sábado, 30 de marzo de 2019

Silvestre Castro García, El Cirgüelo II


Víctor Cardona Galindo
Recapitulando sobre las tres hazañas más destacadas que se cuentan sobre Silvestre Castro, El Cirgüelo, recordemos la primera subrayada por Wilfrido Fierro, quien detalla que el primero de diciembre de 1915 trayendo los haberes de la ciudad de México, al llegar al estado de Morelos, Silvestre Castro tuvo conocimiento que en la Hacienda de Zacatepec estaba sitiado el oficial carrancista Joaquín Amaro por tropas zapatistas, no obstante al peligro que se exponía ordenó que el ferrocarril siguiera su marcha hasta dentro de la población, y con sólo 50 hombres que lo acompañaban logró salvarlo de que fuese derrotado y hecho prisionero por los zapatistas, pasada ésta acción continúo su marcha hacia Chilpancingo.
Sentado, al centro, Silvestre Castro García en 1917, cuando fue comandante
de la guarnición militar de Teloloapan. Foto: Sara Castrejón.

La segunda proeza que emprendió El Cirgüelo fue cuando lo comisionó, en 1917, el general Mariscal para ocupar la plaza de Chilpancingo que estaba todavía en manos de los zapatistas. Según Wilfrido Fierro, se abrió paso en todo el camino a base del fuego de sus armas hasta lograr su cometido e instaló su cuartel en la capital del estado. Mientras tanto los poderes de la entidad se establecían en Acapulco.
Su tercera audacia resultó de la caída literal del general zapatista Heliodoro Castillo el 16 de marzo de 1917. De estos hechos López Victoria registró que los gobiernistas al mando del coronel Antonio Fernández y del mayor Silvestre Castro al frente de una columna bien pertrechada cayeron de sorpresa sobre los alzados, cuando ocupaban Zumpango del Río y se entabló un duro combate. Castillo y los suyos ofrecieron tenaz resistencia. “Se luchó con denuedo por ambas partes y el jefe insurrecto resultó herido y rodó del caballo ‘El encanto’, mismo animal que sucumbió en la refriega… Heliodoro Castillo no pudo escapar al perder su precioso corcel y para no caer prisionero, al ver perdida la batalla, se privó de la vida”.
Su cadáver fue trasladado a Chilpancingo, en donde el mayor Silvestre Castro, ordenó darle sepultura con honores y tomando su espada dijo: “Esta espada no corresponde a ningún oficial, ni jefes de mayor grado; esta espada con su dueño nunca habrá de rendirse ante ningún peligro, ésta espada solamente corresponde a su dueño, que con su pistola se quitó la vida antes de ser humillado; por lo tanto, el general Castillo permanecerá con ella eternamente” y mandó que la espada fuera sepultada junto con él.
Renato Ravelo escribió que Heliodoro Castillo: “cayó en una celada por responder a un reto de provocación personal” que le hizo El Cirgüelo.
El historiador Tomás Bustamante Álvarez escribió en la revista Altamirano Número 13: “El mariscalismo, expresión del carrancismo en Guerrero, con el apoyo militar del centro, batió las fuerzas del zapatismo que cada vez más fueron debilitándose a falta de recursos militares y de sobrevivencia. Ya que a diferencia de las fuerzas federales los zapatistas lucharon con lo que despojaban al enemigo en combate, vivían con lo que los pueblos les suministraban, después de un lustro de guerra la capacidad de lucha no era igual que antes. En esas condiciones el mariscalismo se posesionó prácticamente del estado y Carranza lo nombró gobernador”.
Sorpresivamente Mariscal llamado por Carranza se trasladó a la Ciudad de México con parte de la tropa que comandaba, se habla de tres batallones, también lo acompañó su esposa Eloísa García. El gobierno de la República previniendo una posible insubordinación acuarteló a la tropa mariscalista en tres lugares diferentes, dispersándola por toda la capital. Mientras Silvestre Mariscal era detenido por órdenes de Carranza el 26 de enero de 1918 y recluido en la prisión militar de Santiago Tlatelolco, al mismo tiempo que desaparecían los poderes en Guerrero. El gobernador interino Julio Adams en respuesta desconoció al gobierno carrancista y salió de Chilpancingo con todos los poderes de la entidad para refugiarse primero en Acapulco y luego en Atoyac.
En la Ciudad de México doña Eloísa García le avisó a los coroneles: Antonio Fernández, Manuel Sáyago y Carlos Radilla de lo sucedido y estos jefes militares acordaron salir de la capital de la República rumbo al estado de Guerrero. El gobierno de Carranza les había ordenando que partieran hacia el norte a combatir a Francisco Villa pero los costeños se negaron.
Las tropas guerrerenses salieron de noche para el sur y como desconocían el terreno el teniente coronel Carlos Radilla se extravió yéndose por el camino a Puebla y sus tropas fueron aniquiladas. Dicen diversos historiadores que de los mariscalistas que salieron de la Ciudad de México la mayoría perdió la vida a manos de las tropas carrancistas al mando del general Pablo González que los combatieron por tierra y aire. Crescencio Otero Galeana asentó: “Los soldados costeños, no obstante su desventaja, se defendieron con valor y coraje, el campo quedó regado de muertos y heridos. Los heridos fueron asesinados posteriormente, sin el menor gesto de humanidad”.
Después de un corto descanso de las tropas sobrevivientes, el mayor Silvestre Castro El Cirgüelo, al saber que el gobierno de Carranza había enviado al general Fortunato Maycotte para exterminar a todos los mariscalistas que quedaban en las costas de Guerrero, llamó a sus antiguos compañeros para agruparlos en un solo frente y defenderse.
Desde principios del mes de agosto de 1917, Silvestre Castro se había establecido en Teloloapan como comandante militar del distrito de Aldama. De acuerdo a los datos de René García se casó el primero de diciembre de ese año con la señorita Ernestina Roldán Gama. El atoyaquense inconforme con la reclusión del general Silvestre Mariscal González abandonó la población el 26 de febrero de 1918, al frente de sus oficiales tomó el camino al sur, con el propósito de unirse al gobernador Julio Adams, quien luchaba por la liberación de Mariscal y en defensa de la soberanía del estado.
“Llegó el coronel Paredes/con cuatrocientas metrallas/ya llegó Enrique Rodríguez/y también Florencio Maya… Mandaron cuatro correos/hasta el pueblo de la Unión/que se arrime con su gente/don Margarito Bailón…Mandaron cuatro correos/mensajes por donde quiera/nos falta aquí un cabecilla/que es don Manuel Uruñuela”.
Fue en Atoyac donde se organizaron las fuerzas mariscalistas y nombraron jefe de operaciones militares al coronel Arnulfo Radilla Mariscal. A este movimiento se sumaron muchos zapatistas-salgadistas, Amelia Robles, entre ellos vino a pelear hasta la costa e incluso Pablo Cabañas Macedo, quien militó bajo las órdenes de Heliodoro Castillo, concurrió a la toma de Acapulco en marzo de 1918.
Fue el 8 de marzo cuando Arnulfo Radilla se reunió en Atoyac con los bandos mariscalistas y salgadistas y les propuso sumarse a Francisco Villa y desconocer a Carranza, pero los salgadistas ya tenían compromiso con el Plan de Ayala de Zapata, rechazaron apoyar a Villa pero se quedaron a combatir para enfrentar al enemigo común que era Carranza.
El general Fortunato Maycotte, al frente de las tropas carrancistas, llegó por barco al puerto de Acapulco el 10 de marzo de 1918 y desde ese día comenzaron las hostilidades.
Alejandro Martínez Carbajal en su libro Historia de Acapulco relata esos acontecimientos: “El 10 de marzo de 1918 desembarcó en el transporte Noriega en Acapulco el nuevo Jefe de Operaciones Militares el General Fortunato Maycotte, al frente de 64 oficiales y 645 soldados… Ese 10, la fuerza mandada por Pablo Vargas, Silvestre Castro y Leopoldo N. Gatica se enfrentaron en la playa Manzanillo a la nueva tropa de Fortunato Maycotte. La gente mariscalista fue rechazada y obligada a retirarse a puntos cercanos. Los soldados costeños volvieron a la carga; el 11 se apoderaron de la Calle el Brinco y nuevamente se enfrentaron a las tropas de Maycotte. Sufrieron un nuevo descalabro, en donde perdió la vida Dimas Fierro. A las 9.00 de la mañana del 12, los costeños ocuparon los cerros de El Fortín y La Mira. Los soldados de Maycotte repelieron la embestida. Debido a ese fracaso, el gobernador Julio Adams, los oficiales y tropa, se retiraron a La Costa Grande”.
Los mariscalistas atacaron a los federales con mucha furia el 17, eran las 2.00 de la tarde. Las fuerzas del gobierno al empuje de los combatientes costeños se refugiaron en el fuerte de San Diego dejando libre la ciudad. Los mariscalistas estaban posesionados del puerto de Acapulco, habían logrado entrar a la aduana y apoderarse de ciento sesenta mil pesos en oro, lo que provocó que la tropa se dispersara y los carrancistas recuperaran los espacios que habían perdido.
Martínez Carbajal registró que “proveniente de aguas blancas, penetraron en la ciudad de Acapulco contingentes de Julio Pérez, a las órdenes de Leopoldo N. Gatica. En el transcurso de la Plaza Álvarez dieron muerte al que se atravesaba a su paso. Derrotaron a las fuerzas del mayor Esteban Estrada, defensor de la Aduana Marítima, quien huyó a la Plaza Grande (Hornos) y despojado de su ropa se tiró al mar. El Contador Daniel Henríquez se negó a enseñarles la combinación de la caja fuerte. Forzaron el cofre y sustrajeron miles de aztecas o sea monedas de oro. No pudieron cargar con todo ese caudal. Algunos dieron a conocidos para guardarlos, otros los escondieron. Algunas fuentes expresan que todo ese botín lo apostaron en los gallos en la feria celebrada en San Jerónimo el 19”.
“Este hombre dio dos ataques/que hasta el puerto se asombró/Cirgüelo dio retirada/porque parque le faltó”.
El 24 de marzo salieron de Manzanillo hacia Acapulco las fuerzas del general Rómulo Figueroa a “bordo del cañonero Guerrero –comenta García Galeana- para apuntalar a Maycotte que no lograba contener a los rebeldes”.
Ese mes se presentó una agresiva epidemia de vómito negro que hizo estragos en las fuerzas federales que venían a combatir a los mariscalistas, aun con el primer descalabro y pese a la epidemia se recuperaron, y en una incursión el 6 de abril de 1918, Maycotte y Rómulo Figueroa desalojaron a los rebeldes de Pie de la Cuesta. Unos días antes ya los habían expulsado de La Garita y La Sabana, lugares desde donde los insurrectos no dejaban pasar víveres ni pasto con rumbo al puerto. El 20 de abril se dio un combate sin mucha importancia entre las fuerzas de Rómulo Figueroa y las de El Cirgüelo en La Sabana.
Los verdes de Figueroa que desembarcaron en el puerto de Acapulco enfilaron su caballería hacia la Costa Grande, en carretas cargaban artillería pesada, tardaron dos días en llegar a San Jerónimo. Al pasar por El Cayaco se les sumó Asiano Marín El Lagarto de la laguna, le decían así porque el estero era su refugio de ahí no lo sacaban sus enemigos. Alejandro Gómez Maganda explica: “La división, que por parte del Gobierno Federal cubrió la Campaña de Guerrero, estaba magníficamente equipada. Por sus uniformes verde-olivo, el pueblo les llamó a los soldados: Los Verdes… El general Maicotte, también llevaba una corporación de soldados yaquis, de valor y resistencia fantástica. Soldado defensivo por excelencia, el yaqui; acostumbra a meterse en su lobera, enardeciendo la batalla con aullidos salvajes y un incesante tamborileo; es capaz, de luchar cada uno, de manera suicida sin importarle el aplastante número del enemigo. Sólo la muerte pone fin a su bravura”.
Fue el 30 de abril cuando en el Zapote se sumaron a las tropas de Rómulo Figueroa, soldados irregulares al mando de Asiano Marín. Ese mismo día se dio un combate en San Jerónimo, que ganaron los del gobierno quienes ocuparon la plaza. A la media noche la fuerza recién llegada fue atacada con furia por los mariscalistas que no lograron tomar la población, pero fue un combate recordado por muchas generaciones como la batalla de los encuerados, en la cual los yaquis probaron su valía porque salvaron a Figueroa de una derrota segura. Se dice que los indios yaquis morían felices porque se iban a reunir con su madre la tierra.
“En San Jerónimo el Grande/por cierto una madrugada/entró El Cirgüelo a pelear/toda su gente encuerada… Entonces dice El Cirgüelo/adentro toda mi gente/a ver estos fronteristas/que se tienen por valientes”.
Como ya se dijo antes los soldados de Figueroa vestían de verde, pero los voluntarios de Asiano Marín venían de civil, por eso El Cirgüelo decidió que todos sus guarachudos se quitaran las ropas y atacaron desnudos, esa fue una buena estrategia porque desnudos los morenos costeños no se veían en la noche y los federales tiraban sin certeza en la oscuridad. La acción duró toda la madrugada y los rebeldes se retiraron al amanecer.
Escribe Anituy Rebolledo que los verdes habían colocado una ametralladora en la torre de la iglesia de San Jerónimo de Juárez y que El Cirgüelo mandó “Consíganse dos tres sacos de chile guajillo y quémenlos en el cubo de la torre”. Uno de los soldados apostados ahí se tiró al vacío y “los demás bajaron como salidos del infierno”.


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