Víctor
Cardona Galindo
El 28
de mayo de 1974 en el campamento de Los Alacranes, la guerrilla inició la
preparación de mochilas para abandonar el lugar y llevar a cabo “El plan grande”.
Desde ese paraje las comisiones se desplazaron hacia la ciudad. El combatiente Carlos buscaría dos choferes, para mover
una camioneta con víveres y Sabás haría
el primer contacto con Rubén Figueroa en San Jerónimo.
Marcelo Serafín Juárez, Roberto; fue detenido el 2 de diciembre de 1974. En El Otatal, después del combate en que murió Lucio Cabañas. Hasta la fecha está desaparecido. |
En el
libro Lucio Cabañas y el Partido de los
Pobres. Una experiencia guerrillera, un combatiente, al que le dan el
seudónimo de Juan, y del que queda
claro se trata del mismo Carlos,
explica: “El 28 de mayo se me comisiona para salir al medio urbano con el fin
de conseguir una camioneta y dos choferes y subir el 30 de mayo por la
carretera que va de Tecpan al Aguacatoso-Cabeceras, llevaría bolillos y queso
para los compañeros de la comisión que marcharían hasta un lugar de la
carretera para ‘recibir’ al viejo. Yo tendría que salir temprano, ir atento
viendo la carretera hasta encontrar una contraseña que consistía en dos varas
atravesadas en la carretera, ahí estarían los compañeros, me bajaría con un
chofer y el otro se regresaría con la camioneta. Por esa misma carretera
subiría más tarde el compañero Sabás
con los ‘visitantes’”.
Ese
mismo día 28 de mayo la guerrilla avanzó hacia lo profundo de la sierra, donde
se dividió en dos grupos: uno de 26 miembros fue a esperar a Figueroa en la
brecha que conduce al Aguacatoso y el otro con un número mayor se dirigió al norte
para ubicar un punto de reunión. “Se presentaba la caída de la tarde, cuando la
guerrilla empezó a escalar la montaña con grandes cumbres, las cuales hacían
pesado el avance. Decidimos pernoctar a orillas de un arroyuelo y pasar ahí la noche para continuar
al día siguiente. Agotados por el cansancio, se gozó de dicho descanso, el cual
todo mundo aprovechó a sus anchas”, asentó Francisco Fierro Loza en el texto La verdadera historia de un secuestro.
Mientras
el grupo mayoritario iniciaba su marcha para cumplir con su tarea, el grupo de
los 26 a
pasos forzados avanzó toda la noche del 29 de mayo, para llegar al amanecer a
orillas del río Tecpan, mismo que corre
paralelo a la brecha por la que llegaría el precandidato a la gubernatura con
su manojo de propuestas para que Lucio abandonara las armas.
Por su parte Rubén Figueroa salió, de las instalaciones de
Autotransportes Figueroa ubicadas en Acapulco, a bordo de una combi roja
propiedad de la Secretaría de Agricultura, adscrita al Centro de
Investigaciones de Iguala. Inocencio Castro le había informado que Lucio Cabañas
estaba enfermo y cansado, por eso el principal cacique de Guerrero pensaba que
“valía la pena verse con él y tratar de llevarlo al terreno de la paz social”,
diría después el también senador. Para que fuera parte de su comitiva invitó a
su sobrino Febronio Díaz Figueroa, de 54 años, por que era profesor
universitario de marxismo y consideró que le podía ser útil en las discusiones
con Lucio.
Figueroa dijo a Luis Suárez que le preguntó a Inocencio Castro,
“cuando ya me trajo la última comunicación de Lucio, si no caería yo en una celada.
De ninguna manera, me dijo. Añadió que Lucio tenía confianza en mí para
abanderar la vida nuestra”. Con el tiempo sabemos que Inocencio, no era ajeno a
los planes que tenía Lucio para con Figueroa.
Eran las 7: 45 de la mañana
cuando el vocal ejecutivo de la Comisión del Balsas abandonó la casa que tenía
al interior de la compañía de transporte en Acapulco, en el camino se detuvo
para colocar los moños blancos a la camioneta, esa era la contraseña para que
lo identificara la guerrilla. Ernesto, el chofer que llevaba, se quedó en el
entronque de San Jerónimo y Febronio tomó el volante.
El primer contacto entre la gente de Lucio y Figueroa se dio el
jueves 30 de mayo de 1974 en la vía que conduce de San Jerónimo a El Ticuí
cerca del crucero con la carretera Acapulco-Zihuatanejo. A las 9 de la mañana
llegó el senador y sus cuatro acompañantes, su secretaria Gloria
Brito que iba para tomar nota de los acuerdos en
taquigrafía, Febronio Díaz Figueroa el asesor de marxismo y dos tíos de Lucio,
Luis Cabañas Ocampo y Pascual Cabañas Ocampo que habían servido como enlace
para la entrevista.
Luis Cabañas Ocampo que había sido el principal líder de
Los Cívico en Atoyac, únicamente tenía un pulmón, el otro se lo habían quitado
en la ciudad de México, mediante un operación quirúrgica y se sofocaba al
caminar, por eso muchas personas, que lo conocieron, dudan que haya andado en
la sierra secuestrado con Figueroa y creen que todo fue un arreglo para aumentar
la popularidad de “el viejo” dado que era precandidato a la gubernatura.
Figueroa recodaría después ante Luis Suárez que: “Como
al cuarto de hora pasó un coche de sitio de San Jerónimo, donde iban el chofer
y otra persona. Pasó. Pero a los 400 metros se detuvo. Bajó una persona. Un
hombre chaparrito que llevaba en la mano izquierda una rama verde. Era el
enlace. Subió a la camioneta. Esa persona esa Sabás, nombre que tenía en la guerrilla, y que era conocido de Luis
y de Pascual Cabañas. Ellos sabían quien era en realidad Sabás”. Se trataba de Sixto Serafín Castro, pero el prefería que le
llamaran Sixto Huerta, nació el 6 de agosto de 1936, en El Porvenir y su
seudónimo en la guerrilla era Sabás y
era uno de los guerrilleros más comprometidos del Partido de los Pobres.
Después de que Sabás
subió a la camioneta enfilaron en dirección a Tecpan de Galeana y de ahí rumbo
a El Aguacatoso, deberían pararse donde encontraran una rama verde atravesada
en la carretera, pero al grupo que los esperaba se le olvidó poner la señal y
tuvieron que irse de paso hasta lo alto de la sierra.
Mientras
ellos iban en camino, para los 26 guerrilleros que los contactarían, “transcurrían
las primeras horas del día 30 de mayo de 1974, cuando se buscaba el lugar
adecuado para colocarse cada uno en su puesto, a manera de emboscada, por la
desconfianza que se tenía a la llegada de Figueroa”, comenta Francisco Fierro
Loza.
El
tiempo pasaba. El comando de los 26, en sus puestos de combate, permanecía
atento al reloj para checar la llegada a la una de la tarde, hora precisa de
establecer el contacto. A esta hora había inquietud y desconfianza de que
pudiera llegar Figueroa; todo era esperar. Los carros seguían pasando y no se lograba
ver la camioneta roja o blanca con las respectivas contraseñas.
Narra Juan: “El 30 de mayo salimos el chofer
que conducía la camioneta, el otro chofer y yo. Caminamos una hora, dos horas,
tres horas y nada de contraseña. Llegamos a un pueblo llamado El Aguacatoso,
había ahí una cadena que impedía el paso, porque el aserradero que ahí había
estaba embargado, precisamente por Figueroa; vino una persona, quitó la cadena
y pasamos, seguimos caminando otro rato hasta llegar a otro pueblo, llamado El
Seco, sin encontrar la contraseña. Emprendimos el camino de regreso, pasamos
por Aguacatoso y más adelante encontramos una combi, ahí venía el viejo,
Febronio, Gloria, Pascual y Luis, los traía el compañero Sabás. En cuanto reconocí al compañero brinqué de la camioneta (…)
Le dije que tampoco había encontrado la contraseña”
“Nos
pusimos de acuerdo de que diéramos otra vuelta a El seco, bajamos las cosas, el
chofer (que al parecer era Inocencio Castro) se fue con la camioneta y junto
con el otro chofer nos subimos a la combi. Ahí iba al volante Febronio, a un
lado Figueroa, atrás Gloria, Pascual y Luis, me subí junto al viejo para en el
trayecto ver mejor la contraseña. Pasamos por el Aguacatoso, llegamos al Seco
sin encontrar nada. Nos bajamos de la combi un rato. Ahí estaba un rebaño de
chivos, Figueroa intentó agarrar uno, el chivo se le fue sobre él
envistiéndolo, cayo al suelo, Pascual corrió a levantarlo, le sacudió la ropa”.
Por su
parte Figueroa recordaba “penetramos a una brecha que conduce al ejido de
Pitos, Pitales y Letrados, donde está la explotación maderera de Alcibiades
Sánchez. Por cierto, a este Alcibiades yo, en mi calidad de presidente del
consejo de administración de la Descentralizada Forestal Vicente Guerrero, le
había ordenado un embargo de su madera que tenía en el paraje del Aguacatoso, a
donde llegamos ya en la sierra alta. Siguiendo la brecha, a unos 25 kilómetros,
se pasaba el poblado de Letrados, luego el de Pitos o Pitales, no recuerdo
bien, y finalmente El Aguacatoso, donde había una cadena con un candado para
impedir el acceso a la madera de Alcibiades. Pedí permiso a los campesinos y a
pie llegue al lugar sin encontrar a Lucio. Pero antes, entre Pitales y El
Aguacatoso nos habíamos encontrado una camioneta Pick Up verde, nueva, Ford,
que retornaba. Iban un chofer y un joven estudiante (calidad que supe luego) de
una de las escuelas vocacionales de Instituto Politécnico Nacional de México,
sobrino de Lucio, de apellido Iturio, de 16 ó 17 años, muy ágil. Este traía un
bolso grande, de ixtle, lleno de tortillas. Al encontrarse con nosotros
reconoció a los dos Cabañas, a quienes llamó tío. Ese joven se pasó a nuestra
camioneta ‘combi’. Traía instrucciones. Pero nos confesó que no había
encontrado la huella prevista para proceder al encuentro con Cabañas. Sin
embargo dijo que siguiéramos así, aclaró, llegamos con éste joven a El
Agucataso, y fue cuando vimos la cadena, etc. Entonces pasamos a pie por una
brecha hasta un paraje muy lejano, donde vivía una mujer con sus hijitas, y con
unos chivos. Era una casa aislada. El lugar mismo muy aislado en lo alto de la
sierra”.
“Serían las once y media de la mañana.
Regresamos a pie a El Aguacatoso. Nos encaminamos a una tiendita a tomar un refresco.
Yo sentía preocupación de que con tantas vueltas y revueltas se nos acabara el
combustible. Pero advertí que abajo había dos camiones, en un pobladito que
allá se divisaba, y propuse que fuéramos a verlos. La combi nos acercó hasta
donde era posible y me acerqué a pie a los camiones. Dije a los choferes que
nos vendieran veinte litros de gasolina, al precio que ellos quisieran. Los
choferes estaban desollando una puerca que daba algunos gritos… Me dieron 20
litros de gasolina y les di 500 pesos. Puse el combustible a la camioneta. La
señora que despachaba los refrescos estaba quejosa. Ella no me reconoció, pero
decía que por causa del Ing. Figueroa, que había dispuesto el embargo, los
trabajos estaban parados y a ella no le compraban. No me identifiqué y volví a
la camioneta para regresar por el camino que ya había hecho”.
“Emprendimos
el camino de regreso, pasamos por El Aguacatoso, ahí el viejo compró 30 litros
de gasolina y dio 500 pesos por ella. Salimos de ese lugar, situado en lo más
alto de la sierra, empezamos a bajar (…) de pronto en la carretera vemos una
rama atravesada, Febronio frena, nos bajamos Sabás y yo, chiflamos y luego contestaron la contraseña”, dice
Juan.
Llegó
la una de la tarde, que era la hora definitiva para contactar a Figueroa y compañía.
Sin embargo, la desesperación y el desaliento hicieron crisis entre los
guerrilleros al grado que decidieron abandonar sus puestos de emboscada. Ya
fuera del terreno del peligro, como a la una y veinte minutos aproximadamente,
se escuchó el ruido de un Volkswagen que pasó rápido, sin detenerse. En una
curva lejana divisaron una combi color naranja que avanzaba en dirección a El
Aguacatoso.
“Con
la sospecha de que pudiera ser Figueroa, nos detenemos un rato. En estos
momentos se pensaba en todo: que podía ser Figueroa o una exploración
policíaca, pero además se había cometido el error de no tirar la rama verde a
la carretera, que era la contraseña convenida. Sin embargo, inicia la discusión
sobre si nos quedábamos a esperar más aún, en contra de las reglas
disciplinarias…Unos éramos de la opinión de que se habían cometido muchos
errores; por ejemplo, que se había esperado más del tiempo convenido y si bien
es cierto todo podía salir bien, debíamos en estos casos ser rígidos, de lo
contrario, se tomaría como costumbre siempre arriesgar un poco. Lucio, por el
contrario, tenía el hábito, en esos casos, de romper con la disciplina que debe
tener la guerrilla”, dice la versión de Fierro Loza.
Se
dice que la mayoría optaba por alejarse del lugar, pero proponía que antes
había que buscar comida, porque la camioneta con los víveres tampoco llegaba. Pero
a pesar del acuerdo de alejarse del lugar en busca de alimentos, hubo quienes
como Ramón y Daniel, que se auto propusieron para quedarse de manera voluntaria
a checar el regreso combi para corroborar si era Figueroa.
Después
de haber pasado un corto tiempo se escucharon silbidos de los dos guerrilleros
que se habían quedado del otro lado del río, en espera de hacer contacto. Se
informó al resto de la guerrilla que Figueroa ya estaba poder del Partido de
Los Pobres. Lo habían contactado cuando regresaba de El Aguacatoso, como a las cuatro
y media de la tarde.
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