sábado, 17 de agosto de 2019

Ticuiseña


Víctor Cardona Galindo
“¿Recuerdas Macondo? El calor es igual de insoportable y el sol te quema hasta la raíz de los vellos púbicos. Ese es el Ticuí, Guerrero. Y si pasas algún día por ahí, entenderás que para los melancólicos y los viejos provincianos el resplandor de un lugar paradisiaco culmina con la ruina y la miseria emocional de su gente, de sus tierras y de sus jacales... ese es el Ticuí... ¿Recuerdas Macondo?”, escribió en Internet Flor de Calabaza, un seudónimo de alguien que seguramente estuvo aquí en mayo o durante la canícula.
Un pango para trasportar pasajeros en río Atoyac.
Foto: cortesía de Dagoberto Ríos Armenta.

Porque sí, hace mucho calor, principalmente en mayo y los días de la canícula son terribles, pero en diciembre el aire frío que baja de la sierra es muy agradable. El Ticuí es bonito, siempre lo ha sido. Aquí la luna despunta enorme y anaranjada al oscurecer por el cerro de La Florida. Después de las lluvias las lomas se llenan de “angelitos”, una especie de arañitas rojas, los caminos están poblados de palomas torcazas que vuelan entre los árboles, el cenzontle canta por las mañanas brincando entre los bocotes y cuando el sol está más caliente el cielo es intensamente azul con pinceladas de nubes blancas.
A las siete de la noche tres parvadas de murciélagos invaden el cielo de El Ticuí. Una sale de la boca de El Chacuaco y dos de los tubos abandonados de las turbinas de esa vieja fábrica de hilados y tejidos. Un tiempo dieron por vivir en las ruinas un grupo de tecolotes albinos, pero tuvieron la desdicha de encontrarse con una bien orientada bala calibre 22.
Según Wilfrido Fierro El Ticuí fue fundado allá por 1850 por las familias Radilla y Cabañas. Todo el pueblo era de bajareque y dellame. Las primeras casas de adobe y tejas se construyeron a la par de la fábrica de hilados y tejidos. El pueblo fue trazado por técnicos hispánicos dice Regulo Fierro quien se refiere a El Ticuí como el último pueblo español. Por eso en el pasado los ticuiseños se sentían superiores y llamaban “indios Camaroneros” a los de Atoyac.
En la historia de El Ticuí esta que en  1924 el coronel delahuertista Ambrosio Figueroa Marbán ocupó la población, pero al ser derrotado por Amadeo Vidales en Atoyac el 4 de marzo, se retiró a las lomas donde pernoctó y luego por la mañana se marchó rumbo al puerto de Acapulco para indultarse ante las tropas leales al general Álvaro Obregón.
Cuando era niño me gustaba caminar por esas lomas y sentarme debajo de los arbustos para observar el pueblo. Me gustaba ver como las palomas salían de las culatas y volaban por encima del caserío para sentarse en los tejados. Por las tardes parecía que todas las palomas salían de su escondite. Era impresionante observar las parvadas de palomas cafés, blancas, moradas y grises que sobrevolaban el pueblo.
Desde mi lugar privilegiado sentía que estaba por arriba de esas aves. Mientras ellas volaban por encima del caserío, yo las podía observar desde lo alto, porque desde ese lomerío se puede ver todo, no sólo la rutina de las palomas, también la vida de las personas que se iban caminando rumbo a la cabecera municipal o estaban metidas en sus quehaceres.
Mi mamá, mis hermanos y yo, llegamos a El Ticuí en 1978 y nos instalamos para vivir en la calle Progreso del Sur. En ese tiempo estaban saqueando la fábrica, yo fui por una rueda con la que hice una carretilla de madera para acarrear leña. Con el tiempo la rueda vendida como fierro viejo. Crecimos bajando guamúchiles en la orilla del río, camaroneando y cortando escobillas para hacer escobas que con el tiempo fueron sustituidas por las varillas de palaba, porque la escobilla se extinguió. En ese tiempo El Ticuí se dividía en: El Barrio del alto, Las Cortinas, El Trueno y El amate.
¿Donde vives?
-En El Ticuí
Allá donde matan a pedradas… Era la respuesta de la gente cuando les decía donde vivía. Tal vez lo decían por los muertos a pedradas que amanecían en el playón. Pero también había una rivalidad entre ticuiseños y los “Indios Camaroneros” de la cabecera municipal.
El atoyaquense Salvador Ruíz Fierro dice: “No se sabe el origen de la rivalidad entre atoyaquenses y ticuiseños, la cosa es que se apedreaban y la línea fronteriza era el río. En el Cuyotomate, cuando estaba echado en la arena, cayó una piedra junto a mí y mis amigos pasaron corriendo alejándose del río. Eran los ticuiseños que nos estaban apedreando. Yo también corrí y cuando pude respirar entre jadeos me preguntaba por qué ese pleito. Nunca lo supe. Pero ahora El Ticuí es una colonia de Atoyac y ya no existe esa rivalidad. Dentro de poco tampoco existirá el río”.
El ticuiseño Filiberto Méndez escribió que la costumbre de pelear a pedradas de los ticuiseños surgió en 1930, cuando la palomilla de Atoyac, “siempre atravesaban el río para robarnos los mangos de la huerta que estaba al otro lado del canal y que según nosotros nos correspondía, los agarrábamos a pedradas. Como teníamos fama de campeones de la piedra, no se iba ninguno sin su alcancía en la cabeza”.
Eran los tiempos de la banda pesada de Alfredo Armenta, El Presumido, Bartolo Ríos, El Diablo Verde, Antonio Martínez, El Pechón, Gilberto Sánchez, La Rata, Rogelio Soberanis, Balester Hernández, El Cuche, Aquilino Salas, La Laura y Juan Chávez, El Serio. Estaban también Chucho patitas y Cucho Patotas, por ser uno de piernas largas y el otro las tenía cortas.
Los niños que ahora tenemos más de cuarenta años, nos divertíamos jugando a La Víbora de la Mar, al Tigre, la Gallinita Ciega, Milano, El Coyote, al Escondedero y al Stop. Pero uno de nuestros pasatiempos favoritos era irnos a bañar a La Poza, que estaba en el bombeo y donde todavía se sigue bombeando el agua para el pueblo en lo que se conoce como el sistema viejo. Pero La Poza profunda donde echábamos chavados es ahora únicamente un charco.
En los días festivos izábamos bandera a la seis de la mañana. Nos levantábamos a la cinco y allá íbamos todavía en la oscuridad. Cuando escuchábamos los primeros acordes de La Marcha de Zacatecas, comenzábamos a correr, el tocadiscos de la primaria se escuchaba en todo el pueblo.
También para ir a clases todos los días, corríamos a la escuela para llegar antes de que terminara La Marcha de Zacatecas, esa era la pieza que ponían los maestros de la primaria Valentín Gómez Farías para anunciar que ya se acercaba la hora de entrada o el regreso a clase después del recreo. Esa escuela se fundó 1932 y comenzó funcionando en unos cuartos de la fábrica. Mucho se recuerda al enérgico maestro Matías Hernández. Yo siempre recuerdo a mi maestra Francisca Serrano que me enseñó las primeras letras.
Los 9 de mayo a las 9 de la noche les cantábamos las mañanitas a las madres. Con faroles en mano recorríamos el pueblo. Había quienes se esmeraban y lucían unos faroles que eran verdaderas obras de arte. Estaban hechos de papel celofán o de china con una vela adentro. El desfile de esa noche era una verdadera exhibición de creatividad. 
El pueblo tenía su dinámica, un rastro y un tajón. Los que vendían desde tamales, carne u otros servicios se anunciaban en el tocadiscos. Que también servía para felicitar en los cumpleaños o enviar complacencias.
“Se les avisa que en casa de Evelia Juárez hay chicharrones”, se escuchaba en la bocina. Los pilinques de doña Evelia eran muy sabrosos, con limón y un plato de frijoles bien moliditos, una salsa de jitomate asado y unas tortillas de mano bien calientes. Era la comida de los domingos en El Ticuí. Doña Evelia hacía también muy sabroso el relleno de cuche.
Doña Francisca Flores, Doña Chica, vendía los cuchitos por las tardes, un pan a base de harina y piloncillo que tenía forma de marrano, bien dorados y con café eran un manjar.
Teófilo García el pabellonero tocaba un claxon de bicicleta en cada sombra que encontraba. Hasta la sombrita íbamos por nuestro raspado de grosella, limón o tamarindo. Desde que me acuerdo el mismo nevero recorre las calles de El Ticuí. Se llama Luis Castro con más de 30 años en el oficio, siempre va empujando su carretilla de madera pintada de rojo y amarrillo gritando “vainillaycocooo” o dejando salir un intenso silbido. Siempre trae de tres sabores: limón, vainilla y coco.
Tenían molinos de nixtamal: Adolfo Solís, Luis Pérez y Bonifacio Reynada, era donde llevábamos el nixtamal para moler. Las mujeres se acomedían para sacarnos la masa a los hombres. La voz de don Luis Pérez retumbaba en el sonido anunciando los productos que estaban a la venta. Las complacencias y las felicitaciones de cumpleaños eran donde Gabriel Barrera y Santos Martínez, la voz de Sara sonaba muy bonita. Gino anunciaba tamales y la película de la semana. Mucho exhibían películas revolucionarias, de los hermanos Almada, de Jorge Rivero o Angélica María. La primera película que vimos mis hermanos y yo, fue Mama soy Paquito con Pedrito Fernández. Era un desmadre el cine en El Ticuí, a veces tiraban hasta miados, en bolsas de plástico, a la mitad de la película. Ahí vimos La Niña de la Mochila Azul también con Pedrito Fernández. Había que llorarles a nuestras mamás para que nos dieran para el boleto. Atrás del cine estaba un guamúchil con grandes raíces donde algunos enamorados se comían a besos por las tardes.
El Ticuí tiene aun una pista de aterrizaje que se construyó en los tiempos que Enedino Ríos Radilla fue gerente de la fábrica. Se inauguró en 1935 con el aterrizaje del avión trimotor piloteado por un aviador de apellido Clevens, dice Wilfrido Fierro. Fue en ese campo aéreo donde aterrizó, el 8 de febrero de 1940, la aeronave que trajo los restos del líder agrarista Feliciano Radilla Ruíz.
Una vez aterrizó una avioneta muy temprano, cuando Conrado y yo íbamos por agua al canalón. Unas señoras nos pidieron les lleváramos unas maletas hasta el río y nos dieron una propina que para nosotros era mucho dinero.
En la pista caían aviones y los helicópteros eran el pan de cada día. Por largas temporadas venían los de la Procuraduría General de la República a combatir los plantíos de amapola. A pesar de la campaña, a muchas personas se les veía la prosperidad y las Cheyennes (camionetas de moda en los ochenta) se volvieron parte del panorama local. Los helicópteros antes de aterrizar en la pista, daban vueltas de reconocimiento por el pueblo. Se oía el sonido al despuntar los aparatos en los cerros. Los niños corríamos a verlos llegar, desde abajo les veíamos las letras de la matrícula. Todos los días levantaban el vuelo a las ocho de la mañana y se iban rumbo a la sierra,  regresaban ya en la tarde. Con ellos también venía una avioneta azul que despegaba temprano.
En el pueblo había muchos marranos sueltos y muy seguido pisábamos un excremento de cuche que tenía un olor difícil quitar. “Chiiiino, chiiiino, chiiiino”, gritaban mañana y tarde las dueñas de los marranos al mismo tiempo que sonaban la bandeja con maíz. Los cuches suspendían su deambular por el pueblo y regresaban corriendo con su propietaria para comer. Cuando llegaban los matanceros se hacía un escándalo, porque al agarrar un marranito la madre y la manada intentaban quitárselo a trompadas y a mordidas. La dueña tenía que agarrarlo con engaños para entregarlo al matancero que se lo llevaba en un costal.
En El Ticuí las bodas eran muy bonitas. Desde el viernes en la tarde las anunciaban en el tocadiscos de Santos Martínez o de Gabriel Barrera. Se escuchaba “Don Fulano de Tal los invita a la boda de sus hijos Zutano y Perengana, y mañana sábado los espera para que le ayuden hacer la enramada”, la voz de Sara era muy melodiosa.
Desde temprano, el sábado, los hombres del pueblo llegaban frente a la casa donde sería la boda y se organizaban. Unos se quedaban para hacer los pozos, otros iban por morillos y otros más traían las palapas verdes de las huertas de coco. Ahora no se pueden hacer enramadas por casi todas las calles están pavimentadas. Las bodas se hacen en la cancha o en centros sociales de Atoyac. Pero en aquel tiempo todo era fiesta, desde el sábado había comida, por la tarde cuando ya se había terminado la enramada, se organizaban los torneos de gallos. Julio Mendoza era la estrella en la tarde y muchos galleros del rumbo.
Catarino Hernández compuso Ticuiseña una canción que mucho se escuchó en la década de los ochenta: “Cuando yo me vaya /de esta tierra tan querida /una ticuiseña /llorando se va a quedar… Porque no ha querido /decidirse irse conmigo /grandes sufrimientos /son los que ella ha de pasar… Yo ya me voy, ticuiseña /llorando estarás, Ticuiseña”.


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