Víctor Cardona Galindo
Hasta
1994, a las seis de la mañana, se escuchaban los tambores a lo lejos, eran las
dianas del 49 Batallón de Infantería, que despertaban a todos a la misma hora.
Los tambores eran el despertador de la gente del pueblo, “levántate para que te
vayas a la secundaria, ya están sonando los tambores”. “Ya iba llegando a la
terminal cuando estaban los tambores”, eran comentarios que se escuchaban.
El sonido de tambores
comenzaba temprano y duraba todo el
día. La “diana” a las seis se escuchaba
más fuerte por el silencio de la mañana;
a las siete tocaban para llamar al desayuno. A las ocho otro toque para
pase de lista. A las nueve de la mañana llamaban al personal que iba a
Academia. A las 13 horas llamada a la tropa. A las dos de la tarde toque de
comida. A las cuatro de la tarde daban orden del día y se daba otro toque para
mandar a los arrestados. Y a las 21 horas se tocaba silencio y se apagaban las luces en el cuartel.
Las
instalaciones del viejo cuartel militar de Atoyac comenzaron a edificarse el 22
de junio de 1971, bajo la supervisión del teniente ingeniero constructor Julio
Urrutia. El director general de armas de ingenieros militares era el general de
brigada ingeniero constructor José María Alba Valle, La pescada.
El
edificio se construyó en el paraje conocido como Los Pozos de Tierra que pertenecía a varios
propietarios, entre ellos a Clara Santiago y Mario Rodríguez Núñez, quien le
había comprado a Paula Pinzón y una porción a la familia Mariscal. No hubo
compra, simplemente los terrenos se tomaron prestados.
Se
construyeron 10 barracas para dormitorios, un comedor, pequeñas cabañas para
comandancia y sección sanitaria. Había una loma que se rebajó para patio de
honores. Después de la edificación de las galeras se construyeron residencias
para jefes y oficiales y casitas para la tropa.
En un
principio el 50 Batallón tenía su cuartel en El Calvario, en un edificio que
construyó el presidente Rosendo Radilla Pacheco en 1956, pero esas instalaciones castrenses en
abril de 1972 cambiaron de función, como lo informó El Rayo del Sur en su nota del 30 de abril de ese año. Al
concluirse los trabajos del cuartel de la colonia Mártires, “El día 28 del mes
próximo pasado el coronel Macario Castro, comandante del 50 batallón de
Infantería con sede en esta misma población, en solemne ceremonia en la que
participaron autoridades civiles y fuerzas vivas de la localidad, hizo entrega
a las 17 horas, a las esposas de los miembros del Ejército que radican en la
población, del edificio que fuera hasta esa hora el cuartel militar de la plaza.
Ese cuartel quedó convertido en una casa de trabajo para las mujeres de los
miembros del Ejército, que comenzaron a desarrollar ahí una especie de
patronato con actividades sociales”.
En esas fechas los militares
participaban de manera armónica en las actividades de las autoridades civiles,
muestra de ello es que el Comité Pro-festejos del primer centenario de la
ciudad de Atoyac de Álvarez 1872-1972, que se celebró del 18 al 25 de junio de
1972, estuvo encabezado por el doctor Juventino Rodríguez García como
presidente y Wilfrido Fierro Armenta como secretario. Pero además figuró como
director de actividades cívicas el comandante del 50 Batallón de Infantería el
coronel Macario Castro Villarreal.
Aunque
ya para la segunda parte de ese año, la autoridad civil tenía roses violentos
con el Ejército. El 14 de septiembre de 1972, el comandante de la Policía
Urbana Municipal José María Patiño Aparicio informaba mediante un oficio a sus
superiores: “Siendo 12: 15 de la noche se registró un escándalo en el interior
del cabaret El Cha cha cha ocasionado por soldados federales que exigían más
horas extras de las acostumbradas, debido a que el dueño del establecimiento
les seguía dando servicio, cuando la policía los andaba sacando del
establecimiento llegó un subteniente profiriendo insultos en contra de la
policía, y cuando el segundo comandante le habló para que guardara compostura
los soldados, se le echaron encima lográndose zafar en el forcejeo, perdiendo
un cargador de 38 súper con cartuchos. Un soldado andaba ebrio y uniformado,
también el oficial andaba uniformado y no hizo nada por su parte por controlar
los soldados”.
Desde principios de 1971 había llegado de
la Ciudad de México el 27 Batallón de Infantería encabezado por el coronel Máximo
Gómez Jiménez, pero el día primero de febrero de 1973 se hizo cargo de esa
unidad militar el teniente coronel Alfredo Cassani Mariña, con él se acabaron
las buenas relaciones entre el Ejército y el Ayuntamiento. Todos eran
sospechosos de apoyar a la guerrilla de Lucio Cabañas Barrientos.
Esta
actitud coincide con algunos informes que afirman que, a partir de 1973,
tomaron el mando del combate a la guerrilla los egresados de la escuela de las
Américas, con lo que se endureció la ocupación militar en las comunidades de la
sierra y el bajo del municipio de Atoyac.
“Siendo
las 8:25 pm del día 22 de abril del actual, se detuvo al individuo Sabastiel
Romero Adame, por gritar viva Lucio Cabañas, y los soldados que andaban de
vigilancia le cortaron cartucho”, informaba el comandante José María Patiño
Aparicio al presidente municipal Silvestre Hernández Fierro, el 23 de diciembre
de 1973. Es que esa ocasión la policía le ganó a los militares en detener a ese
incauto que ebrio gritaba vivas a Lucio Cabañas.
A los
pocos meses en un asalto sorpresivo, el 30 de septiembre de 1973, el Ejército
se llevó todo el banco de armas del Ayuntamiento. Eran las siete de la tarde cuando
los militares rodearon el Palacio Municipal, con el pretexto de que los
policías preventivos habían detenido a un soldado borracho. El teniente coronel
Alfredo Cassani Mariña localizó al soldado y lo sacó de barandilla para
llevárselo a rastras. Mandó traer con patrullas militares a los policías que
estaban de descanso y los reunió fuera de la comandancia y les mentó la madre
diciéndoles que no tenían derecho a detener ningún soldado aunque anduviera
borracho. Porque cualquier militar hasta el más pendejo de su batallón “es su
padre”, les gritó.
En una
sesión extraordinaria de cabildo el 1 de octubre de 1973, el presidente
municipal Silvestre Hernández Fierro y los regidores: Rafael Hernández Pinzón,
Genovevo Galeana Radilla, Bertana Jacinto López, Filiberto Radilla Reyes y
Eutimio Flores Ávila discutieron la ofensa que el Ejército había hecho al
Ayuntamiento.
“Esa
paz que anhelan todos los pueblos de la tierra, ha sido quebrantada en nuestra
cabecera, por la violencia e incomprensión de los militares que, apartándose de
su sagrada misión que la patria le ha encomendado a nuestro glorioso Ejército
Mexicano, abusando de su autoridad, a las diecisiete cuarenta y cinco horas, y,
al mando del ciudadano Corl. Alfredo Cassani Mariña, comandante del 27 Batallón
de Infantería, asaltaron al Palacio Municipal y la Comandancia de la Policía;
se robaron las armas, veintiocho cartuchos útiles, dos cargadores y $275.00 que
por concepto de multas, se guardaba en dicha oficina y, por si lo anterior
fuera poco, golpearon y lesionaron a los ciudadanos Benito Ríos García, segundo
comandante de la policía urbana y Eligio Borja Francisco, policía municipal,
éste último presenta fracturas de cráneo”.
Los
regidores acordaron: “Tomando en cuenta que ya son varias la ocasiones en que
el Ejército destacamentado en esta ciudad, comenten actos que siembran la
zozobra e intranquilidad entre la ciudadanía, por sus frecuentes escándalos en
estado de ebriedad y de esto ya constan antecedentes, entre otros, los que se
asentaron en acta de cabildo de fecha 23 de marzo de 1972, elevose una protesta
respetuosa pero enérgica ante los C.C. Presidente de la República, Gobernador
del Estado, y H. Congreso local, por considerar que el asalto, el robo, las
lesiones y el abuso de autoridad, cometidos por el Coronel Alfredo Cassani
Mariña comandante del 27 Batallón de Infantería, oficiales y elementos de
tropa, constituyen actos violarios a los preceptos legales que consagra la
Constitución General de la República y la de nuestro estado libre y soberano de
Guerrero”. De no ser respetados por las fuerzas militares, los integrantes del
Ayuntamiento estaban dispuestos a retirarse de sus funciones.
Ya
para entonces los choques entre la policía municipal y el Ejército eran
constantes. La policía estaba encabezada por el comandante más “güevon” del que
se tenga memoria José María Patiño Aparicio, Chema. “Si yo hubiera estado cuando asaltó en Ayuntamiento, nos
hubiéramos partido la cara a balazos”, le habría dicho a Cassani Mariña. Y es
que Chema les dio “piso” a varios soldados que quisieron brincar su autoridad.
Cuando Chema andaba en su ronda los borrachitos se subían solitos a la
patrulla. Se le respetaba por su valor.
Según un
informe para el 22 de septiembre de 1974 había 2 mil 291 militares en la zona
de Atoyac, integrados en el 19, 27, 32 y 38 Batallones de Infantería de la 27
zona militar, que eran reforzados por mil 799 soldados de la 35 zona militar de
los Batallones de Infantería 40, 59, 50. Además 178 soldados del Tercer
Batallón de Infantería con matriz en el Campo Militar Número Uno, 212 militares
más del 56 Batallón con matriz en el Campo Militar Número Uno y 281 efectivos
de la Tercera Brigada de Fusileros Paracaidistas con sede en el Campo Militar
Número Uno. Si sacamos la cuenta eran 4 mil 762 soldados cercando la zona de
conflicto. Eran muchos soldados, que cuando salían francos abarrotaban los
bares y cantinas. Eran famosos los cabarets El
chachacha y La Copa de Oro. Los
soldados llegaban a los bares y no permitían que cerraran, los mantenían
abiertos a altas horas de la noche violando el reglamento. La autoridad
municipal no hallaba que hacer con tanto escándalo.
Son
los tiempos de la leyenda negra del actual Palacio Municipal o La Ciudad de los
Servicios. El
“Cuartel de la Mártires” fue el lugar donde las madres, esposas y familiares de
los detenidos por el Ejército en la década de los setentas llegaban hasta la
pluma que está en la entrada y luego de preguntar por sus familiares un oficial
les contestaba que ahí no era cárcel. Las viejas instalaciones traen los
recuerdos de aquel tiempo cuando siete batallones apoyados con tanques de
guerra, aviones y helicópteros ocuparon todos los pueblos de Atoyac.
Muchos, acusados de guerrilleros o “bastimenteros” de
Lucio Cabañas, cayeron prisioneros en este cuartel y para sacarles información,
el trato que les daban era incalificable. Los torturaban de forma brutal:
toques eléctricos en los genitales y en los oídos, con un cuchillo les picaban
sus partes nobles. Los golpeaban en el cuello, en el estómago y en las
costillas. Les picaban las uñas con agujas. Todas las noches les aplicaban las
mismas torturas. Cuando tenían sed les daban de tomar en un casco agua con
jabón o de a tiro del excusado. Algunos de los sobrevivientes lloran al
recordar esa tortura, otros quedaron con secuelas para siempre como es el caso
de Enrique Chávez Fuentes.
Los
bañaban con agua fría para que la ropa siempre tuvieran mojada, así los golpes y
lo toques eléctricos eran más efectivos. Con los ojos vendados, los colgaban de
los testículos o de los dedos de los pies. Les llenaban el estómago de agua y se
les subían encima o los metían de cabeza en un tambo de agua y los quemaban con
cigarros. Esas torturas duraban 15 días, por eso muchos no aguantaron y
murieron.
Algunos
no sobrevivieron cuando los aventaban desde los helicópteros antes de
aterrizar, los cuerpos rebotaban en el pavimento, ahí comenzaba la tortura
cuando los traían por aire. Esa fue la suerte de muchos que recogieron los
helicópteros en las canchas de sus pueblos. Los sollozos en las barracas eran
continuos, lloraban las mujeres, también los jóvenes y los hombres maduros, al
sentirse abandonados, alejados del poder de Dios y en manos de estos hombres vestidos
de verde.
Hay testimonios que algunos detenidos los metieron por
atrás de la tienda Sedena que estaba al frente del cuartel, que las máquinas
trabajaban de noche en las inmediaciones del canal. En las excavaciones,
realizadas por la Procuraduría General de la República (PGR), nada han
encontrado, al menos todavía nada, las excavaciones se reanudarán el siguiente
año. Algunas veces el Ejército rentó camiones a particulares que regresaban con
arena de playa entre las llantas. El Ejército hizo un gran cementerio ese mar
de monte que es la sierra de Atoyac, para muestra El Posquelite, Los Corales y
la entrada al Puente del Rey. En el Manzano cuatro indígenas a los que
les apodaban Los Zopilotes fueron asesinados por Ejército en 1972. Muchos
testimonios dicen que un sin número de prisioneros fueron arrojados al Océano. Simón Hipólito y Carlos Montemayor mencionan que el
mar arrojó huesos frente a la Hacienda de Cabañas. En su novela Las Pausas Concretas Roberto Ramírez
narra sucesos extraños que ocurrieron en el cuartel de Atoyac y Felipe Fierro
escribió un cuento “El tercer soldado” donde rememora los hechos cruentos
ocurridos en éste lugar.
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