siempre olorosa a lima mujer. Es la conjunción de todas las heroínas de mi
tierra, era altiva, bravía y extremadamente culta a quien le gustaba la música
de Beethoven, en cuya casa se tomaban café a lo largo de toda la jornada, “el
que quiera seguir igual de güilo que
no tomé café”, decía.
En
esta novela hay tres personajes que me llaman especialmente la atención, el
extremadamente culto tío Clementino y Nicolás el tuerto. Uno rodeado de libros
y el otro productor de hermosos alcatraces. Y la presencia fugaz del capitán
Chaparro. Por eso digo que cualquier parecido con la ficción es pura
coincidencia.
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