viernes, 23 de diciembre de 2016

Ciudad con aroma de café XIII


Víctor Cardona Galindo
El pequeño pueblo donde nací, se llama Los Valles, está enclavado en la parte media de la sierra de Atoyac. Ahí la gente tenía diversas formas de anticiparse a las calamidades que se avecinaban, se guiaban por las señales de la naturaleza. Cuando el cielo amanecía aborregado, con pequeñas nubes simulando borregos, era seguro un temblor de tierra, como sucedió el 4 de julio de 1971, cuando una gran sacudida derribó varias casas en los pueblos de la región.
El Zócalo de Atoyac en 1907 tenía un jardín sembrado
 de almendros y rosales, contaba con un modesto 
kiosco con techo de lámina. 
Foto: Archivo histórico municipal.

Había muchas cotorras, que ahora están en peligro de extinción. Mi abuela Victorina, distinguía el sonido de las cotorras cuando, por la noche, se cambiaban de un árbol a otro, eso era un mensaje que habría un temblor en la madrugada y despertaba a sus hijos para que estuvieran alertas.
Cuando las calandrias hacían sus nidos en las ramas más bajas de los árboles era anuncio que ese año azotarían huracanes. Cuando por la mañana se advertía un marrano cargando ramas sobre su cuerpo, ese día habría una tempestad. Esta premonición se reforzaba cuando todo el ganado vacuno salía solo de las huertas para ocupar las calles del pueblo, era segura la borrasca con vientos fuertes y tormentas eléctricas, así ocurrió el 26 de diciembre de 1971, cuando una fuerte lluvia fuera de tiempo cayó sobre el pueblo llevándose las cosechas de café de los asoleaderos.
Había una señal inequívoca cuando se avecinaba una peste para el ganado. Era la aparición del zopilote rey. De pronto sobre el pueblo sobrevolaba una parvada de zopilotes y en medio de ellos iba un zopilote totalmente blanco, que avanzaba volando lento en una sola dirección y todos los demás volaban en su derredor. Ese era el zopilote rey, nos anunciaba que comenzaría a morirse el ganado. Les caía el mal derriengue (rabia), por eso se morían y los esqueletos de la vacas adornaban los caminos.
Ahora la gente está indefensa ante los fenómenos naturales y epidemias, pues van muriendo los viejos que leían la naturaleza. Si no encienden el televisor y el gobierno descuida avisar, el desastre que venga agarra a la gente sin confesar. Ya vimos que las calamidades no se han terminado, ahí está la lección que nos dejaron los fenómenos naturales Íngrid y Manuel, las epidemias de influenza porcina, zika y chikungunya.
En el pasado Atoyac sufrió muchas epidemias. En 1833 hubo una pandemia internacional de cólera morbus que llegó hasta este terruño querido. De 1901 a 1905 esta ciudad fue atacada por la viruela causando numerosas muertes. Otro ataque de la viruela se vino allá por 1918. La gente decía que la causa de esta enfermedad era la mortandad que dejó la Revolución Mexicana, porque en varias partes de la región apilaban cadáveres, los rociaban con petróleo y les prendían fuego para quemarlos. Se decía que la manteca que salía de los cuerpos iba directo a los arroyos y por eso vinieron las enfermedades.
La viruela negra atacó muchas veces al municipio de Atoyac, hay testimonios de su presencia en 1944. Le llamaban la viruela de peste o viruela de clavo negro, porque cada grano tenía un punto negro que luego reventaba en pus. Acostaban a los enfermos en hojas de plátano, porque la ropa y las sabanas se les pegaban al cuerpo y al querer despegar la tela arrancaban pedazos carne.
El último ataque que se recuerda fue en 1964, cuando mucha gente padeció de viruela, de recuerdo quedó aquel verso: “Le dio la viruela /le dio el sarampión /le quedó la cara /como chicharrón….” Cacarecos dirían otros, al burlarse de los que por motivo de la viruela o el sarampión les quedó el cutis con cráteres lunares.
El sarampión también fue una epidemia recurrente, provocó muchas muertes sobre todo en los niños, el tratamiento era bañar al enfermo con agua de borraja para que sanara. Cuando alguien moría se decía que le dio sarampión cenizo, porque había, según los mayores, dos tipos de sarampión, el rojo y el cenizo, del rojo se aliviaban del cenizo no.
Muchos niños murieron por las epidemias de tos ferina o tos ahogadora. La gente vestía al enfermo con camisa roja para que se aliviara y cuando no obtenían resultado entonces recurrían a la medicina, aunque allá por el 1976 cuando se recuerda el mayor ataque de esta enfermedad, había pocos médicos en Atoyac. Pero además el remedio era simple, medio vaso de leche de burra negra y los chamacos se aliviaban, considero que se morían los niños cuyos padres no querían acudir a estos remedios. Con leche de burra negra se alivió mi hermano Javier de esa tos.
El bronquitis era común, era una epidemia, cobró la vida de muchos niños hasta 1975, el remedio era también muy simple, sin acudir al médico, mi mamá nos curó con una infusión hecha con un pedacito de concha de armadillo, cuatro temalcuanes y tres pedacitos de cáscara de cirian.
En esos años hubo también brotes de pelagra, que se decía trasmitía el marrano, ahora sabemos que es por falta de niacina en los alimentos. La pelagra era terrible, cobró la vida de algunos niños, decían que por dejarlos jugar donde dormían los cuches.
Para nosotros los atoyaquenses las epidemias habían quedado atrás, más de pronto nos amanecimos con la noticia que un nuevo contagio se cernía sobre el mundo, “la influenza porcina” provocada por el virus A (H1N1) misma que se dijo: venía de una combinación genética de virus de gripe humana, porcina y aviaria, cepa que aparentemente se originó en Canadá pero que le pegó a nuestro país entre marzo y mayo de 2009.
Primeramente se publicó en los medios la presencia de una onda cálida en todo el país con temperaturas hasta de 45 grados centígrados. Luego se habló de las primeras 20 muertes por influenza estacional, a partir del 18 de marzo, que se detectó el aumento inusual de la enfermedad. Nada más en el DF para ese entonces había 13 defunciones. Se hablaba de vacunar 500 mil trabajadores de salud y los medios ya se referían a un virus mutante y del temor a una pandemia. En Estados Unidos ninguno de los infectados por ese raro tipo de influenza había tenido contacto con cerdos. La Organización Mundial de la Salud (OMS) analizaba ya emitir una alerta global.
En la Ciudad de México se suspendieron todas las actividades públicas, se cerraron las escuelas, restaurantes, teatros y centros nocturnos y se cancelaron las misas. No se permitieron eventos masivos en la catedral ni en la Basílica de Guadalupe. Lo medios masivos de comunicación propiciaron el pánico.
Se comenzó a recomendar: “cubre tu nariz y boca con un pañuelo desechable o utiliza el antebrazo al toser o estornudar; lavar las manos después de toser o estornudar; procurar no asistir a lugares concurridos, evitar saludar de mano o beso al estar enfermo, además de no compartir vasos, platos o cubiertos con personas enfermas”. La enfermedad se caracterizaba porque el paciente presenta fiebre súbita de 39 o 40 grados, dolor de garganta, tos sin expectoración y podía ocasionar malestar extremo durante varios días.
El lunes 27 de abril parecía un día tranquilo a no ser que por la mañana comenzaron a verse personas con cubrebocas y comenzó la psicosis, la gente decía que ya había dos casos en el hospital general, lo que resultó falso, pero en eso estábamos cuando faltando unos minutos para las 12, se registró un sismo de 5.7 grados con movimientos trepidatorios y oscilatorios, lo que aumentó el pánico y los rezos en la región “es que diosito ya no nos quiere por pecadores”, decía una señora donde paso a desayunar.
Ya para el martes 28 se habían suspendido las clases, en todas las escuelas, se dispararon los precios de los cubrebocas de 50 centavos, llegaron a costar 10 pesos; los sastres comenzaron fabricar cubrebocas de telas por pedidos. También escasearon los productos farmacéuticos con vitamina C. Siendo el miércoles 29 de abril se agravó la psicosis, porque llegaron masivamente los estudiantes y atoyanquenses que radican en el Distrito Federal, Estado de México y Morelos. Personal de la Secretaría de Salud repartió cubrebocas en la terminal.
Se demostró que nuestro país no estaba capacitado para enfrentar la epidemia, pues la Secretaría de Salud enviaba sus muestras hasta Atlanta. “La muestras que se presumen son positivas en la entidad, son enviadas primero a la Ciudad de México, para luego pasar a los laboratorios de Atlanta, en los Estados Unidos, o bien a Canadá o Japón donde se tiene la infraestructura para llegar al diagnóstico final de la fiebre porcina”, decía un funcionario de salud.
El 29 de abril se publicó la noticia que la OMS reconocía 79 casos en el mundo y pedía a los países en desarrollo prepararse para una pandemia. Porque “la gripe española de 1918, que dejó millones de muertos, comenzó igualmente de manera suave”, para esas fechas en México se confirmaron 26 casos y un grupo de expertos de Estados Unidos y la Gran Bretaña trabajaban en el antídoto.
El jueves 30 el Ayuntamiento de Atoyac, suspendió labores por la contingencia, mandó a cerrar los centros nocturnos, restaurantes y todos los negocios de comida, sólo estaba autorizada comida para llevar. Se suspendieron por primera vez, desde que tengo uso de razón, los festejos del Día del Niño y Día de las Madres. El Ayuntamiento anunció que no festejaría a los pequeñines el sábado 2 de mayo como tenía previsto.
Ese mismo jueves por la mañana, una avioneta blanca con franjas verdes, realizó vuelos rasantes por toda la ciudad y soltaba un líquido blanco, lo que fomentó la psicosis colectiva. Decía una vecina, ya nos cerraron los negocios, nos quieren tener encerrados en nuestras casas, y ahora nos están fumigando ¿Para qué? Más tarde, Marcos Villegas, El Campanita, confirmaría que la avioneta aterrizó en El Ticuí y que estaba fumigando las plantaciones de mango, para combatir la mosca de la fruta. Y si fumigaba en la ciudad es porque dentro de la mancha urbana hay muchos árboles de mango y que el “mosquicida” era inofensivo para la gente.
Para el colmo de los males el día primero de mayo, amanecimos todos temerosos, porque estaban llegando muchos chilangos con toda y su familia. Algunos paisanos pensaron refugiarse en la sierra, huyendo de los chilangos, “allá el aire está limpísimo”. Luego vuelve a temblar por la tarde, 4.7 grados con epicentro en Acapulco. “Si de por si andamos temblorosos del cuerpo y ahora nos tiembla la tierra”, comentaban algunos vecinos.
En el mercado Perseverancia la venta da carne de puerco disminuyó un 90 por ciento, causando grandes pérdidas para los comerciantes. La iglesia Santa María de la Asunción no suspendió sus celebraciones como sí ocurrió en la Ciudad de México. No se supo en qué momento se le comenzó a llamar a la enfermedad “influenza humana”. Porque ya no se vendía la carne de puerco, tanto que el presidente Felipe Calderón tuvo que invitar en el jardín de Los Pinos, a los funcionarios y a la prensa, unas carnitas al estilo Michoacán para demostrar que no era malo consumir carne de cerdo.
Finalmente de 59 casos de influenza humana probados en Guerrero ninguno fue de Atoyac, únicamente se presentaron cuatro casos de influenza estacional. Cuando había 33 países afectados por el virus, inexplicablemente, en México se anunció que la enfermedad estaba controlada. Y el 14 de mayo regresaron a clases los estudiantes de nivel medio superior y superior. El 18 volvieron a clases los niños, al entrar a la escuela les desinfectaban las manos con gel antibacterial y los que llevaban moco fueron regresados a sus casas.
La gripe A (H1N1) sigue en el mundo, en enero de este año le pegó a Rusia y el virus ha mutado desde que se descubrió en el 2009. “Porque el virus de la influenza tiene mutaciones continuas y no es posible erradicarlo, por lo que deberá convivirse con él y formular los antivirales y vacunas que puedan prevenir una pandemia”, señaló en mayo de 2009 el doctor Jaime Bustos Martínez, profesor-investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
El experto en Virología y Biología Molecular comentó aquella ocasión que sólo fue posible erradicar la viruela en el mundo con la vacunación de la población internacional y en lo que respecta al virus de la influenza A/H1N1, sería necesario vacunar no sólo a los seres humanos, sino a mamíferos y aves, lo que es una “empresa imposible”.
Como se ve las epidemias seguirán azotando a la humanidad, por eso los atoyaquenses deberíamos volver a nuestras raíces ancestrales, rescatar los conocimientos de la herbolaria local y aprender a leer las manifestaciones de la naturaleza.






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