martes, 27 de noviembre de 2018

Testimonio de la ocupación militar en Los Valles, municipio de Atoyac


Víctor Cardona Galindo
 Cuando pasó el primer helicóptero militar por la comunidad de Los Valles estaban todos en las huertas de café. Don Alfonso Bataz le comentó a una de sus peonas: “Refugio no te gustaría subirte a uno de esos aparatos”, ella dijo que no. Don Alfonso agregó “a mi sí, porque quiero saber lo que se siente”, su deseo pronto se cumpliría.
Julio Galindo Romero

Cuando los guachos llegaron, para quedarse en Los Valles, al primero que se llevaron cautivo fue a don Alfonso Bataz. Todos los del pelotón venían “floreados” un traje verde de distintos tonos, “camuflajeados” se dice comúnmente. Cuando don Alfonso llegó de trabajar, acababa de colgar la carrillera del parque con su pistola en el tirante cuando los soldados le rodearon la vivienda, lo detuvieron y se lo llevaron a la casa de Canuto Lugardo donde estuvo detenido tres días incomunicado y sin comer.
A los tres días llegó el helicóptero, aterrizó en el asoleadero de Juana Galindo, donde los soldados pusieron en círculo muchas piedras que pintaron de blanco. “En ese aparato se llevaron a don Alfonso Bataz. Eso fue en mayo y regresó hasta en agosto, después de permanecer prisionero en el Campo Militar Número Uno”.
Fue el 18 de mayo de 1971 a las dos de la tarde cuando arribó a Los Valles el capitán primero Melitón Garfias Torres, comandando 34 militares de una columna volante del 49 Batallón de Infantería. Desde entonces instalaron su cuartel en la casa de Canuto Lugardo, los campamentos quedaron, atrás de la casa de Victorina Romero Cabañas y alrededor del ojo de agua. Desde entonces ésta pequeña comunidad de la parte media de la sierra, de donde son originarios los Galindo vivió sitiada durante siete años: “No hay Galindo en Atoyac que no sea de Los Valles”.
Los Valles tenía dos arroyos que lo atravesaban. También un manantial al que acudían por las mañanas y en las tardes las jovencitas que iban por agua, el cual era punto de reunión de los enamorados. Pero la armonía se rompió cuando llegaron los guachos, buscando a los guerrilleros. Traían una lista de nombres y preguntaban si conocían a Lucio Cabañas Barrientos. Los guachos estaban por todos lados, aunque aquí nunca se vio un guerrillero.
Una mañana amanecieron sitiados todos los caminos y los soldados regresaron a todos los hombres que iban a sus milpas, juntaron a toda la población en la cancha. Nos tuvieron todo el día bajo el rayo del sol, a pesar de que los niños llorábamos porque teníamos hambre. Llamaban al jefe de la familia y lo llevaban a su casa a buscar armas. No dejaron ir a nadie de la cancha hasta que terminaron de juntar las armas, las que recogieron en costales después de desarmar a todo pueblo.
Traían a tres detenidos señalando gente. En la mañana del 27 de enero de 1975, cuando hubo un cateo en la comunidad por personal del 27 Batallón de Infantería. Se llevaron al esposo de Esther Romero, que era de San Martín de las Flores y tenía una semana viviendo en Los Valles. El helicóptero llegó a las 2 de la tarde por las armas que les habían quitado a los del pueblo, “no dejaron siquiera un rifle para los venados”.
Isidoro Pérez Galindo de La Mata de Plátano, salió de la cárcel después de estar prisionero en Campo Militar Número Uno, pasó por Los Valles y le puso un suero a María de Refugio de un solo piquete dejó bien puesta la aguja, diciendo “Ahi ‘ta, ya lo puso el doctor Bule” y con una camisa de manga larga colgada del brazo se fue para su casa. No se supo en que momento lo volvieron a detener el hecho es que está desaparecido.
En algunos casos de desapariciones la judicial detenía a los campesinos y los entregaba a los militares en Atoyac. Como es el caso de Julio Galindo Romero, también de Los Valles, a quien se lo llevó la judicial el 4 de diciembre de 1977; la misma suerte corrió Acacio Gómez Iturio, su vecino. Ambos fueron sacados de sus respectivas casas, a la una de la mañana y jamás se volvió a saber de ellos.
Otro habitante de la comunidad, Israel Romero Dionisio fue desaparecido por la Policía Judicial Federal cuando tenía 14 años de edad, en los Bajos del Ejido.
En el Zapotillal, cerca de Los Valles los soldados acribillaron una vaca a la que le marcaron el alto y no se detuvo. Era de noche y pensaron que eran los guerrilleros, le hicieron una primera descarga tupida y después se generalizaron los disparos. La vaca quedó tirada bufando hasta que murió.
El lugar donde nosotros vivíamos estaba retirado del pueblo, no muy lejos, pero era una huerta de árboles de nanche, cajeles, marañonas y mango petacón. Para llegar a la casa había que cruzar la huerta, entre paredones donde anidaban los pájaros turcos, que salían a juguetear por las mañanas en el camino. Toda esa armonía se rompió con la presencia de los soldados, quienes se quedaron rodeando el corral. A mi madre se le ocurrió mandarme a comprar al pueblo, pero en el camino un soldado me arrebató el dinero.
Corrí asustado a decirle a mi madre, ella vino y le reclamó al jefe militar  que uno de sus soldados me había quitado el dinero, el oficial me pidió que señalara al militar, pero no pude identificar al ladrón, porque todos se veían iguales.
Los militares tenían otro campamento en el Ojo de Agua y las muchachas no querían ir al agua por el acoso del que eran objeto. Muchos soldados se llevaron a chicas de mi pueblo, para luego soltarlas a los cuatro meses, embarazadas. Ese fenómeno se dio en toda la sierra por eso en muchos pueblos hay apellidos raros.
A Victorina Romero a menudo le registraban la casa y colocaron un campamento en su terreno debajo de los árboles de limón dulce.
Los militares lo invadían todo, hasta los lugares donde siempre se bañaban las mujeres. Los helicópteros aterrizaban a cada rato en el asoleadero de Juana Galindo llenando de polvo todo el barrio.
Un día, después del cateo, los guachos llegaron por todas partes, rodearon nuestra casa por la cocina “cerrojearon” las armas. Esas armas largas que dan miedo y llevan al frente como si fueran a soltar la ráfaga en cualquier momento. Querían que mi mamá, que se encontraba sola en ese momento, les entregara las armas. Un viejo madrina del pueblo, les había dicho que a nuestra casa no la habían cateado.
Pero mi mamá les contestó enojada que las únicas armas que mi papá tenía eran el hacha, el machete y una resortera que usaba para cazar iguanas. Al ver la decisión de mi madre el capitán, un sujeto con aires de valentón, únicamente metió una mano en el cartón de la ropa y ordenó la retirada.
La situación era difícil, había retenes en la carretera y no dejaban pasar comida. Se acabó el maíz en el pueblo. Ya estábamos hastiados de comer plátanos hervidos, frijol tierno o tortillas de plátano, porque ni de cacería podían salir los hombres. Ya en esos tiempos en que el Ejército reforzó su bloqueo a la guerrilla, no dejaban pasar más de dos kilos de cada comestible por familia a la semana.
Los soldados eran como langostas, se comían las mandarinas tiernas, las cañas y los mangos verdes. No dejaban nada. En donde colocaban su campamento se comían todo. Las mujeres no podían irse a bañar al arroyo porque en todos lados había soldados. Si salíamos al excusado nos veían, estaban en por todas partes.
Aunque no todos eran malos, algunos cambiaban las comidas de latas que llevaban, por comida fresca. Una vez llegaron unos guachos a la casa y le pidieron frijol guisado a mi mamá, se los dio; a cambio le dejaron latas de comida, unas eran “salchicha para freír” le dijeron.
Mi papá no conocía la salchicha y una vez que los militares se fueron abrió la lata y las vació en un plato y al verla exclamó – “Hijos de la chingada, esto es chile de perro, hijos de su puta madre”. Y arrojó las salchichas a la barranca. Ahora con el tiempo cuando me acuerdo me muero de la risa, tan sabrosa que es la salchicha con huevo o en una torta.
No había leche en polvo en la tienda rural llamada Conasupo. Ni masa para hacer atole blanco. Durante la ocupación militar nacieron dos de mis hermanos. Mi mamá decidió ir al arroyo con una lanza a pescar cangrejos. Los hizo en caldo con epazote y chile rojo: “se me ponían la chiches llenas de leche cuando tomaba caldo de cangrejo”, de esa manera se criaron mis hermanos.
Con la ocupación militar se vinieron algunos beneficios para el pueblo, “podíamos ir a consulta a San Andrés”. Las enfermeras iban vestidas con unos trajes de mascotita azul con cuello blanco y todos los médicos vestidos de militares”. 
“Figueroa cumplió, le dijo a Lucio que lo dejara vivo y a cambio él iba a hacer muchas mejoras a los pueblos de la sierra. Por eso llegó la carretera y la luz al mismo tiempo a Los Valles y luego hicieron la escuela y el centro de salud”. Considera María del Refugio Galindo.
Lo cierto es que cuando estaban trabajando en la carretera se llevaron a mucha gente “se llevaron a Arturo Galindo y Andrés Patacuas”. Iban por más personas, pero un día cuando vinieron por Eusebio Martínez, el Presidente del Comisariado Ejidal Alejandro Galindo Cabañas y el comisario José Castro López se pusieron los pantalones y le marcaron el alto al coronel: “de aquí ya no van a sacar más gente. Aquí ustedes vienen a descansar porque este pueblo es pacífico, pero a otro hombre no lo sacan, porque somos más civiles que soldados y si nos medimos a balazos en el llano ustedes salen perdiendo”.
No sé si sería la sensatez del militar o la decisión que vio en sus rostros, pero ya no se llevaron a nadie: “Si la autoridad no pone un alto se acaban al pueblo”. Con relación a otros lugares en Los Valles hubo pocos desaparecidos, pero sí muchos hombres conocieron la sala de tortura del 27 Batallón de Infantería, regresaban orinando sangre y las mujeres los curaban con cataplasmas de la corteza de un árbol llamado jobero.
Los versos del corrido “El cateo” de Eusebio Martínez Ochoa dejó testimonio de aquellos hechos: El pueblo estaba tranquilo/sin tener temor a nada/ni siquiera lo pensaban/que el gobierno les llegara. Cuando el gobierno llegó/al poblado de Los Valles/unos rodeaban el barrio/otros cuantos en las calles. /La gente muy asustada/miraba por todos lados/al verse entre los soldados/y que estaban denunciados. Los jefes se repartieron/formando grupos cada uno/para hacer aclaraciones/y terminar el cateo. El Batallón 27/ellos hicieron el cateo/traían a tres guerrilleros/buscando a sus compañeros/tomaron de prisionero/al esposo de Esther Romero.

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