Víctor Cardona Galindo
Cuando los primeros aviones sobrevolaron el cielo
atoyaquense causaron gran expectación y miedo en la población. Muchos creyeron
que había llegado el fin del mundo. El sonido que emitían estos aparatos los
aterraba y sentían que se los tragaba la tierra. Y más cuando apareció la
primera nave que dibujó letras en el cielo anunciando la Coca cola, la
población analfabeta interpretó que decía: “Fin del mundo”.
Comitiva encargada de medir
las tierras del ejido
de San Vicente de Benítez. En la década de los
cuarenta. Foto: Archivo General Agrario
cortesía de
Francisco Ávila Coronel.
|
Durante el porfiriato se hicieron los primeros
intentos por volar en México, pero fue el presidente Francisco I. Madero el
primer mandatario mexicano que voló en un avión, quien también mandó a Estados
Unidos a Alberto y Gustavo Salinas, Horacio Ruíz y a Juan Pablo y Eduardo
Alsadoro, para que se formaran como pilotos, ellos a su regreso fundaron la
Fuerza Aérea Mexicana.
La calle principal de Atoyac por muchos años se
llamó Emilio Carranza en honor a ese gran piloto mexicano que
hizo grandes hazañas en el aire y que murió precisamente en un accidente aéreo.
En 1927 Emilio Carranza Rodríguez voló sin escalas de México Distrito Federal a
Ciudad Juárez, lo hizo en el avión Quetzalcóatl, al que también llamaban El Tololoche, fabricado en México por el
ingeniero Ángel Lazcurain. Al año siguiente Carranza falleció cuando regresaba
de Nueva York, después de realizar exitosamente el vuelo de la Ciudad de México
a Washington.
Es
seguro que los primeros que volaron en avión la zona fueron los ejecutivos de
la fábrica de hilados y tejidos Progreso del Sur Ticuí, luego lo hicieron los
rapamontes, después los acaparadores de café y algunos cafetaleros acomodados. En
1924 el cónsul norteamericano
en Acapulco Harry K. Pangburn ya contaba con un hidroplano, con él llegó a la
laguna de Coyuca para reunirse con el general Amadeo Vidales que amenazaba con
tomar el puerto de Acapulco. Aunque fue 1932 cuando los aviones comenzaron a
volar constantemente los cielos de Guerrero.
En la
comunidad de Los Valles la mayoría no sabía leer. Pocos conocían las primeras
letras. Un día apareció un avión de propulsión a chorro que dibujó en el cielo
la palabra Coca Cola. Era domingo, las mujeres que lavaban ropa en el arroyo
vieron de lejos las letras, percibieron que algo estaba escribiendo en el aire.
Se
preguntaron “¿Qué dirá tú?” alguien que tampoco sabía leer dijo que decía: “Fin
del mundo”. Las mujeres comenzaron a llorar, entraron en pánico y emprendieron
la carrera rumbo al pueblo para abrazar a sus hijos y morir junto a sus seres
queridos.
En la
sierra mucho se hablaba que al estar cerca el fin de mundo se verían señales en
el cielo, ésta podría ser aquella tan temida y esperada indicación. La mayoría
hombres y mujeres lloraban, otros rezaban, solamente algunos querían disimular
su miedo con fanfarronerías. El viento pronto disipó el letrero que anunciaba
la marca del famoso refresco. Mientras ese pueblo olvidado en la serranía se
hundía en la desesperación y sollozos.
El
mito del fin del mundo no era nuevo en aquella pequeña comunidad. Había un
religioso que todos los días leía la Biblia y muy seguido mandaba a sus hijos a
decirle a todo el pueblo que se prepararan porque el fin estaba cerca. Se decía
que llovería fuego. Miedo al que contribuyeron también los primeros Testigos de
Jehová que comenzaron a visitar esos olvidados lugares, donde la gente vivía
presa de los rumores que llevaban los vendedores y gente que transitaba de un
pueblo a otro, como los huacaleros que traían las versiones de lo que pasaba en
el centro del estado.
Pero las cosas no
terminaban ahí, en la parte alta del pueblo, instalaron su templo los
evangélicos, que venían de otras comunidades y por las noches se oía ¡Salva a
este pueblo señor! ¡Sálvalo! ¡Ten piedad de él¡ Por eso ese día que apareció el
avión, hubo reconciliación y arrepentimiento porque el fin estaba cerca.
La sorpresa que provocó
el avión que dibujaba letras en el cielo no fue solamente en la sierra, también
ocurrió en los pueblos de la costa como Corral Falso, donde un hombre asustado
se metió la capilla y sacó la imagen del Santo Patrón y la llevó a media calle,
después del susto no la podía meter porque estaba muy pesada y tuvieron que
ayudarlo. En la cabecera municipal pasó lo mismo, al escuchar el sonido del avión sentían que la tierra se abría y se
los tragaba. Sobre todo la gente vieja corría a esconderse, como pasó con el
señor Marta Castro quien temblaba rogando a Dios que le perdonara sus pecados.
La gente se atemorizó cuando escuchó el ruido de ese aparato que se acercaba.
Luego pasado el susto la presencia del primer avión sería tema de cantos y
corridos cuyos versos fueron borrados por el tiempo.
Robertina Soberanis
contempló el vuelo de un avión por primera vez en la sierra, en la comunidad de
El Estudio, “Ay amá y eso que será”. Más tarde sabrían que la nave fue a La
Soledad a recoger el café de Domingo Ponce.
En 1935, la comuna
municipal que encabezaba Pedro Mesino Parra, gestionó por conducto de Serapio
Salcedo, administrador de la fábrica de hilados y tejidos de El Ticuí, ante las
compañías españolas de Acapulco, Alzuyeta, Fernández, Quiroz y Compañía, un terreno
en el llano de El Ticuí, para construir un campo de aviación. Se inauguró ese
mismo año, con la llegada de un avión trimotor piloteado por el norteamericano Cloyd
Clevenger.
Dice
Wilfrido Fierro que a partir de 1940, Enedino Ríos se echó a cuestas el
acondicionamiento del llano de El Ticuí y fue así como algunas avionetas
prestaron servicio al público y a la fábrica de hilados y tejidos. En 1942,
siendo presidente municipal Simón Martínez, el regidor de educación Enedino
Ríos amplió la pista y estableció un servicio constante de avionetas que iban
para Acapulco, la capital del estado y Michoacán.
Rosa
Santiago Galindo tenía 22 años cuando vio el primer avión en 1941, fue cuando
Román Reyes, distraído de sus facultades mentales, le dio un balazo de retrocarga
a su esposa Antonia Ayerdi. La gente se arremolinó para ayudarla y la llevaron
en hamaca al aterrizaje de El Ticuí, donde llegó a recogerla un avión grande
que la llevó al puerto de Acapulco donde sanó de sus heridas. La tía Rosita se
alegró por estaba contemplando una cosa prodigiosa y nueva. Y recordó la sorpresa
que le causó a Taurino Santiago la presencia del primer carro frente al Zócalo
de Atoyac, quien llegó, asustado, corriendo a la casa diciéndole a su mamá
“llegó una serpiente de siete cabezas”.
Agustín
Hernández Vázquez recuerda que en el año 1944 venían las avionetas de Acapulco para
tirar volantes que anunciaban casas comerciales. Los chamacos corrían por las
calles para recoger los papeles, algunos les gritaban: “avión, avión, tráeme un
hermanito”.
El
gerente de la cooperativa David Flores Reynada, Enedino Ríos Radilla moriría en
un trágico accidente aéreo el 15 de diciembre de 1951, junto al industrial
Elías Hanan y el profesor Rómulo Alvarado. La nave en que viajaban se desplomó en
la Cañada del Zopilote del cerro del Ajusco, tardaron muchos días en
encontrarla.
En el transcurso de noviembre de 1954 los
comerciantes e industriales Carmen García Galeana, Raúl Esteves Galeana, José
Navarrete Nogueda, Onofre Quiñones, Miguel Ayerdi, Sotero Fierro y Domingo Ponce, instalaron en la sierra los
primeros beneficios húmedos de café. Todos ellos compraban café para Avellaneda
o Roberto Nogueda que eran los jefes del acaparamiento.
El 8 de noviembre de 1954 la compañía Productora de
Café Pluma, S. de R.L., con domicilio en Pie de la Cuesta número 42 de Acapulco
Guerrero, estableció el servicio de transporte aéreo entre Atoyac- El Ticuí-Plan
del Carrizo y otros puntos de zona cafetalera. Autorización de ruta número 53
C-21065, expedido por la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas. Dicha
empresa aparece en la firma de “PROCASA”, nos indica Wilfrido Fierro.
El dueño de esas avionetas fue el español Guillermo Avellaneda
quien había colocado beneficios húmedos de café en toda la sierra. Tenía en Río
Santiago, La Soledad, El Paraíso y Plan de Carrizo. Ahí se construyeron
pequeñas pistas de aterrizaje. Concepción Eugenio, recuerda
que en El Río Santiago pasaban las avionetas y tiraban el dinero en unas bolsas
de lona que caían sobre la parcela de la escuela. La palabra “cúmulo” era la
clave para pedir dinero y seguir comprando café.
En El
Paraíso Roberto Nogueda metió la primera avioneta allá por 1955, aterrizaba en
Los Planes y hacia viajes hasta Acapulco. Luego en los terrenos que ahora ocupa
la escuela secundaria, entre los años 1955 y 1957, aterrizaba una avioneta
propiedad de Avellaneda que transportaba café de El Paraíso a El Ticuí. La
avioneta cobraba 50 pesos por llevar gente de El Paraíso a Chilpancingo y le
cabían 14 sacos de café por cada viaje.
La construcción de la carretera que comunicaría a la
sierra se inició el 14 de noviembre 1954, por cuenta de la Compañía Industrial
Maderas Papanoa, misma que el 19 de noviembre instaló maquinaria para aserrar
en el Arroyo Ancho. Al año siguiente llegó la brecha a San
Vicente de Jesús. El campamento de la compañía maderera se instaló en La
Peineta y se abrieron los ramales de terracería que comunicaban a San Francisco
del Tibor y San Vicente de Benítez.
En
1955, un aeroplano volaba y volaba en círculos en el cielo de Plan del Carrizo.
Dos veces anduvo el avión dándole vueltas al pueblo. Asomándose al cielo Juan
Vargas Pérez le dijo a su hermano Hermilo “creo que quiere aterrizar porque no
le abrimos una pista” y en un terreno
plano le abrieron una “pistita” como de 100 metros ahí aterrizó esa avioneta.
Ya que
estaba en el suelo el piloto les dijo donde podían construir un campo de
aterrizaje. El aeromotor resultó ser propiedad del industrial Guillermo
Avellaneda. Un español radicado en el puerto de Acapulco que se interesó en
instalar un beneficio húmedo en el Plan del Carrizo. El primer viaje en el
avión lo hizo Juan Vargas desde Plan del Carrizo al puerto de Acapulco. En ese
tiempo el aeropuerto estaba en Pie de la Cuesta donde ahora está la base de la
Fuerza Aérea Mexicana.
En esa
ocasión Juan Vargas se entrevistó con Guillermo Avellaneda con quien trató las
condiciones de la sociedad. Él financiaría la maquinaria para el beneficio del
café y los Vargas pondrían el producto, quienes durante dos años compraron el
grano a los agricultores de la comunidad y con la máquina despulpadora de dos
discos procesaban en café para hacerlo pergamino.
Dice
el cronista Wilfrido Fierro Armenta en la Monografía
de Atoyac que en 1955 los hermanos Hermilo y Juan Vargas en sociedad con Avellaneda,
pusieron en operación un campo de aterrizaje en El Rondonal. Donde ahora está
la calle que se llama Viejo Aeropuerto. Ese servicio se inició el 15 de
diciembre de 1955 utilizando una avioneta marca Piper con las iniciales
X.B.T.E.A.
Cuando las avionetas comenzaron aterrizar en la colonia
Moderna al oír el sonido del avión los chamacos corrían al cerro del Calvario
porque al pasar la nave cerca del cerro, volando por el lecho del río se podía
ver la figura del piloto sentado.
Cuando
los Vargas se capitalizaron, le compraron al español una avioneta en 66 mil
pesos. El piloto Adolfo Hernández al ver que era negocio el transporte de café
y de pasajeros les compró la avioneta. Pero ya cuando trabajaba por su cuenta
Adolfo se emocionó echando viajes y no atendió el mantenimiento de la nave. El
aparato comenzó a quemar aceite y se vino a pique en las inmediaciones de Plan
del Carrizo y murió el piloto.
A la
avioneta de los Vargas le cabían tres personas, cuatro con el piloto. Juan
aprendió a pilotear y llegó a volar solo. Hasta que llegó la carretera y los
costos se elevaron, ya no tuvieron recursos para sostener al piloto. Los vuelos
de la avioneta se acabaron en 1961.
A
principios de la década de los setentas el avión donde viajaba el industrial
Melchor Ortega fue derribado a tiros en la sierra y murió el más poderoso
rapamontes. El hecho se atribuyó a sus competidores en el ramo. Para 1970 un
ruidoso avión pasaba todos los días, a las cinco de la mañana, por el cielo de
Los Valles. Desde que comenzó a pasar se convirtió en el despertador de la
gente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario