martes, 27 de noviembre de 2018

Cuando los cafetaleros viajaban en avioneta

Víctor Cardona Galindo
Plan del Carrizo es una comunidad en lo alto de la sierra de Atoyac. Está a 40 kilómetros de la cabecera municipal. El pequeño caserío está rodeado de colinas que se llenan de neblina por las tardes y por las mañanas de un rocío que al caminar entre la maleza moja la ropa. Son unas colinas donde cantan las chachalacas y el trino de los jilgueros llega hasta las casas acompañado de ese olor a pasto que todo lo llena, “ese olor a gordura” como lo llama mi padre. Característico de la selva cafetalera.
La avioneta de los Vargas. Foto: Víctor Cardona Galindo

En 1955, un aeroplano volaba y volaba en círculos en el cielo de Plan del Carrizo. Dos veces anduvo el avión dándole vueltas al pueblo. Asomándose al cielo don Juan Vargas Pérez le dijo a su hermano Hermilo “creo que quiere aterrizar porque no le abrimos una pista” y  en un terreno plano le abrieron una “pistita” como de 100 metros ahí aterrizó esa avioneta.
Ya que estaba en el suelo el piloto les dijo donde podían construir un campo de aterrizaje.
El aeromotor resultó ser propiedad del industrial Guillermo Avellaneda. Un español radicado en el puerto de Acapulco que se interesó en poner un beneficio húmedo en el Plan del Carrizo. Con el piloto de esa avioneta les envió, a los Vargas, la propuesta de una sociedad para comprar y exportar el café.
Avellaneda se asoció con los Vargas para procesar el café y mandó una maquina despulpadora de dos discos. En ese tiempo don Juan Vargas llegó a cortar en una temporada 600 quintales en su huerta de Los Mangos. Avellaneda les pagaba a 525 pesos el quintal.
El primer viaje en el avión lo hizo don Juan Vargas desde Plan del Carrizo al puerto de Acapulco. En ese tiempo el aeropuerto estaba en Pie de la Cuesta donde ahora es de la base de la Fuerza Aérea Mexicana.
En esa ocasión don Juan Vargas se entrevistó con Guillermo Avellaneda con quien trató las condiciones de la sociedad. Él financiaría la maquinaria para el beneficio del café y los Vargas pondrían el producto, quienes durante dos años también compraron el grano a los agricultores de la comunidad y con la máquina despulpadora de dos discos procesaban en café para hacerlo pergamino.
En ese tiempo sólo cosechaban la variedad “café criollo o típico arábigo, que es el bueno” dice don Juan. Después trajeron otras variedades como caturra y bourbon “pero el bueno es el arábigo”.  Era el tiempo del oro verde, estaba a 525 pesos el quintal en Acapulco con el transporte pagado por los industriales.
Con el primer viaje de Juan Vargas se inauguró una etapa de transporte en avión de Atoyac a la sierra. En el Ticuí ya existía un campo de aterrizaje que fue inaugurado en 1935, con el aterrizaje de un avión trimotor piloteado por un aviador de apellido Clevens. Ese campo daba servicio a la fábrica de hilados y tejidos. Por eso los primeros viajes se hicieron de El Ticuí a Plan del Carrizo. Después los Vargas compraron un terreno al Sur de la ciudad en el lugar conocido como El Rondonal, para tener su propio aeropuerto.
Dice el cronista Wilfrido Fierro Armenta en la Monografía de Atoyac que en 1955 “los hermanos Hermilo y Juan Vargas en sociedad con el señor Benjamín Avellaneda, pusieron en operación un campo de aterrizaje en El Rondonal”. Donde ahora está la calle que se llama Viejo Aeropuerto. Servicio que se inició el 15 de diciembre de 1955 utilizando una avioneta marca Piper con las iniciales X.B.T.E.A y se suspendió en 1961.
El aeroplano que hizo los primeros viajes a la sierra era de propiedad Avellaneda y cuando los Vargas se capitalizaron y vieron que les convenía le compraron una avioneta a don Guillermo. Se las dio en 66 mil pesos y la piloteaba Adolfo Hernández.
Pero al ver que era negocio el transporte de café y de pasajeros en avioneta Adolfo Hernández les pidió la avioneta y a cambio Avellaneda les dio otra. Pero ya cuando trabajaba por su cuenta Adolfo se emocionó echando viajes y no le puso atención al mantenimiento de la avioneta. El aparato comenzó a quemar aceite y se vino a pique muriendo quemado el piloto en las inmediaciones de Plan del Carrizo.
Wilfrido dice que “El 26 de febrero de 1956 la avioneta Piper X.B.T.EA, por fallas del motor se desplomó incendiándose cerca de El Plan del Carrizo, murió el piloto Adolfo Dávila”
Los Vargas tuvieron a su servicio varios pilotos entre ellos los hermanos Gonzalo y Alberto Márquez. Gonzalo, y otro del que don Juan Vargas no se acuerda del nombre, vivían en la calle 5 de mayo 47 en el puerto de Acapulco. Alberto llegó a bajarse cuatro toneladas de café pergamino en un día.
Luego les piloteó un español que se llamaba Carlos Antolín. Los pilotos ganaban cuatro mil pesos al mes y si alguien quería bajar rápido a la cabecera municipal les cobraban 50 pesos el pasaje. En avioneta a los 20 minutos ya estaban en Atoyac.
El campo aéreo que estaba en El Rondonal medía 43 metros de ancho por 400 metros de largo de norte a sur. La avioneta aterrizaba contra el viento. La gasolina la traían de Acapulco en una camioneta Willys propiedad de un miembro de la familia Valle.
Fue una época de oro. Desgraciadamente los Vargas como la mayoría de los cafetaleros despilfarraron el dinero, se lo gastaron bebiendo en La Burrita que estaba en la calle Fernando Rosas y Silvestre Castro. En ese tiempo había mujeres “sabrosas” en la zona de tolerancia que hicieron época y dinero. “Tirábamos el dinero diciendo al fin ahí están las matas”. Había muchos antros “llegaron unas putas de Acapulco por eso le pusieron Acapulquito al barrio de la zona de tolerancia” dice don Juan.
Eran tiempos de bonanza. En el Zócalo había refresquerías como El Trópico propiedad de Wilfrido Fierro. Los tamarindos de la plaza eran testigos de la prosperidad de la región. Eran los tiempos en que los cafetaleros prendían el cigarro con un billete y la canción “Mi cafetal” sonaba en todas las sinfonolas.
A la avioneta de los Vargas le cabían tres personas, cuatro con el piloto. Don Juan aprendió a manejar la avioneta y llegó a volar solo. Hacía sus compras Acapulco, de donde traía cartones de huevos para cocinarlos con chile verde y darle de comer a los peones.
Juan Vargas llegó a contratar 100 peones, que le traía Prisciliano Miranda de Zapotitlán, para cortar y con 10 mulas acarreaba el café. Tenía cuatro cocineras y acarreaba en picheles los frijoles guisados, para que comieran los peones. “A las bestias le colgaba por un lado un pichel con frijoles y por otro lado las tortillas, muchas tortillas”. 
Avellaneda tenía un barco en el que enviaba el café al extranjero y tenía su bodega en Acapulco en la calzada Pie de la Cuesta 32, antes de llegar al Pasito.
Hasta que llegó la carretera y los costos se elevaron, ya no tuvieron recursos para sostener el piloto, entonces se acabaron los vuelos de la avioneta, que por seis años dio servicio a los cafetaleros de Plan del Carrizo.
Don Juan Vargas nació en San Juan de las Flores en 1922, cumplirá 90 años el próximo 24 de junio. Su padre fue José Trinidad Vargas Villa “El negro Vargas” y su mamá Justa Pérez Fierro.
Cuando su padre llegó al Plan del Carrizo eran terrenos libres. Ahí se estableció la familia Vargas y fincaron huertas de café. A la hora del reparto agrario Plan del Carrizo quedó como anexo de El Rincón de las Parotas. En 1956 Juan Vargas comenzó a gestionar el deslinde del ejido de El Rincón de las Parotas, ahora se llama ejido del Plan del Carrizo.
Dice don Juan que él se puso a gestionar el ejido porque andaban ya los “rapamontes” encabezados por Melchor Ortega que se querían llevar la madera del Anexo. Tardó seis años  gestionando el ejido. Hasta el que el 9 de noviembre de 1971 se publicó la resolución presidencial en el Diario Oficial de la Federación, que autorizaba la separación de Plan del Carrizo de El Rincón de las Parotas y el 20 de enero de 1973 se ejecutó la resolución creando formalmente el ejido.
El ingeniero anduvo midiendo subió al cerro de El Encanto y otras elevaciones. Finalmente el ejido se formó con 4 mil 90 hectáreas. Se llama Plan del Carrizo “porque había una cieneguita, un charquito, donde crecía un rollo de carrizos. Era un plantita muy frondosa de donde los niños sacaban varas para hacer trabucos y rifles para tirar piedritas”.
Antes del año 38 había muchos langostinos en el arroyo de Plan del Carrizo pero vino una creciente que se llevó todo el camarón, sólo quedó el socavón. Antes iban por la noche a camaronear con un hachón y con un machete llenaban una tirincha. A veces por efecto de luna no encontraban ningún camarón.
Los cerros de El Varandillo y Las Guacamayas,  el cerrito Chato y el cerrito de El Carrizal, cercanos al Plan del Carrizo están poblados de Pinos, encinos, madroños y nanchillos. En la orilla de ese arroyo de aguas frías abunda el cuajinicuil.
En los mejores tiempos del café Plan del Carrizo tuvo una planta de luz que abastecía al pueblo, se prendía a las seis de la tarde y se apagaba a las ocho de la noche. La planta también era de los Vargas. Y al motor de la máquina despulpadora se le adaptaron atrás otras bandas que sirvió como molino de nixtamal.
Don Juan Vargas recuerda que llegó a cortar 600 quintales y cuando abrieron la carretera se compró Jeep que fue el primer vehículo que entró a la comunidad, “en ese tiempo los carros eran muy caros”. En los últimos tiempos en los alrededores de Plan del Carrizo los potreros van ganándole espacios a las huertas, de la pista de aterrizaje y del beneficio húmedo de café sólo quedan vestigios. En la cabecera municipal, de aquella época, queda de recuerdo la calle Viejo Aeropuerto.
Sin embargo la sierra sigue siendo apasionante. El Varandillo es un pequeña cuadrilla de cuatro casas, “en carro llegas a Plan del Carrizo y de ahí a caballo”, dicen sus habitantes para que los visites. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario