Víctor Cardona Galindo
Este coronel médico del ejército republicano
español llegó a México expulsado por el gobierno de Venezuela, donde fue
ministro de salud, por haberse inmiscuido en el movimiento del guerrillero
Douglas Bravo. Formaba parte de un movimiento internacional denominado
“Estrella Roja” la CIA lo buscaba en México. Agentes de esa central de
inteligencia gringa lo visitaron en
su consultorio, para preguntarle por el paradero del Che Guevara, cuando el internacionalista
argentino desapareció y no sabían su ubicación hasta que apareció en Bolivia.
Al centro de anteojos el doctor Antonio Palós Palma durante el sepelio de Faraón Palós Cabañas. Foto: Cortesía de Marco Antonio Serafín Rebolledo. |
Palós
era egresado de la Universidad de Salamanca. Peleó en España durante la guerra
civil causada por el golpe de estado de Francisco Franco. Era de formación
socialista, hizo estudios militares en la Unión Soviética, por eso apoyaba las
luchas de los obreros y campesinos. Fue un gran humanista y revolucionario.
Fue
amigo del general Alberto Bayó, instructor militar del movimiento 26 de julio,
quien lo invitó a La Habana. Allí conoció al Che Guevara quien le regaló
autografiada su obra La Guerra de
guerrillas libro que cuidaba como su más preciado tesoro. Palós escribió el
prólogo del libro Tempestad en el Caribe
donde Bayó narra su experiencia como combatiente internacional de esa zona del
continente.
Palós
fue un destacado miembro de La Legión del Caribe, ayudante del general Juan
Rodríguez García quien financió la expedición de Luperón contra el tirano de
República Dominicana Rafael Leónidas
Trujillo en 1944. Bayó define a Palós como luchador generoso, valiente e
idealista, por eso lo escogió para que le hiciera el prólogo de su libro Tempestad en el Caribe.
Algunas
fuentes coinciden que Antonio Palós Palma llegó a nuestra ciudad de Atoyac en
1948, vivió primero en la casa de las hermanas Serafín y después se mudó a una
vivienda a la que le decían “El castillo del doctor Palós” ubicada en la calle
Juan Álvarez, atrás del Centro Cultural. Era una construcción de tres niveles,
que él mismo hizo con sus manos, no tenía varillas estaba sostenida solo de
alambrón y los tabiques de canto. Aun así era resistente, le servía de vivienda
y clínica al mismo tiempo.
Se
casó en Atoyac con Paula Cabañas, rememora Decidor Silva Valle. Se le recuerda
alto, rubio, rollizo, inteligente, gruñón, malhumorado y gritón. Su forma de
hablar era fuerte, hablaba con mucho garbo.
Abelardo
Cejas Soberanis “Yayo Cejas” recuerda que tenía un hospital bien formado con
todo el equipo en los años de 1956-1957. “El suyo fue el primer quirófano que
hubo en Atoyac”. Su sanatorio tenía camas y todo. Estaba ubicado en el número
uno de la calle Arturo Flores Quintana donde llegó a vivir con su esposa doña Chea,
así le llamaban a su esposa que era de República Dominicana. Con sus hijos Chingolo, José Antonio y Libertad. En
ese domicilio pasó una tragedia familiar, porque Palós se enamoró de su
enfermera Paula Cabañas y por eso su esposa dominicana se fue. Tenía además otra
hija, María Palós, que radicaba en los Estados Unidos.
Le
gustaba la pintura llegó a exponer en la ciudad de México. Pintaba hermosos
cuadros al óleo, “mucho pintaba al Quijote de la Mancha, al que plasmó en la
fachada de su casa”. Le gustaba escuchar a Juan Manuel Serrat, los poemas
hechos canciones de Antonio Machado, Miguel Hernández y Federico García Lorca.
Cuando
la masacre del 18 de Mayo de 1967 fue el único médico que se atrevió a dar
auxilio a los heridos que quedaron en el zócalo, “con su bata blanca, su
maletín negro de piel y sus lustrosos zapatos negros, llegó a la plaza para
levantar a los lesionados”.
“Estimó mucho a Alejandro Gómez Maganda a
quien conoció cuando, el ex gobernador de Guerrero, fue embajador en Europa.
Tenía una cultura muy amplia. Un hombre fiel a sus ideas, nunca claudicó” dice
“Yayo Cejas”.
Cuando
Lucio Cabañas y Serafín Núñez Ramos trabajaban en la escuela primaria “Modesto
Alarcón” lo invitaban a dar pláticas de medicina y primeros auxilios a los
padres de familia.
Tenía
el grado de coronel en el Ejército Republicano Español, excombatiente de su
país, partidario del bando republicano contra la dictadura franquista. Muchas cicatrices
había en su cuerpo que le habían hecho las balas en las batallas. Con esa
experiencia enseñó estrategia militar a Lucio Cabañas, fue quien le dio las
ideas sobre la guerra de guerrillas y le enseñó a tirar con rifle. El médico
republicando era excelente tirador y su esposa Paula Cabañas era prima de Lucio
por eso estimaba al profesor guerrillero.
Además
de ser asesor militar de Lucio Cabañas, Palós regaló a la guerrilla las dos
primeras pistolas Star españolas calibre 22.
Sobre
Palós se cuentan muchas leyendas. Una de ellas es que mantuvo a su hijo
embalsamado en la casa durante mucho tiempo, antes de llevarlo al panteón. Que
cuando se fue de Atoyac lo desenterró y se lo llevó para Venezuela. Entre otras
cosas que se dicen, lo que más llama la atención es su forma muy particular de
curar.
Dicen
que en un pleito a un hombre lo hirieron con un puñal a un ladito del corazón,
el agresor huyó dejándole el cuchillo clavado en el pecho. Los familiares
fueron con un médico y les dijo que si jalaba el cuchillo, le cortaría el
corazón y moriría, fueron con otro médico y lo mismo. Solo les quedó el recurso
de acudir con Palós y llegando la mamá del herido le explicó el caso. Con
indiferencia les dijo –pónganlo ahí-, y lo recostaron en una cama. Palós
comenzó a maldecir. En otras palabras le dijo que por pendejo lo habían herido y
que los pendejos no merecían vivir, diciendo esto sacó un gran puñal y haciendo
alarde de mucho coraje amagó al herido que asustado encogió el corazón y Palós
con gran velocidad sacó el puñal salvándole la vida.
En
otra ocasión le llevaron a un descaderado que se quejaba mucho y los demás
médicos no habían podido curar. Palós lo sentó en un columpio lo meció fuerte y
cuando venía de regreso lo recibió con un tablazo en la cadera y al sentir el
golpe el hombre gritó al momento que brincaba del columpio caminando
normalmente.
A otro
le salvó el brazo gangrenado poniéndole sanguijuelas en la parte afectada.
Tenía métodos no muy convencionales para curar.
Palos
le salvó el brazo a Alberto Ludwig Nogueda. Alberto había tenido un accidente
de tránsito y lo trataron los mejores médicos de la capital del país, quienes
proponían cortárselo de regreso en Atoyac Palós se lo salvó.
Un día
le llevaron de Coyuca un joven loco, iba amarrado con cadenas. Palós le abrió
las dos piernas con un bisturí y le inyectó hacia adentro provocándole dolor
para que la mente del joven se concentrara en el dolor y así lo alivió.
A la
hija de doña Catalina Solís, la rellenera, otros médicos le iban a cortar la
pierna y se la salvó el español. Para la cirugía Palós era muy bueno. Una vez
hubo una balacera en la calle Juan Álvarez, hirieron a Juan Ríos quien quedó
desecho con el ojo saltado, lo dieron por muerto, Palós lo recogió en una
ambulancia, porque fue el primer médico en tener ambulancia, le restituyó el
ojo y Juan no perdió la vista.
El
doctor Palós y su hijo Antonio curaban a los heridos y enfermos de la guerrilla
en una casa de seguridad ubicada dos cuadras al Sur de su consultorio, curó
incluso a Isabel Ayala mujer de Lucio Cabañas. Palós atendió un guerrillero herido
en Acapulco, producto de la acción en el Partido de los Pobres ajustició a José
Becerra Luna.
Comenta
Luis Hernández Navarro, en La Jornada
del martes 5 de enero de 2010, que
uno de los grandes dolores en su vida le llegó con la muerte accidental de su
hijo. Palós había dejado mal acomodada su pistola y el muchacho la encontró y
se puso a jugar con ella. El arma se le disparó en la cabeza. Él quiso
reanimarlo pero no pudo. Embalsamó el cuerpo de su hijo y lo conservó en su
casa por un tiempo y después lo llevó al panteón. No hubo velorio. “Su hijo Quito
se mató se dejó ir toda la carga de una 22 Trejo de ráfaga. Se metió todo el
cargador en la sien que le desbarató la cara”, dice Abelardo Cejas, al
referirse a la muerte de Faraón Palós quien tenía nueve años.
Económicamente
a Palós no le convenía vivir en Atoyac, porque no ganaba, él se gastaba con la
gente su dinero que ganó honradamente cuando fue ministro en Venezuela. Cobraba
poco por sus consultas, eran pagos simbólicos los que recibía. No les arrebataba
a los pacientes el poco dinero que llevaban. Los pacientes de Palós con una
sola consulta sanaban.
Tenía
conocimientos de arquitectura y albañilería acudía por las noches al panteón a
trabajar la tumba de su hijo. Dominaba muy bien la técnica de la acupuntura
china. Para curar un herido, un baleado
no había mejor médico que Palós en toda la región. En una zona convulsa como la
nuestra, no encontraban otro médico más capaz en ese terreno, pues adquirió
mucha experiencia en el frente de Batalla, por eso siempre estuvo ocupado y
ejerciendo con mucho gusto su profesión. Siempre tenía la sala de su casa llena
de heridos. A él no tan fácilmente se le moría un paciente de urgencia.
Antes
de salir de España estudió psiquiatría. Sabía latín, francés y algo de inglés.
Fue médico cirujano de la fuerzas de seguridad pública en la región de la Costa
Grande y del estado, documentos de 1958, así lo acreditan. En esos escritos se
firmaba como Antonio José Palós Palma.
Tenía
una relación estrecha con el dirigente comunista Ramón Danzós Palomino. También
tenía un amigo español muy rico que se llamaba Máximo López que mucho lo ayudó
económicamente. Palós decía que se quería morir en Atoyac, pero se tuvo que ir
porque la represión estaba muy dura a esas alturas y la guerrilla estaba
cercada.
Entre
otros datos recogidos están que Antonio José Palós Palma nació en Córdoba,
España, que fue miembro del Partido Comunista Español. Se exilió en Venezuela y
al ser expulsado de ese país por el dictador Marcos Pérez Jiménez se refugió en
México. Luego volvió a Venezuela y los últimos días los vivió con su familia en
la población de Araya, estado de Sucre, donde falleció en 1976.
Palos se fue
en 1974, después de haber internado durante 15 días en su casa a Lucio Cabañas.
Se llevó a su hijo Antonio y a su mujer Paula Cabañas. Dice Felipe Fierro que
antes de irse fue a despedirse de Benjamín Luna al rancho de Los Coyotes. En
ese lugar tomó un puño de tierra y se lo llevó como recuerdo de Atoyac.
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