sábado, 16 de marzo de 2019

Día de muertos en Atoyac


Víctor Cardona Galindo
 “No desprecies este lugar ni lo mires muy lejano, pues de tanto vagar y vagar llegarás tarde o temprano” se leía, antaño, en el letrero del arco de entrada al panteón de El Ticuí.
En nuestra familia se cuentan historias sobre el día de muertos, que son la conciencia, que conservan la tradición, porque nadie quiere que les pase lo que a los personajes de esos relatos. Como lo que le pasó a la tía Rosaura.
La danza de El Cortés en una ofrenda

Resulta que una noche Rosaura llegó de rezar. Anduvo todo el día rezando en las casas del barrio, eran las 10 de la noche. Su esposo había muerto asesinado hacía ya mucho tiempo y todos los años el día de los difuntos le prendía una vela, pero ese día llegó cansada y como ya tenía muchos años de muerto no la quiso prender. Se disponía a dormir cuando le tocaron la puerta. Una voz de hombre le decía Rosaura, Rosauraaa, ella preguntó --¿Quién es? Obtuvo un “yo”, por respuesta. Siguieron tocando suavemente la puerta y repitiendo: Rosauraaa, Rosauraaa. Cuando se decidió a abrir, se encontró con un hombre joven, que vestía de negro, traía un sombrero, de ala ancha, del mismo color que le cubría el rostro, le preguntó: ¿Quién eres? —“Soy yo”—le contestó. —¿Qué quieres? —Dame lumbre para el camino—contestó.  Rosaura le prendió una raja de ocote y el desconocido se fue.
Regresó a la cama y se quedó pensando en aquel hombre vestido de negro, un buen rato. Cuando estaba por dormirse, otra vez le tocaron suavemente la puerta, y volvió a escuchar la voz que repetía su nombre. Nuevamente se incorporó y encontró al mismo joven vestido de negro con el sombrero que le tapaba la cara, quien le comentó: —se me apagó la luz, dame lumbre.
Fue por los cerillos y le volvió a prender la raja de ocote. Aquel hombre regresó unas tres veces durante  la noche porque se le apagaba el fuego. Era el día de Todos los Santos.
Al siguiente año, después de que llegó de rezar, el mismo hombre le fue a pedir lumbre.
Era rezadora y se iba a rezar todo el día desde la víspera del Día de los Angelitos en las casas donde levantaban altares y ofrendas, comía en las viviendas donde rezaba y sólo llegaba a dormir a su hogar. Al tercer año de no prenderle cirios a su esposo muerto, otra vez llegó el hombre vestido de negro, con el sombrero que le tapaba el rostro, a pedir lumbre.
En una de sus confesiones le contó al sacerdote que un hombre no la dejaba dormir el día de Todos los Santos, desde hacía tres años. El padre le preguntó: Le prendes veladoras a tu esposo? Ella lo negó. — ¿Pues cuántos años de muerto tiene tu marido? —Quince años, respondió. —Pues préndele una veladora porque ese hombre que viene a molestarte es tu marido. Entonces se acordó que todos en el pueblo la llamaban Rosa y su esposo era el único que le decía Rosaura. El siguiente año antes de irse a rezar, por el día de los difuntos, prendió las velas y el hombre de negro ya no regresó.

“Hay muertos que no hacen ruido y son mayores sus penas”.
(Dicho de doña FORTINA ROJAS ARELLANO)

Otra leyenda cuenta acerca de dos hermanos que se habían quedado huérfanos. Su madre, recientemente, había muerto. Su padre, hacía mucho. Era el Día de los Angelitos y el día siguiente se conmemorarían Todos los Santos.
La niña le pidió dinero al hermano mayor para comprar velas y hacer una ofrenda a sus papás. —No tengo dinero –contestó– no creas en esas tonterías, el que se muere se murió, ya jamás regresa, a la noche te voy a demostrar que no vienen, los voy a espiar.  No estés chingando, préndeles un estiércol de vaca.
La jovencita lloró por la maldad de su hermano. En la noche el joven se instaló detrás de la puerta, esperando a que llegaran los muertos, entonces fue cuando escuchó que rezaban, se asomó y observó un lucerío que venía del panteón rumbo al pueblo, en la procesión vio muchas personas que traían rollos de velas, otros portaban sólo una, con la que iluminaban el camino, otros se venían quemando las manos con veladoras, había personas que nada les alumbraba, caminaban en silencio tras los demás, solamente su madre traía prendido un estiércol de vaca que le humeaba la cara, al verla en esas condiciones corrió llorando, hacia el pueblo, a comprar unas velas para encenderlas en el altar.

No entiendo porque le ponen bardas a los panteones, si los que están adentro no se pueden salir y los que estamos afuera no nos queremos meter.
CALILLA.
Cuando es octubre toda la ciudad de Atoyac y los cerros que la circundan se visten de blanco, las flores cual nieve cubren los bocotales. En los caminos, flores multicolores alegran el paso, el pericón crece en las huertas y adorna todo con diminutas flores amarillas. El bocote (cueramo, le llaman los calentanos) florea en otoño y cuando las flores caen en la pila de agua, primero flotan y después se aplanan, parecen diminutas estrellas de mar. Mi ciudad está rodeada de bocotales, son los árboles que pueblan el panteón y vuelven blanco el camino en Todos los Santos. Las atoyaquenses del pasado eran muy laboriosas y hacían las coronas para sus ofrendas con puras flores de este árbol.
Al llegar el primero de noviembre se festeja a los angelitos y el 2 a los difuntos adultos. Se levantan altares y se colocan ofrendas con las comidas que le gustaban al fallecido, principalmente, tamales nejos y frito de cuche (a quien no le gusta una carne de cuche con arroz). Los panteones se visten de colores, la gente lleva flores a sus antepasados y pinta las tumbas. Hay quienes llevan al sepulcro la música que más les gustaba a sus difuntos. Es como ir de día de campo, pero al panteón.
Entre octubre y principios de noviembre las milpas parecen un pedregal. Las calabazas asoman sus caderas entre el monte que alcanzó a crecer después de la última limpia. Es el tiempo en que los difuntos vienen a llevarse el aroma de la comida guiados por las luces de las velas que se prenden en el altar. Las ofrendas se hacen con productos de la región y con lo que se acaba de cosechar. Es también como dar gracias por lo que la madre tierra nos da. Se ofrenda atole blanco de maíz nuevo, conserva de calabaza, se sacrifica el “marranito” y se hace el frito de cuche. La jícama se da en la milpa y se va al río por los camarones. Antes, por todos lados había árboles de mandarina ahora se compra en el mercado, es la temporada y es muy barata.
Desde la víspera de Todos lo Santos el centro de Atoyac se llena de flores y en las entradas a los panteones están a la venta el cempaxúchitl, las madroñas, el amaranto (garra de león o terciopelo) y las africanas. También hay pompones, gladiolas y otras flores que no son típicas.
“Tradicionalmente se han puesto en las ofrendas lo que comía el muerto –comenta Enrique Hernández Meza-- carne de cuche con nejo, calabaza con atole blanco, su vasito de sal, tequila, su taza de arroz con leche, nacatamales, tamales sordos (hechos con manteca y piloncillo) muchas flores: ensartas de cempaxúchitl, amarantos, madroñas (blancas y moradas) africanas (las hay silvestres y domesticadas) velas y veladoras, la foto del difunto o de los difuntos. Se utilizan colores rojos y morados. El morado que significa la espiritualidad. Muy antiguamente cuando la gente estaba pobre hacían las coronas de bocotes. Una flor de tipo nube que le llamaban “reunión”, había mucha en los corredores ahora ya no se usa. En algunas casas les ponían flores de mariposa y flores de mirto. Todo era silvestre o lo que se daba en la milpa. Eso de ponerles calaveritas es una tradición chilanga, no nuestra, en el pasado no se le ponía eso”. Cuando el altar es austero se acostumbra también la flor de palo de arco.
Mi mamá María del Refugio Galindo Romero pone su altar desde el 31 de octubre y le prende veladoras a los angelitos, en este caso a sus hermanitos muertos, les pone: arroz de leche, mandarinas, jícamas y dulces, todo lo que comían cuando estaban vivos. Ya el día primero a las 7 de la noche se prepara para esperar a los difuntos mayores les pone: café y tequila para el abuelo Agustín que murió por el gusto. Unos “puros” del mercado para la abuela Victorina  y cigarros para los tíos. Para todos tamales nejos, carne de puerco entomatada, nacatamales, un vaso con agua, un puñito de sal, pan de muerto, calabaza y atole blanco, tamales sordos y prende velas o veladoras.
Adorna su altar con cadenas con flores de cempaxúchitl, madroñas o mardonias, coloca floreros con africanas y amarantos. Pone papel picado, cadenas de papel de china con colores, azules con anaranjados, amarillo con azul, o negro con anaranjado o morado con blanco. Hace un caminito con flores de cempaxúchitl despicada desde la puerta al altar. Forma una cruz de flores de cempaxúchitl picada y alrededor se prenden las velas, una para cada difunto, instala las fotos de los abuelos y los tíos. Coloca su sahumerio con brazas y copal para sahumar el altar una vez terminado. También pone cervezas, cerillos y un caldo de camarones porque a mi abuelo Agustín le gustaba mucho ese guiso. Allá en el barrio, recuerda María del Refugio, que en el pasado ponían un vaso con agua en la ofrenda, cuando terminaba el rezo del día de los difuntos daban de beber el vaso con agua al que agregaban un puñito de sal a las invitadas. Los guisos de las ofrendas se repartían entre los vecinos, se llenaba la mesa de ofrendas cuando terminaba el rezo, para que todos comieran. Ese día las mujeres estrenaban vestidos de luto. Se preparaban con tiempo para el festejo.
Recuerda que en Los Valles los Galindo sembraban cempaxúchitl alrededor de toda la milpa y las mujeres de la familia invitaban a los vecinos para ir a cortar las flores. Salían a las cinco de la mañana con canastas y hasta con burros para traer lo cortado, todo era regalado.
Los altares se levantan el 31 de octubre por la tarde. Antes era común de que a la hora que se terminaba el altar se tirara un cohete. Todo el día primero se tiraban cohetes. El último lo tiraban a las 7 de la noche porque a esa hora se prendían las veladoras de los difuntos.

“Hay dios que me voy del mundo, porque la tierra me llama, porque cuando la muerte llegue sólo quedará la soflama”.
FORTINA ROJAS ARELLANO

Y abundando sobre lo que es el día de muertos en Atoyac, ya se hizo tradición que el 31 de octubre los estudiantes de la Escuela Preparatoria, Núm. 22 de la Universidad Autónoma de Guerrero monten sus ofrendas en el patio del plantel, donde los alumnos hacen gala de su creatividad. Todos los años han instalado sus altares dedicados a diversos difuntos, pero principalmente a Lucio Cabañas, Juan Álvarez, Francisco Villa,  Emiliano Zapata y al Che Guevara. Este año se sumaron los altares para Andrea Radilla Martínez, Ascencio Villegas Arrizón y al entrañable maestro de música de la Preparatoria Feliciano Hernández, a quien le cantaron su canción favorita “Wendoline”.

“No le deseo la muerte a nadie, pero Dios bendiga mi negocio”.
EL DUEÑO DE LA FUNERARIA.

Las campanas doblan cuando alguien muere, si es por la noche al escuchar los dobles todos se preguntan: ¿Quién moriría? Si no es familiar, al otro día se mata la curiosidad cuando se ve caminar el cortejo fúnebre por la calle principal, van con el féretro a despedir al difunto de la parroquia principal, luego al panteón.
Las familias tradicionales (las más viejas) se siguen sepultando en el panteón en el centro de la ciudad, ahí descansan nuestros próceres como Gabino Pino González, Pedro Clavel, David Flores Reinada, Arnulfo Radilla Mariscal y Enedino Ríos Radilla.
Hay otros tres panteones, el de La Libertad por el rumbo de la colonia Loma Bonita, en donde son enterradas las familias nuevas; algunos pobres, a los que el Ayuntamiento les regala terrenos; ahí están enterrados los tres guerrilleros del EPR, muertos en enfrentamiento: Rodolfo Molina y los dos caídos en el combate de El Guanábano.
Está el panteón de Las Lomas del Sur, es privado hay que tener recursos para comprar los lotes, ese panteón era de don Vicente Adame, él tuvo la idea de hacerlo; ahí están sepultados el químico José Zavala Téllez, doña Fidelina Téllez Méndez, el ex alcalde Germán Adame Bautista y mi tía Carlota Galindo. Los Nogueda ya abrieron también un panteón pegadito al de las Lomas del Sur.
Atoyac tiene fama de ser violento. Últimamente nos invadió la muerte, absurda, sin valor, que da vergüenza, pero en otros tiempos los muertos con violencia tenían sentido. Se moría por honor, por pasión política, por la familia, por una mujer, por la defensa del bosque o la tierra, nuestros muertos eran queridos y recordados, reivindicados.


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