sábado, 5 de mayo de 2018

Nuestra cuarta raíz I


Víctor Cardona Galindo
Nuestros ancestros de la tercera raíz, los negros, llegaron como esclavos con los primeros españoles que pisaron el territorio guerrerense. Después los traficantes los fueron introduciendo de manera paulatina para trabajar en las haciendas y minas españolas. Desde principios de la Colonia se explotó la llamada mercancía de ébano.
Una familia ticuiseña de los años cincuenta, 
del siglo pasado, sobre el puente de madera
 de palma que se construía sobre el río Atoyac
 para atravesar rumbo a El Ticuí. 
Foto: colección de Rubén Ríos Radilla

Dice Moisés Ochoa Campos en su Historia del estado de Guerrero: “En la región suriana, la mayor parte de la población negra se encontraba asentada en Taxco y en las costas. En el siglo XVI, en Taxco había setecientos negros esclavos trabajando en las minas. En Zacatula, había ciento cincuenta negros esclavos y el Coyuca, cuarenta negros”.
En su Memoria copalense Cristina García Florentino dice: “Y una vez que la raza europea requirió de la raza negra para aguantar los trabajos forzados de las minas de oro, los españoles comenzaron a trasladar a estas costas guerrerenses a gente de piel oscura en la segunda mitad del siglo XVI, que eran originarios principalmente de Batún y de Guinea”. Es el caso de los negros que se extendieron por San Marcos, Copala, Azoyú y Cuanicuilapa, quienes dejaron como una herencia el plátano guineo “que hasta nuestros días sigue siendo orgullo copalense, por ser una fruta sabrosísima, comercial y fácil de cultivar”, dice Cristina.
Los negros que llegaron a la Costa Grande y que luego se fueron liberando del yugo hispánico escogieron para vivir los lugares cercanos a las lagunas, poblaron La Barra de Coyuca, Hacienda de Cabañas y  Llano Real.
En el caso de Hacienda de Cabañas está ubicado en la margen izquierda del río Atoyac, próximo a la laguna de Coyuca y el estero de Maguán. Dice don Luis Hernández Lluch que ahí levantaron chozas circulares, construidas de horcones, techo de palapas o de juncos. Las casas eran forradas con varas trenzadas y como todas las cabañas fueron construidas con las mismas dimensiones, de manera uniforme, el pueblo fue bautizado como Hacienda Cabañas.
En cuanto a nuestra cuarta raíz, la asiática, nuestros ancestros llegaron al puerto de Acapulco en El Galeón de Manila, también llamado la Nao de China. Gran parte de los costeños de Guerrero somos descendientes de aquellos hombres y mujeres fuertes, de viajeros que sobrevivieron al escorbuto, que asolaba esas grandes embarcaciones que pasaban más de cinco meses en altamar.
Luis Hernández Lluch en su Monografía de San Jerónimo dice el en el siglo XVI, Acapulco ya tenía contacto con el Oriente, de vez en cuando venían las Naos de China, con mercadería, trayendo de las islas Filipinas o de otras islas de la Polinesia, trabajadores que se contrataban en el “Mercado chino de Acapulco”. Que la mayor parte de estos trabajadores venían del archipiélago filipino y eran contratados por hacendados de ésta región. Ya una vez en las haciendas sus amos los trataban como esclavos. En dicho mercado también se vendían negros de África, pero por lo regular éstos eran solicitados por rancheros de la Costa Chica.
Los esclavos de origen asiático, que se adquirían en la región de la Costa Grande, daban buenos resultados en las labores que desempeñaban, eran educados por los frailes con el mismo trato que los nativos. Dice Luis Hernández que en esa época se dio una oleada de aventureros españoles que venían en busca de fortuna empleándose como capataces y otros se convirtieron en comerciantes. Con el tiempo esos aventureros españoles, se mezclaron con los esclavos asiáticos y con los nativos, así nació nuestra raza de mestizos que dio vida al pueblo costeño. 
La apertura comercial transpacífica entre los puertos de Acapulco y Manila en la segunda mitad del siglo XVI, trajo consigo el intercambio de plantas tropicales a través del Galeón de Manila, lo que a su vez modificó las costumbres alimenticias en la naciente sociedad novohispana. Hay registros que se intercambiaron más de 230 especies de plantas. Por eso sin temor a equivocarse Acapulco fue el primer punto de América donde se sembró, durante la época colonial, tamarindo, mango, marañona, arroz y cocotero con semillas venidas del archipiélago filipino, para de allí extender su cultivo a todas las costas mexicanas.
Por Acapulco llegaron vía marítima, de las milenarias culturas asiáticas, la costumbre de cocer el pescado con limón, el asado de mariscos y pescado, la preparación de la tuba, una bebida que se extrae al cortar la flor del cocotero; el famoso relleno de cuche y las comidas elaboradas a base de leche de coco como el guinatán. Entre las influencias filipinas a nuestra comida, está también el arroz que conocemos como “Morisqueta” y que ahora disfrutamos con frijoles negros, con chiles en vinagre, carne asada o queso fresco, hay quien le agrega salsa de molcajete, acompañado de jocoque (crema virgen)  o un pedazo de pescado frito.
Fue en nuestra región donde se establecieron los ancestros asiáticos que trajeron los saberes en el manejo de sus vegetales. El cronista Rubén Ríos Radilla dice que de las comidas que heredamos de nuestros ancestros filipinos es muy importante el relleno de cuche. Ese platillo es una combinación de ingredientes que aportaron los europeos, los americanos y los asiáticos. El relleno es típico de la Costa Grande, es necesario un lechón que se hornea toda la noche condimentado y acompañado de diferentes especias, recaudos, verduras y frutas como: piña, aceitunas, papas, zanahorias y plátano macho. Al servirlo se acompaña con bolillo, tortillas hechas a mano o arroz blanco.
Se ha dicho que si buscamos una imagen representativa de la Costa Grande sería un bolillo con relleno. Porque éste platillo no falta, por la mañana, en ninguno de los mercados de la Costa Grande desde Coyuca de Benítez hasta Zihuatanejo donde hay muchas mujeres que son por oficio relleneras. En Tecpan de Galeana fue muy famosa Petra Galeana Ruiz, La Pilinca.  
Hace poco el chef acapulqueño y delegado en Guerrero del Conservatorio de la Cultura Gastronómica Mexicana (CCGM), Javier Reynada Castrejón, advirtió que tres recetas identitarias de Guerrero están en riesgo de desaparecer por la falta de algún ingrediente, derivado de la desatención en el campo, entre esos platillos están el guinatán de Coyuca de Benítez, hecho a base de pescado bagre, guisado con crema de coco, guajillo y epazote, cuya ascendencia es filipina.
El segundo platillo es el “cabeza de viejo”, típico de la comunidad de Zacualpan, perteneciente al municipio de Ometepec, que es pollo o guajolote guisado en caldo rojo y hierba santa. También está el riesgo de desaparecer el “vaso relleno” que es típico de Ometepec.
Acapulco es también el precursor de las ferias internacionales desde 1571. Con el arribo de la Nao a esta tierra concurrían viajeros de tres continentes, Europa, Asia y América, para comprar, vender o trocar artículos de diversa índole. El varón Von Humboldt la llamó la feria más grande del mundo, porque hasta 1803 no existía otra en toda Europa que alcanzara esas dimensiones.
Durante la época colonial desde Acapulco se repoblaron, los territorios que ahora comprenden Coyuca de Benítez y el municipio de Atoyac de Álvarez, con nativos de Asía principalmente de Filipinas, India y Sangleyes.
Por datos que obran en el Archivo General de la Nación (AGN), en 1631 en Cacalutla vivían ocho chinos (filipinos, podrían ser de origen malayo o sinceramente chinos) que se dedicaban a la siembra de arroz. En los pueblos como Cacalutla y Cayaco se hablaba tepuzteco y en Atoyac cuitlateco. En Coyuca los indios que quedaban hablaban tepuzteco.
En los siglos XVII y XVIII había entre 40 mil y 50 mil asiáticos viviendo en Nueva España. Por eso había más filipinos que españoles, viviendo en la región que ahora es nuestro municipio. Como muestra están los apellidos, Quiñones, Nogueda, Zuñiga y Bataz que el cronista de San Jerónimo Luis Hernández Lluch, quien murió a los 100 años, registró como de origen filipino. Escribió que una mujer de apellido Nogueda llegó de Filipinas por el Perú,  sentó su residencia en Atoyac y se casó con un joven de apellido Gutiérrez, pero los hijos adoptaron el apellido de la mamá. De ahí proviene la dinastía Nogueda.
Un censo que levantó en 1777 en Atoyac había 200 indios naturales (nativos) y 50 familias de españoles, entre todos eran aproximadamente unos mil pobladores y estaban dedicados al cultivo de maíz y algodón. Vivían además adentro del pueblo, las haciendas y rancherías cercanas, 300 tributarios filipinos, negros y mulatos dedicados al maíz, algodón y arroz.
Por las costumbres de los filipinos que se asentaron en la costa tomó carta de naturalización el juego de gallos. De aquí se extendió como pasatiempo para todo el continente americano, el palenque de gallos siempre figura como símbolo de las ferias mexicanas.
Por las playas de Acapulco pasó por primera vez en América, una princesa hindú de nombre Mirra que a través de su curiosa vestimenta modificó las prendas de vestir de sus contemporáneas y al paso del tiempo se convirtió en representativa del estado de Puebla. Se le denominó popularmente la China Poblana.
Aunque para Fernando Benítez la china poblana era una esclava. Dice que la historia de Catalina de San Juan, la China Poblana, ilustra perfectamente el destino en México, de las esclavas que ingresaban por Acapulco. “Para nuestro desencanto esa china, que fue vendida como esclava a una rica familia poblana, nunca logró hablar bien el español y era una mística, entregada a Cristo de modo delirante”. Marcelo Adano Bernasconi en su libro Mirada al pacífico comenta: “No es de extrañar que tal fervor místico, tal vez correspondiera a una penitencia que, en la casta atmósfera poblana, Catalina se impusiera para lavar los pecados cometidos durante las licencias, excesos, ardores y furores, vividos entre las sábanas del Galeón de Manila”.
Sus dueños la obligaron a casarse con un chino “cuyas acometidas nocturnas –dice Benítez- fueron resistidas con denuedo por Catalina que se desembarazó de tal chino pidiéndole a Cristo, su verdadero esposo, se lo llevara de este mundo, a lo que de buena gana consintió el Señor, llevándoselo de este mundo mediante una muerte piadosa e indolora”. La verdad es que sus propietarios no hicieron más que seguir la norma de vida adoptada por muchos esclavos en Nueva España.
Dice Adano que numerosos esclavos de los llamados chinos —en realidad filipinos, malayos, polinesios— se incorporaron a la vida de la colonia mediante el matrimonio con mulatas y negras criollas.
Esclavos y esclavas viajaron una y otra vez de Manila a Acapulco, amontonados en la bodega o sirviendo a sus amos en las necesidades de los días o en las urgencias de las noches.
El mayor número de esclavos que ingresaron a Nueva España por Acapulco, provenían de las islas Filipinas. Los españoles pronto los utilizaron para la construcción de navíos para el tráfico comercial con Acapulco. Los emplearon para el acarreo de maderas, hierro, equipamientos, y como ayudantes de los maestros carpinteros, operarios, ebanistas, herreros y otros que trabajaban en la construcción naval filipina.
Los esclavos eran embarcados rumbo a Acapulco en los muelles de Cavite, frente a Manila, junto con los pasajeros que ante el inicio de un viaje incierto, encomendándose a Nuestra Señora de la Paz y Buen Viaje, sellaban sus oraciones con la frase “a Acapulco o al purgatorio”.
Entonces podemos concluir que una parte de nuestra historia, y la nuestros pueblos comienza, con la existencia de ese barco cuyo viaje desde Manila a Acapulco duraba de cinco a siete meses, tiempo en el que se recorrían 8 mil 200 millas marinas equivalentes a casi 15 mil 200 kilómetros más o menos.
Fue en 1565 cuando fray Andrés de Urdaneta, descubrió el tornaviaje desde Manila a Acapulco, iniciando un circuito comercial que duraría 250 años. El fraile llegó a Acapulco el 8 de octubre del año mencionado a bordo del navío San Pedro. Por eso es que hacia finales del siglo XVI, Acapulco se convirtió en el puerto más importante de la costa occidental de América del Norte y América Central.

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