Víctor Cardona Galindo
Nos dice Florencio Encarnación Urzúa
en su libro Las luchas de los copreros
guerrerenses que: “Cuando los primeros palmares de la costa comenzaron a
fructificar cubriéndose de racimos de coco, se inició la ambiciosa y truculenta
comercialización de copra y con ello se despertó mayor ambición por extender
más y más ese cultivo que avizoraba ser pródigo en los beneficios”.
Los copreros estaban descapitalizados
para cosechar. “No te preocupes compadre –les decían- nosotros te prestaremos
los centavos que tú necesites y cuando levantes tus cosechas no tendrás que
molestarte en andar buscando quien te la compre ni de ir hasta la ciudad a
hacer gastos, pues nosotros aquí mismo recibimos copra, maíz, ajonjolí o los
que tengas, ¡para acabar pronto!”
Importantes fortunas se amasaron
apresuradamente con el habilidoso sistema de prestar dinero con un interés de
un dos y hasta un cinco por ciento mensual, a la vez que hacían descuentos de
diez centavos por kilogramo de copra comprometida y con los romanazos que
hacían aparecer hasta 10 kilos menos en cada saco pesado por la romana.
La Segunda Guerra mundial afectó con
mayor crudeza las islas Filipinas, donde se produce gran cantidad de copra y
destruyó millones de palmeras, eso provocó un alza en los precios de la copra
que benefició a Guerrero. “El alza de precios fuer vertiginosa precisamente
cuando en Guerrero ya había más de cinco millones de palmeras sembradas y
cuando una gran cantidad de ellas estaban en producción. Los habilitadores
comenzaron a soltar mucho dinero para comprometer a futuro hasta por seis, ocho
y hasta quince años. Pero simultáneamente organizaban bailes públicos con
cualquier pretexto donde había derroche de cerveza y vino”, dice Urzúa. Pero además
muchos fueron despojados de sus parcelas por otros métodos truculentos.
El periodo de posguerra fue de
prosperidad para la Costa Grande. Dice Ramiro Duarte Muñoz en su libro: Copra. Una visión social del cultivo coprero
en la Costa Grande a mediados del siglo XX “esta fue una época dichosa para
todos los campesinos que poseían palmares, como bendición del cielo se
encontraba en pleno apogeo de fructividad; los hogares no estaban sobrecargados
de familia y el vicio acentuó el gasto del dinero llegando hasta el
despilfarro, grandes jugadas de gallos brotaron en el más insignificante
poblado, los tapetes verdes fueron una plaga, las mujeres vestían las más
preciadas prendas adornadas con desproporcionados collares y aretes; en las
fiestas o ferias que se hacían por cualquier excusa, cualquier motivo o
pretexto o dizque para mejoras de la escuela… Así se habló de personas que
ganaban o perdían cantidades fabulosas en los dados. Todo era fiesta. Se trata
de casamiento, lo mismo de bautizo”, todo era dicha y fiesta.
Pero pronto vinieron los altibajos el
preció comenzó a caer y vinieron los impuestos, por eso al comenzar el primer
lustro de la década de los cincuentas, estaba prendido el movimiento coprero en
el que participaban los nueve ejidos copreros de Atoyac. La llegada el
primero de abril de 1951 a la gubernatura de Alejandro Gómez Maganda alteró las
cosas. Sin tomar opinión al pueblo y sin decir agua va, Alejito –como le decían en su pueblo- se sacó de la manga el
decreto 24 “que grababa en forma desproporcional desde la palmilla, la palmera
en producción y la copra. Los cococultores de la región de Petatlán, donde hay
una sola persona poseedora de varios miles de palmeras, dieron el grito en el
cielo”, comenta Ramiro Duarte Muñoz.
Los copreros se citaron para
protestar, el 16 de agosto de 1961, en Acapulco, pero como el gobernador
Maganda tenía decretada también una ley orgánica de la Policía Estatal, donde
entre otras facultades le otorgaba la autoridad de impedir manifestaciones o
reuniones públicas que no estuvieran autorizadas, al reunirse los copreros
desde temprana hora, en la Posada de San Ignacio en el centro de Acapulco,
inmediatamente se presentó un pelotón de policías del estado y desbarataron la
reunión, por eso los campesinos trasladaron la asamblea a la comisaría ejidal
de La Sabana y ahí fue donde nació la Unión Regional de Productores de Copra
del Estado de Guerrero. En el comité directivo quedó el atoyaquense Jesús
Galeana Solís como secretario de correspondencia y archivo. En esa asamblea se
acordó exigir la derogación inmediata del decreto número 24.
Luego primer congreso coprero se
realizaría en 1, 2 y 3 de diciembre en Tecpan de Galeana, donde fue notoria la
presencia de importantes cuadros del Partido Comunista como Hipólito Cárdenas
Deloya, Miguel Arroche Parra y el mismo Florencio Encarnación Urzúa, pero también
de importantes acaparadores de copra como Roberto Nogueda y Candelario Ríos.
Ahí participaron muchos copreros atoyaquenses, destacaron por su activismo
Sixto Barrientos de El Humo y Jesús Galeana Solís de Atoyac.
Pronto los copreros
pasaron de las reuniones a la acción. Para protestar por la entrada al país de
grasas de origen animal que sustituían a los derivados de la copra, organizaron
una huelga, para impedir que saliera la copra del estado hasta lograr
resultados. “Eran las cinco de la mañana en punto del día 24 de abril de 1952,
cuando desde Acapulco hasta Zihuatanejo por la Costa Grande y hasta San Marcos
por la Costa Chica, la carretera fue seriamente bloqueada por numerosas
cuadrillas de guardias y por la comisiones de copreros desesperados y
dispuestos a todo. A las 9 de la mañana de ese día, ambas carreteras estaban
profusamente sembradas con banderas rojas que flameaban al vaivén de la brisa.
En cada crucero de caminos, en cada paraje, frente a cada poblado o ranchería,
lucía gallardo un lienzo carmín”, dice Florencio Encarnación.
En este movimiento
las mujeres fueron las más valientes animando a los hombres, pero pronto
encontró opositores como el presidente municipal de Coyuca, Rosendo Ríos
Rodríguez y los pistoleros encabezados por Nicolás Torreblanca de San Jerónimo
de Juárez, quienes apoyados por el Ejército al mando del general Álvaro García
Taboada, comandante de la 27 zona militar, rompieron la huelga y apoyaron para
que la copra pudiera salir. La huelga terminó con pequeños logros, el gobierno
accedido a cerrar la frontera a los sebos.
En 1952 proliferaban los tugurios en
el centro de la ciudad de Atoyac. María Huerta tenía un congal disfrazado
villar en el callejón Cuauhtémoc, muy cerquita del río. El cabaret María Luisa estaba
en la calle de Reforma, era muy popular, llegaban mujeres muy hermosas que hacían
perder la compostura a cualquiera. En ese cabaret quedaron las fortunas de
muchos cafetaleros y copreros. Doña Consuelo Olivares instaló otro tugurio en
la calle Nicolás Bravo, las meretrices se conocían por sus apodos, una era La Turista, a otra La Húngara y La Tilicha que
arrasó con todos los hombres del pueblo.
Tenía
poco de abierto el primer Jardín de Niños entre Aldama y Emilio Carranza (hoy
Juan Álvarez). A esa institución asistían los hijos de los riquillos, pero
también Honoria la pequeña hija de una meretriz que apodaban Carmela La Panzona, ella trabajaba en El
María Luisa. Como las madres aconsejaban a las niñas que no jugaran con la hija
de la güinsa, la pequeña Honoria se
quejó con la maestra Romanita Reyes diciéndole, “Maestra éstas pinches putas no
quieren jugar conmigo”, al conocerse la expresión fue causa de risa en algunos
hogares, pero en otros se sonrojaban y hasta llegaron a pedir que no se
aceptara éste tipo de niños en tan noble institución. Honoria creció y con
los años tuvo una vida honorable en
Atoyac.
Ya
para entonces estaba quedando atrás la etapa de los viejos compradores de café,
la de los árabes de apellido Sahar y del chino Lorenzo Lugo a quien Concepción
Eugenio recuerda porque no podía hablar muy bien el español. En lugar de
pronunciar Alcholoa le decía a su chofer, “pasa a cagá a Chiloa”. Y porque
comentaba, “Mexicano tonto, porque mexicano gana peso y gasta peso, y chino
gana peso y gasta tostón”.
Una
legión de voraces y deshonestos compradores nativos se posesionaban del
mercado. Alteraban la balanza romana para ganar en cada pesada, además de comprar
al tiempo y los préstamos con altos intereses que hacían a los campesinos, con
ese método muy pronto se amasaron grandes fortunas.
Corría el primer lustro de la década
de los cincuenta cuando se comenzó a jubilar, de manera masiva, al viejo pilón
como morteadora casera de café y las viejas despulpadoras rudimentarias, como
el molino de palo. Isaías Gómez Mesino recuerda que despulpaban
el café dentro de un árbol hueco. Cuando su familia comenzó a cosechar café,
ellos mismos lo pilaban y lo traían a vender a la cabecera municipal donde
Gabriel Zahar y Lorenzo Lugo. En ese tiempo se pilaba el café a puro pilón. Lo
despulpaban manualmente, a un tronco le hacían un hoyo en medio y le metían un
palo con canales y le daba vuelta. Así despulpaban el café.
Dice Andrea Radilla Martínez que “el
morteado también tiene su historia y va aparejada a los cambios tecnológicos y
a la manera y nivel de inserción de la cafeticultura en ellos. El uso del
pilón, un tronco grueso de árbol, al que daban forma de un reloj de arena, con
un hoyo en el centro de la parte superior, donde se colocaba el café capulín y
era pilado (morteado) por uno, dos y hasta tres personas en un mismo pilón, con
una mano –un trozo de madera como de 80 centímetros, con una horadación
exactamente a la mitad del mismo, de donde se sujetaba con las dos manos-,
estos utensilios eran hechos por los propios ejidatarios con machete y hacha”.
Esta técnica se usó de manera
dominante hasta los años cincuenta, combinando con el uso del molino de madera
y en muy pocos casos molino manual de acero. A excepción de la familia Pino
González, que fueron los primeros del municipio de Atoyac, en pilar café en
maquinarias, a partir de 1947, a ese proceso se sumaría más tarde José
Navarrete y el doctor Juan José Becerra en 1953, Sotero Fierro y Miguel Ayerdi
en 1955.
Concepción Eugenio, mejor conocido como Chon Nario, recuerda que uno de los
primeros que comenzó a mortear café en Atoyac fue el libanés Wadi Guraieb quien
tenía su morteadora en una barda grande de la calle Reforma, donde ahora están
las instalaciones de Cable Costa. Una vez la máquina se desgobernó y comenzó a
temblar la tierra, se escuchaba el estruendo muy feo. La gente salió de sus
casas corriendo y en el centro se hizo mucho escándalo, nadie sabía qué hacer,
esa maquinaria era desconocida por todos. El héroe fue Flores Zedeño, quien sin
medir el peligro se metió y apagó la máquina mientras todo el mundo corría
asustado. “Sustos que se llevaba la
gente con esos aparatos del Diablo”, comentaría un azorado vecino.
El aumento de los
impuestos y en la búsqueda de mejorar su situación los cafetaleros se
organizaron y el 6 de mayo de 1952 se fundó la Asociación Agrícola Local de
Caficultores de Atoyac de Álvarez Guerrero, la dirigencia quedó integrada de la
manera siguiente: presidente, Juan Quinto López; secretario Raúl Galeana Núñez
y tesorero Baldomero Téllez. Sus primeras oficinas se abrieron en la casa de
Quinto López en la calle Allende Norte y después se trasladaron a Independencia
número 13.
Por la inconformidad que había en contra del gobierno
estatal algunos costeños abrazaron la causa del general Miguel Enríquez Guzmán,
quien perdió las elecciones ante Adolfo Ruíz Cortines en julio de 1952.
Muchos ante la derrota
electoral, optaron por mantener abierta la posibilidad de una insurrección armada que llevara al
poder a su candidato, el general Miguel Henríquez Guzmán, quien prometía hacer efectivas las demandas de la
revolución de 1910. Los campesinos henriquistas se integraron a la Unión de
Federaciones Campesinas de México (UFCM), al darse una fuerte movilización de
henriquistas, emergió la figura del general Raúl Caballero Aburto quien fue el
principal ejecutor y responsable de la masacre de henriquistas, el 7 de julio
de 1952, en la Alameda Central de la Ciudad de México, cuando ocupaba el puesto
de comandante del Batallón mecanizado del Ejército.
Había cambios en el ambiente, la última reforma del artículo 34 de la
Constitución fue en octubre de 1952, cuando el Congreso de la Unión otorgó el
derecho al voto a la mujer, se publicó al siguiente año, por eso en 1955
tendríamos la primera regidora y le tocaría a maestra Genara Reséndiz de
Serafín ese honroso cargo.
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