Víctor Cardona Galindo
Ignacio
Zamora Román fue detenido el 17 de agosto de 1974 por soldados del 19 Batallón
de Infantería que lo bajaron de un camión Flecha Roja en el retén de El Súchil
municipio de Tecpan Galeana, una persona lo señaló como miembro de la guerrilla
y fue llevado por personal militar al cuartel de Atoyac que funcionaba como un
campo de concentración y tortura.
Una montaña de Atoyac. Foto: Cuauhtémoc Contreras |
También el 17 de agosto de 1974 toda la comunidad de Corrales de
Río Chiquito abandonó sus casas. Se fueron todos del lugar. La mayoría se
dirigió a San Juan de las Flores y a El Ticuí donde tenían familiares. Dejaron
todas sus pertenencias. No quedaron civiles únicamente militares. Después todo el
barrio fue ocupado por el Ejército. Las tropas al mando del mayor Francisco
Escobedo se metieron a las casas, se comieron los
marranos, desaparecieron el café, quemaron la ropa, se llevaron los sarapes
nuevos que había, se abastecieron de las vacas, no dejaron nada de maíz y
frijol que los campesinos tenían para el sustento. No permitieron regresar a
trabajar las huertas, las cosechas de ese año se perdieron y los animales se extraviaron
en el monte. Quemaron casas, cavaron hoyos en los patios y solares para hacer
trincheras. Cuando la mitad del pueblo regresó en enero de 1975 el lugar estaba
destruido.
A
mediados de agosto de 1974, los bombardeos continuaban. “El Otatillo es un
lugar que está al norte de Los Tres Pasos, en el ejido de Los Valles… El 17 de
agosto de 1974 elementos del ejército lo sometieron a un bombardeo, principalmente
el lugar conocido como Los Cajones que se encuentra entre los ejidos de El
Camarón y Los Valles. Se escucharon treinta y ocho explosiones, tal vez de
bazucas, tal vez de morteros. Después, columnas de soldados descendieron,
protegidos por helicópteros y aviones. Creían haber copado a la guerrilla, pero
no encontraron nada; solo unos jabalíes muertos, que allí mismo desollaron,
asaron y comieron; eso lo comentó después un soldado”, asentó Simón Hipólito.
De San
Martín de Las Flores se llevaron también a José Flores Serafín el 19 de agosto
de 1974, su mujer Florentina Abarca García se quedó sola con sus seis hijos. Ella
los mantuvo haciendo servilletas y cazuelas. Cuando se lo llevaron José estaba
cultivando una milpa que pronto daría elotes y los domingos bajaba con burros
cargados de cazuelas y servilletas para venderlos en la cabecera municipal.
Lo
apresaron en su casa cuando estaba cenando, a las seis de la tarde, lo sacaron
sin camisa y así se lo llevaron. Le ataron las manos hacia atrás y lo trasladaron
a la cancha de basquetbol donde tenían a otros cuatro prisioneros que trajeron de
El Nanchal. Toda la noche los tuvieron en la cancha. A las cinco de la mañana a
los cinco cautivos los cargaron de cosas y amarrados de las manos se los
llevaron rumbo a Ixtla. Y en Ixtla los vieron pasar rumbo al Suspiro. De José
Flores Serafín nacido el 18 de septiembre de 1942 nada se supo después. Florentina
sostuvo a sus hijos trabajando en la cabecera municipal en casas particulares y
de cocinera en huertas de café en Santo Domingo y en Cerro Prieto con los
Blanco.
Por
otro lado la columna de los 13 guerrilleros, después de dejar la zona del Río
Chiquito se fue rumbo a El Pará municipio de Tecpan de Galeana. “Íbamos bajando
al río cuando oímos el ruido de un helicóptero que sobrevolaba cerca de
nosotros, dando varias vueltas y bajando más y más; buscamos donde
atrincherarnos y prepararnos para el combate, pues sabíamos ya que los
helicópteros militares sólo descienden donde hay cerca soldados en tierra”,
dice Carlos en Diario de un combatiente
II.
Al
llegar a El Pará los guerrilleros encontraron que el pueblo estaba lleno de
soldados y en las orillas del monte andaban preparándose para dormir. Al día
siguiente acosados por dos helicópteros llegaron a Fincas Viejas donde la
mayoría de los habitantes los recibió con júbilo, llevándoles al campamento
mucha comida con tortillas calientes, panochas, azúcar, sal, pan, dos paquetes
de cerrillos y cigarros. Ahí “se hizo un plática con la gente y oímos junto con
el pueblo la grabación de la emboscada (del 9 de agosto). No querían creer que
nosotros hubiéramos participado, nos verían demasiado chamacos, no decían, pero
finalmente se convencieron y se pusieron muy contentos”.
“En
ese lugar dejamos ocultas las armas que traíamos de sobra: un FAL, un M1 y el
7.62. El compañero al que se las encargamos, tiempo después fue detenido y
desaparecido por las fuerzas represivas, perdiéndose junto con las armas un
valeroso militante revolucionario”.
De
Fincas Viejas la guerrilla salió rumbo a La Caña de Agua, ahí sus colaboradores,
además de darles de comer, les informaron que en las primeras casas del pueblo
estaban los soldados. Por eso instalaron el campamento a prudente distancia de
la comunidad. Fue de ese lugar de donde se bajaron: Santiago Hernández Ríos, Leoncio y Ricardo, rumbo a la ciudad para conseguir dinero y botas, pues la
mayoría de los guerrilleros ya andaban casi descalzos.
Al
parecer estos dos guerrilleros cayeron en una emboscada del Ejército de la cual
únicamente Ricardo logró escapar. Leoncio fue detenido y se convirtió en colaborador de los militares y
participó en la detención de muchas personas. Ricardo se volvió a unir
al grupo de Lucio Cabañas cuando ya andaba en la sierra de Tecpan de Galeana.
Pasaron
los días convenidos y los comisionados no regresaron, por eso los 11
guerrilleros que quedaban se cambiaron de campamento, “pensando que los compañeros
habían caído en manos del enemigo”. Y efectivamente un comisión de brigadistas
que vigilaba el antiguo campamento pudo ver: “Ahí traían a Leoncio vestido
de guacho y con las manos amarradas a la espalda; al momento de retirarnos se
me pega una rama en la espalda; y el ruido hace que los guachos se vuelvan a
donde estábamos, nuestras armas estaban listas para dispararse, pero los
guachos siguieron de largo y nosotros nos alejamos del lugar”, recuerda Carlos.
A la
mañana siguiente los guerrilleros abandonaron el cerro de Caña de Agua y
mientras caminaban rumbo a la costa se percataron de la enorme cantidad de
rastros que dejaban los militares por su paso. Lucio calculó que cuando menos
cinco mil andaban tras ellos.
Los batallones iban y venían, cerca del arroyo de Caña de
Castilla los guerrilleros pasaban el camino cuando vieron que había soldados
por todos lados, pensaron que era un cerco, así que dispararon para que les
diera tiempo huir. Los soldados retrocedieron y se soltó la balacera. Fue el combate
más encarnizado del que se tenga memoria, las granadas hacían pedazos los
arboles y sonaban las armas de alto poder, se oía hasta El Ticuí. Era terrible
el combate, los guerrilleros salieron del cerco sin novedad, pero los disparos
siguieron algunas horas. Se dice que por la oscuridad, los soldados de un
batallón no se percataron que otros subían y se pelearon entre ellos. Al otro
día fueron recoger los muertos, puros soldados y que buscaron en vano cuerpos
de guerrilleros.
De aquel combate, en el pueblo, quedó de recuerdo
aquel chiste: “Mi capitán, mi capitán, ¿De que color es la sangre?, preguntó un
soldado en medio de la balacera, –color de mierda, contestó el capitán, - Ay, entonces
ya me dieron, gritó el soldado”. La gente se desquita los agravios, de alguna
manera, con el humor.
Fue el 21 de agosto de 1974 al oscurecer
cuando se dice chocaron dos batallones del Ejército mexicano en un paraje entre
las Palmas y Huerta de las López, aquí los soldados se mataron entre ellos por
falta de coordinación. Una versión dice que a las
10 de la noche, más de 100 soldados iban de El Ticuí rumbo a la Caña de Agua.
La gente de Lucio dejó pasar tres pelotones y luego dispararon sus ráfagas
contra de los uniformados, y se retiraron con rapidez.
La
versión del guerrillero Carlos dice:
“Bajamos hasta muy cerca de la costa y ya al atardecer atravesamos un camino
ancho que va de Atoyac a Caña de Agua; de pronto empezamos a oír fuerte
pisoteo, al parecer de mucha gente; mientras más tiempo pasaba, más cerca se
oían las pisadas. La sorpresa fue muy grande cuando nos los encontramos de
frente; eran los guachos. Nuestras armas vomitaron fuego, generalizándose el
combate; en eso sentimos que a nuestras espaldas también disparaban, era otro
grupo de guachos. Pudimos romper el cerco y retirarnos inmediatamente,
quedándose los guachos tirándose entre ellos mismos (...) El resultado de la
confusión fue que les causamos 29 bajas”.
El 27 de noviembre de 1974, la
Brigada Campesina de Ajusticiamiento da a conocer su último comunicado, donde
reconoce su primera derrota militar y las dos primeras bajas que sufriera en
combate. “De diez acciones guerrilleras, nueve son victorias para el pueblo”, la
segunda acción de la que habla el comunicado fue en El Ticuí como a las 10 de
la noche del 21 de agosto de 1974, “más de cien soldados entrarían en la
emboscada, por lo que los tres primeros pelotones que venían adelante los
dejamos pasar para atacar a más de 80 que venían atrás a 150 metros; los
rociamos con ráfagas durante un minuto y nos retiramos con rapidez, ya que
nuestros ataques proyectados tendrían carácter de desgaste para distraer las
tropas que perseguían a la comisión que secuestraba al tirano Rubén Figueroa… En
esta acción hubo 29 bajas, 14 muertos y 15 heridos. Creemos que varias bajas se
las causaron entre los mismos soldados, porque después de nuestra retirada los
dos grupos de soldados tardaron tirando una hora aproximadamente”.
Al día siguiente los militares desquitaron su coraje con
cinco jóvenes que camaroneaban en el lado sur del arroyo Caña de Castilla. Los
golpearon hasta dejarlos sin sentido. Luego se los llevaron al cuartel donde
los interrogaron. Del combate los jóvenes nada sabían, ellos únicamente
buscaban de comer para sus hijos.
El
Cronista de Atoyac Wilfrido Fierro asentó el 21 de agosto, “En la madrugada de
hoy, cerca del poblado de El Ticuí, fueron emboscados por fuerzas federales
unos pescadores en la que resultó herido el agente de ventas de almacenes
Salinas y Rocha, Adauto Olea. La federación con motivo de la persecución del
guerrillero Lucio Cabañas Barrientos, desde hacía varios días tenía copados
los caminos que conducen a ese lugar, confundiendo a los pescadores por
guerrilleros abriendo fuego sobre ellos, con el resultado descrito”.
El día del enfrentamiento, cinco campesinos fueron al
arroyo buscando la vida. En la tarde se ataron sus morrales con cuerda a la
cintura, tomaron sus linternas y los machetes. Caminaron rumbo al arroyo de
Caña de Castilla a camaronear. Ellos eran: Adauto Olea Hernández, Sergio y
Marcelo Tabares, Adolfo Solís, y Olé en
ese tiempo marido de Aleja Gallardo. Mariano Radilla les había prestado una
lámpara de carburo. Ya venían de regreso con los camarones, cuando salieron al
camino de Huerta de la López, se desató la balacera y ellos quedaron en medio
del combate.
Así mojados como venían, con sus machetes escarbaron
con ansiedad y se enterraron entre la basura, para cubrirse de los disparos.
Ahí permanecieron enterrados entre las hojas hasta el Ejército los sacó a
golpes y se los llevó detenidos. Adauto jamás regresó.
Se comenta que Adauto se puso a discutir con los
soldados y estos lo golpearon mucho. Al día siguiente el 22 de agosto cuando
los del pueblo fueron encabezados por el comisario para pedir su libertad,
encontraron que en el lugar había mucha sangre regada, los casquillos se
recogían por puños. Doña Bucha
Hernández se echaba en el mandil, pero el comisario no la dejó traer ninguno. También
los soldados no dejaron pasar a los ganaderos que ordeñaban por ese rumbo hasta
que recogieron todo.
El 25 de agosto en el transcurso del
día surcaron el cielo de Atoyac, ocho helicópteros de la Fuerza Aérea Mexicana,
que venían a sumarse a la persecución del guerrillero Lucio Cabañas Barrientos
y en busca del senador Rubén Figueroa. Ese día soldados del 27 Batallón
detuvieron en la cabecera municipal a Pedro Castro Nava, Mardonio Flores
Galeana, y
Rosalío Castrejón Vázquez. Y en la carretera en un retén caía en manos de los
militares el Cívico Rosendo Radilla Pacheco.
Rosendo
Radilla Martínez declaró que su padre y él fueron detenidos cuando viajaban a
Chilpancingo, tras haber sido parados en un retén militar instalado en la
colonia Cuauhtémoc. “En ese tiempo bajaban a todos los pasajeros de los
autobuses y a nosotros ya no nos dejaron subir; mi padre les preguntó que por
qué nos detenían y le dijeron que porque componía corridos de la guerrilla de
Genaro Vázquez Rojas y de Lucio Cabañas”.
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