domingo, 18 de agosto de 2019

Mi lindo Ticuí


Víctor Cardona Galindo
“Mi lindo pueblo querido /ya quiero llegar allá /yo sé que estas en Guerrero /municipio de Atoyac”, se escucha en la primera estrofa de esta melodía de Javier Soberanis Méndez e inmortalizada por Los Brillantes de Costa Grande. Mi lindo Ticuí, es la voz de alguien que anda fuera y ya quiere regresar a este cálido rinconcito costeño. ¿Que sentirán nuestros paisanos en Estados Unidos que tienen tantos años sin venir?
El paso vehícular provisional que se construyó el 2013.

En abril las ceibas de la orilla del río se llenan de algodonados capullos, de donde se desprenden pequeñas plumitas que vuelan con el viento sobre ese manto de agua y las dulces roscas de guamúchil maduran, listas para ser cosechadas. “Pareces vara guamuchera”, se dice en broma pesada a los muy flacos, y es que las roscas de guamúchil se bajan con varas muy delgaditas y largas. Hay quienes se dedican en la temporada a bajar roscas para venderlas en el mercado, a 10 pesos el montoncito.
Cuando las madres, de los que tenemos ahora más de cuarenta, iban a lavar al río, nos llevaban de compañeros y nos la pasábamos jugando en el agua bajo el sol. Nos quedaba la espalda de un color ceniza que, al rascarnos por los piquetes de zancudos, parecíamos “pizarrones de taquigrafía” decía el primo Reyes, que gozaba escribiendo en la espalda de los demás.
En el pasado el río estuvo muy poblado de camarones, de sus aguas completábamos nuestra dieta y resolvíamos, pescando, la necesidad de proteínas. Hacíamos con cerdas de caballo unos pequeños lazos con los que atrapábamos camarones de castilla. Nos pasábamos tirados de barriga, en el agua, con paciencia para que cayeran en la trampa los pequeños camaroncitos. Otros más valientes con las puras manos atrapaban aloncillos, otra especie de camarón, que muerde muy fuerte con sus grandes tenazas. Los camarones, hervidos en agua con sal y epazote, con un chile verde reventado, tortilla o arroz, compiten con los mejores platillos.
Otros días en la tarde, antes de irnos a la casa le quitábamos unas piedras de arriba al lavadero y metíamos un anzuelo para pescar bobos. Esos peces son muy feos y babosos casi no se pueden agarrar, pero ya fritos tienen su carne muy blanca y sabrosa. Con una salsita de chile verde en molcajete y frijoles con arroz, en la cena eran una delicia. Se dice que los últimos que han atrapado saben a petróleo.
Había en ese tiempo camaroneros profesionales, ahora son una especie en peligro de extinción. Hace poco encontré tres por un sendero flanqueado de árboles, comiendo mango y recogiendo roscas de guamúchiles. Llevaban sus lanzas bajo el brazo, hechas de trabucos de sombrillas y varillas de tinas, con unas ligas amarradas en un extremo para dispararlas. Ellos se sumergen con sus visores en el agua, frente al edificio de la Sagarpa en busca de comida. Son tres generaciones de camaroneros: el abuelo, el padre y el hijo. Ese día iban, con sus morrales, en short y camiseta con su piel quemada por el sol. “Se llena uno una morrala, de puras mecas”, me dijo el abuelo al preguntarle si todavía había camarones en ese contaminado río del mes de marzo. También hay quien pesca con atarrayas: güevinas, truchas y carpas.
“Cuando y comencé a cantar /yo lo hice desde aquí /no olvido mi Costa Grande y mi pueblo de El Ticuí… Rodeado de sus montañas y su río sin igual /lo mismo que sus palmeras y su precioso canal”, dicen los versos de esa cadenciosa canción.
En los noventas con el programa de Solidaridad, comenzaron a pavimentar las primeras calles, hoy la mayoría son de concreto, pero cuando eran de pura tierra en la calle principal que se llama 5 de Mayo se hacían carreras de caballos. Todos los 20 de noviembre. Hermosas jovencitas ticuiseñas servían de madrinas en las carreras de cintas. Cuando un diestro jinete tomaba una cinta, cabalgaba hasta donde lo esperaba, con un regalo, la joven madrina luciendo sus mejores galas.
De la 5 de mayo se ve de frente el mítico cerro Cabeza de Perro, donde la leyenda dice que se está formando un volcán y donde hombres valerosos acudieron en el pasado a realizar sus pactos con El Cuera Negra. El cerro de La Escobeta fondea El Ticuí como si quisiera enmarcar y adornar este pueblo rodeado por dos canales, lamentablemente uno ya se convirtió en un vertedero de aguas negras.
Los que tenemos más de cuarenta, jugamos en ese Zócalo embanquetado de cemento y bancas de granito que fue construcción del líder obrero Enedino Ríos Radilla quien durante el esplendor de la fábrica y de la cooperativa David Flores Reynada hizo diversas obras de beneficio popular. Jesús Mendosa, Chucho Patita vivía en el Zócalo, tenía una casa de alto, aun lado estaba un tamarindo y atrás un mango. Arriba tenía su habitación y abajo una cantina donde vendía cerveza, se jugaba baraja y dominó. Había una llave comunitaria, ahí llegó en 1983 Octaviano Santiago Dionicio en su campaña para presidente municipal por el Partido Socialista Unificado de México (PSUM). La llave, el tamarindo y el mango ya desaparecieron y todo el Zócalo como era se demolió para construir el que se luce a ahora.
Alrededor del Zócalo siempre han vivido ticuiseños de descendencia extrajera. Los Obé, los Alonso y los Ludwig. Los Obé descienden del francés León Obé Penitoc ingeniero industrial y naval que instaló la maquinaria de la esplendorosa fábrica de hilados y tejidos, de él nació León Obé Quiñones que fue un importante músico su hijo Leoncito Obé Ríos fue agricultor, un visionario que trajo una tortillería que ha estado ahí por más de 30 años. León Luis Obé Castro sigue la tradición.
A Leoncito lo asesinaron. El pueblo se conmocionó, porque era muy querido, con él se fue el solidario militante de izquierda, Filemón Pérez. Se dice que don Fili salió, con la pistola en la mano, a ver que pasaba, pero el arma se le encasquilló y como le faltaba un brazo, la prótesis no le ayudó para meter el otro cargador y pereció a manos de aquellos pistoleros desconocidos.
Hoy muchos árboles se están acabando, como los colches que había a la orilla del arroyo que atraviesa El Ticuí, sus frutos eran como anonas largas, tenían una carne amarilla y no gustaba mucho el sabor. Los truenos, los amates y camuchines, que había por todo el pueblo, quedaron en el pasado. Así como el colcho abandonó el arroyo, el saladillo abandonó el panteón.
En el Camposanto había un letrero que decía “No desprecies este lugar ni lo mires muy lejano, pues de tanto vagar y vagar llegarás tarde o temprano”, este letrero lo había hecho Yigo a quien se lo llevó el alcohol, era un artista el hombre, como Catarino Hernández que vivió en su misma calle. A Ángel Bello lo mató un rayo, lo sepultaron, con el tiempo por necesidad abrieron la tumba y encontraron que el cuerpo no se había corrompido, estaba entero momificado y su barba tenía varios metros de larga.
Los gitanos llegan con sus remolques y tiendas de campaña y se colocan frente a la vieja fábrica, “sólo vienen a chingar a la gente”, dicen con desconfianza los ticuiseños. Los húngaros como les llaman nuestras mamás, tenían fama de robar niños. Ahora sabemos que no. Las gitanas son bonitas con sus faldas largas de bolitas, tienen los ojos azules y hablan una lengua extraña, leen las cartas y las manos. Mucha gente viene de otros pueblos a visitarlos para conocer su futuro. Cuando ellos están frente a la fábrica en esta parte del pueblo no se juega futbol. Ocupan la cancha completa. Cuentan que una gitana caminaba por el sitio de taxis de Atoyac. Se le acercó a un taxista y le dijo “señor deme 500 pesos y le quito la sal”, el taxista le contestó “pendeja te doy mil pero quítame la azúcar”.
Aquí Santos Martínez Guillén fue el heredero de la tradición de la danza de El Cortés, todavía la montan de vez en cuando. Hace varios años cuando don Feliciano Martínez vivía se escuchaba el tambor llamar a los toreadores y luego se veía venir El Cortés danzando por las calles. Todos corríamos a ver.
Nos comentó Santos Martínez que “la danza fue traída al municipio de Atoyac de Plan de los Amates por: Severino, Agustín, Abrahán, Pedro, Pano y Juan  Martínez, Fernando Zamora, Tito Fierro y Tiburcio Rebolledo,”, ellos la diseminaron por toda la región, porque antes se montaba en muchos pueblos, ahora únicamente en San Juan de las Flores, El Rincón de las Parotas y al norte de la cabecera municipal y claro, en El Ticuí.
Santos Martínez aprendió a bailar la danza a los 13 años enseñado por su padre Bulfrano Martínez y dice que la danza, la integran doce personas incluyendo el personaje de El Cortés que es el único que baila, los demás nada más dan vueltas a su alrededor y cuando termina de bailar comienzan a torearlo. Rafael Arzeta escribió que “cuando torean, el cortés tiene que darle tres golpes con la cuchilla, al toreador en turno, uno en la pierna izquierda, otro en la derecha y el último en la cadera”.
Ese es El Ticuí.
En la culata de la casa de los Fierro hay un letrero negro sobre una pequeña tabla que dice “Calzada Camino Real”, así se llama oficialmente la vía que va a la cabecera municipal, la que antes era únicamente el Camino Real a secas. Pero aunque tenga un nombre propio la gente le llama simplemente “la carretera a El Ticuí”, a esos 400 metros que van del río al puente del canal de la fábrica. Una joven ceiba ya crece en el arroyo amenazando con su fronda la soleada cuesta. Ojalá no la tiren.
La mancha urbana se va comiendo la vegetación. Donde había palmeras y árboles de mango, ahora se levantan casas de la colonia Villas del Carmen. Se fueron las garzas y los pericos, llegaron las calles y muchos niños jugando en ellas. Durante el huracán Tara el arroyo de La Ceiba se juntó con el río y las aguas pasaban por encima de las huertas. Por eso ahora con la fuerza de las aguas que trajeron, la tormenta Manuel  y el huracán Ingrid los colonos de Villas del Carmen abandonaron sus habitaciones y se refugiaron en El Ticuí.
En las calles sin pavimentar, de las Villas del Carmen, Francisco Garibo ha organizado carreras de caballo. También ha organizado jaripeos y una vez se instaló un circo cerca del río. Por cierto uno de los carros que transportaba los animales destruyó el puente de la ceiba. Ahora con la nueva pavimentación de la llamada calzada Camino Real se reparó. Con esta obra se les acabó la chamba a un grupo de ticuiseños que tapaban los baches para pedir una cooperación a los conductores. Ellos tapaban los baches y la lluvia los volvía abrir, eran desperfectos que dejan 19 años sin mantenimiento.
El sábado 19 de diciembre del 2010, llegando al río, aun costado de las Villas del Carmen se inauguró el campo deportivo Koora el nombre viene de la combinación de las primeras letras de los hermanos Galeana Gallardo: Katia, Oscar, Oscar Raúl y Araceli. Ahora se organizan ahí grandes partidos de futbol.
En el año 2013 dos meses, volvimos a cruzar el río en puente hamaca, del 2 de octubre hasta el 23 de diciembre por la mañana que terminaron de construir el puente provisional. Colocando tubos sobre el río y costalillas con arena pudieron pasar los primeros carros, pues no había paso vehicular desde que el río se llevó el puente el 15 de septiembre de ese año.
Ya miércoles 30 de abril 2014 comenzaron los trabajos para la construcción del nuevo puente con recursos del Fondo Nacional de Desastres Naturales (Fonden). Ahora tenemos un puente de dos carriles y una hermosa carretera.
Aquella gran ceiba que adornaba el camino es únicamente un recuerdo, donde estaban sus poderosas raíces ahora pasa la banqueta de la nueva calzada Camino Real que se inauguró el 24 de mayo de 2014 a las 12: 55 del día, esto da otra imagen al camino real y en vehículo se hacen tres minutos del Zócalo de El Ticuí a la calle principal de Atoyac. Aunque estamos muy cerca no somos una colonia de la cabecera municipal como dicen muchos. Todavía a los ticuiseños se nos cocina aparte.
Y como dice la canción de Javier Soberanis. “Si me toca mala suerte y muero lejos de ti /cantando y tocando cumbia /que me lleven al Ticuí /que me llevan al Ticuí / que me lleven al Ticuí…



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