lunes, 6 de julio de 2020

El secuestro de Figueroa III


Víctor Cardona Galindo
Dos guerrilleros con rifles y mochilas que surgieron del monte fueron el comité de bienvenida para Figueroa. Luego que se dio la contraseña salieron de la maleza otros 12 hombres armados con M-2 y FAL. Más tarde llegarían los demás hasta completar los 26 que componían la comisión de contacto con el futuro gobernador del estado.
Isaías Martínez, Enrique; el senador Rubén Figueroa Figueroa, Sixto
Serafín Castro, Sabás; la mañana del 31 de mayo de 1974 en el cerro
arriba de la comunidad de Los Letrados en la sierra de Tecpan.
Foto tomada por Gloria Brito Pliego.

Con la llegada del senador, la mayor parte de la comisión se concentró en la orilla de la carretera, “de donde se iniciaría la caminata al fondo de la sierra”, comenta Francisco Fierro Loza. Al llegar Figueroa, Gloria Brito, Febronio Díaz, Pascual Cabañas y Luis Cabañas; todos fueron saludados de mano por los miembros de la Brigada Campesina de Ajusticiamiento.
Pero a pesar del tono cordial con el que se dio el encuentro, lo primero que hicieron los guerrilleros fue desarmar a los recién llegados. Pedro Hernández Gómez, Ramiro les preguntó que armas portaban y comenzó a recogerlas, les dijo que las devolverían cuando se fueran, que se trataba de una costumbre de la guerrilla. Figueroa protestó, “no venimos en son de guerra, sino de paz. Tanto derecho tienen ustedes como nosotros. Pero no vamos a discutir”, dijo.
Luis Cabañas estregó una pistola calibre 45, Figueroa una 380 y en la combi llevaban una escopeta recortada calibre 12 que también les fue recogida. Pero Gloria Brito se quedó con un arma de fuego calibre 9 milímetros en su bolso de mano. Los guerrilleros sabrían esto después porque cometieron el error de no revisarla. Por ser mujer la creyeron inofensiva.  
“Figueroa preguntaba por Cabañas con gesto de sospecha de que algo andaba mal, dándosele la respuesta adecuada: que Lucio tenía que llegar posteriormente a un lugar al cual se caminaría para iniciar la entrevista. Lucio no se encontraba a lejana distancia, pero no se acercaba porque Figueroa se pondría intransigente pidiendo que se iniciara la plática en este lugar”, escribió Fierro Loza.
De manera rápida se iniciaron los viajes en la camioneta trasladando la gente a Los Letrados. En el primer traslado se fue al volante Febronio, iban con él Pascual, Luis y algunos combatientes. El chofer de la guerrilla trajo la combi de regreso e hizo los otros dos viajes. Los integrantes de la comisión que iba con Figueroa comentaban con gusto su visita a la sierra, y su interés de escribir acerca de su experiencia. En el segundo viaje se fue el viejo cacique y otros guerrilleros que ya conformaban su escolta. Así llegaron a un arroyo donde Figueroa quedó custodiado por algunos combatientes. Ahí, en este lugar, fuera de la carretera, se descansó, mientras el chofer continuaba trayendo a sus otros compañeros. En el último viaje, “nos vamos Mano Negra, Sotero, Lucio, Sabás y yo. Llegamos al lugar y se le dieron instrucciones al chofer para que se llevara la combi lejos de ahí”, dice un guerrillero en el libro Lucio Cabañas y el Partido de los Pobres. Una experiencia guerrillera en México. Que es la versión oficial del Partido de los Pobres sobre el movimiento.
Mientras Figueroa esperaba en ese arroyo, obscurecía. El senador se desesperaba por la ausencia de Lucio, quien iba a corta distancia. Desde ese arroyo se reinició la marcha a donde se dio la cena. Fue a poca distancia bajo un gigantesco árbol de tupido follaje que a la luz de la luna proyectaba una gran sombra. En este lugar se agudizó la desesperación de Rubén Figueroa.
Se comunicaba con los guerrilleros a través Pascual y Luis Cabañas, que se acercaban constantemente a preguntar dónde estaba Lucio, cuándo llegaría, si estaba lejos, porque el senador tenía que regresar pronto a la ciudad. La respuesta era que Lucio estaba lejos, pero que pronto llegaría.
Figueroa dijo a Luis Suárez en el libro Lucio Cabañas. El guerrillero sin esperanza, “otra vez en marcha. Ya eran las seis de la tarde. Nos encaminamos adelante de Letrados, transportándonos todos en tres viajes de la camioneta hasta llegar a un alambrado… A pie seguimos por la margen de un riachuelo y llegamos hasta un árbol majestuoso, de esos que tienen nuestras selvas, cuando se acercaban las sombras de la noche. En torno del tronco había un verdadero colchón de hojas. Esperamos hasta la siete de la noche en que llegó Lucio”.
Cuando el líder del Partido de los Pobres se presentó donde estaba Figueroa se provocó una gran algarabía. Febronio Díaz dijo a la revista Proceso el 30 de noviembre de 1992, que Lucio llegó a las siete de la noche con doce muchachos al lugar de encuentro. A su llegada Lucio lanzó un grito: “La lucha por el socialismo es irreversible”.
Al ver llegar a Lucio el senador exclama: “¡Ese mí querido Lucio! ¡Cuánto gusto de verte! Camina y lo abraza”. Lucio ni siquiera se mueve, está con los brazos hacia abajo. Dice la versión oficial de la guerrilla que  “inmediatamente fija su posición ante el viejo, diciéndole que pertenecen a dos mundos opuestos que son enemigos irreconciliables”.
Lucio le dijo a Figueroa: “‘Señor senador: venía yo preocupado porque por radio me estaban informando que usted estaba impaciente. Pero, que hacer. Tengo tres días y tres noches caminando para ésta cita. No pude más que acelerar el paso y aquí me tiene usted a sus órdenes’. Me dio la mano. Lucio no tenía radio, ni nada de eso. Nos quiso apantallar. Se presentó con un grupo de unos doce muchachos. Entonces llegó el momento de vernos las caras, de conocernos, pues. Con una lámpara eléctrica de pilas me echó el haz de luz a la cara y así me vio creo yo que por primera vez. Entonces yo le pido a uno de sus hombres la lámpara e hice lo mismo sobre el rostro de Lucio. Así nos conocimos aquella noche en el punto aislado de la sierra. Lucio habló con sus dos tíos, mis acompañantes”, platicó Figueroa a Luis Suárez.
Figueroa invitó a Lucio a sentarse para que cenara e insistía en la conversación diciéndole a Cabañas que él deseaba que saliera de la sierra para que se distrajera. Todo eso quedó registrado en una grabadora. Al avanzar la noche, todos los guerrilleros se dispusieron a dormir, se les proporcionó cobijas y hamacas a Figueroa y sus acompañantes, Lucio y otros brigadistas durmieron en el suelo. “Pero como era tarde nos fuimos acostar. A mi me pusieron una hamaca a unos cuantos metros de Lucio, que se acostó en el suelo”, diría Figueroa siendo ya gobernador del estado.
El 31 de mayo de 1974, en sus primeras horas del día, Figueroa y su comitiva se pararon muy temprano para saber cuál sería el desenlace de su visita. Lucio se levantó más tarde. Al verlo, Figueroa lo saludó a gritos, lo llamó  comandante, se acercó para tratar de entablar conversación; en seguida le dijo que le llevó a regalar una buena grabadora y una cámara Polaroid, con la que en ese momento Gloria Brito tomó la foto donde aparece Figueroa con Sixto Huerta, Sabás, por un lado y por el otro Isaías Martínez, Enrique. Le rogó a Lucio para que se tomara una foto con él, pero el jefe guerrillero no aceptó.
Además de la grabadora y la cámara Polaroid, Figueroa llevó de regalo una mochila, que dijo le había regalado un embajador gringo y Lucio en torno burlón, comentó: “entonces la vamos a llamar la imperialista”. Lucio ni siquiera hizo caso de los regalos, los tomó y luego los pasó a los demás compañeros.
“Con las luces del alba nos vimos Lucio y yo frente a frente. Entonces le regalé una cámara fotográfica Polaroid con la cual se tomaron las fotografías donde aparezco con él y otros, y una grabadora la cual registró la conversación; la discusión que entonces tuvimos como comienzo del diálogo”. Al recibir la grabadora que le llevó Figueroa, Lucio elogió la que ya tenía, “Esta registra hasta los cánticos de los gallos. Todos mis actos están grabados”.
Esa mañana fue la primera en que Figueroa compartió con los guerrilleros el té, que se hacía con hierbas aromáticas de la sierra. El primer día también hubo queso con tortillas, después el senador comería, aunque los guerrilleros no.
El tiempo transcurría para Figueroa tratando de convencer a Lucio para iniciar las pláticas. Esa mañana del 31 de mayo, bajo aquel árbol de verde follaje Lucio y Figueroa se apartaron por momento del grueso de la guerrilla, que aprovecha el senador para proponerle: “Lucio, puedes irte a la ciudad; ten la seguridad que allá tendrás la mejor casa en una de las colonias más lujosas, carros a tu disposición, dinero, mujeres y todo lo que necesites”.
Al poco rato llegó el desayuno, lo mejor que pudo conseguirse; pero la inquietud de Figueroa provocaba que su comida estuviera amarga; siempre estaba acosando a Lucio para que dialogaran y éste lo eludía, argumentando desacuerdo en los temas a tratar. Después del desayuno todos abandonaron aquél árbol. Se avanzó de prisa, antes que la lluvia los alcanzara. Después de pasar por las pequeñas cuadrillas de Pitos, Pitales y Letrados inicia la cumbre que ya es parte de la sierra cafetalera, donde están unas pequeñas casas de cartón que sirven de campamentos temporales a los dueños de las huertas de café en tiempo de cosecha. En este pequeño caserío vivían unos campesinos de apellido Mata en cuyos terrenos se iniciaron las pláticas.
 “Salimos de ese campamento, caminamos por todo un arroyo para arriba, hasta llegar al lugar donde se llevaría a cabo la plática. En un campamento de huerta de café se realizarían; cerca de ese lugar se encontraban ya los demás compañeros de la Brigada que componían la retaguardia”, se lee en el libro Lucio Cabañas y el Partido de los Pobres. Una experiencia guerrillera en México.
Las horas del día 31 de mayo declinaban cuando la plática oficial se inició. “Figueroa proponía que dejáramos las armas, que nos bajáramos de la sierra, que él nos daría trabajo y que siguiéramos a lucha estando en la ciudad por los marcos democráticos que registráramos al partido”.
Lucio contestó que la lucha por la vía legal ya no era posible, que la burguesía los había obligado a tomar las armas. Ante ésta negativa el viejo Figueroa propuso que no se bajaran de la sierra que siguieran ahí y que mensualmente les pasaría 75 mil pesos para el sostenimiento de la guerrilla, pero que ya no atacaran al Ejército y las acciones estarían supeditadas a lo que él dijera.
“El viejo nos amenazó diciendo que por ese camino, o sea el de la lucha armada, no íbamos a llegar muy lejos, que nos iban a meter boinas verdes, que nos iban a meter perros, que nos iban a meter expertos antiguerrilleros, que la CIA iba a intervenir y por último sentenció: -¡me corto el cuello si Estados Unidos permite otro país socialista en América Latina!”, cuenta un guerrillero sobreviviente de aquella experiencia.
Febronio dijo que Figueroa le propuso a Cabañas: La posibilidad de secar el tular y entregarle esa tierra a su gente para que la explotara. La liberación de algunos presos políticos. La aportación de cien mil pesos anuales para sostener la organización.
Fue al llegar la discusión al tema de los presos políticos cuando las cosas se trabaron. De inmediato Figueroa pidió a Lucio la lista de los presos políticos del país, aun cuando decía no garantizar la libertad de todos. Parecía que el senador pensaba volver a tener otra entrevista y llevar alguna respuesta concreta sobre el tema. Haciendo alusión a los presos de Guerrero, se comprometió a revisar los procesos y sacar al que estuviera por delitos políticos, pero no a los que se les siguieran procesos del orden común. El priísta dijo que no podía sacarlos a todos, que podría sacar a los que estaban en las cárceles de Guerrero, pero hasta cuando fuera gobernador. Ofrecía sacar de la cárcel a Pablo Cabañas y algunos familiares de Lucio como Bertoldo Cabañas y Manuel García Cabañas.
Fue cuando Lucio le soltó definitivamente lo que ya Figueroa esperaba oír y para lo que la Brigada Campesina de Ajusticiamiento se había preparado: “Yo creo que los presos no nos los van a dar tan fácilmente, así es que usted se queda detenido hasta que nos los den”. El viejo cacique estalló y gritaba rabioso: “No te vas a cubrir de gloria Lucio, recapacita, es un error el que estás cometiendo, si me consideras un traidor ordena a tu guerrilla que me fusile, sería un honor para mi”. Así quedaron todos retenidos, y mientras el precandidato a la gubernatura rumiaba su error, la dirección de la brigada organizaba las comisiones para negociar su rescate.





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