domingo, 27 de mayo de 2018

De escritos y escritores I

Víctor Cardona Galindo
El municipio de Atoyac es prolífico en escritores. Muchos nacieron aquí y otros venidos de otras latitudes han escrito sobre los sucesos ocurridos en nuestra tierra. La guerrilla de Lucio Cabañas Barrientos nos proyectó al mundo, mucho se escribe sobre ese acontecimiento, ejemplo de ello es la novela Guerra en el paraíso, de Carlos Montemayor que se tradujo ya a muy diversos idiomas. El general Juan Álvarez Hurtado es motivo de numerosas investigaciones históricas, desde mexicanos hasta extranjeros han publicado sobre su vida, obra y trascendencia.
De los cronistas, periodistas, novelistas, poetas, cuentistas e investigadores nacidos en Atoyac, en esta ocasión  nos ocuparemos solamente de algunos que se nos adelantaron en el paso a la eternidad.
Arturo Martínez Reyes
El domingo 22 de julio de 2007, a eso de las 6:30 de la mañana, Arturo Martínez Reyes, murió. Arturito nació el 15 de diciembre de 1940 en San Francisco del Tibor una comunidad de la parte alta de la sierra de Atoyac. Sus padres fueron Alfonso Martínez Javier y Elodia Reyes Flores. Muy joven se casó con Margarita, su compañera con quien procreó a sus hijos: Arturo, Juana, Magda Luz y María Nelly.
Trabajó en las brigadas sanitarias de combate al paludismo en el estado. Entró en contacto con las lecturas de Amado Nervo, Sor Juana Inés de la Cruz, Antonio Plaza y Rubén Mora, entre otros poetas que se encontraban de moda en los años cincuentas y sesentas del siglo pasado en Guerrero.
No sólo se conformó con leer. Continuó cultivando las letras de forma autodidacta. Incluso su amor por las letras lo convirtió en impresor e instaló un taller en Acapulco.
Algunos de sus primeros textos fueron publicados en el semanario La Gran Tribuna que era dirigido por José Domingo Gallardo en 1976 y en la revista Ambiente, editada por el desaparecido periodista Ernesto Caballero Vela, allá por 1997. Posteriormente y ya como parte del Taller Alebrije, Arturito publicó una gran cantidad de trabajos de su autoría en el suplemento cultural Zona Desierta del periódico El Observador del Milenio, bajo la dirección de los periodistas Pedro Huerta Castillo y Rodrigo Huerta Pegueros; incluso algunos de sus trabajos fueron publicados en el suplemento cultural La Furia del Pez, que dirige el destacado escritor Víctor Roura en el diario nacional El Financiero.
La incorporación de Arturito en el Taller Alebrije fue fundamental en su proceso de formación. Para Arturo fue un choque doloroso porque escritores con trayectoria como Pedro Escorcia, Judith Solís Téllez, Jeremías Marquines, Victoria Enríquez y algunos miembros del propio taller le mostraron que no tenía caso hacer malas copias de los poetas que le habían servido de arquetipo, sino que era necesario que buscara su propia voz… ¡Y lo intentó! Así lo demuestran numerosos escritos en Zona Desierta, y en las antologías Alebrije en Otoño (1997), El Color de la Blancura (2001) y sobre todo en su propia antología personal La Piel se Retuerce en el Tiempo (2004) donde muestra una profunda ruptura y una renovada transición con respecto a sus primeros trabajos, más apegados a la métrica tradicional de la que había abrevado en su origen.
El Taller Alebrije fue determinante en su formación, incursionó también con un grupo cultural que se denominó “Netzahualcóyotl” y en el año 2000 tomó una serie de talleres con escritores de la talla de Mariana Tussain, Mónica Lavín, María Elena Aura, Jaime Sequeida, Claudia Soreda y Jaime Augusto Shelley.
Fue uno de los pilares fundamentales que hicieron posible que el Encuentro Estatal de Escritores El Sur Existe…a pesar de todo haya logrado verificarse durante 18 años ininterrumpidos en Acapulco. Donde tuvo la oportunidad de conocer y tratar a los mejores escritores de Guerrero y algunos de los más importantes de México como el ya citado Víctor Roura, Elsa Cross, Rafael Ramírez Heredia, Eduardo Langagne, Eduardo Cazar y David Huerta, entre otros. (Resumen del texto de Humberto Aburto Parra publicado en la revista Cronos. Lo que el tiempo no disuelve, número 4).

Francisco Galeana Nogueda

Francisco Galeana Nogueda nació el 11 de mayo de 1922. Para el deleite de muchos escribió el libro, Conflicto Sentimental, Memorias de un Bachiller en Humanidades, que salió a la luz pública en 1994, editorial Altres Costa-AMIC, de Cholula Puebla. Es un texto donde el autor nos narra, su pasó por la vida, desde su nacimiento en Atoyac, una ciudad pintoresca, con sus bellezas naturales, sus canciones y su río, sus leyendas, su violenta historia y la huella que dejaron los militares en la posrevolución, que marcaron su infancia llena de aventuras en los corrales de las vacas y huertos que circundaban la ciudad en la década de 1920 a 1930. Reconstruye su árbol genealógico empezando por la familia Pinzón y los Nogueda.
Nos retrata las fiestas de aquel tiempo con las carreras de caballos y la presencia del padre Manuel Herrera Murguía en la parroquia Santa María de la Asunción. La hacienda de Almolonga. Su paso por la escuela Real, hoy Juan Álvarez, y el reloj de la iglesia que desapareció con el tiempo.
Galeana Nogueda dejó de existir  el 3 de mayo del 2007. Nos dejó una obra llena de colorido, un escrito al que los atoyaquenses debemos recurrir para llenarnos de nuestro pasado.

Francisco Javier Pérez Fierro

Pérez Fierro a escribió ¡El alma nunca muere! El rito a los difuntos tradición que se resiste a morir en el 2004, “Ellos” lo mataron, que se editó el mismo año y que habla del asesinato de Zacarías Barrientos Peralta,  Lucio Cabañas Barrientos y la Guerrilla en Guerrero que se publicó en el 2009, edición de autor.
Francisco Javier Pérez Fierro nació en Santiago de la Unión el 4 de enero de 1953, fue profesional de la Comunicación, en el año 2002 obtuvo el primer lugar en el VIII certamen periodístico “Juan R. Escudero”. Es autor además de “Maremoto”, de Mara Salvatrucha Chavos Banda, Comunidades afromestizas de la Costa Chica de Guerrero, De Popotla a San Jerónimo, Tres Palos: El poblado de la ilusión, pero el libro más importante para los atoyaquenses es Agua que se derrama, Atl Toyahui, UAGro 1995.
Laboró en diversos medios comunicación en el puerto de Acapulco y fue trabajador de la Universidad Autónoma de Guerrero, con base en la oficina de prensa en la Zona Sur. Obtuvo el primer lugar de cuento en el concurso organizado por la página de los atoyaquenses que publica El Sol de Acapulco dirigida por el cronista René García Galeana. Francisco Pérez Fierro falleció el 18 de agosto del 2015, era hijo de Francisco Pérez Juárez y Petra Fierro Pino.

Gustavo Ávila Serrano

Durante la lectura de sus textos llama mucho la atención la pasión que sentía por Corral Falso, su tierra natal, a la que le dedica dos de sus libros. Los otros tratan sobre la Universidad Autónoma de Guerrero, en donde laboró.
Ahuindo, el pueblo al que irás y no volverás (2004) y Con el Jesús en la boca, son dos novelas con las que, sin duda, el costeño se sentirá identificado. El término “Ahuindo”, según Baloy Mayo es de origen Náhuatl y quiere decir “donde hace temblar el agua fría”. De atl agua; huihui temblar de frío. Según distintas versiones, ése era el nombre original de Corral Falso.
Ahuindo, puede ser cualquier pueblo de la Costa Grande, en los tiempos anteriores a luz eléctrica, cuando la vida circulaba alrededor del billar y de los eventos que se llevaban a cabo en el patio de la escuela, como las funciones de cine los domingos, con maquinaria sostenida por una bomba de gasolina.
Los apodos que se endilgan entre sí sus habitantes, el molino de nixtamal y la tienda del pueblo. Cuando no se conocía el jabón y la ropa se lavaba con chicayote. La tradición del viacrucis durante la Semana Santa. El protagonista de la novela, Juan Cruz de quien nadie sabía de donde había venido, sólo que apareció por el lugar conocido como La Zanja Salada, personaje escurridizo, que casi no hablaba y a menudo era jugado por los chaneques que lo dejaban aguado y babieco.
El otro protagonista es el cacique Jefe de las Reservas del Estado, en la Región Costa Grande que duró en el cargo de comisario 30 años.
En la novela se mezclan personajes ficticios y reales, como el profesor Ignacio Fernández Fierro, un político de Atoyac, asesinado en el río de Corral Falso el 4 de abril de 1958; el padre Chilolo, que casó y bautizó generaciones tanto en Atoyac como en los pueblos vecinos; los extranjeros saqueadores de nuestras reliquias arqueológicas y La Llorona, que encamaba con calentura a todos los que la veían.
En esta novela se reflejan los desastres naturales que ha padecido la costa como El Tara, ciclón que hizo destrozos y causó daños en siembras que estaban a punto de cosecharse, en árboles frutales, palmeras, animales que murieron ahogados; además de sepultar a la comunidad de Nuxco bajo toneladas de arena. Llama la atención las premoniciones o indicios sobre El Tara, cuando los gorriones construyeron sus nidos en las ramas más bajas de los árboles. Las creencias costeñas, como la de hacer una cruz de ceniza y clavarle el machete en el centro para que cese la tempestad; los curanderos y sus diferentes formas de sanar a la gente; las carreras de caballos que emocionaban a todos; los festejos del día de muertos acompañados con la carne de marrano guisada con chile rojo y tamales nejos, la conserva de limón o de papaya tierna y el manjar, un dulce hecho con maíz y leche.
Gustavo Ávila en este libro recuerda cuando Los Pachucos, un grupo de guardias blancas al mando del cacique de lugar, desolaron la región dejando muchos hogares sin padre, cuyo recuerdo todavía estremece a los que conocieron su crueldad.
Por esta mezcla de realidad, magia y mitos, sin duda esta novela bien podría enmarcarse dentro del realismo mágico.
En Con el Jesús en la boca, volvemos a encontrar como escenario ese pueblo tranquilo y apartado de la civilización, donde todos quieren atrapar un duende, el ser enigmático que vive en la espesura del bosque, quien logre atraparlo se volverá inmensamente rico y podrá obtener del duende las respuestas a las dudas que el hombre ha tenido desde el inicio de la creación:
“Me grabé en la memoria el tamaño de su cabeza, la cual lucía calva. Así también su piel, que es color tierra y su escaso… pero muy escaso nivel de estatura…Los chaneques al principio no me causaban miedo. Y no les tenía desasosiego, porque me contó que los pequeños personajes no eran malos como muchos los creían. Esos niños pequeñitos que saben navegar por debajo del agua y salir casi sin mojarse. Que viven al final del arco iris”.
Con un cojincillo con especias colgando del cuello como amuleto, se protegía a los pequeños de los ataques de los chaneques, quien no usara este pequeño cojín podían dejarlo aguado y babieco.
Tanto en esta obra como en Ahuindo, ese pueblo abandonado de la Costa, Gustavo Ávila alude a las premoniciones campiranas: “cuando el cielo está aborregado seguro que temblará”.
Gustavo Ávila Serrano, abogado de profesión, nació en el pueblo de Corral Falso el 3 de junio de 1953, municipio de Atoyac. El universitario guerrerense escribió: Génesis del STTAISUAG y 11 de octubre del 2002: Una Historia que avergüenza al STTAISUAG; Corrupción y Fracaso Político de Acción Revolucionaria; Ahuindo, el pueblo al que irás y no volverás y Con el Jesús en la Boca. Además de otra novela Mujer con olor y sabor a durazno. En 2009 dio a conocer tres obras más Memorias de un “chivito” internado 21, Rosalío Wences Reza, anecdotario y La noche de San Jerónimo.
Gustavo Ávila murió el jueves 2 de diciembre del 2010 en Chilpancingo de un paro cardiaco a las 11 de la mañana. Apenas el 17 de noviembre había iniciado una huelga de hambre que duró un par de horas para exigir su jubilación apegada al Contrato Colectivo de Trabajo, con el reconocimiento de su antigüedad real en la universidad de Guerrero.

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