domingo, 10 de junio de 2018

De escritos y escritores III

Víctor Cardona Galindo
Luis Hernández Lluch
El cronista vitalicio de Benito Juárez y escritor de la monografía de ese municipio era descendiente directo de españoles, ya al final de su vida ubicó a su familia en España y lo visitaron en su casa. Nació el 14 de diciembre de 1910 en San Jerónimo el Grande municipio de Atoyac de Álvarez. Tenía 100 años cuando murió el viernes 3 de junio del 2011 a las ocho de la noche. Toda su vida la dedicó al saber y a la investigación histórica. Era radiotécnico egresado del Instituto Politécnico Nacional.
Don Luis Hernández Lluch cronista de San Jerónimo
 de Juárez, murió a los 100 años, tenía un amplio
conocimiento sobre la historia de la región, muchos
 de los acontecimientos que narró en sus textos,
los vivió personalmente. Foto: cortesía de la familia.

El 10 de abril de 1997 por unanimidad el cabildo, que presidió la alcaldesa Estrellita Marina del Río Radilla, le reconoció el título de cronista vitalicio del municipio de Benito Juárez y rindieron homenaje a su larga trayectoria como guardián de la memoria histórica de la región. Años más tarde, el miércoles 30 de abril del 2008, en un homenaje emotivo sin precedentes, el cabildo de Atoyac le entregó la presea al mérito civil “Juan Álvarez”.
René García Galeana escribió la biografía de Luis Hernández Lluch donde narra su relación con personajes como Benita Galeana y Fernando Rosas, de quienes escribió sus semblanzas y momentos de sus vidas que no conocíamos.  Don Luisito, como le llamábamos de cariño, era alegre y bromista mucho recordaba su infancia y sus travesuras en el racho de Los Toros.
Gracias a don Luis Hernández Lluch podemos rescatar la historia de las familias nativas de nuestra región, dejó como herencia una voluminosa carpeta con la genealogía de los apellidos Radilla, Ríos, Galeana, Navarrete, Nogueda, Solís, Quiñónez, del Río, Cabañas, García, Hernández, Pinzón, Luna, Ramos, Torreblanca y Mena. Esta sería, en mi opinión, la principal aportación a la historia regional del cronista de Benito Juárez.
Platicar con él siempre fue fundamental para saber sobre nuestra cuarta raíz, la asiática; decía que los apellidos Guinto, Bataz, Quiñones, Nogueda y Zúñiga eran de origen filipino. Con él se podía conocer el pasado de la Costa Grande, porque no solamente escribió sobre San Jerónimo, también de Atoyac, de Coyuca y Tecpan de Galeana.
Fue promotor del turismo, la cultura y las costumbres de la región. Muchas personas acudían a él para saber sobre el pasado de sus familias y todos lograban encontrar de dónde venían, siempre que los apellidos fueran de la región. Con darle solamente el nombre ubicaba la raíz familiar y contaba incluso anécdotas de las familias, muchas veces desconocidas por el visitante.
Don Luis se fue dejando un gran vacío que difícilmente otro cronista podrá llenar, hombre de lúcida memoria, al que le debemos los libros: Monografía de San Jerónimo. Municipio de Benito Juárez, publicada por  Ayuntamiento de Acapulco en 1993 y Los personajes que cambiaron el rumbo de México que publicó poco antes de su muerte.
De acuerdo a los datos aportados por su biógrafo René García Galeana escribió varios cuentos cortos y sobre algunos episodios relacionados con su paso por la vida como: Recuerdo triste del Teatro Flores de Acapulco, El chaneque, una venganza infantil y La tragedia de Chavinda.
Colaboró en la página cultural Atoyac de El Sol de Acapulco donde evocó con gran precisión los nombres, lugares y fechas de los acontecimientos que le tocaron vivir como espectador y protagonista. Asiduo lector de los grandes escritores de la literatura universal platicaba con mucha familiaridad sobre las obras de Petrarca, Dante, Kant, Rousseau, Ortega y Gasset, Víctor Hugo, Nietzche, Cogol y Cervantes. También hablaba con mucho gusto de Clavijero,  Sahagún,  Bernal Díaz del Castillo, López de Gomara, Orozco y Berra, Ignacio Manuel Altamirano, Guillermo Prieto, Luis Pérez Verdìa, Mariano Azuela y de todos los clásicos de México.
No es accidental que sus hijos tengan los nombres de sus  autores favoritos, de personajes de la historia o de los postulados de la Revolución francesa, siendo ellos: Dante, Horacio, Libertad, Fraternidad, Maria Luisa, Amor, Octavio, Omar, Ruth y Víctor.  
Dice René que nació cuando soplaban los primeros vientos de la revolución mexicana, el 14 de diciembre de 1910 en la comisaría de San Jerónimo, hijo de Luis Lluch Jacinto y Leonarda Hernández Ríos, quienes se separaron cuando tenia tres años de edad por eso se crió con su abuelo materno Leonardo Hernández Pérez, en el rancho El Macahuital, ubicado al norte de la cuadrilla de Los Toros.  
Gracias a su tía Feliciana el pequeño Luis aprendió las primeras letras en el Silabario de San Miguel, mostrando una gran capacidad para memorizar lo que le enseñaban. Cuando cumplió los seis años, la tía lo llevo ante el padre Marcial Ventura para que lo aceptara en la escuelita que tenía en el curato de parroquia de San José. “Seguramente de ese rígido aprendizaje a que fue sometido por el párroco de repetir las lecciones una y otra vez y de memorizar largos pasajes de la Biblia don Luis conservó la sorprendente particularidad, a pesar de los problemas que tenía de la vista y de sus años, de dictar sus escritos y de exponer los temas que abordaba, algunos con cifras, distancias, pesas y medidas sin equivocarse como si los estuviera leyendo directamente de algún texto”, comenta René García.
Un año después resolvieron inscribirlo en la escuela fundada por el maestro José Ramírez Pérez, padre del compositor José Agustín Ramírez Altamirano, impartiéndole el curso de Catecismo basado en el texto del sacerdote Jerónimo Martínez de Ripalda, Las reglas de urbanidad de José Antonio Carreño, y Las normas del comportamiento con la sociedad. La escuela cerró sus puertas en enero de 1918 por el levantamiento armado de los mariscalistas de Atoyac, ese episodio es conocido como la “Guerra de los verdes” por la incursión de las fuerzas federales jefaturadas por los generales Rómulo Figueroa y Fortunato Maycotte.
Pasada la turbulencia de la rebelión el profesor José Ibarra Torres fundó otra escuela, impartiéndoles latín y otras disciplinas. Esta escuela fue suspendida por las autoridades municipales de Atoyac enviando en su lugar al maestro Modesto Alarcón Calzada y a los jóvenes Manuel Bello y José Centell con el propósito de abrir más aulas aplicando por primera vez una educación laica. A marcharse Modesto Alarcón se haría cargo de la escuela el profesor Valente de la Cruz Alamar.
Cumplido los 13 años, Luis Hernández, regresó al Macahuital, conocido también como “Los Toros de allá arriba” para ayudar a su abuelo en las labores del campo. Viendo la estrechez económica por la que atravesaba la familia probó suerte en el comercio de la arriería, transportando piloncillo, café y otros productos del campo, en dos bestias de carga, caminando por la  playa de Hacienda de Cabañas hasta El Carrizal donde terminaba la tierra firme. Para seguir por el médano hasta llegar a Pie de la Cuesta subiendo la pendiente hacia el puerto de Acapulco, de las utilidades de la venta adquirió petróleo, alcohol y otros artículos para comercializarlos en el pueblo.
Desencantado por los resultados obtenidos el adolescente Luis sólo realizó dos viajes, regresando nuevamente con su abuelo al rudo trabajo del campo. Trabajó en la zona cañera de Zintapala y luego estuvo laborando en los trapiches de familia Nogueda por el rumbo de Almolonga.
El 6 de mayo de 1926 estalló el movimiento revolucionario del Plan del Veladero encabezado por los hermanos Vidales y el 29 de septiembre atacaron a la comisaría de San Jerónimo, luego se vino la represión contra los campesinos por eso la familia de don Luis se refugió en San Jerónimo.
Por la anarquía prevaleciente en la región resolvió marcharse a trabajar al estado de Veracruz acompañado de tres “mudas” de ropa, unos cuantos centavos y un libro de cuentos de Emilio Salgari. Luego entre sus lecturas estarían la Geografía Universal de Juan Palau Vera. Siempre tuvo predilección por la lectura; terminaba un libro y comenzaba otro. Al verse enfermo en Veracruz se vino a la Ciudad de México donde, después de estar internado, presentó examen para ingresar a la jefatura de policía donde trabajó 10 años realizando diversas actividades.
Con los conocimientos adquiridos en sus lecturas solicitó que lo examinaran, para obtener el certificado de primaria, en la escuela Belisario Domínguez y logró salir aprobado. Regresó a San Jerónimo para casarse con la señorita Micaela Gallardo Romero. Pronto regresó a la ciudad de México, casado, reintegrándose al trabajo de la jefatura de policía.
En 1939 ingresó al Instituto Politécnico Nacional para estudiar el oficio de radiotécnico. Al terminar satisfactoriamente con el plan de estudios realizados durante los años de 1940, 1941 y 1942, recibió el certificado que lo acreditaba como radiotécnico y ejerció su oficio en la corporación policíaca y al mismo tiempo fue maestro de  reglamentos hasta 1944, año en que renuncio al  trabajo y decidió marcharse a trabajar a los Estados Unidos donde estaban solicitando mano de obra por el entallamiento de la Segunda Guerra, allá ingresó como obrero en el ferrocarril de Pennsylvania.
De regreso se estableció con su familia por tres años en Boca de Arroyo donde adquirió una pequeña huerta de coco donde sembraba maíz, arroz y fríjol. Al mismo tiempo elaboraba, con esencias un vino de jerez dulce y de consagrar, aplicando el sistema de Brambila. Así como una crema a base de leche de burra con la textura similar a la Nivea. En 1949 con su familia se regresó a San Jerónimo e instaló en su casa un molino para moler nixtamal y una panadería.
Entre el año de 1949 y 1950, inscribió a sus hijos en la escuela primaria Revolución del Sur, donde lo eligieron presidente de la sociedad de padres de familia y luego como presidente del Comité Pro-Biblioteca, con otros maestros, lograron reunir una significativa cantidad de  libros con el apoyo de las embajadas extranjeras y de la ciudadania en general. Al no disponer de un lugar adecuado en la escuela, encontraron acomodo en un espacio habilitado en el ayuntamiento convirtiéndose en la biblioteca municipal.
En 1950 fue maestro del 4º año de primaria de la escuela  Hermenegildo Galeana. En 1951 fundo una academia para señoritas donde impartió gratuitamente dos años la materia de aritmética. En 1956 gestionó ante las autoridades educativas, con un grupo de padres de familia, la fundación de la escuela primaria Benito Juárez.   
En 1962 participó con un grupo de ciudadanos en la fundación de la escuela secundaria particular Hermenegildo Galeana, dependiente de la Secretaria de Educación Pública. Su primer director fue el maestro Mario Neri Bernal.
En 1974 fue nombrado presidente de la sociedad de padres de familia de la escuela secundaria Ignacio M. Altamirano y logró que el gobierno del estado construyera las aulas y los talleres de carpintería y mecánica. En estos últimos años participó en la apertura de un campus de la Universidad Pedagógica Nacional (UPN).    
Era una fuente de información inagotable de ello dejó constancia en periódicos como: El Rayo del Sur, Diario Revolución, Diario 17 y Sol de Acapulco. Muchos escritores e investigadores lo visitaron en su casa para abrevar de su conocimiento sobre los sucesos relevantes de la Costa Grande con él estuvieron: Alejandro Martínez Carvajal, Francisco A. Gomezjara, Wilfrido Fierro Armenta, Crescencio Otero Galeana y Ramón Sierra López. Algunos universitarios conocidos, como Tomás Bustamante Álvarez y Álvaro López Miramontes.   
El 14 de diciembre del 2010 con los problemas de salud propios de su edad pero lucido y con animo de seguir viviendo cumplió un siglo que siempre espero celebrar, “partiendo hacia el arcano el viernes 3 de junio de 2011 a las 20:00 horas en su modesta casa de San Jerónimo rodeado de sus familiares que  lo cuidaron con esmero hasta sus  últimos días”, nos dice su biógrafo René García Galeana, quien mucho lo frecuentaba en San Jerónimo. 

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