domingo, 6 de noviembre de 2016

Ciudad con aroma de café VI


Víctor Cardona Galindo
No vale nada la vida
Nos jugamos la vida al filo de la navaja pero nos asustamos con el canto de la ticuiricha. Porque del rayo te salvas pero no de la raya. Por eso los hombres valientes de los corridos mueren en la raya. “Yo represento a Genaro, quiero morir en la raya”, dice el corrido a Lucio Cabañas.
Altar montado en la escuela preparatoria número 22
 en honor a la médica Adela Rivas Obé, quien 
fuera egresada de la Universidad Autónoma de 
Guerrero, trabajadora del Instituto Mexicano
 del Seguro Social, desaparecida en Zihuatanejo
 y después encontrada asesinada. 
Foto: Víctor Cardona Galindo.

“Cuanto no te toca aunque te pongas y cuando te toca aunque te quites”. Mi papá cuenta la historia de un Rey del oriente a quien los saurines le dijeron que su hijo moriría de un piquete de alacrán. Entonces reunió a todos los consejeros del reino quienes le sugirieron mandar a su hijo a una provincia donde no hubiera alacranes. Pero cuando llegó allá la gente le preguntó porque viviría con ellos. Entonces les contó que los saurines dijeron a su padre que moriría de un piquete de alacrán. Esos provincianos no conocían los alacranes y le preguntaron cómo eran. Para mostrarles dibujó uno en el suelo. Y la gente quiso saber – ¿y éste por dónde pica? –y él les dijo –por aquí, –poniendo el dedo índice en la cola y luego murió. El dibujo le picó. Es que esa era su raya. Por eso por más que te cuides la muerte llegará algún día y te encontrará en el lugar menos pensado.
Hay un cuento que me fusilé de internet que ilustra bien la creencia que tiene el pueblo de Atoyac sobre la muerte.
Vivía en Bagdad un comerciante llamado Zaguir. Hombre culto y juicioso, tenía un joven sirviente, Ahmed, a quien apreciaba mucho. Un día, mientras Ahmed paseaba por el mercado de tenderete en tenderete, se encontró con la Muerte que le miraba con una mueca extraña. Asustado, echó a correr y no se detuvo hasta llegar a casa. Una vez allí le contó a su señor lo ocurrido y le pidió un caballo diciendo que se iría a Samarra, donde tenía unos parientes, para de ese modo escapar de la Muerte. Zaguir no tuvo inconveniente en prestarle el caballo más veloz de su cuadra, y se despidió diciéndole que si forzaba un poco la montura podría llegar a Samarra esa misma noche. Cuando Ahmed se hubo marchado, Zaguir se dirigió al mercado y al poco rato encontró a la Muerte paseando por los bazares.
– ¿Por qué has asustado a mi sirviente? – preguntó a la Muerte.
– Tarde o temprano te lo vas a llevar, déjalo tranquilo mientras tanto.
– No era mi intención asustarlo –se excusó ella– pero no pude ocultar la sorpresa que me causó verlo aquí, pues esta noche tengo una cita con él en Samarra.
Es obvio que nadie puede salvarse de la muerte, esa siempre es pareja, porque para pobres y ricos, “la tumba es mismo agujero” dice Cornelio Reyna. Por eso Macario solamente con ella compartió la gallina que no quiso darle ni a sus hijos. Es natural que la gente se muera de forma natural, pero ahora lo más natural es que la muerte llegue violentamente. No es nada nuevo porque aquí siempre ha existido una cultura de la muerte, aunque no tan acentuada como ahora.
Una mujer de la sierra me dijo un día, que de buenas o de malas su casa era mi casa. Eso quiere decir que me puedo “enfierrar” a un cabrón y esconderme en su domicilio. En la sierra de Atoyac la muerte es una referencia. En las camionetas de pasajeros cuando preguntan en el camino, donde te encontraste a fulano, contestan –ya iban llegando donde mataron a zutano. – ¿Cuándo nació tu hijo? –tres días después que mataron a Demetrio.
Y es que mucha gente está siempre pensando en matar. Es común escuchar expresiones: “Deja que se atraviese un hijuelachingada a ver si no le doy sus balazos”. Me dijo una abogada en el Ministerio Público: “el que tiene una pistola en su domicilio es que tiene toda la intención de matar”. Por eso la muerte es fácil y parece que de un tiempo acá todos tenemos miedo de morir violentamente, hay miedo en el ambiente, “por las cosas que se han visto”, aunque hay gente que disfraza su miedo diciendo: “Si lo mataron, es que en algo andaba, a nadie matan nada más porque si”, es una forma de auto convencerse de que están seguros si no se meten en malas cosas, y muestran una falsa seguridad.
En el pasado, cuando la gente estaba muy jodida, para matar cubrían el cuchillo o verduguillo con sangre de escorpión, a partir de ahí el arma tenía dedicatoria. Así mataron al general Amadeo Vidales Mederos, con un piquete de verduguillo bañado con sangre de escorpión por eso no sobrevivió a esa lesión que no “era mortal por necesitad”. Los valientes se batían a duelo con su gabán en un brazo y su cuchillo en otro. Cuando los rivales se encontraban en un camino se batían a duelo a machete limpio, la calle Agustín Ramírez escenificó muchos encuentros a machetazos, cuando los rivales se encontraban en la plaza se retaban y a veces por puro gusto “se quitaban el hipo”. Y cuando alguien caía se escuchaba decir: “hasta nunca  mi gabán”.
Ahora la muerte llega, de muchas maneras viene a encontrarnos en la raya. Por ejemplo: 7. 62 es un vector de la muerte, 9 milímetros son capsulas dolor y odio. En los últimos años la muerte llega por tener un gran corazón, de manera dulce nos despedaza el cuerpo o lentamente nos corroe por dentro, ha venido con el escozor de un piquete de zancudo, a veces viaja en dos y cuatro ruedas cargando capsulas mortíferas, encontrando a los hombres y a las mujeres en la calles, en los caminos, saliendo o rumbo a sus trabajos. A veces por temor a la muerte no queremos salir de nuestras casas, ni comer porque nos agobian los triglicéridos, el ácido úrico o el colesterol.
En las calles de mi ciudad es común ver en los negocios botes con letreros: “Ayúdame a regresar con mi familia”. Es el medio por el que los seres queridos de las víctimas solicitan apoyo. Todos aceptamos este lastre, callados. Nadie dice nada y tímidamente depositamos una moneda. Aunque muchos ya no regresen a sus hogares. Tal vez la muerte los encontró y no sus familiares. Están desaparecidos.
Atoyac tiene fama de ser violento, pero en otros tiempos los muertos tenían sentido, se moría por honor, por pasión política, por la familia, por una nalguita, por la defensa del bosque o la tierra. Nuestros muertos eran queridos, recordados y muy llorados. Reivindicados.
De pronto nos invadió esa muerte sin sentido que da vergüenza, los muertos no son recordados ni tan queridos y nadie los reivindica. Ni siquiera sus familiares. Esa es la realidad de la última ola de violencia que nos invadió. Las calles se han teñido de sangre de jóvenes que en un momento les faltaron sus padres, amor y comida. Son jóvenes a quienes la sociedad les negó respeto, ellos tomaron el respeto por asalto y ahora les falta la vida. Hay cuerpos que van a la fosa común del panteón de San Jorge en la colonia Libertad, porque aunque los conozcan sus familiares tienen miedo de reclamarlos.
En el pasado, la falta de un himen en su lugar, costaba la vida. Cuando una mujer se casaba y no manchaba las sábanas blancas la pagaba el novio anterior, aunque nada tuviera que ver con la falta de esa membrana. Hubo quienes se mataron por pelear una mujer y el poner un poste dentro del terreno del vecino le costó la vida a muchos. Si alguien se robaba a tu hermana y no se casaba había que vengar la afrenta, unas vacas macheteadas cobraron la vida de algunos campesinos. Hay quienes han muerto por robarse una motosierra, mangos o unas cuantas vacas. A veces ser exitoso cuesta la vida y también meterse en negocios que por su naturaleza se carga el alma en un hilo.
Para matar también se tienen creencias. Cuando el muerto cae boca abajo hay que voltearlo, porque si queda en esa posición el asesino no se va, no puede irse y el muertito puede ser vengado con facilidad por sus amigos o familiares. “Por eso hay que regresarse para voltearlo con el pie”, instruía mi mentor en turno cuando andábamos trabajando de peones chaponando una huerta de coco, “en este ambiente a veces tienes que pelar a un cabrón para que los demás te respeten”, decía.
Para vengar hay un ritual. Al difunto matado sus familiares le ponen un tostón (moneda de cincuenta centavos) bajo la lengua, esa vieja monedita de cobre acuñada en 1916. Dicen que es para que el difundo no se vaya, ayude a vengar y pueda atravesar al más allá después que estén muertos también sus asesinos. Este ritual hace recordar que en la antigua Grecia, los difuntos eran sepultados con un óbolo (moneda) debajo de la lengua o en los ojos, para que, una vez que el alma de la persona alcanzara el mundo subterráneo del Hades, pudiera pagar al barquero Caronte  para poder pasar a través del río. Aquellos que no tenían la cantidad suficiente, o cuyos amigos habían rechazado dar los ritos apropiados del entierro, esperaban durante cien años en la ribera del Aqueronte, hasta que Caronte accedía a posarlos sin cobrar.
Existen casos en que los asesinos llegan por las noches al camposanto después del entierro, desentierran al difunto y le sacan la moneda de cinco centavos que tenía debajo de la lengua. Luego lo vuelven a enterrar con la seguridad de que no será vengado.
A los muertos que no están enterrados en el Camposando algunos “iniciados” van por las noches a pedirles favores y a cambio le dejan un cinco de cobre por cada favor. Hay  muchos rituales para pedir la muerte de alguien, algunos le dejan recaditos a la imagen de Santo Entierro. También está la creencia que cuando el difunto va aguadito se llevará más gente, hay quienes relacionan la muerte de sus familiares con ciertos sueños.
“El que muere por su gusto hasta la muerte le sabe”, como mi abuelo Agustín Galindo que se murió por el chupe y como otros que siguen pegados al alcohol a pesar de que le están pagando el pasaje a la muerte en abonos. El abuelo Mateo cuando le pedían que dejara de beber contestaba, “Mijo ve vas a quitar el gusto”.  Bueno aunque dice la canción “que sólo borracho y dormido no se siente lo jodido”.
A veces nos referimos a la muerte con dichos. – ¿Conociste a fulano de tal? –Sí, –nos lo cafeteamos ayer. Así se dice de la asistencia a un velorio reciente, porque el mejor café se da en los velorios y gratis. A veces el café es con piquete, y otras veces el piquete lo dan después.
La muerte es un honor cuando se muere peleando de frente, “malaya quién dijo miedo si para morir nací”. La muerte es una vergüenza cuando se muere de espaldas corriendo o pidiendo perdón al enemigo. Aunque mi compadre Toño Peralta dice que es preferible que digan: “aquí dejó el chorro de cuita a que digan aquí quedó el charco de sangre” o es lo mismo más vale que digan: “por aquí corrió y no aquí quedó”. Aunque llegado el momento “de que lloren en mi casa mejor que lloren en la ajena”.
“Cállese, que para eso nacieron los hombres”, le dijo una madre a su nuera cuando aquella lloraba al recoger el cuerpo de su marido. Luego la madre soltó una sentencia: “A los que te hicieron esto hijo, los van encontrar por los zopilotes”, es decir ahí la muerte tendría mucho trabajo.
Para morir cualquier día es bueno, porque como canta José Alfredo Jiménez “No vale nada la vida, la vida no vale nada”, y además “cuando la muerte se inclina para llevarse a los mortales, no valen ni medicinas ni vidas artificiales ni un buen caldo de gallina con todos sus materiales”, dice la letra de El Querreque. Un borracho grita en la calle: “Hay culos mátenme a pedos que quiero morir apestoso”, en clara referencia a los vecinos que viven criticándolo.
“Eres bueno para ir a traer la muerte”, dicen de aquellos que llegan tarde o se tardan en un mandado. Aunque de acuerdo a la moraleja del cuento de Francisca y la muerte, únicamente se mueren los güevones. Los flojos pues.
“Me enamoré de la muerte /para asegurar mi vida /ahora me siento fuerte /porque la tengo parida”, dice un verso costachiqueño.
“Velo y mortaja del cielo baja”, cuando hablan de casorio y velorio. “Solo la muerte es pareja” cuando se ha recibido una afrenta o un desprecio. “Cuando te mueras nada te llevas”, “la vida es tan solo vanidad”, “polvo eres y en polvo te convertirás”, dicen otros ofendidos. “Cayendo el muerto y soltando el llanto”, se comenta cuando se está pidiendo el pago por una mercancía y se ofrece su entrega inmediata. “Sobre los muertos las coronas”, cuando se pide iniciar algo sin estar pensándolo tanto.
“Malaya quién dijo miedo si para morir nací”, cuando se habla de entrarle al trabajo con decisión o emprender un camino que se muestra difícil. “Se espantan de la mortaja y se abrazan del muerto”, se dice de los escandalosos y mitoteros. De los admirados también. “No tiene ni en que caerse muerto”, dicen de los jodidos.

Pero luego “el muerto al pozo y el vivo al gozo”, “quedó buena la viudita”, “que me dejó mi pariente” y si muere un familiar pobre, ni gusto da y más si vamos a pagar el velorio. Este 1 y 2 de noviembre nos visitaran los difuntos, vendrán a llevarse el aroma de las comidas y de las bebidas que tanto les gustaban.

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