Víctor Cardona Galindo
En
la región vemos el calentamiento global como un asunto muy lejano. De lo
contrario haríamos todo lo que estuviera en nuestras manos para
contrarrestarlo, pero todos permanecemos apáticos mientras la contaminación y
el cambio climático nos están alcanzando.
No
nos damos cuenta que poco nos va faltando el agua y los ríos y arroyos no son
los mismos cada año.
Recuerdo
que cuando era niño, bebíamos agua directamente de la sangría del riego, el
agua que venía del canal era limpia y cristalina. Los que un tiempo fuimos
aguadores, en El Ticuí nuestros clientes nos mandaban a traer agua, para tomar,
del canalón por donde ahora está la 27 zona militar.
Personal de protección civil municipal de Atoyac, ayudan a pasar a vecinos de El Ticuí en mayo de 2014 cuando el río se llevó el puente provisional. |
Ahora
las cosas van cambiando y no hacemos nada por defender nuestro río. Lo
contaminamos sin ninguna consideración.
Desde su fundación la vida de Atoyac está marcada por el
río. Seguramente las tribus primitivas que se asentaron en estas tierras mucho
dependieron de él para sus cultivos y alimentación; así como dependemos
nosotros. Nuestro río hace más fértiles las tierras, nos da el agua para beber,
riega los frutos que consumimos y ha normado nuestra vida en diversos aspectos.
En
los últimos años se ha dicho que el río se está muriendo y que languidece.
Incluso en el año 2003 Arturo García Jiménez promovió la formación del Consejo
Ciudadano para el rescate de la cuenca del Río Atoyac, que hizo muchas
actividades buscando hacer conciencia para cuidarlo porque en las temporadas de
secas corre contaminado y amenaza con secarse.
Muchas
variedades de peces han ido desapareciendo. Cuando la carpa, que es una especie
depredadora llegó al río, acabó con todo. Se comió los bancos de blanquillitos:
esos peces que con el sol reflejaban los colores del arcoíris. Ahora hay pocos
pegas pegas: ese pez que se adhiere con sus ventosas a las piedras y es difícil
de quitar. Se acabó la huevina. Aunque todavía hay truchas que se ven nadar
junto a la carpas. En cantidad, reina el popoyote. Los bobos quedan pocos: ese
pez feo parecido al cuatete que no se puede agarrar porque su piel es babosa y
se desliza. El bobo es feo pero frito tiene su carne blanca, era nuestra cena,
bien frito con arroz y salsa de jitomate asado.
Del río hay muchos recuerdos,
“cuando no había agua entubada en las casas había que irla a traer al río, para
esto lo hacían los jóvenes, hombres y mujeres; los hombres adaptaban un palo
con unas cadenas a los extremos y ahí enganchaban las latas o botes para
transportar el agua, el palo se colocaba encima de los hombros y le llamaban palanca.
En cambio las mujeres se colocaban la lata de agua sobre la cabeza, para
amortiguar un poco el peso y lo duro de la lata, un trapo lo enrollaban en
forma circular y se lo ponían en la cabeza y encima del trapo acomodaban la
lata. Al trapo enrollado que se ponían en la cabeza le llamaban yagual.
Cuando algún joven quería enamorar o cortejar alguna muchacha que andaba
acarreando agua, decía me voy a echar un “norte”, y el “norte” consistía en
seguir a la muchacha cuando iba al río y andarla acompañando ida y vuelta cada
viaje que hacía para aprovechar y enamorarla, había ocasiones en que se
detenían un rato en algún lugar ya fuera un rincón o callejón y ahí permanecían
platicando y la muchacha con el bote o lata lleno de agua sobre la cabeza y ni
el peso del agua sentían, todo por amor”, recuerda El Prieto Serafín.
Don Simón Hipólito que vivió su
juventud en la época de los cuarenta, comenta “muchos chamacos de mi edad
acarreábamos agua en dos botes sostenidos por palancas que descansaban en los
hombros. Las señoras acarreaban agua del río en botes que descansaban en sus
cabezas amortiguadas por yaguales. Igual lo hacían las jóvenes,
quienes haciendo girar graciosamente sus cabezas hacían que saliera el agua de
sus botes para mojar a los jóvenes intrusos que se les apareaban para
enamorarlas y que no eran de su agrado. Era habitual acarrear agua del río
desde las cuatro hasta las seis horas de cada mañana, antes que llegaran
señoras o lavanderas a lavar ropas”.
Los de mi generación acarreábamos
agua en palancas. Todos desfilábamos con nuestras cubetas al canal y las mujeres
con sus cubetas en la cabeza. Mucho antes de irnos a la escuela, llenábamos los
tambos para que nuestras madres cocinaran y lavaran. Por la tarde cobrábamos 50
centavos por viaje de agua y un peso cuando era para la tinaja, porque entonces
íbamos por ella hasta arriba del canalón. Ahora cuando no hay agua el acarreo
se hace en carretillas y en carros. Muchos compran por tinacos cuyo precio anda
alrededor de los 100 pesos el viaje. Se extinguieron los yaguales y las palancas.
La
gente iba por agua al río. Se hacían pocitos en la arena y el agua salía
limpia, filtrada lista para tomar. No había contaminación, ahora al hacer un
pocito a la orilla del río encontramos la suela de una sandalia, un pañal
desechable o un vidrio. Ya no sirve para tomar. Incluso si te metes a la
corriente el agua tiene un olor a podrido ya un huele a limpio, esto es
alarmante.
Para
los que vivimos en El Ticuí cabría como ejemplo la poza que estaba en el
bombeo, en el año 2000 todavía podíamos irnos a bañar ahí. Ahora es un charco.
¿En el pueblo donde usted vive cual sería la referencia que la falta de agua
nos está alcanzando?
No hay comentarios:
Publicar un comentario