Víctor
Cardona Galindo
Recapitulando sobre las tres
hazañas más destacadas que se cuentan sobre Silvestre Castro, El Cirgüelo, recordemos la primera subrayada por Wilfrido Fierro, quien
detalla que el primero de diciembre de 1915 trayendo los haberes de la ciudad
de México, al llegar al estado de Morelos, Silvestre Castro tuvo conocimiento
que en la Hacienda de Zacatepec estaba sitiado el oficial carrancista Joaquín
Amaro por tropas zapatistas, no obstante al peligro que se exponía ordenó que
el ferrocarril siguiera su marcha hasta dentro de la población, y con sólo 50
hombres que lo acompañaban logró salvarlo de que fuese derrotado y hecho
prisionero por los zapatistas, pasada ésta acción continúo su marcha hacia
Chilpancingo.
Sentado, al centro, Silvestre Castro García en 1917, cuando fue comandante de la guarnición militar de Teloloapan. Foto: Sara Castrejón. |
La segunda proeza que emprendió El Cirgüelo fue cuando lo comisionó, en
1917, el general Mariscal para ocupar la plaza de Chilpancingo que estaba
todavía en manos de los zapatistas. Según Wilfrido Fierro, se abrió paso en
todo el camino a base del fuego de sus armas hasta lograr su cometido e instaló
su cuartel en la capital del estado. Mientras tanto los poderes de la entidad
se establecían en Acapulco.
Su tercera audacia resultó de la caída literal del
general zapatista Heliodoro Castillo el 16 de marzo de 1917. De estos hechos
López Victoria registró que los gobiernistas al mando del coronel Antonio
Fernández y del mayor Silvestre Castro al frente de una columna bien
pertrechada cayeron de sorpresa sobre los alzados, cuando ocupaban Zumpango del
Río y se entabló un duro combate. Castillo y los suyos ofrecieron tenaz
resistencia. “Se luchó con denuedo por ambas partes y el jefe insurrecto
resultó herido y rodó del caballo ‘El encanto’, mismo animal que sucumbió en la
refriega… Heliodoro Castillo no pudo escapar al perder su precioso corcel y
para no caer prisionero, al ver perdida la batalla, se privó de la vida”.
Su cadáver fue trasladado a Chilpancingo, en donde
el mayor Silvestre Castro, ordenó darle sepultura con honores y tomando su
espada dijo: “Esta espada no corresponde a
ningún oficial, ni jefes de mayor grado; esta espada con su dueño nunca habrá
de rendirse ante ningún peligro, ésta espada solamente corresponde a su dueño,
que con su pistola se quitó la vida antes de ser humillado; por lo tanto, el
general Castillo permanecerá con ella eternamente” y mandó que la espada fuera
sepultada junto con él.
Renato Ravelo escribió que Heliodoro Castillo: “cayó en una celada por responder a un reto de
provocación personal” que le hizo El
Cirgüelo.
El historiador Tomás Bustamante Álvarez escribió en
la revista Altamirano Número 13: “El
mariscalismo, expresión del carrancismo en Guerrero, con el apoyo militar del
centro, batió las fuerzas del zapatismo que cada vez más fueron debilitándose a
falta de recursos militares y de sobrevivencia. Ya que a diferencia de las
fuerzas federales los zapatistas lucharon con lo que despojaban al enemigo en
combate, vivían con lo que los pueblos les suministraban, después de un lustro
de guerra la capacidad de lucha no era igual que antes. En esas condiciones el
mariscalismo se posesionó prácticamente del estado y Carranza lo nombró
gobernador”.
Sorpresivamente
Mariscal llamado por Carranza se trasladó a la Ciudad de México con parte de la
tropa que comandaba, se habla de tres batallones, también lo acompañó su esposa
Eloísa García. El gobierno de la República previniendo una posible
insubordinación acuarteló a la tropa mariscalista en tres lugares diferentes,
dispersándola por toda la capital. Mientras Silvestre Mariscal era detenido por
órdenes de Carranza el
26 de enero de 1918 y recluido
en la prisión militar de Santiago Tlatelolco, al mismo tiempo que desaparecían los poderes en
Guerrero. El gobernador interino Julio Adams en respuesta desconoció al
gobierno carrancista y salió de Chilpancingo con todos los poderes de la
entidad para refugiarse primero en Acapulco y luego en Atoyac.
En la
Ciudad de México doña Eloísa García le avisó a los coroneles: Antonio Fernández,
Manuel Sáyago y Carlos Radilla de lo sucedido y estos jefes militares acordaron
salir de la capital de la República rumbo al estado de Guerrero. El gobierno de
Carranza les había ordenando que partieran hacia el norte a combatir a
Francisco Villa pero los costeños se negaron.
Las
tropas guerrerenses salieron de noche para el sur y como desconocían el terreno
el teniente coronel Carlos Radilla se extravió yéndose por el camino a Puebla y
sus tropas fueron aniquiladas. Dicen diversos historiadores que de los
mariscalistas que salieron de la Ciudad de México la mayoría perdió la vida a
manos de las tropas carrancistas al mando del general Pablo González que los combatieron
por tierra y aire. Crescencio Otero Galeana
asentó: “Los soldados
costeños, no obstante su desventaja, se defendieron con valor y coraje, el
campo quedó regado de muertos y heridos. Los heridos fueron asesinados
posteriormente, sin el menor gesto de humanidad”.
Después
de un corto descanso de las tropas sobrevivientes, el mayor Silvestre Castro El Cirgüelo, al saber que el gobierno de Carranza
había enviado al general Fortunato Maycotte para exterminar a todos los
mariscalistas que quedaban en las costas de Guerrero, llamó a sus antiguos
compañeros para agruparlos en un solo frente y defenderse.
Desde
principios del mes de agosto de 1917, Silvestre Castro se había establecido en
Teloloapan como comandante militar del distrito de Aldama. De acuerdo a los
datos de René García se casó el primero de diciembre de ese año con la señorita
Ernestina Roldán Gama. El atoyaquense inconforme con la reclusión del
general Silvestre Mariscal González abandonó la población el 26 de febrero de 1918,
al frente de sus oficiales tomó el camino al sur, con el propósito de unirse al
gobernador Julio Adams, quien luchaba por la liberación de Mariscal y en
defensa de la soberanía del estado.
“Llegó el coronel Paredes/con
cuatrocientas metrallas/ya llegó Enrique Rodríguez/y también Florencio Maya…
Mandaron cuatro correos/hasta el pueblo de la Unión/que se arrime con su
gente/don Margarito Bailón…Mandaron cuatro correos/mensajes por donde
quiera/nos falta aquí un cabecilla/que es don Manuel Uruñuela”.
Fue
en Atoyac donde se organizaron las fuerzas mariscalistas y nombraron jefe de operaciones
militares al coronel Arnulfo Radilla Mariscal. A este movimiento se sumaron muchos zapatistas-salgadistas,
Amelia Robles, entre ellos vino a pelear hasta la costa e incluso Pablo Cabañas
Macedo, quien militó bajo las órdenes de Heliodoro Castillo, concurrió a la
toma de Acapulco en marzo de 1918.
Fue el 8 de marzo cuando Arnulfo Radilla se reunió
en Atoyac con los bandos mariscalistas y salgadistas y les propuso sumarse a
Francisco Villa y desconocer a Carranza, pero los salgadistas ya tenían compromiso
con el Plan de Ayala de Zapata, rechazaron apoyar a Villa pero se quedaron a
combatir para enfrentar al enemigo común que era Carranza.
El
general Fortunato Maycotte, al frente de las tropas carrancistas, llegó por
barco al puerto de Acapulco el 10 de marzo de 1918 y desde ese día comenzaron
las hostilidades.
Alejandro
Martínez Carbajal en su libro Historia de
Acapulco relata esos acontecimientos: “El 10 de marzo de 1918 desembarcó en
el transporte Noriega en Acapulco el nuevo Jefe de Operaciones Militares el
General Fortunato Maycotte, al frente de 64 oficiales y 645 soldados… Ese 10,
la fuerza mandada por Pablo Vargas, Silvestre Castro y Leopoldo N. Gatica se
enfrentaron en la playa Manzanillo a la nueva tropa de Fortunato Maycotte. La
gente mariscalista fue rechazada y obligada a retirarse a puntos cercanos. Los
soldados costeños volvieron a la carga; el 11 se apoderaron de la Calle el
Brinco y nuevamente se enfrentaron a las tropas de Maycotte. Sufrieron un nuevo
descalabro, en donde perdió la vida Dimas Fierro. A las 9.00 de la mañana del
12, los costeños ocuparon los cerros de El Fortín y La Mira. Los soldados de
Maycotte repelieron la embestida. Debido a ese fracaso, el gobernador Julio
Adams, los oficiales y tropa, se retiraron a La Costa Grande”.
Los
mariscalistas atacaron a los federales con mucha furia el 17, eran las 2.00 de
la tarde. Las fuerzas del gobierno al empuje de los combatientes costeños se
refugiaron en el fuerte de San Diego dejando libre la ciudad. Los mariscalistas
estaban posesionados del puerto de Acapulco, habían logrado entrar a la aduana y
apoderarse de ciento sesenta mil pesos en oro, lo que provocó que la tropa se
dispersara y los carrancistas recuperaran los espacios que habían perdido.
Martínez
Carbajal registró que “proveniente de aguas blancas, penetraron en la ciudad de
Acapulco contingentes de Julio Pérez, a las órdenes de Leopoldo N. Gatica. En
el transcurso de la Plaza Álvarez dieron muerte al que se atravesaba a su paso.
Derrotaron a las fuerzas del mayor Esteban Estrada, defensor de la Aduana
Marítima, quien huyó a la Plaza Grande (Hornos) y despojado de su ropa se tiró
al mar. El Contador Daniel Henríquez se negó a enseñarles la combinación de la
caja fuerte. Forzaron el cofre y sustrajeron miles de aztecas o sea monedas de
oro. No pudieron cargar con todo ese caudal. Algunos dieron a conocidos para
guardarlos, otros los escondieron. Algunas fuentes expresan que todo ese botín
lo apostaron en los gallos en la feria celebrada en San Jerónimo el 19”.
“Este hombre dio dos ataques/que hasta el
puerto se asombró/Cirgüelo
dio retirada/porque parque le faltó”.
El
24 de marzo salieron de Manzanillo hacia Acapulco las fuerzas del general
Rómulo Figueroa a “bordo del cañonero Guerrero –comenta García Galeana- para
apuntalar a Maycotte que no lograba contener a los rebeldes”.
Ese
mes se presentó una agresiva epidemia de vómito negro que hizo estragos en las
fuerzas federales que venían a combatir a los mariscalistas, aun con el primer
descalabro y pese a la epidemia se recuperaron, y en una incursión el 6 de
abril de 1918, Maycotte y Rómulo Figueroa desalojaron a los rebeldes de Pie de
la Cuesta. Unos días antes ya los habían expulsado de La Garita y La Sabana, lugares
desde donde los insurrectos no dejaban pasar víveres ni pasto con rumbo al
puerto. El 20 de abril se dio un combate sin mucha importancia entre las
fuerzas de Rómulo Figueroa y las de El Cirgüelo en La Sabana.
Los
verdes de Figueroa que desembarcaron en el puerto de Acapulco enfilaron su
caballería hacia la Costa Grande, en carretas cargaban artillería pesada,
tardaron dos días en llegar a San Jerónimo. Al pasar por El Cayaco se les sumó
Asiano Marín El Lagarto de la laguna,
le decían así porque el estero era su refugio de ahí no lo sacaban sus
enemigos. Alejandro Gómez
Maganda explica: “La división, que por parte del Gobierno Federal cubrió la
Campaña de Guerrero, estaba magníficamente equipada. Por sus uniformes
verde-olivo, el pueblo les llamó a los soldados: Los Verdes… El general
Maicotte, también llevaba una corporación de soldados yaquis, de valor y
resistencia fantástica. Soldado defensivo por excelencia, el yaqui; acostumbra
a meterse en su lobera, enardeciendo la batalla con aullidos salvajes y un
incesante tamborileo; es capaz, de luchar cada uno, de manera suicida sin
importarle el aplastante número del enemigo. Sólo la muerte pone fin a su
bravura”.
Fue
el 30 de abril cuando en el Zapote se sumaron a las tropas de Rómulo Figueroa, soldados
irregulares al mando de Asiano Marín. Ese mismo día se dio un combate en San
Jerónimo, que ganaron los del gobierno quienes ocuparon la plaza. A la media
noche la fuerza recién llegada fue atacada con furia por los mariscalistas que
no lograron tomar la población, pero fue un combate recordado por muchas
generaciones como la batalla de los
encuerados, en la cual los yaquis probaron su valía porque salvaron a
Figueroa de una derrota segura. Se dice que los indios yaquis morían felices
porque se iban a reunir con su madre la tierra.
“En San Jerónimo el Grande/por cierto una
madrugada/entró El
Cirgüelo a pelear/toda su gente encuerada… Entonces
dice El Cirgüelo/adentro
toda mi gente/a ver estos fronteristas/que se tienen por valientes”.
Como
ya se dijo antes los soldados de Figueroa vestían de verde, pero los
voluntarios de Asiano Marín venían de civil, por eso El Cirgüelo decidió que todos sus guarachudos se quitaran las ropas
y atacaron desnudos, esa fue una buena estrategia porque desnudos los morenos
costeños no se veían en la noche y los federales tiraban sin certeza en la
oscuridad. La acción duró toda la madrugada y los rebeldes se retiraron al
amanecer.
Escribe
Anituy Rebolledo que los verdes habían colocado una ametralladora en la torre
de la iglesia de San Jerónimo de Juárez y que El Cirgüelo mandó “Consíganse dos tres sacos de chile guajillo y
quémenlos en el cubo de la torre”. Uno de los soldados apostados ahí se tiró al
vacío y “los demás bajaron como salidos del infierno”.
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