miércoles, 17 de enero de 2018

Doctor Antonio Palós Palma

Víctor Cardona Galindo

Este  coronel médico del ejército republicano español llegó a México expulsado por el gobierno de Venezuela, donde fue ministro de salud, por haberse inmiscuido en el movimiento del guerrillero Douglas Bravo. Formaba parte de un movimiento internacional denominado “Estrella Roja” la CIA lo buscaba en México. Agentes de esa central de inteligencia gringa lo visitaron en su consultorio, para preguntarle por el paradero del Che Guevara, cuando el internacionalista argentino desapareció y no sabían su ubicación hasta que apareció en Bolivia.
Al centro de anteojos el doctor Antonio Palós Palma
durante el sepelio de Faraón Palós Cabañas. Foto: Cortesía de
Marco Antonio Serafín Rebolledo.

Palós era egresado de la Universidad de Salamanca. Peleó en España durante la guerra civil causada por el golpe de estado de Francisco Franco. Era de formación socialista, hizo estudios militares en la Unión Soviética, por eso apoyaba las luchas de los obreros y campesinos. Fue un gran humanista y revolucionario.
Fue amigo del general Alberto Bayó, instructor militar del movimiento 26 de julio, quien lo invitó a La Habana. Allí conoció al Che Guevara quien le regaló autografiada su obra La Guerra de guerrillas libro que cuidaba como su más preciado tesoro. Palós escribió el prólogo del libro Tempestad en el Caribe donde Bayó narra su experiencia como combatiente internacional de esa zona del continente.
Palós fue un destacado miembro de La Legión del Caribe, ayudante del general Juan Rodríguez García quien financió la expedición de Luperón contra el tirano de República Dominicana  Rafael Leónidas Trujillo en 1944. Bayó define a Palós como luchador generoso, valiente e idealista, por eso lo escogió para que le hiciera el prólogo de su libro Tempestad en el Caribe.
Algunas fuentes coinciden que Antonio Palós Palma llegó a nuestra ciudad de Atoyac en 1948, vivió primero en la casa de las hermanas Serafín y después se mudó a una vivienda a la que le decían “El castillo del doctor Palós” ubicada en la calle Juan Álvarez, atrás del Centro Cultural. Era una construcción de tres niveles, que él mismo hizo con sus manos, no tenía varillas estaba sostenida solo de alambrón y los tabiques de canto. Aun así era resistente, le servía de vivienda y clínica al mismo tiempo.
Se casó en Atoyac con Paula Cabañas, rememora Decidor Silva Valle. Se le recuerda alto, rubio, rollizo, inteligente, gruñón, malhumorado y gritón. Su forma de hablar era fuerte, hablaba con mucho garbo.
Abelardo Cejas Soberanis “Yayo Cejas” recuerda que tenía un hospital bien formado con todo el equipo en los años de 1956-1957. “El suyo fue el primer quirófano que hubo en Atoyac”. Su sanatorio tenía camas y todo. Estaba ubicado en el número uno de la calle Arturo Flores Quintana donde llegó a vivir con su esposa doña Chea, así le llamaban a su esposa que era de República Dominicana. Con sus hijos Chingolo, José Antonio y Libertad. En ese domicilio pasó una tragedia familiar, porque Palós se enamoró de su enfermera Paula Cabañas y por eso su esposa dominicana se fue. Tenía además otra hija, María Palós, que radicaba en los Estados Unidos.
Le gustaba la pintura llegó a exponer en la ciudad de México. Pintaba hermosos cuadros al óleo, “mucho pintaba al Quijote de la Mancha, al que plasmó en la fachada de su casa”. Le gustaba escuchar a Juan Manuel Serrat, los poemas hechos canciones de Antonio Machado, Miguel Hernández y Federico García Lorca.
Cuando la masacre del 18 de Mayo de 1967 fue el único médico que se atrevió a dar auxilio a los heridos que quedaron en el zócalo, “con su bata blanca, su maletín negro de piel y sus lustrosos zapatos negros, llegó a la plaza para levantar a los lesionados”.
 “Estimó mucho a Alejandro Gómez Maganda a quien conoció cuando, el ex gobernador de Guerrero, fue embajador en Europa. Tenía una cultura muy amplia. Un hombre fiel a sus ideas, nunca claudicó” dice “Yayo Cejas”.
Cuando Lucio Cabañas y Serafín Núñez Ramos trabajaban en la escuela primaria “Modesto Alarcón” lo invitaban a dar pláticas de medicina y primeros auxilios a los padres de familia.
Tenía el grado de coronel en el Ejército Republicano Español, excombatiente de su país, partidario del bando republicano contra la dictadura franquista. Muchas cicatrices había en su cuerpo que le habían hecho las balas en las batallas. Con esa experiencia enseñó estrategia militar a Lucio Cabañas, fue quien le dio las ideas sobre la guerra de guerrillas y le enseñó a tirar con rifle. El médico republicando era excelente tirador y su esposa Paula Cabañas era prima de Lucio por eso estimaba al profesor guerrillero.
Además de ser asesor militar de Lucio Cabañas, Palós regaló a la guerrilla las dos primeras pistolas Star españolas calibre 22.
Sobre Palós se cuentan muchas leyendas. Una de ellas es que mantuvo a su hijo embalsamado en la casa durante mucho tiempo, antes de llevarlo al panteón. Que cuando se fue de Atoyac lo desenterró y se lo llevó para Venezuela. Entre otras cosas que se dicen, lo que más llama la atención es su forma muy particular de curar.
Dicen que en un pleito a un hombre lo hirieron con un puñal a un ladito del corazón, el agresor huyó dejándole el cuchillo clavado en el pecho. Los familiares fueron con un médico y les dijo que si jalaba el cuchillo, le cortaría el corazón y moriría, fueron con otro médico y lo mismo. Solo les quedó el recurso de acudir con Palós y llegando la mamá del herido le explicó el caso. Con indiferencia les dijo –pónganlo ahí-, y lo recostaron en una cama. Palós comenzó a maldecir. En otras palabras le dijo que por pendejo lo habían herido y que los pendejos no merecían vivir, diciendo esto sacó un gran puñal y haciendo alarde de mucho coraje amagó al herido que asustado encogió el corazón y Palós con gran velocidad sacó el puñal salvándole la vida.

En otra ocasión le llevaron a un descaderado que se quejaba mucho y los demás médicos no habían podido curar. Palós lo sentó en un columpio lo meció fuerte y cuando venía de regreso lo recibió con un tablazo en la cadera y al sentir el golpe el hombre gritó al momento que brincaba del columpio caminando normalmente.
A otro le salvó el brazo gangrenado poniéndole sanguijuelas en la parte afectada. Tenía métodos no muy convencionales para curar.
Palos le salvó el brazo a Alberto Ludwig Nogueda. Alberto había tenido un accidente de tránsito y lo trataron los mejores médicos de la capital del país, quienes proponían cortárselo de regreso en Atoyac Palós se lo salvó.
Un día le llevaron de Coyuca un joven loco, iba amarrado con cadenas. Palós le abrió las dos piernas con un bisturí y le inyectó hacia adentro provocándole dolor para que la mente del joven se concentrara en el dolor y así lo alivió.
A la hija de doña Catalina Solís, la rellenera, otros médicos le iban a cortar la pierna y se la salvó el español. Para la cirugía Palós era muy bueno. Una vez hubo una balacera en la calle Juan Álvarez, hirieron a Juan Ríos quien quedó desecho con el ojo saltado, lo dieron por muerto, Palós lo recogió en una ambulancia, porque fue el primer médico en tener ambulancia, le restituyó el ojo y Juan no perdió la vista. 
El doctor Palós y su hijo Antonio curaban a los heridos y enfermos de la guerrilla en una casa de seguridad ubicada dos cuadras al Sur de su consultorio, curó incluso a Isabel Ayala mujer de Lucio Cabañas. Palós atendió un guerrillero herido en Acapulco, producto de la acción en el Partido de los Pobres ajustició a José Becerra Luna.
Comenta Luis Hernández Navarro, en La Jornada del martes 5 de enero de 2010, que uno de los grandes dolores en su vida le llegó con la muerte accidental de su hijo. Palós había dejado mal acomodada su pistola y el muchacho la encontró y se puso a jugar con ella. El arma se le disparó en la cabeza. Él quiso reanimarlo pero no pudo. Embalsamó el cuerpo de su hijo y lo conservó en su casa por un tiempo y después lo llevó al panteón. No hubo velorio. “Su hijo Quito se mató se dejó ir toda la carga de una 22 Trejo de ráfaga. Se metió todo el cargador en la sien que le desbarató la cara”, dice Abelardo Cejas, al referirse a la muerte de Faraón Palós quien tenía nueve años.
Económicamente a Palós no le convenía vivir en Atoyac, porque no ganaba, él se gastaba con la gente su dinero que ganó honradamente cuando fue ministro en Venezuela. Cobraba poco por sus consultas, eran pagos simbólicos los que recibía. No les arrebataba a los pacientes el poco dinero que llevaban. Los pacientes de Palós con una sola consulta sanaban.
Tenía conocimientos de arquitectura y albañilería acudía por las noches al panteón a trabajar la tumba de su hijo. Dominaba muy bien la técnica de la acupuntura china.  Para curar un herido, un baleado no había mejor médico que Palós en toda la región. En una zona convulsa como la nuestra, no encontraban otro médico más capaz en ese terreno, pues adquirió mucha experiencia en el frente de Batalla, por eso siempre estuvo ocupado y ejerciendo con mucho gusto su profesión. Siempre tenía la sala de su casa llena de heridos. A él no tan fácilmente se le moría un paciente de urgencia.
Antes de salir de España estudió psiquiatría. Sabía latín, francés y algo de inglés. Fue médico cirujano de la fuerzas de seguridad pública en la región de la Costa Grande y del estado, documentos de 1958, así lo acreditan. En esos escritos se firmaba como Antonio José Palós Palma.
Tenía una relación estrecha con el dirigente comunista Ramón Danzós Palomino. También tenía un amigo español muy rico que se llamaba Máximo López que mucho lo ayudó económicamente. Palós decía que se quería morir en Atoyac, pero se tuvo que ir porque la represión estaba muy dura a esas alturas y la guerrilla estaba cercada.
Entre otros datos recogidos están que Antonio José Palós Palma nació en Córdoba, España, que fue miembro del Partido Comunista Español. Se exilió en Venezuela y al ser expulsado de ese país por el dictador Marcos Pérez Jiménez se refugió en México. Luego volvió a Venezuela y los últimos días los vivió con su familia en la población de Araya, estado de Sucre, donde falleció en 1976.
Palos se fue en 1974, después de haber internado durante 15 días en su casa a Lucio Cabañas. Se llevó a su hijo Antonio y a su mujer Paula Cabañas. Dice Felipe Fierro que antes de irse fue a despedirse de Benjamín Luna al rancho de Los Coyotes. En ese lugar tomó un puño de tierra y se lo llevó como recuerdo de Atoyac. 

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