sábado, 12 de mayo de 2018

Nuestra cuarta raíz II y última parte



Para Juan Angulo y Maribel Gutiérrez,
 por estos 25 años de perseverancia.
Víctor Cardona Galindo
“¿Qué era la nao de China? –Fernando Benítez se contesta- Algo que se escapa a la historia, una nave de Turner esfumada en el resplandor del crepúsculo, un tesoro de Aladino que cabalgaba sobre la espalda del Océano, un purgatorio marinero, un barco fantasma, la nave de los locos, la ambición de los reyes, el botín de los piratas, la falda de las mujeres, los manteles de damasco, el pañuelo de los adioses, el sufrimiento humano, la lotería de los pobres, la riqueza de las naciones, el ave del paraíso, esa magia que duró 250 años y sólo se extinguió cuando el viento de la Independencia la echó a pique y permanece intacta en el fondo del mar”.
A pesar de ser un hombre de la tercera edad 
el tubero recorre, de vez en cuando, las calles
 de Atoyac, ofreciendo ese néctar delicioso. 
Foto: Francisco Magaña de Jesús

En 1815, cuando aún no terminaba la Guerra de Independencia, zarpó para siempre de Acapulco el último galeón español. Esas embarcaciones que traían un cargamento de dos mil doscientas a dos mil quinientas toneladas de mercancía, generalmente especias, aromas del Oriente, drogas, porcelanas, cofres de Japón y de China, sedas, telas de algodón, muselinas y otros tejidos de la India, delicadas obras de plata y oro de China.
Dice Marcelo Adano en su Mirada al Pacífico “Los pasajeros se embarcaban en los muelles de Cavite, frente a Manila. Ante el inicio de un viaje incierto, encomendándose a Nuestra Señora de la Paz y Buen Viaje, sellaban sus oraciones con la frase: ‘a Acapulco o al purgatorio…’”
La Nao de China cruzaba la inmensidad del océano Pacífico, hasta llegar a la bahía de Acapulco. Se regresaba en el mes de febrero o marzo. Y se llevaba de nuestro país barras de plata y moneda acuñada como pago de su cargamento. También llevaba algunas cantidades de grana, vino, cacao, aceite, tejidos españoles de lino y de lana. Asimismo, muchísimos pasajeros se embarcaban para ir a Manila principalmente religiosos.
Como dije por influencia de la Nao en toda la región costera del Pacífico se diseminó el cultivo de palmeras para la producción de un aguardiente conocido como vino de cocos. La tradición de producción de esta bebida provino de Filipinas donde era conocida como tuba. Aquí también la conocemos con el mismo nombre, es fácil encontrarla en el crucero de Santa Rosa municipio de San Jerónimo de Juárez y de vez en cuando un tubero toca nuestra puerta ofreciendo ese néctar delicioso.
Otro resultado de la conexión directa con Asia y la Nueva España es la aparición de nuevas formas artísticas de menor tamaño como los biombos. Parián es palabra de origen tagalo (idioma de Filipinas) que puede significar mercado. Aparecieron parianes en Puebla, Guadalajara y Acapulco. Algunas palabras como “zarangola” son de origen malayo, nosotros la usamos para referirnos a un tipo de papalote o cocol, al que también llamamos palometa o culebrina.
Como se ve el Galeón de Manila o Nao de China repercutió en el ámbito del patrimonio inmaterial: la cultura popular y el consumo. Junto a la costumbre de beber vino de cocos también pudo sumarse la llegada de la técnica de preparación del ceviche, un platillo preparado marinando pescado en limón y chile, ahora es muy típico en diversas regiones costeras de Hispanoamérica. Otro elemento impor­tado de Filipinas fue el método de construcción de cabañas llamadas palapas, vocablo proveniente del tagalo.
A Coyuca de Benítez llegaron algunos filipinos y chinos. Varios se establecieron en El Bejuco y en Las Lomas; otros en la misma Coyuca en donde vivían algunos españoles, los cuales se unieron con las mujeres orientales y con las nativas dando como resultado diversas mezclas. Fue así como surgió en este municipio costero, una raza indomable y bravía, que no es negra ni blanca, ni filipina ni china ni indígena. Dice Graciela Guinto Palacios en su libro Sangre Bronca que algunos tienen la piel muy oscura, otros morena, morena clara, apiñonada, trigueña o casi blanca; y la mayoría con rasgos negroides u orientales.
El cabello de los negros y los que tienen la piel menos oscura, es “musuco”, otros “puchunco” o chino. Los de piel apiñonada y trigueña —porque se han mezclado con la raza blanca—, su pelo es domado o un poco chino, es decir ondulado, y algunos tienen ojos claros. Los descendientes de orientales e indígenas, tienen su pelo lacio y su piel morena clara o trigueña. Hay algunos nativos muy blancos, y de facciones finas, porque mezclaron su sangre con la europea y con la indígena, y su pelo es lacio u ondulado. Sin embargo, los mulatos tienen su cabello musuco o puchunco y sus rasgos toscos, como una peculiaridad heredada de sus genes
africanos. Pero algunos mulatos son muy blancos y de facciones delicadas.
“Esta raza, nacida de los designios de Dios, sólo es característica del municipio de Coyuca de Benítez, que seguimos sufriendo el sello ignominioso del racismo; que ha hecho que algunos sean vengativos, violentos, indolentes, conformistas, incultos y sin deseos de superación; capaces en un momento de furia, de agarrar el machete con sus manos morenas tostadas por el sol, y destrozarse con saña hasta vencer o morir, como las fieras del monte. Y dejan en un charco de sangre al rival, que sin duda había sido su más fiel amigo, y quizás por cosas triviales terminaron así”, dice la cronista vitalicia de Coyuca de Benítez.
Anteriormente, los afromexicanos, sembraban arroz, maíz, y frijol, pero para el sustento familiar. Y aun cuando allí, estas semillas se producían en abundancia, no aprovechaban las tierras vírgenes que había disponibles en aquel entonces; porque su ingreso de mayor importancia era la pesca.
Cuando cosechaban el arroz, lo descascaraban igual que en el África, en pilones de un metro de altura y cincuenta centímetros de diámetro, aproximadamente. Éstos eran hechos de una pieza, cortada del tronco de algún árbol sólido, a quienes les hacían la forma del carrete; y en medio tenían una cavidad circular como de treinta centímetros de diámetro por veinte de profundidad, en donde colocaban el grano para pilarlo con un sólido basto de madera semejante al metlapil, llamada “mano”. Con ritmo suave pilaban el arroz entre dos personas, una frente a otra, sin coincidir en el mismo golpe, hasta dejarlo desprovisto de la cascarilla. Había jóvenes, con tanta habilidad para pilar, que lo hacían tres al mismo tiempo. Aún en algunas comunidades, siguen cosechando el arroz y usan pilones. Sus chozas las situaban en la ribera de la laguna, lejos de la barra. De manera que no se inundaran cuando había venidas de ríos y la barra se abría. Las chozas eran hechas de bajareque con techos de palapas en forma de cono, como una reminiscencia de nuestros antepasados africanos.
“Cuando salían a pescar en sus rústicas canoas, seleccionaban la noche propicia para ello, siempre que no hubiese tormenta. Porque entonces el mar es muy celoso y no quiere un intruso en la cima de sus aguas saladas. Además, los peces, también tienen sus noches de luna para ir a pasear; y lucir con garbo la fosforescencia de sus escamas que asemejan moneditas de oro y de plata en la inmensidad del océano. Y ello hace que éstos caigan con facilidad en las redes de los pescadores”, seguimos con Graciela.
La tierra y el mar eran sus amigos, y el cielo, un libro sagrado, el único que podían leer, porque desde niños aprendían a descifrar sus enigmas. Con el ceño fruncido observaban las estrellas, olían el viento, y daban el veredicto para ir a pescar: conocimientos empíricos que han pasado a través de las generaciones y que están latentes en sus neuronas como una gota de sangre perdida en las arterias del destino.
Las chozas de estos nativos, eran chicas y de una sola pieza. Casi todos dormían en petates. Pero algunos, tenían sólo una cama de varas, no más, hechas por ellos con otates o carrizos delgados que cortaban entre los mangles de la laguna. Formaban una base con los mencionados carrizos, los amarraban con bejucos de soyates o “mecahilos”, y la colocaban sobre dos bancos de madera, a la medida del anchor de la cama. Encima de ésta, tendían un petate con su sábana de varios remiendos, o toda de manta. Las almohadas las forraban de rojo para guardar la mugre; y las rellenaban de fresco pochote que aún brota silvestre en los árboles. El pochote produce una bellota color café. Cuando el fruto inicia el ciclo de maduración, éste comienza a crecer y a crecer. Después se hincha, parte su cáscara en gajos y revienta triunfante, ofreciéndole al hombre su lana refulgente en forma de flor, como un crisantemo de finísimo vidrio cortado que lastima los ojos con la luz solar. En ese instante, los nativos le quitan la semilla que es similar al pimentón, luego, juntan el fino pochote y rellenan sus almohadas con ello.
Cielo, agua y mar era la vida de los negros cimarrones de La Barra. Para ellos no existía el futuro ni meditaban en él; porque la madre natura les ofrendaba todo; de tal manera que no perdían el tiempo pensando en algo que no estaba en su mente. Se conocían por sus nombres y sus apellidos o por apodos, tanto en los barrios cercanos como en Coyuca de Benítez.
Y la cultura filipina, está bastante mezclada con nuestra cultura como ejemplo, el guinatán, que es una sabrosísima comida filipina, y obviamente también costeña.
En su Sangre bronca Graciela Guinto recrea el ritual para cocinar el guinatán. “Molieron en el metate una porción de chiles guajillos con suficientes ajos. Cortaron varias ramas de epazote de una mata que tenían sembrada cerca de la casa; ‘jimaron’ algunos cocos secos que habían reunido con anterioridad; y ya desprovisto del bonote, los partieron a la mitad, derramándose en el piso el agua de los mismos. Luego, con un “rallador”, rasparon la pulpa a los cocos y las molieron en un metate limpio, para sacarles el jugo y guisar con ello los pescados en ‘guinatán’: guiso heredado de los filipinos, cuyo significado quiere decir ‘cocinado con leche de coco’”.
Presurosas, colocaron sobre unas hornillas de barro —que tenían en la rústica chimenea—, las cazuelas con la leche de los cocos adentro, pero ya colada con un lienzo delgado. Y mero cuando la leche comenzó a sacar el aceite, le pusieron a cada cazuela las ramas de epazote y la salsa hecha con chiles guajillos y ajos. Todo comenzó a hervir, y cuando adquirió la consistencia del mole, con cuidado, le echaron los pedazos de los robalos a las cazuelas y dejaron que hirvieran de cinco a ocho minutos aproximadamente, de manera que éstos se cocieran sin que se desbaratasen. Los olores impregnaban el ambiente que hacían despertar el apetito. Enseguida, en ollas de barro, cocieron el arroz para la morisqueta que comerían —en vez de tortilla— con el “guinatán”.
El coco, conocido como “La semilla más grande del mundo” y también como “La semilla viajera” (ya que a través del mar ha llegado a otros continentes), no solo es un producto cuya agua es sabrosa, fresca y saludable, así como su carne, ahora se puede aprovechar su concha y el bonote. En países como Tailandia, Filipinas, Taiwan y otros, del oriente asiático, lo aprovechan para hacer hasta 23 artículos diversos.
El ingeniero Federico Lorenzana Arzeta en un artículo nos explica como llego el cultivo de mango a México: “Tenemos muchos tipos de frutas de mango, los hay verdes, amarillos, violetas, rojos, anaranjados y uno que otro de coloración morada; todos de sabor agradable; la primera variedad o cultivo de mango llegó a México por el puerto de Acapulco, es el mango manila proveniente de Filipinas. En 1779 los españoles trajeron los primeros frutos, y pronto su semilla germinó y los arbolitos se establecieron en patios de los comerciantes del puerto; 120 años después llega el mango criollo al puerto de Veracruz procedente de las Antillas. En 1950 Santiago Ontañón trajo a Cuajinicuilapa Guerrero 12 mil árboles de las variedades comerciales Haden, Palmer, Keith, Kent, Tommy Atkins, Irwin, Smith, Sensation, Carrie y Carabao provenientes de La Florida Estados Unidos, con ellos estableció 130 hectáreas en el rancho denominado Las Petacas; es por eso que a los mangos bolas les llaman petacones”.
Recientemente en el 2010 La Universidad Autónoma de Guerrero en coordinación con el Colegio de Postgraduados trajeron con fines de investigación cuatro variedades proveniente de La Florida, mismas que están trabajando en Cuajinicuilapa”. 
Las islas Filipinas recibieron ese nombre en homenaje a Felipe II, rey de España, bajo cuyo reinado fueron colonizadas por Miguel López de Legazpi. La colonización duró tres siglos por lo que la herencia cultural en ambos lados del océano se puede sentir muy patente hoy en día. Ahí están el relleno, guinatan, los gallos, el mango manila, la tuba, y las familias: Bermúdez, Diego, Lobato, Batani, Funes, Liquidano, Tellechea, Guinto, Balanzar y Zúñiga, le agrega al tema Anituy Rebolledo.







2 comentarios:

  1. Hola Víctor,
    aquí encontré un mejor espacio para felicitarte por tu contribución a difundir entre tus lectores lo que ha sido la CUARTA RAIZ.
    Yo creo que los interesados en la cultura de la región seguimos viendo con tristeza que no son datos de mucho interés entre la gente, de otra manera tuvieras docenas de comentarios aquí mismo.
    Pero así también nos sabemos que somos por naturaleza resilentes y nada nos desalienta.
    Tus datos son bastante buenos considerando que se basan en la tradición oral y en tus conocimientos preconcebidos, me da un gran gusto leerte.
    Quiero agregar que para nuestra fortuna hay, entre el 100% de científicos de las ciencias sociales, un tal vez 1% que se ha dedicado a la CUARTA RAIZ, pero que vienen siendo un Montón con trabajos magníficos a nivel nacional y mundial, pero que aún no hay nada muy en particular de las Costas de Guerrero, salvo lo que tu has hecho y a las personas que ya has mencionado, que en conjunto han hecho una fantástica contribución.

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  2. Quiero que sepas Víctor y paisanos en general ....
    que luego de una larga espera ya por fín me llegó la hora de meterle las manos y el ánimo a la CUARTA RAIZ de nuestras Costas.
    Acabo de empezar el Doctorado y está centrado exclusivamente en demostrar que los nietos de los Filipinos siguen entre nosotros y que de hecho, somos nosotros mismos esos descendientes.
    Debes saber que ya está integrada esa lista de los legados Filipinos en México, tu has incluído a la perfección todos los conocidos,
    Mi Tesís lleva dos partes:
    Voy a utilizar la genética para demostrar que los Filipinos existen en millares
    Y quiero agregar otros 5 elementos a la lista.
    Bien has anotado que el Relleno es una herencia Filipina y has mencionado al Lechón, ese cerdo en la región del CEBU donde son los maestros en su preparación.
    Aquí quiere dar a conocer que en mi tesis quiero hablar de la
    ZARANGOLA,
    Qué sabes de ella Víctor??

    Un fuerte abrazo !

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