domingo, 24 de junio de 2018

De escritos y escritores V y última


Víctor Cardona Galindo
Luis Ríos Tavera
Fue presidente municipal de Atoyac en el periodo (1963-1965). Nació en esta ciudad el 17 de mayo de 1926. Es autor de varios libros entre los que se encuentran: Los Cuari, Guerrero y sus dos costas, y El Guerrerense. Como la mayoría de los escritores atoyaquenses, Luis Ríos Tavera escribe sobre el terruño. Retrata los tiempos que le tocó vivir y se apasiona con la cultura, las tradiciones y la historia del pueblo costeño. Una de sus crónicas más representativas es “Mamá Grande” y “Pescado Fresco”, trabajos en los que se involucra en la vida cotidiana de esta ciudad, las velaciones, los recorridos por El Ticuí y alguna que otra leyenda que cuentan todavía nuestros mayores. Luis Ríos Tavera murió el 19 de septiembre de 1979.
Al micrófono el presidente municipal Luis Ríos 
Tavera, acompañado del regidor Alfredo Reynada
 Castro y el señor Juan García Galeana, en la 
inauguración de la primera cancha de basquetbol
 construida en el poblado serrano de Santiago
 de la Unión, el 21 de marzo de 1965. La obra fue
 promovida por Juan García Galeana, propulsor
 de ese deporte en Atoyac. 
Foto: colección de René García Galena.

En su libro Los Cuari, habla de los indios nativos de la región y de sus amores, plantea una hipótesis sobre los orígenes de la danza de El Cortés. Se sabe que los españoles tenían un campo de entrenamiento en las cercanías de Acapulco, donde armó un astillero Hernán Cortés, quien era el Marqués del Valle de Oaxaca, por eso al lugar ahora se le conoce como Puerto Marqués. Los nativos de Acapulco observaban como entrenaban los soldados españoles, y para burlarse de los invasores inventaron esta danza. En la que simulaban el combate y el movimiento del caballo.
Hay que recordar que los nativos no tenían permiso para andar a caballo, por eso fabricaron una yegua de madera y con bejucos le formaron el anca, la taparon con tela de algodón y la adornaron con crines de caballo, para emitir el sonido de los caballos españoles le colocaron cascabeles y fabricaron espadas de palo, porque los indios tampoco podían andar amados. Así nacería la famosa y arraigada danza de El Cortés.
Otra versión, que también plantea Ríos Tavera, es que un recluta de los españoles al no aguantar los agotadores entrenamientos a los que era sometido en Puerto Marqués, mató a su entrenador y escapó. Al andar perdido en el monte enloqueció y al poco tiempo se presentó en el puerto danzando en forma chusca diciendo “La culpa de todo la tuvo el Cortés”.
En el texto “La Cruz de Ramas” de su libro Los Cuari habla de El Cuera Negra dice “El Malo es el demonio, tal como se les aparece a los hombres y a las mujeres que viven en la sierra. ‘El Malo’ en la forma de bestia, o de ser humano, o de rufián, o de jugador o de bandido. ‘El Malo’ camina de noche y se detiene a contemplar las chozas de su imperio de noche y las gentes no abren a nadie porque así ‘llega el Malo’… El malo toca la puerta y pide una caridad, a las 12 de la noche. Un fuerte olor de azufre impregna el ambiente. Los caballos relinchan. Los perros aúllan. Las gallinas cacarean y vuelan espantadas sobre los tejados a los árboles… La familia pide protección a los santos… pero ya es tarde: ‘El Malo’ se ha posesionado de sus almas”.
Cuanta la leyenda que El Cuera Negra es un hombre joven guapo, elegantemente vestido, montado en un brioso caballo negro, que recorre las comunidades de la sierra. Su fuerte silbido se escucha en las noches, cuando anda buscando a los que tienen compromisos con él. Muchos acuden a la piedra del Diablo que está subiendo a la sierra, o al cerro Cabeza de Perro, para pedir favores a cambio de sus almas.
Por las noches los busca. Su caballo de brillante pelaje resopla en los caminos, mientras él silba con una tonada muy fina y elegante. A veces va vestido de charro, con una botonadura de oro o de vaquero con sombrero tejano, siempre de negro.
Hay gente que hasta nuestros días dice haber visto al Cuera Negra. Aseguran que del panteón de Atoyac sale a las tres de la mañana un hombre vestido de charro con botonadura de plata, todo de negro, un gran sombrero de charro le cubre la cara y su caballo negro danza al caminar haciendo sonar las herraduras en el piso. Se escucha el rechinido del metal en el pavimento. Esa leyenda fue plasmada en letras de molde por el ex presidente municipal de Atoyac.
Ríos Tavera en su libro El Guerrerense escribió una monografía de El Paraíso y dice que se fundó en 1900 y que los primeros pobladores fueron: Miguel Rodríguez, Maximino Andrés Antonio, Silvano Domínguez, Hilario Hernández, Alejandro Tolentino, Lucio Andrés Antonio, Bonifacio Bautista, Espiridión Nava, Antioco González Poncelis, entre otras personas.
Tenía afición por la arqueología y exploró las inmediaciones de El Paraíso, buscó los rastros de nuestros antepasados: “En este ejido existen vestigios de algunas de las razas indígenas antiguas: aztecas, cuitlatecas o tepuztecas, pues por todos los rumbos se han encontrado los campesinos, al arar sus tierras o sembrar árboles frutales haciendo pozos, figuras de barro, piedra y jade; hachitas de cobre fino, cuentas de barro y piedra y de metal no definido; así como idolitos y otras curiosidades antiguas más”.
“Por el rumbo de los terrenos de riego que tienen en este ejido los agricultores, punto que se llama Los Planes, existen varios momuxtles (momuxtlis) de donde han sacado los agricultores figuras de piedra, barro, jade y uno que otro pequeño objeto de cobre (…) Entre este ejido y el poblado de El Edén, en el sitio o poblado de La Pintada, existe una enorme piedra de granito y en una de sus caras se encuentra un jeroglífico que está esculpido con figuras de soles, reptiles, aves”.
El caudal de los arroyos de Atoyac quedaron de recuerdo en los libros de Tavera, en 1973 escribió: “Desde arriba se ve un manto que se extiende al Océano Pacífico, lo cruza el prominente río que se llama Atoyac… De afluentes tiene innumerable arroyos que ondulan y se detienen en remansos. Crece el follaje verde en los contornos; y de los montículos que se alzan de abajo arriba se divisan las calles paralelas perdidas entre los árboles frutales y palmeras centenarias. Recuestan su presencia en el bálsamo del olor purificante, ya del ocote de la sierra”.
En El Guerrerense está esa sabrosa crónica que se llama “Pescado Fresco” donde habla del ambiente que se vivía durante la bonanza del café en la ciudad de Atoyac. En donde comenta: “si el quintal de café, pongamos el caso, abre en el mercado cuando se inicia la temporada de 150 a 200 pesos; el campesino ya lo tiene comprometido en menos de la mitad, ¡y hay que pagar! Para quedar bien, porque luego se ofrece… el año que entra lo mismo”.
Habla del pueblo fiestero gastándose el resultado de buenas cosechas y de los compradores que arreglaban “la romana para robar de peso, y les quede algo por kilo”. Y retrata bien el tiempo. “De allí el desequilibrio, la división de los hombres. El monopolista del grano, el succionador del sudor, el criminal que manda a matar, el bandido que roba con la pesa; y la injusticia del que manda en la vida pública”.
Es en “Pescado Fresco” es donde recoge muchas historias del municipio en una sola, todas las etapas de la vida de la región, en lo que dura una plática en una velación, es ahí  donde da luz sobre esa historia que se cuenta en la sierra, precisamente en la zona donde viven los Cabañas.
Se comenta que cuando comenzaba la guerrilla, un teniente de nombre Eustaquio Aguilar llegó con un destacamento de soldados y judiciales a San Vicente de Benítez para perseguir a Lucio Cabañas Barrientos. Le preguntaba a la gente si lo habían visto, la gente contestaba que no. Para hacer más efectiva su labor formó un grupo de voluntarios con campesinos enemigos del guerrillero. Pero por más que salían hacia los cuatro puntos cardinales de la sierra nada más no lo encontraban. De pronto el teniente comenzó a recibir pescado fresco y camarones de río para almorzar. Él seguía buscando a los guerrilleros y los pescados y camarones no dejaban de llegar.
Un día, en un campo abierto avistaron a los rebeldes, los voluntarios querían ir de una vez a los trancazos, pero el teniente Aguilar los contuvo, tal vez pensando en su hermosa mujer que lo esperaba en la ciudad. Los voluntarios se enojaron y lo mandaron a la chingada. Llegando a San Vicente de Benítez el teniente se encontró con una carta donde le pedían se presentara a la Ciudad de México para un curso de promoción.
Subió a su Jeep para abandonar la comunidad, en la salida se encontró a Luis Cabañas y se detuvo para despedirse. Le dijo don Luis, si alguna vez llega a ver al maestro Lucio dígale que me hubiera gustado conocerlo, en otras circunstancias y saludarlo como amigo. Qué bueno mi capitán contestó Luis Cabañas en cambio él dice que le dio mucho gusto conocerlo y quiere saber si le gustaba el pescado fresco que le mandaba todos los días.
El teniente dejó caer con afecto un golpe al hombro de Luis, al momento que el chofer arrancaba el motor del Jeep y el teniente se iba rumbo a la ciudad de Atoyac con la esperanza de no volver.
A Luis Ríos Tavera le tocó participar en política en una época muy convulsa, primero enfrentó en el Partido Revolucionario Institucional a sus enemigos internos y luego a los cívicos que se opusieron a los candidatos oficiales. Pero para recrear esa etapa echaremos mano de los datos que dejó nuestro cronista por excelencia Wilfrido Fierro Armenta.
Para la sucesión de los poderes municipales del trienio 1960-1963, figuraron en la palestra política los precandidatos Esteban Vázquez Fierro, Elías Pimentel Alvarado, Luis Cabañas Ocampo, Luis Ríos Tavera y Raúl Galana Núñez.
El locutor y periodista Ríos Tavera logró el apoyo de los tres sectores y ofreció una dura batalla a Galeana Núñez candidato de los cafeticultores y autoridades salientes. No obstante que Tavera salió electo en la convención y de rendir su protesta ante el delegado del PRI Nicolás Wences García, el partido se inclinó a favor de Raúl Galeana Núñez, debido a que los partidarios de los candidatos Vázquez y Cabañas se aliaron haciendo mítines por las calles y en el salón del cine Álvarez el día de lo convención, y el cronista de Atoyac le agrega: “se supo también que hubo una tentadora oferta metálica de parte de los cafeticultores ante las autoridades estatales”.
Galeana Núñez tomó posesión el primero de enero de 1960 con la presencia del gobernador del estado Raúl Caballero Aburto. La ceremonia tuvo lugar a las ocho de la noche en el estrado del Palacio Municipal.
Dice Wilfrido que pesar de la división que causó la campaña política, esta administración debe considerarse como una de las mejores, pues Galeana Núñez supo captarse la simpatía de sus enemigos políticos y al mismo tiempo los invito a colaborar en su gobierno. Se echó acuestas la construcción de la escuela primaria urbana del estado general Juan Álvarez que tendría un costo de medio millón de pesos, logró construir el primer piso y parte del segundo, no pudo terminar porque renunció a su puesto después de la caída del gobernador Raúl Caballero Aburto.
Pasando los tres años se presentó otra vez Luis Ríos Tavera como candidato del PRI, llegó a la presidencia con la fuerte oposición de los cívicos. El Ejército intervino para que pudiera tomar posesión.
A Luis Ríos Tavera las personas mayores lo recuerdan, porque lo relacionan con los primeros desayunos escolares que se repartieron entre la niñez. El presidente Adolfo López Materos decretó el 31 de enero de 1961 la creación del Instituto Nacional de Protección a la Infancia (INPI). Este nuevo organismo descentralizado, con personalidad jurídica y patrimonio propio, tendría como principal propósito el proteger a la niñez por todos los medios a su alcance, así como suministrar a los escolares servicios asistenciales complementarios, en especial mediante la distribución de desayunos.
Las primeras noticias de la existencia del INPI en Atoyac, son del 16 de febrero de 1963 cuando se constituyó el comité de desayunos escolares que encabezó el alcalde Luis Ríos Tavera. Luego el 30 de noviembre de 1964 la primera dama de la nación Eva Sámano de López Mateos inauguró el edificio del INPI en la calle Antonio Paco Navarrete. Durante la administración de Ríos Tavera se ampliaron las calles de la ciudad por eso las casas del centro perdieron el corredor.

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