sábado, 27 de enero de 2018

Historia del Ayuntamiento XX y última parte


Víctor Cardona Galindo
En la calle Juan Álvarez, en lo que fue posteriormente la fábrica de hielo, elaboraban jabones de coco. Eran tiempos de prosperidad. El río daba peces de tamaños y peso que ahora no podríamos ni imaginar, muchos pescaban con dinamita. Con una moneda de plata de a peso se llenaba la canasta en el mercado y una coca cola costaba 50 centavos. Era una época hermosa, las parejitas de enamorados iban de la mano caminando hasta el arroyo Ancho y regresaban embelesados. Aunque para salir a dar serenata había que pagar 12 pesos al Ayuntamiento. Porque quien anduviera, por la noche en la calle, con una guitarra sin permiso era cliente de los gendarmes.
Aspecto de una danza prehispánica, que representa 
un sacrificio, montada en los años cincuenta por 
alumnos de la escuela primaria Juan Álvarez. 
Foto: Josefina Mesino Vélez

José Hernández Meza dice que “las corridas de gallo” en los años cincuenta, era llevar serenata a la novia, a la amiga o a quien se pretendía, “las calles por la noche alumbrada por la luz de la luna, o de perdida por la luz mortecina de un trasnochado foco con energía proveniente de la fábrica de El Ticuí”, se cantaban melodías como Despierta, Novia mía y Granito de sal.
En esos años también llegaba a la ciudad de Atoyac la industria de las palomitas, Medardo Reyes Gudiño venía de regreso de Estados Unidos y al pasar por Irapuato conoció la técnica para elaborar palomitas de maíz. “Cuando pasé por México sólo me traje una costalillita de 10 kilógramos, y fue el domingo 15 de mayo de 1954 cuando hice las primeras, quise sólo hacer para la familia pero no faltó alguien que se dio cuenta y por ser estas una ‘maña’ (antojo) que por aquí no había me acabé un kilo de maíz en ese momento, y dije… ¡Pos! Aquí está el asunto y en forma ya, me ubiqué en el corredor de la casa de mi padre al lado oriente del mercado actual… Al principio 10 kilos a la semana volaban… tenía que enviar giro telegráfico a la Ciudad de México para que me mandaran maíz en paquetería, hasta que le pedí a Adán Quiñones que me trajera esta materia prima, ya que Adán iba constantemente a México… ¡antes no se iba a México como ahora, era raro que alguien fuera, y ya trayéndome Adán el maíz todo era más fácil”, le contó don Medardo a Rubén Ríos Radilla.
Las plantaciones de café se extendían a 8 mil 604 hectáreas, el desarrollo de la infraestructura se dejó sentir casi de manera inmediata, pero también la ambición y conflicto por todo los que huela a café. El 17 de diciembre de 1954 se organizó una asamblea de comisarios ejidales en Río Santiago, para solucionar el problema del reparto de las cosechas de las huertas madres, 340 hectáreas sembradas de café que fueron propiedad de Germán Gómez, Salvador Gálvez, Andrés y Gabino Pino González ubicada en La Soledad y El Porvenir, que venían cosechando las autoridades agrarias de San Vicente de Benítez. Se dijo que el presidente de la República Adolfo Ruiz Cortines, ordenó el reparto de la cosecha, de las huertas mencionadas, entre las 21 comunidades agrarias.
Ya para entonces los Sanvicentes se convirtieron en el corazón de la sierra. San Vicente de Benítez era el centro del poder, ahí vivían los Cabañas herederos del agrarismo, había tiendas y cantinas. En San Vicente de Jesús don Juan Javier de Jesús, quien trabajaba como comisionista de Miguel Ayerdi, instaló un primer beneficio de café.  Se construyó una infraestructura con despulpadora, tanques para lavar el grano, sifón y patio para secar.
Se despulpaba por las noches, recuerda Lucio Javier Aguilar, a otro día se lavaba en los tanques, lo pisoteaban sacaban toda la cáscara y lo iban poniendo a secar. Ya seco lo traían para Atoyac, en un camión maderero al que llamaban El Cerro Alto. El primer chofer fue Sergio Delgado y trabajó para Juan Javier quien también fue el primero en meter un carro a San Vicente de Jesús. Fue en 1955 cuando se inauguró también la brecha a San Vicente de Benítez y la camioneta de Enrique Villalba fue la primera que entró, luego haría el trabajo de transporte las Líneas Unidas del Sur. Antes de eso la comunicación la hacían los arrieros que llevaban cerveza corona y superior, refrescos de naranja y coca cola a la sierra. En Los Valles una mujer por poco se arranca el labio al querer abrir un jarrito con los dientes.
El primero de enero de 1955 tomó posesión la Comuna municipal encabezada por Jesús María Serna Vargas, que estaría el bienio 1955-1956. La integraban también Trinidad Vega Astudillo como síndico y como regidores: Samuel Santiago Díaz; Demetrio Castro Girón, Rosendo Radilla Pacheco, Antonio Paco Leyva y la profesora Genara Reséndiz de Serafín primera mujer que ocupaba un cargo de ese nivel porque apenas se había instaurado el voto femenino, después de ella 30 mujeres han ocupado una regiduría, hemos tenido dos presidentas municipales y dos sindicas procuradoras. También tres mujeres han llegado a la diputación local: María de la Luz Núñez Ramos, Guadalupe Galeana Marín y María de los Ángeles Salomón Galeana.
El gobernador del estado ingeniero Darío Arrieta Mateos, arribó a esta población a las 10 de la noche del 14 de febrero. Fue recibido por las autoridades municipales encabezadas por Jesús Serna Vargas y los alumnos de las escuelas primarias, también se le ofreció un suntuoso baile en la terraza de la casa Onofre Quiñones. Al día siguiente el primer mandatario visitó la fábrica de hilados de El Ticuí, que para ese tiempo ya enfrentaba la falta de materia prima. Desde los años cuarenta los campesinos dejaron de sembrar algodón para sembrar palmas de coco.
También el 15 de mayo a las 12 del día, en un evento amenizado por la orquesta Hermanos Chinos de Espinalillo, se inauguró la escuela primaria federal Herminia L. Gómez en la calle Juan Álvarez Norte. Al acto asistió el director de educación federal en el estado Aurelio C. Merino, el diputado local Jesús Galeana Solís, el compositor José Agustín Ramírez y el presidente municipal Jesús María Serna Vargas.
Herminia Gómez Loranca fue directora de la escuela de niñas, antes de que se fusionara con la de niños para crear la escuela primaria Juan Álvarez. La maestra Herminia formó muchas generaciones de atoyaquenses, en agradecimiento a su labor las autoridades impusieron su nombre a esa escuela primaria.  Nació el 23 de junio de 1871, fue hija de Cayetano Gómez y de María de Jesús Loranca. Según Wilfrido Fierro hizo sus estudios en la ciudad de Chilapa, en un colegio católico, graduándose como maestra. Fue educadora en escuelas primarias de Atoyac, San Jerónimo y Tecpan. Falleció en 1926.
A pesar de que había muchas obras de beneficio social, el 20 de mayo fue desaforado el presidente municipal constitucional Jesús María Serna Vargas, por acuerdo del cabildo, quedando en su lugar el líder campesino Rosendo Radilla Pacheco quien se mantuvo en el puesto por 15 meses y al ser destituido por el gobernador, asumió el cargo el dentista Segundo de la Concha y éste también fue relevado por José Ortega Granados para terminar el periodo. Cuatro presidentes en dos años.
Ese año llovió mucho, una fuerte turbonada ciclónica, un tapaquigüe decían los viejitos, azotó la el 7 de julio que ocasionó el desbordamiento del río y arroyos. La carretera Acapulco-Zihuatanejo quedó destrozada en El Zapote, Los Cimientos, Zacualpan, Santa Rosa, Alcholoa y en el arroyo El Japón. Las aguas del arroyo Cohetero, que atraviesa la ciudad, se salieron de cauce, inundando las calles de Reforma, Victoria, Francisco I. Madero y Juan Álvarez. El arroyo alcanzó dos metros de altura en el consultorio del doctor Antonio Palós Palma y en el cine Álvarez hasta tres metros afectando el mobiliario y la pantalla.
José Ortega Granados, empresario del cine, y el doctor Palos perdieron muchos objetos de valor que fueron arrastrados por la corriente, de igual forma le pasó a María Vargas que vivía frente al cine. Los pueblos del bajo como San Jerónimo, Las Tunas, Los Arenales, Hacienda de Cabañas y La Sidra sufrieron serias inundaciones, casas, siembras y ganado fueron arrastrados por las aguas del enfurecido río Atoyac.
En la sierra no paró de llover y los ríos se mantuvieron bien crecidos. La maestra de la escuela Antonio Nava de Catalán, de Plan de la Delicias, María Dolores Catalán se ahogó el 13 de septiembre de 1955. Vino a traer una bandera a San Vicente de Benítez el 12 y de regresó el 13 a las 9 de la noche cruzaba el río por un puente hamaca de bejuco. Era una noche de luna e iba con Pedro Guzmán Sandoval, pero se rompió el puente hamaca y se los llevó el río. Gente de Los Piloncillos, Plan Grande y las Delicias fueron a buscarla. La encontraron Adán Sandoval y Pedro Bernal Cruz, ya sin vida a un kilómetro de distancia, en el lugar llamando El Paso del Guarumbo. La trajeron a Puente del Rey y ahí la sepultaron. Con el tiempo sus familiares se llevaron los restos a Palo Blanco de donde era originaria.
El 17 de septiembre los fuertes aguaceros causaron inundaciones en los poblados del bajo entre ellos El Tomatal, donde las familias emigraron a partes más altas para protegerse. Dos meses después arribó a esta población el gobernador del estado Darío Arrieta Mateos, fue el 22 de noviembre, vino a supervisar los trabajos de reparación en la carretera nacional Acapulco-Zihuatanejo destrozada por las lluvias que azotaron la región.
Se instaló en esta ciudad, el 3 de diciembre, la sucursal del Banco del Sur, S.A. con matriz en la ciudad de Cuernavaca Morelos fungió como gerente Donaciano Luna Radilla y como cajero Hermilio Carrillo Ruvalcaba. “Gran significación representa esta institución en Costa Grande por ser la primera, a que vendrá a beneficiar los servicios financieros del comercio y la industria”, comentó el cronista de la ciudad.
José Guadalupe Ríos Arzeta instaló el primer expendio de gasolina en Atoyac en 1955, su primo Guillermo Arzeta le financió para comenzar una pipa que le cabían 15 mil litros. Ese primer puesto de combustible estuvo sobre la avenida Juan Álvarez en el lugar que se conoce como El Tamarindo y el litro de gasolina costaba 45 centavos.
La familia Ríos vivía en las últimas casas, de ahí  eran puras palmeras, luego estaba un guamil y se formaba una lagunilla. Eran muy pobres “Comían frijolitos en conchas de sirian”, recuerda Antonio Ríos, luego se pondrían de moda las ejecuciones en La Trozadura, le llamaban así a las inmediaciones del Rancho de los Coyotes donde se trozaba la carretera cada temporada de lluvias.
En ese tiempo había pocos carros entre los que destacaban una “chevrolita” blanca. Los vehículos se prendían con cran y tenía uno Melitón Fierro. Circulaban puras camionetas Chevrolets y Willis. Luego el expendio de gasolina se fue más cerca de la salida. Donde había un llanete, ahora está ahí el hospital y la escuela secundaria. Comenta Antonio Ríos que Ramón Sarabia manejaba un Ford viejo en el que acarreaba concha de coco. También tenían vehículos Antonio y Benjamín Solís. Hicieron su aparición los primeros taxistas: Concho Fierro y el Cuate Santiago en Atoyac y en San Jerónimo estaban El Indio y El Palmolive, costaba un peso el viaje de Atoyac a San Jerónimo. Los taxis eran puros coches Chevrolets grandes.
Por cierto en 1955, el presidente municipal Rosendo Radilla Pacheco, compró ya usado el primer camión de volteo para el servicio de limpia. Entre las obras construidas durante la corta gestión de Rosendo Radilla están los primeros cuatro puestos del mercado municipal, construyó el cuartel militar que estaba ubicado en El Calvario. Rosendo tampoco terminó el periodo constitucional ya que fue depuesto el 31 de agosto de 1956 por órdenes del gobernador con quien no tenía buenas relaciones.
Contaba don Inés Galeana Dionicio que un día llegaron varios costales de maíz enviados por el gobernador Darío L. Arrieta Mateos para repartirse entre la gente más pobre. Pero cuando Rosendo Radilla lo estaba repartiendo en el corredor del Ayuntamiento, llegó el primer mandatario de la entidad diciendo que se habían equivocado y que el maíz no era para Atoyac. Rosendo ya había abierto cuatro sacos por ello el gobernador le dijo que repartiera los que ya estaban abiertos. A lo que el alcalde contestó “hágalo usted señor gobernador, la gente se va a sentir mejor si lo recibe de sus manos”. En eso llamó a sus subalternos y se retiraron del lugar dejando al gobernador solo con la gente que exigía se le entrara el maíz.
Otra ocasión llegó un comandante enviado por el gobernador, pero don Rosendo se fajó el pantalón y la pistola, ese tiempo los presidentes la portaban fajada al cinturón. No lo aceptó porque él ya tenía un comandante. Le dijo al enviado que podía quedarse pero que le pagara el que lo mandó. “Rosendo no se sometía ante el gobernador, tenía lo suyo”.
Emilio Barrientos Gudiño recordó que cuando fue presidente municipal don Rosendo Radilla vendía una vaca o una mula para pagar los sueldos de los empleados, pero no dejaba que se fueran sin nada a sus casas. La maestra Lupita Nogueda dice que la administración Radilla fue de puertas abiertas, “con él no andaba uno pidiendo audiencia, pasaba uno directo”.



jueves, 25 de enero de 2018

Mi pueblito y María La Voz

Víctor Cardona Galindo
El Ticuí, con una población de alrededor de cinco mil habitantes, está ubicado a escasos tres minutos de Atoyac, su cabecera municipal. En el Ticuí por cada casa construida con cemento y varillas hay 10 de adobe y tejas. A mediados del siglo pasado los ticuiseños se sentían superiores a los habitantes de la ciudad de Atoyac, “indios” les llamaban, porque tenían la seguridad de que su población había sido fundada por españoles.
El Ticuí, con la fábrica de hilados y tejidos, en los tiempos de María la Voz

A decir verdad, este pueblo es el que tiene más familias de origen extranjero. Cerca del pequeño zócalo viven los Obé de raíces francesas, los Alonso de origen español y los Ludwig de ascendencia alemana.
El Ticuí fue el primer pueblo de la Costa Grande en tener energía eléctrica y su orgullo siempre ha sido la Fábrica de Hilados y Tejidos “Progreso del Sur Ticuí” instalada en 1904 por la firma española Fernández Quirós y Compañía. Esta factoría, de la que ahora sólo quedan las ruinas, fue entregada en 1938 por el presidente de la república Lázaro Cárdenas a los obreros que formaron la Cooperativa “David Flores Reynada”, la cual trajo progreso y desarrollo a la región. En ese tiempo El Ticuí suministró de energía eléctrica a la cabecera municipal.
En idioma ñuu savi (mixteco) “Ticuí” quiere decir agua. Los purépechas llaman Tinkui al correcaminos. El Ticuí es un pájaro de plumaje azul en el pecho con las alas y cola color  café, que habita en las selvas de Tabasco y Venezuela.
Cuando, el que esto escribe, cursaba tercero de secundaria dejaron de tarea investigar el nombre de nuestra comunidad y le fuimos a preguntar al adulto mayor más sabio del pueblo, en ese entonces don Antonio Galeana nos contestó que la palabra Ticuí significaba “lugar de pájaros”. Otro compañero comentó que su abuelito le aseguró que los españoles que fundaron la Fábrica de Hilados y Tejidos traían consigo un pájaro que se llamaba Ticuí,  querían tanto al ave que bautizaron con su nombre este lugar.
Eres tú lindo pueblito
Eres tú  pueblo bendito
donde yo nací.
Viejos pobladores de El Ticuí le informaron a doña Juventina Galeana Santiago, Doña Yuve  que “a los españoles que fundaron la fábrica les fascinó el canto del luicillo, el pájaro con alas cafés y pecho amarillo, por eso le pusieron Ticuí al pueblo. Aunque escuchando bien el canto el luicillo dice “Luis, Luis” por eso se llama luicillo. El pájaro que dice “ticuí, ticuí, ticuí” es el chicurro, al cual también se le conoce como garrapatero o Pijuy.
Octavio Navarrete Gorjón dice que “Ticuí” es la onomatopeya del sonido que produce el ave del mismo nombre: “En la mayor parte del país se le conoce como Ticuí  a ese pájaro que abunda en los establos y lugares donde hay animales y que se alimenta de garrapatas”. Aquí en la Costa Grande se le conoce como chicurro y en la Tierra Caliente como Chiscuaro. 
Aunque en estos parajes también había mucha ticuiricha (El tecolote albino), ave que no es otra que la lechuza a la que se le dan atributos de mal agüero.
Es, pues, innegable que el nombre de la comunidad de El Ticuí tiene que ver con pájaros y con agua. Algunos cronistas locales aseguran: “antes de que los españoles le cambiaran el nombre este pueblo se llamó Cuajinicuil”.
Eres tú mi encanto
que yo quiero tanto
por eso te canto.
Querido Ticuí.
Aunque yo en lo personal considero que no fueron los españoles fundadores de la fábrica los que bautizaron al pueblo. En El Ticuí había unas cuantas casitas de bajareque con techos de zoyate y casi junto estaba la cuadrilla del Cuajinicuil. Así que el Ticuí y el Cuajinicuil ya existían cuando llegaron los españoles de Fernández, Quiroz y Compañía. Concluyo esto por dos noticias publicadas en 1903. En el mes de octubre de ese año el Periódico Oficial del Estado de Guerrero informaba de la muerte de Felipe Hernández subcomisario del Cuajinicuil municipio de Atoyac por una mordedura de víbora. Y en diciembre del mismo año el mencionado medio informativo publicaba la noticia del hundimiento de la lancha “Perla” que llevaba material para la construcción de la Fábrica de Hilados que se construía en ese momento en El Ticuí, en el lugar conocido como El Real. Las noticias se referían a dos lugares distintos.
Tú eres en mi vida
la estrella divina
que cuando estoy lejos
me acuerdo de ti.
El Ticuí es un pueblo bonito rodeado de lomas, palmeras y de dos canales, aunque un tanto melancólico que ha inspirado muchas canciones como “Mi Pueblito” de Rubén Ríos Radilla (las estrofas que se presentan separadas corresponden a dicha canción) y “Veredita” una canción muy hermosa que don Wilfrido Fierro Armenta le compuso a la siempre estimada Antonia Chávez. Dichas melodías las hicieron famosas Los Brillantes de Costa Grande, grupo que a pesar de haber desaparecido sigue siendo orgullo musical de esta comunidad.
Otra melodía es “Ticuiseña” muy sonada en los años setentas y ochentas, muy rítmica y guapachosa, que emociona a todo aquel que esté enamorado de una ticuiseña y tenga que dejarla: “Yo ya me voy ticuiseña, llorando estarás, ticuiseña…” Ha de ser muy escuchada por los paisanos que están en los Estados Unidos, porque los vínculos que hay en Youtube de los Brillantes de Costa Grande son muy comentados.
Eres tú
quien tiene mi preferida
la que es dueña de mi vida
y tú la envuelves Ticuí.
Filiberto Méndez García en su libro Mis dos pueblos llama al Ticuí “el pueblito más pintoresco y bello de la región”, lugar donde vino al mundo el 8 de marzo de 1920. La primera impresión que se llevó Filiberto Méndez de la vida “llegó confundida por ese ensordecedor ruido de las máquinas textiles, por el traqueteo constante de las poleas y por la pelusa que se levantaba poco a poco hasta formar una espesa bruma, que para mí terminaba a la cinco de la tarde con el silbatazo que anunciaba la salida de los obreros”. Son los recuerdos de su infancia, cuando dormía en los telares de la fábrica.
Eres tú
un orgullo de mi costa
por tus tropicales pozas
para bañarse de ti.
El Ticuí es la tierra de María La Voz, a quien Juan de la Cabada le hizo un cuento. La voz que lloraba dentro de la casa y decía: “María si yo hubiera estado no te hubieran matado”.
María Sixta Gallardo Margara nació en El Ticuí. Una tarde jugando muñecas se le incrustó en el abdomen la voz de un hombre que la acompañó hasta la muerte. Era una mujer bravía. Le gustaba cabalgar. Con su marido tenían un ranchito donde ahora es la colonia Los Llanitos. A su esposo Eusebio Cabañas, hermano del general Pablo Cabañas, lo mataron los rurales en San Jerónimo.
Ella se mantenía dando consultas, adivinando y contestando con la voz que le salía de la barriga. Por eso le llamaban María, la Voz.
Tuvo seis hijos y cuando mataron a Eusebio ella se dedicó a sacarlos adelante. Como al mes de haber muerto su marido, un hombre la comenzó a enamorar; ella lo rechazó. Había periodos que la voz que tenía en el estómago salía de su cuerpo y no hablaba. En una ocasión la voz le dijo que sentía que si salía algo le iba a pasar. Y así iba a ser. En un momento en el que la voz se ausentó el hombre que la enamoraba la asesinó a puñaladas en el Barrio del Alto de El Ticuí. “Si no eres mía, no serás de nadie”, le dijo en el momento que le clavaba las puñaladas.
En el velorio, los que estaban presentes, sintieron la llegada y escucharon la Voz que juró vengar la muerte de María. Posteriormente el asesino murió hecho pedazos, sólo llegó la cabeza en el caballo, los demás miembros quedaron regados por el camino. Tal vez el caballo enloqueció, explicaron los vecinos. Aunque todos quedaron convencidos calladamente que fue la Voz quien vengó a María.
Este episodio de la vida cotidiana de El Ticuí, le fue contado a Juan de la Cabada, por la luchadora social Benita Galeana Lacunza, este escritor campechano hizo un cuento y más tarde un guión de cine que se hizo película y se llamó María la Voz.
Este filme fue dirigido por Julio Bracho en 1955. Presenta a  una María huérfana de madre, quien vive con su tía en un pueblo del Istmo de Tehuantepec, en donde se dedica a vender flores en la estación de ferrocarril. Las otras vendedoras la envidian y dicen que está embrujada porque habla con una voz que no es la suya y sin mover los labios.
Aunque la película está ambientada en Oaxaca se mencionan los pueblos de San Jerónimo, Atoyac y El Ticuí, incluso la escenografía se asemeja a las ruinas de la vieja fábrica de hilados y tejidos, el reparto estuvo integrado por Marisa Belli, Miguel Inclán, Rosenda Monteros y Víctor Manuel Mendoza.
De los tiempos de María La Voz sólo queda el recuerdo entre los más viejos. Cuando la veían caminar hacia el canal de la fábrica en donde lavaba su ropa y de las muchas personas que llegaban de pueblos vecinos y lejanos a preguntarle por sus animales o prendas perdidas. “Ella no era como los charlatanes de ahora, siempre decía la verdad,  la voz ronca le salía de la barriga”, así se recuerda a María La Voz, y el cuento de Juan de la Cabada con ese título sigue siendo apasionante y habrá que volverlo a leer.

sábado, 20 de enero de 2018

Historia del Ayuntamiento XIX

Víctor Cardona Galindo
Cuando los primeros aviones sobrevolaron el cielo atoyaquense causaron gran expectación y miedo en la población. Muchos creyeron que había llegado el fin del mundo. El sonido que emitían estos aparatos los aterraba y sentían que se los tragaba la tierra. Y más cuando apareció la primera nave que dibujó letras en el cielo anunciando la Coca cola, la población analfabeta interpretó que decía: “Fin del mundo”.
Comitiva encargada de medir las tierras del ejido
 de San Vicente de Benítez. En la década de los 
cuarenta. Foto: Archivo General Agrario 
cortesía de Francisco Ávila Coronel.

Durante el porfiriato se hicieron los primeros intentos por volar en México, pero fue el presidente Francisco I. Madero el primer mandatario mexicano que voló en un avión, quien también mandó a Estados Unidos a Alberto y Gustavo Salinas, Horacio Ruíz y a Juan Pablo y Eduardo Alsadoro, para que se formaran como pilotos, ellos a su regreso fundaron la Fuerza Aérea Mexicana.
La calle principal de Atoyac por muchos años se llamó Emilio Carranza en honor a ese gran piloto mexicano que hizo grandes hazañas en el aire y que murió precisamente en un accidente aéreo. En 1927 Emilio Carranza Rodríguez voló sin escalas de México Distrito Federal a Ciudad Juárez, lo hizo en el avión Quetzalcóatl, al que también llamaban El Tololoche, fabricado en México por el ingeniero Ángel Lazcurain. Al año siguiente Carranza falleció cuando regresaba de Nueva York, después de realizar exitosamente el vuelo de la Ciudad de México a Washington.
Es seguro que los primeros que volaron en avión la zona fueron los ejecutivos de la fábrica de hilados y tejidos Progreso del Sur Ticuí, luego lo hicieron los rapamontes, después los acaparadores de café y algunos cafetaleros acomodados. En 1924 el cónsul norteamericano en Acapulco Harry K. Pangburn ya contaba con un hidroplano, con él llegó a la laguna de Coyuca para reunirse con el general Amadeo Vidales que amenazaba con tomar el puerto de Acapulco. Aunque fue 1932 cuando los aviones comenzaron a volar constantemente los cielos de Guerrero.
En la comunidad de Los Valles la mayoría no sabía leer. Pocos conocían las primeras letras. Un día apareció un avión de propulsión a chorro que dibujó en el cielo la palabra Coca Cola. Era domingo, las mujeres que lavaban ropa en el arroyo vieron de lejos las letras, percibieron que algo estaba escribiendo en el aire.
Se preguntaron “¿Qué dirá tú?” alguien que tampoco sabía leer dijo que decía: “Fin del mundo”. Las mujeres comenzaron a llorar, entraron en pánico y emprendieron la carrera rumbo al pueblo para abrazar a sus hijos y morir junto a sus seres queridos.
En la sierra mucho se hablaba que al estar cerca el fin de mundo se verían señales en el cielo, ésta podría ser aquella tan temida y esperada indicación. La mayoría hombres y mujeres lloraban, otros rezaban, solamente algunos querían disimular su miedo con fanfarronerías. El viento pronto disipó el letrero que anunciaba la marca del famoso refresco. Mientras ese pueblo olvidado en la serranía se hundía en la desesperación y sollozos.
El mito del fin del mundo no era nuevo en aquella pequeña comunidad. Había un religioso que todos los días leía la Biblia y muy seguido mandaba a sus hijos a decirle a todo el pueblo que se prepararan porque el fin estaba cerca. Se decía que llovería fuego. Miedo al que contribuyeron también los primeros Testigos de Jehová que comenzaron a visitar esos olvidados lugares, donde la gente vivía presa de los rumores que llevaban los vendedores y gente que transitaba de un pueblo a otro, como los huacaleros que traían las versiones de lo que pasaba en el centro del estado.
Pero las cosas no terminaban ahí, en la parte alta del pueblo, instalaron su templo los evangélicos, que venían de otras comunidades y por las noches se oía ¡Salva a este pueblo señor! ¡Sálvalo! ¡Ten piedad de él¡ Por eso ese día que apareció el avión, hubo reconciliación y arrepentimiento porque el fin estaba cerca.
La sorpresa que provocó el avión que dibujaba letras en el cielo no fue solamente en la sierra, también ocurrió en los pueblos de la costa como Corral Falso, donde un hombre asustado se metió la capilla y sacó la imagen del Santo Patrón y la llevó a media calle, después del susto no la podía meter porque estaba muy pesada y tuvieron que ayudarlo. En la cabecera municipal pasó lo mismo, al escuchar el sonido  del avión sentían que la tierra se abría y se los tragaba. Sobre todo la gente vieja corría a esconderse, como pasó con el señor Marta Castro quien temblaba rogando a Dios que le perdonara sus pecados. La gente se atemorizó cuando escuchó el ruido de ese aparato que se acercaba. Luego pasado el susto la presencia del primer avión sería tema de cantos y corridos cuyos versos fueron borrados por el tiempo.
Robertina Soberanis contempló el vuelo de un avión por primera vez en la sierra, en la comunidad de El Estudio, “Ay amá y eso que será”. Más tarde sabrían que la nave fue a La Soledad a recoger el café de Domingo Ponce.
En 1935, la comuna municipal que encabezaba Pedro Mesino Parra, gestionó por conducto de Serapio Salcedo, administrador de la fábrica de hilados y tejidos de El Ticuí, ante las compañías españolas de Acapulco, Alzuyeta, Fernández, Quiroz y Compañía, un terreno en el llano de El Ticuí, para construir un campo de aviación. Se inauguró ese mismo año, con la llegada de un avión trimotor piloteado por el norteamericano Cloyd Clevenger.
Dice Wilfrido Fierro que a partir de 1940, Enedino Ríos se echó a cuestas el acondicionamiento del llano de El Ticuí y fue así como algunas avionetas prestaron servicio al público y a la fábrica de hilados y tejidos. En 1942, siendo presidente municipal Simón Martínez, el regidor de educación Enedino Ríos amplió la pista y estableció un servicio constante de avionetas que iban para Acapulco, la capital del estado y Michoacán.
Rosa Santiago Galindo tenía 22 años cuando vio el primer avión en 1941, fue cuando Román Reyes, distraído de sus facultades mentales, le dio un balazo de retrocarga a su esposa Antonia Ayerdi. La gente se arremolinó para ayudarla y la llevaron en hamaca al aterrizaje de El Ticuí, donde llegó a recogerla un avión grande que la llevó al puerto de Acapulco donde sanó de sus heridas. La tía Rosita se alegró por estaba contemplando una cosa prodigiosa y nueva. Y recordó la sorpresa que le causó a Taurino Santiago la presencia del primer carro frente al Zócalo de Atoyac, quien llegó, asustado, corriendo a la casa diciéndole a su mamá “llegó una serpiente de siete cabezas”.
Agustín Hernández Vázquez recuerda que en el año 1944 venían las avionetas de Acapulco para tirar volantes que anunciaban casas comerciales. Los chamacos corrían por las calles para recoger los papeles, algunos les gritaban: “avión, avión, tráeme un hermanito”.
El gerente de la cooperativa David Flores Reynada, Enedino Ríos Radilla moriría en un trágico accidente aéreo el 15 de diciembre de 1951, junto al industrial Elías Hanan y el profesor Rómulo Alvarado. La nave en que viajaban se desplomó en la Cañada del Zopilote del cerro del Ajusco, tardaron muchos días en encontrarla.
En el transcurso de noviembre de 1954 los comerciantes e industriales Carmen García Galeana, Raúl Esteves Galeana, José Navarrete Nogueda, Onofre Quiñones, Miguel Ayerdi, Sotero Fierro  y Domingo Ponce, instalaron en la sierra los primeros beneficios húmedos de café. Todos ellos compraban café para Avellaneda o Roberto Nogueda que eran los jefes del acaparamiento.
El 8 de noviembre de 1954 la compañía Productora de Café Pluma, S. de R.L., con domicilio en Pie de la Cuesta número 42 de Acapulco Guerrero, estableció el servicio de transporte aéreo entre Atoyac- El Ticuí-Plan del Carrizo y otros puntos de zona cafetalera. Autorización de ruta número 53 C-21065, expedido por la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas. Dicha empresa aparece en la firma de “PROCASA”, nos indica Wilfrido Fierro.
El dueño de esas avionetas fue el español Guillermo Avellaneda quien había colocado beneficios húmedos de café en toda la sierra. Tenía en Río Santiago, La Soledad, El Paraíso y Plan de Carrizo. Ahí se construyeron pequeñas pistas de aterrizaje. Concepción Eugenio, recuerda que en El Río Santiago pasaban las avionetas y tiraban el dinero en unas bolsas de lona que caían sobre la parcela de la escuela. La palabra “cúmulo” era la clave para pedir dinero y seguir comprando café.
En El Paraíso Roberto Nogueda metió la primera avioneta allá por 1955, aterrizaba en Los Planes y hacia viajes hasta Acapulco. Luego en los terrenos que ahora ocupa la escuela secundaria, entre los años 1955 y 1957, aterrizaba una avioneta propiedad de Avellaneda que transportaba café de El Paraíso a El Ticuí. La avioneta cobraba 50 pesos por llevar gente de El Paraíso a Chilpancingo y le cabían 14 sacos de café por cada viaje.
La construcción de la carretera que comunicaría a la sierra se inició el 14 de noviembre 1954, por cuenta de la Compañía Industrial Maderas Papanoa, misma que el 19 de noviembre instaló maquinaria para aserrar en el Arroyo Ancho. Al año siguiente llegó la brecha a San Vicente de Jesús. El campamento de la compañía maderera se instaló en La Peineta y se abrieron los ramales de terracería que comunicaban a San Francisco del Tibor y San Vicente de Benítez.
En 1955, un aeroplano volaba y volaba en círculos en el cielo de Plan del Carrizo. Dos veces anduvo el avión dándole vueltas al pueblo. Asomándose al cielo Juan Vargas Pérez le dijo a su hermano Hermilo “creo que quiere aterrizar porque no le abrimos una pista” y  en un terreno plano le abrieron una “pistita” como de 100 metros ahí aterrizó esa avioneta.
Ya que estaba en el suelo el piloto les dijo donde podían construir un campo de aterrizaje. El aeromotor resultó ser propiedad del industrial Guillermo Avellaneda. Un español radicado en el puerto de Acapulco que se interesó en instalar un beneficio húmedo en el Plan del Carrizo. El primer viaje en el avión lo hizo Juan Vargas desde Plan del Carrizo al puerto de Acapulco. En ese tiempo el aeropuerto estaba en Pie de la Cuesta donde ahora está la base de la Fuerza Aérea Mexicana.
En esa ocasión Juan Vargas se entrevistó con Guillermo Avellaneda con quien trató las condiciones de la sociedad. Él financiaría la maquinaria para el beneficio del café y los Vargas pondrían el producto, quienes durante dos años compraron el grano a los agricultores de la comunidad y con la máquina despulpadora de dos discos procesaban en café para hacerlo pergamino.
Dice el cronista Wilfrido Fierro Armenta en la Monografía de Atoyac que en 1955 los hermanos Hermilo y Juan Vargas en sociedad con Avellaneda, pusieron en operación un campo de aterrizaje en El Rondonal. Donde ahora está la calle que se llama Viejo Aeropuerto. Ese servicio se inició el 15 de diciembre de 1955 utilizando una avioneta marca Piper con las iniciales X.B.T.E.A.
Cuando las avionetas comenzaron aterrizar en la colonia Moderna al oír el sonido del avión los chamacos corrían al cerro del Calvario porque al pasar la nave cerca del cerro, volando por el lecho del río se podía ver la figura del piloto sentado.
Cuando los Vargas se capitalizaron, le compraron al español una avioneta en 66 mil pesos. El piloto Adolfo Hernández al ver que era negocio el transporte de café y de pasajeros les compró la avioneta. Pero ya cuando trabajaba por su cuenta Adolfo se emocionó echando viajes y no atendió el mantenimiento de la nave. El aparato comenzó a quemar aceite y se vino a pique en las inmediaciones de Plan del Carrizo y murió el piloto.
A la avioneta de los Vargas le cabían tres personas, cuatro con el piloto. Juan aprendió a pilotear y llegó a volar solo. Hasta que llegó la carretera y los costos se elevaron, ya no tuvieron recursos para sostener al piloto. Los vuelos de la avioneta se acabaron en 1961.
A principios de la década de los setentas el avión donde viajaba el industrial Melchor Ortega fue derribado a tiros en la sierra y murió el más poderoso rapamontes. El hecho se atribuyó a sus competidores en el ramo. Para 1970 un ruidoso avión pasaba todos los días, a las cinco de la mañana, por el cielo de Los Valles. Desde que comenzó a pasar se convirtió en el despertador de la gente.

viernes, 19 de enero de 2018

El Cacahuananche


Víctor Cardona Galindo
El Cacahuanache (Gliricidia sepium) lanta medicinal muy conocida en la región. Para curar el bronquitis, hervir junto con hojas de Cacahuananche, manzanilla y sal. Se ponen fomentos en el pecho y espalda. Para sanar la sarna se frotan las hojas con agua de sal en la parte afectada. Para la fiebre tifoidea se hierven las ramas de cacahuananche junto con hojas de limón y se baña a la persona enferma.

Fuente: Grupo convivencia cultural.











miércoles, 17 de enero de 2018

Doctor Antonio Palós Palma

Víctor Cardona Galindo

Este  coronel médico del ejército republicano español llegó a México expulsado por el gobierno de Venezuela, donde fue ministro de salud, por haberse inmiscuido en el movimiento del guerrillero Douglas Bravo. Formaba parte de un movimiento internacional denominado “Estrella Roja” la CIA lo buscaba en México. Agentes de esa central de inteligencia gringa lo visitaron en su consultorio, para preguntarle por el paradero del Che Guevara, cuando el internacionalista argentino desapareció y no sabían su ubicación hasta que apareció en Bolivia.
Al centro de anteojos el doctor Antonio Palós Palma
durante el sepelio de Faraón Palós Cabañas. Foto: Cortesía de
Marco Antonio Serafín Rebolledo.

Palós era egresado de la Universidad de Salamanca. Peleó en España durante la guerra civil causada por el golpe de estado de Francisco Franco. Era de formación socialista, hizo estudios militares en la Unión Soviética, por eso apoyaba las luchas de los obreros y campesinos. Fue un gran humanista y revolucionario.
Fue amigo del general Alberto Bayó, instructor militar del movimiento 26 de julio, quien lo invitó a La Habana. Allí conoció al Che Guevara quien le regaló autografiada su obra La Guerra de guerrillas libro que cuidaba como su más preciado tesoro. Palós escribió el prólogo del libro Tempestad en el Caribe donde Bayó narra su experiencia como combatiente internacional de esa zona del continente.
Palós fue un destacado miembro de La Legión del Caribe, ayudante del general Juan Rodríguez García quien financió la expedición de Luperón contra el tirano de República Dominicana  Rafael Leónidas Trujillo en 1944. Bayó define a Palós como luchador generoso, valiente e idealista, por eso lo escogió para que le hiciera el prólogo de su libro Tempestad en el Caribe.
Algunas fuentes coinciden que Antonio Palós Palma llegó a nuestra ciudad de Atoyac en 1948, vivió primero en la casa de las hermanas Serafín y después se mudó a una vivienda a la que le decían “El castillo del doctor Palós” ubicada en la calle Juan Álvarez, atrás del Centro Cultural. Era una construcción de tres niveles, que él mismo hizo con sus manos, no tenía varillas estaba sostenida solo de alambrón y los tabiques de canto. Aun así era resistente, le servía de vivienda y clínica al mismo tiempo.
Se casó en Atoyac con Paula Cabañas, rememora Decidor Silva Valle. Se le recuerda alto, rubio, rollizo, inteligente, gruñón, malhumorado y gritón. Su forma de hablar era fuerte, hablaba con mucho garbo.
Abelardo Cejas Soberanis “Yayo Cejas” recuerda que tenía un hospital bien formado con todo el equipo en los años de 1956-1957. “El suyo fue el primer quirófano que hubo en Atoyac”. Su sanatorio tenía camas y todo. Estaba ubicado en el número uno de la calle Arturo Flores Quintana donde llegó a vivir con su esposa doña Chea, así le llamaban a su esposa que era de República Dominicana. Con sus hijos Chingolo, José Antonio y Libertad. En ese domicilio pasó una tragedia familiar, porque Palós se enamoró de su enfermera Paula Cabañas y por eso su esposa dominicana se fue. Tenía además otra hija, María Palós, que radicaba en los Estados Unidos.
Le gustaba la pintura llegó a exponer en la ciudad de México. Pintaba hermosos cuadros al óleo, “mucho pintaba al Quijote de la Mancha, al que plasmó en la fachada de su casa”. Le gustaba escuchar a Juan Manuel Serrat, los poemas hechos canciones de Antonio Machado, Miguel Hernández y Federico García Lorca.
Cuando la masacre del 18 de Mayo de 1967 fue el único médico que se atrevió a dar auxilio a los heridos que quedaron en el zócalo, “con su bata blanca, su maletín negro de piel y sus lustrosos zapatos negros, llegó a la plaza para levantar a los lesionados”.
 “Estimó mucho a Alejandro Gómez Maganda a quien conoció cuando, el ex gobernador de Guerrero, fue embajador en Europa. Tenía una cultura muy amplia. Un hombre fiel a sus ideas, nunca claudicó” dice “Yayo Cejas”.
Cuando Lucio Cabañas y Serafín Núñez Ramos trabajaban en la escuela primaria “Modesto Alarcón” lo invitaban a dar pláticas de medicina y primeros auxilios a los padres de familia.
Tenía el grado de coronel en el Ejército Republicano Español, excombatiente de su país, partidario del bando republicano contra la dictadura franquista. Muchas cicatrices había en su cuerpo que le habían hecho las balas en las batallas. Con esa experiencia enseñó estrategia militar a Lucio Cabañas, fue quien le dio las ideas sobre la guerra de guerrillas y le enseñó a tirar con rifle. El médico republicando era excelente tirador y su esposa Paula Cabañas era prima de Lucio por eso estimaba al profesor guerrillero.
Además de ser asesor militar de Lucio Cabañas, Palós regaló a la guerrilla las dos primeras pistolas Star españolas calibre 22.
Sobre Palós se cuentan muchas leyendas. Una de ellas es que mantuvo a su hijo embalsamado en la casa durante mucho tiempo, antes de llevarlo al panteón. Que cuando se fue de Atoyac lo desenterró y se lo llevó para Venezuela. Entre otras cosas que se dicen, lo que más llama la atención es su forma muy particular de curar.
Dicen que en un pleito a un hombre lo hirieron con un puñal a un ladito del corazón, el agresor huyó dejándole el cuchillo clavado en el pecho. Los familiares fueron con un médico y les dijo que si jalaba el cuchillo, le cortaría el corazón y moriría, fueron con otro médico y lo mismo. Solo les quedó el recurso de acudir con Palós y llegando la mamá del herido le explicó el caso. Con indiferencia les dijo –pónganlo ahí-, y lo recostaron en una cama. Palós comenzó a maldecir. En otras palabras le dijo que por pendejo lo habían herido y que los pendejos no merecían vivir, diciendo esto sacó un gran puñal y haciendo alarde de mucho coraje amagó al herido que asustado encogió el corazón y Palós con gran velocidad sacó el puñal salvándole la vida.

En otra ocasión le llevaron a un descaderado que se quejaba mucho y los demás médicos no habían podido curar. Palós lo sentó en un columpio lo meció fuerte y cuando venía de regreso lo recibió con un tablazo en la cadera y al sentir el golpe el hombre gritó al momento que brincaba del columpio caminando normalmente.
A otro le salvó el brazo gangrenado poniéndole sanguijuelas en la parte afectada. Tenía métodos no muy convencionales para curar.
Palos le salvó el brazo a Alberto Ludwig Nogueda. Alberto había tenido un accidente de tránsito y lo trataron los mejores médicos de la capital del país, quienes proponían cortárselo de regreso en Atoyac Palós se lo salvó.
Un día le llevaron de Coyuca un joven loco, iba amarrado con cadenas. Palós le abrió las dos piernas con un bisturí y le inyectó hacia adentro provocándole dolor para que la mente del joven se concentrara en el dolor y así lo alivió.
A la hija de doña Catalina Solís, la rellenera, otros médicos le iban a cortar la pierna y se la salvó el español. Para la cirugía Palós era muy bueno. Una vez hubo una balacera en la calle Juan Álvarez, hirieron a Juan Ríos quien quedó desecho con el ojo saltado, lo dieron por muerto, Palós lo recogió en una ambulancia, porque fue el primer médico en tener ambulancia, le restituyó el ojo y Juan no perdió la vista. 
El doctor Palós y su hijo Antonio curaban a los heridos y enfermos de la guerrilla en una casa de seguridad ubicada dos cuadras al Sur de su consultorio, curó incluso a Isabel Ayala mujer de Lucio Cabañas. Palós atendió un guerrillero herido en Acapulco, producto de la acción en el Partido de los Pobres ajustició a José Becerra Luna.
Comenta Luis Hernández Navarro, en La Jornada del martes 5 de enero de 2010, que uno de los grandes dolores en su vida le llegó con la muerte accidental de su hijo. Palós había dejado mal acomodada su pistola y el muchacho la encontró y se puso a jugar con ella. El arma se le disparó en la cabeza. Él quiso reanimarlo pero no pudo. Embalsamó el cuerpo de su hijo y lo conservó en su casa por un tiempo y después lo llevó al panteón. No hubo velorio. “Su hijo Quito se mató se dejó ir toda la carga de una 22 Trejo de ráfaga. Se metió todo el cargador en la sien que le desbarató la cara”, dice Abelardo Cejas, al referirse a la muerte de Faraón Palós quien tenía nueve años.
Económicamente a Palós no le convenía vivir en Atoyac, porque no ganaba, él se gastaba con la gente su dinero que ganó honradamente cuando fue ministro en Venezuela. Cobraba poco por sus consultas, eran pagos simbólicos los que recibía. No les arrebataba a los pacientes el poco dinero que llevaban. Los pacientes de Palós con una sola consulta sanaban.
Tenía conocimientos de arquitectura y albañilería acudía por las noches al panteón a trabajar la tumba de su hijo. Dominaba muy bien la técnica de la acupuntura china.  Para curar un herido, un baleado no había mejor médico que Palós en toda la región. En una zona convulsa como la nuestra, no encontraban otro médico más capaz en ese terreno, pues adquirió mucha experiencia en el frente de Batalla, por eso siempre estuvo ocupado y ejerciendo con mucho gusto su profesión. Siempre tenía la sala de su casa llena de heridos. A él no tan fácilmente se le moría un paciente de urgencia.
Antes de salir de España estudió psiquiatría. Sabía latín, francés y algo de inglés. Fue médico cirujano de la fuerzas de seguridad pública en la región de la Costa Grande y del estado, documentos de 1958, así lo acreditan. En esos escritos se firmaba como Antonio José Palós Palma.
Tenía una relación estrecha con el dirigente comunista Ramón Danzós Palomino. También tenía un amigo español muy rico que se llamaba Máximo López que mucho lo ayudó económicamente. Palós decía que se quería morir en Atoyac, pero se tuvo que ir porque la represión estaba muy dura a esas alturas y la guerrilla estaba cercada.
Entre otros datos recogidos están que Antonio José Palós Palma nació en Córdoba, España, que fue miembro del Partido Comunista Español. Se exilió en Venezuela y al ser expulsado de ese país por el dictador Marcos Pérez Jiménez se refugió en México. Luego volvió a Venezuela y los últimos días los vivió con su familia en la población de Araya, estado de Sucre, donde falleció en 1976.
Palos se fue en 1974, después de haber internado durante 15 días en su casa a Lucio Cabañas. Se llevó a su hijo Antonio y a su mujer Paula Cabañas. Dice Felipe Fierro que antes de irse fue a despedirse de Benjamín Luna al rancho de Los Coyotes. En ese lugar tomó un puño de tierra y se lo llevó como recuerdo de Atoyac. 

17 de enero


Víctor Cardona Galindo
El 17 de enero de 1934, mediante el decreto número 46, fue creado San Jerónimo de Juárez con la porción sur del municipio de Atoyac. Comenta Raúl Román Román una vez que fue erigido el municipio de San Jerónimo, “se le segregaron 165 kilómetros cuadrados que incluían las poblaciones de interés geográfico, pero sobre todo sus playas y los litorales, lo que mermó el ánimo comunitario atoyaquense en contraparte con la algarabía sanjeronimense, pero que a fin de cuentas siguen siendo de la misma gente y las mismas familias”.


Un maravilloso lirio del campo
Lirio