Víctor Cardona Galindo
Plan
del Carrizo es una comunidad en lo alto de la sierra de Atoyac. Está a 40 kilómetros
de la cabecera municipal. El pequeño caserío está rodeado de colinas que se
llenan de neblina por las tardes y por las mañanas de un rocío que al caminar
entre la maleza moja la ropa. Son unas colinas donde cantan las chachalacas y
el trino de los jilgueros llega hasta las casas acompañado de ese olor a pasto
que todo lo llena, “ese olor a gordura” como lo llama mi padre. Característico
de la selva cafetalera.
La avioneta de los Vargas. Foto: Víctor Cardona Galindo |
En
1955, un aeroplano volaba y volaba en círculos en el cielo de Plan del Carrizo.
Dos veces anduvo el avión dándole vueltas al pueblo. Asomándose al cielo don
Juan Vargas Pérez le dijo a su hermano Hermilo “creo que quiere aterrizar
porque no le abrimos una pista” y en un
terreno plano le abrieron una “pistita” como de 100 metros ahí aterrizó esa
avioneta.
Ya que
estaba en el suelo el piloto les dijo donde podían construir un campo de
aterrizaje.
El
aeromotor resultó ser propiedad del industrial Guillermo Avellaneda. Un español
radicado en el puerto de Acapulco que se interesó en poner un beneficio húmedo
en el Plan del Carrizo. Con el piloto de esa avioneta les envió, a los Vargas, la
propuesta de una sociedad para comprar y exportar el café.
Avellaneda
se asoció con los Vargas para procesar el café y mandó una maquina despulpadora
de dos discos. En ese tiempo don Juan Vargas llegó a cortar en una temporada
600 quintales en su huerta de Los Mangos. Avellaneda les pagaba a 525 pesos el
quintal.
El
primer viaje en el avión lo hizo don Juan Vargas desde Plan del Carrizo al
puerto de Acapulco. En ese tiempo el aeropuerto estaba en Pie de la Cuesta
donde ahora es de la base de la Fuerza Aérea Mexicana.
En esa
ocasión don Juan Vargas se entrevistó con Guillermo Avellaneda con quien trató
las condiciones de la sociedad. Él financiaría la maquinaria para el beneficio
del café y los Vargas pondrían el producto, quienes durante dos años también
compraron el grano a los agricultores de la comunidad y con la máquina
despulpadora de dos discos procesaban en café para hacerlo pergamino.
En ese
tiempo sólo cosechaban la variedad “café criollo o típico arábigo, que es el
bueno” dice don Juan. Después trajeron otras variedades como caturra y bourbon
“pero el bueno es el arábigo”. Era el
tiempo del oro verde, estaba a 525 pesos el quintal en Acapulco con el transporte
pagado por los industriales.
Con el
primer viaje de Juan Vargas se inauguró una etapa de transporte en avión de
Atoyac a la sierra. En el Ticuí ya existía un campo de aterrizaje que fue
inaugurado en 1935, con el aterrizaje de un avión trimotor piloteado por un
aviador de apellido Clevens. Ese campo daba servicio a la fábrica de hilados y
tejidos. Por eso los primeros viajes se hicieron de El Ticuí a Plan del
Carrizo. Después los Vargas compraron un terreno al Sur de la ciudad en el
lugar conocido como El Rondonal, para tener su propio aeropuerto.
Dice
el cronista Wilfrido Fierro Armenta en la Monografía
de Atoyac que en 1955 “los hermanos Hermilo y Juan Vargas en sociedad con
el señor Benjamín Avellaneda, pusieron en operación un campo de aterrizaje en
El Rondonal”. Donde ahora está la calle que se llama Viejo Aeropuerto. Servicio
que se inició el 15 de diciembre de 1955 utilizando una avioneta marca Piper
con las iniciales X.B.T.E.A y se suspendió en 1961.
El
aeroplano que hizo los primeros viajes a la sierra era de propiedad Avellaneda y
cuando los Vargas se capitalizaron y vieron que les convenía le compraron una
avioneta a don Guillermo. Se las dio en 66 mil pesos y la piloteaba Adolfo
Hernández.
Pero
al ver que era negocio el transporte de café y de pasajeros en avioneta Adolfo
Hernández les pidió la avioneta y a cambio Avellaneda les dio otra. Pero ya
cuando trabajaba por su cuenta Adolfo se emocionó echando viajes y no le puso
atención al mantenimiento de la avioneta. El aparato comenzó a quemar aceite y
se vino a pique muriendo quemado el piloto en las inmediaciones de Plan del
Carrizo.
Wilfrido
dice que “El 26 de febrero de 1956 la avioneta Piper X.B.T.EA, por fallas del
motor se desplomó incendiándose cerca de El Plan del Carrizo, murió el piloto
Adolfo Dávila”
Los
Vargas tuvieron a su servicio varios pilotos entre ellos los hermanos Gonzalo y
Alberto Márquez. Gonzalo, y otro del que don Juan Vargas no se acuerda del
nombre, vivían en la calle 5 de mayo 47 en el puerto de Acapulco. Alberto llegó
a bajarse cuatro toneladas de café pergamino en un día.
Luego les
piloteó un español que se llamaba Carlos Antolín. Los pilotos ganaban cuatro
mil pesos al mes y si alguien quería bajar rápido a la cabecera municipal les
cobraban 50 pesos el pasaje. En avioneta a los 20 minutos ya estaban en Atoyac.
El
campo aéreo que estaba en El Rondonal medía 43 metros de ancho por 400 metros
de largo de norte a sur. La avioneta aterrizaba contra el viento. La gasolina
la traían de Acapulco en una camioneta Willys propiedad de un miembro de la
familia Valle.
Fue
una época de oro. Desgraciadamente los Vargas como la mayoría de los
cafetaleros despilfarraron el dinero, se lo gastaron bebiendo en La Burrita que
estaba en la calle Fernando Rosas y Silvestre Castro. En ese tiempo había
mujeres “sabrosas” en la zona de tolerancia que hicieron época y dinero. “Tirábamos
el dinero diciendo al fin ahí están las matas”. Había muchos antros “llegaron
unas putas de Acapulco por eso le pusieron Acapulquito al barrio de la zona de
tolerancia” dice don Juan.
Eran
tiempos de bonanza. En el Zócalo había refresquerías como El Trópico propiedad
de Wilfrido Fierro. Los tamarindos de la plaza eran testigos de la prosperidad
de la región. Eran los tiempos en que los cafetaleros prendían el cigarro con
un billete y la canción “Mi cafetal” sonaba en todas las sinfonolas.
A la
avioneta de los Vargas le cabían tres personas, cuatro con el piloto. Don Juan
aprendió a manejar la avioneta y llegó a volar solo. Hacía sus compras
Acapulco, de donde traía cartones de huevos para cocinarlos con chile verde y
darle de comer a los peones.
Juan
Vargas llegó a contratar 100 peones, que le traía Prisciliano Miranda de
Zapotitlán, para cortar y con 10 mulas acarreaba el café. Tenía cuatro
cocineras y acarreaba en picheles los frijoles guisados, para que comieran los
peones. “A las bestias le colgaba por un lado un pichel con frijoles y por otro
lado las tortillas, muchas tortillas”.
Avellaneda
tenía un barco en el que enviaba el café al extranjero y tenía su bodega en
Acapulco en la calzada Pie de la Cuesta 32, antes de llegar al Pasito.
Hasta que
llegó la carretera y los costos se elevaron, ya no tuvieron recursos para
sostener el piloto, entonces se acabaron los vuelos de la avioneta, que por
seis años dio servicio a los cafetaleros de Plan del Carrizo.
Don
Juan Vargas nació en San Juan de las Flores en 1922, cumplirá 90 años el
próximo 24 de junio. Su padre fue José Trinidad Vargas Villa “El negro Vargas”
y su mamá Justa Pérez Fierro.
Cuando
su padre llegó al Plan del Carrizo eran terrenos libres. Ahí se estableció la
familia Vargas y fincaron huertas de café. A la hora del reparto agrario Plan
del Carrizo quedó como anexo de El Rincón de las Parotas. En 1956 Juan Vargas
comenzó a gestionar el deslinde del ejido de El Rincón de las Parotas, ahora se
llama ejido del Plan del Carrizo.
Dice
don Juan que él se puso a gestionar el ejido porque andaban ya los “rapamontes”
encabezados por Melchor Ortega que se querían llevar la madera del Anexo. Tardó
seis años gestionando el ejido. Hasta el
que el 9 de noviembre de 1971 se publicó la resolución presidencial en el
Diario Oficial de la Federación, que autorizaba la separación de Plan del
Carrizo de El Rincón de las Parotas y el 20 de enero de 1973 se ejecutó la
resolución creando formalmente el ejido.
El
ingeniero anduvo midiendo subió al cerro de El Encanto y otras elevaciones.
Finalmente el ejido se formó con 4 mil 90 hectáreas. Se llama Plan del Carrizo
“porque había una cieneguita, un charquito, donde crecía un rollo de carrizos.
Era un plantita muy frondosa de donde los niños sacaban varas para hacer
trabucos y rifles para tirar piedritas”.
Antes
del año 38 había muchos langostinos en el arroyo de Plan del Carrizo pero vino
una creciente que se llevó todo el camarón, sólo quedó el socavón. Antes iban
por la noche a camaronear con un hachón y con un machete llenaban una tirincha.
A veces por efecto de luna no encontraban ningún camarón.
Los
cerros de El Varandillo y Las Guacamayas,
el cerrito Chato y el cerrito de El Carrizal, cercanos al Plan del Carrizo
están poblados de Pinos, encinos, madroños y nanchillos. En la orilla de ese
arroyo de aguas frías abunda el cuajinicuil.
En los
mejores tiempos del café Plan del Carrizo tuvo una planta de luz que abastecía
al pueblo, se prendía a las seis de la tarde y se apagaba a las ocho de la
noche. La planta también era de los Vargas. Y al motor de la máquina
despulpadora se le adaptaron atrás otras bandas que sirvió como molino de
nixtamal.
Don
Juan Vargas recuerda que llegó a cortar 600 quintales y cuando abrieron la
carretera se compró Jeep que fue el primer vehículo que entró a la comunidad,
“en ese tiempo los carros eran muy caros”. En los últimos tiempos en los
alrededores de Plan del Carrizo los potreros van ganándole espacios a las
huertas, de la pista de aterrizaje y del beneficio húmedo de café sólo quedan
vestigios. En la cabecera municipal, de aquella época, queda de recuerdo la
calle Viejo Aeropuerto.
Sin
embargo la sierra sigue siendo apasionante. El Varandillo es un pequeña
cuadrilla de cuatro casas, “en carro llegas a Plan del Carrizo y de ahí a
caballo”, dicen sus habitantes para que los visites.
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