miércoles, 28 de noviembre de 2018

Esos jardines de la sierra

Víctor Cardona Galindo

El titix es la repepena de 
la amapola. La cuarta rallada.

Hace mucho tiempo, allá en la sierra, en la casa de la abuela había amapolas moradas, rojas, anaranjadas y blancas. Se veían muy bellas en el jardín. Muchas veces nacían solas y brotaban de la basura húmeda. Pero un buen día alguien aconsejó a los hombres, fueron al Filo Mayor a sembrar flores y comenzó un negocio lucrativo, de sufrimiento y miedo.
Flor de amapola y el bulbo del que se extrae la goma de opio de muy buena
calidad. Foto: Francisco Magaña

Vinieron extraños compradores de la goma y enseñaron a los lugareños a sembrar. Se incrementó la venta de mangueras y de fertilizante que iba para el Filo Mayor. Porque la mejor cosecha es la que se da por riego. Dicen que en la temporada de lluvia la goma es aguada y tiene menos precio.
En la década de los ochentas fue la época de oro para el sector amapolero, no hubo Procampo que lo fomentara ni apoyos emergentes y tampoco la secretaría de la agricultura constituyó una cadena productiva. El cultivo floreció, no únicamente en el sentido estricto de la palabra.
En ese tiempo un kilo de goma de opio llegó a costar 40 millones de pesos, a pesar de bajo valor adquisitivo que tenía nuestra moneda, eso era mucho dinero. Hubo quien cosechó hasta cinco kilos y los colocó en el mercado.
La ciudad de Atoyac se llenó de sierreños, que vestían ropas caras y extravagantes. Con sombrero tejano, botas y cinturón piteado. La palabra “vale” escuchaba por todos lados y los “Vales”, como se les denominó a los habitantes de la sierra alta, podían pagar bien los productos y las mercancías.
Se incrementaron las historias de valor y muchos adolescentes querían se amapoleros. A Heriberto un compañero de la secundaria lo mataron los soldados en el Filo Mayor cuando se regresaba del plantío a su pueblo. Era muy joven e inteligente de una gran calidad humana y quedó tirado acribillado por la tropa en una ladera hasta que lo encontró la familia después de una exhaustiva búsqueda.
Acá en El Bajo cuando llegaba un nuevo rico, era fiesta, mandaban traer a un guitarrista para que amenizara la parranda que duraba días. El hombre traía muchos billetes. Un niño, que usaba una cadena oro gruesa en el cuello, decía que su papá tenía mucho dinero porque sembraba pipísa. Algunos ganábamos un dinero extra haciéndoles las tareas de la escuela a esos compañeros que traían cadenas de oro y trajes caros. Algo había de tocar.
En el Ticuí en los años ochenta y hasta principios de los noventas lo sobrevuelos de los helicópteros de la Procuraduría General de la República eran cotidianos, bajaban en el campo de aterrizaje y por las mañanas emprendían el vuelo hacia la sierra de donde volvían hasta la tarde. Esos helicópteros eran una plaga para los jardines de la sierra y sinónimo de pobreza.
Cada temporada las sinfonolas de los cabarés como el Agua Azul, Las Vegas, El Impala, El Tiburón y La Copa de Oro retumbaban con los corridos. Muchos duetos y guitarristas recorrían los restaurantes y cantinas contando con música las historias de los narcos famosos. Había mucho dinero, en el camino a la sierra imperaban las camionetas Cheyennes del año y las antenas parabólicas adornaban hasta la más humilde casa.
Un nuevo rico mandó a hacer libros de yeso y los empotró en la pared, todos los clásicos desde Shakespeare, Cervantes y Tolstoi estaban puestos finamente en un librero. Se veían bonitos pero no se podían leer.
El corrido que cantan Los Armadillos de la Sierra, “De la semilla a la bola” es ilustrativo de ese cultivo de alto riesgo: Me la rifé cuatro meses/de la semilla a la bola/mojadas y mal pasadas/chula se dio la amapola/cayeron cerca los guachos/dejamos la planta sola.
Estaba bien agüitado/tanto trabajo pa nada/ y que se me ocurre un plan/tenía que actuar de volada/ vamos a rallar de noche/ aunque la goma esté aguada. Le puse doble navaja/ a todos los ralladores/tiene que chorrear a gusto/ así le dije a los peones/ no tengan miedo compitas/tan dormidos los pelones.
Desde aquel tiempo el procedimiento ha sido difícil. Subirse una temporada a la sierra, buscar una falda de un cerro que sea inaccesible para el común de la gente, sembrar melgas de amapola, regarlas con rehiletes, fertilizarla y cuidarla con un rifle en la mano. Al principio no había tanto cuerno de chivo como ahora, aunque siempre ha sido regla que en la primera cosecha “hay que comprarse su buena armita, es indispensable para el trabajo”. Y cuidarse cuando ya está por dar porque a veces otro más vivo puede robarse la cosecha.
A Porfirio lo mataron “por tener una buena planta”. Cuando ya iba a cosechar lo esperaron en el camino y lo asesinaron a tiros. Si hubiera cosechado le iría bien ese año.
Desde el principio como ahora muchos jovencitos se enrolan como ralladores y es que allá en El Filo, pagan el día doble y con las comidas. Se bajaban, y se bajan, con un buen billete para beber nomás. Para presumir la buena “fusca”. O quedar muertos en un pleito de borrachera.
Los que no tuvieron madres eran unos que contrataban indígenas, de los que venían a cortar café, les ofrecían mejor paga y se los llevaba a sembrar amapola al cerro. Los utilizaban durante todo el proceso y ya cuando cosechaban. Les decían –Váyanse a traer aquellas mangueras que quedaron allá abajo-, y cuando los pobres jornaleros estaban en la barranca recogiendo las mangueras desde lo alto les disparaban con Cuernos de Chivo o M-1 y quedaban acribillados en las laderas de cualquier cerro. De esa manera se ahorraban el jornal, los cartuchos eran más baratos que pagarles su salario. Además con ellos afinaban su puntería.
Desde 1996 al 2010 la plaza principal de la ciudad lució la fuente de la amapola. El arquitecto Hilario Arroyo, constructor del zócalo, quizá sugirió con ese diseño que no sólo de productos lícitos vive Atoyac.
Esos jardines de la sierra dejan cada año, todavía, una gran derrama económica. “Cuando les va bien a los de la sierra alta nos alivianamos todos”.
Para un sembrador de amapola la vida no es fácil. Se alistan con tiempo, compran latas de sardinas, atún y chile en vinagre. Allá en la siembra sufren mucho. Muchas malpasadas y la dieta la complementan con “la cacería de algún animalito”. A veces se comen las tortillas hasta con moho. Porque se van muy lejos, para que los militares no puedan dar con el plantío buscan lugares propicios entre los riscales, “lo más feo de la sierra para que el gobierno no destruya las plantas”.
Una vez ubicado el lugar se limpia como si fuera tlacolole. El trabajo queda tan lejos a veces a tres horas de camino del último pueblo. Son tres meses de sufrimiento y únicamente bajan a lo indispensable a llevar comestible y a ver a su familia. A veces piden fiado para poder sobrevivir y cuando venden la mercancía entonces pagan sus deudas. “Ese dinero muchas veces no luce porque en los pueblos de la sierra la gente va sobreviviendo nada más. Son pocos los que administran bien su dinero”, dice una mujer que sabe lo que es sufrir en la sierra.
Los insumos y enceres los suben caminando entre riscales y cargándolos penosamente. Corren los peligros que conllevan vivir tanto tiempo en el monte, a veces los bajan picados por una víbora o por un alacrán. Se topan con los jaguares que viven en los riscales, “afortunadamente no se han comido a nadie, aunque no dejan de dar miedo”.
Duermen en cuevas y trabajan en esas cañadas cuidándose del gobierno porque si los agarran se pasan de cinco a seis años en la cárcel.
El cultivo es igual a maíz. Aunque hay diversas variedades de amapola y las más populares son: la morada, la blanca y la roja, dice un experto en el cultivo. “La  más rápida es la roja a los tres meses ya se está cosechando. La blanca se lleva de cuatro hasta cinco meses para rallar”.
“Se ralla el bulbo con mucha suavidad. Se hacen los ralladores con esquinitas de navajas de rasurar y se empotran en rajas de ocote. Se ralla con delicadeza, menos de medio milímetro, porque si se pasa de la medida se ahorca el bulbo, se seca, es muy sensible por eso tiene que ser sensible al hacer la ralladita, se cala la navaja con el dedo, que solo corte la piel de arriba”.
“Luego para recoger la goma, a un bote de chiles en vinagre se le hace una V para que pase el bulbo con suavidad y recoger la goma. Si es en las secas, se ralla y al día siguiente se recoge la goma, pero si es en temporada de lluvias la goma se recoge a las tres horas, porque si llueve se cae la gomita”.
La goma de opio que se cosecha en temporadas de lluvias es más aguada por eso es más barata. El peso de la goma depende donde se produzca, porque si el terreno es duro la goma es más pesada. La que pesa mucho es la que se da en tierra roja, “en un terreno de 20 por 20 de tierra roja se da un kilo”.
Y si es tierra blanda (tierra negra) se necesita un terreno de 30 por 40 para un kilo. “La amapola blanca y la morada son más tardadas pero aguantan más y rinden más”.
Ahora la semilla es barata con 500 pesos puedes comprar aproximadamente un kilo. Para sembrarla se hacen camellones para la siembra. La amapola es muy frágil se quiebra con mucha facilidad. La semilla es como la mostaza, cuando se siembra, se tira despolvoreada con los dedos que caiga donde sea. Se desparrama con los dedos, ya cuando nació se deshija a los 15 días o  más, quitando las matitas que estorban se hacen los camellones para cosecharla con facilidad.
Oliendo la goma varía el efecto. Algunos pueden sentirse livianitos como el aire, no se siente el cansancio cuando uno huele la gomita. De los ralladores son pocos los que se narcotizan con la goma, “a muchos ya ni les hace”. Esa gomita que huele como a humedad penetrante. Cuando está chiquita muchos se comen la hoja, “sabe a lechuga”.
“Con una navaja hacen cuidadosos cortes horizontales en la bolita en la que están los pétalos, y le ponen al pie de la planta un bote en el que va cayendo gota a gota la goma de amapola”. Escribió Ezequiel Flores (El Sur 30/08/2005).
En el 2005 la goma se cotizaba “en 10 mil pesos en temporada de lluvias y 20 mil pesos en temporada de sequía; ésta cantidad procesada representa 100 gramos de heroína en polvo”.
“De una hectárea se puede extraer 15 kilos de un opio lechoso, similar a la savia, de la vaina de la flor que se usa para producir heroína y un plantío de éstas características puede aguantar de 5 a 6 cosechas o rallas”.
A principios del 2011 en las secas el kilo de goma de opio estuvo a 26 mil pesos en el mercado local. “En las aguas casi no es negocio sembrar porque la amapola se hace poca” y el 2010 la gomita que se cosechó en temporada de lluvia se vendió a 11 mil pesos el kilo.
En las aguas del 2011 el kilo de opio estuvo a ocho mil pesos y la cosecha del primer trimestre del 2012 el precio varió de 15 a 20 mil pesos según el patrón.
Para procesarla se necesita alcohol, sal, cal, se hierve dependiendo si es aguada o dura. De un kilo se baja hasta 250 gramos. Después de hervirla se tuerce en un trapo, lo que sale es tierra, se asolea y de ahí sale el polvo blanco que es la morfina. Después de ese trabajo rudimentario lo que sigue es cosa de especialistas. Ya en polvo el 2011 tenía un costo por gramo de 100 pesos, en el mercado local.

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