martes, 3 de marzo de 2015

Defendamos nuestro río



Víctor Cardona Galindo

En la región vemos el calentamiento global como un asunto muy lejano. De lo contrario haríamos todo lo que estuviera en nuestras manos para contrarrestarlo, pero todos permanecemos apáticos mientras la contaminación y el cambio climático nos están alcanzando.
No nos damos cuenta que poco nos va faltando el agua y los ríos y arroyos no son los mismos cada año.
Recuerdo que cuando era niño, bebíamos agua directamente de la sangría del riego, el agua que venía del canal era limpia y cristalina. Los que un tiempo fuimos aguadores, en El Ticuí nuestros clientes nos mandaban a traer agua, para tomar, del canalón por donde ahora está la 27 zona militar.
Personal de protección civil municipal de Atoyac, ayudan a pasar a vecinos
de El Ticuí en mayo de 2014 cuando el río se llevó el puente provisional.

Ahora las cosas van cambiando y no hacemos nada por defender nuestro río. Lo contaminamos sin ninguna consideración.
Desde su fundación la vida de Atoyac está marcada por el río. Seguramente las tribus primitivas que se asentaron en estas tierras mucho dependieron de él para sus cultivos y alimentación; así como dependemos nosotros. Nuestro río hace más fértiles las tierras, nos da el agua para beber, riega los frutos que consumimos y ha normado nuestra vida en diversos aspectos.
En los últimos años se ha dicho que el río se está muriendo y que languidece. Incluso en el año 2003 Arturo García Jiménez promovió la formación del Consejo Ciudadano para el rescate de la cuenca del Río Atoyac, que hizo muchas actividades buscando hacer conciencia para cuidarlo porque en las temporadas de secas corre contaminado y amenaza con secarse.
Muchas variedades de peces han ido desapareciendo. Cuando la carpa, que es una especie depredadora llegó al río, acabó con todo. Se comió los bancos de blanquillitos: esos peces que con el sol reflejaban los colores del arcoíris. Ahora hay pocos pegas pegas: ese pez que se adhiere con sus ventosas a las piedras y es difícil de quitar. Se acabó la huevina. Aunque todavía hay truchas que se ven nadar junto a la carpas. En cantidad, reina el popoyote. Los bobos quedan pocos: ese pez feo parecido al cuatete que no se puede agarrar porque su piel es babosa y se desliza. El bobo es feo pero frito tiene su carne blanca, era nuestra cena, bien frito con arroz y salsa de jitomate asado.
Del río hay muchos recuerdos, “cuando no había agua entubada en las casas había que irla a traer al río, para esto lo hacían los jóvenes, hombres y mujeres; los hombres adaptaban un palo con unas cadenas a los extremos y ahí enganchaban las latas o botes para transportar el agua, el palo se colocaba encima de los hombros y le llamaban palanca. En cambio las mujeres se colocaban la lata de agua sobre la cabeza, para amortiguar un poco el peso y lo duro de la lata, un trapo lo enrollaban en forma circular y se lo ponían en la cabeza y encima del trapo acomodaban la lata. Al trapo enrollado que se ponían en la cabeza le llamaban yagual. Cuando algún joven quería enamorar o cortejar alguna muchacha que andaba acarreando agua, decía me voy a echar un “norte”, y el “norte” consistía en seguir a la muchacha cuando iba al río y andarla acompañando ida y vuelta cada viaje que hacía para aprovechar y enamorarla, había ocasiones en que se detenían un rato en algún lugar ya fuera un rincón o callejón y ahí permanecían platicando y la muchacha con el bote o lata lleno de agua sobre la cabeza y ni el peso del agua sentían, todo por amor”, recuerda El Prieto Serafín.
Don Simón Hipólito que vivió su juventud en la época de los cuarenta, comenta “muchos chamacos de mi edad acarreábamos agua en dos botes sostenidos por palancas que descansaban en los hombros. Las señoras acarreaban agua del río en botes que descansaban en sus cabezas amortiguadas por yaguales. Igual lo hacían las jóvenes, quienes haciendo girar graciosamente sus cabezas hacían que saliera el agua de sus botes para mojar a los jóvenes intrusos que se les apareaban para enamorarlas y que no eran de su agrado. Era habitual acarrear agua del río desde las cuatro hasta las seis horas de cada mañana, antes que llegaran señoras o lavanderas a lavar ropas”.
Los de mi generación acarreábamos agua en palancas. Todos desfilábamos con nuestras cubetas al canal y las mujeres con sus cubetas en la cabeza. Mucho antes de irnos a la escuela, llenábamos los tambos para que nuestras madres cocinaran y lavaran. Por la tarde cobrábamos 50 centavos por viaje de agua y un peso cuando era para la tinaja, porque entonces íbamos por ella hasta arriba del canalón. Ahora cuando no hay agua el acarreo se hace en carretillas y en carros. Muchos compran por tinacos cuyo precio anda alrededor de los 100 pesos el viaje. Se extinguieron los yaguales y las palancas.
La gente iba por agua al río. Se hacían pocitos en la arena y el agua salía limpia, filtrada lista para tomar. No había contaminación, ahora al hacer un pocito a la orilla del río encontramos la suela de una sandalia, un pañal desechable o un vidrio. Ya no sirve para tomar. Incluso si te metes a la corriente el agua tiene un olor a podrido ya un huele a limpio, esto es alarmante.
Para los que vivimos en El Ticuí cabría como ejemplo la poza que estaba en el bombeo, en el año 2000 todavía podíamos irnos a bañar ahí. Ahora es un charco. ¿En el pueblo donde usted vive cual sería la referencia que la falta de agua nos está alcanzando?

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