Víctor
Cardona Galindo
Rubén
Figueroa Alcocer estableció su centro de operaciones en la calzada Pie de la
Cuesta de Acapulco, donde funcionaban las oficinas de Autotransportes Figueroa
y ahí se concentró también Carlos Bonilla Machorro, en espera de las
comunicaciones de la guerrilla. Estaban resguardados todo el tiempo por agentes
de la Dirección Federal de Seguridad. Al transcurrir los días y al no
establecerse el diálogo directo con los secuestradores, Rubencito consiguió un
permiso en la Secretaría de Gobernación para utilizar los medios de
comunicación.
Eusebio Fierro Nava fue detenido por elementos del Ejército mexicano en la sierra de Atoyac el 16 de julio de 1974. Foto: Archivo Histórico Municipal de Atoyac. |
Por
eso en la radio se comenzó a difundir un anuncio el 28 de junio. Se transmitía
cada media hora y ahí el sacerdote
Bonilla Machorro se dirigía a Lucio, decía entre otras cosas: “Desde hace
veinte días ando con mi amigo el profesor Inocencio Castro, tratando de
comunicarme con usted. Me ofrezco como enlace para un diálogo conciliatorio
entre la familia del senador Figueroa y usted… Le suplico que el conducto para
establecer contacto conmigo, sea esta misma radiodifusora RCN del puerto de
Acapulco”.
Mientras
en la sierra, Figueroa pronunció ante los guerrilleros el discurso que iba a
decir en una de las convenciones que lo nombraron candidato y por medio de recados
mostraba su desesperación ante la dirección de la Brigada Campesina de
Ajusticiamiento. Ante la precaria situación que se vivía los secuestrados
tenían mejor alimentación que los propios guerrilleros. “Cuando ya estábamos en
una situación difícil, lo que se hacía era conseguir alimentos precisamente
para ellos, aunque nosotros no comiéramos pero ellos que comieran”, recuerda
Pedro Martínez.
El
objetivo de liberar la zona con el secuestro político de Figueroa había fracasado.
Al contrario el ejército se disponía a quitarle “el agua al pez”, por eso todos
los pueblos estaban sitiados y racionados los alimentos. Había que tener un
salvoconducto militar para poder salir de la comunidad a las siembras o a la
ciudad. “Las familias que vivían dispersas en la sierra fueron obligadas a
concentrarse en poblaciones más grandes. Ningún campesino podía llevar
bastimento o agua al campo; antes de salir a trabajar eran minuciosamente
revisados, les señalaban horas para regresar a comer y horas para llegar por
las tardes, tenían que reportarse diariamente… se le prohibió a comercio vender
más de diez kilos de maíz (a la semana) por cada familia serrana, también se
les prohibió vender más de un kilo de azúcar, de frijol, arroz y otras cosas”,
escribió don Simón Hipólito Castro, en su libro Guerrero, amnistía y represión.
El
Ejército hizo un censo en cada poblado, casa por casa, para saber cuantos
vivían en cada habitación y racionarles el alimento. Las familias de la sierra
para equilibrar la ración, mezclaban la masa con plátanos verdes hervidos y
camotes de platanillo. Si para los campesinos era difícil la vida, para los
guerrilleros era peor, “andábamos comiendo cogollos de las plantas que sabíamos
que no eran venenosas”, platica un guerrillero.
El
gobierno aumentaba su presencia en la zona, el primero de julio el secretario
de la Defensa Nacional general Hermenegildo Cuenca Díaz, llegó a la ciudad de
Atoyac, en un helicóptero de la Fuerza Aérea Mexicana, para coordinar
personalmente las operaciones militares que se realizaban en la sierra en persecución
del grupo de Lucio Cabañas Barrientos. Tuvo pláticas con el comandante del 27 Batallón
de Infantería coronel Alfredo Cassani Mariña y con el presidente municipal
Silvestre Hernández Fierro. Cuenca Díaz reprendió fuertemente al alcalde a
quien exigió mayor colaboración con el Ejército.
Ese
mismo día allá en la sierra, el senador Rubén Figueroa Figueroa escribió una
carta a Lucio, que ya no le había dado la cara, donde le solicitaba una nueva
entrevista, que tendría dos aspectos, “uno exclusivamente personal, directo y
confidencial entre usted y yo; y otro como comparecencia mía ante su grupo para
discutir y dialogar con él”. Pedía su libertad y proponía liberar de inmediato
15 ó 20 presos políticos y que llegando a gobernador el día primero de abril
liberaría a todos los presos políticos de Guerrero.
Decía
que la salud de los retenidos declinaba rápidamente y que estaban en un estado
de nervios depresivo. “La última marcha nos mojamos, se mojaron las cobijas y
las hamacas y con el terriblemente húmedo frío de la sierra no pudimos dormir.
Al profesor Febronio le vino un dolor de espalda que anunciaba pulmonía.
Tenemos avitaminosis. Su tío Luis tiene abierta y supurada una herida por
operación y sólo Pascual ha estado más tranquilo y sano”, decía.
En esa
carta pedía que subiera un médico general, provisto de medicinas, cuyos
emolumentos serían cubiertos en Acapulco mediante una orden que giraría. Que
también serían cubiertas las medicinas que le llevaran. Solicitaba la libertad
de la señora Gloria Brito. “Dejó a su hijo de 4 años, encargado con unos
vecinos y no sabe qué trato habrá recibido… la señora va en su segundo mes de
embarazo”.
También
Luis Cabañas envió en esos días un recado a Lucio: “Jamás he pedido clemencia a
nadie, pero lo hago porque tengo temor que me
caiga gangrena”, decía en referencia a la herida de operación que se le
había abierto.
Figueroa
sufría cuando su secretaria Gloria Brito le lavaba la ropa, porque se quedaba
encuerado cubierto con un zarape tiritando de frío. Por eso varias veces
intentó escapar, una de esas fue en la madrugada del 3 de julio, en el campamento El
Faisán, aprovechando que se durmieron los guardias. Agarró un bordón, un zarape
y su fue. Pero el senador se desorientó y caminó a los profundo de la sierra y
no hacia la costa como debería hacerlo. La brigada salió a
buscarlo y lo
alcanzaron en unos riscos “primero encontramos un
bordón, después los resbalones que se daba en las barrancas, hasta que más
arriba en un pretil rocoso lo encontramos”, le contó un guerrillero a Simón
Hipólito.
Ahí fue donde los demás retenidos
entregaron la pistola calibre nueve milímetros, dos cargadores y una navaja de
muelle que tenía escondida Gloria Brito en su bolso. Se la habían dejado para en
dado momento matar a Lucio, si alguno de ellos era pasado por las armas.
De esa
aventura Luis Suárez escribió: “Sus compañeros le dijeron: ‘Lo van a matar’.
Respondió: ‘Yo prefiero irme y que me maten’. Caía una intensa lluvia tropical
esa noche. Figueroa llevaba una caña de monte, como apoyo o bastón. Empapado
por la lluvia se lanzó a la aventura. La recuerda: ‘Rodaba entre las rocas,
pasaba junto a los abismos. Pensé: hacia el oriente debe estar Acapulco… Llegué
al pie de una montaña, que estaba cortada a pico en unos 150 metros. Habían
iniciado mi persecución. Me encontraron porque hallaron mi bastón de caña y eso
los orientó. Me alcanzaron tres hombres de Lucio, entre ellos los nombrados Zacazonapan y el Gorrión… Llegué con esos hombres de regreso al campamento, como a
las 10 de la mañana, aterido de frío, profundamente deprimido. Mis compañeros
de cautiverio habían sido amenazados de muerte si no aparecía”.
Lucio
contestó la carta de Figueroa el 5 de julio fechándola en el campamento La
Fuga, por lo ocurrido le habían cambiado de nombre, antes se llamaba El Faisán.
Lucio decía “no es posible la venida de ningún doctor en vista de la amplia
persecución que se nos están haciendo; tendremos que esperar algunos ocho días
para lograr traerlo. Ya sabemos que el caso de mi tío Luis es grave y lo de
otro enfermo también, pero tenemos que esperar porque las comunicaciones están
cerradas; hay medicinas compradas pero no pueden subirlas”.
En
cuanto a la libertad de Gloria Brito Lucio decía: “Gloria ya estuvo desperdiciando
sus lágrimas, pues en nuestra compañía no debe llorar, ella no es la rica
burguesa secuestrada, es la trabajadora que por medidas de precaución ha sido
retenida, se le ha respetado debidamente y debía sentirse satisfecha el
compartir el sufrimiento con nosotros que somos de la clase trabajadora como
ella y que luchamos por la felicidad de una clase social que está siendo
explotada en el régimen de ahora”.
El Partido de los Pobres envió un
ultimátum a la familia de Figueroa el 7 de julio en el que exigió el pago de 50
millones de pesos y la difusión de un manifiesto en los medios de comunicación
para liberar al senador. Amenazó con fusilarlo de no cumplirse sus demandas. El
texto iba dirigido a Rubén Figueroa Alcocer: “Damos de plazo hasta el día 2 de
agosto del año en curso para que usted cumpla peticiones, de lo contrario, el
día 3 del mismo mes será fusilado por las fuerzas armadas de nuestro partido”.
“Entréguenos cincuenta millones de
pesos mexicanos, con la siguientes denominaciones: cien mil pesos en billetes
de cincuenta, doscientos mil en billetes de a cien pesos, setecientos mil en
billetes de a quinientos pesos y, cuarenta y nueve millones en billetes de a
mil pesos… Cuando tenga el dinero listo, hable al programa de 24 Horas de la noche y diga: ‘Acepto
como contactos al Sr. Cura Carlos Bonilla Machorro y al profesor Inocencio
Castro Arteaga, por lo que espero instrucciones del Partido de los Pobres”.
Ranmel se reunió el 10 de julio con
Bonilla Machorro en Zihuatanejo donde le entregó el comunicado para la familia
y en una segunda entrevista la familia envió tres fotografías de los nietos del
senador para que las trajeran autografiadas, como prueba de vida, pero el
contacto que las llevaba cayó en manos del Ejército.
Como dije antes en la sierra ante la
precaria situación de la guerrilla llegó a la dolorosa necesidad de que
salieran 35 brigadistas que pidieron permiso y el 12 de julio partieron por
diferentes rumbos de la sierra. Luego que ellos salieron la
guerrilla cargando a cuestas a los secuestrados avanzó por las faldas de El
Barandillo, desde donde se divisaba El Plan del Carrizo. En ese pueblo había
una pista de aterrizaje de la familia Vargas, de ahí despegaban los helicópteros
para vigilar la zona.
Fue el
13 de julio cuando el grupo que tenía el secuestrado partió por la mañana, el
otro donde iba Lucio y toda la dirección de la Brigada partió por la tarde.
“Nosotros partimos por la tarde del mismo día. Avanzamos hasta muy tarde
llegando hasta un lugar denominado Monte Alegre, ya en esta zona la situación
alimenticia se comenzó a resolver porque ya mitigamos el hambre con plátanos
verdes hervidos. Aquí encontramos muchas huellas frescas de emboscadas del
ejército”, comenta un miembro del Partido de los Pobres.
Cerca de ahí, unos guerrilleros que salieron
el 12 cayeron en una emboscada que les tendieron los miembros del Ejército que
para ese tiempo ya estaban en el monte. Habían abandonado los operativos que
realizaban únicamente por veredas y carreteras. Ya se metían a la maleza que
había sido reino exclusivo de los guerrilleros. Según la versión oficial de la
guerrilla en esa emboscada agarraron a Arsenio
y Anselmo éste último que era de San
Martín después se dedicó a delatar y entregó a mucha gente.
Esta
escaramuza parece tratarse del encuentro armado que se registró el 13 de julio de 1974
en las cercanías de La Gloria entre el ejército y miembros del grupo de
Lucio Cabañas, que la división de investigaciones
históricas de la Fiscalía Especial registró, donde hubo contingencias para
ambos lados, porque los jefes militares pidieron “atención para los soldados
heridos,” pero no especifican cuantos ni la gravedad. En cuanto a la gente de
Lucio, el ejército detectó a cinco personas que huyeron. Tres de ellos fueron
aprehendidos el 14 julio por una patrulla de la 35 Zona Militar establecida en
La Gloria. Uno de los guerrilleros que iba herido se metió a una vivienda y se
reguardó atrás de la chimenea pero ya los soldados le seguían de cerca el
rastro de sangre.
Según lo recabado por la Fiscalía el Secretario de la Defensa Hermenegildo
Cuenca Díaz fue informado de esto y un helicóptero fue enviado para trasladar a
los detenidos, y también, de que se entregaron los “paquetes sin novedad”. El
15 de julio de 1974, el Subjefe del Estado Mayor informó nuevamente de todo
esto al Secretario y le reportaba que ya se había solicitado al comandante de
la 35 Zona Militar la entrega de los detenidos “a fin de interrogarlos
detenidamente, por haber manifestado que forman parte del grupo principal de
Lucio Cabañas”.
La Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) recogió
testimonios donde da luz que uno los detenidos ese día sería Ernesto Mesino Lezma
que está desaparecido; el segundo sería Raymundo Morales Gervacio, que después fue
visto en el Campo Militar Número Uno y el tercero Margarito Vásquez Baltasar, que
también está desaparecido.
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