sábado, 24 de noviembre de 2018

Crónicas del Palacio VII


Víctor Cardona Galindo
Francisco Arroyo Delgado
Conocí a Francisco Arroyo Delgado en 1988, cuando este escribano trabajaba como afanador y mesero en el centro social Lido. Ahí en una reunión del sindicato del Instituto Mexicano del Café (Inmecafé) hizo uso de la palabra. No sostuve en la memoria lo que dijo, pero si me acuerdo que me identifiqué con sus palabras. A esa edad, 17 años, conocí a la mayoría de las personas con las que conservo cierta afinidad política.
Cesáreo Reyes Guzmán como maestro ha sido formador 
de muchas generaciones, fue uno de los fundadores de la
 Coalición de Ejidos de la Costa Grande, participó en la
 toma de tierras que dio vida a la colonia 18 de Mayo de 
1967. Fue militante distinguido del PRD y fundador 
de Movimiento de Regeneración Nacional (Morena). 
Foto: tomada de Internet.

Francisco Arroyo Delgado nació en Taxco el 11 de mayo de 1950, fue dirigente nacional del sindicato del Inmecafé. Era Técnico Agropecuario estudió en el Centro de Estudios Tecnológicos Agropecuarios (CETA) número 8, de Zacatepec Morelos, donde fue  contemporáneo del ingeniero Federico Lorenzana Arzeta.
Al llegar a Atoyac ingresó a la preparatoria número 22, de donde egresó también. Francisco Arroyo fue de los alumnos destacados de esa escuela, rango en el que también están: Anselmo Sotelo Albarrán, Wilibaldo Rojas Arellano, Leticia Galeana Luna, Maricela Quiñones, Joel Iturio Nava, Angélica Castro Rebolledo, Pedro Rebolledo Málaga, Eleuterio Benítez Nogueda, Acacio Castro Serrano, Martín Fierro Leyva, Julio César Cortés Jaimes, Armado Mariscal Pablo, Armando Bello Gómez, Pablo Solís Nava, Felipe de Jesús Téllez, Carmelo Días Robles, Heriberto Pino Flores, Alfredo del Valle González, Jesús Bartolo Bello López, Gabino y Eusebio Hernández Radilla entre muchos más.
Pancho fue uno de los fundadores del Frente Democrático Nacional en Atoyac, junto con su esposa Gloria Reyes, Ángel Navarrete Reséndiz, Decidor Silva Valle, Octaviano Roque Ruíz y Teódulo Serafín. Con su morral de cuero llegaba al número 7 de la calle Silvestre Castro, donde se instalaron las oficinas del Frente y se incorporó a las rutas para formar los comités de base de lo que más tarde sería el PRD. Lo recuerdo a él, a Guadalupe Galeana Marín y a Rubén Ríos Radilla caminando entre la multitud la primera vez que vino Cuauhtémoc Cárdenas al Zócalo de Atoyac.
Siguió la ruta del movimiento, luego cerca de 2 mil familias pertenecientes al “Movimiento Popular 18 de Mayo de 1967” se posesionaron en forma pacífica de 143 hectáreas, de tierra cultivables, a fin de asentar sus viviendas. Eran  terrenos ubicados en la entrada de esta cabecera municipal que desde hacía más de 30 años habían sido utilizados por diversas personas, pero luego se supo que eran de Raúl Brito Banzini y se los había vendido a Vicente Adame Reyna.
“La ocupación de 143 hectáreas en el municipio de Atoyac de Álvarez por parte de 2 mil familias el 26 de marzo de 1989 se debió a que hizo crisis la falta de espacios y viviendas en la ciudad”, eso informaron a la prensa, Rubén Ríos Radilla, Francisco Arroyo Delgado y Pedro Rebolledo Málaga, miembros del primer comité.
Dentro del movimiento estaban: Daniel Mesino, Andrés Rebolledo, Carmen Martínez, Fabio Tapia, Marco Antonio Loza, Francisco Arroyo, Lucio Mesino, Rommel Jaimes, Santiago Mercado y Juan Pérez. Después de repartirse las responsabilidades Francisco Arroyo se quedó al frente del campamento denominado Inmecafé, que se ubicó a la entrada de la colonia,  en las inmediaciones de las instalaciones del Centro de Bachillerato Tecnológico Industrial (CBTIS).
Después Francisco Arroyo Delgado se incorporó al PRD, desde sus primeros pasos, donde lo conoció Esteban Hernández Ortiz, “él era responsable de las actividades del partido en San Francisco del Tibor y pueblos vecinos”, escribió el cronista paraiseño.
Siempre le admiré a Francisco Arroyo sus ganas de aprender, era autodidacta en muchos temas que manejaba, de hecho la prepa la estudió ya de grande, luego cursó la carrera de licenciado en educación primaria en la Universidad Pedagógica Nacional (UPN) campus San Jerónimo de Juárez. Más tarde estudiaría la licenciatura en ciencia política y administración.
Dice Esteban Hernández: “El ingeniero Arroyo Delgado fue de los primeros en obtener ficha cuando se abrió el campus de Atoyac, dependiente del Instituto Internacional de Estudios Políticos Avanzados Ignacio Manuel Altamirano”.
Como funcionario público fue Director de Desarrollo Social en gobierno de María de la Luz Núñez Ramos y Director de Desarrollo Económico durante la administración de Armando Bello Gómez. En las últimas lides, Francisco Arroyo Delgado hacia trabajo político para el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) y estaba convencido que llegaría a la presidencia de la república a Andrés Manuel López Obrador para el 2018, no alcanzó a ver su sueño realizado porque murió el 2 de mayo de 2015.
La Ciudad de los Servicios
Las instalaciones que ocupa actualmente el Ayuntamiento de Atoyac, fueron cuartel hasta 1994, cuando el 49 Batallón de Infantería se fue para para Petatlán. Entonces el edificio quedó en manos de la Procuraduría del Estado, que puso a funcionar aquí el Colegio de Policía el primero de enero de 1995, mismo que se cerró 10 años después, el 15 de agosto del 2005, “El colegio de ratas” le decía la gente. En el 2005 el gobierno del estado entregó las instalaciones al pueblo de Atoyac, gobernaba entonces el municipio Pedro Brito García y ya era gobernador del estado Zeferino Torreblanca Galindo.
El edificio tiene una leyenda negra, hasta él llegaron muchas madres para llorarle a los coroneles y generales que les entregaran a sus hijos, detenidos y desaparecidos durante el periodo de la Guerra Sucia. Fue un campo de concentración de 1972 a 1975, muchos detenidos murieron en las torturas que les infringía la policía militar. En una barraca de la esquina de la explanada le hicieron la necropsia a Lucio Cabañas Barrientos. De acuerdo a nuestras creencias muchas almas en pena podrían estar recorriendo las instalaciones.
Cuando estaban remodelando las oficinas de la presidencia y la sala de cabildos me tocó hacer guardia. Otras veces me quedé a dormir porque se hizo tarde trabajando y no pude regresar en la noche hasta mi casa. Para el 2009 la violencia se había recrudecido en nuestro municipio. No era posible circular por las calles sin miedo.
La primera vez que me quedé a dormir en este lugar. Se escuchaban sonidos raros y a veces quejidos. Pero al otro día le platiqué a mi padrino Chon Nario, es carpintero, y me explicó que la madera se expande con el sol y por la noche al cambiar la temperatura se contrae, por eso es que hace esos rechinidos que asemejan un quejido.
Hubiera sabido eso antes, porque esa noche dormí poco. Pensé que se trataba de las almas en pena de los más de quinientos desparecidos que hubo durante el periodo de la Guerra Sucia. Porque aunque sea duro de recordar, la verdad es que muchos hijos de Atoyac entraron a este cuartel y no salieron. Pensé que probablemente yo estaba dormido sobre un centenar de cadáveres. Me acordé que algunos testimonios señalan un túnel, algunos detenidos, que estuvieron siempre vendados, se acuerdan haber bajado escaleras. Entonces ese túnel debería estar debajo de la explanada donde se hacen los honores.
Esa noche vinieron a mí muchos pensamientos y recuerdos. ¿Y si tienen razón los que dicen haber escuchado gritos de los fantasmas que pueblan hacinados este lugar? A una amiga, que trabajaba en la Procuraduría, un día le dieron para que habitara una de las viviendas que estaban abandonadas, donde ahora están las regidurías.  Se cambió, y en las primeras noches de vivir aquí escuchó gritos en las otras habitaciones. Un hombre se lamentaba y pedía que ya no lo torturaran más. No tardó mucho y buscó otro lugar donde vivir.
Hubo sobrevivientes, que estuvieron encerrados en este cuartel que vieron como los soldados sacaban de ese lugar a campesinos muertos y después regresaban con tierra en las botas. Una mujer de nombre Adela murió en estas instalaciones a consecuencias de las torturas. Por la noche los soldados se la llevaron y regresaron con las botas llenas de lodo. No tardaban mucho en regresar, eso quiere decir que no iban lejos. Por las noches se escuchaban los sonidos de las máquinas excavadoras trabajando.
Aquí hubo ejecuciones extrajudiciales. Sostenes Cabañas Tabares fue detenido en El Salto Chiquito y traído por los soldados al cuartel militar. En ese mismo lugar se le aplicó la Ley Fuga y su cuerpo quedó tirado en las afueras del cuartel donde fue levantado por sus familiares para sepultarlo en El Ticuí.
Me contaron que una ocasión un soldado, al que le decían El Güero, hacía guardia en las inmediaciones del campo de tiro y se desmayó cuando vio una mujer vestida de blanco que avanzaba flotando hacia él. La ronda lo encontró desfallecido en su puesto. Este lugar fue cuartel desde 1972 del 50 Batallón de Infantería, pero el 49 batallón que fue el último en ocuparlo se estableció aquí el 2 de noviembre de 1977.
En 1992 se robaron un fusil del cuartel, “le robaron los huevos al águila” pues. Un recluta llegó donde estaba un centinela y le dijo que lo llamaba un oficial, que él haría la guardia en su lugar y le dejó el rifle. El recluta desertó se llevó el arma y la vendió a un cantinero de Tecpan al que le decían El Diablo y éste a su vez a campesinos de la sierra. Se organizaron varias unidades hasta dar con el fusil. Por ese caso muchas familias fueron detenidas hasta que se recuperó el rifle. Las investigaciones la siguieron soldados que vinieron de fuera, por eso el caso quedó como misterio. Muchos soldados de la época recuerdan ese episodio diciendo: “Cuando El Diablo se robó el rifle”.
Por eso esa primera noche aquí, en la oficina de la presidencia, me estaba causando pánico. Pensaba: “mejor hubiera pedido que una patrulla me llevara a la casa y estaría durmiendo en mi hamaca cerca de mis hijos”. Pero no, ahí estaba durmiendo por primera vez en mi lugar de trabajo. Ya de madrugada me venció el cansancio, cuando estaba a punto de dormirme vi un rostro que me espiaba. Al principio me puse frío y la piel de gallina, pero luego enfoqué la mirada y vi que era un policía que se asomaba por el cristal de la oficina. Le pareció raro estuviera prendido el aire acondicionado. No era común que alguien durmiera ahí.
Al fin me dormí. Soñé que unos niños jugaban futbol con calaveras. Las despegaban de los demás huesos y usaban como cancha toda la explanada de ese viejo cuartel. Yo los veía jugar fascinado. Los niños estaban flacos, no usaban zapatos y sus ropas eran un color oscuro indefinido, parecían huérfanos y con mucha fuerza pateaban las calaveras que rodaban hasta el área contraria. Muchas mujeres vestidas de harapos festejaban las envestidas. La explanada parecía un estadio y en los cerros los soldados se paseaban con sus armas en ristre. Eran fusiles mohosos y sus rostros reflejaban desesperación y tristeza, parecían querer salir corriendo.
Un soldado venía hacia a mí apuntándome con el arma. En eso desperté. Desde donde estaba se veían los galerones del fondo un poco sumidos en la penumbra. Me preguntaba en cuál de estos galerones se le practicó la necropsia a Lucio Cabañas, el 2 de diciembre de 1974, luego que esa mañana cayera peleando contra los soldados en El Otatal municipio de Tecpan de Galeana. Ahora ya tengo certeza donde fue.
Siete años trabajé en esa oficina de la presidencia. Durante esos siete años fui víctima de la chapa del escritorio de la recepción. Cada vez que me sentaba, al menos una vez por día, mi rodilla se estrellaba contra esa chapa salida. Por más que pedí que arreglaran ese escritorio nunca lo arreglaron y tampoco lo cambiaron. Así es la burocracia.
Muchas veces los miembros de las organizaciones sociales y grupos políticos nos encerraron para exigir que se cumplieran sus demandas. Una vez los campesinos de El Paraíso vinieron y compraron más de 10 kilos de reata y con ella amarraron las tres puertas de la presidencia. No nos dejaron salir hasta que se firmó un convenio: “El Ayuntamiento les entregaría todo el fertilizante que hacía falta”. Recuerdo que esa ocasión acusaban al director de desarrollo rural Diego Martínez Ramírez de haberse robado el fertilizante, que tenía tres tráiler escondidos en San Andrés de la Cruz y que otro tanto había desviado para Río Chiquito. Confieso que en un momento pensé que sí, efectivamente, Diego Martínez se había robado el fertilizante de los campesinos. Pero luego apliqué la lógica y concluí que no había local en San Andrés donde cupiera tanto fertilizante y recordé que Río Chiquito tenía como 25 casas. No era posible pues ese argumento.

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