domingo, 4 de diciembre de 2016

Ciudad con aroma de café X

Víctor Cardona Galindo
La gente ha dado por llamar “Club de los pájaros caídos” al grupo de viejitos que se sientan todos los días a platicar en el Zócalo cerca de las escaleras del kiosco y alrededor de la fuente. Otros le dicen “las bancas de los chismosos”. Para mí es un lugar donde nuestros mayores cultivan su amistad y se acercan para saber de los amigos. Ahí llega mucha gente de las comunidades, por eso la plaza principal de la ciudad es un lugar de encuentro.
Desde 1996 al 2010 la plaza principal de la ciudad 
lució esta fuente con la figura de una amapola. 
El arquitecto Eduardo Arroyo Valadez, constructor 
del zócalo, quizá sugirió con ese diseño que no sólo 
de productos lícitos vive Atoyac. 
Foto: Víctor Cardona Galindo.

Nuestro Zócalo se llama Plaza Morelos, antes se conocía como Jardín Morelos, no se tiene el dato preciso de cuando las autoridades municipales lo bautizaron con ese nombre. En los mítines se refieren a la plaza cívica de Atoyac, como el lugar donde escribieron muchas páginas de la historia del movimiento social en Guerrero.
Doña Juventina Galeana Santiago escribió la Historia del Jardín de Atoyac y de ella retomamos estos datos. En el año de 1884, Atoyac era un pequeño poblado y siendo su presidente municipal Feliciano Castro, se acordó que frente al Ayuntamiento y frente a las casas que conformaban el centro, estaría un jardín sembrado de almendros. El alcalde vio la urgente necesidad también de tener un kiosco que fue construido con techo de lámina. Durante los años de 1908 y 1909, en la gestión del alcalde Gonzalo García se instalaron bancas de hierro y se construyó un nuevo kiosco con madera de la región.
Nuestro cronista por excelencia Wilfrido Fierro Armenta escribió: “Cuentan que para realizar esta obra exigían a los presos trabajar en ella como castigo. También plantó el primer jardín y edificó el primer kiosco, construida la primera parte de adobe y la segunda de madera con techo de lámina de cinc y en cuyo templete solían darse audiciones musicales los domingos y durante las fiestas patrias”.
Para 1923 el presidente Andrés Galeana Claudeville, instaló en el jardín Morelos y en el centro de la población el primer alumbrado con faroles, usando para el caso quinqués que funcionaban a base de petróleo. En 1927 Manuel Ríos en su carácter de presidente municipal ordenó la siembra de palmeras.
El 1930, con el permiso del Ayuntamiento que presidió José Radilla, la señora Mariana Herrera construyó en el Jardín Morelos la primera refresquería, hecha de madera y techo de teja y de igual manera autorizó al señor Apolinar Gil Herrera, construir en la parte sur, una pista para bailes con una caseta para depositar hielo. Rosita Santiago Galindo recuerda que la plaza estaba llena de bancas donadas por comerciantes, había una refresquería que vendía bebidas de jarabe mezclado.
Durante los años 1932 y 1933, Pedro Alcaraz, Feliciano Rivera y Leandro Órnelas instalaron las primeras vendimias de agua fresca con hielo raspado en las esquinas norte del citado jardín.
En 1933 un primer carro entró a la ciudad y le dio la vuelta al jardín. Era un carro de carga de redilas amarillo, propiedad de la familia H. Luz y a verlo pasar toda la gente corría atrás de él, recuerda Rosita Santiago Galindo. Después otro carro llegó frente a la escuela Juan Álvarez, era una camioneta de redilas grande de color azul con bancas incrustadas a su interior para trasportar pasajeros, se llamaba El Gaucho y llegó poco después otra camioneta roja que se denominaba El Rosita.
Dice doña Juventina que con Antonio Rosas Abarca como alcalde en 1934 se volvió a arreglar el Zócalo, con bancas de cemento donadas por personas influyentes del lugar: Félix Galeana Franco, Justino Mendoza, Onofre Quiñones, Jerónimo Luna, entre otros, así como de la fábrica de Hilados y Tejidos de El Ticuí. El jardín lucía las flores más bellas de la región, sembradas y cuidadas por hermosas doncellas de la cabecera municipal, a quienes se les asignaban espacios para que conservaran bellos y hermosos los rosales.
El presidente de la Junta de Mejoras Materiales y Embellecimiento del jardín era Justino Mendoza Pita y estaban en el comité Delfino Meza, Francisco F. García y el árabe Gabriel Zahar, cuando se plantaron los primeros arboles de mango y tamarindo. Posteriormente los jardineros Jaime Ríos, Fortino Galindo y el cronista Wilfrido Fierro sembraron nuevos tamarindos.
Carrera de encostalados en 1967, frente a la escuela primaria del 
estado Juan Álvarez, en la calle que era la entrada principal al zócalo
 de la ciudad. Foto tomada de internet

En 1942, durante la actuación del señor Gregorio Sarabia, como presidente municipal al ser demolido el primer puesto de refrescos, se construyeron con material de concreto otras refresquerías como: El Trópico y La Marina, propiedad de Wilfrido Fierro Armenta y José Esteves Galeana. Después Manuel Galeana Franco construyó La Flor de Atoyac.
Las refresquerías estaban a la orilla del Zócalo, recuerda la tía Rosita, el primero que comenzó a vender refrescos en una carretilla fue don Pedro Alcaraz, era hielo raspado y le decían pabellones. Luego en trastes de barro y en ollas como barril pasó a vender agua con hielo “agua fresca de tamarindo”. Después la gente comenzó a poner changarritos en el Zócalo, en la esquina de la calle que baja para los bancos estaba don Pedro Alcaraz, ahí había otras dos que la tía Rosita no se acordó de sus propietarios. La cuarta refresquería era de Aurelia Santiago esposa de Patricio Rosas, El Cuco Rosas; la que seguía era de Celerina Cabañas. Frente al Ayuntamiento estaba la de Wilfrido Fierro que se llamaba El Trópico y luego seguía José Estévez Galeana con su refresquería que se llamaba La Marina esos eran puestos grandes. En ese tiempo en el Zócalo se hacían enramadas para bailes y jugadas de gallo.
Durante la gestión de Florentino Gallardo en 1943, ordenó la construcción de un nuevo kiosco, que fue concluido e inaugurado en 1948 siendo ya presidente municipal Benjamín Luna Venegas y alrededor del jardín se colocó malla ciclónica para la protección de las plantas.
A solicitud del comercio y del Ayuntamiento que encabezaba Benjamín Luna Venegas a partir del 12 de septiembre de 1948, la fábrica de El Ticuí proporcionó el servicio eléctrico a la ciudad de Atoyac, la primera línea que se tendió fue de bajo voltaje y se concretó solamente al alumbrado del jardín Morelos, pues esa fecha se inauguró el kiosco, posteriormente y por cuenta de la misma empresa fue modificada para corriente alterna, dando un servicio de alumbrado a la mayor parte de la ciudad.
El año 1951 el presidente municipal Juan Panó Ríos, siguió autorizando posesiones para la venta de refrescos y cervezas cubriéndose totalmente la acera poniente y también autorizó la construcción de puestos de ropa alrededor del jardín como el de “Los Barateros” y otros más. En 1959, siendo presidente municipal Benito Fierro Fierro, se cambió el ornato del jardín, se sembraron pastos, rosales y palmeras. Durante la gestión de Luis Ríos Tavera, se invitó al doctor Raymundo Abarca Alarcón gobernador del estado, a la inauguración del embanquetado de granito del jardín.
La administración Félix Roque Solís de 1961 a 1962 siguió autorizando la instalación de refresquerías y cervecerías alrededor del Zócalo.
El 28 de diciembre 1966, siendo presidente municipal Manuel García Cabañas tiraron el kiosco y las bancas de granito fueron enviadas a la cancha deportiva Silvestre Mariscal, hoy unidad deportiva Francisco Ruíz Gómez. En el mes de marzo de 1967 en lugar de un kiosco se construyó una fuente, que solamente sirvió de basurero. En marzo de 1982, siendo presidente municipal Ladislao Sotelo Bello trajo al gobernador del estado Alejandro Cervantes Delgado para inaugurar el nuevo kiosco.
En 1991, el Zócalo y las casas de alrededor se pintaron de un solo color. Los policías que vinieron con sus perreras a desalojar a los perredistas que tenían tomado el Ayuntamiento, hicieron ese trabajo, el centro parecía cuartel y hombres vestidos de azul con armas largas estaban por todos lados. El Zócalo es fuente de muchas historias y los habitantes de las comunidades que vienen a la ciudad y no visitan la plaza es como si no hubieran venido.
La plaza Morelos también fue remodelada por la alcaldesa María de la Luz Núñez Ramos y Eduardo Arroyo Valadez fue el arquitecto que planeó los cambios, le construyó una fuente con una amapola en el centro, plantó ficus y truenos, derribó los tamarindos por los que se hizo un escándalo, “eran árboles históricos”, argumentaban algunos vecinos. Antes que los tamarindos estuvo un árbol de zopilote grande y frondoso, los mangos también eran ya muy viejos.
En 1996 durante el interinato de Wilibaldo Rojas Arellano se inauguró la remodelación con nuevos árboles y pasto. La plaza se veía hermosa, pero por las noches se tuvo que lidiar con algunos marranos sueltos y burros que llegaban a comerse el pasto.
El canadiense Peter Martín Pierre, El Señor Sol, de 63 años de edad fue detenido por la policía preventiva de Atoyac el 21 de enero del 2004, porque –se dijo- quiso raptar un menor. Pero al intervenir el consulado de Canadá fue liberado dos días después.
A ese Gringo le gustaba sentarse cerca de la fuente, junto al Club de los pájaros caídos, los paraíseños le llamaban El Señor Sol. Aquel día estaba sentado en una banca, cuando pasó un niño y lo llamó para darle una paleta, el menor se soltó a llorar. El Señor Sol quiso abrazarlo para consolarlo, entonces el niño corrió asustado como si alguien quisiera matarlo. La gente se alborotó, se formó un escándalo y llamaron a la policía. Fue en esos días que detuvieron en Acapulco una banda de gringos pederastas, la gente estaba azorada, por eso El Señor Sol fue detenido y llevado a la cárcel municipal, donde un grupo de padres de familia de la escuela Juan R. Escudero lo quería linchar, la policía lo impidió y lo mantuvo encerrado hasta que el consulado de su país vino por él.
Algunos habitantes de Hacienda de Cabañas y de El Paraíso lo defendieron porque no tenía antecedentes de pederastia, era un gringo ecologista que cuidaba una poza en El Paraíso, dicen que se la pasaba sumergido en el agua donde sacaba unas piedras a las que les sonaban algo por dentro. Sin embargo la gente que lo acusó no entendió razones. De esa manera se fue del país El Señor Sol y abandonó su poza de El Paraíso y a sus amigos de Hacienda de Cabañas.
El presidente Armando Bello Gómez también modificó el Zócalo, le quitó el adoquín que le había dejado María de la luz y lo sustituyó por concreto estampado, les alzó el pretil a las jardineras y les puso herrería para protegerlas de los transeúntes y de los chamacos traviesos que todo destruyen. Con esos cambios también desapareció la amapola de la fuente. La visión del arquitecto Lalo Arroyo era que el adoquín permitiera que el agua se incorporara a los mantos freáticos y tenía el sueño que a los costados del obelisco, erigido en honor al guerrillero Lucio Cabañas Barrientos, se inscribieran los nombres de todos los luchadores de Atoyac, desde la guerra de independencia hasta nuestros días.
Con la remodelación que le hizo Armando Bello la plaza se ve amplia y bonita, ganó espacio frente al kiosco. Por la tarde adolescentes con bicicletas hacen piruetas. También llegan los skatos con sus patinetas a practicar. La paletería Tocumbo que cambió su nombre a La Flor de Guerrero tiene dos sucursales en las esquinas norte de la plaza. Esta cadena de neverías y paleterías viene de la misma tradición de la mundialmente famosa Michoacaca. El hotel Catedral luce amarillo con su vista a la plaza y a la parroquia. El grupo “Brokensouls” de Breaking en ocasiones ensaya sus coreografías frente al edifico del DIF o en el kiosco.
Por la mañana hay mucho bullicio en la plaza, en cada esquina hay vendedores de mango, en el costado derecho yendo hacia la parroquia están los boleros de zapatos. En cada esquina hay un dulcero, todo el día hasta la noche alrededor del auditorio al aire libre que está al norte se colocan diversas vendimias desde taqueros, vendedores de plátano y papas fritas. Venden pozole tortas y hasta pan. Hay quien ofrece cocos frescos, churros y aguas frescas.
Al norte de la plaza casi frente a la iglesia ya dio por instalarse un “escuadrón de la muerte”, conformado por un numeroso grupo de teporochos y borrachos desahuciados que ayudan a cuidar los coches que se estacionan en la zona y a cambio piden una moneda para seguirse emborrachando. Los vecinos protestan porque en todos lados hacen sus necesidades, dan mal aspecto y  asustan a los niños que van a parque infantil que está en las esquina de la plaza, pero ellos siguen reproduciéndose. Nadie les pone atención, aunque si hurgáramos en el árbol genealógico de esos borrachitos perdidos, encontraríamos que pertenecen a las familias más tradicionales de ésta ciudad. En momentos nuestro Zócalo luce descuidado, se robaron algunas bancas, a veces los jardineros abandonan su labor y las plantas se van secando.




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