Víctor
Cardona Galindo
El
gobierno del estado que encabezaba José Francisco Ruíz Massieu buscó la
mediación del alcalde saliente Alejandro Nogueda Ludwig para resolver el
conflicto pos electoral. Nogueda contaba con cierta estimación entre los viejos
militantes de izquierda por ser hijo de Canuto Nogueda Radilla, ex presidente
de Acapulco, quien participó en la lucha cívica que derrocó el gobierno del
general Raúl Caballero Aburto.
A una
segunda plática con el alcalde Alejandro Nogueda asistieron los líderes
perredistas: Decidor Silva Valle, Guadalupe Galeana Marín, Octaviano Roque Ruíz
y Ángeles Santiago Dionicio, el encuentro se dio en las instalaciones del
Ayuntamiento. Fue el último intento de negociación, y al no resolverse la
situación las cosas se tensaron, aún más, a partir de ese día y los perredistas
tomaron el Palacio Municipal de manera ordenada encabezados por una comisión
coordinadora que se nombró con anterioridad en una reunión arriba del kiosco.
Ese el
viernes 22, después de romper las pláticas con Alejandro Nogueda Ludwig. A las
15:30 horas los casi 300 perredistas establecidos alrededor del Palacio
Municipal abrieron las cerraduras de las dos puertas del Ayuntamiento, se instalaron
dentro del inmueble y cerraron todas las oficinas al interior colocando sellos
con el escudo del PRD.
“Se
apoderan los perredistas del Palacio Municipal”, cabeceaba el Novedades de Acapulco del viernes 22 de
diciembre de 1989 e informaba: “luego de romper las pláticas con Alejandro
Nogueda Ludwing. A las 15:30 horas los casi 300 perredistas establecidos
alrededor del Palacio Municipal violaron las cerraduras de las dos puertas,
frontales del Ayuntamiento y se instalaron dentro de las oficinas pero sólo se
permitió la entrada de 10 líderes locales, cerraron todas las oficinas al
interior colocando sellos con el escudo del PRD”. Esos sellos se romperían el
primero de enero de 1990, al instalarse la Comuna Popular Revolucionaria, pues
se ocuparon todas las oficinas del Ayuntamiento.
En ésta
la primera toma que se daba del Palacio Municipal en casi 30 años, los primeros
que entraron al inmueble fueron: Rubén Ríos Radilla, Otilio Laurel, Decidor
Silva Valle, El Negris; Octaviano Roque
Ruíz, Rommel Jaimes Chávez, Fulgencio Hernández, Agustín Campos Cabezas, Elio
Dionisio Ponce, Oscar Rivera Leyva y Tomas Gómez Ruíz éste último había sido
candidato a síndico.
Una
vez tomado el Ayuntamiento Secundino Catarino Crispín dibujó en la fachada un
gran sol azteca negro, con el nombre Comuna Popular Revolucionaria. Entre otras
cosas que pintó Secundino está el mural que hizo junto a Marcos Loza Roldán, en
las escaleras del mercado, donde se rememora todas las facetas de la lucha del
pueblo mexicano.
Una
vez tomada la protesta al alcalde popular Octaviano Roque Ruiz se formó la
estructura del Ayuntamiento, a mis escasos 18 años me tocó ser director de
Actividades Cívicas. Con el apoyo de Fabio Tapia Gómez organizamos una primera
muestra de pintura y programas con guitarras. Un dueto de la colonia Mariscal
siempre asistía solidario a todos los programas que organizaba, como comandante
de la policía preventiva se nombró a Ricardo Lucena Basave.
Además
de ser un respaldo a la Comuna Popular Revolucionaria, el plantón se convirtió en un campamento para organizar
la resistencia electoral, se asistía a todas las movilizaciones que convocaba
la dirigencia estatal. Una memorable es cuando Ruiz Massieu rindió su tercer
informe de gobierno. Fue el viernes 9 de febrero de 1990, prácticamente
Chilpancingo la capital del estado se militarizó. Veinte tanquetas del Ejército
tripuladas por soldados antimotines desfilaron por las calles del centro de la
ciudad, a la vista de los perredistas que mantenían un plantón frente al
Palacio de Gobierno. Mientras un helicóptero volaba muy bajo, el ambiente era
muy intimidante.
A las
dos de la madrugada del mismo viernes 9, el diputado local Guillermo Sánchez
Nava, quien manifestó que interpelaría al gobernador, desapareció junto con el
líder perredista Saúl López Sollano, aparecieron hasta la noche cuando ya había
pasado el informe. Supervigilado estaba el cine Jacarandas recinto oficial para
el informe.
Ese
día había que participar en una manifestación en Chilpancingo, pero todos los
dirigentes del movimiento de Atoyac se hicieron ojos de hormiga. A las cuatro
de la mañana, que era la hora de salida, ninguno de los líderes aparecía. Junto
con Ulises Flores Santiago, que todavía no rebasaba los 17 años, llamamos a la
gente que estaba en el plantón y le preguntamos qué hacer, entre todos se
acordó secuestrar un camión en la terminal de Atoyac. El problema era que no
sabíamos cómo, nunca habíamos participado en una acción política de ese tipo.
Llegamos
a la terminal con garrotes y los machetes en la mano. No subimos por delante al
momento que arrancaba el camión y por medio de un discurso muy elocuente,
Ulises conminó a los pasajeros a bajarse, porque ese camión había sido
secuestrado por el movimiento revolucionario. El chofer se resistió pero lo
amenazamos con los garrotes, no quiso soltar las llaves dijo que él nos
llevaría. Mientras eso pasaba, unas mujeres se resistían insultándonos y la
discusión subió de tono que no pudimos evitar que unas compañeras las bajaran
de los cabellos por la parte de atrás. Una vez liberados de los pasajeros que a
las cuatro de la mañana iban hacia el puerto de Acapulco, nos dimos a la fuga
con el camión. En Coyuca nos avisaron que la policía motorizada y la Federal de
Caminos estaban quitando los camiones a los perredistas de otros municipios que
también recurrieron a la retención de esos vehículos para llegar a la
movilización. Se nos ocurrió la idea, que en una cartulina pusiéramos al frente
del camión un letrero que dijera: “Tercer informe de gobierno”. Y de esa manera
pudimos burlar los retenes de la policía que al vernos nos abría el paso.
El
problema estuvo que cuando llegamos a Chilpancingo, los agentes de tránsito nos
desviaron por una brecha que entraba en las inmediaciones del hotel El Parador
del Marques y salía atrás del cine Jacarandas, cuando nos dimos cuenta ya
estábamos en terreno enemigo, es decir, donde estaban llegando los camiones
llenos de priistas acarreados que iban al informe. Desvíanos un poco el camión,
atrás de unas casas, le pedimos al chofer que no nos delatara, ya en el camino
había demostrado que simpatizaba con nosotros. Porque cuando la policía le
marcaba el alto contestaba: “llevo gente al informe de gobierno”.
Al
abandonar el camión y al caminar entre los priistas vimos cómo las fuerzas del
gobierno se preparaban para reprimir la gran manifestación que saldría del
Zócalo, por eso le dijimos a la gente, que se quitara todo lo que les hiciera parecer
perredista. Las mujeres se quitaron los aretes del sol azteca, las playeras y
los que no llevaban más que esa playera, se les prestaron chamarras para tapar
el sol azteca que portaban orgullos en el pecho.
Antes
ya habíamos dejado los garrotes y las mantas, escondidas entre una madera de
una casa en construcción. Cuando nos dimos cuenta, caminábamos más de cuarenta
perredistas en medio de los perros amaestrados y de las tanquetas del Ejército,
que estaban alrededor del cine Jacarandas. Se oían las porras de los priistas en
el auditorio. Cuando pasamos entre el despliegue militar y policiaco nunca mire
atrás, sólo caminábamos rápido y de frente. Cuando pasamos la última barricada
de alambre, voltee para ver si todos veníamos completos, entonces me percaté
que Elías, el de La Poza Honda, no se había quitado su playera del PRD, tampoco
soltó su machetito que portaba orgullo atravesado en el brazo derecho, y así cruzó
la zona de peligro. Queríamos pasar desapercibidos, pero eso fue imposible, nos
veíamos todos desaliñados y sucios entre los priistas de blanco y bien
limpiecitos. Desde ahí caminamos hasta llegar al zócalo, donde se estaban concentrando
los contingentes que marcharían en contra del informe del gobernador de la
sangre y la violencia.
La
novedad era que Guillermo Sánchez Nava y Saúl López Sollano estaban
desaparecidos. En el plantón encontramos al profesor Otilio Laurel.
Participamos en la marcha; recuerdo que el entonces diputado federal Félix
Salgado Macedonio, le gritó a algunos diputados que habían asistido al informe,
“vendidos”, les dijo.
Se
terminó la marcha y por la noche no teníamos en que regresarnos a nuestro lugar
de origen. Carecíamos de contactos y se nos ocurrió irnos a donde integrantes
de la Coalición de Ejidos de Costa Grande tenían tomadas las instalaciones de
la Conasupo. Ahí nombramos una comisión para que hablara con los dirigentes de
aquel movimiento, para pedirles prestada una camioneta y regresar hasta Atoyac.
No se pudo. Otilio que ya se nos había unido, me propuso ir a la Policía
Federal de Caminos para solicitar un camión para regresarnos, no fue posible,
en la central de la Policía Federal de Caminos simplemente nos dijeron que no
estaba el jefe, y como no lo conocíamos podríamos estar hablando con el jefe.
Un federal de caminos se dio el lujo de sermoneamos, casi llamándonos
revoltosos y trató de convencernos de la benevolencia del gobierno y de cómo
nos estaban utilizando nuestros líderes.
Fuimos
tres veces durante la noche para gestionar el camión ante la Federal de Caminos,
simplemente; no se pudo. Hasta donde estábamos, al Sur de la ciudad de
Chilpancingo en las instalaciones de la Conasupo, durante la noche estuvieron
llegando contingentes de Tecpan y de Coyuca de Benítez. Los de Coyuca eran
muchos, a ellos un día antes, la Policía Federal de Caminos les había quitado
un camión que habían tomado prestado por la fuerza.
Ya con
ese valor y conociendo el arrojo de los compañeros de Coyuca. Nos aventamos a
bloquear la carretera, al amanecer la bloqueamos en ambos sentidos, ahí en la
entrada de Chilpancingo, enfrente de las oficinas de la Conasupo. Algunos
compañeros ya no aguantaban el hambre, vi a la compañera Rosa tirada en el piso
frío, apretándose el estómago, teníamos ya más de 24 horas sin comer.
Cuando
iniciamos el bloqueo, inmediatamente llegó un Policía Federal de Caminos y
preguntó quién era el líder. Todos contestaron —Aquí no
hay líder, queremos un camión para regresar a la Costa Grande, para acabarla de
amolar, era el policía que nos había sermoneado por la noche y nos identificó a
Otilio, a Ulises y a mí.
Tardamos
ahí como dos horas y después de dialogar con los policías federales que fueron
llegando ahí conocimos al comandante, lo habíamos visto salir en la noche de la
estación cuando nos lo negaron. Negociamos con ellos, ellos a su vez,
negociaron con la central camionera para que nos enviaran un autobús.
Nos
mandaron un camión de la Flecha Roja. Hasta la fecha no me explico porque no
nos desalojaron. Estábamos cerca de donde fue el informe de gobierno el día
anterior, y había muchos policías acuartelados todavía en la ciudad.
Ya en
el camión todos nos acomodamos, a mis 18 años, ensayando ser un buen dirigente me
quedé parado, y les pedí a mis compañeros hombres les dieran el asiento a las
mujeres. Casi nadie lo hizo, pues todos veníamos cansados y hambrientos. Después
de que el camión tomó su camino, Ulises iba a mi lado, también como buen líder,
parado, de repente se dormía y despertaba cuando se iba de lado y estaba a
punto de golpearse con el parabrisas. Yo me dediqué a platicar con una mujer chaparrita de Coyuca
de Benítez.
De
pronto esa chaparrita, que estaba acostumbrada ver al maestro Octaviano Roque
en todos los movimientos, dijo: “bueno, no vino ninguno de los dirigentes de
Atoyac ¿verdad?” Alguien contestó, no me acuerdo si fue Jorge Salas o Praxedis Rodríguez,
—¿No los
estás viendo? —Señalando a
Ulises y mí —Ellos son los dirigentes.
Ella
exclamó — ¡Ustedes! Si son dos hormiguitas dirigiendo un
rebaño de elefantes.
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