Víctor
Cardona Galindo
En el plantón de 1989-1990 conocí gente maravillosa
como doña Nachita. “No te abandones a la vejez”, decía, siempre que encontraba
a alguien quejándose de sus dolores. Doña Nachita como la conocíamos todos,
caminaba de punta a punta de nuestra ciudad lavando ropa ajena, en algunas
casas, por sus más de setenta años era para que no hiciera ese tipo de
trabajos, pero siempre andaba muy activa. Vivía donde el padre Máximo.
De la comunidad del padre Máximo Gómez Muñoz muchos se
incorporaron al movimiento cardenista primero, y después al PRD, la principal
fue María Manríquez Cuervas y su esposo Agustín Campos Cabezas. Luego estaban
todos los hermanos Hernández, José, Fulgencio y Austreberto con sus respectivas esposas. También Ernesto
Ramírez Chepillo con su esposa Regina Laurel Ruíz. El Padre prestaba el sonido
para bocear, y para los mítines, y a veces prestaba sus instalaciones para una
que otra reunión. La parroquia del Dios Único nos cobijó en julio de 1991
cuando la policía nos buscaba en nuestras casas.
El 7
de enero de 1990 era el día en que
se cambiaban los comisarios municipales, en el plantón se formaron comisiones
para asistir a todas las comunidades. Se trataba de estar presentes para evitar
manipulaciones de parte de los priistas en el cambio de autoridades. A mí me
tocó subir a la comunidad de Agua Fría, me fui caminando y regresé caminando
sin novedad. Cuando estuve de regreso me enteré del accidente en que había muerto
Rocío Mesino Martínez y Juventino Reyes Arreola de apenas 18 años de edad, hijo
de Isaías Reyes Téllez, el chofer a quien sólo conocíamos por el apodo de El Charro se dio a la fuga.
A Ernesto Ramírez Chepillo, Lucía Chávez Hernández y
Rocío Mesino Martínez les tocó ir a presenciar el cambio de comisarios a la
sierra y echaron andar, sin llave, el carro de volteo blanco que se tenía para
el servicio de la basura. Primero pasaron a ver como
se estaban desarrollando las elecciones en Río Santiago y luego tomaron el
camino de terracería rumbo a El Cucuyachi y El Achotal.
Además
de los comisionados iban: Regina, esposa de Chepillo, y Margarita hermana de
Rocío. Como guía y conocedor de la zona iba Juventino quien era originario de
El Achotal. Hasta Río Santiago Chepillo y Juventino iban solos en la caja del
camión. Pero al entrar a la carretera de terracería, como estaba llena de
zanjones, y tanta gente en la cabina impedía la maniobra del chofer, Lucía y Rocío
se pasaron también a la caja. En la cabina únicamente se quedaron Regina y
Margarita.
Apenas
habían abandonado Río Santiago cuando el carro se fue al barranco dando dos
vueltas, a Juventino se lo llevó la caja, lo sacaron vivo pero murió en la
carretera. Rocío y Lucía cayeron abrazadas, pero Rocío Mesino Martínez murió en
el acto, Chepillo cayó arriba de un árbol. A Margarita se le fracturó un brazo
a y Regina se le cortó un pedazo del dedo anular derecho. Esas fueron las dos
primeras vidas que cobró la lucha democrática en el municipio de Atoyac.
El
golpe se escuchó hasta Río Santiago la gente acudió en auxilio. Isabel
Navarrete López, a pesar de ser priista, ayudó a Regina trasladándola a una
clínica privada de Atoyac donde le acabaron de cortar el dedo. En el plantón
todo era consternación y dolor, todos queríamos mucho a Rocío, ella y Lucía
eran las secretarias del partido. El camión del voleo fue rescatado de donde
quedó y muchos años más prestó servicio al Ayuntamiento.
La toma del aeropuerto de
Zihuatanejo
El 27
de febrero de 1990, policías antimotines de Guerrero reprimieron dos marchas
que pretendían tomar los aeropuertos, una en Acapulco y otro en Zihuatanejo. Como
resultado de esa acción, en Zihuatanejo, murieron el perredista Florentino
Salmerón García y el policía Eudosio García Andraca. En Acapulco está
registrada la muerte del perredista Donaciano Rojas y varios detenidos entre
ellos Adolfo Plancarte Jiménez.
Ese
día salimos alrededor de 40 compañeros rumbo a Zihuatanejo, encabezados por
Octaviano Roque Ruíz y Ricardo Lucena Basave. Por la noche Octaviano me había
dicho que hablara con la gente y que les dejara claro el riesgo que implicaba
tomar el Aeropuerto. Así lo hice, “a lo mejor muchos ya no regresamos”, les
dije, aún así se anotaron como cien compañeros, en esos días el plantón era
todavía numeroso.
La
salida era a la cinco de la mañana, pero a la hora de partir nadie de los que
se habían anotado aparecía. Por eso, entre la gente que estaba en el plantón a
esa hora, juntamos alrededor de cuarenta y salinos rumbo a Zihuatanejo.
Llegamos
a Petatlán y comimos en la fonda de María Peñaloza Izazaga. La Güera, una perredista muy “brava” y
valiente, nos atendió. Luego de organizar el contingente, del Zócalo de Petatlán
salimos a tomar el aeropuerto. No habíamos avanzado mucho cuando nos
encontramos un retén de la Policía Motorizada, no eran muchos, los acorralamos
con facilidad y los hicimos retroceder.
Los
policías nos dejaron pasar pero más adelante estaba otro grupo de motorizados y
antimotines que nos retuvieron y comenzaron a disparar al aire. Muchos nos
metimos al monte para rodearlos, pero al llegar a un claro donde estaba quemado
el pasto, un policía que disparaba desde una patrulla le dio un balazo a un
compañero en la pantorrilla. El compañero rodó herido, mientras nosotros,
Jeremías y yo, nos regresábamos y salíamos a la carretera donde ya Roque les
dirigía un discurso a los policías. Con otros compañeros llegamos a reforzar a
Roque. Un policía motorizado, mientras avanzaba hacia atrás, le sostenía la boquilla
del fusil en el estómago. Nos súmanos con Roque, avanzamos mientras los policías
retrocedían sosteniendo la boquilla de sus fusiles en nuestros estómagos.
Recuerdo que en un punto de la espalda se me concentraba una sensación de frio
y de cosquillita, era donde sentía que saldría la bala si el policía que me
encañonaba se le ocurría disparar.
A mí
me tocó enfrentar a un policía chaparrito que me cerró el paso, poniéndome el
cañón de su R-15 arribita del ombligo. Sentía la panza fría y mis testículos se
engarruñaron provocando escalofrío
por todo mi cuerpo. Pensé que moriría faltando apenas unos días para cumplir
los 19.
Sin
embargo después de unos cuantos tiros a los que querían rodearlos, nos dejaron
pasar. No recuerdo cuando heridos hubo en ese choque, a mí que consta de uno
que rodó cerca de mí con un balazo en la pantorrilla.
Subimos
todos a la camioneta azul de redilas de Ricardo Lucena Basave y salimos a toda
velocidad rumbo al aeropuerto, pero entre Los Achotes y Los Almendros, en un
cerrito, ya nos esperaba un grupo como de cien antimotines. No estaban
agresivos, recuerdo que se bajaron de un camión de lujo. Dicen que los habían
mandado traer de otros estados. Nos cerraron el paso formando un bloque con sus
escudos. Nos indicaron que nos retendrían ahí hasta que llegara un funcionario
a platicar con nosotros.
El
contingente de Petatlán lo encabezaba René Sanchezza un valiente compañero que
años más tardes aparecería muerto, asesinado en la playa, cuando ya militaba en
el Partido Popular Socialista.
Octaviano
Roque Ruíz volvió a la carga ahora echó un discurso a estos antimotines, les
habló de la Constitución, del derecho de libre tránsito, del derecho a
manifestación, les dijo que esta manifestación era pacífica. Mientras Roque
echaba el discurso yo le pedí un cigarro Marlboro a un comandante, era un
hombre alto moreno, un afrodescendiente, diríamos ahora. El jefe policiaco
traía colgada al hombro una máscara antigases, los demás agentes las traían
puesta, era impresionante verlos parecían personajes de la película “Guerra de
las Galaxias”, platicamos un rato, el policía estaba tranquilo y se veía que
simpatizaba con nosotros. Alguien llegó y les dijo que nos dejaran pasar porque
más adelante había un funcionario que platicaría con nosotros.
Con
esa disposición los antimotines comenzaron a caminar entre nosotros, rumbo a
Zihuatanejo, cuando habíamos avanzados unos 200 metros, ya íbamos intercalados,
antimotines y perredistas. Avanzábamos pero no estaba el supuesto funcionario
esperándonos, llegó un comandante que desde una patrulla les gritó: “Pendejos
para que los dejaron pasar”, al tronar esa voz, comenzó a oírse “Tu
conmigo, tu conmigo” y se dio el enfrentamiento más parejo y valiente que pudiera
haberse vivido, parecía un combate homérico de la Iliada, de frente en un
terreno parejo. Los policías golpeaban con toletes, los perredistas con
garrotes. Los policías tenían escudos y los perredistas la convicción que
estaban participando en una lucha revolucionaria. Los de Atoyac llevábamos puro
garrote escogido, pie de cabra, guapinol y doblador, y con una velocidad no antes
vista, los acostumbrados a lo rudo del campo, arrancaban con fuerza los
escudos, incluso vi a dos compañeros arrastrando a un policía jalándolo del
escudo. Yo no supe a qué hora me terciaron un par de toletazos por la espalda,
mientras estaba fascinado, a la orilla de la carretera, viendo el combate. Gracias
a Fidencio Barrera y los compañeros de San Andrés no salí más lastimado, ellos
me quitaron a dos policías de encima. De esa golpiza me llevé de trofeo un
mascara antigases que luego abandoné en un rancho.
Cuando
vencimos a los antimotines, quisimos avanzar subiendo a las camionetas, pero
unos motorizados que estaban emboscados en una lomita ametrallaron un carro e hirieron
a un compañero en las dos piernas, recuerdo que ese compa le decían El Burro.
No alcancé a subirme al vehículo porque oí los disparos, salté un alambre de
púas que en situaciones normales jamás brincaría, caí dentro de un rancho. Vi a
Octaviano Roque como se echó un clavado en un arbusto de zuzuca; yo corrí con
mi trofeo y me interné en el monte. Sentía silbar las balas cerca de mí, a lo
mejor era el miedo que llevaba, gire la cabeza y vi como el pasto de la
carretera se incendiaba, había mucho humo por las bombas de gas lacrimógeno que
tiraron los antimotines. Muchos policías estaban tirados y muchos perredistas también
tapizaban la carretera con sus cuerpos, por los disparos de metralla pensé que todos
estaban muertos, corrí, corrí y corrí. Ese día juré que jamás volvería a fumar,
pero nunca cumplo mis juramentos. Llegué a un ranchito donde me dieron agua y
abandoné la máscara antigases.
Después
de un rato salí a la carretera, frente a una gasolinera que estaba para entrar
al aeropuerto, tomé una combi, fui al Coacoyul y hablé por teléfono a doña Mary
Manríquez y le dije a ella y después a su hija que todos mis compañeros estaban
muertos. Me regresé frente a la gasolinera, ahí estaba un compañero que
sangraba de una pierna porque había recibido un balazo, pero luego pasaron por
él los compañeros de su comunidad. A mí me rescató Silvestre Pacheco León,
quién junto con Octaviano Roque Ruíz, ya buscaban a los compañeros que estaban
desaparecidos. Regresamos al lugar del enfrentamiento, estaba tirado fuera de
la carretera el compañero Florentino Salmerón García que fue asesinado por la
policía motorizada que roció con balas las camionetas. Dicen los que vieron que
el valiente compañero se abalanzó contra un policía, con el machetito que
portaba, y éste en respuesta le dio un tiro en el corazón. Rodeando al cadáver
estaba la gente valiente de Atoyac, doña Eufrasia, Doña Bertita, doña Cleofas y
doña Carlota, gente que nunca se rajó y que eran muy consecuentes, nunca
fallaban ninguna marcha, ninguna protesta.
Mis
compañeros ya le habían dado los datos a un Policía Federal de Caminos para que
me buscara. Luego con Roque comenzamos a buscar a Inés y otros compañeros de
Boca de Arroyo que estaban desaparecidos. Después supimos que se habían
regresado para Atoyac después de la trifulca. Se subieron en el primer camión
que pasó.
Nosotros
los buscamos toda la tarde y parte de la noche, ya tarde nos venimos a
Petatlán. Los soldados tenían instalado un retén en el camino, ahí nos quitaron
los machetes, los garrotes y hasta las piedras que traíamos en la camioneta.
Muchos compañeros se quejaban, yo no sentía el dolor de los golpes, hasta por
la noche, cuando dormíamos en la planta baja del Ayuntamiento de Petatlán ya no
me pude mover. Al otro día me tuvieron que levantar entre dos para subirme a la
camioneta en que volvimos a nuestro querido Atoyac
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